Cesifonte, capital invernal del Imperio parto
107/108 d.C.

[En tiempos antiguos, Babilonia era la metrópolis de Asiria, pero ahora Seleucia es la metrópolis; es decir, Seleucia del Tigris, tal y como se la denomina. Allí cerca hay una ciudad llamada Cesifonte. En esta población ubicaron los reyes de Partia su capital de invierno, de forma que los habitantes de Seleucia no se veían obligados a convivir con las tropas escitas de los partos. Debido al poder parto, Cesifonte era una ciudad, más que una pequeña población. Era de tal tamaño que podía albergar a numerosos habitantes y en ella los propios partos habían erigido aún más edificios, con grandes almacenes para el comercio y otras construcciones para las artes que les resultaban placenteras, y es que a los reyes partos les encantaba pasar el invierno allí por la salubridad del aire, pero en verano regresaban a Ecbatana e Hircania por su mayor renombre.]9
Cruzaron el Tigris en una gran barca. Aryazate lo contemplaba todo extasiada: las grandes mansiones de la isla que dejaban atrás, en medio del río, por un lado, y por otro los grandes barcos comerciales que avanzaban hacia los puertos de Seleucia y Cesifonte. Quizá alguno fuera más tarde hasta la remota Carax y de allí a la India, quién sabía si más allá. Los barcos la tenían admirada porque eran tan grandes y viajaban tan lejos... a lugares remotos, cientos de ellos, a los que ella nunca iría. Su sueño era un gran viaje, pero del único gran viaje que se hablaba en relación a ella era uno que la aterrorizaba: ir hacia el este, al final del Imperio parto, cerca de la frontera con los kushan, para desposarse con el sangriento Vologases. Ella sería intercambiada por un pacto de paz entre su padre Osroes y el bandido Vologases, el usurpador, como lo llamaban —entre otras muchas cosas— en la corte de Cesifonte. Ella, que tantos viajes anhelaba, detestaba aquel único que se le ofrecía; pero aquella mañana sus ojos negros, oscuros y grandes, lo miraban todo muy abiertos, con la esperanza inquieta de la inexperiencia.
En realidad ninguna niña debería estar en cubierta, pues la Bāmbišnān Bāmbišn, la reina de reinas, era escrupulosa con las normas y no le gustaba que se transgrediera ninguna, pero la pequeña Aryazate gozaba del favor de la joven Šhar Bāmbišn, la actual reina consorte, la hermosa Rixnu. Y la Šhar Bāmbišn le había permitido subir a cubierta y sentarse a su lado mientras cruzaban el gran río Tigris.
—Será mejor que regreses abajo —le dijo Rixnu con aquella voz dulce con la que había enamorado al propio Osroes.
—Sí, Šhar Bāmbišn —respondió la niña de nueve años. Se despidió de la reina consorte inclinándose ante ella y luego corrió rauda hacia el interior del barco. No quería que por una indiscreción suya Rixnu fuera a tener un problema, esto es, otro más, con la seria Asiabatum, la reina de reinas.
La pequeña Aryazate se deslizó entre los eunucos. Alguno vio que la pequeña volvía de cubierta, pero el hombre tuvo el buen criterio de no inmiscuirse en un asunto de las bānūg, las jóvenes de la nobleza parta. Si la reina de reinas y la reina consorte tenían formas distintas de educar a las niñas, era mejor no meterse por medio: la furia de Asiabatum era bien conocida por todos los eunucos, mientras que la influencia de la hermosa Rixnu con el Šāhān Šāh Osroes era demasiado poderosa como para indisponerse con ella. Mejor que se arreglaran solas.
Aryazate, en su ingenuidad, interpretó como una distracción de los eunucos, aparentemente tan concentrados en las tareas de atraque de la embarcación, el hecho de que no parecieran tener ojos para verla. Así la jovencísima princesa pudo regresar al grupo de niñas del séquito parto sin que nadie la echara de menos en el interior de la nave.
Al poco tiempo se encontró desfilando por los grandes jardines de la bellísima Cesifonte, construida junto al Tigris, a la altura de la vieja Seleucia, como una ciudad independiente diseñada para ser una de las capitales partas: suntuosa, ricamente engalanada no sólo con plantas, sino también con fuentes y estatuas y palacios hermosos fruto de las grandes conquistas y victorias de los partos sobre todos los pueblos de su entorno. Aryazate caminaba encantada. Era la primera vez que pisaba la gran capital. Los magi, los sabios que alguna vez habían acudido al séquito de mujeres para enseñarles algo de la historia de Partia, les habían contado que el gran esplendor de Cesifonte, aunque la ciudad fuera más antigua, realmente se inició cuando los partos, bajo el poder del rey de reyes Orodes, consiguieron derrotar a los orgullosos romanos en la lejana batalla de Carrhae, en una guerra que supuso un intento baldío e inútil de la petulante Roma de tratar de hacerse con una Partia demasiado fuerte y demasiado poderosa para aquellos salvajes de Occidente. Un cuadrado. Aryazate recordaba que en aquella batalla alguien había formado un cuadrado y eso había sido un desastre, pero no se acordaba bien de quién ni por qué. Y camellos. Algo de camellos. Pero todo aquello le parecía demasiado distante, como si no tuviera nada que ver con ella. Como si nada de lo que la lejana Roma tramara en el remoto Occidente pudiera, en modo alguno, afectarla nunca. Estaban tan lejos...
Sí, era la primera vez que estaba en Cesifonte, entre los grandes palacios. Del mismo modo que era la primera vez que iba a asistir a un gran banquete en donde vería otra vez no sólo al rey de reyes Osroes, es decir, su padre, sino también a todos sus nobles y consejeros y sabios y, en especial, a los jóvenes príncipes. ¿Por qué no podía encontrar su padre un esposo para ella entre los apuestos príncipes? Eso evitaría que tuviera que desposarse con el malvado Vologases. Todo lo que había oído de aquel bestia que pretendía el trono de su padre era tan terrible que de sólo pensarlo le entraban escalofríos: violaba mujeres y mataba niños y despojaba a todos de todo. Eso sólo para empezar. Cerró los ojos un instante y sacudió la cabeza.
Llegaron al gran palacio y pasaron entre los muros de relieves con escenas de caza hasta entrar en una enorme sala donde habían dispuesto almohadones por el suelo para, al menos, trescientas o cuatrocientas personas. Aryazate vio a muchos consejeros tomando asiento aquí o allá, dirigidos por múltiples asistentes. La niña sabía que todo seguía un protocolo muy estricto, pero le era difícil de comprender cuál porque nadie se lo explicaba. De pronto, un šabestān, uno de los eunucos, se aproximó y se inclinó ante ellas al tiempo que les rogaba que se apartaran.
—Por favor, mis bānūg, por favor, vienen los príncipes.
Y así era.
Asiabatum miró con desdén a un consejero viejo que estaba en la puerta. Era una mueca que Aryazate conocía bien, pues la había visto en la faz de la reina de reinas muchas veces: era evidente que Asiabatum no estaba contenta con la forma en la que se había organizado la entrada del séquito de mujeres del rey de reyes. Se formó algo de tumulto y mucha confusión. Alguien tocó la espalda de Aryazate. Ella se dio la vuelta sobresaltada, pero cuando iba a gritar vio a Partamaspates sonriendo.
—Hola —dijo el joven de doce años—. ¿Cómo está mi hermanita?
Partamaspates era su hermano mayor. Hacía un par de años que los habían separado. Niños y niñas recibían una educación diferente, pero desde siempre se había sentido muy unida a Partamaspates y su joven hermano la correspondía en su afecto. Así, aprovechaban cualquier ocasión para verse y hablar. Ya no podían jugar, pero, curiosamente, se les permitía hablar entre ellos en público, a fin de cuentas eran príncipe y princesa del gran reino parto; además podían escribirse. Aryazate enviaba algunas cartas muy breves donde hablaba de cosas triviales para Partamaspates, llamado a ser el sucesor de Osroes en el trono y mucho más interesado por las grandes batallas y ejércitos, pero a quien su hermana pequeña despertaba un gran amor fraterno, una especie de instinto natural de protección hacia su misma sangre.
—Estoy bien —dijo ella—. Tú también. Estás más alto.
—Y tú —dijo él.
—¿Sigue el rey de reyes queriéndome casar con ese salvaje? —preguntó ella, pues era el asunto que más la preocupaba últimamente.
—No sé. Un día hablan de lanzar un ejército contra Vologases y otro quieren casarte con él —respondió él.
—¡Que envíen todos los ejércitos de Partia! —dijo ella en voz alta.
—¡Sssh! —exclamó Partamaspates, pero no pasó nada. Asiabatum estaba gritando mucho más fuerte al viejo consejero mientras los príncipes entraban por el pasillo que habían abierto las jóvenes princesas de Partia.
—Si tú comandaras ese ejército —añadió entonces Aryazate, ahora en voz baja— seguro que ganarías todas las batallas y yo no tendría que casarme con ese salvaje de Vologases.
Los jóvenes príncipes partos, desde niños, tenían mucha vanidad. Partamaspates se hinchó como una gran burbuja; hasta pareció crecer de lo recto que se puso ante las palabras de su hermana.
—Bueno —dijo al fin él—. No te preocupes. Creo que padre tiene algún plan para acabar con Vologases sin tener que desposarte con él. Hoy hablarán de ello en el banquete. Estoy seguro, porque han venido todos. Está el tío Partamasiris y el tío Mitrídates. Están organizando un gran ejército.
—Gracias por decírmelo —dijo ella. Él ya se tenía que marchar pues debía incorporarse al final de la larga comitiva de príncipes.
—Siempre te cuidaré —dijo él con una amplia sonrisa.
Y entró en la sala.
El viejo consejero se había arrodillado ante la poderosa Asiabatum disculpándose una y mil veces, pero ésta lo ignoró y entró en la gran sala del banquete. Rixnu, Aryazate y el resto de las princesas la siguieron. Las mujeres de la casa real se dispusieron en sus almohadones, algo alejadas del sitio especial reservado para Osroes, acomodado sobre otros cojines de mucha mayor altura. Aryazate lo observaba todo extasiada: se había percatado, tras asistir ya a varios de aquellos grandes cónclaves partos, de que cuanto más importante era alguien, de más almohadones disponía para sentarse, de la misma forma que la proximidad o lejanía con respecto a su padre Osroes indicaba también el grado de confianza que el rey de reyes tenía en el príncipe o noble en cuestión. Todo parecía algo desordenado y, sin embargo, todo estaba perfectamente calculado.
—Ven conmigo. —Aryazate vio ante ella la mano que le tendía Rixnu. Asiabatum parecía demasiado alterada aún debido al enfado que arrastraba por haberse visto humillada por tener que apartarse cuando llegaron las dos comitivas, la de princesas y la de príncipes al mismo tiempo, y no parecía tener tiempo para supervisar dónde se sentaba cada una de las niñas. Así, Aryazate aceptó encantada la mano de Rixnu y se sentó a su lado.
—Aquí oiremos bien de qué hablan —le explicó ella.
—Pero la música no nos dejará oír nada —dijo Aryazate señalando con el dedo a los músicos que se aprestaban, a su juicio, a preparar sus instrumentos para tocar de inmediato.
—No, pequeña —le explicó Rixnu—. Revisan sus instrumentos. No pueden cometer errores en un gran banquete como éste, pero realmente no tocarán hasta que se hable primero de los asuntos serios. Luego pueden beber tranquilos el rey de reyes y sus hermanos y consejeros. Beber y luego, más tarde... —Pero en ese momento Rixnu pensó en que Aryazate era aún demasiado inocente y no tenía ganas de quebrar aquella inconsciencia antes de hora. Ya se encargarían la vida y los príncipes partos de hacerlo.
Pero la pequeña, que siempre escuchaba muy atenta a Rixnu, la miró curiosa.
—Beben, ¿y más tarde qué?
Rixnu sonrió.
—Beben y luego... hacen otras cosas. Pero mira —Rixnu señaló al rey de reyes—, el gran Osroes va a hablar. Ahora todos callarán. Nosotras también, pequeña.
En efecto, el Šāhān Šāh tomó la palabra para dar la bienvenida a sus invitados.
—Os saludo, nobles de las familias arsácida, surena y karina y del resto de las familias nobles de Partia. Saludo a mis leales consejeros y magi, y saludo con particular afecto a mis hermanos Partamasiris y Mitrídates. Y también a todos los príncipes, en especial a mi hijo Partamaspates, llamado a sucederme en el futuro como Šāhān Šāh al frente de la gran Partia, a la que tanto amamos todos. Saludo, finalmente, a mi Bāmbišnān Bāmbišn, mi querida Asiabatum, y al resto de las princesas. —Se tomó un breve respiro tras el largo saludo protocolario antes de seguir hablando, ahora dirigiéndose a Mitrídates—. Nos hemos reunido aquí para que os explique la forma en que he decidido que Partia siga siendo tan grande como hasta ahora, afrontando de una vez por todas el mayor de los problemas que nos acecha en la actualidad y que pone en peligro nuestro imperio y nuestro poder. —Hizo una segunda pausa; siempre le costaba pronunciar en público el nombre de aquel miserable, su maldito sobrino nieto que seguía retándolo desde el extremo más oriental del imperio—. Sí, voy a explicaros hoy cómo acabar con Vologases. Hermano mío —continuó mirando a Mitrídates—, has combatido ferozmente a esa alimaña durante años y, si bien has conseguido mantenerla acorralada en las inmediaciones de Merv, no es menos cierto que no has podido aniquilarla ni aplastarla por completo. —Su hermano fue a hablar, pero Osroes levantó la mano—. No, no hace falta que me des explicaciones. Es evidente que Vologases ha conseguido reunir un número importante de traidores a su alrededor que lo protegen y lo fortalecen. No te he citado aquí para zaherirte, hermano mío, sino para agradecerte el trabajo duro de estos años y para anunciarte que pronto lanzaremos un gran ataque contra Vologases y contra todos y cada uno de los que lo apoyan. —Osroes paseó la mirada por los rostros de todos los nobles, como advirtiéndolos de lo que les esperaba en caso de que alguien pensara en cambiar de bando—. Pero para acabar con Vologases, antes hemos de contar con más recursos: hemos de reunir nuevas tropas de todos los reinos vasallos y, en particular, necesitamos refuerzos de uno de estos reinos más importantes: Armenia.
»Ahora bien, ¿qué ocurre? —En ese instante dejó de mirar a Mitrídates para hacer un nuevo barrido visual con la mirada por toda la gran sala, examinando con atención el rostro, una vez más, de cada uno de los nobles allí reunidos: necesitaba el consenso de todas las familias para poder ejecutar su plan, por eso los había reunido a todos—. Ocurre, amigos míos, que mi sobrino Exedares, rey de Armenia, nos niega repetidamente la asistencia en esta guerra contra Vologases. Arguye toda clase de excusas, pero pregunto yo: ¿cuántas excusas ha de soportar un Šāhān Šāh como yo? ¿Es razonable que siga humillándome ante Exedares por la necesidad que tenemos de los ricos recursos de Armenia y que conmigo nos humillemos todos, como si él y no yo fuera el rey de reyes, como si él y no nosotros fuera el que en realidad gobierna Partia y sus reinos vasallos? Yo os digo que mi paciencia ha llegado a su fin. Así que esto es lo que he decidido: Partamasiris, mi otro hermano leal, partirá mañana mismo hacia el norte al frente de mis mejores tropas para someter la insubordinación de Exedares, deponerlo como rey y situarse él en su lugar, como señor de Armenia bajo mi tutela, bajo nuestra tutela. Solucionado el problema de la rebeldía manifiesta de Exedares, Partamasiris enviará los refuerzos que necesitamos a Cesifonte desde una nueva Armenia bien controlada por nosotros. Y desde aquí, junto con mis tropas de élite, enviaremos a todos esos soldados de Armenia y a los nuestros unidos en un gran ejército, nuevo y fortalecido, hacia Oriente para que estas tropas ayuden a mi otro hermano leal, Mitrídates, a masacrar para siempre a Vologases.
Osroes calló y alargó el brazo para coger un vaso de vino de la bandeja que sostenía un esclavo situado cerca de él; el Šāhān Šāh bebió un trago, lentamente, para humedecerse la garganta y darse también tiempo para pensar y para que todos pensaran; dejó el vaso sobre la bandeja y volvió a examinar la faz de cada uno de los que lo rodeaban. Asentimientos. Todos se mostraban a favor. Al menos nadie se atrevía a disentir en público. Eso era lo que buscaba. Tenía la esperanza de que el plan pareciera bien a todo el mundo, pero entonces... Mitrídates fruncía el ceño. Algo no le parecía bien. E iba a hablar. Que lo hiciera. Era mejor saber lo que pensaban todos antes de poner en marcha una maquinaria bélica y política de aquella envergadura. Osroes asintió mirando a su hermano, invitándolo a hablar.
—¿Y Hrōm?10 —preguntó Mitrídates sucintamente—. Armenia ha estado bajo su influencia mucho tiempo. ¿No verá el emperador romano, su César, un desafío por nuestra parte si deponemos a Exedares sin consultarlo? Ya tenemos un frente de guerra abierto contra Vologases en Oriente y este plan podría abrirnos un segundo frente de guerra contra el imperator de Occidente.
—Hrōm, o Roma, como llaman ellos mismos a su imperio, no hará nada, hermano mío —respondió Osroes. Aquella duda que planteaba su hermano era la que otros podían tener y no estaba de más disiparla en público ante todos los nobles—. Nuestro otro hermano, Partamasiris, también me planteó esta cuestión cuando le propuse el plan antes de citaros aquí a todos, pero os responderé lo mismo que le dije a él —y miró hacia Partamasiris, que asintió de forma ostensible para que todos vieran su confirmación con claridad—. El emperador romano Trajano está demasiado ocupado con sus guerras de Occidente.
—Pero, hermano y rey de reyes, hemos de considerar —intervino de nuevo Mitrídates— que el emperador Trajano ha conseguido una gran victoria, o eso dicen todos los mercaderes que vienen de Occidente, contra un pueblo belicoso del norte del Danubio, contra el rey Decébalo. ¿No estará acaso el emperador romano envalentonado y más proclive a emprender alguna acción contra nosotros?
—No lo creo —se defendió Osroes—. El rebelde Exedares, de hecho, ya está en el trono de Armenia en gran medida por nuestra influencia; no consultamos entonces a Roma y Roma no hizo nada. Tú dices que el emperador romano puede estar envalentonado. Yo te digo que también puede estar cansado. ¿Acaso no lo estamos nosotros de combatir contra Vologases? Trajano luchó contra los dacios por necesidad, porque éstos atacaban sus provincias del norte. De la misma forma, nosotros hacemos lo que hacemos por necesidad: precisamos de una Armenia que coopere para poner fin a Vologases. No creo que Trajano quiera entrar en guerra con nosotros por un reino como Armenia, mucho más próximo a nosotros que a la lejana capital de los romanos. Además, ¿no estarás comparando la gran Partia con cualquiera de esos pueblos nómadas y salvajes del norte del Imperio romano? Y por encima de cualquier otra consideración, no hemos de olvidar que otros líderes romanos atacaron Partia en el pasado y el número de cadáveres de sus legionarios fue incontable. ¡Os juro por Ahura Mazda, y pongo a Zoroastro como testigo, que Roma no se moverá y si lo hace las legiones que crucen el Éufrates seguirán el mismo destino que las tropas de Craso! —Bajó la voz para hablar como quien comparte un gran secreto, una clave especial que conduce a la victoria total—. Este plan, amigos míos, es el camino: primero para subyugar a Armenia; luego, todos juntos acabaremos con Vologases. Después lo que queramos. Puede que Roma, en algún momento, intente hacer algo. No digo que no, pero para entonces seremos los más fuertes del mundo. Nadie podrá detenernos entonces. ¿Qué me decís?
Hubo un instante de silencio, pero, al momento, varios nobles empezaron a alabar al rey de reyes y a secundar en voz alta su plan, hasta que un gran clamor se apoderó de la sala.
—¡Viva nuestro Šāhān Šāh! ¡Por Osroes! ¡Por Ahura Mazda! ¡Por Zoroastro!
Osroes invitó a sus hermanos Partamasiris y Mitrídates a beber y, de esa forma, sellar aquel pacto. Mitrídates aceptó de aparente buen grado, aunque en su fuero interno pensaba que el plan tenía demasiados puntos en donde podía fallar; en particular la impredecible reacción de Roma. Sanatruces, su hijo, de eso estaba seguro Mitrídates, compartiría sus dudas, pero no estaba allí para apoyarlo, sino que se había quedado en Oriente al frente de las tropas que contenían las incursiones de Vologases. Mitrídates estaba convencido de que con Sanatruces en aquella reunión el plan de Osroes no habría sido aprobado con tanta facilidad, pero ya estaba hecho. No se podía detener.
En ese instante, la voz de Partamasiris entró en la cabeza de Mitrídates, pues el que parecía destinado a ser futuro rey de Armenia se dirigía ahora a Osroes.
—Esto quiere decir, hermano y Šāhān Šāh —dijo Partamasiris en voz baja, pero lo suficientemente audible para el entorno próximo al rey de reyes—, que la idea de casar a la pequeña Aryazate con Vologases queda completamente olvidada.
—Así es —confirmó Osroes y dio un par de sonoras palmadas. Los presentes callaron—. ¡Acércate, princesa Aryazate!
La pequeña se vio sorprendida por aquella petición inesperada de su padre.
—Ve —le dijo Rixnu al oído—. No tengas miedo. Sólo quieren verte. No te harán nada.
Aryazate se levantó, pasó por delante del resto de las princesas, por delante de Asiabatum y luego junto a los príncipes donde vio cómo Partamaspates le sonreía. Eso la animó y le dio fuerzas. La niña se detuvo frente al frente al rey de reyes del mundo.
—Aquí estoy,
[basileús basiléon]. —Ella usaba la fórmula griega de respeto para dirigirse a su padre. Muchas de las consortes del séquito del gran rey eran de origen griego y hablaban casi más griego que parto entre las mujeres.
—Date la vuelta despacio y quítate el velo del todo —dijo Osroes.
La niña se descubrió el rostro por completo. Aunque apenas llevaba un fino velo, éste ocultaba algo su faz. Tiró de él hacia arriba, de forma que quedó colgando por encima de su cabello negro y largo. Se volvió despacio. Dio toda una vuelta entera.
—Es de facciones muy suaves —dijo Partamasiris con una amplia sonrisa.
—Ciertamente era una lástima ofrecer algo tan hermoso a un salvaje como Vologases —dijo Mitrídates en un intento por dar a entender que daba por concluidas sus dudas con respecto al plan de Osroes. No era que realmente sus dudas se hubieran disipado, pero estando en franca minoría ante el apoyo general del resto de los nobles, no tenía sentido manifestarse más en contra de la decisión real y despertar sospechas en el rey de reyes.
—Eso pienso yo —confirmó Osroes sonriendo más tranquilo, sin leer entre las líneas de la sonrisa de su hermano Mitrídates la preocupación que el otro mantenía sobre su estrategia.
—Quizá, hermano y gran rey de reyes —dijo Partamasiris abriendo una boca llena de dientes podridos—, Aryazate podría ser un premio a mis esfuerzos por someter a Exedares y deponerlo del trono de Armenia.
Osroes miró a la niña y luego a Partamasiris.
—Me lo pensaré —respondió el rey de reyes. Luego se volvió a la pequeña—. Retírate. Vuelve con el resto de princesas.
Aryazate se puso de nuevo el fino velo y corrió hacia Rixnu. La niña estaba terriblemente asustada. Los dientes podridos de Partamasiris parecían aún más horrendos que la furia salvaje, pero desconocida, de aquel al que todos tanto temían y que llamaban Vologases.
Rixnu la acogió con un suave abrazo. La reina consorte miraba hacia Osroes. El
de Partia y todos los reinos que la circundaban estaba satisfecho con el apoyo de todos y estaba bebiendo mucho. Rixnu suspiró algo aliviada. Aquella noche el rey no estaría en condiciones de hacer nada. Ella dormiría tranquila. Notó que alguien temblaba a su lado y miró a la pequeña: Aryazate estaba llorando. Era la niña la que no dormiría tranquila. Rixnu la abrazó con más fuerza. La pequeña tenía motivos para su tristeza: si había alguien con quien ninguna mujer del séquito real quería estar casada era con Partamasiris.