Introducción

Muchos de mis recuerdos se han desdibujado al evocarlos, han devenido en polvo como un cristal irremediablemente herido.

Tengo que reconocer que esta primera frase es buenísima.

Del mismo modo, tengo que reconocer que no es mía sino de Pablo Neruda, un poeta y escritor genial.

De aquí en más trataré de ser el autor del libro. Hacer el esfuerzo de hilvanar mis precarias construcciones sintácticas de tal forma que el declive natural entre Neruda y yo sea lo menos inclinado posible.

Si bien no es precisamente una autobiografía –no merezco tener una–, creí necesario contar varios sucesos personales a modo de introducción. Como dijo alguien alguna vez, “de dónde vengo y a dónde voy”. (Creo que también fue Neruda).

Mi idea es hablar de música y de rock, que es hablar de nuestras vidas. Ese suceso que me cambió la vida, cuando todavía cursaba la escuela primaria, después de escuchar a los Beatles o a Almendra.

Pertenezco a una generación a la que el rock le modificaba la vida. Te definía en un lugar del universo, te brindaba una visión del mundo y una ideología doméstica. Te ubicaba de un lado de la calle, vinculado a los instrumentos musicales, las lecturas, los poetas, los ideales del hippismo, la ecología, la rebeldía contra el sistema. Quizás mi verdadera religión fue el rock.

Alguna vez Daniel Melero dijo: “Todo mi pensamiento es una consecuencia de la cultura rock”.

Siento exactamente lo mismo.

A principios de los setenta no podías transitar por el camino del rock sin embarcarte en algo levemente anormal. Hoy quizás sea apenas un estilo de música más entre miles de otros estilos; o una fantasía perdida de la mente de las personas. Quizás sea otra de las caras del sistema que nos controla y hayamos perdido la batalla inicial definitivamente. O, lo que es peor, esa batalla jamás existió y el rock fue una forma más de mantener entretenida a la juventud para que no hiciera cosas peores.

El rock, esa música vieja que ya lleva sesenta o setenta años, ya no es lo que llamaríamos una novedad. Tampoco parece ostentar, en el panorama actual de este mundo dominado por el entretenimiento frívolo, aquella fuerza revolucionaria del pasado. Como tantas otras nobles causas, el rock ha sido masticado, deglutido y digerido por el sistema.

Por decirlo de una forma elegante, nos toca ser testigos del resultado de esa digestión.

Nos cruzamos con remeras estampadas con la cara del Che Guevara, Bob Marley o Bob Esponja. En todas, el dinero va al fabricante por igual.

Con esta frase doy por finalizada mi clase de sociología.

A partir de ahora me esmeraré en escribir un libro. Espero que sea este mismo que usted está leyendo.