Ese domingo jugábamos contra Racing en el Cilindro. Habíamos llegado dos días antes de Italia, donde le habíamos ganado a Juventus y yo había hecho el gol del triunfo. Me acuerdo de que todo el mundo aplaudió. Fue impresionante. La gente de Racing estuvo muy bien, nos hizo un homenaje en el centro del campo. Nosotros entramos con las tres copas que habíamos ganado ese año: la Libertadores, la Interamericana y la Intercontinental. Sería imposible repetir ese recibimiento hoy, hay demasiada rivalidad. Pero antes se podía hacer. Esto pasó a fines de noviembre de 1973. Ese día ganamos 3 a 1. Después del partido volví a mi casa en Zárate. Hacía bastante tiempo que no iba. Había una multitud esperándome para homenajearme. Fue una de las alegrías más grandes de mi vida. Me recibió el intendente Miguel Scola, padre de Juan Scola, que jugaba en San Lorenzo y estuvo conmigo en el seleccionado juvenil que fue a Cannes. Después fuimos a mi barrio, Villa Angus, y estaba el vecindario entero reunido alrededor de mi casa. Y mucha gente de todos los barrios de Zárate, había miles. Era una locura. La emoción fue muy grande. Había tanta gente que se empezaron a subir a los techos. Y el techo de mi casa era de chapa, casi se viene abajo. Mi tía Ventura, que vivía con nosotros, lloraba en serio, angustiada:
—¡Nos van a romper la casa! —decía.
En esa casa viví desde que nací hasta el día que me vine definitivamente a la pensión de Independiente. Todavía vive allí un sobrino mío, Lucas, hijo de Hugo, mi hermano mayor. La casa está en Félix Pagola 1756. El barrio se llama así por el frigorífico Angus, que estaba a unas siete cuadras de mi casa. Ahí nomás estaba también el frigorífico Smithfield, donde trabajaba mi tía Ventura. Ya desaparecieron los dos. Era un barrio muy humilde, pero lindo, porque a todo el mundo le gustaba el fútbol. Había muchos pibes que jugaban bien. Yo habré empezado con la pelota a los seis años. Y de chiquito jugué para el Estrada, un club que estaba enfrente de mi casa. Luego pasé a Estrella del Norte, y después a Porteñito, todos equipos de baby fútbol.
Nací el 25 de enero de 1954 en la clínica de la señora Montanari, en la calle Roca 360, de Zárate. Éramos una familia numerosa: mi mamá, Antonia Delmira Gómez, que era de San Antonio de Areco; mi papá, Antonio Bochini, zarateño, y nueve hermanos, siete varones y dos mujeres. Hugo Alberto, el primero, y luego Genoveva Felisa, Néstor Jorge, yo el cuarto, Horacio Aldo, Fermín Domingo, Mónica Liliana, Dante Silvio y el más chico, Roberto Hernán. También vivía con nosotros mi tía Ventura. Para ellos siempre fui el Richard o simplemente Ricardo. Bocha me lo pusieron en Independiente, un compañero de Séptima de apellido Monzón. Menos mi familia, todo el mundo me llama así.
No éramos pobres pobres porque mi papá siempre trabajó, en la química Reysol y también como albañil, pintaba casas, tomaba changas y nos llevaba a los más grandes para ayudarlo. Yo lo ayudaba a hacer los pastones, a preparar la pintura, le alcanzaba los ladrillos. Pero no sobraba nada; no pasamos hambre, aunque tal vez alguna noche la cena fue medio floja. Todos fuimos a la escuela, la número 24 que quedaba a tres cuadras de mi casa. Los nueve fuimos a esa escuela y terminamos el primario, algunos siguieron el secundario. Yo era buen alumno, jamás tuve problemas de conducta, me gustaba matemáticas, las cuentas… Pero nunca fue mi vocación, iba a la escuela porque tenía que cumplir. A mí lo que me gustaba era el fútbol y tenía la cabeza en eso. Cuando salí de sexto grado me enfoqué directamente en el fútbol y en trabajar. Vendía diarios, era repartidor de un negocio de lanas, ayudaba a mi viejo. Salía de la escuela a las cinco de la tarde y nos poníamos a jugar con los pibes del barrio y mis hermanos, de cinco a ocho, a veces hasta las nueve. Ahora hay mil cosas, la computadora, la Play Station, otros deportes y otras salidas. Antes no, era fútbol y fútbol todo el tiempo. Cuando pusieron las luces de mercurio fue bárbaro porque se veía más y jugábamos de noche, en la calle o en el campito de enfrente de mi casa. Y se juntaba gente, venían de varias cuadras a la redonda porque decían que jugábamos bien. Había varios chicos que eran buenos, muchos no triunfaron en el fútbol por diversas causas. El único que llegó fue Flavio Zandoná, que jugó en San Lorenzo y en Vélez. Era de la edad de mi hermano Hernán. A mí me gustaba eso porque iba mucha gente a verme jugar; el público estaba pegado a la cancha y se escuchaba todo, yo sentía cuando la gente decía: «¡Qué bien juega este pibe…! ¡Cómo la mueve!». Escuchaba eso y me daba un orgullo bárbaro, quería demostrar más. Yo le doy mucho valor a eso porque lo sentían de verdad, era sincero. Todavía hoy me emociono cuando lo recuerdo.
Los siete varones jugamos al fútbol. Y seis pasamos por el club Belgrano, que es el más importante de Zárate junto con Defensores Unidos, y el de más hinchada. El club está en la misma calle de mi casa, Félix Pagola, a seis cuadras. Ahí empezó a jugar mi hermano Hugo y lo seguimos todos. Hugo era muy buen jugador, un 9 buenísimo. Se vino a probar a Racing y había quedado, ya estaba por fichar, incluso vino con mi papá para firmar, pero primero Belgrano no le daba el pase, y después, cuando aceptaron, era el último día, cerraba el libro, el que traía el papel no llegó a tiempo y se frustró. Se volvió a Zárate, se casó muy joven, tuvo un hijo, ya se puso a trabajar y se perdió para el fútbol. Era un delantero que hacía goles, cabeceaba, le pegaba bien a la pelota, muy fuerte, un jugador bárbaro. Después jugó mucho allá, en Belgrano. Podría haber estado acá, en Primera, tranquilamente. Giachello siempre decía: «Hugo podría haber triunfado sin problemas en el fútbol grande». Néstor, que falleció en un accidente de auto, y yo, jugamos con él en Belgrano. Después, Fermín estuvo en Independiente casi todas las inferiores; llegó a estar en el banco de Primera un partido amistoso, con el Pato Pastoriza como técnico; luego jugó en Cutral-Có. Fermín tenía buena técnica, pero le faltaba un poco de velocidad. Aldo jugó en Racing hasta la Tercera, era zaguero central; Dante jugó en San Miguel, El Porvenir, Defensores Unidos de Zárate, Laferrere, varios clubes del ascenso, era número 9 también, fuerte, metedor, de potencia. Y Hernán, que comenzó en Independiente y después pasó a Deportivo Armenio.
Osvaldo Brollo, directivo de Belgrano y amigo de toda la vida, siempre dice que Hugo, Dante y yo éramos los de mejores condiciones para llegar a la Primera división del fútbol argentino. Me tocó a mí nomás porque hay muchos imponderables que se cruzan en el camino y que van más allá de las aptitudes, como le sucedió a Hugo. También es preciso aceptar el esfuerzo que se debe hacer para poder triunfar. Es un gran sacrificio. Yo tuve esa voluntad para viajar desde Zárate a Avellaneda al principio, para irme solo de mi casa a los quince años y no volver más, para vivir en una pensión sin ninguna comodidad y con mala comida, para entrenar todos los días durante más de veinte años, con ganas o sin ganas… Tengo un montón de sobrinos y cuando voy a Zárate a veces me mezclo con ellos en algún picado, juegan bien, pero para llegar se necesita más que eso, hay que sacrificarse, vivir para esto. Y tener pasión por el fútbol. Yo nací y viví para el fútbol, jugaba todo el día, me cuidaba, no pensaba más que en esto. Y tenía confianza de que se me podía dar porque miraba los partidos por televisión y las cosas que veía en los jugadores consagrados yo las podía hacer. Eso a su vez me ayudaba, me animaba. Con mis hijos, Simón y Manuel, pasa lo mismo que con mis sobrinos, los dos juegan bien, pero a eso hay que agregarle el deseo, la fuerza interior.
Empecé jugando al baby fútbol en el club Estrada, pero después también en los otros dos clubes de mi barrio, el Estrella del Norte y el Porteñito. Uno estaba en una esquina y el otro, en otra. Alrededor de los once años mi hermano Hugo me llevó a Belgrano; él estaba ahí. Al principio no quería ir porque ya era una cancha con tribunas, iba bastante gente y le tenía miedo al público. Me daba vergüenza por si llegaba a jugar mal delante de la gente. No me acuerdo bien si fue a los trece o a los catorce cuando debuté en Primera en la Liga Zarateña. Fue un partido en el que íbamos perdiendo o empatando, no me acuerdo bien, y terminamos ganando 5 a 2. Hice goles, hice hacer goles en ese partido, me fue bien. Generalmente, jugaba en Sexta los sábados y por ahí el domingo jugaba otro partido en una categoría más grande.
En 1969 fuimos campeones de la Liga; era un torneo fuerte, estaban Ferroviarios, Central Buenos Aires, Maipú, Estrada, Capilla Football Club, de Capilla del Señor; Lima Football Club, de Lima; Defensores Unidos de Zárate, hasta que entró en los torneos del ascenso de la AFA, Máximo Paz, Paraná… En Máximo Paz y después en Central Buenos Aires jugaba Miguel Ángel Giachello, y me recomendó a Independiente cuando él ya estaba jugando en Avellaneda. También disputé unos partidos en la Selección de la Liga Zarateña, dos o tres.
Ese año fue el último que jugué en Belgrano: salimos campeones y me trajeron a probar a Independiente. En 2009, al cumplirse cuarenta años de esa conquista con Belgrano, se hizo una cena conmemorativa y nos entregaron una plaqueta a cada uno. Se hablaba de muchos clubes que me querían, que me estaban viendo; yo no prestaba atención a esas cosas. Según mi papá, uno de los primeros que me quiso llevar fue Villa Dálmine, de Campana, a cinco kilómetros de Zárate. Hablaron con él y, para firmar, les pidió un trabajo para él en la fábrica de Dálmine Siderca y un trabajito para mí, algo livianito que me permitiera entrenar y ganarme un sueldito. Osvaldo Brollo cuenta que ese interés de Dálmine se produjo a fines de 1970, cuando Independiente debía decidir si hacía uso de la opción. Pero Dálmine no aceptó o no llegaron a contestarle, no sé, porque quedó en la nada. Hubiera arrancado ahí, aunque igual después habría ido a otro lado.
Hace poco me dijeron que también me quiso llevar Flandria, adonde había ido a jugar un campeonato de baby con el club Estrada, pero eso nunca lo supe, conmigo no hablaron. Después me consiguieron una prueba en San Lorenzo, creo que por intermedio de un señor Rojas, de Zárate, que había jugado ahí en los años 40, que habló y nos dio una carta de recomendación. Mi papá estaba contento porque él era hincha del Ciclón y nos hizo a casi todos los hijos de San Lorenzo. Mi hermano Hugo no, él siempre fue de Boca; después Néstor, yo, Aldo, Fermín y Dante salimos de San Lorenzo; el más chico, Hernán, de River. Mi hermana Mónica estaba entre Boca e Independiente, porque ella era chiquita cuando yo empecé en Primera y agarró toda esa época; y la mayor, Genoveva, no es muy futbolera, creo que le tira Independiente por mí.
La noche que San Lorenzo salió campeón de la Libertadores fueron varios familiares míos a la cancha. Hablé con el presidente Matías Lammens y con su hermano Carlos y les conseguí entradas. Los acompañé a la cancha, entré con ellos pero no me quedé, no me parecía bien. Yo me debo a Independiente. A San Lorenzo lo empecé a ver cuando me quedé en Avellaneda, en la pensión. En Zárate, lo escuchábamos por radio. A mí me gustaba Sanfilippo, por los goles, y después los del ’68, Toti Veglio, Rendo… Ese equipo tenía buenos jugadores.
Fuimos a la primera prueba en San Lorenzo. Salimos de Zárate como a las cinco de la mañana porque había que estar temprano. Llegamos a la puerta de la cancha en la avenida La Plata y mi papá le mostró la carta al portero. Era para Diego García, el técnico de las inferiores. Nos dijo:
—Quédense a esperarlo acá, él sale por esta puerta con los pibes.
Es que entrenaban en Riestra o en una cancha cercana. Nos quedamos ahí, esperamos una hora y nada, dos horas, tres… Como al mediodía llegó un colectivo con los chicos y bajó el técnico, mi papá lo paró para preguntarle y era Diego García. Volvían de entrenar. Nos dijo que teníamos que venir otro día, la práctica había terminado. Pasó que nos habían dicho que lo esperarámos por la puerta de la avenida La Plata pero ellos salieron por Inclán. Fue un gran sacrificio ir desde Zárate para nada, a mi viejo le dio bronca y dijo:
—No venimos más.
Cuando volvimos a casa era casi de noche. Aparte de la rabia, no nos sobraba nada como para estar gastando en movilidad. Después me trajeron a Boca. Esa vez vine una semana antes a Buenos Aires y me quedé en la casa de mi tío, Horacio Gómez, hermano de mi mamá. El padrino de la mujer de él era conocido de Alberto J. Armando. Fuimos a la concesionaria de Armando en avenida La Plata y nos atendió. Nos dio una carta firmada por él, dirigida a José D’Amico. Y de ahí a La Candela con mi tío. D’Amico me derivó a un señor Campos, que me probó con la Octava; yo tenía quince años. Me hizo jugar quince o veinte minutos. Ni la toqué, o la toqué una vez, pero no porque jugué mal, no jugué ni bien ni mal, se dio así, no me vino juego. Luego Campos nos dijo que podía ir de nuevo, pero que la próxima vez debía rendir un ciento por ciento más para quedar, que no tenía mucho físico. Me dio la impresión de que le daba demasiada importancia a lo físico, había muchos grandotes, yo era muy chico para jugar ahí. Fui esa sola vez y no fui más.
Y la tercera fue Independiente. Ahí fue todo distinto, mejor. Giachello, que era zarateño y había jugado con mi hermano, ya estaba en Primera y habló con gente del fútbol amateur para probarme. Fui acompañado por Osvaldo Brollo, que entonces era vicepresidente del club Belgrano y amigo de mi hermano y de mi familia, y con Juan Henricot, mi técnico en Zárate. Nito Veiga era el encargado de todas las inferiores y antes había estado dirigiendo en Racing. Al parecer, en ese momento Ataúlfo Sánchez, arquero racinguista que también era zarateño, le habló de mí. Pero yo fui por Giachello a Independiente, él vino al club Belgrano a avisarme que me iban a probar. También un representante de Independiente en mi ciudad, un señor del que no recuerdo el nombre, era taxista; tenía muchos de esos representantes el club en el interior.
La práctica fue en el Ateneo de Sarandí; era una cancha bastante chica, toda pelada, de tierra, allí jugaban las inferiores. Independiente no tenía otros predios, como ahora. Nito me probó bien, me miró con detenimiento, vio que gambeteaba, hice un par de jugadas buenas, me hizo patear un penal. Él se fijaba en la habilidad. Me dejó una media hora y habló con Brollo y con Henricot. A mí no me dijo nada, pero a ellos les avisó que tenía que volver para jugar un partido dos semanas después. Me puso en un preliminar de Primera; ese día Independiente enfrentaba a San Martín de Tucumán en cancha de Racing por el Campeonato Nacional, porque la nuestra la estaban remodelando. Jugamos contra un equipo de La Plata, un combinado con pibes grandes, de Cuarta, Tercera, y jugué muy bien. Eso resultó definitorio. Fue a fines del ’69, en noviembre, se estaba jugando el Campeonato Nacional.
El 30 de noviembre de 1969, en cancha de Racing, Independiente venció 7 a 1 a San Martín de Tucumán. En el preliminar, Bochini jugó por primera vez para Independiente sin estar fichado, aunque se trataba de un cotejo amistoso.
Dijeron que me iban a fichar para enero, febrero, que era la época de los fichajes, pero pasó enero y nada… Llegó febrero y no me llamaban, no me llamaban… Pensé que ya no se hacía, hasta que un día llegó una carta o llamaron, no sé bien cómo era en ese tiempo, y arreglaron con Belgrano de Zárate. Me dieron a préstamo por un año con una opción de compra de 400.000 pesos, que no era una fortuna, pero era una platita importante por un chico de Séptima. Y más para Belgrano.
Belgrano aceptó. Empecé a jugar en Séptima. Viajaba dos veces para entrenar en la semana, martes y jueves, y los sábados jugaba. Para llegar acá a las dos y media, tres de la tarde, me levantaba a las cinco, seis de la mañana, tomaba dos colectivos para ir desde mi casa a la estación de Zárate; de ahí el tren a Retiro, que tardaba como dos horas y pico; en Retiro comía un sándwich y seguía, en subte a Constitución y de ahí en colectivo hasta Sarandí. Jugábamos en el Ateneo. En total, tardaba como cuatro o cinco horas, dependiendo de las esperas. Muchas veces viajaba junto con Juan Scola, que iba a San Lorenzo.
Al principio, Independiente no me daba nada, los amigos del barrio juntaban entre todos algunos pesos y me ayudaban para pagar los boletos. A veces me colaba en el tren para que me alcanzara para un sándwich. Después el club me empezó a dar un pequeño viático, pero luego hubo un momento en que dejaron de dármelo y mi viejo no tenía plata para mandarme, así que dejé de ir. Habré estado como dos meses sin ir a practicar ni a jugar. Entonces apareció por mi casa un hombre que se llamaba Zobra, era del fútbol amateur, y me fue a buscar. Dijo que me iban a pagar de nuevo los viáticos, entonces volví.
Ese año anduvimos bien con la Séptima, Ricardo Ruiz Moreno era el 9 y yo el 10, y entre los dos hicimos como cincuenta goles y salimos subcampeones. Llegamos a la final con San Lorenzo, que tenía muy buen equipo. Nos ganaron 1 a 0 en la primera final, en cancha de Lanús, un mediodía de diciembre que hacía como cuarenta grados de calor. Y en la revancha también perdimos, 2 a 1 o 3 a 1 en cancha de Huracán, en la grande. Mi primer técnico, ahí en la Séptima, fue Ernesto Díaz. El coordinador general de las inferiores era Fernando Bello, el famoso arquero de los años 30, que era de Pergamino.
Me acuerdo de que ese primer año salió en El Gráfico una notita chiquita, con una foto mía y arriba decía: «RECUÉRDELO». Ahí Bello hablaba de mí, que era la mayor promesa de las inferiores del club y analizaba cómo jugaba, que era habilidoso e inteligente y llegaba al gol.
Diez meses después de haber ido a probarse, el 3 de noviembre de 1970, apareció en la revista El Gráfico un recuadro con el mencionado título «RECUÉRDELO», con una foto suya, sus datos y la siguiente leyenda: «En la opinión del técnico Fernando Bello: Gran futuro. Habilidoso, cerebral, goleador. Gran capacidad para jugar sin pelota. Arranca de atrás y llega con potencia para definir. Le pega con las dos piernas. Le falta continuidad y confianza para buscar el juego aéreo». Entre los datos consignados dice: Ídolo, Pelé.
Fue un año de mucho sacrificio por los viajes. Y sucedió lo mismo: volví a mi casa y no sabía qué iba a pasar conmigo. Hubo algunos tironeos, pero al final Independiente hizo uso de la opción y compró mi pase. Fueron siete cuotas de 50.000 pesos, y la octava la pagó con botines y pelotas. Ahí me vine de Zárate sin saber que sería para siempre: quedé en la pensión del club.
Es increíble, la pensión estaba debajo de la tribuna, justo en el medio de esa tribuna que ahora lleva mi nombre y que da también a la calle Bochini. En aquel momento jamás hubiera imaginado que le iban a poner mi nombre. Todavía me parece increíble. En la pensión estaba con Ruiz Moreno, que era de Hasenkamp, Entre Ríos; Osvaldo Carrica, de Magdala, provincia de Buenos Aires; Hugo Saggioratto, de Arequito, Santa Fe; el Negro Rubén Galván, de Formosa; Oscar Dobboletta, de Carcarañá; José María, un 8 que era chaqueño; el zaguero Hugo Abdala, tucumano; Rubén González, un wing izquierdo al que le decían Visera porque se peinaba con un jopo bárbaro, también formoseño; Cacho Giménez, de Carhué; Carlitos Gay, de Etruria, Córdoba; Manolo Silva, de Chivilcoy, que murió muy joven, pobre; Daniel Bravo, Humberto Bravo y Pichoco Pérez, los tres santiagueños de Añatuya; Luis Bergonzi, de Ascensión, provincia de Buenos Aires; Luis Olivera, un 8 santafesino; Carlos Pérez, arquero de Campana; el Gato Franco, un 9 de Spegazzini que falleció muy joven también. Después vinieron de San Nicolás, el arquero Esteban Pogany y un lateral derecho llamado Daniel Alejandro. Éramos de distintas divisiones, pero vivíamos ahí, unos debajo de la tribuna y otros arriba del edificio de la pileta, pero estábamos siempre juntos y comíamos todos en el cuarto piso de la sede, con la abuela Felisa, que nos hacía la comida; ella era la madre de Jorge Touriño, durante muchos años utilero de la Primera. Otras veces comíamos en la confitería que estaba debajo de la tribuna local, donde hacían unas milanesas y ravioles buenísimos. Fue una época muy linda, inolvidable, con mucha ilusión para todos. No teníamos nada, pero estábamos llenos de sueños. De ahí son algunos de mis mejores amigos, como Carrica y Saggioratto, con quienes estamos siempre juntos. La mayoría llegó a Primera, algunos con más éxito que otros. Cuando uno triunfaba, los otros se alegraban.
Me acuerdo de que en el ’72, Saggioratto, Galván y Rubén González viajaron con la Primera a Holanda para enfrentar al Ajax por la Copa Intercontinental y cuando volvieron nos contaban lo lindo que era Holanda y otros países en los que habían estado de gira. Nosotros habíamos visto la final por televisión. El Turco Abdala había ido a Cannes con la Selección Juvenil y también nos decía que Francia era espectacular. Yo pensaba qué lindo sería estar ahí, y resultó que al año siguiente me tocó a mí ir con el Juvenil. Y a fin de año fui a Italia para jugar la Intercontinental. Extrañábamos a la familia, pero la pasábamos bárbaro en la pensión y cada quince o veinte días iba a mi casa en Zárate.
El Turco Abdala, Saggioratto y Doboletta eran los más jodones. Con nosotros, en la pensión, vivía Claudio D’Ascanio, el preparador físico, que nos cuidaba; muy buen tipo, excelente, estaba en todo, ojalá siempre haya gente así con los chicos. Él era de Carcarañá. Yo hice un poco de presión al principio para quedarme en la pensión porque venir tres o cuatro veces por semana desde Zárate era demasiado sacrificio y porque quería estar más cerca de todo, podía entrenar más días, mejor. Al poquito tiempo de quedarme se hizo una gira por Entre Ríos; viajó una especie de selectivo, y como yo estaba ahí, me llevaron, jugamos en Hasenkamp —el pueblo de Ruiz Moreno—, en Federal y en Santa Elena. Ahí me fue bárbaro, hice varios goles y fue un empujón para mí. Ya entrenaba todos los días. Tenía diecisiete años.
Estando en la pensión, entré a trabajar en una curtiembre en Valentín Alsina, en la que trabajaba el Cholo Otero, presidente de la Subcomisión de Fútbol Amateur y padre de Palito Otero, un 3 que llegó a jugar algunos partidos en Primera. Él me llevó ahí. Estuve un año en la curtiembre, no ganaba mucho, pero me servía para tener unos pesos y llevar algo a mi casa en Zárate. Era un sacrificio, yo vivía en la cancha, me tenía que levantar muy temprano, caminaba unas siete u ocho cuadras hasta la avenida Pavón, tomaba el colectivo y cuando bajaba, otra vez a caminar. Mi horario era de ocho a doce; después volvía al club a entrenar. Pero en lo único que pensaba era en jugar. Después de eso no tuve que trabajar más porque enseguida me llegó la Primera. Pero no era como ahora, que un pibe entra en la Octava y ya tiene representante, que le paga un sueldito, le consigue la ropa, a los más grandecitos hasta les compran un auto, les buscan trabajo a los padres.
Ese primer año mío en la pensión, 1971, lo pasé en la Sexta. No hicimos buena campaña, pero yo alcancé a jugar un partido de Tercera contra Boca en La Bombonera. Seguíamos juntos con Ruiz Moreno, que llegó a la Primera también. A él después le fue muy bien en Colombia, en el Deportivo Cali.
En el ’72 arranqué jugando en Tercera con edad de Quinta. Por esa época jugué dos preliminares en los que me fue muy bien, con las canchas llenas. Y la gente empezó a hablar. Uno fue la noche contra el Ajax, cuando Independiente lo enfrentó por la Copa Intercontinental; en la previa jugamos contra un equipo de Lanús o Valentín Alsina, hicimos cinco o seis goles y yo marqué como cuatro. A raíz de eso me empezó a nombrar la gente, a tenerme en cuenta. El otro fue en la final del Nacional ’72 entre River y San Lorenzo, que ganó este último 1 a 0 con gol de Luciano Figueroa. Fue en cancha de Vélez, estaba repleta desde tres horas antes y la gente vio entero nuestro partido, que fue de preliminar. Fue con la Selección Juvenil que se preparaba para Cannes. Nos dirigía Miguel Ignomiriello, un gran técnico. En ese Juvenil nos conocimos con Bertoni y formamos una buena dupla. Fue nuestro primer partido juntos. Enfrentamos a un combinado y ganamos 5 a 2. Hicimos cosas lindas. Bertoni hizo tres goles y yo dos.
Entre medio de esos dos partidos, debuté en Primera. Había jugado un sábado contra Estudiantes en Quinta y me sacaron en el primer tiempo. Me extrañó porque estaba jugando bien y había hecho dos goles. No sé si era porque ya tenían decidido llevarme a la Primera al día siguiente. No me dijeron nada. La cuestión es que a la tarde bajé de la pensión y pasé por el vestuario de Primera, que estaba al lado, por pasar nomás. Vi los nombres de los concentrados en el pizarrón y yo estaba entre los dieciséis. Me sorprendió. Yo pensaba que iba a llegar, pero no tan rápido. Así que a la nochecita me tomé el colectivo y fui para el Constitución Palace, el hotel donde se concentraba antes de los partidos. Pedro Dellacha era el técnico; él ni me habló, nadie me avisó nada, me enteré por el pizarrón. El técnico de la Quinta era Pipo Ferreiro, que me conocía mucho y tenía fuerte influencia en Independiente, en todo. Seguramente él debe haberme recomendado a Dellacha. Aparte, se habían ido cinco jugadores de Independiente a la Minicopa de Brasil con la Selección: Santoro, Pastoriza, Raimondo, Semenewicz y Miguel Ángel López. Y unos días después lo convocaron también a Pavoni para jugar por Uruguay.
Al día siguiente jugamos contra River; fui al banco y entré veinte minutos. Jugué por Saggioratto. Perdimos 1 a 0 con gol de Jota Jota López. Lo único que recuerdo es que en la primera pelota que toqué le metí un túnel a Daniel Onega. Me hubiese gustado hacer el gol del empate aunque sea, para que fuera una tarde completa.
Esa tarde en el Monumental arbitró Oscar Veiró y las alineaciones fueron las siguientes:
River Plate 1: José Perico Pérez; Pablo Zuccarini, René Daulte, César Larraignée y Osvaldo Pérez; Juan José López, Reinaldo Merlo y Norberto Alonso; Joaquín Martínez, Aníbal Cibeyra (Néstor Scotta) y Jorge Ghiso (Víctor Marchetti). DT: Osvaldo Diez.
Independiente 0: Carlos Gay; Eduardo Commisso, Francisco Sá, Luis Garisto y Ricardo Pavoni*; Víctor Palomba (Andrés Bertolotti), Antonio Moreyra y Hugo Saggioratto (Ricardo Bochini); Agustín Balbuena, Manuel Magán y Rubén González. DT: Pedro Dellacha.
* Expulsado (73’).
Gol: 61’ Juan José López.
Eso fue el 25 de junio de 1972, tenía dieciocho años. En mi casa ni sabían, por eso nadie vino a verme. Porque me enteré a última hora y porque en esa época ni teléfono había como para avisar. Además, no sabía si iba a entrar, sólo que iba de suplente. Me extrañó haber debutado tan rápido. Si en febrero del año anterior había llegado para quedarme en la pensión y jugar en la Sexta… Yo imaginaba alcanzar la Primera a los veintiuno o veintidós años. Porque antes todos los equipos eran muy buenos y los jugadores se quedaban muchos años acá; no se iban todos al exterior como ahora. Era más difícil entrar. Una muestra basta: debuté contra River ese año ’72 y el mediocampo de ellos era Jota Jota López, Merlo y Alonso. En enero del ’79 jugamos la final del Nacional ’78 contra River y la línea media de ellos seguía siendo Jota Jota, Merlo y Alonso, aunque en el medio el Beto estuvo un año afuera; pero después incluso siguieron juntos dos o tres años más. Así era.
Después de ese partido con River jugué otro más contra Estudiantes a las dos semanas y volví a la Quinta. En Tercera División jugué muy poco, fui de Quinta a Primera. Enseguida se fue Dellacha y asumió Pipo Ferreiro en su lugar. Y ahí ya me llevó al plantel profesional directamente. Disputé algunos partidos en el Metropolitano, aunque no era titular; por ahí entraba en los segundos tiempos. Me daban el número 16. En 1972 jugaba Saggioratto en mi puesto, a veces Semenewicz, y en 1973 Héctor Jesús Martínez, que había venido de Newell’s. Después sí, Ferreiro me puso de titular en otros partidos en el Nacional.
En esa época Independiente participaba en casi todas las Libertadores, y como los titulares estaban metidos en la Copa, los jóvenes teníamos más oportunidades de entrar. Pipo fue importante en el comienzo de mi carrera. En ese año ’72 terminé jugando de titular varios partidos y en otros entraba de cambio, pero ya estaba ahí arriba. Justamente en uno de estos, contra Racing en cancha de Boca, marqué mi primer gol en Primera División, a Fillol. Entré por Magán en el segundo tiempo y a los tres minutos convertí. Fue el 19 de noviembre del ’72. Esas cosas ayudan para que a uno lo tengan en cuenta.
En 1973 Ferreiro volvió a las inferiores y contrataron a Humberto Maschio como técnico. Pero yo ya estaba en el plantel superior. Cuando quedé en Primera y alternaba con los titulares, empezaron a venir mis hermanos y algunos amigos de Zárate a verme jugar. Venían Hugo, Fermín, Mónica, Osvaldo Brollo, Melchor Búa, Mario Pagotto, Juan Montero, Guillermo Sokol, gente del club Belgrano… Una sola vez vinieron mi mamá y mi papá a verme y se suspendió el partido, por lluvia. Increíble. Fue un domingo, contra Racing… Después, cuando me hicieron el partido de la despedida vino mi mamá; mi viejo ya había fallecido. Nunca me pudo ver en una cancha. Mi papá se ponía contento por mí, pero era de hablar poco. A mí no me dijo nunca nada sobre qué hacer o no hacer, no se metía. Se juntaba con la gente del barrio, con sus amigos del club Estrada. Le gustaba mucho ayudar, tenía conciencia social; en los días del niño, cuando ya estaba en Primera, yo le llevaba juguetes y él los repartía en los barrios pobres. Hacía obras de ese tipo.