PRÓLOGO

En la tarde del dos de Agosto de 1971, Pedro se encontraba a primera hora de la tarde, cómodamente sentado en la terraza que remataba la torre del chalet que poseía en Guardamar del Segura, a orillas del Mediterráneo. Estaba construido sobre la playa de finas y doradas arenas, abierta y extensa, de la llamada “costa blanca” española.

Frente a él, a unos ocho o diez metros, se extendía el mar, tranquilo aquel día, de un azul intenso y brillante. A su espalda se extendía un inmenso pinar que, alternándose con palmeral, cubría unas onduladas dunas ocupando una dilatada superficie de terreno. Una fresca brisa atemperaba los ardientes rayos del sol, y producía un adormecedor murmullo al agitar las ramas de los pinos, que unían su suave rumor al de las mansas olas.

Pedro, sumido en la laxitud de una especie de modorra, que contribuía a acentuar una tenue bruma que se alzaba sobre el mar difuminando el horizonte, sentía la impresión de que su espíritu, desligado del cuerpo, vagaba libremente por el pasado. Su mirada, perdida en el ensueño, veía desfilar como en una película, todos los acontecimientos de su vida. Y los veía con tal consistencia y continuidad, que cuando salió de su ensimismamiento, ya había cerrado la noche. La bóveda celeste estaba tachonada de estrellas, y una plateada luna en cuarto creciente rielaba en el mar.

Al volver a la realidad, Pedro tomó una decisión: sus recuerdos no debían perderse. Tenían en su opinión gran interés humano, puesto que le tocó vivir de cerca, e incluso a veces protagonizar, hechos trascendentales y llamativos, en la agitada vida nacional de su época. Plasmaría sus memorias en una narración que pudiera conservarse.

Y perezosamente, se levantó, abandonando la terraza con un nostálgico suspiro. Bajó los dos tramos de escalera de caracol que le separaban de la planta baja, y cruzando el desierto estar-comedor salió al porche. En él encontró a su hija, que se disponía a llamar a los niños que jugaban en la arena, para que vinieran a cenar.

“Se estaba bien arriba ¿eh?. Te has pasado allí toda la tarde” -le dijo Mary, sonriéndole.

“Desde luego. Y ¿a que no imaginas lo que he estado haciendo?”

“¿Qué?”

“Un viaje al pasado. Y me ha parecido tan interesante, que he decidido escribir mis memorias para compartirlas con vosotros. Desde mi jubilación tengo tiempo libre, algo de lo que apenas he podido disponer antes, así que podré hacerlo.

Pero como ya tengo setenta y un años, y según mi personal experiencia, de los setenta a los ochenta la mayoría de la gente “desfila”, he pensado escribir “a vuela pluma”, dejando para el final pasar a limpio, corregir, dar forma etc. Así, si yo no pudiera terminar “las memorias”, porque el Señor me llamase antes, podrías encargarte tú de hacerlo. ¿Qué te parece?”

“Una idea magnífica. Y en lo que de mí dependa, lo haré lo mejor que pueda”

Y así nació esta historia.

IMAGEN%202.jpg

Pedro murió en 1975, yendo en su relato por el año 28. Hasta ese tiempo, pues, tuve material abundante para escribir; pero, a partir de ahí, tuve que recurrir a mis recuerdos y a su hoja de servicios, para poder, en cumplimiento de mi promesa y mi deseo, transcribir su biografía fielmente, tratando de hacerle justicia; porque mi padre era “mi héroe”.

Últimamente he pensado (ya no soy más que una vieja de ochenta y tres años, paralítica), que esta verídica historia podría interesar a muchas personas, como novela de amor y de aventuras, y parte de la historia de España; y por ello hago esta “autopublicación”.

Pero como los personajes y los hechos no son imaginarios, para evitar la improbable casualidad, de que este libro cayera en manos de algún descendiente que pudiera sentirse implicado, los nombres de ciertos personajes están elípticos o disfrazados; conservando, por ejemplo, la inicial; como es el caso de los apellidos del propio protagonista. Y una vez hecho este conveniente inciso, comienza el relato.