“Quisiera que hicieran mi biografía sólo después de que me muera”, dice Luis Alberto Spinetta. “Me gustaría, en cambio, mostrar en un libro todas las facetas: el pasado, el presente y también el vuelo hacia el futuro.”
Este libro, ante todo, es una cronología y un análisis de la historia artística de uno de los más talentosos y más extraños músicos argentinos de las últimas décadas. Por momentos ha sido, casi, una suerte de cacería. Spinetta, no hay que olvidarlo, es un ávido lector de Castaneda (quien recomendaba “borrar la historia personal”), de tan flaco parece intangible, y ha declarado más de una vez que bajo el escenario “quisiera ser el hombre invisible”. Este “hombre invisible” parece ser el mismo que canta, con extrañeza, “¿qué razón de ser me habrá puesto piel en la inmensidad?” en el tema “Ah, basta de pensar”, pero, pese a sus esfuerzos, ha dejado impresas sus huellas en más de trescientas canciones, algunas de ellas bellísimas. Este libro también se ha centrado, por supuesto, en varias de esas composiciones.
Las charlas con Luis Alberto Spinetta se desarrollaron entre septiembre y noviembre de 1988, en su departamento del barrio de Belgrano. La primera entrevista tuvo lugar el 9 de septiembre, día que fue bautizado por la prensa como “el viernes negro”: en Plaza de Mayo, la policía reprimió con palos y gases a los manifestantes reunidos para un acto de la CGT. Mientras tanto, su mujer, Patricia, seguía por televisión un partido de Gabriela Sabatini, y los tres hijos de la pareja (Dante, Catarina y Valentino) se apiñaban para leer un reportaje que les hicieron en el diario Clarín a propósito de la canción “El mono tremendo”, cuya letra escribieron con otros tres amigos de su edad. La canción integra el disco Téster de violencia de “papá” Luis, que entonces acababa de salir.
—¿Te gustaría que tus hijos fueran músicos? —le pregunto, sin que escuchen los pibes.
—¿Por qué no? —responde—. Me gustaría que fueran lo que tienen que ser. Si alguno quiere ser boxeador, que lo sea. Pero si de todas las cosas que hay para elegir alguno decidiera ser músico, sería doblemente lindo. Creo que los tres tienen un gran oído. Hacen música con la boca, bailan y cantan, pero hasta el momento, con todos los instrumentos y todas las cosas que tienen alrededor, no han desarrollado la necesidad de ser músicos.
Luego, durante una de las tantas entrevistas realizadas, el padre de Spinetta (Luis Santiago) confesará que fue cantante amateur y que el abuelo materno de Luis, Antolín Ramírez (la madre de Spinetta se llama Julia Ramírez), integraba la banda musical de su pueblo natal, en España. Claro que las tradiciones cambian: “Las nuevas generaciones pueden cantar sin ser músicos —sostiene Luis—. Hoy, la música es un don sensorial. La velocidad de la información y la velocidad para asimilar esta información es cada vez mayor. Tan solo un poco de esa data alcanza y fijate que muchos de los conjuntos más modernos hacen música sin ser músicos. Creo que el arte moderno va hacia una descaracterización del individuo y la toma de conciencia de una posibilidad colectiva. Va a llegar el momento en que el asombro de una obra de arte será creado por no artistas. La música, el arte en general, está pasando de mano de los académicos y privilegiados a la gente, al pueblo”.
—Durante estas charlas intentaremos repasar y reflexionar sobre tu trayectoria artística. ¿Cómo ves ahora, en retrospectiva, tu obra?
—Creo que mi carrera fue siempre muy desviada y pienso que, en definitiva, la desviación es el curso aleatorio de la naturaleza, es lo que imprime la mutación genética y el movimiento de las grandes significaciones. La desviación genera los saltos cualitativos. Toda la aparente concordia está establecida en base a innumerables desviaciones que han producido los movimientos de las cosas.
Spinetta se distiende y se alarga hasta límites imposibles, como un elástico. Abre los ojos y habla a velocidades cambiantes; por momentos toma ímpetu y se desboca; por otros bosteza, se pregunta ¿a quién le interesa todo esto?” o lanza diversas exclamaciones: “¡Sos un bambi!”;(1) “¡Berti, me tenés podrido!”. En otra oportunidad también pregunta: “¿Por qué querés hacer este libro? Quiero decir, ¿vos sos fana de Spinetta?”.
—Sí —digo, aunque nunca soporté la palabra fanático. Enseguida recuerdo la primera vez que escuché su música. Entonces tendría poco más de trece años y “no entendí” ciertas letras. Alguien me dijo: “No importa, el Flaco te va a empezar a gustar más cuando cumplas los 18”. De a poco fui comprendiendo y antes de cumplir la edad que me permitía ver las películas prohibidas ya era todo un admirador. Hoy creo que las letras de Spinetta —como dijo alguna vez Charly García— son atípicas por su alto nivel poético, no sólo para el rock en castellano sino a nivel mundial. También por eso está aquí este libro. Porque durante mucho tiempo, hasta que algún canal de tv lo incluyera en un sobrio ciclo de poesía o hasta que el escritor Martini Real lo incorporase a una antología de poetas contemporáneos, el talento de Spinetta había permanecido relegado a un ghetto marginal por aquellos que no querían o no podían prestarle atención.
El autor de este libro, claro está, se ha tomado ciertas libertades que no hacen sino confirmar su obvia tiranía: se ha priorizado la poesía sobre la música; se han citado diarios de gran tirada así como publicaciones extrañamente tomadas en cuenta como las primeras revistas “beat” del país (Pinap, Cronopios, etc.) o las revistas subterráneas que marcaron una época en los años finales de la última dictadura; se han llevado a cabo otros reportajes a allegados a Spinetta, como Emilio del Guercio, Rodolfo García, “Machi” Rufino, David Lebón, o su padre, pero todos de manera individual, por lo cual si el lector contempla la posibilidad de imaginar en algún pasaje una hipotética mesa redonda entre los ex Almendra, puede ya mismo borrar esa idea de su cabeza. Todas las preguntas que no se hicieron en este libro, todas las canciones de las que no se ha hablado, todos los músicos que tocaron con Spinetta y no fueron entrevistados para la ocasión tienen a su disposición —de más está decir— el libro de quejas de la casa.
1. Bambi: “Dícese de las personas insistentes y caprichosas” (Spinetta, Luis Alberto).