UN PORTENTOSO EJEMPLO

Alejandra Pizarnik no llegaba a los dieciocho años cuando, en marzo de 1954, llegó a sus manos una segunda edición de Ulises, el libro de James Joyce que José Salas Subirat había traducido para Santiago Rueda casi una década antes. La adolescente se arrojó sobre sus páginas con el furor de una poeta en consumación. Con caligrafía casi escolar y tinta morada (o roja, que el tiempo decoloró), en un ejemplar que hoy se encuentra en la Biblioteca Nacional, marcó obsesivamente palabras y frases, celebró las ocurrencias joyceanas, intervino el texto, se enamoró de algunos pasajes, discutió con otros, se burló, consignó el significado de palabras —“ineluctable”— que su adolescencia desconocía. Un año después, en su primera obra, La tierra más ajena, volcó esa pasión en “Dédalus Joyce”: “Hombre de ojos anti-miopes exploradores de infinidad. Hombre de rostro en sombra y cuerpo genio abstracto. Hombre sin miedo de pluma en mano ni de ojos en ser ni sonrisa suprema. Hombre dios llegaste solo de infinitudes asombrofantasmales ornado de lágrimas de superioridad vergonzante. Hombre destructor de tabúes y cielos estrellados”.

A medio siglo del momento en que Pizarnik rubricó su ejemplar de Rueda, Juan José Saer, un año menor que ella, publicó en el diario El País un artículo que luego incluiría en el volumen Trabajos, “El destino en español del Ulises. Era un artículo especialmente concebido para recordar a Salas Subirat, a quien el escritor juzgaba caído en un injusto olvido. Contaba allí una anécdota ya célebre, que fechaba en 1967, en la que un fervoroso joven aspirante a escritor (¿el propio Saer?) se sintió en la obligación de salir al cruce del eminente Jorge Luis Borges cuando este despreció aquella versión de Ulises. “Su traducción era muy mala”, dijo Borges entre risas. “Puede ser, pero si es así, entonces el señor Salas Subirat es el más grande escritor de lengua española.”

José Salas Subirat murió no tanto tiempo después de aquella anécdota, el 29 de mayo de 1975. Lo hizo rodeado de una indiferencia casi completa por parte del mundo intelectual, indiferencia que ofició de preámbulo al desconocimiento y relativo olvido que acompaña su nombre. Apenas La Nación y La Prensa le dedicaron escuetas notas necrológicas, con algunas elogiosas palabras de ocasión y algún equívoco. Clarín, La Razón, La Opinión no registraron el suceso. Nadie, fuera de su familia, lo conmemoró en avisos fúnebres. Fue enterrado en el cementerio de Florida al día siguiente, mientras el país se enteraba de que Isabel había elegido a Rodrigo como futuro ministro de Economía y que la Triple A había prometido una tregua de noventa días.

¿No había sido Salas, por el solo hecho de afrontar Ulises, uno de los más osados traductores del castellano? ¿Su versión, la única disponible por entonces, no había abierto una incontable cantidad de procedimientos literarios a más de una generación de escritores, como se preocupaba en dejar en claro Saer, como confirmaba Pizarnik? ¿Por qué, entonces, ese silencio y este olvido?

Más llamativa que inexplicable, la indiferencia hace que reconstruir los primeros pasos de Salas Subirat se parezca a tratar de completar la imagen de un rompecabezas del que se tienen apenas unas piezas aisladas. Lo máximo que se puede trazar desde su nacimiento hasta 1923 son bosquejos a partir de información dispersa y contextual, suposiciones solo verosímiles. Hay en realidad pocas fuentes biográficas: aquellas dos necrológicas de 1975, una pequeña entrada en el diccionario Personalidades de la Argentina publicado por Veritas en 1948, una sintética y poco precisa autobiografía en un libro de los años 20, una nota escrita por Jorge Jinkis en 1981 para la revista Sitio (que muestra ciertos desajustes en relación con las demás, quizás derivados de una fuente oral original que treinta años después, como se puede esperar, el autor no logra recordar), alguna declaración de prensa del propio Salas y un artículo en el diario Noticias gráficas del 9 de febrero de 1954.

Solo el último se ocupa con algún detalle de sus primeros años de vida. Está ilustrado con un retrato fotográfico circular, ubicado al centro de la página, que muestra a un hombre maduro con un rostro de formas redondeadas en las mejillas y la barbilla, en los ojos, en el arco de las cejas, en las bolsas de los párpados. La frente amplia anticipa una cabellera oscura, profusa, algo ingobernable. La nariz prominente se inclina hacia la boca, que está contraída en un gesto incómodo, como si estuviera a punto de pronunciar una palabra al fotógrafo. La mirada, dubitativa, también sugiere haber sido sorprendido en la instantánea.

El conjunto transmite cierta intranquilidad. Es, en fin, una foto extraña para el epígrafe que lo acompaña: “José Salas Subirat, que puede ser presentado como ejemplo de lo que puede la voluntad para sobreponerse a todas las vicisitudes de la vida”. Una foto extraña para alguien que por entonces, sin empacho, solía mostrarse como un hombre seguro de que sus logros habían sido producto de su propio esfuerzo y amor propio.

Tenía 53 años, dos hijos, una nieta, era un empleado prestigioso de una de las firmas más emblemáticas del mercado asegurador argentino, había traducido un libro juzgado casi intraducible, viajaba por el país dictando conferencias y canalizaba de manera peculiar sus dotes literarias en libros de seguros y de “superación personal”. El título de la nota era tan o más hiperbólico que el epígrafe: “Es un portentoso ejemplo de voluntad y de trabajo el del escritor Salas Subirat, al que se debe un gran libro sobre seguros”.

El artículo está firmado por “E. Díaz Bustamante”. Probablemente, se trata de un error tipográfico por “F. Díaz Bustamante”, el seudónimo que utilizaba para sus artículos de prensa el poeta José Ananía, conocido sobre todo por su otro seudónimo, José Portogalo. Como le explicó Portogalo a José Pedroni en una carta de enero de 1953, estaba publicando en Noticias gráficas “una serie de notas sobre artistas argentinos de origen humilde, obrero o popular, que hayan tenido una infancia o una adolescencia muy trabajada y que, a pesar de todas las vicisitudes, angustias y dolores sufridos en su vida, han logrado darnos un mensaje de amor, solidaridad y arte cumplidos”.

Uno de ellos fue Salas Subirat.