Capítulo 1
De Ramos Mejía a Plaza de Mayo

 

 

Horacio Verbitsky nació el 11 de febrero de 1942 en Ramos Mejía. Es hijo de Bernardo Verbitsky, escritor y periodista, y de Jana Guinda Altschuler, una de las primeras ingenieras de la Argentina. Horacio se reconoce peronista desde los 13 años. Su epifanía fueron los bombardeos a Plaza de Mayo en el primer intento de golpe contra el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, en junio de 1955. Así lo relata Verbitsky en Herencias de la inmigración judía en la Argentina, una obra de Roxana Levinsky sobre cincuenta “judíos notables” de la Argentina:

 

Cuando yo nací, mis padres vivían en Ramos Mejía, éramos pobres como ratas, vivíamos en lo que entonces era un pueblo de provincia de Buenos Aires y hoy es un suburbio pegado a la Capital. La vivienda daba a una calle de tierra […]. A mis diez años nos mudamos a otra casa en el mismo pueblo, que ellos pudieron construir con un crédito del Banco Hipotecario y que diseñó mi madre, que es ingeniera. La primera noche que pasamos en esa casa fue la noche en que murió Eva, el 26 de julio de 1952, y por eso la recuerdo. Sólo estábamos mi padre y yo; mamá y mi hermana vendrían al otro día, y había únicamente una bombita de luz, gracias al cable de un vecino. Sumado a esto, la noticia de la muerte de Evita en ese momento me dejó una impresión fuerte.

 

Los Verbitsky llegaron en 1907 desde Ucrania, con Bernardo en la panza de su madre. Los Altschule llegaron cinco años después, y Jana nació al año siguiente.

La infancia de Horacio y de su hermana menor, Alicia Eva, fue modesta pero con una muy buena educación. Jana era profesional y Bernardo, un intelectual de nota, participante de algunas tertulias del Grupo Boedo. Ya en 1941, antes del nacimiento de Horacio, había publicado su primera novela, Es difícil empezar a vivir, acerca del antisemitismo durante la depresión de los años 30.

“Todas las noches mi padre nos leía a mi hermana y a mí un capítulo del Quijote o de [Los papeles póstumos del Club] Pickwick. Era mal pedagogo y no logró inculcarnos el amor por esos libros, pero cuando no se proponía enseñar nada, con su ejemplo nos transmitió lecciones más provechosas”, escribió Verbitsky en una evocación de su padre.

El primer acto de rebeldía del niño Horacio fue negarse a la preparación del Bar Mitzvah a cargo de su rígido y autoritario abuelo materno, Isaac. “Nadie había enfrentado a mi abuelo en la familia, el primero fui yo. Fue un drama, reaccionó mal, se lo reprochó a mis padres. Ellos trataron de presionarme, pero fue inútil”, contó Verbitsky en su testimonio para la edición de Herencias…, en la que fue el único de los elegidos que pidió a la recopiladora la presencia de su madre durante la entrevista.

Sin ser una gran pianista, recuerda Verbitsky, su madre tocaba “con mucho sabor” tangos de la Guardia Vieja y solía recibir la visita de Edmundo Rivero, ocasiones en que hacía un arrollado de frutilla “que nos encantaba, si bien como ama de casa era un desastre”.

En lo de los Verbitsky también se escuchaba a Duke Ellington, George Gershwin, Marian Anderson, Bach. De esta exquisita compilación surgió la debilidad de Horacio por el jazz, en especial por John Coltrane, y por las versiones más aggiornadas del tango, como las de Astor Piazzolla. Con los años, los gustos musicales de madre e hijo confluyeron en Adrián Iaies y su música de fusión.

A los 11 años, Horacio fabricaba “unos avioncitos de planeo perfecto”, contó su actual pareja, Mónica Müller, en Mondo Cane, el suplemento que Página/12 le dedicó a Verbitsky cuando cumplió cincuenta años en el periodismo. “En su visita a una de las redacciones en las que trabajaba su padre, Héctor Viel Temperley le enseñó técnicas de plegado que mejoraban el alcance y la altura del vuelo.” La vocación de Horacio, aclara llamativamente Müller, “no era la aeronáutica, pero tampoco el periodismo. Escribir poesía era lo único que le interesaba en serio”.

Cuando estaba por terminar la primaria, su padre empezó a llevarlo en sus visitas domingueras a la Villa Maldonado, en Ciudadela, donde se interesaba por la vida de la gente más pobre. A partir de esa experiencia, Bernardo, que en la década del treinta había trabajado en el diario Crítica, de Natalio Botana, usó por primera vez la expresión “villa miseria” en una nota periodística que luego se transformó en su libro más exitoso: Villa Miseria también es América.

“Para el chico de 12 años que lo acompañaba fue una experiencia formativa que decidió muchas opciones vitales posteriores”, recordaría Horacio sobre aquellas visitas a la villa, más de treinta y tres años después, cuando por primera vez escribió sobre su padre. “Nosotros éramos pobres, pero ellos eran miserables. La miseria es impresionante. Hay moscas todo el tiempo en todas partes. No hay cloacas y el agua jabonosa se estanca en precarios canales de superficie. Las casillas no tienen baño. Las letrinas están afuera y las piezas son cocina, sala y dormitorio al mismo tiempo.”

Este texto de 1987, reproducido en el libro Hemisferio derecho, es una recopilación de escritos personales, lo más cercano a un Verbitsky íntimo y literario, en los que cuenta: “En esos años de la década del cincuenta los tres hermanos de mi padre se fueron de la Argentina. El tío Gregorio se fue a Israel, pero volvió y murió aquí, porque tenía raíces más profundas de las que creía”. La tía Aurora, la menor, se fue a Italia, y volvió a visitar la Argentina recién treinta y cinco años después, cuando Bernardo ya había muerto y ella apenas conservaba del castellano un cocoliche similar al de los primeros inmigrantes italianos.

Bernardo mantuvo una dolorosa correspondencia con su hermano Alejandro a propósito del exilio, en la que le reprochaba haberse ido a México. “Se ve que no tenía demasiado que hacer allí porque siguió viaje a Cuba, donde se quedó para siempre y murió en 1986”, recuerda Horacio. Como periodista y dramaturgo, Alejandro había tenido problemas con el peronismo y por eso había seguido el camino del exilio. Su hijo Pablo, tras estudiar teatro en Italia y trabajar con figuras como Gian Maria Volonté, Paola Borboni, Domenico Modugno y Nino Castelnuovo, viajó a La Habana en 1961, se enamoró de la Revolución cubana y comenzó a trabajar en el área cultural del naciente régimen castrista.

El niño Horacio armaba algunos de sus trabajos prácticos de la primaria con los recortes de las notas de su padre. Eran tan entusiastamente peronistas que un 5 de octubre, Día del Camino, la maestra, luego de ver su trabajo, creyó necesario aclararle que “antes de Perón también había caminos en la Argentina”, como relata en una entrevista publicada en Rolling Stone.

Gregorio, el tío que tras unos años en Israel había vuelto a la Argentina, ejerció el periodismo al igual que Bernardo, aunque con mayor impronta política. Junto con otros periodistas e intelectuales, como Marcos Merchensky, se congregó en la revista Qué en torno a Rogelio Frigerio, el cerebro del desarrollismo. Uno de los jóvenes periodistas y aprendiz de influyente político que merodeaba ese grupo era Jacobo Timerman, cuyos ímpetus habían sido tempranamente frenados por el gobierno de Perón. Raúl Alejandro Apold, el zar de los medios del peronismo, lo había incluido en una lista negra por dos antecedentes: su militancia en la agrupación sionista Hashomer Hatzair (Joven Guardia, en hebreo) y su participación en una manifestación de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (que respondía al Partido Comunista) a favor los países aliados. Tras una redada de las fuerzas de seguridad en el viejo cine Arte, Jacobo pasó su primera noche encerrado y se ganó los primeros antecedentes policiales.

Gregorio Verbitsky le consiguió a Jacobo el primer trabajo de prensa estable. Lo recomendó a su hermano Bernardo, que escribía en Noticias Gráficas, y logró hacer ingresar a Timerman en la sección Turf. Años después, el legendario editor devolvería el favor incorporando a sus elencos periodísticos al jovencísimo Horacio.

Aunque supo escribir de política, Bernardo era principalmente un escritor cultural y costumbrista, interesado por el folclore y la vida gauchesca. Esta pasión lo llevó a trabar amistad con el comodoro Juan José Güiraldes, sobrino del célebre autor de Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes. El Comodoro, que además de sobrino del escritor era hijo de un ex intendente porteño, tendría con los años gran importancia para Horacio Verbitsky, al punto de salvarle la vida.

En un escrito de 1987 para conmemorar el octogésimo aniversario del natalicio de Bernardo —que había muerto ocho años antes—, Verbitsky dijo que durante la dictadura no se había ido del país, pese al peligro que eso representaba para un prominente miembro de Montoneros, por el ejemplo de su padre.

“Pensé a menudo en estos temas durante la dictadura, cuando no podía ejercer mi profesión. Si no me fui a ganar buen dinero y mejor fama en otro lado, a salir de noche, caminar por el centro, entrar a los cines y los cafés y dormir seguro, no fue por falta de imaginación, como creí en algún momento, sino porque gracias a mi padre supe que no debíamos regalar este país, que los judíos errantes llegamos para quedarnos, que era nuestro, y de los tanos y los gallegos y los cabecitas negras, y no de los Martínez de Hoz”, escribió.

Pero volvamos a la adolescencia. Horacio estudiaba en el turno tarde del Colegio Nacional de Buenos Aires y para ir a clase tomaba el tren en Ramos Mejía hasta la terminal de Once, combinaba con la línea A del subterráneo y bajaba en la estación Perú, frente a Plaza de Mayo. El 16 de junio de 1955, salía de la boca del subte justo cuando se inició el bombardeo de los aviones de la Marina sobre la Casa Rosada. El entonces capitán de navío Carlos Walsh, hermano mayor del periodista Rodolfo Walsh2, participó del ataque como piloto.

Un hombre alcanzó a arrastrar al púber Horacio por Diagonal Norte para alejarlo de las ráfagas de ametralladora de esa jornada, que tanto Verbitsky como la historiografía peronista consideran el huevo de la serpiente de la violencia política que asoló a la Argentina en la segunda mitad del siglo XX.

“Me tapé la cabeza con un portafolios de cuero mexicano durísimo, que tenía grabado el motivo de la Piedra del Sol”, le dijo a Eduardo Blaustein, según relata Gabriela Esquivada en su libro Noticias de los Montoneros. La historia del diario que no pudo anunciar la revolución. “Después seguí corriendo hacia el Obelisco, llegué caminando a la estación de Once —el tráfico de la ciudad estaba totalmente desarticulado— y volví a casa. En el portafolios había quedado la marca de un raspón que nunca supe de qué era”.

Horacio completó sin dificultades sus estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y a los 18 años se fue de la casa de sus padres para instalarse en la ciudad de Buenos Aires, donde empezó, sin gran convicción, la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires (UBA). No sería por mucho tiempo. Un día fue al diario Noticias Gráficas, donde trabajaba su padre, a pedirle dinero para comprar un manual de anatomía. Bernardo no estaba y lo atendió Orlando Daniello, que le reprochó: “¿Por qué pide plata, por qué no trabaja?”.

“Yo le pregunté de qué podía trabajar”, dice Horacio. Daniello lo citó para el día siguiente, en el que comenzó una carrera periodística que ya lleva más de cincuenta años.

2 Así lo relató Verbitsky en 2010, ante estudiantes de la Universidad Nacional de La Plata, durante la inauguración de un aula en homenaje al autor de Operación Masacre.