
Es probable que cada día hagas cosas de forma instintiva, sin darte cuenta. Te duchas, comes, estudias, pagas facturas, escribes o conduces. Hubo un tiempo en que tuviste que aprender a hacerlas. Entonces quizá te parecieron complicadas, pero ahora te resultan tareas fáciles y sin secretos. Como dijimos en la introducción, en la escuela no tuvimos una asignatura de orientación sexual ni nada parecido. Algunas fuimos afortunadas porque incluyeron en nuestra enseñanza clases de sexualidad, aunque lo más probable es que fueran lecciones sobre anatomía y reproducción. Si eres muy joven, quizá tu suerte ha sido mayor y hubo alguien que te habló de homosexualidad y tal vez de bisexualidad. Pero seguro que aquella charla no fue suficiente. Hay mucho por saber de la orientación sexual y ni las escuelas ni los padres prestan atención a este tema. Ante esta falta de información, cuando de pronto descubres que te gustan las mujeres, es normal que aparezcan el desconcierto y las dudas y que te sientas hecha un lío. Pero con el aprendizaje adecuado, todo esto te parecerá tan sencillo como esas tareas que realizas cada día de forma inconsciente.
Ahora vamos a explorar un poco tu situación. Aquí tienes una serie de preguntas e ideas que quizá te hayan pasado por la cabeza. Algunas pueden parecerte lejanas, pero seguro que muchas de ellas te habrán atormentado en más de una ocasión. Incluso puede ocurrir que no te hayas planteado nada de esto y que consideres que tus relaciones con mujeres se deben a que ellas te buscan y no sabes por qué. En ese caso, quizás estés negando algo importante de ti misma.
Confusión y dudas
– ¿Me gustan las mujeres realmente?
– Si me gustan, ¿soy lesbiana?
– Si siento deseos por una sola mujer, ¿soy lesbiana?
– Haber tenido relaciones sexuales con una mujer, ¿me convierte en lesbiana?
– Si me gustan más las mujeres que los hombres, ¿soy bisexual?
– ¿Ser bisexual es el primer paso para ser lesbiana?
– Nunca he tenido una relación con una mujer y, sin embargo, creo que soy lesbiana
– Si soy lesbiana, ¿sigo siendo una mujer?
– ¿Y por qué me siguen gustando los/algunos hombres?
– Creo que soy lesbiana, pero me asusta la idea
– ¿Esto será para siempre?
– Sé que no soy lesbiana, pero no puedo evitar desear a otras mujeres y acostarme con ellas
– No sé qué tengo que hacer en la cama con otra mujer
– Necesito tiempo para estar segura de que soy lesbiana
Culpa y desasosiego
– ¿Por qué a mí?
– ¿Qué he hecho mal?
– Yo no tengo nada en contra de la homosexualidad, pero ¿por qué me siento tan mal?
– Mis padres se han portado bien conmigo, ¿por qué les hago esto?
– Todo lo malo que me pase será por culpa de ser así
– Dios me está castigando
– ¿Por qué ahora?
Rechazo
– No quiero ser así
– La gente me despreciará
– Me avergüenzo de mí misma
– Tengo que dejar de ser así porque me repugna
– Esto es una «putada»
Temores
– Si en el trabajo se enteran, me despedirán
– Tendré que vivir siempre ocultándome
– Nunca seré feliz
– Si los demás lo saben, dejarán de hablarme y me señalarán con el dedo
– No podré tener hijos
– Seré víctima de agresiones
Soledad y aislamiento
– No tengo a quién contárselo
– He de guardarlo en secreto porque nadie lo entenderá
– Me siento sola
– ¿Hay otras como yo?
– ¿Cómo puedo encontrarlas?
– Nunca tendré pareja
– Mi familia me dará de lado
– ¿Se lo tengo que contar a mis padres?
– ¿Cómo se lo digo?
– Las mujeres del ambiente
no me gustan
UN INCISO
El estrés y la ansiedad que producen todas estas preguntas y pensamientos pueden dejarte en un estado bastante crítico. Si estás deprimida, triste, ansiosa y/o tienes conductas autodestructivas (abuso de drogas y alcohol, sexo sin precauciones, conducción temeraria, comportamientos agresivos, etc.) y este libro no te ayuda a superar todo eso, plantéate la posibilidad de pedir ayuda profesional. Al final encontrarás una lista de psicólogas recomendadas.
Antes de seguir, me gustaría contarte algunas historias. Todas son reales, aunque he cambiado nombres y circunstancias para preservar la intimidad de sus protagonistas. Es probable que algunas te suenen y encuentres detalles con los que quizá te sientas identificada.
De toda la vida. Raquel, treinta y cinco años
Desde pequeña Raquel supo que el mundo femenino no le resultaba tan atractivo como el masculino: en los cuentos, en los tebeos, en la televisión, quienes mejor se lo pasaban eran los chicos. Decidió entonces que sería como ellos porque era más divertido, así que empezó a jugar con sus compañeros en lugar de relacionarse con las chicas. De forma inconsciente asimiló lo que tenía alrededor: se comportaba como los otros niños, incluso prefería vestirse como ellos. Pero cuando llegó la adolescencia, la presión del entorno la forzó a abandonar esas actividades y a tratar de ser más femenina.
Aun así, Raquel no se identificaba con sus compañeras de clase. Sin embargo, sabía que no era un chico, por lo que tampoco estaba a gusto con ellos. Empezó a sentirse como un bicho raro. Cuando descubrió que le atraían otras niñas, algo se removió en su cerebro. Sin ser consciente de lo que estaba ocurriendo silenció y enterró bien hondo esa información. Pero, a cambio, también sepultó todo vestigio de sexualidad. A medida que crecía, su vida estuvo entregada por completo a los estudios y, más tarde, al trabajo. El sexo y las relaciones no existían para ella, sólo las amistades muy íntimas con otras chicas. Pero sus amigas tarde o temprano empezaban a tener novio y la rechazaban un poco.
Por fin, a los veintitrés años pudieron más sus emociones que su represión: se enamoró de una chica. No fue capaz de ocultar por más tiempo aquellos sentimientos tan intensos y se atrevió a pedir ayuda a su mejor amiga. Por suerte, ella la apoyó desde el principio y la animó a acudir a un bar de lesbianas. Raquel empezó a frecuentar aquel local los fines de semana. Al principio iba con su amiga, hasta que poco a poco conoció a otras mujeres y se atrevió a salir sola. Todo fue lento y complicado porque estaba llena de prejuicios sobre las lesbianas. Pero al fin, un día conoció a una chica e iniciaron una relación que le ayudó integrar lo que era.
Renacer a los treinta. Sara, treinta y dos años
De pequeña Sara era una niña muy movida. Sus padres la llevaron al psicólogo y le diagnosticaron hiperactividad. Su carácter la acercó a los otros niños, cuyos juegos eran mucho más físicos que los que practicaban las niñas, más sosegados y quietos. Cuando llegó la adolescencia, su hiperactividad fue remitiendo. A esa edad empezó a tener las mismas inquietudes y anhelos que el resto de sus compañeras. Pronto empezó a salir con chicos, pero no llegó a enamorarse de la forma que le contaban sus amigas.
Años después, en la universidad mantuvo una relación más estable con un chico, incluso tuvo relaciones sexuales con él, pero de alguna forma Sara no se sintió completa. Algo en su interior le decía que aquello no podía ser todo. A los veintinueve decidió romper la relación con su novio porque ya no podía ocultarse por más tiempo que no estaba enamorada de él, que el sexo no era gratificante y que ella esperaba mucho más del amor.
Sin saber muy bien cómo, empezó a pensar en la posibilidad de que le gustaran las mujeres. Ese pensamiento surgió de forma casi natural en su mente. Por su trabajo como diseñadora de páginas web, tenía cerca un medio que podía resultar muy prometedor: Internet. Llena de curiosidad, se atrevió una noche a entrar en un chat de lesbianas. No sabía qué buscaba con exactitud, pero quería probar. Empezó a frecuentar el lugar hasta que conoció a varias chicas. Algo surgió con una de ellas. Se pasaban las noches enteras charlando y Sara sintió que aquella amistad virtual era lo más intenso que había vivido nunca. Un día decidieron conocerse en persona. La atracción fue mutua y así se inició una relación que dura hasta hoy.
Nunca es tarde si la dicha es buena.
Lola, cincuenta y cinco años
La vida de Lola transcurrió como la de muchas otras mujeres. Fue al colegio, tuvo un novio formal, y en cuanto él acabó sus estudios y encontró un buen trabajo, se casaron. Pronto tuvieron descendencia, la típica parejita. No podía esperar más.
Como tantas mujeres, Lola se encargaba de la educación de sus hijos, de la casa, de la compra, y de todas esas tareas que se supone que una señora debe atender. Nada parecía indicar que las cosas pudieran ser diferentes. Fueron pasando los años y su matrimonio dejó de ilusionarle. Su marido pasaba más tiempo en el trabajo y en el bar de la esquina que con ella. Se sentía inútil y fracasada.
Un día empezó a asistir a unos cursillos que ofrecían en la asociación del barrio. Allí conoció a un grupo de mujeres cuyas vidas le parecieron más interesantes que la suya. A los cuarenta y nueve decidió buscar un trabajo para realizarse. A medida que ella crecía y se sentía mejor, la relación con su marido se deterioraba más y más, hasta que decidieron separarse. Sola y con sus dos hijos, inició una nueva vida en la que tuvo que trabajar duro para salir adelante.
Con el paso del tiempo, conoció a una mujer con la que entabló una estrecha amistad. Para su sorpresa, se sintió atraída por ella. Estaba convencida de que después de su marido no volvería a enamorarse y aquella amiga irrumpió en su vida demostrándole todo lo contrario. Iniciaron una relación que Lola trató de ocultar a su familia porque le avergonzaba, pero poco a poco fue aclarando sus sentimientos y acabó reuniendo el valor necesario para comunicárselo a sus hijos. Ya eran mayores y aceptaron sin problemas el amor de su madre.
Doble vida. Luisa, cuarenta y un años
Luisa vivía en un pueblo y las oportunidades de expresar allí cualquier diferencia eran pocas. La presión social la llevó a ocultar en su interior algo que descubrió enseguida: le gustaban las mujeres. Haciendo caso omiso de estos sentimientos secretos, se casó a los veinte años. Sabía con seguridad que no amaba a aquel hombre, pero prefirió la comodidad del matrimonio para no tener problemas. Su vida de casada fue un engaño. A espaldas de él empezó a acudir a los bares de ambiente de una ciudad cercana, donde conocía a mujeres con las que tenía relaciones, por lo normal esporádicas. Pero esa clase de vida le aportaba más problemas que alegrías. Por un lado engañaba a su marido, que no tardó en darse cuenta de que algo iba mal. Y, por otro, mentía a sus amantes femeninas, a quienes ocultaba su condición de casada y llenaba de falsas esperanzas.
Cuando se enamoró de una mujer, supo que la mentira en que vivía desde hacía tanto tiempo tenía que acabar. Decidió contarle la verdad a su esposo. Al principio, él quiso que siguieran juntos aunque ella conservara sus amistades femeninas. La situación fue un poco confusa para su novia y aquel triángulo no satisfizo a ninguno de los tres. Al fin, Luisa dejó a su marido y se estableció con su nueva pareja. Ahora quiere recuperar el tiempo perdido.
Depende del momento. Ana, treinta y siete años
Desde pequeña Ana supo que le gustaban los chicos y las chicas por igual. Y también supo que era mejor llevar en secreto el hecho de que le gustaran las personas de su mismo sexo. Ya de adulta tuvo varios novios formales. Los amó y fue feliz con ellos en todos los aspectos, pero seguían atrayéndole las mujeres, aunque nunca se había atrevido a dar el paso para acercarse a alguna. Temía equivocarse y ser rechazada. Un día la oportunidad llamó a su puerta. En un cursillo de submarinismo conoció a una chica por la que se sintió atraída. Y resultó ser algo mutuo. Inició con ella una relación que le pareció muy gratificante.
A lo largo de los años alternó relaciones con personas de ambos sexos. Si analizaba sus experiencias, no podía dar más peso en la balanza al género masculino que al femenino. Los hombres le aportaban unas cosas y las mujeres otras, y no quería renunciar a ninguna de las dos. Para ella estaba claro que amaba a seres humanos por encima de su género. En la actualidad lleva cinco años viviendo con una mujer, con la que es feliz. Aunque ha habido hombres y mujeres en su vida, nunca coincidieron en el tiempo. En todas sus relaciones ha sido fiel.
Encuentro casual. Laura, veinticinco años
Laura siempre fue heterosexual. Nunca tuvo la más mínima duda. Llevaba cinco años con su novio cuando se cruzó con una mujer de la que se enamoró con locura. Aquella relación le abrió nuevos horizontes y la ayudó a crecer: ya no era feliz con su compañero y decidió separarse. Pero la relación con su nueva amante no duró mucho.
Sola y confusa por la experiencia, necesitó cierto tiempo para aclarar sus sentimientos. Pero hoy sabe lo que quiere y lo que es. Admite que es heterosexual, aunque algunas mujeres pueden atraerle. También asegura que el sexo con las mujeres es muy satisfactorio, quizás incluso mejor que con los hombres, pero sigue sintiéndose atraída por ellos en planos diferentes. En la actualidad tiene novio y está contenta por haber vivido esa experiencia que le ha hecho abrirse y ser más tolerante. Considera que prefiere a los hombres, pero que podría volver a enamorarse de una mujer y que eso no tiene por qué poner en duda su orientación sexual.
Algunas cuestiones
Ahora que has leído estas historias, responde a las siguientes preguntas:
– ¿Quién es lesbiana y quién no?
– ¿Hay alguna que sea más lesbiana que otra?
– ¿Las mujeres que han estado casadas son bisexuales?
– ¿Y las que han tenido novio?
– ¿Cuándo es lesbiana una mujer y cuándo bisexual?
– ¿Qué es lo que marca la diferencia?
– ¿Se nace siendo de esa manera o la orientación sexual puede variar a lo largo del tiempo?
– ¿Puedes ser heterosexual y tener relaciones con una mujer?
– ¿Lo tienes claro?
Si tienes dudas para responder es por la confusión que existe en torno a estos temas. Y ello se debe a que nuestra sociedad no nos ha educado para saber que existen orientaciones sexuales diferentes tan aceptables como la heterosexual, ni cómo funcionan. Al no saber nada de esa diversidad, todo resulta confuso cuando te sucede a ti.
Tampoco tendrías todas estas dudas que te planteé al principio del capítulo si desde pequeña te hubieran enseñado cómo funciona la sexualidad humana y qué es la orientación sexual; y, sobre todo, si te hubieran hablado de forma positiva acerca de todo ello. Con esa formación todo el mundo comprendería que las relaciones entre personas del mismo sexo son algo normal y natural en el ser humano. Por desgracia, las cosas no son así, pero tú puedes ampliar tus conocimientos para aclarar esas dudas que sólo constituyen un lastre en tu vida.
Para que podamos acercarnos al tema de la homosexualidad y la bisexualidad de manera más objetiva, necesitamos un poco de información sobre la sexualidad humana. Trata de apartar de tu mente todas las ideas preconcebidas que tienes sobre este tema y lee lo que sigue con atención, como si fueras una observadora que mira algo desde fuera. Por el momento, no intentes identificarte con nada, sólo léelo.
Desde que nacen y a medida que crecen, los niños y las niñas adquieren conciencia de su sexo y su género (masculino o femenino), hasta formarse una identidad sobre lo que son. Es decir, descubren su sexo biológico: macho si tiene los genitales masculinos (entre otros rasgos), y hembra si posee los femeninos. Y también se identifican con uno de los dos géneros. La identidad de género es un concepto un poco más complejo porque implica que la persona asuma las características establecidas por la sociedad para el género en cuestión y que se identifique con ellas, de forma que se considere a sí misma hombre o mujer.
En este proceso en el que los niños y las niñas forman su identidad como personas, se les enseñan los roles adecuados a su género, es decir, qué implica y cómo tienen que comportarse para cumplir con lo que la sociedad espera de ellos como mujeres o como hombres (estas atribuciones varían de una cultura a otra). Y en esa información que reciben se les enseña, por defecto, a ser heterosexuales, no porque la heterosexualidad sea natural o normal, sino porque vivimos en una sociedad donde la orientación sexual* mayoritaria y aceptada es la heterosexual. La heterosexualidad es un estilo de vida hegemónico, «casarse y tener hijos, que a su vez se casen y los tengan ha sido la opción socialmente prevista para el conjunto de la población. Para ser “normal” basta con ser esposo y esposa; pero el modelo establece, además, que la excelencia se alcanza siendo padre y madre. Un solo tipo de relación, la pareja estable y el matrimonio; un solo tipo de familia, la reproductora».1
El aprendizaje al que niños y niñas son sometidos por el entorno empieza desde la más tierna infancia. Desde distintos medios (la familia, la escuela, la televisión, el cine, la literatura) se les inculcan, además de los roles correspondientes a su género, otra serie de principios sobre las cosas, como pueden ser las creencias religiosas o morales. Aunque en un primer momento los niños y las niñas no tengan conciencia de ello, en sus mentes se va formando la escala de valores que en el futuro será la base de sus creencias. Como señala la psicóloga Lynda Field,2 «nuestras creencias más arraigadas se basan en las cosas que oímos muy pronto en nuestras vidas», a los tres años nuestro inconsciente está lleno de ideas que no hemos podido cribar debido a que no estamos preparadas para ello todavía. Simplemente absorbemos todo lo que nos llega como si fuéramos esponjas.
La escuela psicológica Gestalt considera que este aprendizaje se realiza mediante un mecanismo denominado introyección, que consiste en que una persona incorpora una idea sin asimilarla. La introyección permite la rapidez del aprendizaje, tan necesaria durante la infancia, pero tiene como inconveniente el incorporar creencias que pueden no ser positivas para el desarrollo del individuo. Por ejemplo, si una niña recibe de su entorno la idea de que las relaciones entre personas del mismo sexo están mal (sin ninguna razón que justifique tal creencia) y resulta sentir atracción por las mujeres, la idea negativa provocará en ella un conflicto interno. Necesitará dar coherencia a dos aspectos que se contradicen en su interior: por un lado, sus sentimientos, y por otro, el juicio moral negativo que la sociedad hace sobre ellos.
Las creencias básicas que adquirimos en la niñez pueden modificarse y cambiar a lo largo de la vida de una persona, pero las más arraigadas están ahí, las hemos interiorizado por completo, muchas veces sin darnos cuenta de ellas. Simplemente creemos en algo, sin cuestionarnos por qué o de dónde ha surgido esa idea. Un ejemplo lo tenemos en la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal, las cosas que reciben aprobación por parte del entorno y las que no.
En nuestra sociedad, tanto el hombre como la mujer deben amoldarse a sus roles de género para ser bien aceptados. En cuanto alguien se sale de su papel, es visto con recelo por los demás, que también han sido educados para esperar eso de nosotras. Y el papel de cada uno está bien claro y definido a través de los millones de mensajes recibidos en el mismo sentido: hombre, mujer, heterosexualidad. Por eso, salirse de esas expectativas causa extrañeza, cuando no rechazo.
Aunque las relaciones entre hombre y mujer se enseñan como única opción posible, las cosas no son tan sencillas. Hace ya muchos años que la mayoría de los terapeutas sexuales aceptan las teorías de Alfred Kinsey acerca de la sexualidad humana, sobre todo en cuanto a la orientación sexual. Kinsey y sus colaboradores realizaron un profundo estudio acerca de los hábitos sexuales de la población de Estados Unidos en los años cuarenta y cincuenta que supuso una auténtica revolución.* De sus conclusiones se sirvió para establecer su teoría sobre la orientación sexual de las personas que, según él, podría considerarse una especie de continuo que va desde la pura heterosexualidad hasta la pura homosexualidad, pasando por gradaciones diversas (véase cuadro 1 en la siguiente página).
En la actualidad se considera que las personas pueden moverse a lo largo de esta escala durante su vida, que su orientación sexual no está en un punto fijo y «en ocasiones, como por ejemplo durante la adolescencia, se pueden encontrar distintas puntuaciones según se analicen los deseos, las fantasías, la atracción, la vinculación emocional o las conductas sexuales».3 Es por ello que algunos expertos sugieren que se consideren los actos como homo u heterosexuales en lugar de a las personas. En resumen, que es por completo normal que una persona pueda tener fantasías o deseos hacia las personas de su mismo sexo. Lo que pasa es que siempre nos lo han ocultado y eso ha provocado que esos sentimientos despierten confusión y temor en la mayoría de la gente. Esa atracción puede llevarse a la práctica o no. Y quien tenga una relación sexual o afectiva con alguien de su mismo sexo puede seguir siendo heterosexual o no. Todo depende de cada caso particular y de cómo quiera identificarse.

CUADRO 1. La escala de Kinsey.
Para ser homosexual o bisexual lo más importante es que la persona se identifique a sí misma como tal, es decir, que asuma la etiqueta homosexual o bisexual en su propia definición. Esto significa incluir esa etiqueta en el conjunto de las características que utiliza para definirse. No es necesario tener relaciones sexuales con personas del mismo sexo para identificarse como homosexual o bisexual, aunque la mayoría de la gente necesita esa comprobación por haber sido educada como heterosexual. También es cierto que muchas personas son homosexuales y bisexuales en la práctica, pero niegan esa identidad. Su actividad sexual no concuerda con la definición que dan de sí mismas y se consideran heterosexuales. La orientación sexual es una cuestión muy compleja y, en mi opinión, este tipo de confusiones y contradicciones está relacionado con la negatividad que tienen asociadas estas orientaciones debido a la falta de educación sobre ellas.
Aunque en España apenas contamos con estudios rigurosos sobre la homosexualidad, en otros países llevan varias décadas analizando la cuestión.* Así, los expertos han observado el fenómeno desde todos sus ángulos y han aclarado aspectos importantes que han permitido conocer mejor la esencia del ser humano. El propio concepto de heterosexualidad existe gracias al de homosexualidad. Hasta que se empezó a hablar de ella no surgió la necesidad de buscar un término para referirse a las personas que tenían relaciones con el sexo opuesto.
Como ya hemos visto, los niños y las niñas son sometidos a un proceso de aprendizaje, muchas veces a través de mensajes tácitos e implícitos, sobre cómo deben ser y comportarse. Pero ¿qué pasa cuando sienten algo diferente de lo que les están enseñando? ¿Qué pasa cuando sus sentimientos y su sexualidad no tienen nada que ver con esos mensajes implícitos que reciben de su entorno sin cesar? Muy sencillo, deben aprender por sí mismos y mismas a manejarse con todas esas emociones. No hay nadie que les diga qué camino deben tomar ni cómo actuar ante las diversas situaciones que se les plantean. No tienen ningún modelo que imitar. Y, para colmo, la poca información que reciben sobre lo que les ocurre es casi siempre negativa.
Por lo general, es durante la adolescencia cuando los jóvenes consolidan su identidad como individuos. En esta etapa se produce el despertar sexual y es entonces cuando pueden darse cuenta por primera vez de que se sienten atraídos por personas de su mismo sexo. Todo parece indicar que la orientación sexual se forma en los primeros años de vida (antes de los cinco años incluso), pero no es hasta más tarde que se toma conciencia de ella. Quienes impiden que los y las adolescentes reciban información clara sobre la homosexualidad creyendo que así evitarán que sean homosexuales están muy equivocados. Se ha demostrado que no tiene nada que ver y la falta de información, por desgracia, tiene graves consecuencias para quienes siendo homosexuales no tienen referentes en los que mirarse. Al contrario de lo que pretenden, esa escasez de información positiva y adecuada les provoca serios problemas psicológicos.
Los psicólogos suelen comparar el proceso de formación de la identidad homosexual con el de otras minorías, por ejemplo, raciales. Pero la diferencia estriba en que los niños y las niñas de una etnia minoritaria reciben el apoyo de su familia y su grupo. Su entorno más próximo les enseña las herramientas necesarias para hacer frente a la discriminación. Sin embargo, los jóvenes homosexuales no cuentan con este apoyo. Además de no recibir ninguna enseñanza de su entorno inmediato (colegio, amigos, medios de comunicación) tampoco la tienen de su familia. Así que deben enfrentarse solos y solas a su diferencia, sin que nadie les ayude a comprenderla y con todo el sufrimiento que ello conlleva. De alguna manera han de inventarse su propia identidad. Y esto tiene muchos costos. Vivir con el rechazo del entorno sólo puede soportarse mediante la invisibilidad. La mayoría de los adolescentes optan por ocultar lo que les pasa. Esto genera estrés, aislamiento, sensación de soledad, ansiedad, angustia o depresión. Incluso pueden aparecer conductas autodestructivas como el abuso de drogas y alcohol o la práctica de sexo no seguro. Por no hablar del alto índice de suicidios entre adolescentes homosexuales. Las cifras no engañan, todos los estudios4 que se han llevado a cabo parecen indicar que un gran porcentaje de suicidios en adolescentes se debe al conflicto que les supone afrontar la homosexualidad. Es decir, que una minoría de jóvenes están expuestos a situaciones dolorosas y peligrosas debido a que casi nadie los tiene en cuenta ni se ocupa de ellos como merecen.
Conscientes de ello, en noviembre de 2001 la Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya* inició en esa comunidad autónoma una campaña destinada al colectivo de formadores (profesores, educadores y Administración) y a los alumnos, para orientar, normalizar y reclamar una educación plural donde se contemple la presencia de gays y lesbianas. Para este colectivo, en la actualidad «detectamos aún muchos problemas para educar en la diversidad de orientación sexual. Faltan medios y recursos formativos e informativos para el personal docente, que en muchas ocasiones no tienen las herramientas para enfrentarse a los alumnos gays y lesbianas y a los conflictos que supone dentro de la comunidad educativa [...] Los niños y adolescentes gays y lesbianas encuentran en la actualidad en la escuela muchos problemas para poder expresarse y sentir según su orientación sexual. Consideramos de vital importancia que tengan, dentro del marco de la escuela, modelos cercanos a seguir [...] así como apoyo de todo el cuerpo de formadores, de padres y madres y de las instituciones».
Hasta hace poco, la bisexualidad se veía como una fase a medio camino entre dos orientaciones sexuales y, por tanto, como un estado de inmadurez en la evolución sexual de una persona. Los estudios realizados en torno a la orientación sexual hacían siempre hincapié en la homo y la heterosexualidad y se dedicaba poco espacio a la bisexualidad. Desde hace unos años empiezan a realizarse investigaciones que demuestran que la bisexualidad es una orientación sexual tan válida como las otras, con sus propias características, y que las personas bisexuales, al igual que las homosexuales, también tienen que hacer frente a numerosos obstáculos que entorpecen su desarrollo personal.
La falta de atención que se le ha prestado a la bisexualidad ha fomentado una gran confusión en torno a qué es ser bisexual. En un estudio publicado en 1993 sobre bisexuales británicas, se aprecia que la percepción de la bisexualidad varía de forma considerable en cada persona. Esta diversidad hace difícil delimitar el proceso de formación de la identidad bisexual. En dicho estudio la bisexualidad se define como la atracción afectiva o sexual hacia los dos géneros. La forma de interpretar esta definición varía muchísimo de un individuo a otro. Así, mientras hay mujeres casadas que nunca han tenido relaciones con otras mujeres que, sin embargo, se consideran bisexuales, también hay mujeres que mantienen desde hace años una relación monógama con una mujer y que se identifican con la etiqueta. Incluso hay algunas que prefieren no definirse porque creen que eso las limita y que su sexualidad es algo en constante evolución o que escapa al encajonamiento de una palabra. Para la autora del estudio, Sue George, vincular la bisexualidad a la conducta sexual reduce el número de individuos que podrían autodefinirse como tales. La autora considera que «las personas son bisexuales en sus emociones, en sus fantasías, en sus deseos, en sus identificaciones, en sus amistades, en su comunidad y en su actividad política, ya sean célibes, tengan una relación monógama con otra persona —del sexo que sea— o establezcan múltiples relaciones. Es una identidad que no puede cambiar ninguna pareja, independientemente de quien sea esa pareja, del tipo de relación que se establezca o de la duración de la misma. La única persona que puede decidir sobre tu orientación sexual eres tú misma. Por mucho que los demás se esfuercen, no pueden imponerte tus sentimientos».5
Ante todo esto, cabe plantearse unas preguntas:
• Si la comunidad científica sabe que la homosexualidad y la bisexualidad no son más que una variante sexual del ser humano, ¿por qué no fomenta una mejor y más positiva información acerca de ella, sobre todo en las escuelas?
• ¿Por qué los y las adolescentes homosexuales están tan desatendidos?
• ¿Por qué hay tanto abismo entre «lo que se cree» y «lo que se sabe» de la homosexualidad y la bisexualidad?
• ¿Acaso hay alguien que fomenta ese abismo? ¿Por qué?
Bien, ahora ya tienes unos cuantos datos sobre la orientación sexual. Es probable que esto aún no resuelva tu situación si tienes dudas. Pero déjame insistir en algo: para ser homosexual hace falta identificarse como tal. Es decir, para ser algo, una tiene que sentir que es ese algo, que se identifica con esa etiqueta. Por ejemplo, para ser médico, aparte de estudiar la carrera, una persona tiene que identificarse con la etiqueta médico y aplicársela en el conjunto de características que utiliza para definirse a sí misma. Muchas personas pueden sentir atracción sexual hacia personas del mismo sexo y eso no significa que sean homosexuales; la propia identificación es lo que marca la diferencia. Una mujer puede sentir deseos o fantasías hacia otras mujeres y ser heterosexual. Si ese es tu caso, debes saber que es normal que tengas esta clase de deseos y que los lleves a la práctica. Como acabas de ver, la orientación sexual es mucho más compleja de lo que nos han enseñado hasta ahora. También es verdad que hay personas que se engañan y niegan la definición a pesar de que su conducta sexual se limita a personas de su mismo sexo. Pero cada cual es libre de definirse como le plazca, ¿no te parece?
Uno de los principales motivos que tienes para rechazar lo que te pasa, para tratar de ocultarlo o negártelo a ti misma se debe a las connotaciones tan negativas que tienen las palabras homosexual y lesbiana. Ya hemos dicho que esa negatividad está relacionada con la falta de educación sobre el tema. Ahora es el momento de que hagas un análisis profundo y observes si rechazas identificarte como lesbiana sólo por la negatividad del concepto. También puede ser que simplemente no lo seas, pero no te dejes engañar por las apariencias, puede que en el fondo de tu mente pese más la homofobia
que la realidad (hablaremos de ello en el próximo capítulo).
RECHAZO DE LA ETIQUETA «LESBIANA»
En un estudio realizado en Inglaterra6 entre población lesbiana y heterosexual todos los participantes coincidieron en un estereotipo de lesbiana percibida como hombruna, anormal y agresiva, además de poco atractiva, de aspecto masculino y negativa en su relación con los hombres. Incluso las lesbianas entrevistadas reconocieron haber tenido esa imagen antes de aceptarse a sí mismas como tales y conocer de verdad el mundo de las mujeres homosexuales. Es lógico que a ti te haya pasado lo mismo, pero ahora puedes cambiar esas ideas
Una vez que hayas aceptado el hecho de que te gusta una mujer o las mujeres en general, sentirás la necesidad de redefinirte para comprender mejor lo que te pasa y darle sentido a lo nuevo. Pero puede que elijas no ponerte ninguna etiqueta. Tal vez te plantees qué necesidad tenemos de poner nombres a las cosas y te digas que no es necesario o que basta con ser feliz con lo que se siente, sin etiquetarlo. Pero no te engañes negándote a identificarte con el nombre que tiene lo que tú sientes. En nuestra sociedad las relaciones entre personas del mismo sexo se consideran relaciones homosexuales. A las personas que les gustan los hombres y las mujeres por igual se les llama bisexuales. Tengas la orientación sexual que tengas, cuando estés saliendo con una mujer, esa relación será una relación lésbica. Sólo es una cuestión de palabras.
Es fácil que cuando descubras que te gustan las mujeres surja la duda sobre si eres lesbiana, bisexual o hetero, sobre todo si estos deseos aparecen en la edad adulta. Admitirlo ha cuestionado tu sexualidad. Hasta ese momento, aunque quizá nunca te lo habías planteado de forma consciente, pensabas que eras heterosexual. Que te gusten las mujeres o una única mujer supone replantearte muchas cosas. Pero todo depende de que seas sincera contigo misma.