Capítulo uno

Los problemas de la vida cotidiana

Nuestra sociedad se está psicologizando. Aunque hace algunas décadas los primeros psicólogos que conocíamos estaban en las escuelas o en la clínica privada, cada día es más frecuente su presencia en otros ámbitos: hospitales, centros de salud y de asistencia social, empresas, industrias, juzgados, centros deportivos... En cualquier campo no es difícil encontrar un psicólogo y, en algunos casos, se ha convertido en una figura imprescindible como orientador o como juez (por ejemplo, se piden informes psicológicos para adoptar un niño o solicitar la tutela de los hijos tras la separación).

Poco a poco la psicología va entrando en nuestras vidas. Casi todos tenemos nociones de una psicología de andar por casa. Sabemos lo que hay que hacer ante la rabieta de un niño, cómo elogiar a una persona y así hacerla sentir a gusto o relajarnos cuando nos encontramos muy tensos. En nuestra vida adquirimos una serie de habilidades que forman parte de nuestra «psicología personal» y que contribuyen a nuestro bienestar.

Ahora bien, los continuos cambios a los que estamos sometidos nos hacen muy vulnerables a sufrir determinados problemas. Según parece, estar informado se ha convertido en un arma imprescindible para hacer frente a los problemas; por eso, en la actualidad, se está insistiendo tanto en el campo de la prevención. Y para conseguirlo, a veces tan solo es necesario conocer las posibles causas que provocan la aparición de un problema. Conociendo estas, podremos dedicar gran parte de nuestra energía a actuar sobre ellas y evitar que aparezcan. Por eso, en la mayoría de las dificultades que se han tratado a lo largo de las siguientes páginas, se han descrito las diferentes causas que pueden estar en la base del problema.

Esta información, bastante inespecífica, porque a veces las causas son muy generales y difíciles de esquivar, es muy valiosa, ya que, además, nos permite entender lo que nos ocurre y así facilitar el proceso de cambio.

Los medios de comunicación también han difundido el campo de la psicología, por lo que no es raro escuchar en un informativo alguna noticia en la que emplean términos como psicópata o pederasta. Las películas que vemos tampoco se conforman con relatar los hechos, sino que cada vez más tienden a buscar una interpretación psicológica a lo que le sucede, por ejemplo, a esa persona solitaria o a ese niño que acaba de vivir el divorcio de sus padres. Para bien o para mal, la psicología está ahí.

Pero como siempre que una ciencia «invade», por decirlo de algún modo, la sociedad, podemos caer en el error de «popularizarla» demasiado, es decir, de dar validez a cualquier información que recibimos sobre ella. Todo el mundo sabe algo de psicología, pero pocas veces lo que conoce se ajusta realmente a lo que es la ciencia en sí. Lógicamente, no podemos pretender que todos seamos profesionales en el tema, pero debemos actuar con cierto criterio para no creernos, sin más, cualquier noticia que obtenemos sobre el tema.

En conclusión, la información es un arma de doble filo, que a la vez de necesaria resulta peligrosa. Por eso, es esencial insistir en la importancia de hacer un uso adecuado de la información que recibimos. En este libro se describe una serie de problemas o trastornos psicológicos explicados de una forma concreta o sencilla. Es posible que, según vayas leyendo, te sientas identificado con algunos de ellos. Y es que, en cierto modo, todos padecemos ansiedad o somos un poco hipocondríacos. Pero eso no significa que padezcas necesariamente el trastorno. Los problemas psicológicos tienen unos criterios muy concretos, establecidos a partir de la investigación y la práctica, desde los cuales el profesional, y solo él, puede hacer un diagnóstico adecuado. En ningún capítulo están descritos todos estos criterios, pues algunos nos confundirían, otros no los entenderíamos, y otros solo pueden ser diferenciados por el especialista. Por todo esto, este libro no ayuda a hacer diagnósticos, pero sí a orientarnos sobre lo que posiblemente nos esté ocurriendo. La información que te presentamos debe ayudarte, en muchos casos, a iniciar el cambio, pero nunca a quedarte con el problema sin más. A veces ese cambio deberá motivarte, simplemente, hacia la búsqueda de ayuda profesional.

Leyendo esta obra no nos convertiremos en psicólogos, pero sí podremos conocer algo más sobre el ser humano. Y a veces eso es suficiente para darnos cuenta de que nuestros problemas tienen solución, que podemos desaprender lo aprendido e iniciar una nueva vida en la que encontrar todo el bienestar que estamos buscando.

Desaprender lo aprendido

Dentro de la psicología existen distintos modelos o teorías que intentan dar una explicación sobre el comportamiento del ser humano. Algunos se basan en el inconsciente, otros en el aprendizaje, otros en los pensamientos... La variedad de modelos se complica aún más porque también surgen explicaciones con ideas tomadas de varios teorizadores.

Para la elaboración de este libro nos hemos basado en los modelos que toman como referencia el aprendizaje y los pensamientos, es decir, en la idea de que las personas aprendemos a comportarnos e incluso a pensar de un modo determinado a partir de las experiencias vividas y las consecuencias que estas han tenido. También daremos importancia a los pensamientos, pues nos permiten y ayudan a interpretar de un modo determinado el medio que nos rodea. Asimismo, de un modo muy sencillo, comentaremos de forma breve los principios básicos que tomaremos como referencia:

• Aprendemos de las experiencias vividas, pero también de las que viven los demás. En este sentido, las personas que nos rodean actuarían como modelos. Así, es posible que tengamos miedo a ir en avión, aunque nunca hayamos viajado en él, porque conocemos experiencias desagradables que otras personas han tenido. Por tanto, no podemos olvidar la importancia que tiene servir de ejemplo para cambiar o favorecer la aparición de determinadas conductas en los demás.

• Las conductas que van seguidas de algo agradable o que evitan algo desagradable tienden a mantenerse. Pongamos un ejemplo de cada situación. En el primer caso, si cada vez que haces la cama tus padres te felicitan o te premian con algo, es muy posible que sigas realizando esta tarea. En el segundo caso, si cada vez que ves un perro te pones nervioso y, para evitarlo, sales corriendo, lo más probable es que siempre que veas un perro abandones la situación para no tener que enfrentarte a la ansiedad que te provoca el animal.

• Por el contrario, las conductas sin consecuencia agradable tienden a desaparecer. Imaginemos al niño que nunca recibe ningún tipo de felicitación por hacer bien la cama o doblar su ropa. Es muy posible que estos comportamientos desaparezcan.

• Los pensamientos están presentes durante todo nuestro comportamiento. Continuamente estamos interpretando lo que nos sucede y, según sea el uso que hagamos de nuestros pensamientos, estos podrán ayudarnos o no a hacer frente a las situaciones.

Independientemente de los principios que aquí hemos comentado brevemente, no debemos olvidarnos de que lo más importante de este modelo es que parte de la concepción de que si hemos aprendido a comportarnos y a pensar de una forma determinada, ¿por qué no podremos desaprender aquellas partes inútiles o que interfieren en nuestra vida?

Ni este ni ningún otro modelo nos puede ayudar a cambiar el pasado de las personas. Ahora bien, sí a adquirir las habilidades necesarias para dar una interpretación diferente a aquellos sucesos que forman parte de nuestra vida anterior para que nos ayuden a conseguir, aquí y ahora, lo que deseamos.

Por todo esto, partimos de la idea de que la mayoría de las conductas y los pensamientos se pueden cambiar y que cuanto antes detectemos que nos comportamos o pensamos de una manera errónea, más fácil será el cambio. Ahora bien, en muchos casos, para iniciar y mantener este cambio hace falta la ayuda de un profesional, lo cual no significa que no estemos capacitados para vivir nuestra propia vida, sino simplemente que habrá una persona que dirigirá nuestro proceso de cambio para que todos los esfuerzos que hagamos sean realmente eficaces.

Los problemas psicológicos

Cualquier problema de la persona, excepto el estrictamente médico, puede ser definido bajo la categoría genérica de problema psicológico. Cualquier situación que crea malestar para la persona, preocupa a la familia o interfiere en el desarrollo normal o adecuado de su vida cotidiana constituye un problema al que nos enfrentamos de un modo u otro. A veces actuamos movidos por la inercia y nos limitamos a «aguantar» sin más, en cuyo caso recurrimos a expresiones como «Es que él es así» o «Tenemos que resignarnos»; en ocasiones, da origen a nuevos conflictos que provocan a su vez que se recurra a un determinado especialista. Por eso, en muchos casos, el psicólogo tiene que hacer frente al problema cuando ya es muy grave y la situación está muy deteriorada. Detectar a tiempo un problema es fundamental para abordarlo y superarlo con éxito; cuanto más tiempo tardemos en reconocer su existencia, más difícil será darle una solución eficaz.

Ahora bien, no todos los problemas psicológicos han de ser consultados. Podemos tener en cuenta una serie de criterios que nos permitan tomar la decisión de si conviene o no dar ese paso.

Averiguar si el comportamiento es normal, o sea, si entra dentro del desarrollo evolutivo de la persona o está originado por una situación concreta. Pongamos el ejemplo del niño de tres años que está continuamente pataleando y llorando porque quiere que le hagan caso o le compren cosas. Este comportamiento, desde el punto de vista evolutivo, es normal, es decir, la mayoría de los niños de esta edad pasan por una etapa de rebelión que van superando en la medida que sus padres o educadores les enseñan a controlar sus impulsos o emociones. Desde luego, no podemos quedarnos con el típico «Ya se le pasará», pero saber que se trata de algo normal nos puede ayudar a ver su comportamiento de otro modo y no como un problema.

Pero ningún padre tiene por qué saber psicología evolutiva y es lógico que se ponga nervioso cuando ha de enfrentarse a un cambio en el comportamiento de sus hijos que, aparentemente, es inexplicable. En este sentido, suele ser de gran utilidad hablar con otros padres con hijos de la misma edad que los nuestros y, mucho mejor, asistir a las reuniones que diferentes asociaciones y grupos organizan bajo el epígrafe general de Escuelas de Padres.

En otros casos el comportamiento de alguien viene explicado por la situación concreta que está viviendo. Pensemos en la persona que está pasando por un mal momento porque hace un par de días tuvo que sufrir la pérdida de un ser querido. El hecho de que esté triste, alicaída, sin ganas de hacer nada, se puede explicar fácilmente por el hecho acontecido. Ahora bien, esta situación puede dar origen a un problema cuando la persona es incapaz de salir de esa tristeza.

Controlar el tiempo o la frecuencia. Es normal, por ejemplo, que un niño llore, pero si lo hace continuamente, es posible que estemos ante un problema. Lo mismo sucede con otras conductas: no pasa nada porque de vez en cuando nos tomemos una «copita», pero si llevamos bebiendo tres o cuatro años a razón de cinco copas diarias, la cosa es diferente.

Analizar el malestar que ocasiona a la persona «padecer» ese problema o el grado de interferencia con su vida normal. Para la persona nerviosa, que aborda todas las situaciones con una gran ansiedad, puede ser muy molesto, incluso, tener que salir de casa, pues en la calle es donde peor se encuentra. Como nunca sale, no puede relacionarse con los demás, ni estudiar, ni trabajar, ni divertirse... El grado de interferencia con su vida es elevado, pero el malestar que le provoca esta situación dependerá de cómo interprete la persona todo lo que le sucede.

Motivar el inicio del cambio ante la existencia de un problema. A veces son los demás los que se dan cuenta de que existe un problema. Para quien lo padece, todo lo que le ocurre forma parte de su vida y son los demás quienes detectan que su comportamiento no es el adecuado. En estos casos, la intervención del profesional suele ser esencial y dirigida a motivar a la persona a reconocer la existencia de su problema e iniciar el cambio. Pero ante la duda, cuando no sabemos si realmente existe un problema o no, cuando nos hemos dicho a nosotros mismos que deberíamos consultar el problema, pero no nos atrevemos, cuando nos damos cuenta de que así no podemos seguir, lo mejor es dirigirse al profesional.

La manifestación del problema

Las dos manifestaciones a través de las cuales podemos apreciar la existencia de un problema son la conductual y la verbal. Es decir, alguien tiene un problema cuando actúa de un modo determinado, no adecuado, o porque nos cuenta cómo se siente. Por ejemplo, una persona tiene problemas con su madre porque nos damos cuenta de que siempre que habla con ella discute y porque nos cuenta que se lleva mal con ella y sus causas.

Ahora bien, los problemas no se manifiestan siempre de la misma forma y tampoco en todas las situaciones. Pensemos, por ejemplo, en la persona adicta a alguna droga; es posible que la consuma a una hora determinada del día y solo cuando está en un bar con sus amigos. La conducta problemática depende de una serie de circunstancias que le ayudan a mantenerse. Pongamos un ejemplo más sencillo: seguramente que tus hijos (o cualquier persona que conozcas) se comportan de manera diferente en casa que en el colegio. Lo mismo pasa con los problemas psicológicos: en la mayoría de los casos suelen manifestarse en situaciones muy concretas. Por eso, muchos de los ejercicios que se proponen en este libro van dirigidos a observar nuestro comportamiento y detectar las condiciones relacionadas con él. De este modo podremos dirigir nuestros esfuerzos a situaciones concretas, a aquellas en las que se produce el problema.

Los tres sistemas de respuesta

Nuestro organismo es un todo. La filosofía y las ciencias afines a ella nos han transmitido que el ser humano debía ser estudiado en sus dos vertientes: la corporal y la psíquica o mental (a veces también llamada espiritual). Una cosa eran las enfermedades del cuerpo y otra, totalmente independiente, las enfermedades de la mente. Los avances de la ciencia nos han permitido establecer una conexión entre estas dos partes, hasta el punto de que en la actualidad no se estudian por separado. Es imposible comprender lo que le sucede a una persona si no atendemos a sus síntomas físicos, pero también si no prestamos atención a lo que hace o a lo que piensa.

Bajo esta perspectiva, la psicología ha venido estudiando al ser humano bajo el modelo del triple sistema de respuesta, en el que se recogería información sobre lo que la persona siente (nivel fisiológico), lo que la persona hace (nivel comportamental) y lo que la persona piensa (nivel cognitivo). Los problemas psicológicos son abordados bajo este prisma.

En principio, ningún sistema de respuesta es la causa del problema. Una persona puede empezar a pensar que se va a desmayar porque se siente cansada y sin fuerzas o, al contrario, sentir que se está mareando y después dar una interpretación a lo que le está sucediendo. En otras palabras, lo que hacemos, sentimos y pensamos está íntimamente relacionado. De modo coloquial, hablamos del círculo vicioso o de la pescadilla que se muerde la cola para explicar este proceso. Pensemos, por ejemplo, en la persona que se pone nerviosa porque ha de hacer frente a una situación determinada. Se da cuenta de que se está alterando y empieza a pensar que va a perder el control; el nerviosismo le impide comportarse con normalidad, se da cuenta de ello y crece la ansiedad, su corazón palpita más deprisa que nunca... En definitiva, los tres sistemas se ponen en funcionamiento y cada vez resulta más difícil hacer frente a la situación.

Por eso, al representar los tres sistemas de respuesta, debemos hacerlo relacionando unos con otros como aparece en el siguiente gráfico:

Al entender al ser humano de esta manera, no nos queda más remedio que aceptar la idea de que cualquier problema, incluso el estrictamente médico, puede estar relacionado con alteraciones psicológicas (modos de interpretar la realidad, hábitos de vida, etc.). No debemos, por tanto, resistirnos al hecho evidente de que todo lo que nos pasa está muy relacionado y que para superar la mayoría de las cosas que nos preocupan, no será suficiente con tomarnos la pastilla que nos ha recetado el médico, sino que tendremos que recurrir a otras técnicas, a veces más costosas, porque nos implican directamente, que nos permitan hacer frente a nuestras dificultades.

Superar los problemas psicológicos

Dicen que todo es posible, pero no podemos caer en el error de creer que un problema psicológico se cura igual que un constipado. Es posible que el tratamiento que iniciaste con un profesional hace tiempo te ayudase a superar tu problema, pero al poco tiempo el problema vuelve a aparecer. Y es que, si entendemos los problemas psicológicos como una gripe, debemos convencernos de que pueden reaparecer en cualquier momento, y eso no significa que el tratamiento no fuese eficaz o que nosotros seamos unos inútiles. Pero ¿qué hacemos cuando nos constipamos con la llegada del invierno? Consultar de nuevo al especialista y poner en práctica los consejos que nos dio en ese momento. Los problemas psicológicos se pueden resolver del mismo modo. No pasa nada porque nos volvamos a sentir mal. Gran parte de los problemas no se resuelven de la noche a la mañana, pero siempre tenemos la oportunidad de empezar de nuevo, de practicar aquellos ejercicios que nos dieron tan buen resultado, de consultar al profesional...

Muchos problemas psicológicos dejan algunas secuelas que nunca desaparecerán. Pero sí puede cambiar nuestro modo de percibirlas para aceptarlas e impedir que sean un obstáculo en nuestra vida. Por eso, en principio, nadie nos puede asegurar que nuestro problema vaya a resolverse o a desaparecer. Es posible que reaparezca o que surjan otros nuevos, pero siempre debe permanecer esa confianza que nos permita poner en marcha los recursos necesarios para hacer frente a la situación.