Teje noche y día
una tela mágica de alegres colores.
Ha oído un susurro,
sobre ella caerá una maldición
si contempla Camelot.
Desconoce cuál puede ser la maldición,
y teje, pues, sin parar,
sin preocuparse de nada más,
la dama de Shalott.
Y al pasar ante un diáfano espejo
que todo el año pende ante ella,
aparecen sombras del mundo.
Allí ve el camino
que serpentea hasta Camelot...
Pero se complace aún en tejer
en su tela las mágicas imágenes del espejo,
pues a menudo en las silenciosas noches
un funeral, con penachos y luces
y música, se dirigían a Camelot;
o cuando la luna lucía en el cielo,
llegaban dos jóvenes amantes recién casados.
«Estoy cansada de las sombras», decía
la dama de Shalott.
Y río abajo en la oscuridad,
como una audaz vidente en trance
viendo su propia desdicha:
con semblante como el cristal
contempló Camelot.
Y al ocaso
se desprendió de la cadena y yació;
las aguas del ancho cauce arrastraron lejos de allí
a la dama de Shalott.
De La dama de Shalott, LORD ALFRED TENNYSON