2

Todo el mundo ha oído hablar de Omnia

 

 

 

 

Al día siguiente, en el colegio, Nico no le contó a Mei Ling que se había deshecho del querido peluche de su hermana pequeña. En parte porque aún esperaba que su madre consiguiera recuperarlo, pero también porque seguía molesto con su familia por hacerle responsable de su pérdida.

—Oye, estás muy callado hoy —le dijo Mei Ling en el primer recreo—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, es que Claudia no nos ha dejado dormir —respondió él, resentido.

A la niña le había costado mucho conciliar el sueño porque echaba de menos a Trébol.

Mei Ling se rió.

—¡Es lo que tiene tener una hermanita!

—Sí, es un poco pesada —murmuró Nico—. Y muy llorona.

Pasó el resto del día tratando de convencerse a sí mismo de que su madre recuperaría a Trébol sin mayores complicaciones y aquel pequeño drama acabaría por desinflarse hasta convertirse en una anécdota sin importancia.

Por la tarde, cuando su madre llegó a casa, Claudia salió disparada a recibirla:

—¿Dónde está Trébol? Mamá, mamá, ¿y Trébol? ¿No me traes a Trébol?

—Lo siento, cariño —empezó ella con delicadeza—. En la parroquia no estaba.

Claudia la miró con incredulidad.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde está?

—Claudia, lo hemos perdido —trató de explicarle su madre—. No sabemos dónde está. Quizá se lo haya llevado otro niño.

Ella se quedó muy quieta, con los ojos muy abiertos, como si no pudiese concebir una vida sin su peluche. Y Nico casi pudo oír el chasquido de su pequeño corazón al partirse en dos.

Pero Claudia no lloró. Respiró hondo, miró a su familia muy seria y dijo:

—Habrá que poner carteles.

Así que recorrieron el barrio para empapelarlo con anuncios que mostraban la foto de Trébol.

Claudia estaba convencida de que el nuevo dueño de Trébol comprendería al ver los carteles que de ninguna manera podía quedarse un conejo que no era suyo. Nico y sus padres no le llevaron la contraria, aunque sabían que la realidad era muy distinta. La tarde anterior, cuando Claudia no podía oírlos, su madre les había confesado que, en realidad, en la parroquia habían tirado el peluche a la basura. Estaba demasiado viejo como para que pudiesen regalárselo a nadie.

 

5a.psd

 

—Pero no se lo digáis —les pidió—. Se sentirá mejor si piensa que Trébol está con otro niño.

—Para ella será como si ese otro niño se lo hubiese quitado, mamá —objetó Nico.

—Bueno, siempre es mejor que creer que lo han tirado a la basura, Nico —observó su padre.

Lo dijo con tono neutro, pero para él fue como una acusación. Aunque sus padres no habían vuelto a mencionar el tema, el chico sabía que su familia lo hacía responsable de la pérdida de Trébol. Claudia, de hecho, estaba enfadada con él y no le dirigía la palabra si podía evitarlo.

Todo aquello irritaba a Nico. ¿Por qué montaban tanto escándalo por un simple peluche?

—Pues yo creo que tenemos que decirle que Trébol no va a volver —opinó—. Para que se vaya haciendo a la idea y lo supere de una vez. Porque si no, seguirá buscándolo hasta que lo encuentre.

—O hasta que se canse, Nico. Porque no lo va a encontrar —le recordó su madre.

Nico no respondió.

Un par de días después, Mei Ling le preguntó en un recreo:

—Oye, ¿qué ha pasado? ¿Tu hermana ha perdido su peluche?

—Has visto los anuncios, ¿no? —murmuró él, alicaído.

—Pues sí, la verdad; era difícil no verlos, porque los habéis pegado por todas partes.

Parecía algo desconcertada, y no era para menos; Nico sabía que a menudo se repartían carteles con fotos de perros o gatos perdidos, pero... ¿peluches? Los peluches no se escapaban de casa. Salvo en el caso de que algún niño estúpido los metiese en la bolsa equivocada, claro.

—Pero ha sido una buena idea —prosiguió Mei Ling, malinterpretando el gesto desconsolado de su amigo—, porque así seguro que lo encontraréis tarde o temprano.

Nico hundió la cara entre las manos, suspiró y por fin le contó que, en realidad, jamás encontrarían al pobre Trébol, porque él lo había metido en la bolsa de los juguetes reciclables, y en la parroquia lo habían tirado a la basura por error.

—¿Y sabes lo que hacen con la basura en los vertederos? ¡La queman! —gimió—. ¿Cómo voy a decirle a Claudia que he matado a su peluche?

—Eh, eh, no dramatices. No has matado a su peluche, porque los peluches no están vivos.

Nico se encontraba mucho mejor ahora que se había sincerado con Mei Ling; hacía tiempo que se le había pasado el enfado, se sentía muy angustiado por el lío que había organizado y no se lo había contado a nadie.

—Ha sido culpa mía —insistió, tozudo—. Yo pensaba que era una chorrada, que no era más que un peluche viejo y que Claudia se olvidaría de él..., pero está triste porque lo echa de menos, no me habla y encima está insoportable porque no duerme por las noches.

—¿No duerme nada?

—Muy poco. Es que se había acostumbrado a dormir con Trébol. Tiene más peluches pero no hay manera, da vueltas y vueltas y no encuentra la postura. Además está enfadada conmigo, y eso que no sabe que su peluche ha acabado en la basura. Piensa que se lo hemos dado a otro niño.

Mei Ling lo miró, pensativa.

—¿Y por qué no pides a tus padres que le compren otro peluche igual?

—Ya se lo he dicho, pero es imposible. Trébol tenía más de treinta años. Ya no venden peluches como él en ninguna parte. Claudia nunca volverá a verlo.

De hecho, su madre había comprobado que la empresa que los fabricaba ni siquiera existía ya.

Mei Ling calló un momento y después preguntó:

—¿Habéis mirado en Omnia?

—¿Omnia? —repitió Nico.

—Ya sabes, la tienda virtual donde puedes encontrar cualquier cosa. «Todo lo que puedas soñar.» —Mei Ling recitó así el lema de la compañía.

—Ya sé lo que es Omnia —replicó su amigo.

Todo el mundo lo sabía, aunque él nunca había comprado nada a través de su web. Pero su madre sí que había hecho diversos pedidos, normalmente de cosas que no podía encontrar con facilidad en las tiendas o que necesitaba con cierta urgencia; los mensajeros de Omnia eran escrupulosamente puntuales y le llevaban sus pedidos al día siguiente a primera hora, sin falta.

—Pero no creo que vendan peluches viejos —objetó sin embargo.

—¡Venden de todo! Mira, mi abuela encontró en su web la figurita de porcelana que hacía juego con otra que ella tenía, y que le regalaron el día de su boda, hace por lo menos cincuenta años.

—¿Habláis de Omnia? —preguntó otro niño, acercándose a ellos—. Es verdad que lo tienen todo. Mi tío consiguió gracias a ellos el último cromo que le faltaba de una colección que empezó cuando tenía nuestra edad. En el buscador de la tienda le salió que el cromo que quería estaba dentro de un sobre en concreto, él lo compró... ¡y era verdad! Y eso que el sobre estaba cerrado cuando lo recibió...

—Es imposible —saltó Nico—; sería una casualidad.

Pero su compañero hablaba muy en serio y, además, no tardaron en intervenir más niños para contar sus propias historias sobre la extraordinaria tienda virtual:

—Allí es donde venden los patines que vuelan, ¿verdad? Lo he visto por la tele.

—¡Eso no es nada! También tienen una guía de viaje de Saturno con mapas y fotos a todo color.

—Eso es un bulo, hombre. Lo tendrán en la sección de ciencia ficción.

—El otro día salió en el periódico un hombre que decía que había comprado en Omnia un casco romano auténtico. Quiso reclamar a la tienda porque parecía nuevo, pero los expertos le hicieron pruebas y dijeron que tiene más de dos mil años.

—Otro bulo. Como ese de la mujer que devolvió un libro porque no le gustaba el final y se lo cambiaron por otro exactamente igual, pero en el que no moría su personaje favorito.

En aquel momento sonó el timbre y puso fin a la conversación. Mientras todos regresaban a clase, Mei Ling comentó:

—Seguro que casi todo lo que cuentan de Omnia es mentira. Pero, si quieres encontrar un peluche como el que ha perdido Claudia... yo en tu lugar empezaría por ahí.

 

7a.psd