1. Johnny Cash viaja por España
En mayo de 1977 el cantante norteamericano Johnny Cash visita España en viaje de placer acompañado de su esposa June Carter. Cash padece sobrepeso. Quiere adelgazar en España. La discográfica de Cash ha buscado una persona para que sirva de guía a Cash y a su esposa en su estancia y viaje por España. Esa persona se llama Manuel Mariscal. Mariscal tiene cincuenta años, habla inglés perfectamente y suele hacer este tipo de trabajos. Son encargos que le vienen de Estados Unidos, Inglaterra, y a veces de Francia, pues también habla francés. No obstante, la lengua que domina es el inglés, y especialmente, el inglés estadounidense. Mariscal tuvo trabajos en el Ministerio de Información y Turismo. Allí ganó bastante dinero. El ministro Manuel Fraga le cogió mucho cariño, tal vez porque eran tocayos. Era un cariño tan insistente y zalamero que incomodaba muchísimo a Mariscal. Fraga quiso que Mariscal hiciese de relaciones públicas con los países de lengua inglesa. Fraga le preguntó mil veces a Mariscal que dónde había aprendido tan bien la lengua inglesa. Mariscal nunca explicaba este extremo. Por otra parte, Mariscal no tenía estudios universitarios. Pero sí tenía hecho el bachillerato, que lo cursó en el Instituto Goya de Zaragoza.
Mariscal fue a recoger al aeropuerto de Barajas a Johnny Cash y a su esposa en un Dodge rojo. Conducía el mismo Mariscal. Le gustaba ese coche. Mariscal no tuvo excesivos problemas con el matrimonio Cash. Mariscal no era demasiado mitómano, quizá debido a su origen aragonés, pues había nacido en un pueblo remoto de la provincia de Huesca llamado Anciles. Al ministro Fraga le despistaba mucho el nacimiento en Anciles de Mariscal: no entendía cómo alguien nacido en tan inhóspito y alejado (tal vez también desgraciado) lugar pudiera llegar a hablar inglés perfectamente.
Cash fumaba mucho en aquella época. June Carter tenía una risa como de conejo, pero muy bonita. Llevaban un montón de equipaje, que no cabía en el Dodge.

Tuvieron que coger dos taxis para que llevaran las maletas que, naturalmente, no cabían ni por asomo en el Dodge. Era un equipaje descomunal, muy americano. Mariscal condujo al matrimonio al Ritz. La primera noche española del matrimonio Cash transcurrió en el hotel. Hasta el día siguiente, a las once de la mañana, Mariscal no supo nada de Johnny. Comieron juntos. Por fin, Mariscal charlaba con el matrimonio Cash. Mariscal les llevó a un restaurante madrileño típico, que se llamaba El Gato. Al final de la comida, Cash tomó un whisky y le dijo de sopetón a Mariscal:
—El mundo se divide en dos clases de hombres: aquellos que consiguen vengarse, de la manera que sea, de las humillaciones que les causaron sus semejantes, y los que no consiguen vengarse, los que se van a la muerte sin venganza, créame, Mr. Mariscal, es así —y Cash sonrió con una de sus sonrisas oblicuas, una sonrisa lejana, pero hermosa, aunque imperfecta, como todo Cash.
Mariscal pensó que él no podría vengarse de Manuel Fraga. Y detrás de Manuel Fraga divisó un ejército de hombres y mujeres.
Al día siguiente Mariscal llevó al matrimonio Cash a visitar Toledo. Cash estaba emocionadísimo con todo lo que veía. Le encantaron las calles, las tiendas, las iglesias. Le encantó la pintura de El Greco. Cash se compró una espada para turistas. Una enorme espada de acero toledano, un mandoble de Carlos V. June le dijo a Mariscal que Johnny estaba saliendo de una depresión. Ah, sí, vaya, vaya, dijo Mariscal, a quien le tocó cargar con la espada toledana. June se compró un sombrero mexicano. Mariscal cargó también con el sombrero mexicano. Mariscal llevaba una espada clásica española en una mano y en la otra un sombrero mexicano y el matrimonio Cash estaba exaltado aquel día, comprando suvenires y disfrutando de la visita de Toledo. June compró unas castañuelas. Johnny una guitarra. Mariscal consiguió contratar a un amigo del botones del hotel Palacio Eugenia de Montijo, donde se hospedaban. El chico se llamaba Pedro, y cargó con la guitarra, el sombrero y la espada. Mariscal se quedó con las castañuelas. Mariscal le dio a Pedro un billete de mil pesetas, y a Pedro se le encendió el alma. Johnny, por casualidad, vio esa entrega y vio el rostro de Pedro. Johnny sabía que, al cambio, mil pesetas eran unos pocos dólares. Fue entonces, en ese momento, en ese preciso instante, cuando Johnny Cash se dio cuenta de que estaba paseando por un país baratísimo. El siguiente pensamiento que tuvo fue una duda, si es que una duda puede ser un pensamiento: decidir qué hacía ante esa realidad barata que se le acababa de revelar: comprarse medio país o compadecer al país entero. Siguió comprando cosas. Compró una reproducción de tamaño real de El entierro del Conde de Orgaz de El Greco.
Ocuparon habitaciones contiguas. Los Cash dormían en una suite castellana, grandiosa, parecía un palacio, había dos armaduras, una estaba junto al cuarto de baño y la otra junto a la ventana. Al lado de la suite estaba la habitación de Mariscal, también espléndida, pero más pequeña. Mariscal despidió a Pedro. Le tentó preguntarle a Pedro si conocía a alguna muchacha disponible, pero le pareció que estaba trabajando. Luego se arrepintió. Cenaron los Cash con Mariscal en la taberna Carlos V. Cash pidió cochinillo al horno y el rioja más caro de la carta. Todo le parecía barato. Mariscal hizo una observación sobre el carácter grasiento de las comidas españolas con el ánimo de recordarle a Cash que había venido a España a adelgazar y que si seguía así era evidente que se iba a ir de España con cinco kilos de más. Luego tomaron una copa en el bar del hotel.
Serían las cuatro de la madrugada cuando Cash llamó a la puerta de la habitación de Mariscal. No tuvo que insistir mucho porque Mariscal concilia mal el sueño. Mariscal encendió la luz y abrió la puerta. Los dos llevaban sendos pijamas azules. Parecían idénticos: con botones blancos y anchos.
—Escúchame, Mariscal —dijo Cash con un tono como de confidencia, como si quisiera revelarle un secreto—, he venido a España con una misión, no me interrumpas, por favor, con una misión apasionante; quizá se trate de una misión casi religiosa; tiene que ver con el sufrimiento del mundo, de las cosas, de los hombres; esa misión tiene que ver con todo eso, con lo que canto; claro, mis canciones son importantes, quiero decir que ellas me han hecho ver, me han dicho lo que había que hacer; bueno, Mariscal, llama al servicio de habitaciones y que nos suban una botella de whisky.
Mariscal se levantó de la cama, descolgó el teléfono. Tardaron en contestarle. Pidió el whisky. Cuando colgó el teléfono, Cash se había bajado el pantalón del pijama.
—Mariscal, mira mi polla. No, no digas nada. No, no soy homosexual, no se trata de eso. Tranquilo, tío —y se subió los pantalones—. Sólo quería que la vieras. Estas cosas son importantes. Nunca sabemos muy bien con quién estamos. Nos conocemos de cara, sí, sí, y eso está bien. Pero no sabemos muy bien quiénes somos. ¿Verdad, Mariscal? No, tranquilo, no quiero que me enseñes tu polla. La amistad, la amistad es un tema delicado. También es un tema delicado el de los órganos sexuales. Hace unos años tomaba pastillas para todo. Iba sin control, porque me parecía que la vida no podía ser otra cosa que un puto descontrol. Ya sabes: mi primera mujer, que me acosaba con sus quejas, mi padre, hablando siempre mal de mí, y yo cantando por media América, bueno, eso era muy duro, sí, pero había intensidad. Dejé aquello, y June, bueno, June fue la resurrección. Bueno, Mariscal, que duermas bien. No sabemos muy bien qué son las cosas, quiénes somos y todo eso. Que duermas bien, Mariscal. Hasta mañana.
—¿Y el whisky? —preguntó Mariscal.
—Bébetelo tú solo.
—Que descanses, Johnny.
Unos días después los Cash y Mariscal viajaron a Segovia. En Segovia estuvieron dos días. De Segovia fueron a Salamanca, en Salamanca pasaron tres días. A Johnny todo le parecía inmensamente barato. Se hospedaban en las suites de los hoteles de lujo. Comían en los restaurantes más caros. Y de Salamanca se fueron a Galicia, a Santiago de Compostela. Iban con el Dodge. Mariscal insistía en que tenían que conocer Andalucía. Pero Johnny dijo que le atraía ver la tumba del apóstol Santiago. Johnny seguía comiendo con pasión. Ahora se había aficionado a la paella. En cambio, June sólo comía filetes de ternera con patatas fritas, o calamares a la romana, y ensaladas con espárragos gigantescos. Al menos, Mariscal no había vuelto a ser objeto de visitas nocturnas como la que ocurrió en Toledo. Johnny estaba aprendiendo a decir cosas en español. June se reía. Cantaba Folsom Prison Blues en una traducción al castellano que había improvisado Mariscal.
Viajan por España con el Dodge rojo, sí. A Johnny le tienta arrojar el Dodge rojo contra el mar y comprar un Mercedes. Todo es tan barato en España. Pero Mariscal le dice que el Mercedes es un coche de importación, que le saldría mejor comprar un SEAT 131 Supermirafiori. Mariscal está más relajado. Johnny no le ha vuelto a enseñar la polla, o la verga, o el pene, o como se diga, piensa Mariscal. Menuda escena la del pene, piensa Mariscal, pero es verdad que la gente no enseña eso, y tampoco pasa nada por enseñarlo, y puede que realmente sea lo más importante a la hora de enseñar algo; sin embargo, él no se la iba a enseñar, menudo carné de identidad de los cojones, pero es verdad que la escena le vuelve una y otra vez a la cabeza; al día siguiente Johnny no dijo nada y él tampoco, tendría cojones que sólo fuese un sueño, pero no, ya lo creo que no, porque se acuerda perfectamente del color pajizo de la polla de Johnny, además, luego vino el camarero y tuvo que quedarse la botella de Johnny Walker, claro que eso lo paga todo Johnny.
Mariscal lleva ya diez días con los Cash. La verdad es que Johnny está lleno de energía, y no es de extrañar, porque come paellas, callos, conejo, ternasco al horno, cochinillos, almejas a la marinera. Las almejas a la marinera son el último descubrimiento de Johnny. Le gustan las sopas de ajo. Y el salmorejo. Comen y hablan. Johnny usa un inglés estadounidense tremendamente coloquial. A veces Mariscal cree que Johnny pone a prueba su capacidad lingüística. El inglés estadounidense de June es más normal. Mariscal no tiene ninguna dificultad, pero percibe las raras intenciones de Johnny. Sabe que abusa de coloquialismos sureños, que tuerce el significado de muchos modismos. También se da cuenta Mariscal de que si Johnny percibiese alguna vacilación a la hora de entender su inglés sureño y coloquial, eso supondría el resquebrajamiento de la relación. Johnny no soporta no ser entendido al cien por cien, y no va a renunciar a ninguna de las expresiones coloquiales y vulgares que resumen o representan lo que Johnny es. Johnny tiene muchas dificultades para decir cualquier cosa en español. Sin embargo, siente una gran curiosidad. Intenta decir cosas. Intenta hablarles a los camareros. No suelen entenderle y se enfada con la lengua castellana, dice que es una lengua imposible. June está mucho más capacitada para aprender una lengua extranjera, y sin embargo tiene mucha menos curiosidad que Johnny y pregunta poco. Mariscal les dice que en Galicia comerán marisco, que allí es muy bueno. Johnny coge de la mano a June y le da un beso.
Se hospedan en el Parador Nacional de Santiago de Compostela. A Johnny le parece tan barato todo que alquila no dos suites sino tres. Ni Mariscal ni June saben a quién va a destinar la tercera suite. Dice Johnny que ya les dirá por la noche para quién es la tercera suite. A Johnny le encanta el Parador. Tiene la sensación de ser un rey, o un príncipe. Se ríe mientras los botones descargan el equipaje[1]. El problema de tu Dodge, dice Johnny, es que caben pocas maletas. Necesitas un Ford o un Cadillac. Mariscal tampoco entiende demasiado el problema del equipaje, pues Johnny va siempre de negro, y básicamente son dos camisas intercambiables lo que se pone.
Johnny, al ir de negro, conjunta con el ambiente compostelano. Aquí el negro de Johnny pierde sustancia existencial o laica, y adquiere un tono de religiosidad compostelana. Cuando Johnny ve la catedral de Santiago se maravilla, y enseguida le brota un deseo fantástico: quiere cantar He Turned The Water Into Wine, desde el altar. Se lo dice a Mariscal. Mariscal cree que es una ocurrencia. Pero en la comida, en un reservado del Parador, Johnny insiste. Johnny toma arroz con bogavante y bebe vino albariño.
—Llama a quien tengas que llamar, pero yo quiero cantar allí —dice Johnny—, y si es cuestión de dinero, no tengo inconveniente en donar mil dólares o dos mil si hace falta para las tareas de conservación, o para los pobres, o para el obispo, o para quien sea necesario; tú sabrás hacerlo, hazlo, llama a Madrid, adonde sea, pero yo tengo que cantar junto al sepulcro de Santiago He Turned The Water Into Wine.
Mariscal comienza las gestiones, telefonea a Madrid, a políticos que conoció cuando estuvo con Fraga en el Ministerio de Información y Turismo. Desde Madrid le explican que tiene que hablar con el cabildo de Santiago. Mariscal habla con el cabildo, les dice más o menos que un norteamericano famoso quiere donar mil dólares. Gracias a las gestiones con Madrid, y al buen hacer de Pablo de Olavide, un político del Opus que ahora milita en el recientemente creado partido político de Alianza Popular, a quien Mariscal hizo un favor cuando tenía poder en el ministerio,[2] Manolo Mariscal consigue entrevistarse con el arzobispo de Santiago de Compostela. Mientras tanto, Johnny hace turismo. Mariscal le explica quién es Johnny Cash al arzobispo. El arzobispo no entiende nada. El arzobispo huele a colonia de rosas y va inmaculadamente afeitado. A Mariscal le entran ganas de preguntarle por el nombre de la colonia. Mariscal dice al prelado que Johnny Cash le invita a comer por todo lo alto. Comen los cuatro: el arzobispo, Mariscal y los Cash. Johnny pide cigalas y ostras y centollos y langosta y caviar ruso (tuvo que encargarlo Mariscal dos días antes). De postre hay arroz con leche casero. A June Carter le encanta ese postre. El arzobispo está contento, bebe y come. Entonces Johnny empieza a hablarle al arzobispo y Mariscal comienza a traducir. Le dice que él es un hombre de fe, y que su manera de expresar la fe es cantando, le pregunta que si ha escuchado alguno de sus discos, dice que es igual, que aunque no haya escuchado ninguno de sus discos da igual. Entonces, Johnny se pone a cantarle al oído al arzobispo He Turned The Water Into Wine. Mariscal se apresta a traducir la canción.
—Está bien, pero será un acto íntimo. Mañana a las siete de la mañana, yo lo preparo todo, incluida la guitarra que me ha pedido el señor Cash —dice el arzobispo.
Seis hombres están sentados a las siete y cuarto de la mañana de un día de junio de 1977 en el primer banco de la catedral de Santiago. Son: el hermano Victoriano, que ha abierto las puertas y se ha encargado de las tareas técnicas, como dar las luces, guiar al grupo por los corredores, cargar con multitud de llaves y correr cortinas; el vicario Félix Gambón, que es también organista y ha sido la persona encargada de traer una guitarra «perfectamente afinada»; el arzobispo; Mariscal y los Cash. Sólo han encendido las luces del altar. Johnny va de negro. Se ha puesto unas botas negras con estrellitas brillantes. Al vicario Félix Gambón le horrorizan tanto las botas como el tupé de Johnny. A las ocho de la mañana hay misa, de modo que no disponen de más de media hora. Johnny coge la guitarra y comienza cantando San Quentin. Cuando termina la canción, Félix Gambón está llorando. El segundo tema que canta Johnny es I Walk The Line. Cuando termina, el arzobispo está llorando. Johnny rasga los primeros acordes de Jackson. June se levanta del banco y, como siempre con esa canción, juntos cantan Jackson. El hermano Victoriano tiembla. Le encanta que canten juntos. Piensa que son dos ángeles. El hermano Victoriano contempla la eternidad, o una ficción de la eternidad, y tiene una descuidada erección, que no es deseo sexual, sino verticalidad jubilosa. Félix Gambón tiene temblores místicos en los pies. El arzobispo piensa que los Cash son seres sobrenaturales. Ve la conexión de la voz de Johnny con las estrellas, los planetas, la piedra y el mar. Quizá el Apóstol Santiago esté hablando a través de la voz de Johnny. El arzobispo ve en Johnny la figura de su madre. No la de su padre, sino la de su madre, que se llamaba María, y que murió cuando él tenía once años. Comprende el arzobispo cuánto quiso a su madre. Quiere el arzobispo recobrar aquel amor, pero es imposible, completamente imposible, férreamente imposible. Se araña la espalda el arzobispo. Los besos de su madre fueron la cosa más maravillosa de su vida, no fueron ficción, porque ficción es él ahora, o el que vino después de los besos de su madre. Sí, ése. Para terminar, Johnny canta He Turned The Water Into Wine.
Son las 7.50 de la mañana cuando las seis personas abandonan la catedral de Santiago de Compostela. Se dirigen al restaurante del hostal Reyes Católicos. Mariscal pide champán. El arzobispo rechaza el cheque de mil dólares de Johnny. Sólo quiere estar con Johnny. Sólo quiere volver a ver a su madre. Les habla el arzobispo de su madre, de lo delgada que era, de cómo cantaba por las mañanas; quiere volver a verla a través de la voz de Johnny, pero Johnny le dice que es imposible, y esta vez Johnny dice «es imposible» en español, con un acento tortuoso. Todos esperan que Mariscal traduzca, pero ahora no hace falta, Johnny ha dicho dos palabras en español.
Dos días después, los Cash abandonan Santiago. Se van en avión a Madrid. El Dodge rojo lo dejan en Santiago, y Mariscal contrata a un chófer para que lleve el Dodge a Madrid. June prefiere hacer el viaje en avión. Es una mañana espléndida y luminosa del mes de junio. Gambón, Victoriano y el arzobispo quieren despedir a los Cash en el aeropuerto de Santiago. Victoriano acaricia los lomos rojos del Dodge. «Es el coche de Johnny», piensa Victoriano. Llevan flores a June, y a Johnny le regalan una gigantesca tarta de Santiago y una cruz de plata que ha colgado toda la noche al pie de la tumba del apóstol para recibir los flujos del pensamiento de Santiago y las gracias secretas de todos los dioses. Los tres están llorando. Han encargado toda la discografía de Johnny a Madrid. Han comprado un tocadiscos Philips último modelo: amplificador de 75x75, tocadiscos y dos cajas Vieta con tres vías, se ha gastado el cabildo 104.000 pesetas. Todo para oír la voz de Johnny. En Santiago no hay discos de Johnny, hay que esperar. Victoriano le pide a Johnny, antes de que suba al avión, que les entone a los tres las primeras estrofas de I Walk The Line. Johnny canta para ellos. Se abrazan. June lleva un montón de flores en las manos. Mariscal carga con la tarta de Santiago. Victoriano añade un último regalo: una botella de licor de café casero; explica que lo hace su padre. Mariscal carga con la botella. La beberemos en el avión, dice Johnny. Y eso es verdad. En el avión, Mariscal y Johnny se beben la botella entera. Se abrazan. Johnny canta I Walk The Line. Mariscal le da un beso en los labios a June. A June le gusta, y Johnny no ve el beso. June se queda mirando a Mariscal como se mira a un ex novio difunto, pero hermoso.
Pasaron unos días en Madrid, viendo museos, viendo pintura española. A Johnny le gustaba mucho Goya y El Bosco. También le gustaba la comida madrileña. Fue entonces cuando Johnny se vio obligado a conceder alguna entrevista a dos o tres periódicos nacionales, por imposición de la discográfica y con el fin de apoyar la venta de los discos de Johnny en España. Pero Johnny era muy poco conocido en España. Aunque es verdad que tenía algún que otro fan. Firmó bastantes autógrafos a gente extraña. A mediados de junio, Johnny le dijo a Mariscal que ya valía de Madrid, que quería conocer el Mediterráneo. Mariscal pensó en las costas andaluzas. Pero Johnny eligió la costa de Valencia. Mariscal volvió a hablarle de Sevilla, de que no podía dejar de visitar Sevilla. Pero Johnny insistió en que quería tomar el sol en la costa de Valencia. Le dijo a Mariscal que buscase un pueblo bonito. Mariscal le preguntó que por qué había elegido Valencia, y Johnny contestó que porque estaba más o menos por la mitad del Mediterráneo, y que la mitad de todo siempre era un buen sitio. Mariscal eligió el pueblo de Gandía.
Otra vez el Dodge rojo, otra vez la carretera. Se alojaron en el hotel Gran Europa de Gandía, a pie de playa. Johnny reservó las mejores suites, las tres que había. Ahora no era por el hermano muerto. Sí, ésa fue la explicación de Johnny con respecto a la tercera suite que reservó en el hostal Reyes Católicos de Santiago: una suite para su hermano muerto, para que tuviese su espíritu un lugar donde dormir, vestirse, desayunar en la cama, ducharse, un lugar grande y noble. Ahora una noche dormían los Cash en una suite, otra noche en la otra. Se movían todas las noches. Mariscal se quedaba inamovible en la suya. Estuvieron una semana tomando el sol de finales de junio. Comiendo paellas, y bebiendo riojas.
Una noche, a las seis de la madrugada, Johnny volvió a hacerlo. Se plantó en la suite de Mariscal.
—Llama al servicio de habitaciones y pide una botella de whisky —dijo Johnny.
Mariscal estaba otra vez perplejo, temiéndose otra muestra de sinceridad corporal apabullante. ¿Qué me enseñará esta vez?, pensaba Manolo Mariscal.
—Mariscal, estoy muy preocupado por un asunto —dijo Johnny.
—¿Qué asunto? —preguntó Mariscal.
—No sé cómo decirlo, es algo relacionado con el envejecimiento de las mujeres. Creía que las mujeres hermosas no envejecían, creía que las mujeres bellas estaban por encima de eso.
—Es un escándalo, ¿verdad? —preguntó Mariscal.
—Sí, Mariscal; yo creía que era normal que los hombres envejeciesen, pero que las mujeres envejezcan, no sé, eso es…
—Eso es un escándalo político —dijo Mariscal.
—Sí, porque ellas están a la intemperie. June es mayor que yo, sí. Eso nunca me importó, pero es así: ella tiene tres años más que yo. Las mujeres se hacen viejas como nosotros, creía que a June eso no le pasaría nunca. Las mujeres están a la intemperie.
—A la puta intemperie —concluyó Mariscal.
—He visto a una camarera del hotel, es muy joven y muy guapa.
—Sí, ya sé a quién te refieres. Una chica morena. Es andaluza. Es de Almería. Yo hablaré con ella.
—Gracias, Mariscal. Sabes cómo se llama.
—Sí, se llama Cecilia.
—Qué bonito nombre. Es el nombre de una canción de Simon y Garfunkel.
—Johnny, esta vez no me enseñes la polla.
—Tranquilo, Mariscal, ya me voy.

El 9 de julio de 1977 el matrimonio Cash dejó España. Los Cash volvieron a USA sin ver Sevilla ni Barcelona. El 15 de mayo de 2003 murió June Carter. Johnny acudió a la ceremonia sentado en una silla de ruedas. El 15 de junio de 2003 Johnny se acordó de aquellos días lejanos en España, a finales de la década de los setenta. Pide que le busquen la dirección, el teléfono de Manolo Mariscal. Hace cuentas. Fue en el 77 y Mariscal tenía cincuenta años. Calcula que Mariscal, si vive, tendrá setenta y siete años. Nunca más volvió a saber de él. Johnny pide ayuda a su discográfica. Mariscal vive aún, le confirman. Mariscal vive jubilado en un piso del barrio de la Concepción de Madrid. Localizan a Mariscal y Johnny se pone al teléfono.
—Hola, soy Johnny —dice Johnny—. Cuánto tiempo, verdad, Mariscal.
—Sí, Johnny, mucho tiempo, pensé que ya no te acordarías de mí —le contesta Mariscal con su perfecto inglés estadounidense—, pensé que ya sería imposible que me encontraras. Johnny, me enteré del fallecimiento de June.
—Tendría que volver a España, Mariscal, pero ya no puedo. ¿Te acuerdas de aquellos días?
—Me acuerdo, Johnny, me acuerdo.
—¿Necesitas algo?
—Vivo solo, no tengo necesidades de ninguna clase. Ya sabes a lo que me refiero. Todos acabamos igual. Haces mal en llamarme. Tú tienes familia. Gasta tu tiempo con ellos, no conmigo. Es una generosidad absurda, Johnny.
—Es por aquel viaje, no por ti.
—Bueno, ¿qué quieres saber? Ya imagino el qué. Quieres saber si fue real, ¿verdad? Sí, lo fue. Estabais tan felices y llenos de vida, tú y June. Me acuerdo de aquel Dodge rojo. Me acuerdo del miniconcierto en la catedral de Santiago. Tenías que haberlo grabado. Hubiera sido un éxito.
—¿Qué estabas haciendo ahora, Mariscal, cuando te he llamado?
—Estaba leyendo las cartas que me escribió el poeta Antonio Gamoneda.
—No sé quién es ese Antonio, Mariscal —dijo Johnny.
—Verás, sería a mediados de los ochenta cuando comencé a escribir poesía, a escribir poemas. También comencé a hacer crítica literaria en revistas y en algún periódico. Publiqué un par de libros de poemas. Le mandé esos libros a un poeta español que por aquel entonces me gustaba mucho, y ese poeta era Antonio Gamoneda. Estaba mirando cartas antiguas, cartas que me escribió Antonio Gamoneda a finales de los ochenta, cuando ha sonado el teléfono.
Recordó entonces Mariscal que el poeta Antonio Gamoneda encabezaba sus cartas con un «Querido Manolo».

—Dices que te gustaba, ¿es que ya no te gusta?
—Lo que pasó fue que dejamos de escribirnos. Y luego él se hizo muy famoso.
—Entonces ese poeta se portó contigo como yo, ¿verdad?
—Sí, creo que eso fue lo que pasó. Más bien pasó lo que tú dices. Él dejó de escribirme, o algo parecido.
—Sabes, Mariscal, me muero. Me queda muy poco. Estoy terriblemente enfermo. A ti, en cambio, por el tono de tu voz, parece que te va bien. ¿Sabes ya por qué te llamo?
—No debes pensar en eso ahora —dijo Mariscal con cierta vehemencia.
—Creo que tengo derecho a saberlo. Me muero, Mariscal. Hace un mes enterré a June. Es hora de saberlo. ¿Llegó el dinero?
—Sí, lo mandaban tus abogados hasta que cumplió dieciocho años, luego llegó el cheque de cien mil dólares.
—¿Sabe quién es su padre?
—No, no creo que lo sepa, ya te habrías enterado. Lo que tú acordaste con tus abogados. De todas formas, estás hablando de ficciones.
—Querrás decir de cómo invertí una cantidad no despreciable de dólares en ficciones.
—Sí, en ficciones españolas.
—Pero ella está viva, y eso no es una ficción. ¿Se ha casado?
—No lo sé, le perdí la pista. Tendrá veinticinco años ahora. Su madre le puso Cecilia, como ella. Sé que su madre murió.[3]
—Me lo dijeron los abogados, eso lo sé.
—Oye, Johnny, ¿por qué en aquellos días siempre ponías a prueba mi inglés? Siempre quise preguntártelo y nunca me atreví. Pensé que igual no me pagabas si te lo preguntaba.
—Quería saber si me entendías, quería saber si estábamos hablando de verdad, o si era una ficción. A veces he pensado que yo no debería hablar ninguna lengua. He pensado que la mejor lengua es el silencio puro. No hablar ninguna lengua, ninguna. Sería maravilloso. Me acuerdo de que era incapaz de decir dos palabras en español, y creo que eso era bueno. En realidad, tampoco sé decir dos palabras seguidas en inglés sin que piense en las mentiras, en todas las mentiras, y en el dolor. Odio las lenguas, Mariscal.
—¿Nunca le dijiste a June que te nació una hija en España?
—Buenas noches, Mariscal.
—Buenas noches, Johnny.