Capítulo 1

El APRA,
historia de un zigzag


En el imaginario de los peruanos, el APRA no es un partido de derecha y puede sonar a incongruencia empezar una historia de las derechas en el Perú revisando la trayectoria del partido de Haya de la Torre. Pero el APRA se ha desplazado bastante en el espectro político, sin permanecer anclada a un puesto estable. Como veremos, nació en los treinta como un movimiento de izquierda no comunista, aunque progresivamente se fue moderando para pasar a un entendimiento con sus antiguos enemigos durante los cincuenta y sesenta. Hasta ahí su historia sería una trayectoria semejante a miles de relatos idénticos: izquierdista en su juventud y conservador en su edad madura.

La historia del APRA es singular porque su fundador dirigió el proceso de construcción de partido a través de una filosofía que denominó espacio-tiempo histórico. Ella fundamentaba los llamados virajes, porque ofrecía una explicación basada en cambios mayores del contexto mundial. No era pura adaptación, menos oportunismo; por el contrario, era parte del esfuerzo por encontrar el camino en un escenario complejo. A ello hay que sumarle el olfato del viejo Haya, que le permitió entender la necesidad de un nuevo viraje luego del golpe de Velasco en 1968. Ante sus ojos se derrumbaba sin resistencia su vieja enemiga, la oligarquía terrateniente. Comprendió que debía realizar otro golpe de timón, esta vez de retorno, para ubicarse en la centroizquierda. La obra de los militares del 68, reforma agraria y nacionalizaciones, se parecía demasiado a sus promesas de los años treinta. Por ello, Haya se posicionó como adelantado del gobierno militar; en realidad, como creador de sus ideas fuerza.

En el transcurso de los setenta, Haya se empeñó en una batalla por la democracia. Según su parecer, las reformas de Velasco iban a fracasar, no a causa de sus objetivos, sino por el método dictatorial de ejecución. De este modo, Haya rescató el concepto de izquierda democrática, que representaba bastante bien el nuevo puesto que le concedió al PAP hasta su muerte. De este modo, hacia finales de los setenta, el movimiento histórico del APRA por el espectro comenzaba en la izquierda, se desplazaba a la derecha y tuvo un retorno al posicionamiento que llamaban de izquierda democrática. En este punto del espectro, el PAP se mantuvo bastantes años, hasta el segundo gobierno de Alan García en 2006. Como veremos, desde la muerte de Haya, el triunfo de Armando Villanueva en la lucha interna contra Andrés Townsend y a lo largo del primer gobierno aprista, el APRA estuvo en el casillero de la centroizquierda. Luego, en los noventa vino un cambio paulatino en dirección al triunfante neoliberalismo a escala mundial, aunque sin fundamentación interna doctrinaria. Pero, cuando el APRA fue oposición a Toledo, comenzando los años 2000, el partido participaba en luchas sociales y acudía a los mítines de la CGTP. La famosa escena de la patadita es precisamente en ocasión de un paro nacional. Es decir, era una etapa algo ambigua, donde las ideas neoliberales habían ganado peso en la dirigencia del PAP, pero el partido aún se movía en una lógica mayormente socialdemócrata.

Sin embargo, el segundo gobierno de García fue ocasión para un nuevo giro del APRA, esta vez en dirección a la derecha. El vigoroso desarrollo del capitalismo a continuación de las reformas neoliberales de los 1990 empujó a García en dirección a una receta ortodoxa que aprovechó los precios de las commodities para impulsar el crecimiento económico. Los artículos sobre el “perro del hortelano” mostraron que había hecho suya esa posición para gobernar durante el mandato de 2006 a 2011. Ahora que el PAP enfrenta la campaña presidencial de 2016, la ciudadanía ubica sin mayores dudas al APRA como parte de las derechas. Para sus militantes es aún socialdemócrata, pero la alianza con el PPC evidencia una postura de derecha liberal.

De este modo, la historia del APRA es compleja y se asemeja a un zigzag. Empezó en la izquierda, se movió a la derecha, retornó a la centró izquierda y en los últimos diez años nuevamente se ha desplazado a la derecha. Por ahora, ahí se mantiene y esta ubicación actual del PAP justifica comenzar este libro por su fascinante historia. La pregunta que orienta nuestro estudio es cómo ha sido posible construir un partido histórico y de masas, no obstante estos giros políticos. Cualquiera hubiera desaparecido en medio de esos inesperados movimientos, mientras que el APRA ha resistido y se halla en las puertas de una nueva elección presidencial con ciertas posibilidades.

1. El Congreso de Bruselas

Víctor Raúl Haya de la Torre inició su carrera política como líder estudiantil en la Universidad de Trujillo y luego en San Marcos. El año 1917 llegó a Lima, dejando atrás su primera formación en el llamado Grupo Norte dirigido por el filósofo trujillano Antenor Orrego. En esta época auroral recibió distintas y variadas influencias ideológicas, que fueron formando su propia concepción política. Sin embargo, si hubiera que elegir una corriente especialmente significativa en la base ideológica del futuro fundador del APRA, esta sería indudablemente el anarcosindicalismo. Esta corriente era especialmente fuerte entre los obreros cultos y radicales que lideraron las luchas populares en el Perú de los años 1905-1920. Entre sus referentes se hallaba el famoso escritor Manuel González Prada, quien había evolucionado desde un nacionalismo radical al anarquismo, siguiendo las enseñanzas del aristócrata ruso Mijaíl Bakunin. De hecho, la primera iniciativa orgánica del joven Haya recibió el nombre de “Universidades Populares González Prada”.

Estas “universidades” eran parte de un audaz plan organizativo de la Federación de Estudiantes del Perú, que, bajo la dirección de Haya, impulsó un amplio programa de educación popular. En un congreso de estudiantes realizado en Cusco en 1920, se crearon estas instituciones educativas, donde sectores populares cultivados recibían clases organizadas por estudiantes universitarios de avanzada. Fueron un éxito y se extendieron tanto en Lima y Callao como en numerosas ciudades del interior del país. En 1923, la Universidad Popular de Lima decidió oponerse a la Consagración del Perú al Corazón de Jesús, una iniciativa religiosa con proyección política, que buscaba amalgamar la Iglesia católica con el Estado. Era un momento político especialmente álgido, porque estaba en juego la reelección de Augusto B. Leguía, que estaba explícitamente prohibida en la Constitución promulgada por él mismo en 1920. La iniciativa del arzobispo de Lima generó rechazo de varios grupos laicos, los cuales fueron conducidos políticamente por la Universidad Popular para impedir el acto religioso.

La contramanifestación fue violenta y murieron dos personas, cuyo entierro fue ocasión para un gran discurso del joven Haya. Emotivo y profundo, Haya captó la atención del gran público, dando el primer salto de estudiante a líder nacional. Pocos meses después, el gobierno apresó y deportó a Haya. Luego, inició un periplo que lo tuvo fuera del país ocho años hasta su retorno en 1931, para la campaña electoral que siguió al derrocamiento de Leguía. Durante su destierro, Haya viajó bastante y conoció media Europa, incluyendo un viaje a Rusia soviética y una estadía que incluyó estudios universitarios en Inglaterra; anteriormente había estado en América Central, el Caribe y sobre todo en México, a donde volvió en 1928, para poner en marcha su proyecto político personal, denominado “Plan de México”.

En el transcurso de estos viajes, Haya fue formando su pensamiento, conoció a muchos políticos e intelectuales, estudió bastante y se entrenó como polemista. Fue parte de clubes de debates en su estadía en universidades de Gran Bretaña. En ese momento, en el pensamiento de Haya aparece la influencia de las dos revoluciones de aquellas décadas: la mexicana y la rusa. Haya conoció y apreció ambas experiencias y fue elaborando una síntesis, que recogió lo que consideraba positivo y a la vez se mantuvo crítico de cada una, perfilando una propuesta propia.

En 1926 publicó en una revista comunista británica un artículo famoso que luego ha sido reproducido muchas veces. Se titulaba “Qué es el APRA” y proponía una primera definición programática, sustentando que esta entidad es el órgano de lucha antiimperialista de América Latina, por medio de un frente único de trabajadores manuales e intelectuales. Aquí se presentan algunos temas cruciales. Primero, el énfasis de Haya en la región latinoamericana. No pretende una política para el Perú estrechamente nacionalista, pensada desde dentro, pero tampoco inspirada en las contradicciones globales, como quería el comunismo soviético.

Por el contrario, Haya concibe un proceso regional latinoamericano autónomo y específico. Ese punto marca una distancia clave con la propuesta comunista. ¿Cuál es el alcance y el centro del proyecto político? Para Haya era regional. A continuación, Haya profundiza esa inicial disputa con la Internacional Comunista, al proponer el frente único de trabajadores manuales e intelectuales. Por el contrario, los comunistas querían un partido revolucionario concebido como vanguardia del proletariado, no un frente único, menos con los intelectuales, que allí representaban a las clases medias, llamadas en la literatura marxista, en forma despectiva, pequeña burguesía.

Haya tuvo ocasión de exponer su parecer en un célebre congreso antiimperialista que se reunió en Bruselas en febrero de 1927. Grandes personalidades de izquierda estuvieron presentes y, aunque el centro de los debates fue la cuestión china, Haya tuvo oportunidad para confrontar sus ideas con Julio Antonio Mella, un importante dirigente juvenil comunista de nacionalidad cubana. Mella le reprochó tratar de organizar al APRA como alternativa al comunismo, acusándolo de divisionismo en el seno de las izquierdas latinoamericanas. De ese modo, se generó la ruptura entre Haya y la III Internacional Comunista. Hasta ese entonces, Haya había coqueteado con el comunismo, se reclamaba seguidor de Marx y proclamaba que el socialismo era su meta.

Sin embargo, Mella criticó la falta de compromiso de Haya con la patria del socialismo. Víctor Raúl aún no planteaba que la URSS era un socialimperialismo (esta concepción fue posterior), pero el corset de representante del comunismo ruso le pareció sumamente estrecho para sus ambiciones. Esta temprana diferencia con el país de los sóviets no debe ser magnificada. Para aquel entonces, el joven Haya era un revolucionario antiimperialista de izquierdas, salvo que independiente, no alineado con Moscú, que había intentado atraerlo, pero que, al no lograrlo, estaba empezando a detestarlo. Ese sentimiento se desarrolló en un largo horizonte temporal.

2. El antiimperialismo y el APRA

A continuación, se produjo la ruptura entre Haya y Mariátegui, que originó la separación formal del aprismo con la izquierda marxista. Corría el año 1928 y Haya estaba en México planeando una revolución contra Leguía. Ese mismo año escribió un libro fundamental que condensa toda la primera etapa del aprismo. Titulado El antiimperialismo y el APRA, el texto fue recién publicado en 1936. El nombre expresa una postura claramente situada en la izquierda. Se trata de una propuesta para luchar contra el imperialismo, que lo ubicaba en la orilla opuesta a las grandes potencias, y era especialmente crítico del gran capital norteamericano.

El libro contiene una idea singular, que luego será clave en su evolución política. Se trata del doble carácter del imperialismo. En efecto, de acuerdo con Haya, existe un elemento negativo caracteriza al imperialismo. Se trata de la explotación económica y el menoscabo a la independencia política de los países pobres y pequeños. Ese rasgo en ocasiones podía ser intolerable y provocar grandes sacrificios para desembarazarse de sus garras. Por ello, la relación de los pueblos con el capital imperialista era crítica y Haya pensaba que era necesario oponerse a estas grandes empresas abusivas y explotadoras.

Pero el capital extranjero posee una segunda piel. Esta piel es positiva y consiste en capital y tecnología moderna, que llegan a un mundo atrasado y lo transforman. Así, los pueblos que antes de la llegada del imperialismo vivían en el feudalismo, pasaron a la edad contemporánea y aparecieron el proletariado y la clase media. El imperialismo también significa progreso. Según Haya, la relación con el capital extranjero es el nudo gordiano de la política latinoamericana. Por ello, el punto de partida es una estrategia que lidie con esta doble dimensión del imperialismo. No se trata de oponerse ciegamente y estrellarse contra la pared, como a su juicio hacían los comunistas. Por el contrario, era necesaria una política que aprovechara lo positivo y pusiera un alto a lo negativo.

El diseño ideado por Haya se llamaba Estado Antiimperialista, que sería lo suficientemente fuerte para negociar con el gran capital extranjero y las potencias imperialistas, aprovechando lo que hubiera de bueno en términos de capital, y también en contactos comerciales a nivel internacional. A la vez, ese Estado Antiimperialista tendría la capacidad suficiente para servir de barrera de protección contra el lado negativo del imperialismo. En este caso se trataba de impedir la explotación de los recursos naturales sin una adecuada compensación económica, en términos de sueldos y salarios para los trabajadores nacionales, e impuestos, a fin de que el Estado tuviera recursos para redistribuir en indispensables obras públicas.

Ahora bien, ¿cómo lograr un Estado con estas capacidades? De acuerdo con Haya, la clave se hallaba en el mencionado frente único de trabajadores manuales e intelectuales. Esta idea implica la construcción de un gran frente político nacional, integrado por varios sectores sociales que convergen en un planteamiento central: negociar eficientemente con el capital extranjero. No dejarse avasallar y aprovechar sus ventajas. El liderazgo del frente quedaría en manos de las clases medias, porque disponen de capacidad intelectual para conducir al Estado. Este frente sería tan ancho y su proyecto tan concreto que recibiría la adhesión mayoritaria de la ciudadanía. En ese sentido, el apoyo popular garantiza la solidez del Estado en su trato con el imperialismo.

El único sector nacional rechazado era la oligarquía, concebida como aliada del imperialismo y vehículo interno de la dominación externa. La clave de la política era la lucha contra lo oligarquía, que era culpable por su egoísmo al no haber integrado a la nación. Haya estaba forjando el acercamiento populista clásico buscando armar un frente muy amplio aislando a la clase peligrosa, la oligarquía, siempre entreguista y cerrada. El frente único planteado por Haya era tanto antioligárquico como antiimperialista.

Este tema del doble carácter del imperialismo constituyó un punto crucial del debate del aprismo con el comunismo internacional. Haya habla del carácter positivo del imperialismo, de negociar con él, sin una oposición intransigente. Por ello, la tesis sobre el imperialismo fue una clave de su evolución política venidera. Para los comunistas confirmó su ambigüedad frente al gran capital. A partir de entonces, Haya considera normal llegar a eventuales acuerdos con las grandes potencias y las empresas extranjeras. Los demás podrían someterse de rodillas, él no pensaba hacerlo, sino negociar con firmeza, pero sin renunciar al contacto con las potencias, único medio para desarrollarnos nosotros mismos. Con esa propuesta enfrentaba confiado el porvenir. Siempre fue un optimista.

3. El veto

Augusto B. Leguía fue derrocado en agosto de 1930, después de un largo gobierno de once años, que en ese momento fue considerado tiránico, no obstante el importante impulso modernizador que había conllevado. Su caída fue consecuencia de un golpe de Estado gestado en Arequipa por el comandante Luis Sánchez Cerro. Después de unos pocos meses como presidente interino, Sánchez Cerro fue obligado a dejar el poder, como condición para su postulación a presidente en las elecciones convocadas para 1931. Partió a París y luego regresó para la campaña electoral.

Asimismo, había retornado el joven Haya, quien volvía con la aureola del revolucionario desterrado. Cuando Leguía lo había echado del país, era un líder estudiantil animoso y ahora era una joven figura internacional. La candidatura de Haya fue muy atractiva y concitó muchas adhesiones. Sobre todo, entre los sectores populares organizados, gremios y sindicatos; por su parte, los jóvenes de diversa condición le dieron su apoyo. Tenía apenas 35 años, la edad mínima para postular a la presidencia y su discurso fue muy impactante. Haya retornó al Perú por Talara y a partir de ahí inició una gira que convocó multitudes. Haya mostró que era un gran orador, disponía del don de la palabra, sabía entusiasmar a las multitudes.

Además, era buen organizador, y conocía las técnicas y los mecanismos para montar una maquinaria eficiente en el terreno político. Se dedicaba al partido íntegramente y despachaba cotidianamente desde el local central. Pero el resultado electoral de 1931 fue adverso para el APRA. Haya obtuvo 36% y Sánchez Cerro, 51% Inmediatamente, los apristas alegaron fraude y proclamaron a Haya presidente moral del país. Si la campaña había sido polarizada, el periodo crítico fue entre las elecciones y la toma de mando. La violencia escaló tremendamente y el clima político era totalmente enrarecido.

Además, la situación internacional estaba camino al abismo. El crac de 1929 había remecido al sistema económico internacional y no se vislumbraba una solución. El sistema capitalista en su conjunto enfrentaba una depresión económica sin precedentes. Por su lado, la URSS, considerada por muchos izquierdistas como la patria del socialismo, no atravesaba una crisis semejante y, encerrada en sus fronteras, seguía creciendo gracias a los planes quinquenales. Por ello, comenzando los treinta, la crisis mundial era profunda, los países capitalistas parecían atrapados por sus contradicciones, mientras que el comunismo se alzaba con fuerza. En ese contexto surgió el fascismo para contener y derrotar a los movimientos revolucionarios en Europa occidental.

En el caso peruano, la campaña electoral de 1931 se dio en un contexto altamente crispado, porque la economía se había hundido y había gran agitación; las calles estaban ocupadas por multitudes y le gente estaba desesperada. Por su parte, Sánchez Cerro comenzó su gobierno presentando una ley de emergencia que le permitía imponer condiciones draconianas para controlar la intranquilidad política. El comandante Sánchez Cerro había reclutado el apoyo de la oligarquía, muy asustada por las promesas reformistas del APRA. Asimismo, el Ejército sostenía su actuación, ya que era uno de los suyos e intentaba imponer el orden. Gracias a estos puntos de apoyo, Sánchez Cerro impulsó una línea de mano dura desde el primer día.

Para la campaña, había formado el Partido Unión Revolucionaria, PUR, que pocos años después se transformaría en un partido fascista. La organización política purrista era de masas y sus bases provenían de sectores populares, que anteriormente habían sido poco concientizados. Por ejemplo, era un ídolo entre los trabajadores de los mercados. Incluso había formado una sección femenina liderada por la dirigente ítalo-peruana Yolanda Coco.

En esas circunstancias, Sánchez Cerro dio un paso decisivo y en febrero de 1932 hizo apresar y deportar a la bancada aprista y algunos otros constituyentes de oposición. Con ello, el régimen puso fuera de la ley a medio país. Como respuesta, en marzo de ese mismo año, el PAP intentó un levantamiento armado, apoyado en la Marina. Esta intentona concluyó trágicamente, con sentencias a muerte de ocho marineros, a cuyo cumplimiento asistió el ministro Luis A. Flores. Posteriormente, la Policía detuvo a Haya, quien fue encerrado en prisión alrededor de un año, de 1932 a 1933.

En esas condiciones, la dirección clandestina del APRA y sus estructuras regionales organizaron una serie de levantamientos que se desarrollaron entre 1932 y 1934. Ellos hicieron del APRA un movimiento subversivo antisistema. Su discurso era de centroizquierda, pero su práctica era insurreccional. Aún no había espacio para la democracia. La rebelión más importante ocurrió en Trujillo en julio de 1932, mientras Haya estaba preso en Lima. Esta ciudad era la cuna del aprismo y cabecera de una región moderna, con amplia presencia del capital extranjero, que dominaba las haciendas azucareras. Las ideas del APRA habían calado entre las clases medias de la ciudad y entre los trabajadores cañeros. Estos dos sectores estuvieron detrás del levantamiento aprista que culminó con la captura de la ciudad de Trujillo.

Un grupo de militantes provenientes de las bases cañeras y estudiantiles apristas tomó el cuartel O’Donovan después de una refriega, en la que cayó ultimado el jefe militar de la sublevación, llamado “Búfalo” Barreto. La captura del cuartel derivó en la prisión de un conjunto de jefes y oficiales del Ejército y la Policía, puesto que la comisaría también había sido tomada por civiles apristas. El prefecto revolucionario era el hermano menor de Víctor Raúl, Agustín Haya, quien no logró mantener el control del movimiento revolucionario. La suerte de estos militares y policías detenidos fue decisiva por los próximos cuarenta años. En efecto, ellos fueron fusilados sin proceso, estando aún tras los barrotes; su asesinato dio pie a una tremenda venganza del ejército luego de la caída de Trujillo en sus manos. Ese horroroso ajuste de cuentas consistió en el fusilamiento de casi un millar de apristas en los muros de la ciudad prehispánica de Chan Chan. Así se formó un charco de sangre entre el PAP y el ejército, que fundamentó el veto: Haya de la Torre no podía ser presidente. A continuación, el país atravesó varias décadas oscuras y represivas, donde primó el sectarismo y la liquidación del adversario.

4. La Segunda Guerra Mundial

El año que comenzó la Segunda Guerra Mundial hubo elecciones presidenciales en el Perú. Fue electo por primera vez Manuel Prado (1939-1945) y el APRA no apoyó a ningún candidato en el proceso electoral. Conjuntamente con el Partido Comunista, el PAP tenía prohibida su misma existencia. Un artículo de la Constitución de 1933 ilegalizaba a los partidos internacionales y ambas agrupaciones eran consideradas sectas foráneas. Así, llegó Prado, pero la persecución contra el PAP no se detuvo. Por el contrario, el PCP logró cierto acomodo y algunas de sus actividades fueron toleradas. Mientras tanto, la vida del APRA seguía siendo la misma: una dirección clandestina, un contingente de líderes exiliados, centenares de presos políticos y una masa que seguía fiel a los dictados de una organización que mucho tenía de religión.

Sin embargo, la Segunda Guerra generó problemas políticos muy hondos que obligaron al PAP a producir un viraje. Para empezar, estaba decididamente en contra del Eje nazi-fascista; por ello, su apoyo a la causa de los aliados era irrestricta. Haya era consciente de que ocupaba el mismo campo político que Estados Unidos, que fue perdiendo los elementos negativos que antes merecían su crítica; por el contrario, emergió como líder del mundo libre al que deseaba pertenecer el APRA. Desde el triunfo de Franklin D. Roosevelt en 1933, Haya había percibido modificaciones en la política exterior de Estados Unidos. El gigante norteamericano dejó atrás al gran garrote, para pasar a la política de buena vecindad. Gracias a Roosevelt, Estados Unidos ya no propiciaba dictaduras, sino que respetaba la voluntad de los pueblos. Este era un gran cambio y estaba a favor de una relación más justa con América Latina. Por ello, cuando pocos años después llegó la Segunda Guerra, el Partido Aprista y su líder estaban listos para sumarse al campo político conducido por Estados Unidos.

Estas ideas fueron formuladas en un libro titulado La defensa continental, que apareció en 1942 y que reunía artículos escritos desde 1938. En este texto, Haya sustenta una nueva consigna para su movimiento político. Se trata del “interamericanismo democrático sin imperio”. Esta propuesta venía a sustituir el viejo lema antiimperialista primigenio. Ahora el APRA postulaba una relación equilibrada con Estados Unidos. De una consigna en negativo, definida por el prefijo anti, el PAP pasó a un planteamiento afirmativo definiendo en positivo el régimen de igualdad política con Norteamérica.

La nueva fórmula traía una segunda gran novedad: la introducción del concepto democracia. Cierto es que esta noción había estado presente desde los primeros días. Pero el concepto de un Estado de derecho, que se rige por leyes y se renueva por elecciones, había acabado sepultado por la actitud beligerante del PAP, que había buscado el poder combinando formas legales con intentonas subversivas. El golpe militar y el levantamiento de sus militantes organizados paramilitarmente habían sido extensamente practicados por el APRA hasta ese entonces y estaban presentes desde el Plan de México. Por ello, la demanda por la democracia no ocupaba un puesto central en el mensaje aprista de entonces.

Pero, a continuación, la democracia fue pieza fundamental en el enunciado del aprismo. Aún no renunciaba definitivamente a los métodos insurreccionales; ello llegaría años después. Pero, desde comienzo de los cuarenta, la democracia ocupaba un lugar central, porque definía la finalidad de la lucha: un régimen político abierto contrario a las dictaduras peruanas de los años treinta y cuarenta. El interamericanismo sin imperio pasaba a ser soporte de la democracia anhelada por el PAP.

En 1942 se realizó en la clandestinidad la I Convención Nacional del PAP, donde se aprobó una declaración programática enfrentando al imperialismo alemán y las doctrinas fascistas. Asimismo, en este documento partidario se realizaron precisiones al programa máximo, dejando claro el nuevo puesto del PAP en el escenario: del lado de Estados Unidos contra Alemania y del lado de la democracia contra las dictaduras. Así, Haya realizó una simbiosis entre Estados Unidos y democracia. Se ubicó políticamente en este campo y sostuvo que su definición como partido democrático era esencial.

5. Una reforma filosófica

Desde los años treinta, Haya fue elaborando una base filosófica para su movimiento político. En busca de consistencia, se había inspirado en la dialéctica hegeliana, matizando categorías juveniles más radicales. Para Haya, la filosofía política era un tema esencial. No se puede hacer política sin una base conceptual. Solo una idea de la evolución humana valida una propuesta política. Sin filosofía, la política se reduce a pasión por el poder. Anímicamente, Haya se sentía por encima de ese tipo de sensualidad.

Por ello, la filosofía era indispensable para darle sentido histórico a su partido. Él mismo relata que buscaba una teoría que lo ayudara a entender su posición actual. Dice Haya: “¿dónde ubicar en un esquema lógico de la historia, el mundo americano, su pasado y su presente, para avizorar su destino?” Estando en Alemania, antes de regresar para la campaña electoral de 1931, Haya había tenido un primer acercamiento a la teoría de Albert Einstein sobre la relatividad. Desde entonces en forma progresiva haría de sus conceptos el eje de un planteamiento para entender las ciencias humanas y específicamente la política.

Esa nueva concepción fue meditada varios años y solo apareció en 1948, en dos artículos originalmente publicados en la revista mexicana Cuadernos Americanos. Junto con breves textos más tempranos fueron publicados en Lima en el libro Espacio-tiempo histórico. Su planteamiento aplica la teoría de la relatividad a la vida de los seres humanos en sociedad. A lo largo de sus páginas, Haya defiende que en el mundo social tampoco existe lo inmutable; que es igual a la naturaleza, todo cambia y es relativo.

Algunos de sus críticos han dudado de esta operación intelectual de tomar conceptos de la naturaleza y trasladarlos a la sociedad. Por ejemplo, un libro del filósofo Augusto Castro cuestiona el sentido mismo del trabajo conceptual porque cada ciencia tendría su propio campo teórico y los préstamos de categorías pocas veces encajan. Pero, más allá de las críticas, Haya es uno de los pocos políticos peruanos que ha buscado en la filosofía una base para su posicionamiento político. En esa actitud era equivalente a la adoptada por los marxistas, que poseían el llamado materialismo dialéctico. Se puede interpretar la actitud de Haya como un esfuerzo por armar doctrinariamente a su partido con instrumentos semejantes pero distintos a los marxistas.

Haya establece que las variables principales para conocer la evolución de las sociedades humanas son el tiempo y el espacio. Es decir, el analista debe ubicarse en su respectivo tiempo (por ejemplo, no es lo mismo el capitalismo maduro que el incipiente) y, a continuación, situarlo en su respectivo espacio (un país latinoamericano es distinto a otro europeo). Así, las posibilidades de combinación son varias, y solo cuando se precisa el lugar y el momento que ocupa el país, entonces se puede trazar una línea política adecuada.

Por su parte, la teoría de Haya sobre la historia justificaba la búsqueda de lo particular en vez de lo general, postulando que la esencia se hallaba en aquello que hacía único a un determinado fenómeno. No se trataba de repetir consignas generales válidas para todo el planeta, como quería el comunismo, sino hallar lo propio, lo inconfundible.

Los críticos de Haya vieron en este concepto una simple deriva oportunista, ante su supuesta impotencia para precisar las líneas maestras de su accionar político. De acuerdo con esta interpretación, el espacio-tiempo histórico le sirvió a Haya para fundamentar todos los virajes políticos del APRA. Su tránsito de izquierda a derecha y el pacto con la oligarquía tendrían como fundamento la ambigüedad de su base conceptual. Por ello, sus enemigos han sostenido que el libro de 1948 Espacio-tiempo histórico anticipó los cambios de línea política que vendrían en la década de 1950.

6. El discurso del reencuentro

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, una ola democrática recorrió el planeta. Esta temporada de plenas libertades fue bastante corta, porque en 1948 comenzó la llamada Guerra Fría, que enfrentó a los sistemas liderados por Estados Unidos y la URSS por más de cincuenta años. Pero, aunque breve, el ventarrón democrático fue intenso, las potencias fascistas cayeron derrotadas y el triunfo militar consagró a los luchadores por la libertad. Gracias a ello, en el Perú, la transición de Prado a Bustamante fue bastante más abierta que los procesos anteriores y las elecciones presidenciales fueron relativamente libres. Antes de terminar su gobierno, Prado ideó una argucia para devolver la legalidad tanto al PAP como al PCP. Obligó a un cambio de nombre y así el APRA apareció como Partido del Pueblo y el PCP se llamó Vanguardia Socialista.

De este modo, el PAP salió de la llamada “larga clandestinidad”, que vivía desde los años treinta. Los apristas consideran esta etapa como una trayectoria épica y suelen compararla con las catacumbas donde habían resistido los primeros cristianos. El lenguaje de Haya había sido mesiánico y sus textos recopilados en un libro titulado Carta a los prisioneros apristas auguran la tierra prometida al final del largo sufrimiento.

Durante los años de prisiones y deportaciones, a los militantes los había sostenido la fe en el destino de su agrupación. Esa mística se había encarnado en Haya. Era una figura superior a los demás; siempre fue llamado reverencialmente “jefe”, al haber ejercido el mando como un soberano de su propio partido. Además, su leyenda se había incrementado durante la clandestinidad. No se había asilado, como tantos otros. Por el contrario, había dirigido al partido en la complicada lucha por sobrevivir a la represión; su refugio era conocido como la Casa del Inca, el Incahuasi. Asimismo, en esas difíciles circunstancias, había proseguido su labor intelectual y se había dado maña para publicar importantes textos que marcaban la línea de los partidos populistas en toda América Latina. Para la militancia aprista, Haya era un mito que había estado obligado a esconderse y ahora salía al reencuentro de los suyos. La ocasión debía ser magnífica.

La organización del mitin del reencuentro fue confiada a Luis Felipe de las Casas, entonces joven dirigente del PAP, quien montó un impresionante desfile que culminó en la plaza San Martín, por entonces escenario de las grandes concentraciones políticas peruanas. El desfile fue muy emocionante. Quienes estuvieron recuerdan haber reconocido como apristas a muchas personas que veían por años sin conocer sus simpatías. Las cárceles se abrieron y salieron los presos a escuchar a Víctor Raúl, quien habló desde uno de los balcones de la parte sur de la plaza. Media ciudad acudió a escucharlo. La expectativa había alcanzado al Club Nacional, donde a la época se reunía en exclusividad la élite económica, la así llamada oligarquía. Los balcones del club estaban llenos y todas sus luces prendidas como señales de la ansiedad y curiosidad sin par que despertaba el líder aprista.

El discurso de Haya fue muy estudiado. Avizoró un gran destino para el país si emprendía indispensables reformas. Esa era la misión del APRA, realizar los cambios sociopolíticos que conducirían al país hacia un destino de prosperidad y libertad. En medio de su discurso, un pasaje llamó poderosamente la atención y se convirtió en el eje del mensaje. Haya sostuvo que no había venido a quitar riqueza a nadie, sino a crear nueva riqueza, al alcance de todos. La propuesta sonó a miel en los balcones del Club Nacional. El líder aprista anunciaba que el APRA no pretendía una redistribución de la riqueza nacional. Por el contrario, se presentaba como desarrollista, partidario de una política que crearía nueva riqueza para posteriormente ser distribuida. El crecimiento era su nueva meta.

En ese momento, los segmentos dirigentes de la oligarquía rechazaron la rama de olivo de Haya. El antiaprismo era muy fuerte. Como sentimiento político había nacido en los treinta, pero iba a perdurar mucho tiempo. Entre la oligarquía, el mensaje del reencuentro fue tildado como demagógico, palabras bonitas para esconder el propósito sectario del APRA. Ni La Prensa de Beltrán ni El Comercio de los Miró Quesada aceptaron la vuelta del PAP al redil.

Por ello, los años del presidente José Luis Bustamante y Rivero fueron tormentosos (1945-1948) Al terminar la Segunda Guerra, la economía internacional atravesó una recesión y cayeron los precios de las exportaciones peruanas. La contracción trató de ser contrarrestada con medidas heterodoxas: controles de cambios, de precios y salarios. Sin embargo, el deterioro fue fulminante y el Perú se sumergió en un ciclo corto muy depresivo; la economía nacional se fue a pique y todos los actores reaccionaron con demandas. Como había retornado la democracia, la gente podía salir a las calles y expresar su descontento. El gobierno era estrictamente legal y permitía la organización de la ciudadanía.

Lamentablemente, el vehículo político del gobierno, el Frente Democrático Nacional, nunca funcionó y el experimento terminó en un ruidoso fracaso. El jefe del APRA y el presidente Bustamante se llevaron mal desde el primer día. La coalición gubernamental no se sostuvo y después de muchos encontronazos terminó con un levantamiento protagonizado por el aparato paramilitar y las células en las fuerzas armadas del APRA el 3 de octubre de 1948.

La Marina se levantó, pero quedó aislada y fue derrotada con rapidez. Luego, Bustamante volvió a prohibir al PAP, que había disfrutado de apenas tres años de vida legal. Pero el presidente no se sostendría por mucho tiempo. Su gobierno estaba carcomido y carecía de apoyo. A continuación, el 27 de octubre de ese mismo año, el general Manuel A. Odría dirigió un golpe de Estado e impuso una dictadura destinada a durar ocho años, conocida por ello como el Ochenio.

7. Las convivencias

El golpe de Odría se ensañó con el APRA; de inmediato la policía política organizó la cacería de Haya. En esas circunstancias, el partido le aconsejó asilarse, aceptando su incapacidad para garantizar su clandestinidad. Así, en enero de 1949, Haya se refugió en la embajada de Colombia en Lima, que a los pocos días le concedió asilo político. Sin embargo, el gobierno peruano no aceptó la calificación de refugiado y solicitó que Haya fuese entregado a la justicia porque era un delincuente común. Fue calificado específicamente como terrorista.

Como ninguno cedió, se inició un largo conflicto ante la Corte Internacional de La Haya, que se tradujo en un inusual encierro de cinco años, durante los cuales el líder aprista estuvo hospedado en la embajada de Colombia, una casona de la avenida Arequipa entonces rodeada de fosos e instalaciones policiales. En realidad, Haya vivió solo, acompañado por un reducido personal de servicio y visitado cada tanto por un funcionario junior de la embajada de Colombia.

En esos cinco años escribió un libro clave titulado Treinta años de aprismo, en el cual revisa la actualidad del libro doctrinario anterior, El antiimperialismo y el APRA. El estilo de Treinta años de aprismo es complejo y carece de la contundencia de los escritos anteriores. Quizá el encierro dificultó la composición, porque en este texto aparentemente se defiende la concepción expresada en El antiimperialismo y el APRA. Sin embargo, en realidad, Treinta años de aprismo codifica el giro a la derecha y prepara al partido para la reconciliación con la oligarquía. El método es sutil y se esconde detrás de la aparente confirmación de los anteriores postulados, lo cual contribuye a la confusión del lector.

Retornando a los días posteriores al golpe de Odría, la preocupación de la dirección del PAP por la seguridad de Haya no era infundada. La represión del gobierno era especialmente dura: un año después fue asesinado el secretario general del PAP, Luis Negreiros, quien había sido policía y era un destacado dirigente sindical y político. Era marzo de 1950 y la dictadura extendió su sombra por todo el país. A continuación, se sucedieron años grises, mientras en el exterior se peleaba la guerra de Corea y se extendía el macartismo en Estados Unidos. Mientras tanto, en la URSS era el último tramo de la vida de Stalin, periodo que estuvo marcado por la paranoia del líder y una implacable represión. El Perú de Odría fue un fiel aliado norteamericano en esta etapa de intensa lucha entre los sistemas mundiales.

Pasadas muchas lunas, hacia 1955 el gobierno de Odría lucía resquebrajado y debilitado. En ese momento, se formó una agrupación que pedía democracia para el proceso electoral de 1956. Denominada Coalición Nacional, fue liderada por sectores liberales de clase alta. Entre ellos destacaba el empresario Pedro Roselló, quien tenía detrás el apoyo del poderoso diario La Prensa, dirigido por Pedro Beltrán, una figura clave de las derechas y el liberalismo nacional. Este grupo disputó palmo a palmo la coyuntura al dictador, que ya cerca la fecha para las elecciones presidenciales no sabía cómo conducir el proceso. Primero pensó en designar algún favorito de Palacio y, con mucha reticencia, tuvo que aceptar una apertura controlada.

Una tesis escrita por Livia Letts y sustentada en la maestría de Historia de la PUCP relata cómo, triunfante en la primera parte de la coyuntura, la Coalición Nacional no pudo seguir adelante ni imponer un candidato de sus filas. Una vez que Odría cedió, la Coalición Nacional se opacó y salieron a relucir las verdaderas fuerzas políticas que habían estado agazapadas debido a la violenta represión gubernamental. Este declive de la Coalición se definió en un mitin en Trujillo, donde las bases apristas pifiaron fuertemente a Roselló, quien desde la tribuna tuvo que terminar su intervención a capazos. El historiador aprista Roy Soto Rivera cuenta que la contramanifestación fue organizada por Armando Villanueva.

Para aquel entonces, Haya había salido al exilio y la dirección del APRA quedó en manos del veterano dirigente Ramiro Prialé, quien era huancaíno y maestro de profesión. Haya confió en Prialé y le dio carta blanca para negociar. Al comenzar el gobierno de Odría, Prialé fue detenido y purgó unos años de prisión. Luego fue deportado, hasta que decidió retornar clandestino para asumir el manejo del PAP. Encontró un clima propicio e incluso tuvo varias entrevistas con Odría, a las cuales posteriormente se refirió en entrevistas periodísticas. Según sus recuerdos, Odría le manifestó su deseo de apoyar a Hernando de Lavalle y le pidió que el APRA se acercara a esta candidatura, aunque claramente le expresó que durante su mandato no concedería la legalización del PAP.

Prialé habló largamente con Lavalle, a quien los apristas tenían elevada consideración por su amistad con Haya. Pero Lavalle fue ambiguo. El PAP estaba interesado en recuperar su legalidad y obtener una amnistía para sus presos. Esa era la meta de Prialé. Por su parte, Lavalle solo prometía que, de ser elegido, una ley de partidos vería el asunto en fecha próxima. Así, apareció en escena Manuel Prado, quien había sido presidente y había perseguido duramente al PAP. Pero era un político sagaz y entendió la ansiedad aprista por recuperar la legalidad. Habían pasado 25 años de dictaduras. Si cuando comenzaron su vida política Haya y su primer círculo eran jóvenes treintones, ahora estaban terminando sus cincuentas. Lógicamente sentían que la vida se les iba, en medio de tantas persecuciones y heroísmos. Querían actuar libremente. Por ello, estaban en busca de seguridades y Prado supo ganar su voluntad.

El APRA se sabía mayoritario, no había participado en elecciones desde hacía décadas y en los años cincuenta no había encuestas, pero se notaba su gran presencia en la sociedad civil organizada y buscaba traducir ese apoyo en las urnas. Con esa confianza Prialé negoció con ambos candidatos y finalmente Prado prometió que, en su primer acto como presidente, devolvería la legalidad a los partidos proscritos y ofrecería una amplia amnistía política.

La III Convención del APRA se reunió en marzo de 1956 y ratificó la confianza del jefe en la dirección que estaba actuando en el terreno. Así, Prialé tuvo la seguridad para actuar y obtuvo un compromiso de Prado, que este supo cumplir. Para Prialé no pesó que el candidato fuera un representante de la oligarquía y líder de una de los grupos económicos contra los cuales habían combatido durante décadas. Tampoco pesó que durante su primer mandato hubiera perseguido sin tregua a su partido. Lo único que importaba era recuperar la legalidad. Además, la otra opción (es decir, Lavalle) también era una figura de la oligarquía, puesto que era el vicepresidente del Banco de Crédito. En términos de clases sociales, era un par de Prado.

En la contienda electoral de 1956 también compitió Fernando Belaunde, FBT, y era una tercera opción que el APRA podía haber considerado. De hecho, Belaunde había sido diputado del Frente Democrático durante el gobierno de Bustamante, gracias a lo cual había actuado en alianza con el PAP. La experiencia no había sido feliz y los alejaba. Pero, en términos programáticos, Belaunde era un reformista moderado y sus ideas eran cercanas al programa originario del APRA. En efecto, FBT era un arquitecto que reunía un contingente de nuevas clases medias urbanas con educación superior. Socialmente pertenecía a un sector profesional de clase media alta, estaba dotado de sensibilidad social y expresaba una visión del país; por ello, su planteamiento podía haber congeniado con el aprista.

Pero quizá esa misma cercanía programática impidió el entendimiento. El PAP entendió que Belaunde ocupaba su espacio y que era un rival, no un aliado. Si ganaba la presidencia, el electorado natural aprista podía migrar tras este nuevo líder reformista. Años después, Prialé sostuvo una idea distinta. Según sus recuerdos, el PAP temía que, si votaban por FBT, Odría podía anular las elecciones. Sostuvo Prialé que los apristas tenían que votar por alguien tolerable para Odría y Belaunde no le era confiable.

Poco tiempo atrás, en 1954, al salir libre de su encierro, Haya viajó por Latinoamérica y luego se embarcó a Europa, a la que llegó treinta años después de su anterior visita. Durante su estadía tuvo oportunidad de conocer los países escandinavos y quedó gratamente impresionado. Pensó que había encontrado la sociedad ideal, un avanzado Estado del Bienestar basado en pactos entre actores sociales para enrumbar el país en una dirección aceptada consensualmente. Desde entonces fue un partidario del modelo democrático que había observado en Escandinavia. Con el título de Mensaje a la Europa nórdica publicó un texto cuyo tono corresponde a un libro de viajes de un político experimentado, combinando apreciaciones turísticas con ideas y pensamientos.

Posteriormente, Haya se estableció en Europa y solo retornaba al Perú pocos meses al año. Viajaba hacia su cumpleaños, en febrero, para celebrar el mitin de la fraternidad y pasaba en el país unas cuantas semanas. Según sus amigos, no quería residir en el Perú porque no quería inmiscuirse en el gobierno de Prado, a quien había elegido el voto aprista, pero que consideraba representante de quienes lo habían atacado toda la vida. Estaba con su gobierno, pero no lo toleraba. La relativa lejanía de Haya se prolongó durante la década de 1960 y solo volvió a residir permanentemente en el Perú después del golpe de Juan Velasco.

Durante el segundo mandato de Prado, el APRA careció de congresistas propios, porque sus líderes no se habían podido presentar como candidatos, aunque algunos amigos suyos habían sido electos en listas independientes. Asimismo, el PAP mantuvo una política de puertas abiertas con el gobierno. En general se llevaron bien y algunos connotados líderes fueron nombrados embajadores. Entre ellos estuvo Manuel Seoane, el número dos en el liderazgo aprista.

Gracias a esas relaciones, al acercarse el final de Prado, el PAP realizó una alianza con el gobierno para competir en las elecciones de 1962. El candidato fue Haya, que volvió a presentarse a la presidencia después de tres décadas y sobre el cual se cernía la amenaza del “veto”. La alianza apro-pradista compitió con bastante éxito en las elecciones celebradas ese año. Pero, aunque quedó primero, Haya no ganó las elecciones, porque no cumplió con el requisito constitucional de obtener al menos el 33% del voto ciudadano.

En esa época no había segunda vuelta, como en nuestros días, sino que, si ningún candidato presidencial obtenía el mínimo legal, entonces el Parlamento elegía entre los tres primeros; en este caso: Haya, Belaunde y Odría. Una vez más, el APRA descartó a Belaunde de las conversaciones para llegar a un acuerdo político y prefirió entenderse con el ala derecha del espectro, en este caso Odría.

La contradicción principal fue entre Belaunde y Haya. Ella definió la historia política de los años cincuenta y sesenta. No obstante su cercanía programática, se enfrentaron sin tregua. Si se hubieran entendido, todo habría sido distinto, pero fueron los polos de la lucha política y el resto de fuerzas se alineó con uno o con otro. Así, Haya acabó pactando con Odría y Belaunde, con la Democracia Cristiana, DC.

El pacto de Haya con Odría consistía en llevar a este último a la presidencia de la República y dejar el Congreso en manos apristas. Odría no tuvo tapujos para aliarse con sus antiguos enemigos, porque pasaba de tercero a ganador. Para el APRA la decisión era más difícil y el resultado era limitado. Aunque Haya creó la teoría del Congreso como el primer poder del Estado, todos sabían que ello solo era cierto en los Estados parlamentarios y el Perú no lo era. Además, era un pacto con un enemigo que ayer había asesinado a un secretario general y llenado las cárceles de militantes. ¿Cómo confiar?

En medio de dilemas dentro del APRA, sobrevino el golpe militar de julio de 1962, que derrocó a Prado alegando fraude electoral. A continuación, la Junta Militar convocó a nuevas elecciones que se desarrollaron exactamente un año después, en 1963. En esta segunda elección, hubo menos candidatos y Belaunde logró atraer los votos izquierdistas que anteriormente se habían repartido en otras candidaturas. Asimismo, la alianza de AP con la DC fortaleció la candidatura de FBT y acabó imponiéndose.

Por su parte, Haya aumentó el número total de votos propios con respecto a las elecciones del año anterior. Pero Belaunde había crecido en forma considerable y el PAP perdió la carrera presidencial. Odría se achicó un tanto y repitió su tercer lugar. Luego de su derrota, el PAP promovió un entendimiento parlamentario con Odría para oponerse a Belaunde. El APRA articuló la llamada Coalición con la Unión Nacional Odriista, UNO, que representaba a la vieja oligarquía agroexportadora. Este entendimiento constituyó el punto más a la derecha del viraje del PAP, que se había iniciado años atrás, pero nunca había ido tan lejos. Las convivencias costaron al APRA la salida de numerosos militantes que no estaban dispuestos a aceptar alianzas con enemigos históricos.

Un grupo numeroso de cuadros apristas se apartaba porque había sido captados en otra lógica y, antes de cambiar de línea, preferían dedicarse a otras actividades. La mayoría de los renunciantes se dedicaron a actividades privadas. Pocos quisieron seguir en la brega política. Los escasos militantes que salieron organizados lo hicieron por la izquierda en 1959: dirigidos por Luis de la Puente Uceda, organizaron la guerrilla del MIR en 1965. El viejo partido populista había dado pie a grandes abismos políticos. Solo unos pocos años atrás, en su seno habían convivido quienes se levantaron en armas el 65 y quienes plantearon en el Congreso un proyecto de ley para condenar a muerte a esos mismos guerrilleros.

8. Velasco y el reformismo militar

El gobierno del general Juan Velasco inauguró una nueva etapa de la historia peruana, al nacionalizar los campos de petróleo de Talará seis días después del golpe de Estado que lo había llevado al poder. Corrían los primeros días de octubre de 1968 y Estados Unidos reaccionó conflictivamente frente a la estatización de una de sus empresas emblemáticas. En efecto, el gobierno norteamericano amenazó con aplicar una serie de leyes que castigaban a los países que osaran expropiar capitales norteamericanos. En lenguaje jurídico, el gobierno de Estados Unidos llamaba a estas normas enmiendas y una muy temida era conocida por el apellido del senador que la había presentado, Bourke B. Hickenlooper.

La ciudadanía peruana había seguido con desaliento el vano esfuerzo del expresidente Belaunde para arribar a un acuerdo amigable con la IPC. Cuando por fin lo obtuvo, el entendimiento había sido manchado por una denuncia presentada por el entonces presidente de la compañía petrolera del Estado, ingeniero Carlos Loret de Mola, quien acusó al gobierno de haber extraviado intencionalmente la página once del contrato, donde figuraban los precios de referencia.

Este suceso precipitó la caída de FBT, que perdió legitimidad y quedó aislado en medio de una grave crisis política. Velasco resolvió radicalmente la cuestión del petróleo que llevaba décadas sin solución. Por ello, la ciudadanía celebró la nacionalización de Talara. La población le prestó crédito al gobierno y hubo sintonía entre el pueblo y la Fuerza Armada. El gobierno militar realizaba las expectativas reformistas que estaban extendidas entre la ciudadanía y que habían quedado frustradas por una democracia impotente.

Sin embargo, pocos días después, comenzando noviembre de 1968, el gobierno de Velasco intervino por primera vez algunos medios de prensa. Fueron clausurados los diarios Expreso y Extra, además de la revista Caretas y las radios Noticias y Continente, esta última vinculada al PAP. Era evidente que el gobierno militar no iba a tolerar la libertad de prensa tal y como era entendida.

Velasco distinguía entre libertad de prensa, a la que decía respetar, de la libertad de empresa, que no consideraba esencial. Según su parecer, su gobierno defendía la verdadera libertad de prensa recortando los derechos de los dueños de los medios. El caso es que el gobierno militar se sentía con derecho a intervenir la prensa que juzgaba contrarrevolucionaria. Así, desde temprano, el gobierno militar dio señales inequívocas de su orientación: reformista en lo social y autoritario en lo político.

Cuando ocurrió el golpe, Haya se encontraba en Europa, pero regresó para el Día de la Fraternidad de 1969, cuando se produjo un nuevo viraje en la historia del APRA. En esta oportunidad, el cambio era abandonando la derecha y retornando a posiciones de centroizquierda. El primer discurso corrió a cargo del secretario general Armando Villanueva, quien apoyó la expropiación del petróleo, sosteniendo que años atrás el APRA había propuesto lo mismo. A continuación, Villanueva sostuvo que la enmienda Hickenlooper mostraba lo peor del viejo imperialismo económico.

El discurso de Haya precisó la nueva orientación, elaborando una idea crucial que marcaría la línea política del PAP en esta nueva etapa. Haya empezó recordando que los sectores que siempre sostuvieron a la reacción estaban proclamando como novedad ideas y principios que habían sido postulados por el APRA desde su fundación, varias décadas atrás. Es decir, intencionalmente Haya se volvió a situar en el campo reformista, cuando el Ejército y la Iglesia católica defendían a la oligarquía a rajatabla. Así, según su discurso, la historia del APRA mostraba consecuencia, mientras que el papel de tránsfuga le correspondía al Ejército, que en esos días se proclamaba revolucionario y ayer había sido el sostén de la oligarquía.

Otra idea cardinal del discurso de Haya era que la obra de Velasco era la repetición incompleta de los postulados doctrinarios del PAP. ¿Y cuál era la razón para considerarla incompleta? Pues la ausencia de democracia. Haya argumentó que la falta de libertades y el verticalismo militar vaciaban el contenido de la propuesta antiimperialista que él había formulado por primera vez. La democracia política se había convertido en la idea central del PAP y el reformismo social era su acompañante.

Con pocos cambios, esa línea continuó durante todo el gobierno militar. Haya se esforzó por diferenciarse de la reacción de derechas, opuesta por principio a las reformas sociales implementadas por los militares. Su apuesta y mensaje de estos años fue recoger las reformas resaltando la ausencia de democracia; advertir contra el autoritarismo y sostener que así se ponía en peligro las mismas medidas reformistas, puesto que sin democracia no hallarían sustento social.

Por ello, como relata el sociólogo Nelson Manrique, Haya aceptó reeditar su libro primigenio sobre el antiimperialismo, que durante décadas había estado postergado. La etapa anterior de las convivencias no era la más adecuada para un texto tan izquierdista; más bien, en el nuevo ambiente abierto por el gobierno militar, Haya quería probar que se había adelantado a Velasco y que estaba en curso una copia de su plan político original. El viejo libro se había convertido nuevamente en pieza central del discurso aprista.

La historia de Haya ha sido interpretada por Hugo Vallenas, un destacado historiador aprista, como política en estado puro. Haya no se debía a principios, sino a la lucha por cambiar el país, desarrollarlo y hacerlo más justo. Sus postulados habrían estado inspirados por la realidad y habría adecuado su estrategia a sus mutaciones. De acuerdo con esta interpretación, la concepción de la realidad en Haya lo acercaba a la filosofía de Heráclito, quien postulaba que no se puede beber dos veces del mismo río, porque al correr eternamente, el río estaba siempre cambiando.

Por su parte, como hemos visto, Haya era un hombre de partido. Su oficina era el local central y pasaba su jornada de trabajo organizando y promoviendo actividades políticas. En este periodo se dedicó a formar una generación joven y dio nueva vida a una idea orgánica que siempre había tenido, el buró de conjunciones. Haya citó a un grupo de militantes jóvenes para darles formación doctrinaria a la vez que entrenamiento en labores de dirección partidaria. Durante años se rodeó de esta nueva generación, que eran los militantes de los sesenta y setenta, muchos de ellos hijos de los activistas de los años heroicos del APRA. De este modo, el PAP se construyó como un grupo de familias emparentadas por la común militancia política. Los últimos discípulos de Haya eran miembros de la generación del 68 en versión aprista.

A ese grupo generacional pertenecen, entre otros, Alan García, Luis Alva Castro, Ilda Urízar, Mercedes Cabanillas y Javier Tantaleán, quienes fueron parte del núcleo formado políticamente por Haya en la última etapa de su vida. A fin de cuentas, Haya tenía un fuerte sentido de trascendencia y, como no había llegado a gobernar, sabía que su futuro estaba en la juventud que daría continuidad al partido. Así, la meta de su vida fue el APRA y no Palacio de Gobierno.

El retorno a posturas de centroizquierda se expresó en la militancia de esos años, que se esforzó por resucitar las publicaciones, símbolos y alegorías de los años de las catacumbas y de la heroica resistencia contra la oligarquía. Nadie quería recordar la convivencia y Ramiro Prialé dejó de ser la estrella de la militancia. No obstante que siempre habían trabajado juntos, el hombre de la hora pasó a ser Armando Villanueva, quien se había ganado fama de combativo y representante de una izquierda aprista.

9. La Asamblea Constituyente

Velasco fue derrocado en 1975 y la llamada “segunda fase” del gobierno militar fue asolada por una grave crisis económica, que se tradujo en una movilización social sin precedentes. Las huelgas estremecieron al país y cundió el desorden. Estas circunstancias propiciaron un clima de graves conflictos internos entre facciones del gobierno militar, que se enfrentaron durante el primer periodo de Morales. Finalmente, el presidente logró encontrar una salida cuando decidió abrir el proceso político para retornar a la democracia.

Morales publicó el Plan Túpac Amaru, donde expuso sus ideas para una etapa de moderación de la Revolución peruana, como paso previo a la transferencia del poder a la civilidad. Para ello, su propuesta era refrendar en una Constitución las reformas y luego convocar a elecciones. A continuación, invitó a conversar a los partidos llamados tradicionales y dio muestra de su disposición para desmontar las restricciones más fuertes al ejercicio de las libertades públicas. Sin embargo, el gobierno mantuvo firme la estatización de la prensa escrita y televisiva. De este modo, en forma balbuceante, el gobierno procesó una apertura. Pero Morales no fijaba la fecha para las elecciones y se mostraba enigmático al respecto. En ese momento se produjo un paro nacional convocado por una coordinadora sindical que reunía a la Confederación General de Trabajadores, CGTP, con federaciones independientes. El paro nacional del 19 de julio de 1977 fue contundente y sirvió para acelerar la decisión de Morales. De ese modo, en su discurso de Fiestas Patrias, Morales anunció la convocatoria para una Asamblea Constituyente que se reuniría al año siguiente.

Como reacción a esta trascendental iniciativa, en agosto se publicó una resolución del CEN del APRA que comentaba el mensaje presidencial. Los puntos eran dos y de alguna manera estaban planteados desde el comienzo del gobierno militar. Por un lado, el PAP reclamaba democracia, diciendo que era indispensable devolverle soberanía a la ciudadanía. A continuación, el comunicado aceptaba la necesidad de las importantes reformas estructurales realizadas por el gobierno militar y criticaba sus excesos e impericia en su ejecución. Era la misma línea que había adoptado el PAP desde el mitin de la fraternidad de 1969. Esta valiosa información se halla en una biografía política de Haya escrita por el historiador aprista Roy Soto Rivera, quien ofrece en tres tomos noticias de primera mano sobre la vida interna del PAP.

El comunicado incluía ideas principales para la nueva Constitución. El Estado peruano debía ser antiimperialista y dar curso a una república de trabajadores manuales e intelectuales. Esta fórmula clásica en el planteamiento aprista sustentaba la democracia social como modelo para el país. El PAP quería una Constitución que estableciera deberes y derechos de los ciudadanos con respecto al Estado. Si las anteriores Constituciones habían formado la versión peruana de un Estado democrático liberal, la Constitución propugnada por el APRA concebía una profundización de la democracia, consagrando los derechos sociales y creando a un Estado de nuevo tipo, que se esforzara por materializar el bienestar ciudadano. Se trataba del Estado del bienestar en versión criolla. Con ese mensaje, los apristas fueron a una campaña electoral después de muchos años.

En las elecciones de 1978, el APRA obtuvo el primer lugar con el 35% y su líder Haya de la Torre fue el candidato más votado, con el nuevo sistema del voto preferencial. El segundo puesto correspondió al Partido Popular Cristiano, PPC, que obtuvo el 24% y fue beneficiado por la abstención de AP. En efecto, el expresidente Belaunde juzgó que la Asamblea Constituyente era solamente un pretexto para retrasar la devolución de las libertades. Por ello, AP no participó y se jugó al siguiente proceso electoral, que finalmente logró ganar.

En 1978 el tercer lugar fue ocupado por la izquierda marxista, que se presentó dividida en cuatro listas, que sumadas obtenían un impresionante 29%. Ya en el curso de la Asamblea, la izquierda tuvo una actitud radical y al APRA no le interesó formar una alianza. Incluso Haya intentó dividir a la izquierda ofreciéndole el liderazgo a Genero Ledesma, quien provenía de una familia aprista de los tiempos heroicos. Pero no tuvo cómo avanzar en esta estrategia, porque los antagonismos históricos entre marxismo y aprismo se redoblaron, al entablar dura competencia por el poder que resbalaba de las manos de los militares.

Ante esta circunstancia, el PAP trabajó mayormente con el PPC, que aportó a la Constitución el diseño económico liberal y de mercado. Así, la Constitución de 1979 fue un vigoroso enunciado de derechos sociales, enmarcados por el Estado democrático, que debía impulsar una economía social de mercado. El resultado parecía coherente y novedoso, y logró su propósito de incorporar las reformas del gobierno militar al diseño del Estado. Así, entre el APRA y el PPC rescataron la obra de los militares.

En ese sentido, esa Constitución fue la última contribución de Haya a la historia peruana y representa el giro final que había producido el PAP ante la aparición del velasquismo. A diferencia de todos los otros virajes del APRA, en esta oportunidad Haya no escribió un nuevo libro. Como ha sostenido la socióloga Carmen Rosa Balbi, quizá era demasiado mayor y por ello sus últimas ideas políticas se hallan exclusivamente en la propuesta que los congresistas apristas desarrollaron durante la Asamblea de 1978.

De este modo, bajo el liderazgo personal de Haya, el APRA había atravesado tres posiciones diferentes en el espectro. Al nacer en 1930 y durante su primera década, había ocupado el puesto de una izquierda reformista no comunista, posteriormente evolucionó a la derecha y este giro fue muy pronunciado durante las convivencias de los cincuenta-sesenta. Finalmente, había retornado al centroizquierda durante el gobierno militar de Velasco.

Quienes lo conocieron relatan que primero se enfrentó a la oligarquía y fue derrotado. Luego, habría decidido enfrentar a los ricos por otros medios, distintos a la lucha directa de los primeros años. Ahí habrían venido las convivencias, cuya lógica habría sido debilitar a la oligarquía progresivamente, aliándose con una fracción para ir mellando al conjunto. El caso es que llegó Velasco y la oligarquía se derrumbó con cierta facilidad. No hizo gran resistencia, demostrando que estaba mucho más desgastada de lo que había supuesto Haya.

El fundador del APRA percibió este movimiento inmediatamente y clausuró toda alianza con los supérstites de la vieja oligarquía. Así, el último giro del APRA fue propiciado por Haya para adecuar al PAP a la nueva situación postoligárquica. Ese giro descolocó a la vieja guardia aprista, que había adoptado la convivencia como línea política. Por ello, a la muerte de Haya, dos tendencias se disputaron el partido. El grupo de Andrés Townsend representaba la derecha aprista, que fue finalmente derrotada por el núcleo que se organizó alrededor de Armando Villanueva, quien expresaba la militancia de los sesenta-setenta, formada en este último periodo en la centroizquierda. De ese modo se forjó un APRA socialdemócrata que fue la última contribución del viejo Haya a la historia de su partido.

Pero, en 1980, Villanueva perdió las elecciones presidenciales frente a Belaunde, y el PAP, que se había hecho grandes ilusiones, tuvo que pasar a la oposición. El segundo mandato del arquitecto se apoyó en la alianza AP-PPC, que adoptó un rumbo de centroderecha. Sin embargo, el segundo gobierno de Belaunde fue dando tumbos entre el liberalismo de Manuel Ulloa y el viejo populismo de Javier Alva Orlandini. En este periodo, entre las nuevas figuras del PAP destacaba el entonces joven congresista Alan García, quien pronto iba a recoger la herencia política de Haya.

10. El futuro diferente

Villanueva y Townsend eran miembros de la misma generación, que, al comenzar los años ochenta, iniciaba su sétima década de vida. Por ello, en medio de un país bastante juvenil, el PAP lucía un liderazgo envejecido, aunque no solo por la edad cronológica de su dirigencia, sino por la antigüedad de sus ideas. Villanueva se cobijaba bajo el antiimperialismo formulado en la década de 1930 y Townsend en las convivencias de los años cincuenta y sesenta. No había un nuevo discurso pensado para el Perú post-Velasco. Al día siguiente de la muerte de Haya, el APRA era un partido que seguía vivo gracias a su rica tradición, pero que no estaba al día.

A continuación, ambas veteranos fracasaron. La derrota de 1980 en alguna medida se debió al enconado ambiente de lucha interna que se vivió dentro del APRA. Por ello, Townsend tuvo que salir a formar un nuevo partido que se extinguió poco después. Así las cosas, Villanueva ganó la batalla interna, pero quedó muy maltrecho. Ello permitió que dentro de sus filas surgiera el joven diputado Alan García, quien obtuvo la secretaría general en 1982. Su triunfo revitalizó al PAP, porque ofrecía una imagen fresca y, lo más importante, provista de nuevas ideas. García era una doble actualización, de planteamiento y de rostro.

En aquel entonces, la socialdemocracia internacional atravesaba un proceso semejante. En España, después de la muerte de Franco se había abierto una transición que permitió que los viejos partidos políticos vuelvan a la luz pública. En ese momento, fue pasado al retiro el liderazgo socialista de los cincuenta, que había combatido a Franco en la clandestinidad, y en su reemplazo tomó el control del partido una nueva generación comandada por Felipe González, que también renovó el mensaje y las candidaturas socialistas. Esa fue la imagen que buscó proyectar García, al presentarse como una versión peruana de Felipe González. Desde su posición como secretario general del APRA, García supo construir su perfil como líder de la oposición al régimen belaundista. En un célebre debate en el Congreso emplazó al entonces primer ministro Manuel Ulloa y ganó la atención de la gran prensa. Habiendo ganado el puesto de líder de la oposición, tuvo el camino abierto para la candidatura presidencial.

En ese mismo momento, el país estaba sumergiéndose en una grave crisis económica. Se armó una tormenta perfecta que tuvo al país en retroceso por los siguientes diez años. Por un lado, se precipitó una crisis mundial, que en América Latina se tradujo en la crisis de la deuda mexicana que dio paso a la llamada Década Perdida o de la Deuda Externa. En los ochenta, el flujo de capital salió del Tercer Mundo en dirección a los países desarrollados del primer mundo. En ese contexto, el país atravesó grandes problemas económicos. Esa situación alentó a las fuerzas opositoras al gobierno de Belaunde, que desarrollaron amplias campañas de opinión pública.

Durante su ascenso al liderazgo, García publicó un libro importante, siguiendo un camino clásico de los políticos peruanos de antaño, que sintetizaban sus propuestas en un libro fundacional. Titulado El futuro diferente, este texto contiene en grueso las ideas del primer gobierno aprista. El libro es largo y su primera sección puramente teórica, definiendo conceptos y estableciendo un complejo marco analítico. A continuación, la segunda parte es histórica y política, lo que facilita el aterrizaje de las ideas. Estudia la economía de enclave, propia de la primera época del imperialismo clásico. Seguidamente, analiza la segunda etapa de industrialización con proteccionismo, que no avala, sino, por el contrario, critica sus estrechos límites. Hasta aquí es un texto bien armado y anuncia la renovación del mensaje partidario, a la que alude el subtítulo del libro: la tarea histórica del APRA.

Pero sus proposiciones en positivo son algo desconcertantes. En primer lugar, se halla una reflexión sobre los circuitos financieros como nuevo modelo de acumulación de capital en el Perú. No luce como propuesta, sino como constatación de hechos, pues García encuentra que, agotado el modelo de industrialización protegida, la dirección de la industria y el comercio habrían pasado al control de los bancos e instituciones crediticias. Los llama “embudos de acumulación de capital”. Constituye una lectura del ascenso del Grupo Romero al control del Banco de Crédito, desplazando a sus socios italianos. De alguna manera, esta sección del libro anuncia la estatización de la banca efectuada en su primer gobierno.

Por último, el libro se cierra con un capítulo dedicado al cooperativismo. También es un texto algo enigmático, porque argumenta que el debate de esos días era entre el estatismo comunista y el liberalismo capitalista, opciones que rechaza el autor. En contraposición, García afirma al cooperativismo como vía para crear una tercera forma de sociedad. De alguna manera es un tributo a planteamientos del mismo Haya, quien siempre fue partidario del cooperativismo.

El libro de García contiene un diagnóstico sólido sobre el Perú de sus días. Ese análisis establece el agotamiento del modelo que normalmente se conoce como populismo. No es una simple repetición del libro izquierdista de Haya, sino una actualización del análisis dentro del espíritu socialdemócrata, aunque la sección propositiva carece de la misma profundidad. Quizá ahí se ubique la causa del empirismo que fue notorio durante su primer gobierno. Así, este texto analiza con seriedad el pasado peruano y renueva la interpretación aprista tradicional, pero deja entre sombras el futuro al que se refiere su mismo título.

Por su parte, retornando al gobierno de FBT, sus tres últimos años fueron críticos y el malestar social alcanzó gran profundidad. Ese clima permitió un rápido crecimiento de la oposición. García era el líder político de moda, combinaba la facilidad de palabra con su juventud y había logrado seducir a buena parte del electorado. En las elecciones de 1985 obtuvo 48% en primera vuelta y el candidato de la izquierda, Alfonso Barrantes, que había quedado segundo con algo menos de la mitad, renunció a su derecho a participar en la segunda vuelta. García accedió a la presidencia en un ambiente de euforia, entusiasmo y enorme expectativa. Al retirarse los militares, el país había elegido a la centroderecha, representada por la alianza AP-PPC. Como el país había andado bastante mal, ahora la ciudadanía otorgaba confianza a la versión peruana de la socialdemocracia.

11. El primer gobierno

El comienzo del gobierno fue muy auspicioso. Seis presidentes latinoamericanos asistieron a la investidura y el discurso de García fue muy aplaudido. Hábil orador, sabía que la palabra era su principal atributo y anunció algunas medidas espectaculares, entre las cuales destacó que el Perú solo emplearía el 10% de sus exportaciones para cancelar pagos de deuda externa. Asimismo, rechazó tratar con el Fondo Monetario Internacional, FMI. Ambos puntos tuvieron serias consecuencias en el futuro. Sin embargo, el tono antiimperialista tuvo éxito en las galerías. La revista norteamericana Newsweek consideró a García una estrella política latinoamericana en ascenso.

Durante los cinco años anteriores, la inflación había sido muy pronunciada, hasta alcanzar cifras por encima de los tres dígitos. Asimismo, el crecimiento económico había sido negativo y el PBI per cápita había disminuido casi 20% en el primer quinquenio de los ochenta. Después de alcanzar el récord nacional de crecimiento negativo de 13% anual en 1983, el gobierno de Belaunde había acordado con el FMI un programa económico que profundizó la severa contracción de esos años. Se asumía que la elevada inflación era causada por el excesivo gasto público y privado. Por ello, se quería reducir para volver a crecer de manera sana, haciendo caja para pagar la deuda externa. Sin embargo, se generó una profunda recesión con inflación elevada y el tramo final del segundo gobierno de Belaunde fue vivido como una pesadilla.

En contraposición al gobierno anterior, García aplicó una estrategia denominada heterodoxa. Se apoyó en la creación de una nueva moneda denominada inti, que fue puesta en marcha en los meses finales de Belaunde. A continuación, García congeló precios y salarios después de un ajuste para anticipar presiones inflacionarias. Luego, el gobierno pretendía que los precios y salarios se estabilizaran por un largo periodo y solo se movieran concertadamente. Un bien crucial también fue sometido a estricto control. Se trataba de la moneda extranjera, que bajo Belaunde había registrado una carrera alcista pronunciada y ahora el gobierno aprista pretendía que se mantuviera quieta.

Por su parte, durante el gobierno de FBT, la tasa de inversión había caído estrepitosamente. García sabía que ahí se hallaba una de las claves y emprendió una iniciativa política que marcaría su gestión. Reunió a los doce grupos económicos más poderosos para concertar proyectos de inversión. Estas reuniones fueron conocidas por la prensa como los doce apóstoles. Esa asociación entre el gobierno y los grupos de poder económico era algo inesperada para un gobierno de izquierda democrática. Sobre todo porque los grandes grupos económicos se beneficiaron rápidamente de las ventajas conversadas con el gobierno y luego no reinvirtieron en la medida de lo esperado por el presidente.

Una de las ideas principales del primer gobierno aprista establecía que la pirámide del ingreso revelaba que los ricos, las clases medias e incluso los trabajadores formales eran parte de las capas superiores, mientras que los verdaderamente pobres se hallaban entre los informales. Asimismo, este discurso constataba el dinamismo económico del sector informal y anticipaba su crecimiento si accedía al crédito y los nuevos mercados. Esta concepción precisaba una nueva tarea para el Estado: aliarse con los informales para ayudarlos a salir de la pobreza e impulsar el crecimiento económico nacional basándose en su empuje.

En efecto, bajo García hubo espacio para proyectos de apoyo al empresariado popular. Entre otros, destaca el Instituto de Desarrollo del Sector Informal (Idesi) a cargo de la socióloga Susana Pinilla, cuya institución fue pionera en la atención a este sector social. Su desarrollo evidenciaba el potencial del sector informal, que ya en los ochenta mostraba al país del futuro. Pero, el Idesi era un proyecto puntual, casi de laboratorio, mientras que las inversiones realmente decisivas para la economía peruana fueron estatales o proyectos del gran capital privado.

Por otro lado, el gobierno buscaba financiar al Estado, cuya capacidad recaudadora estaba muy disminuida por ineficiencia y el efecto perverso de la inflación. Los técnicos del gobierno pensaron en emitir bonos del tesoro para ser comprados por las grandes empresas. Quisieron establecer un porcentaje obligatorio y los empresarios protestaron con firmeza. Se desató una intensa pugna que quedó en nada; hubo tanto ruido político que la norma se derogó. Así, los bonos alimentaron un conflicto con los mismos doce apóstoles, con quienes el gobierno quería concertar. En el Estado peruano nunca ha abundado la coherencia y el APRA no estaba logrando revertir ese curso.

No obstante los problemas, el año 1985 registró cifras macroeconómicas espectaculares. La inflación disminuyó con respecto a la época de Belaunde y la demanda interna tuvo un gran impulso. García había acertado al poner más dinero en el bolsillo de la gente, que necesitaba consumir porque los cinco años anteriores habían sido de penurias y estrecheces. El crecimiento de la demanda provocó un impulso en los sectores económicos que destinan su producción al mercado interno. Se recuperó la capacidad ociosa de la maquinaria industrial. Así, los primeros doce meses fueron de optimismo general.

Pese a ello, la exportación estaba estancada, los precios de las materias primas seguían por los suelos y no había asomo de nuevas inversiones. Asimismo el gobierno fue errático y altamente empírico. Los controles de precios y la multiplicación de licencias dieron pie a una elevada corrupción y falta de coherencia en la asignación de los escasos recursos. Por su parte, las marchas y contramarchas generaron desconfianza empresarial, incluso entre aquellos dueños que se estaban beneficiando del impulso inicial. De este modo, había movimiento económico y el consumo crecía, pero no aumentaba la inversión privada en forma importante. El futuro estaba pasando a incierto.

Al mantenerse estancada la minería y los hidrocarburos, el sector exportador no aportaba dólares suficientes para mantener la paridad, menos si despegaba la manufactura, que requería elevadas importaciones de bienes de capital. Por ello, la economía nuevamente dejó de crecer durante la segunda parte de 1986. A la vez, subió la inflación, porque el proyecto heterodoxo del gobierno se sostenía gracias al aumento de la inversión estatal. Aún había numerosas empresas públicas, cuya inversión era el fuelle que sostenía este crecimiento.

El primer ministro y ministro de Economía era Luis Alva Castro, quien entró en contradicción con el presidente. Esa desavenencia se trasladó al partido y al Parlamento, donde Alva tenía importantes posiciones. Como la economía marchaba mal, los conflictos se agudizaron y Alva renunció a su cargo en el Ejecutivo; inmediatamente, fue electo presidente de su Cámara para el periodo de julio de 1987 a julio de 1988. Esa decisión disgustó profundamente al presidente, quien empezó a sentirse aislado, justo cuando las dificultades arreciaban.

En junio de 1987, García sabía que su gobierno afrontaba un bache. Los indicadores empezaban a retroceder y no había funcionado su entendimiento con los grandes empresarios. Tenía que preparar un discurso para el 28 de julio y pensó que era la ocasión para un relanzamiento. Una fuga para adelante ante la dificultad. En el mensaje anunció la estatización de la banca, una medida que había mantenido casi en secreto y que conocían solo unos pocos allegados. Los antecedentes intelectuales de la medida se hallan en argumentos que había empleado García durante su candidatura, criticando a la banca peruana por concentrar el crédito en las empresas de los miembros de sus directorios. En efecto, en la campaña presidencial, García había sostenido que el dinero de la gente común y corriente ahorrado en la banca era la base de las inversiones de los grandes capitalistas.

Asimismo, García había aconsejado descentralizar el crédito y abaratarlo para sectores populares; su meta era reducir su concentración en las clases altas de Lima y hacerlo llegar al empresario popular. El presidente informó que pondría el crédito al alcance de todos, sustentando que ahí se hallaba el nudo gordiano de la economía. Formuló la siguiente pregunta: ¿quién controla la inversión a través del crédito? El presidente sostenía que una argolla lo manejaba de forma cerrada y, por lo tanto, quiso democratizarlo, poniéndolo en manos del Estado.

Pero hubo una masiva reacción en contra y finalmente el proyecto no prosperó. La ciudadanía estaba cansada del estatismo. Desde Velasco había suficiente experiencia con empresas públicas y el balance no era alentador. Su manejo era político y no técnico, habían servido para emplear a los partidarios del gobierno de turno y pocas eran eficientes. Por ello, la gente entendió que no debía permitirse una nueva estatización y menos en un sector crucial como el bancario, que hasta el más lego entiende que mueve la economía bajo el capitalismo. Así, la resistencia contra el proyecto de García fue masiva y contó con el sostén de la clase media.

Por su parte, la banca es un sector muy poderoso y sus dueños constituyen el núcleo de la élite económica. Sumados a la prensa, constituyen los poderes fácticos por excelencia. Por ello, los dueños entendieron que estaban ante una gran batalla y decidieron financiarla. Tanto importantes estudios de abogados como la gran prensa se sumaron para tumbarse el proyecto de García. El proceso fue complejo y decisivo para el balance del primer gobierno de García. Por ello, ha sido analizada por diversos autores con puntos de vista divergentes; entre otros, quisiera destacar al sociólogo aprista Javier Barreda, quien ofrece una aguda visión desde dentro.

En ese momento salió a la palestra el afamado escritor Mario Vargas Llosa, conduciendo la reacción liberal contra el estatismo. Como tenía el ánimo a favor, en pocas semanas transformó la reacción contra la estatización en un movimiento ciudadano denominado Libertad, que reunió a miles de personas en las plazas públicas de muchas regiones, empezando por la plaza San Martín de Lima. El liberalismo hizo su aparición en el país, que desde los cincuenta en adelante había estado dominado por un sentido común de izquierda. Durante los anteriores treinta años, las banderas de lucha de las mayorías habían estado definidas por la reforma agraria y la nacionalización del petróleo. Pues bien, Velasco realizó estas expectativas y el resultado era problemático; como consecuencia, crecía la insatisfacción con el estatismo. Mucha gente apoyó a Vargas Llosa en su cruzada liberal, cuya trayectoria política ha merecido numerosos escritos, empezando por las memorias del propio Vargas Llosa. Entre estos textos, quisiera destacar una lectura liberal y crítica del ingenuo movimiento Libertad, escrita por José Carlos Requena.

Otro factor era la situación internacional. A finales de los años ochenta era evidente que la URSS estaba en gruesas dificultades. Había tomado el poder Mijaíl Gorbachov y emprendido reformas que parecían estar en dificultades. Por su parte, Estados Unidos estaba a la ofensiva, Reagan desarrollaba una política conocida como neoconservadora, que incluía arrinconar a los soviéticos con la llamada Guerra de las Galaxias. El contexto internacional era favorable al liberalismo y estaba en contra de experimentos estatistas.

Solo la Izquierda Unida apoyó el proyecto de estatizar la banca. Como era una idea fuerte de su programa, los congresistas zurdos asumieron la defensa de la propuesta, pero al evaporarse quedaron en off-side y sufrieron una importante merma de su aceptación pública. Así, los congresistas izquierdistas fueron atrapados por sus propios conceptos y sostuvieron tenazmente la estatización de la banca.

Por su parte, en el APRA hubo mucha discrepancia. La mayor parte de los dirigentes de la vieja guardia estuvo en desacuerdo. Como habían impulsado las convivencias, eran partidarios de un entendimiento con la élite económica y no veían con buenos ojos una ruptura violenta, como anunciaba la iniciativa de García. Por ello, en el Senado la propuesta se detuvo y hubo tiempo suficiente para armar una contraofensiva. Ella incluyó una audaz medida del Banco de Crédito, BCP, el principal del país, que aprovechó un resquicio legal para poner sus acciones a nombre de sus empleados. Luego, las recobrarían, pero, por ahora, este aparente fraccionamiento y democratización de la propiedad sirvió para agujerear la estatización y dejarla sin efecto. García fue consciente de que había perdido y retrocedió. Ya tenía pocas opciones en materia de política económica. A partir de ahí todo sería cuesta abajo, porque la hiperinflación vino a continuación de la estatización de la banca.

12. Sendero

El Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso, PCP-SL, se levantó en armas el mismo día de las elecciones generales de 1980. Inicialmente pareció un grupo minúsculo que actuaba en una zona remota de la sierra ayacuchana. Pero, progresivamente, fue ganando en poder letal y en dos años logró atacar la misma ciudad de Huamanga. De hecho, en marzo de 1982, un destacamento senderista había asaltado la cárcel de Ayacucho liberando a todos sus presos. Esta situación continuó agravándose y en diciembre de ese mismo año Belaunde ordenó la intervención de las Fuerzas Armadas. Hasta ese entonces, la Policía era la encargada de combatir a la subversión. Venía perdiendo.

Por su parte, para aquel entonces, en su afán de concretar la guerra, el PCP-SL hostilizaba y hasta asesinaba a quienes consideraba representantes de los poderes tradicionales en las aldeas campesinas. Como además Sendero imponía un orden vertical y militarista en las zonas que controlaba, en cierto momento de 1982 se produjo una rebelión en las alturas de Huanta. Se trataba de campesinos comuneros de la zona de Iquicha, que defendían a sus autoridades tradicionales amenazadas por el PCP-SL. Esa rebelión campesina contra Sendero tornó muy complejo el panorama político en los Andes.

La guerra interna entró a una nueva fase con la intervención militar. El Ejército Peruano (EP) estaba muy mal preparado para combatir al PCP-SL, puesto que su manual de combate asumía que el enemigo era semejante a la guerrilla del MIR en 1965. El PCP-SL había estudiado esa experiencia y había adecuado sus métodos, que se diferenciaban radicalmente de los empleados por los miristas. Por ello, inicialmente los militares no conocían al enemigo que enfrentaban y cometieron muchos errores. Incapaces de distinguir entre la población campesina y los senderistas, las Fuerzas Armadas arrasaron varias aldeas sospechosas de haberse posicionado con su enemigo.

Al ingresar las Fuerzas Armadas al conflicto, algunas comunidades se pronunciaron a favor del Ejército y comenzó un conflicto entre campesinos, unos con Sendero y los otros en contra. Ese conflicto se procesó también al interior de las comunidades y se enfrentaron con furor unos vecinos contra otros. Algunas matanzas perpetradas por Sendero contra campesinos desarmados (Lucanamarca, por ejemplo) se produjeron en este momento. Por ello, el país se sumergió en un baño de sangre, que duró sin mayores cambios hasta 1985.

Luego entró García y prometió modificar la estrategia, pero nuevas matanzas perpetradas por el Ejército, como Accomarca y Cayara, hicieron ver que el conflicto continuaba el mismo curso. A mediados de 1986 se reunió en Lima un Congreso de la Internacional Socialista. Entre los delegados socialdemócratas se hallaban mandatarios como Willy Brandt de Alemania y otras personalidades de la izquierda democrática internacional. De alguna manera este evento marcaba la consagración de García, que aparecía ante sus pares como una figura de talla mundial.

Sin embargo, el PCP-SL tenía preparada una amarga sorpresa. El mismo día de la inauguración tomó tres penales: Lurigancho, la isla penal de El Frontón y la cárcel de mujeres. A continuación, García ordenó a las Fuerzas Armadas recuperar los penales y el resultado fue una masacre. En Lurigancho los internos rendidos fueron asesinados masivamente con un tiro en la nuca. Mientras tanto, en el Frontón hubo un duro combate que se saldó por dinamitazos y muchos muertos. La suma era espantosa y todo delante de la numerosa prensa internacional que había acompañado a las personalidades de la Internacional Socialdemócrata.

Después de estos violentos sucesos, parecía que el gobierno de García estaba liquidado políticamente en materia de terrorismo. Sin embargo, no fue así. Para aquel entonces, los oficiales de inteligencia del Ejército llevaban varios años combatiendo a Sendero. Habían ido aprendiendo que la guerra del PCP-SL en todo difería de la experiencia del MIR de 1965. Ahora estaban preparados para comprender a su enemigo. Se habían vuelto expertos en el pensamiento Mao Zedong. Por ello, en 1989 produjeron un nuevo manual del oficial que fue clave en el triunfo del Ejército sobre Sendero en los medios rurales.

Ese nuevo manual proponía afinar la inteligencia para detectar a los cuadros senderistas y no confundirlos con el campesinado. Esa información debía servir para aliarse con los indígenas y aislar a Sendero. El Ejército tomó nota del enfrentamiento espontáneo de algunas comunidades contra Sendero y decidió proveerles armamento ligero. Fue una decisión arriesgada, porque pudo haberse generalizado la guerra y tener graves consecuencias por pagar. Pocos ejércitos del mundo se exponen a perder el monopolio de las armas, pero el Ejército lo hizo para imponerse en la guerra interna. La estrategia funcionó y las rondas, con ayuda del Ejército, fueron terminando con la presencia de Sendero en el campo. Así, la alianza rondas campesinas-EP se forjó durante el primer mandato de García.

Asimismo, García también transformó la Policía. En primer lugar, unificó los tres cuerpos policiales (Guardia Civil, Policía de Investigaciones y Guardia Republicana). Con ello, la Policía se centralizó mejor, porque anteriormente abundaban los pleitos interinstitucionales. A continuación, organizó un cuerpo policial denominado Grupo Especial de Inteligencia (GEIN), cuya exclusiva misión era detener a la cúpula de Sendero. Este organismo reunió a varios oficiales calificados, que se organizaron eficientemente y recibieron apoyo económico proveniente de agencias norteamericanas. Incluso dieron varios golpes importantes que casi detienen a Guzmán antes del fin del gobierno de García. En todas estas decisiones se hallaba la mano de Agustín Mantilla, quien fue un personaje muy complejo, porque fue acusado por haber formado un grupo paramilitar encargado de algunas operaciones de guerra sucia.

De este modo, el primer gobierno de García puso en marcha la doble estrategia que finalmente permitió la victoria del Estado sobre Sendero: rondas e inteligencia. Esta estrategia se consumó bajo Fujimori, pero sus bases se habían colocado durante el gobierno anterior. El mayor déficit de la gestión de García en esta materia fue la matanza de los penales, que le acarreó años de problemas judiciales y diversas denuncias en instancias judiciales internacionales.

13. Hiperinf lación y crisis

Como vimos, la batalla por la estatización de la banca dio paso a la hiperinflación. Conforme García fue perdiendo, se fue haciendo evidente que la heterodoxia estaba llegando a su fin. Así lo entendía el ministro de Economía Gustavo Saberbein, pero el presidente no estaba convencido de la necesidad de aplicar un shock ortodoxo a la economía. La indecisión tardó un año en resolverse y evaporó las reservas de moneda extranjera del Banco Central de Reserva (BCR). En un momento crítico renunció Saberbein y el nuevo ministro Abel Salinas fue el encargado de anunciar un plan de ajuste de tremendas consecuencias.

Era setiembre de 1988, cuando se desató la fase crítica de la hiperinflación. Paradójicamente, la propuesta de Salinas se denominaba Plan Cero y, sin embargo, los precios perdieron todo control y se desbocaron. Por ejemplo, la gasolina subió 400% en un santiamén y todos los precios relativos saltaron al cielo. La consecuencia fue un dramático aumento de la pobreza y la generalización de una situación alimentaria crítica. En estas circunstancias entraron en crisis los sistemas de solidaridad social popular, que se habían formado en la década anterior. Se generalizó la anomia social y la fragmentación, y el individuo quedó solo para luchar contra la miseria. Cuando comienza una crisis, la gente reacciona tratando de salvarse todos a la vez, pero cuando se llega a un piso crítico y se hace claro que algunos no resistirán, se pierden los lazos de solidaridad, se rompe amarras y se salva quien puede. De ese ánimo surgió Fujimori.

El país carecía de crédito externo y no logró reingresar al mercado internacional de capitales. Aún debía mil millones de dólares al Banco Mundial y al FMI, y las malas relaciones del gobierno bloquearon un posible acuerdo. Por ello, el Perú estaba en situación de paria internacional cuando más necesitaba de alivio externo. En noviembre de 1988 renunció Salinas y desde entonces en forma inesperada la economía experimentó una mejoría. En el fondo, ella era consecuencia de la gestión de Salinas, quien cambió el chip heterodoxo inicial.

Además, los precios de las materias primas subieron levemente y mejoró la balanza de pagos. En forma paralela, la profunda recesión se tradujo en reducción de importaciones y, como consecuencia, aparecieron dólares de reserva en el BCR. Ellos fueron aumentando hasta la campaña electoral, cuando García decidió culminar una serie de inversiones que levantaran la popularidad de su gobierno. Tuvo éxito, pues duplicó su nivel de aceptación.

En aquel entonces, se había consolidado la candidatura presidencial de Vargas Llosa. Los partidos de derecha habían formado una coalición denominada Fredemo y parecía altamente probable que se impondría en la contienda electoral de 1990. Sin embargo, el candidato carecía de experiencia y de resistencia para los numerosos golpes bajos de la ruda vida política peruana. Le hicieron la vida imposible y su campaña fue mal llevada: exhibió riquezas frente a los menesterosos y su lista congresal desplegó una actitud arrogante habitual en la élite limeña de clase alta. Por ello, el electorado acabó rechazándolo. Después de haber punteado en las encuestas con toda comodidad, Vargas Llosa se detuvo y empezó a ceder mientras subía en forma imparable un candidato antes casi desconocido, Alberto Fujimori. Por su parte, el candidato aprista fue Alva Castro y obtuvo un respetable 20%, que lo colocó tercero, junto con la izquierda dirimente de la segunda vuelta.

Asimismo, el primer gobierno de García estuvo complicado con varios escándalos de corrupción, que dañaron su reputación y dificultaron su retorno a la escena política. Uno de sus críticos más consistentes es el historiador Alfonso Quiroz, quien analizó las causas estructurales de la corrupción bajo el primer gobierno aprista. Según Quiroz, las políticas heterodoxas predisponen las malas prácticas gubernamentales, puesto que otorgan enorme poder discrecional a funcionarios que deciden sobre controles de precios, autorizaciones para importaciones y manejo de divisas. Dado un Estado como el peruano, si el gobierno obtiene tanto poder, es inevitable que la corrupción corra como reguero de pólvora. En ese caso, empresarios ventajistas sobornan a funcionarios con enorme poder discrecional. Otro factor, según Quiroz, fue que en algunos sectores claves del Estado se produjo un ingreso masivo de militantes apristas, sobre todo en algunas empresas públicas donde se ganaba buenos sueldos. Además, este mismo proceso se produjo en el sistema de justicia, que desde entonces se consolidó como un espacio del Estado donde se encuentra bastante aprismo. De hecho, esa cercanía ha sido clave en la historia política reciente del país.

Muchas acusaciones eran exageradas, pero hubo tres casos que involucraron personalmente a García y sobre los cuales se libró una verdadera batalla de opinión pública. Se trata de los aviones Mirage, los depósitos en el BCCI y la construcción del tren eléctrico de Lima. Veamos cada uno en síntesis.

En el caso de los Mirage, resulta que el gobierno anterior había firmado un contrato para comprar 26 aviones a Francia. Apenas ingresó García, expresó que era demasiado gasto para una economía maltrecha como la peruana y que planteaba reducir la compra a solo doce aviones. Para modificar el contrato, García nombró como delegado personal al empresario Héctor Delgado Parker, quien concretó la reducción pedida por el Perú. Pero se levantaron sospechas y la oposición argumentó que se había cobrado sobornos al negociar esta reducción. Sin embargo, no se probaron plenamente y, por el contrario, hubo una declaración oficial de Francia estableciendo que la operación había sido limpia. Posteriormente, el MRTA raptó a Delgado Parker precisamente por este hecho. Unos años después, la comisión investigadora del Congreso, presidida por el diputado Fernando Olivera, argumentaría que la incorrección de García habría consistido en cobrar un soborno para no comprar todo el lote y luego revender los aviones no indispensables con sustancial ganancia para el Perú. Quizá, pero tampoco quedó probado y suena a conjetura.

También encontramos los depósitos en el BCCI. Ya que el presidente había anunciado que el Perú solo usaría el 10% de sus exportaciones como pago por su deuda externa, había temor de las autoridades monetarias a posibles embargos de las cuentas peruanas en el extranjero. Asimismo, se necesitaba dólares a disposición porque muchas importaciones tenían que ser al contado. Por ello, el BCR aprobó colocar parte de las menguadas reservas nacionales en un banco que fue muy cuestionado, el BCCI. Posteriormente, este banco fue intervenido en Estados Unidos y se probó que actuaba como plataforma para muchos negocios ilícitos. En el momento en que fueron intervenidos sus archivos, se vino a descubrir que había pagado sobornos a dos altos funcionarios del BCR. El presidente del banco, Leonel Figueroa, y el gerente general, Héctor Neyra, quienes fueron identificados como receptores de dinero sucio. A continuación emprendieron la fuga, aunque fueron capturados en el extranjero y purgaron condena en prisión. Siempre quedó la duda sobre si los altos funcionarios del BCR actuaron por su cuenta o si requirieron la complicidad de García.

Finalmente, se halla el tema del tren eléctrico. El famoso caso de la justicia italiana contra el presidente Bettino Craxi y el primer ministro Giulio Andreotti comprometió a García, cuando un colaborador eficaz, Sergio Siragusa, acusó al presidente peruano de haber recibido siete millones de dólares como soborno para la construcción del tren eléctrico. Asimismo, declaró que había depositado el dinero en una cuenta en Gran Caimán que estaba a nombre de un amigo de García, Alfredo Zanatti. Estas acusaciones fueron recogidas por la justicia peruana que en la época de Fujimori abrió un caso. Por su parte, García se defendió apelando a la Corte Internacional de los Derechos Humanos de San José, Costa Rica, denunciando que sus libertades públicas estaban cortadas y que era un perseguido político. El fallo de este organismo internacional fue favorable a García y el caso prescribió sin una revisión de su sustancia. Así, el líder aprista quedó libre de acusaciones penales gracias a una prescripción y pudo competir libremente en las elecciones de 2001.

14. La soledad de los noventa

García terminó su primer gobierno muy golpeado. La sensación general era que había perdido su oportunidad. Había manejado mal al país, que al terminar su mandato vivía sus días más difíciles después de la guerra con Chile. Al finalizar su mandato, la inflación lucía incontrolable y la economía estaba en recesión; además, el terrorismo multiplicaba atentados en todo el país. Nadie estaba contento y muchísimos ciudadanos hacían responsable al gobierno.

Además de ello, se hallaban las acusaciones de corrupción y el prestigio de García parecía seriamente magullado. Su carrera futura estaba amenazada por sus enemigos, liderados por el diputado Fernando Olivera, quien había hecho de perseguirlo una cruzada personal. En aquella época, Olivera tenía llegada a la opinión pública y el Congreso lo eligió presidente de una comisión investigadora, que emprendió la tarea de acusar a García por enriquecimiento ilícito.

Para cada periodo de la vida profesional de García, esta comisión contrastó sus ingresos versus sus egresos y concluyó que había un desbalance a su favor. Cada ingreso monetario y cada nueva adquisición fueron escrupulosamente verificados para realizar las cuentas que ponían a García en serias dificultades legales. García se defendió contraatacando con habilidad, llegando a poner contra las cuerdas a las dos empresas de investigación que estaban trabajando con Olivera. Estas agencias eran norteamericanas, Larc de Miami y Kroll de Nueva York, que habían ordenado un seguimiento internacional de los depósitos ocultos que supuestamente tendría García. Pero el incansable defensor de García, el abogado aprista Jorge del Castillo, contrató a una reputada firma legal de Washington D. C., Arnold & Porter, que evidenció la condición de informales e inseguras de las agencias de detectives de Olivera. Incluso habían sido reprendidas por las agencias estatales norteamericanas por sus procedimientos irregulares precisamente mientras acopiaban información para este caso.

Así, García logró salir magullado pero vivo de un proceso que pudo haberlo liquidado. Tuvo una célebre intervención en el Senado que publicó como folleto con el título de “Quien no la debe no la teme”, que desde entonces se identificó con su defensa personal del primer gobierno aprista. En ese folleto, García reafirmaba su compromiso con la política y sostenía que no pensaba retirarse de ella, pues era una actividad a la que se dedicaría toda la vida y que se basaba en la confianza del ciudadano. Luego sobrevino el autogolpe de Alberto Fujimori el 5 de abril de 1992. Como consecuencia, García se asiló en Colombia y, finalmente, se estableció en París, donde se incorporó al aparato de la Internacional Socialdemócrata. Allí pudo observar de cerca la aparición de una corriente renovadora denominada “tercera vía”. Gracias a ella, los socialistas europeos ofrecieron una alternativa al neoliberalismo de los noventa. García se plegó a esa dinámica y se mantuvo a la expectativa el resto de la década. Esa prolongada estadía en París añadió combustible a sus críticos, porque adquirió un departamento, que desde entonces ha sido parte de su leyenda negra.

Mientras tanto, el APRA de los noventa solo cosechó dolorosas derrotas. En las elecciones de 1995 la lista congresal obtuvo 7% y la candidata presidencial Mercedes Cabanillas apenas logró el 4% Cifras tan magras mostraban que el PAP estaba en declive, atravesando su versión particular de la crisis sistémica de los partidos políticos. En segundo lugar, era claro que el APRA valía poco sin la presencia de García. Lo importante era el líder carismático. Eso nunca había con Haya en vida, porque su verdadera labor era fortalecer la maquinaria partidaria, que en su época disfrutaba de peso propio.

Por otro lado, el autoritarismo fujimorista generó una fuerte resistencia y el periodo fue de intensa pugna política. En esta lucha se hizo presente el PAP; pero a su interior hubo quienes pensaron que la sobrevivencia del partido obligaba a un entendimiento con Fujimori. Esa corriente estuvo liderada por el mencionado Agustín Mantilla, quien durante los noventa fue secretario general y destacado congresista. Como se sabe, Mantilla mantuvo relaciones regulares con Vladimiro Montesinos, quien lo sobornó con un dinero supuestamente para la campaña del PAP. Apareció en un vladivideo y posteriormente purgó cárcel por este hecho. Pero Mantilla no dominó el APRA. No obstante su influencia, la mayor parte de cuadros apristas de esa década estuvo contra Fujimori. En la práctica fueron conducidos por Jorge del Castillo, quien fue congresista y ocupó un puesto de liderazgo en la protesta democrática contra el autoritarismo del régimen.

En las duramente cuestionadas elecciones de 2000, el candidato presidencial aprista fue Abel Salinas y su plancha solo alcanzó el 1%, mientras que la lista al Congreso apenas logró pasar la valla electoral con 6%. Era evidente que el PAP se hallaba en situación delicada. Algunos analistas lo consideraban moribundo, pero no habían contado con la fuerza de su líder, redoblada por la ausencia de competencia de nivel.

En los noventa se produjo un derrumbe del sistema de partidos que ha dado pie a una democracia que funciona precariamente a través de entidades que difícilmente pueden seguir siendo llamados partidos. No activan en la sociedad sino desde los cargos y se duermen luego de una elección para despertar a la siguiente. Además, en niveles subnacionales, como municipios y regiones, los partidos nacionales han desaparecido y actúan grupos independientes organizados alrededor de figuras y poderes locales siempre enfrentados. En este mundo de la política peruana, el líder carismático de alcance nacional tiene un peso superior al habitual en un régimen democrático clásico. Y entre ellos, pocos del volumen de García. Por ello, a la caída de Fujimori, rápidamente se convirtió en un candidato importante para las elecciones de 2001.

En esa oportunidad, García logró pasar a segunda vuelta derrotando a Lourdes Flores, que quedó descartada para el ballotage. La estrategia de García consistió en levantar banderas de cambio social sin radicalismo, sino con responsabilidad y desde una óptica socialdemócrata tercera vía, en contraste con la candidatura de Flores, que fue pintada como derechista y amiga de los ricos. García ganó a Lourdes arrinconándola en la derecha. Luego, como recordamos, en segunda vuelta ganó Toledo.

Durante el gobierno del chakano, García continuó posicionado en la izquierda moderada. Se beneficiaba de la reducción de la influencia de los partidos marxistas, que no lograron recuperarse después del efecto combinado de Sendero y Fujimori. Incluso, el PAP participó en paros nacionales de la CGTP. García actuaba empleando un lenguaje socialdemócrata aggiornado, abierto al liberalismo, aceptando plenamente la economía de mercado y las oportunidades de la globalización. Parecía un entusiasta de la tercera vía de Tony Blair. Adicionalmente, su discurso enfatizaba en el sentido social de un posible gobierno aprista, no a la usanza del neoliberalismo derechista, que habría sacrificado los intereses de los trabajadores en el altar del mercado. En esa posición se encontraba cuando llegaron las elecciones de 2006.

15. El perro del hortelano

García volvió al poder ganando las elecciones de 2006, una campaña complicada porque apareció Ollanta Humala por la izquierda, empujando a todos los candidatos a la derecha. Así, García quedó en el centro y nuevamente Lourdes Flores se desplazó a la derecha. En aquella oportunidad, el fujimorismo compitió con Marta Chávez como candidata presidencial y ocupó el cuarto puesto con el 7%.

En esta campaña, la estrategia de García contra Flores fue muy efectiva y logró reducir su electorado a la élite básicamente limeña. En oposición a Flores, en la primera vuelta, García denunció a los services, que ofrecen trabajo permanente mal pagado y sin beneficios, disfrazado de trabajo temporal. El APRA se presentó como el cambio responsable, postulando extender los beneficios del crecimiento económico sin comprometer el modelo. Estaba a favor de la economía liberal, pero prometía normas que protegerían el trabajo. Esa propuesta tuvo impacto: nuevamente García superó a Flores por unas décimas y logró pasar a la segunda vuelta.

Ahora le tocaba enfrentar a Humala, que había alcanzado el primer lugar con algo más de 30%. Al comenzar la batalla de segunda vuelta, García estaba detrás por seis puntos y necesitaba armar una nueva coalición para vencer. Sus únicos aliados posibles estaban en la derecha, pero era problemático concretar ese entendimiento. En principio, la élite económica había quedado muy resentida con su anterior gobierno. La fallida estatización de la banca y la hiperinflación habían dejado huella.

¿Cómo votar por el APRA? García supo asustar a la ciudadanía con el fantasma del chavismo, que llegaría de la mano de Humala. Aunque muchos electores de élite confesaron que votaron tapándose la nariz con un pañuelo, finalmente la estrategia de García surtió efecto. Además, la presencia del almirante Giampietri en la plancha convenció a los fujimoristas. Con García recuperarían algunas posiciones, mientras que Humala les prometía guerra sin cuartel. Así, García logró ganar la presidencia, que en su caso tuvo sabor a hazaña, porque quince años atrás parecía liquidado. Pero había pasado bastante tiempo y muchos jóvenes no lo habían conocido. Después del anodino gobierno de Toledo, un tiempo de política profesional no venía mal. Así pensó buena parte de la ciudadanía que dio la bienvenida a su segundo mandato.

Sin embargo, la mayor parte de los analistas pensaba que la coalición de segunda vuelta tenía corto aliento. Según una extendida creencia, García pronto volvería a su tradicional postura socialdemócrata y abandonaría el entendimiento con la élite. Pero las sorpresas estaban por llegar. En esta segunda oportunidad, García sería fiel al entendimiento que había forjado para obtener la presidencia. En realidad, había aceptado una visión extremadamente liberal del país y adoptado un programa en ese sentido, donde el discurso de centroizquierda era un recurso táctico para ganarle a Lourdes Flores, pero no un arma de gobierno.

De acuerdo con la interpretación del politólogo Martín Tanaka, la clave del segundo mandato se halla en la relación de García con los agentes políticos. Para empezar, el PAP no era un vehículo de cuadros capacitados para conducir el Estado. Tampoco había tecnócratas afines que tuvieran una propuesta de fondo, como había sido la heterodoxia en los ochenta. Por ello, García sabía que no podía confiar en cuadros políticos para gobernar. En esas circunstancias, mejor era seguir en piloto automático. Así, nombró en la presidencia del Banco Central de Reserva a Julio Velarde, un reputado tecnócrata de derecha, que había presidido la comisión de plan de gobierno de la candidatura de Lourdes Flores. En esta segunda oportunidad no había más tecnocracia posible que la neoliberal. Como consecuencia, interpretó que faltaban los agentes necesarios para transformar políticamente al país. Pensó que la sociedad y el Estado seguirían igual después de su mandato y que solo cabía crecer económicamente o morir. Por ello, adoptó un rumbo conservador que mantiene hasta el día de hoy.

García tenía una pretensión principal, borrar el mal recuerdo de su primer gobierno. Para ello, priorizó el crecimiento económico y trató de atraer capital. Su objetivo era promocionar al país y hacerlo atractivo para la inversión, abriendo la economía nacional a la esfera internacional. Después de las reformas neoliberales de los noventa, Toledo y García concretaron una segunda etapa, que consistió en la firma de tratados de libre comercio que consolidaron y blindaron el modelo. Los excelentes precios de las materias primas hicieron lo suyo y García coronó con éxito su principal objetivo, realizar un mejor gobierno que el anterior.

Como vimos, durante su segundo mandato se conjeturaba sobre el momento del giro socialdemócrata que nunca llegó. El discurso de toma de mando contenía la clave. Ese día, García recordó a Nicolás de Piérola, quien tuvo un primer gobierno desastroso, puesto que condujo al Perú a la derrota con Chile, pero se reivindicó con un segundo mandato dos décadas después. Ese segundo y exitoso gobierno del Califa fue bastante conservador e incluso forjó una alianza con su enemigo de siempre, el civilismo. Así, el segundo gobierno de García se puso bajo la guía de Piérola. Ahí estaba la base histórica para el último giro del PAP.

En la práctica, este último viraje significó seguir con el piloto automático puesto en marcha por Alberto Fujimori. García no quería exponerse y optó por apoyarse en los excelentes precios de las commodities sin alterar las reglas de la acumulación capitalista. Sus resultados fueron mixtos. El éxito estuvo en cifras macroeconómicas nunca antes vistas, porcentajes de crecimiento cercanos a los asiáticos. Para García las cifras eran mágicas. Lo que en su primer gobierno fue inflación y crisis, en el segundo se convirtió en crecimiento y reducción de la pobreza.

Por su parte, la aprobación ciudadana se mantuvo bastante baja, entre 20 y 30%, apenas algo mejor que Toledo. Bajo estos dos gobernantes, el sistema político peruano registraba baja popularidad presidencial, no obstante el elevado crecimiento económico. ¿A qué se debió esta paradoja? Entre otras respuestas, faltaron políticas públicas que redujeran la desigualdad. En otras palabras, tanto a García como a Toledo les faltó una cuota de socialdemocracia; se habrían dejado llevar por la poderosa ola neoliberal que beneficiaba temporalmente al país.

El segundo mandato de García se vio oscurecido por escándalos de corrupción que constituían una recurrencia del primer gobierno. En octubre de 2008, Fernando Rospigliosi difundió unos audios que revelaban conversaciones entre un funcionario del gobierno y un dirigente aprista que actuaba como lobista. El tema era la entrega de lotes petroleros a una empresa extranjera. Estalló el escándalo y se hicieron públicas las visitas del primer ministro a las oficinas privadas de potenciales inversionistas extranjeros en el Perú. En un ambiente plagado de sospechas de corrupción, renunció el gabinete y García, sorprendiendo a la ciudadanía, nombró para el cargo al congresista de oposición Yehude Simon.

Sin embargo, esta cohabitación a la francesa tuvo corta duración. Poco después se produjo el conflicto social más grave del segundo gobierno aprista. El llamado Baguazo consistió en una matanza de policías e indígenas awajún de la selva norte. Los líderes indígenas estaban luchando porque consideraban que el gobierno les estaba arrebatando tierras ancestrales para destinarlas a la explotación petrolera. Por ello, se posesionaron de un puente en una carretera. Ahí se produjeron las lamentables muertes que ensombrecieron las carreras de García y Simon.

No obstante sus momentos críticos, el segundo gobierno de García fue mejor manejado que el primero. La economía creció al amparo del ciclo expansivo y la ciudadanía apreció el bienvenido crecimiento económico. Se crearon nuevas clases medias y aumentó la riqueza nacional. Pero la misma opinión pública observó una enorme concentración de la riqueza. Peor aún con la corrupción. La acusación de la Megacomisión Investigadora del Congreso sobre los llamados “narcoindultos” ha dañado la imagen de García. La opinión pública es bombardeada por este caso que tiene tras las rejas a un colaborador del presidente, que ayer tramitaba indultos y hoy está preso a punto de ser sentenciado. Así, la ciudadanía juzgó este segundo mandato como regular, ciertamente mejor que el primero, porque creció la economía y no se vivió la crisis del primer mandato, pero la ilegalidad se profundizó y avanzó a la captura del débil y poroso Estado peruano.

Durante su segundo gobierno, García publicó en El Comercio tres artículos que se hicieron famosos al condensar el último giro del PAP. Su título es “El perro del hortelano” y alude al animal de la fábula, que no come ni deja comer. En el argumento de la leyenda, la conducta de este animal se debe a su fidelidad; su amo ha puesto una propiedad bajo su cuidado y efectivamente no permite que un extraño ingrese al predio ni él mismo hace uso de él. Pero esa virtud estuvo ausente de la mente del presidente, quien solo prestó atención al aspecto negativo del perro de la fábula: “ni come ni deja comer”.

Ese animal condensa a sus enemigos. García es un experimentado actor político, sabe que las estrategias exitosas implican una lucha. No basta tener una posición, además es preciso trazar la cancha, definiendo rivales a quienes derrotar. En esta oportunidad, García estableció nítidamente a los enemigos de su segundo mandato, los promotores del conflicto social y de la protesta popular contra las inversiones en extracción de recursos naturales. Resulta que el segundo gobierno aprista estuvo acompañado por una elevada conflictividad social. Había una elevada expectativa en continuar ascendiendo económicamente y el gobierno hablaba con regularidad de riquezas y millones. Por ello, había bastante descontento, entre quienes no tenían lo suficiente y quienes querían más de lo recibido. La consecuencia fue un clima de sostenida protesta social: tomas de carreteras, mítines y enfrentamientos. Ante este clima, García denunció a los promotores de ese desorden.

Así, el perro del hortelano expresa la etapa actual de la larga trayectoria del APRA. Nuevamente es una inclinación hacia la derecha, al igual que la registrada durante las convivencias. Desde la segunda vuelta de 2006, García abrazó el liberalismo soltando el contrapeso socialdemócrata. Por ello, su performance actual lo sitúa en la derecha del espectro político. Así, el movimiento completo del APRA asemeja un zigzag. No es una simple deriva a estribor, como ha sido señalado con frecuencia, sino un complejo movimiento de idas y venidas, que empezó con Haya y ha seguido bajo García.

La reciente alianza del PAP y el PPC busca solucionar problemas que por separado afrontaba cada uno de estos partidos. El APRA requería un tinte de respetabilidad, que le otorga Lourdes Flores y que es indispensable en este momento, aquejado por las acusaciones de corrupción contra su segundo mandato. Por su parte, para el PPC la decisión es de salvataje, ante la muy concreta posibilidad de perder su registro electoral. Asimismo, si PPK sigue cayendo, esta alianza aspira a cosechar parte de sus votos y con ellos enfrentar a Acuña en la disputa por el segundo puesto. Pero, en asuntos de fondo, para el APRA esta alianza significa claramente la vuelta a los tiempos de las convivencias, que con esta movida quedan como tres periodos principales de la deriva a la derecha del PAP: Prado en los cincuenta, Odría en los sesenta y el PPC en nuestros días.

García es el más exitoso de los políticos peruanos en ejercicio.

Ha competido por la presidencia en tres ocasiones y ha ganado dos veces; siempre ha pasado a segunda vuelta. Nadie comparte ese récord. Pero parece a punto de perderlo. En esta oportunidad se ha arrinconado voluntariamente en el espacio de centroderecha, al que ha derrotado en dos oportunidades anteriores, 2001 y 2006. Además, el APRA sabe que al aliarse con Lourdes Flores se ha desplazado simbólicamente a su lugar en el espectro y que ahí no hay mayor destino electoral.