
CAPÍTULO 1
“Toda experiencia real de contacto es comprobable, y la contundencia y trascendencia de este está en relación directa con el número y la objetividad de los testigos”.
Desde muy joven, tuve profundas inquietudes espirituales. Buscaba afanosamente, a pesar de mi corta edad (17 años), las respuestas a aquellas preguntas que nos hacemos todos los seres humanos en algún momento de nuestra vida: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos?
Estudié en un colegio religioso, y tenía una formación como creyente, pero mis necesidades interiores eran más espirituales; necesidades de fondo, no de forma. Mi padre, don Carlos Paz García, investigaba el tema ovni como hobby, pero de forma tan apasionada que llegó a ser considerado el más importante investigador en el país y en Latinoamérica. Mi madre, norteamericana de nacimiento, diez años más joven que él, lo apoyaba en su cruzada por desentrañar la verdad que podían estar ocultando los gobiernos sobre el tema.
Nací, pues, en ese ambiente, pero ese tema no era algo que me atrajera demasiado. Más bien aceptaba la posibilidad de vida extraterrestre como algo lógico y de sentido común; sin embargo, el destino me tenía reservadas muchas sorpresas al respecto.
Debido a unas conferencias que mi padre dio a una agrupación yoga, siempre sobre su tema, me vi envuelto en la filosofía oriental, así como en la práctica de técnicas de concentración y meditación, las cuales me fueron aportando muchas respuestas, pero, a la vez, me despertaron más preguntas y la necesidad de confrontarlas.
En enero de 1974, salió una noticia en el diario más serio y conservador de Lima, El Comercio, según la cual había sido descubierto, por medio de los vuelos tripulados y los radiotelescopios, que el espacio no era el lugar de silencio sepulcral que se creía, sino que, por el contrario, estaba ocupado por mucho ruido, demasiada bulla, y que todos esos sonidos u ondas de radio podían ser mensajes enviados de otros planetas por civilizaciones avanzadas interesadas en conectarse con sus similares en el uni-verso. Se hablaba del proyecto Ozma, una versión antigua de lo que hoy se conoce como el proyecto Seti. Todo esto motivó a mi padre, hombre jovial y sociable, a organizar una conferencia para comentar el artículo. La disertación corrió a cargo de un amigo suyo, el doctor Víctor Yáñez Aguirre, médico del Hospital de Policía de Lima, eminente esoterista y apasionado de la parapsicología, quien tocó el tema de la posible comunicación extraterrestre, en el supuesto de que hubiesen civilizaciones más avanzadas que pudieran no solo estar llegando físicamente a la Tierra con sus naves espaciales, sino que quizás también estaban procurando contactarnos mentalmente, de forma telepática, o hasta astralmente, en sueños. Estos seres de otros planetas, cuyo único mérito hubiese sido haber empezado antes que nosotros y sobrevivido a la intolerancia y el egoísmo, así como a sus más importantes crisis de crecimiento, podrían estarnos visitando no de ahora, sino desde tiempos inmemoriales, y estar interesados por diversas razones en nuestros procesos.
La conferencia inspiró en mí el deseo de experimentar la telepatía, pero no tanto por la parafernalia ovni, sino quizás porque, de ser posible el contacto, estos seres tendrían las respuestas que yo tanto ansiaba. Como hacía un año venía practicando yoga, disciplina que me enseñó diversas técnicas de meditación y concentración, se me ocurrió aprovechar tal preparación previa para intentar, como jugando, junto con mi madre y hermana, recibir un mensaje extraterrestre.
Fue durante la noche del 22 de enero de 1974 cuando, sentados con mi madre Rose Marie y mi pequeña hermana Rosi en torno a una mesa, con unas hojas de papel y lápices, intentamos la conexión. Como de costumbre, entramos en una relajación profunda y a continuación empezamos una meditación, en medio de la cual vino a mi mente la imagen de un rostro con unos ojos marcadamente oblicuos que me miraban, y me tomó la necesidad compulsiva de escribir. Abrí los ojos, tomé un lápiz y papel, y, relajando el brazo, comencé a hacer trazos desordenados. A continuación, tratando de controlar la recepción, escribí lo siguiente: “Sala de hogar buena para hacer la comunicación. Me llamo Oxalc, y soy de Morlen. Ustedes le llaman Ganímedes, una de las lunas de Júpiter. Podemos tener contacto con ustedes. Pronto nos verán”.
Predispuestos como estuvimos, con una actitud positiva y mucho entusiasmo, recibimos un primer mensaje psicográfico de escritura automática sin trance alguno y, por el contrario, tan consciente que me resultó difícil creerlo, por la facilidad con la que llegó. Precisamente, después de recibido el mensaje escrito, lo cotejamos con los de mi madre y mi hermana, y ambas habían captado lo mismo, aunque no lo habían plasmado en el papel.
Ante la posibilidad de que fuera un juego de la imaginación, les dije a mi madre y a mi hermana que lo dejáramos allí, que no podía ser cierto. Pero no contaba con el entusiasmo de mi hermana Rosi, quien aquella noche llamó a los amigos por teléfono y les contó lo que había ocurrido, de tal manera que al día siguiente teníamos a veinte personas en la sala de la casa deseosas de que se repitiera el experimento. Al llegar de la calle, me encontré con esta reunión improvisada y la insistencia de todos de intentarlo una vez más. Yo no quería hacerlo porque no quería engañarme yo ni engañar a nadie, y menos aún quedar en ridículo, pero fue tanta la presión de todos que para demostrarles que no era verdad acepté hacerlo una vez más. Al cabo de un rato de iniciada la meditación, nuevamente me vinieron las ganas de escribir, y se repitió la visión en mi mente de aquella mirada enigmática. El segundo mensaje canalizado decía: “Sí, Oxalc. Pueden hacer las preguntas que deseen”.
Al leer lo que había escrito, con sarcasmo e ironía, les dije a mis compañeros:
—El extraterrestre dice que podemos hacerle preguntas. A la primera consulta que yo no pueda responder o responda mal, quedará demostrado que es imaginación, que es cosa mía.
Desde ese momento, comenzaron a llover toda clase de preguntas por parte de los asistentes. No faltaron por allí los que preguntaron:
—A ver, Sixto, pregúntale de qué color es mi bicicleta.
—¿Hincha de qué equipo de fútbol soy?
—¿Qué voy a hacer mañana?
Cada pregunta tuvo su respuesta exacta e inmediata, para sorpresa de todos. Para mí, la explicación era que nos conocíamos demasiado. Yo había dado respuestas probables que, por la gran suerte que tuve aquella noche, coincidieron.
Entonces, la mamá de uno de los compañeros allí presentes y amiga de la mía dijo:
—A ver, Sixto, pregúntale qué libro tengo metido en mi cartera. Que te diga el nombre del libro y el nombre del autor si es posible.
A pesar de mi incredulidad y pesimismo, no sé por qué ni cómo, puse sobre el papel la respuesta. Escribí el nombre del libro, del autor y hasta el número de la página que ella tenía señalada. La señora extrajo el libro de su bolso. Ella no recordaba conscientemente dónde se había quedado en su lectura, pero estaba marcado donde “yo” lo indiqué. No podía creer que fuera verdad, ni que fuera tan sencillo. Me resultaba más fácil aceptar que allí estaba ocurriendo algo paranormal —pero creado por nosotros mismos— que creer que pudiera ser una entidad extraterrestre comunicándose desde su mundo o su nave espacial utilizándome como un canal.
En ese momento, uno de los amigos dijo:
—Hagamos las preguntas sin decirlas. Las pensamos, no te las decimos, y que el extraterrestre, si es que existe, nos responda.
—Me parece muy bien —dije yo sin terminar de creer lo que nos estaba pasando, y, a la vez, interesado por descartar posibilidades.
Mi amigo preguntó en su papel:
—¿Por qué yo no creo en los seres extraterrestres?
Y yo, sin conocer la pregunta, recibí: “Porque nunca nos has visto, no te preocupes, ya nos verás”.
Realmente fue alucinante ese juego de preguntas y respuestas, así como la atmósfera tan especial que empezó a respirarse en el ambiente.
Entonces, mi hermano mayor, Charlie, intervino:
—Sixto, si es un ser extraterrestre, que ya no ande con rodeos y nos diga dónde podemos ir a verlo.
Instantáneamente, comenzó a moverse mi mano, sin intervención de mi pensamiento, y escribí rápidamente: “Vayan ustedes a sesenta kilómetros al sur de Lima, a un lugar en el desierto que se llama Chilca, porque el 7 de febrero, a las 9 p. m., verán aparecer nuestra nave. Y esa será la confirmación de la realidad del contacto”.
Fuimos al desierto, pero desde un día antes, para pasar la noche previa en el lugar, no fuera a ser que viéramos en el cielo un satélite, una estrella, un avión o cualquier fenómeno aéreo, y pensáramos que allí estaba la nave prometida. El primer día anterior al contacto, no ocurrió nada especial en la zona de Chilca, ni vimos nada en el cielo, pero la fecha del encuentro, cuando ya se acercaba la hora, la emoción, inexplicablemente, creció en todos.
El grupo estaba disperso, alejado entre sí, y yo me encontraba comentando con algunos lo extraña que había sido la noche de la recepción psicográfica. De pronto, por unos segundos, el cielo se iluminó como si fuese de día. Se produjo un gran resplandor detrás de las montañas, y todos en ese momento vimos salir un objeto luminoso que se desplazó lentamente por encima de las crestas de los cerros, hasta que se detuvo, suspendido en el cielo, del lado derecho de donde nos encontrábamos.
El grupo comenzó a reunirse, y todos se preguntaban unos a otros qué era aquello que estaban todos viendo. Repentinamente, alguien gritó:
—¡Miren! ¡Se está moviendo!
El objeto luminoso, que giraba sobre sí mismo, cubierto de luces multicolores, comenzó a avanzar y a descender hasta quedarse encima de nosotros, como a una altura de ochenta metros. Era un disco con media docena de ventanas, no producía ningún ruido, y llegó a proyectar un haz de luz que cayó vertical y directamente sobre nosotros.
Nunca habíamos tenido tanto miedo como en aquel instante. Algunos de mis compañeros, buscando esconderse ingenuamente detrás de mí, me decían:
—¡Sixto, ¡diles que se vayan! ¡Tú te contactas con ellos!
—Pero si yo no sé cómo es que funciona todo esto. Lo último que me habría imaginado es que fuese real —les respondí.
Todos en ese momento captamos en nuestra mente, como si nos hablaran al oído, que nos decían: “No bajamos en este momento porque ustedes no saben controlar sus emociones. Habrá una preparación, un tiempo y un lugar”.
Aquel objeto estuvo varios minutos sobre nosotros, hasta que de pronto comenzó a moverse y a elevarse de una forma muy extraña, como si estuviera subiendo una escalera, y luego partió a gran velocidad de forma oblicua.
Cuando vimos que se había marchado, saltamos de felicidad y nos abrazamos entre todos. Yo no lo podía creer. ¿Por qué nosotros?, un grupo de muchachos intrascendentes de un país en vías de desarrollo. Llegamos a pensar ingenuamente en ese momento que, como desde el espacio no se ve a los países de diferentes colores, como aparecen en los mapas, ni se observan las líneas punteadas que los dividen, de pronto estos seres creían que habían llegado a Estados Unidos o Alemania, cuando en realidad se habían quedado a mitad de camino, en el Perú.
Fue así que tuvimos nuestro primer avistamiento en el desierto de Chilca. Quedó demostrado que no estábamos solos, que hay otros seres más avanzados en el universo y que nos observan, y que la posibilidad de la conexión psíquica es un hecho.
De un momento a otro, todo esto me acercaba a satisfacer la necesidad de verificación de respuestas trascendentes.
De regreso a casa, nos encontramos con mis padres, y les contamos lo que habíamos vivido. Mi padre, que no conocía de los antecedentes de la cita, al escuchar nuestro relato sonrió pensando que nos estábamos burlando de sus investigaciones, pero cuando le insistimos sobre el tema, se molestó, y acabó bruscamente la conversación.
En esos días, intentamos nuevamente recibir comunicación, aprovechando del grupo de amigos que se había improvisado en torno a la experiencia. Recibí un nuevo mensaje. A través de esta conexión, les pedimos si podían darle una comprobación a mi padre, y Oxalc accedió, siempre y cuando solo fuera él con nosotros. Nos dieron la fecha y nos confirmaron el lugar, el mismo donde se dio el avistamiento inicial.
No fue nada fácil convencer a papá de que nos acompañara, pero, al final, ya aburrido de que le insistiéramos tanto, prometió ir, pero, por su cuenta, y encontrarnos en el sitio indicado. Él, bastante incrédulo, encontrándose en medio de una reunión de su asociación e instituto de investigación, les anunció adónde iba, y, como no creía que se fuera a dar nada, los invitó a todos para aprovechar y hacer una sesión de astronomía al aire libre.
Como habíamos llegado primero a la zona y desconocíamos los alcances de la convocatoria de mi padre, solo lo esperábamos a él, cuando de pronto apareció detrás de los cerros un objeto cilíndrico gigantesco. Estaba inclinado hacia la izquierda, y se veía que era enorme. En los extremos, tenía unas luces intensas.
Nos emocionamos pensando en el recibimiento que le esperaba a mi padre, cuando al darnos la vuelta vimos una multitud de autos acercándose a la zona, viniendo por la carretera de tierra afirmada. De un momento a otro, los autos se detuvieron, alineados, y salieron mi padre y sus amigos investigadores, acompañados de sus esposas y familiares. Sin percatarse de lo que había en el cielo, comenzaron a bajar mesas y sillas plegables, telescopios, cajas de cerveza, etc. Sorprendidos por lo que estaba ocurriendo abajo, bajamos de las faldas de los cerros y nos acercamos al campamento de mi padre, que estaba en plena sesión astronómica con binoculares y telescopios. Al vernos llegar, se alegró y nos dio la bienvenida. Entonces le mostramos lo que había encima del cerro. Él y sus amigos habían estado tan entretenidos en la conversación que ni siquiera se habían fijado en semejante avistamiento.
En ese instante, de los extremos del cilindro salieron dos luces que bajaron a toda velocidad por las montañas, en dirección hacia donde estaba toda la gente, de tal manera que crearon pánico y la hicieron huir. Al llegar al campamento, se detuvieron e instantáneamente se elevaron en una vertical ascendente. A continuación, el gran objeto cilíndrico se niveló, se puso de frente y comenzó a movilizarse lentamente, como a velocidad de dirigible, cruzando todo el valle a regular altura.
Mi padre quedó fuertemente conmocionado. Él nos confesó luego:
—¡No puede ser posible! ¡Tantos años investigando el fenómeno ovni, y al final estos seres se contactan con mis hijos y no conmigo, qué injusto!
Nuestra relación con papá no volvió a ser la misma. Después de aquella noche, en más de una ocasión lo encontré de madrugada en la sala de nuestra casa, experimentando y tratando de recibir una psicografía, pero nunca quiso hacerlo con nosotros.