INTRODUCCIÓN

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VELADORA AZUL

COMPRENSIÓN Y CONCENTRACIÓN





ATRAÍDO POR LA HUESUDA, TAMBIÉN CONOCIDA

COMO LA SANTA MUERTE



ALGUNAS PERSONAS SE VUELVEN DEVOTAS por iniciativa propia y van en busca de la Santa Muerte por recomendación de amigos o parientes. Otras reciben un llamado inesperado o una visita en que la Flaquita (uno de sus numerosos epítetos) les ofrece resolver sus problemas. Tal fue mi camino hacia la santa esquelética; esto es, una visita sorpresiva en la primavera de 2009. Durante varios años había llevado a cabo investigaciones sobre la virgen de Guadalupe, la santa patrona de México. Decidí estudiar a la virgen de Guadalupe cuando me faltaba poco para terminar de escribir mi segundo libro. Como especialista en las religiones de América Latina, para mi siguiente libro quería tratar un tema monumental. Como emperatriz de toda América y como reina de México, la virgen mestiza destaca en el panorama religioso de la región. Por supuesto que investigadores y devotos ya han escrito muchos libros y artículos sobre ella, pero estaba convencido de que aún quedaba mucho por decir sobre el avatar de la virgen María más importante del mundo. No obstante, mientras transcurrían los semestres, primero en la Universidad de Houston y posteriormente en la Virginia Commonwealth University, mi entusiasmo por el proyecto disminuía. Ya no sentía la pasión que me había impulsado en mi investigación y escritura previas, y no estaba seguro a qué se debía.

En este contexto de desazón sobre el tema de mis estudios, a principios de la primavera de 2009 apareció la Huesuda (otro apelativo común de la Santa Muerte) en mi laptop, lo que me llevó a fijarme en ella. En forma más específica, lo que en última instancia me indujo a cambiar a la virgen de Guadalupe por una figura que a primera vista parecía su antítesis, una especie de antivirgen, fue la noticia de un ataque militar dirigido contra ella en la frontera de México y Estados Unidos. A finales de marzo, el Ejército Mexicano derribó cerca de cuarenta altares de la Santa Muerte en los lindes de México con California y Texas, la mayor parte de ellos en los alrededores de Tijuana y de Nuevo Laredo. Bulldozers del ejército habían arrasado los mismos altares que bordeaban la carretera por donde habíamos pasado en numerosas ocasiones durante nuestros largos viajes por carretera de Houston a Morelia, capital de Michoacán y lugar de nacimiento de mi esposa.

Comencé a hacer el recorrido de 18 horas por carretera en 2006, y en cada nuevo viaje notaba que el número de altares improvisados al borde de la autopista principal que corre de Nuevo Laredo a Monterrey se multiplicaba. Los toscos altares de concreto, a menudo ocultos por las camionetas y las furgonetas de los devotos, nos indicaban, en nuestro viaje de regreso, que la frontera de Texas estaba aproximadamente a media hora de camino. Me preguntaba qué había hecho la Santa Muerte para merecer que el Gobierno mexicano profanara con tanta agresividad sus recintos sagrados.

Mientras las imágenes de sus espacios sagrados reducidos a escombros se sucedían en la pantalla de mi computadora, experimenté una epifanía. Mi pasión ya mermada por investigar a la virgen de Guadalupe sería remplazada por un intento de entender por qué el Gobierno mexicano había declarado a la Santa Muerte enemiga virtual del Estado. En un sentido más amplio, trataría de descubrir el porqué la devoción hacia ella había crecido tanto en poco más de una década, de modo que, con excepción de la virgen de Guadalupe, su popularidad actual había llegado a eclipsar a la de cualquier otro santo en México. Al no haber sido nunca reacio a las epifanías, di la espalda a la Virgen y decidí encarar a la Santa Muerte. Intentaría explicar por qué en tan solo 12 años, la devoción a la Santa Muerte había dejado de ser una práctica oculta, desconocida para la mayoría de los mexicanos, para convertirse en un culto público que aumentaba constantemente y que ya contaba con millones de devotos en México y en los Estados Unidos.



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La Niña Blanca vestida de blanco, capilla de la Santa

Muerte, Santa Ana Chapitiro, Michoacán



ENCUENTRO CON LA MUERTE



Algunos lectores se habrán topado con la Niña Blanca (otro de sus populares apelativos) en sus viajes a México, en tanto que otros la habrán encontrado en calcomanías en los automóviles y en los camiones, o en velas votivas en los supermercados de Los Ángeles, Houston, Nueva York y otras ciudades que cuentan con grandes comunidades de inmigrantes mexicanos. Pero me figuro que la mayor parte de los lectores sabrán por primera vez quién es la Madrina (otro epíteto popular). A los que ya estén familiarizados con la Santa Muerte les pido que me tengan paciencia mientras presento una breve introducción de esta santa a las personas que aún no han tenido contacto con sus manifestaciones.

Como su nombre lo indica, la Santa Muerte es una santa popular mexicana que personifica a la muerte. Sea como estatua de yeso o como vela votiva, como medallón dorado o como estampa, generalmente se muestra como Sombrío Segador femenino con guadaña y ataviada con sudario, en forma similar a su contraparte masculina. A diferencia de los santos oficiales, canonizados por la Iglesia católica, los santos populares son espíritus de la muerte considerados sagrados gracias a su poder de hacer milagros. En México, y en Latinoamérica en general, tales santos populares, como el Niño Fidencio, Jesús Malverde, Maximón y San la Muerte (la contraparte argentina de la Santa Muerte) cuentan con una devoción muy amplia, y a menudo se recurre a ellos más que a los santos oficiales.

A diferencia de los santos oficiales, la mayor parte de los santos populares nacieron y murieron en suelo latinoamericano. El Niño Fidencio, por ejemplo, fue un curandero que vivió a principios del siglo XX en México, en tanto que Pedro Batista encabezó una comuna religiosa en las zonas rurales de Brasil durante el mismo período. Así, los santos populares se encuentran unidos a sus devotos por la nacionalidad, y a menudo por la región y la clase social. Una vendedora ambulante de la ciudad de México explicó que la atracción que ejercía la Santa Muerte se debía a que «ella nos entiende porque es una cabrona como nosotros». En cambio, los mexicanos nunca se referirían a la virgen de Guadalupe con un calificativo así. A diferencia de otros santos populares, entre ellos los santos de Argentina (San la Muerte) y de Guatemala (el Rey Pascual), que se representan con esqueletos, la Huesuda se distingue porque para la mayor parte de sus devotos es la personificación de la muerte misma, y no un ser humano que ha fallecido.

El nombre mismo de la Santa Muerte nos dice mucho acerca de su identidad. Al igual que en todas las lenguas romances, en español la palabra muerte es femenina. Algunos observadores eventuales de la Niña Blanca han atribuido erróneamente su identidad femenina al género femenino de dicha palabra en español. No obstante, el hecho de que los santos de la muerte de Guatemala y Argentina sean figuras masculinas muestra que debe de haber otra explicación para la identidad femenina de esta santa. En todo caso, la Santa Muerte y el argentino San la Muerte son los únicos santos de América que contienen la palabra muerte en sus nombres. Tanto para los devotos como para los no creyentes, resulta obvio que la mirada vacía de la santa esquelética es la mirada de la muerte.

Ante todo, la Santa Muerte es una santa no oficial que cura, protege y conduce a los devotos a sus destinos en la otra vida. Hay una variante de su nombre: los devotos tienden a llamarla Santísima Muerte en sus rituales, como en el rosario de la Santa Muerte. De este modo, su nombre, Santa Muerte, y la miríada de epítetos que posee revelan claramente su identidad como una santa femenina popular que personifica a la muerte. En cambio, el san de San la Muerte denota claramente la identidad masculina del santo argentino.

Ninguna introducción a la Santa Muerte quedaría completa sin unas breves consideraciones sobre una de sus características más singulares, su género. En tanto que abundan santos populares en América, y que otros esqueletos sobrenaturales obran milagros en Guatemala y Argentina, la Santa Muerte se yergue como la única santa femenina de la muerte desde Chile hasta Canadá. La forma asexual de su esqueleto carece de indicio alguno de su feminidad. Lo que revela la feminidad de la Santa es su atuendo y, en menor medida, su cabello. Los devotos y los fabricantes de las imágenes de producción masiva de la Huesuda, generalmente la visten de monja, de virgen, de novia o de reina. Túnicas medievales rojas y negras, trajes blancos de novia, mantos de satén de colores brillantes de manera habitual cubren su esqueleto, dejando solamente sus huesudos pies, manos y cara a la vista.

Al igual que sus contrapartes masculinas, San la Muerte y el Rey Pascual, la Madrina en general ostenta el cráneo sin pelo. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de la gran pionera de la devoción, Enriqueta Romero (conocida cariñosamente como doña Queta), muchos devotos adornan sus estatuillas de la Santa Muerte con pelucas castañas y negras. De hecho, una emprendedora, devota de este culto, dirige un floreciente negocio en la ciudad de México donde los creyentes llevan sus estatuillas para que las vistan y las peinen a fin de que luzcan como la Niña Bonita (otro nombre). Pero más que la Niña Bonita, la Santa Muerte es la Dama Poderosa, ya que sus habilidades para hacer milagros la convierten en el santo popular mexicano más potente, y en un rival de la patrona nacional, la virgen de Guadalupe.



LOS DEVOTOS DE LA MUERTE



Su reputación de obrar milagros de manera rápida y eficaz es precisamente lo que ha provocado el meteórico crecimiento de su culto a partir de 2001. Un breve perfil de los devotos de la Santa Muerte ayudará a revelar las razones de su inmensa popularidad. Dado que su culto generalmente es informal, que carece de organización y que solo se volvió público hace 12 años, resulta imposible saber con exactitud cuántos mexicanos e inmigrantes –de origen mexicano y centroamericano– en los Estados Unidos se cuentan entre sus devotos. El otro gran pionero de la devoción, el padre David Romo, fundador de la primera Iglesia de la Santa Muerte, situada en la ciudad de México, me dijo que alrededor de unos cinco millones de mexicanos veneraban al Ángel de la Muerte. Esto mismo expresaron miembros de la prensa mexicana en otras entrevistas. Al preguntar al padre cómo había llegado a tal cifra, explicó que se mantenía en contacto con creyentes de todo México y los Estados Unidos, quienes le daban estimaciones de la dimensión del culto en sus poblados, ciudades y regiones.

El hecho de que aproximadamente 5% de la población mexicana –consistente en alrededor de 100 millones de habitantes–, fuera devota de la Santa Muerte no parecería descabellado teniendo en cuenta otras evidencias de su popularidad. Las ventas de sus objetos rituales (velas votivas, figurillas, estampas, etcétera) en miles de yerberías, tiendas esotéricas y en puestos de mercado donde se ofrecen artículos religiosos, pociones y polvos mágicos y yerbas medicinales en todo México y muchas grandes ciudades de los Estados Unidos, superan con mucho las ventas de los artículos referidos a los otros santos. Distintos tenderos me dijeron que durante los últimos siete años, aproximadamente, lo que más compraban los clientes eran los productos de la Santa Muerte, más aún que los de San Judas Tadeo –uno de los santos más populares de México–. Guillermina, cuyo padre posee tres tiendas esotéricas en la ciudad de Morelia, afirmó que desde 2004, cerca de la mitad del total de los productos vendidos en las tres tiendas estaban relacionados con la Huesuda. Dicha santa ocupaba muchos más estantes y espacios en el piso que cualquier otro santo en cada una de las docenas de tiendas y puestos de mercado que visité en los veranos de 2009 y 2010. Los comerciantes callejeros que venden una gran variedad de objetos a los conductores atrapados en el tráfico –en espera de cruzar la frontera hacia los Estados Unidos–, ofrecen muchas más figurillas de la Santa Muerte que de cualquier otro santo, incluida la virgen de Guadalupe. Por último, el oficio mensual del culto, denominado el rosario que tiene lugar en el memorable altar de doña Queta y que se encuentra en el violento barrio de Tepito de la ciudad de México, atrae a varios miles de creyentes.

Durante los últimos siete años, la Huesuda ha acompañado a sus devotos cuando cruzan la frontera de los Estados Unidos y se ha establecido a lo largo de más de tres kilómetros sobre la línea fronteriza, así como en las ciudades que tienen comunidades de inmigrantes. No resulta sorprendente que en poblaciones como El Paso, Brownsville y Laredo la evidencia de su culto sea mayor. Su imagen de Sombría Segadora, plasmada en calcomanías en blanco y negro, se pasea en las ventanas posteriores (a menudo polarizadas) de innumerables furgonetas y camionetas, con lo que se deja ver tanto la devoción de los ocupantes, como el aumento de su presencia. En tiendas de objetos religiosos como las que encontré en México, los comerciantes establecidos a lo largo de la cruda frontera hacen un buen negocio con la venta de incienso, lociones y, sobre todo, veladoras de la Santa Muerte. Casi toda la cobertura de noticias en televisión sobre el rápido aumento de su culto en los Estados Unidos ha provenido de estaciones locales de estas ciudades fronterizas. Como es de esperarse, las noticias tienden a ser sensacionalistas, exagerando los supuestos lazos del culto a la Santa Muerte con el tráfico de drogas, el asesinato e incluso los sacrificios humanos.

Al norte del área fronteriza, la Madrina escucha las oraciones y peticiones de los inmigrantes mexicanos y, en menor medida, de los centroamericanos, quienes le piden el favor de poder salir adelante en el nuevo territorio. Los Ángeles, Houston, Phoenix y Nueva York, con sus amplias comunidades de mexicanos y centroamericanos, son lugares en los que se puede encontrar a la Dama Poderosa protegiendo a sus creyentes.

Hogar de la mayor población de inmigrantes mexicanos, Los Ángeles es la meca estadounidense del culto a la santa esquelética. Además de contar con por lo menos dos tiendas de artículos religiosos que ostentan su nombre (Botánica Santa Muerte y Botánica de la Santa Muerte), la ciudad de Los Ángeles ofrece a los devotos dos templos donde pueden agradecer al Ángel de la Muerte los milagros concedidos o pedirle salud, riqueza y amor. La Casa de Oración de la Santísima Muerte y el Templo Santa Muerte son los únicos santuarios dedicados a su culto en el país. Este último ofrece misas, bodas, bautismos, además de rosarios y oficios de sanación. La web del Templo Santa Muerte, de inspiración gótica (http://templosantamuerte.com), transmite música devota y algunas de sus misas.

Houston, ciudad donde viví durante 11 años, aún no cuenta con lugares públicos de culto, pero la Hermana Blanca aparece en velas votivas y en cajas de incienso entre otros productos en cientos de anaqueles de los supermercados y tiendas de artículos religiosos. En junio de 2009, al salir del estacionamiento del supermercado Fiesta situado en el centro de Houston y perteneciente a una gran cadena de supermercados locales que atiende a los latinos, en especial mexicanos, noté una estatua blanca de la santa de alrededor de 1.20 m de altura, que viajaba en la caja de una camioneta Ford de modelo reciente. La ventana trasera polarizada de la camioneta también tenía una calcomanía de la Santísima Muerte. Los devotos de la ciudad de Bayou (como se conoce popularmente a Houston) cuentan con por lo menos tres tiendas de artículos religiosos que llevan el nombre de la Santa Muerte.

Además de estas grandes ciudades, devotos y curiosos pueden encontrar a la santa esquelética incluso en poblaciones con comunidades de inmigrantes mexicanos relativamente pequeñas. Cuando recibí el llamado para escribir este libro, estaba seguro de que no podría encontrar a la Santa en Richmond, Virginia, la ciudad donde yo vivía entonces. A diferencia de Houston o de Los Ángeles, donde los latinos constituyen la mitad de la población, la capital de Virginia tiene una población de latinos menor a 10%. Para mi gran sorpresa, encontré veladoras e incluso estatuillas de la Niña Bonita en dos pequeños mercados en una parte de la ciudad que no es predominantemente latina. La empleada salvadoreña de una tienda de comestibles a la que concurren sus paisanos, aunque me vio con sospecha –quizá pensando en la Agencia Antidrogas (DEA), en el Servicio de Inmigración y control de Aduanas (ICE), o en la Oficina Federal de Investigación (FBI)– cuando le pregunté acerca de las ventas de veladoras y de estatuillas de la Santa Muerte, me reveló que las veladoras se vendían bien, mucho mejor que las figurillas de plástico, que son más caras. Al otro lado de la calle, en la Bodega Latina, a la que asisten más mexicanos, la afable y joven empleada procedente de Guadalajara no pareció tomarme por agente de la ley y amablemente me informó que las veladoras se vendían muy bien, y que además veía más signos de devoción hacia la Santa Muerte en Richmond que en Guadalajara. Mi esposa, que me acompañaba en esa ocasión, y yo supusimos que la joven debía de tener ya mucho tiempo sin regresar a México. En todo caso, durante los últimos siete años la Huesuda ha acompañado a decenas de miles de sus devotos a lo largo de la frontera y en las grandes ciudades y pequeñas poblaciones de este país, en cualquier lugar en donde tratan de forjarse una nueva vida.

La Santa Muerte tiene seguidores procedentes de todos los ámbitos sociales. Entre sus creyentes encontramos estudiantes de bachillerato, amas de casa de clase media, choferes de taxi, traficantes de drogas, políticos, músicos, médicos y abogados. Rodrigo es un próspero abogado de poco más de 20 años, a quien conocí en el famoso altar de doña Queta, situado en Tepito. Se encontraba allí con una veladora blanca en la mano para agradecer a la Niña Blanca por haberlo liberado de sus secuestradores. Ahí también estaba Claudia, una contadora de 33 años, quien se convirtió en creyente de los poderes milagrosos de la Santa en la mesa de operaciones. Antes de ser intervenida por una infección pulmonar, el cirujano de Claudia le dio una estatuilla de la Dama Poderosa y le sugirió invocar sus poderes sanadores. Al igual que muchas otras personas que acuden al altar de Tepito, Claudia estaba allí para agradecer a la Santa Muerte por haber sido curada de una enfermedad.

Debido a la asociación que se hace de la Santa Muerte con el crimen organizado especialmente con el narcotráfico y el secuestro, así como a la condena por parte de la Iglesia católica y las iglesias protestantes, los creyentes más adinerados de esta santa tienden a mantener su devoción en forma privada. Los devotos acaudalados prefieren celebrar los rituales en los altares de sus casas para pedir a la Santa que actúe en su bien. De acuerdo con el novelista e intelectual mexicano Homero Aridjis, en la década de 1990 el Ángel de la Muerte contaba con numerosos seguidores entre políticos de alto rango, estrellas de cine, jefes de la droga e incluso entre las altas dignidades de la Iglesia católica, antes de que su culto se volviera público. En su reciente libro de cuentos, La Santa Muerte, Aridjis incluye un relato de ficción sobre la asistencia de este tipo de devotos a una bacanal con motivo de un cumpleaños en el año 2000. La boda de Niurka Marcos, celebrada en 2004, confiere cierto crédito a las aseveraciones de Aridjis. La actriz de televisión de origen cubano pidió a David Romo, fundador de la primera Iglesia de la Santa Muerte, que oficiara sus nupcias en una exclusiva hacienda ubicada en las afueras de la ciudad de México.1

Sin embargo, en un país con un nivel educativo promedio de octavo grado escolares, la mayoría de los devotos de la Santa Muerte está compuesta por choferes de taxi, prostitutas, vendedores callejeros, amas de casa y delincuentes, procedentes de la vasta clase trabajadora urbana. Ejemplo paradigmático de este tipo de devotos es la madrina del culto, doña Queta. Antes de realizar su acto histórico de mostrar una estatua de tamaño real de la Sombría Segadora frente a su casa el día de Todos los Santos en 2001, Enriqueta Romero completaba el ingreso familiar con la venta de quesadillas a los vecinos y transeúntes. Doña Queta, quien a menudo porta un delantal de cuadros azules y blancos que prácticamente constituye el uniforme de las mujeres de clase trabajadora en México, solo cuenta con educación primaria. Su español subido de tono y salpicado de abundantes palabrotas, es característico de los obreros y es reflejo de Tepito, barrio rudo y de mala fama de la ciudad de México, donde las bandas de narcotraficantes, los secuestradores, las prostitutas y los contrabandistas gobiernan las calles. Doña Queta inició su ceremonia del rosario de la Santa Muerte en agosto de 2009, advirtiendo a los creyentes que regresaran a sus casas de inmediato después de terminado el ritual para evitar que los acosaran «todos los pinches ladrones y matones de los alrededores». Uno de sus siete hijos cumplió una sentencia en la cárcel, y doña Queta atribuye su liberación a la intervención divina de la Niña Hermosa.

Raquel es otra típica devota que proviene de las crudas afueras de la ciudad de México. Tiene 19 años, abandonó el bachillerato y está desempleada. Cuando la entrevisté en el altar de doña Queta tenía una delgadez anoréxica. Dijo que se volvió devota tras la aparición de la Dama Poderosa en medio de una lucha de pandillas. La Santa atrajo a Raquel unos pasos atrás en el momento preciso en que iban a clavarle una navaja en el estómago. Raquel, al igual que muchos otros creyentes, se encontraba ese día en el famoso altar de Tepito con una vela votiva dorada de la Santa Muerte. Antes de hablar conmigo sobre su devoción, colocó la veladora encendida en la base del altar junto a muchísimas otras y pidió a la santa esquelética de tamaño real colocada detrás de un vidrio protector que le concediera el milagro de un empleo.

Según el decir general, Raquel corresponde al perfil característico de los devotos de la Santa Muerte en lo que se refiere a sexo y a edad. A diferencia de los Estados Unidos, México es un país de gente joven, con un promedio de edad de 24 años. Los padrinos del culto, doña Queta y David Romo, confirman que la mayor parte de los creyentes son adolescentes o jóvenes veinteañeros y treintañeros. Asimismo, ambos dijeron que veían más mujeres que hombres en sus lugares de culto. El padre Romo afirmó que más de dos tercios de quienes asistían a los oficios semanales de su Iglesia eran mujeres. Durante los numerosos días que visité el altar de doña Queta para entrevistar a los devotos, también noté que de las personas que acudían a ver a la Santa regiamente vestida, las mujeres y muchachas eran casi el doble que los hombres.

No obstante, los oficios mensuales del rosario de doña Queta son un asunto prácticamente masculino. En el oficio de agosto de 2009, no más de 20% de los devotos que asistieron al oficio eran mujeres. Es posible que la escasez de mujeres en este ritual se deba a la fama de Tepito como el barrio de México con mayor índice de delincuencia. La advertencia de doña Queta al final del oficio confirmaba este temor. En el verano de 2009, las preocupaciones por la seguridad obligaron a la madrina del culto a cambiar a media tarde los oficios mensuales que se celebraban por la noche. De este modo, los devotos pueden salir del peligroso barrio antes de que caiga la noche, con lo que evitan a los asaltantes nocturnos.



LA MUERTE DEL CRIMEN Y DEL CASTIGO



No resulta paradójico que la Santa Muerte ejerza una atracción especial entre asaltantes y otras personas que viven al margen de la ley en México y los Estados Unidos. Después de todo, los orígenes del culto público están vinculados al crimen. La efigie de tamaño real de la Santa que posee doña Queta y que es objeto de devoción entre decenas de miles de chilangos (término coloquial utilizado para referirse a los residentes de la ciudad de México), fue un regalo que le hizo su hijo para agradecer a la Dama Poderosa su rápida salida de la cárcel. Las plegarias colectivas del oficio mensual del rosario, además de estar dedicadas a los enfermos y las mujeres embarazadas, están destinadas a «quienes están en prisión».

En las penitenciarías de México, Texas y California, el culto a la Huesuda está tan extendido que en muchas de ellas la Santa es el principal objeto de devoción, por encima de la virgen de Guadalupe e incluso de San Judas Tadeo, el santo patrón de las causas perdidas. Mi sobrino Roberto ha trabajado como guardia en la prisión de máxima seguridad de Morelia durante los últimos tres años. Mientras tomábamos un par de cervezas en junio de 2009, Roberto no solo me narró con detalle las muestras de devoción a la Santa Muerte entre los prisioneros, sino que me describió el panorama de todo un sistema penal involucrado en su veneración. Roberto calculó que, de las aproximadamente 150 celdas de la prisión, en unas cuarenta los internos habían erigido altares precarios dedicados a la Dama Poderosa, pues creían que podía liberarlos rápidamente. Entre las ofrendas comunes en sus altares figuran líneas de cocaína, licor destilado en la prisión (conocido como turbo), cigarros y porros de mariguana. Las ofrendas también se entregan en forma de tatuajes en espalda y brazos, que algunos prisioneros elaboran por una suma equivalente a tres o cuatro dólares por dibujo. De acuerdo con Roberto, en esta cárcel los tatuajes del Ángel de la Muerte son más populares que los de cualquier otro santo.

Además de las personas que cumplen una sentencia, muchos guardias, trabajadores sociales e incluso abogados defensores forman parte del culto a la Santa Muerte. Roberto comentó que de sus 48 compañeros que trabajaban como custodios, diez de ellos eran devotos, y que no era raro ver en la prisión a abogados y trabajadores sociales con medallones dorados de la Santa sobre sus pechos. En un lugar de trabajo tan peligroso, lleno de drogas y cuchillos improvisados, es comprensible que se necesite la protección sobrenatural ofrecida por la Dama Poderosa. En menos de una década se ha convertido en la santa patrona del sistema penal mexicano, además de que es cada vez más popular en las prisiones estadounidenses, en especial en el suroeste del país y California.

Muchos delincuentes recurren a la Flaquita en busca de protección sobrenatural contra sus enemigos. La veladora votiva de la Santa Muerte que contiene la exclamación ¡LEY, ALÉJATE! (generalmente impresa en español e inglés), se puede encontrar en tiendas de todo México y los Estados Unidos. Asimismo, la veladora de siete colores con la inscripción MUERTE CONTRA MIS ENEMIGOS se vende bien entre quienes, a causa de su trabajo, frecuentemente están en contacto cercano con la muerte.

De hecho, incluso antes del crecimiento astronómico del culto iniciado por doña Queta (la madrina de la devoción), la primera vez que muchos mexicanos se enteraron de la Santa Muerte fue por medio de las páginas de nota roja de los tabloides. Tras haber secuestrado a más de veinte personas en la década de 1990 y haber cobrado más de 40 millones de dólares en rescates, Daniel Arizmendi López fue arrestado en su casa en agosto de 1998. Conocido como el Mochaorejas por su siniestro hábito de cortar las orejas de sus víctimas secuestradas y enviárselas a los miembros de su familia, Arizmendi inspiró numerosos y llamativos titulares a causa de su devoción a la santa de la muerte, a la sazón prácticamente desconocida. Los agentes de la policía mexicana descubrieron un altar dedicado a la Santa Muerte en su casa y, por extraño que parezca, le permitieron llevar la estatuilla de la Santa a la prisión, donde Arizmendi podría seguir practicando su devoción tras las rejas.2 Así, tres años antes de que doña Queta iniciara el culto público, uno de los secuestradores más ignominiosos en la historia de México presentó, de forma violenta, a la Santa Muerte ante la sociedad mexicana.

A partir de entonces, la Niña Blanca ha aparecido con cierta regularidad en las páginas rojas de los tabloides mexicanos, y suele ser tema de los noticiarios en las estaciones de televisión locales de la frontera. La policía mexicana y cada vez más la estadounidense con cierta frecuencia descubre altares y objetos de culto a la Santa Muerte en los hogares y entre las posesiones de presuntos delincuentes, especialmente narcotraficantes. En marzo de 2009, la policía mexicana arrestó a Ángel Jácome Gamboa, acusado del asesinato de 12 oficiales de policía en la playa de Rosarito, a quienes había matado por orden de su jefe, narcotraficante de gran renombre y figura destacada del crimen organizado de Tijuana. Una de las armas del sicario mostradas a la prensa era un revólver con una imagen de oro de la Santa Muerte repujada en la cacha. La Santa no podría haber estado más cerca del asesino a sueldo mientras él apretaba el gatillo y enviaba a sus víctimas a que los acogiera su huesuda.

La violencia también ha visitado a las figuras más importantes del culto. Nacido y criado en Tepito, el Comandante Pantera era un personaje en ascenso entre los seguidores de la Hermana Blanca. En Ecatepec, un suburbio bravo de la ciudad de México, el joven líder del culto y entusiasta de las motocicletas, también conocido como Jonathan Legaria Vargas, erigió una estatua negra de la Santa de más de 20 m de altura. Incluso antes de que la construcción estuviera terminada, la colosal imagen y su dueño estuvieron envueltos en una controversia. Funcionarios municipales alegaron que la obra violaba la ley urbana, por lo que ordenaron al Comandante Pantera quitar la impresionante estatua, la cual era visible desde una de las principales avenidas que atraviesan la ciudad de México. Ignorando las quejas de los vecinos de la zona cuyos hijos pequeños no podían dormir porque los asustaba la imagen de la santa esquelética, Legaria no solo se negó a cumplir las demandas municipales, sino que insinuó que podría estallar la violencia si los policías intentaban derrumbar por la fuerza la estatua monumental. Tanto los medios estadounidenses como los mexicanos dieron amplia cobertura a la controversia y a su carismático protagonista. Devotos y residentes curiosos acudían en masa a los terrenos del templo de Ecatepec para ver la estatua de la Santa Muerte más grande del mundo.

La violencia brotó en las primeras horas de la mañana del 31 de julio de 2008, pero no de la forma en que el Comandante Pantera tenía en mente. La Huesuda vino por uno de sus más prominentes devotos unos cuantos minutos después de que hubiera terminado su programa de radio nocturno dedicado a la devoción de dicha santa. Varios pistoleros cubrieron el Cadillac Escalade de Legaria con cerca de doscientas balas, de las cuales alrededor de cincuenta dieron en el líder del culto, y lo mataron instantáneamente a sus 26 años. La Santa Muerte perdonó a sus dos acompañantes femeninas, quienes sufrieron severas heridas, pero sobrevivieron. Este exceso de violencia es característico de los asesinatos relacionados con las drogas, pero, al igual que muchos otros casos de homicidios en México, el asesinato Legaria sigue sin resolverse tras cinco años de haber sucedido. Desde la muerte del Comandante Pantera, su madre se ha hecho cargo del singular recinto sagrado ubicado en Ecatepec.3

Otro asesinato sin resolver relacionado con el culto, que al parecer implicó la realización de sacrificios humanos, obligó al padrino del culto, David Romo, a cambiar literalmente el rostro de la muerte, o al menos de la imagen venerada en su Iglesia. A principios de 2007, asesinos pertenecientes al Cártel del Golfo uno de los cárteles de drogas más poderosos en México, mataron a tres hombres esposados frente a un altar de la Santa Muerte en los alrededores de Nuevo Laredo. Consciente de que los asesinatos junto al altar podrían interpretarse como un sacrificio humano, Romo actuó de inmediato para distanciar a su Iglesia de la Santa Muerte (Santa Iglesia Católica Apostólica Tradicional México-Estados Unidos) de lo que él consideraba un horrible sacrilegio, una abominación de la fe.

Unos cuantos meses después de la ejecución en Nuevo Laredo, el padre de la Santa Muerte, personaje caracterizado por su elocuencia y su habilidad política, develó, en la colonia Morelos de la ciudad de México, una nueva imagen de la Santa radicalmente diferente a la habitual. La estatua tamaño natural de un hermoso ángel moreno con tez de porcelana y alas cubiertas con plumas sustituyó a la tradicional santa esquelética en el santuario principal. Romo bautizó al nuevo icono como el Ángel de la Muerte y pidió a los miembros de su Iglesia que cambiaran sus imágenes de la Huesuda por la nueva y bella apariencia de la muerte. Cinco años después, la mayoría de los espacios de este templo permanecían llenos de figurillas, pinturas y veladoras votivas de la muerte en su forma de esqueleto, y en los puestos de ventas tanto los del interior como los del exterior prácticamente solo se vendían imágenes de la Sombría Segadora representada en su forma tradicional. Romo culpaba de la ausencia de objetos del Ángel de la Muerte a los vendedores, que no estaban interesados en ofrecer la nueva imagen debido a que la anterior se vendía bien.



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Muerte contra mis enemigos, veladoras de la Santa Muerte,

templo de la Santa Muerte, ciudad de Puebla



LOS SIETE COLORES DE LAS VELADORAS DE LA MUERTE



Así, en solo 12 años, la Santa Muerte se ha convertido en una de las figuras religiosas más importantes para millones de mexicanos de todos los ámbitos sociales y entre miles de inmigrantes mexicanos y centroamericanos de los Estados Unidos. Aunque no se puede negar la especial atracción que ejerce este culto en las personas que viven, trabajan y mueren en el mundo del hampa incluidos a los agentes policíacos, uno de los principales objetivos de este libro es considerar en forma íntegra el fascinante mundo de la santa de la muerte. Si solo nos concentráramos en el simbolismo de las velas votivas negras, que representan el lado oscuro de la devoción, ignoraríamos el de las veladoras rojas, blancas y doradas, que son aún más populares y que los devotos encienden con fines muy alejados del crimen y el castigo.

Con su arcoíris, la poderosa veladora de siete colores (una de las más vendidas) capta claramente la identidad variopinta de la Dama Poderosa. Los devotos ofrecen esta veladora cuando buscan una intervención sobrenatural en múltiples frentes. La que compré en Morelia que terminó sobre mi escritorio al lado de la impresora tipifica los variados propósitos de la veladora multicolor. Enmarcada por un borde de 14 calaveras blancas, la imagen de la Santa Muerte, al frente del vaso de la veladora, sostiene la balanza equilibrada que representa la justicia y la estabilidad. En letras burdas como si se escurrieran que recuerdan los mensajes garabateados con sangre en los muros de las películas de terror estadounidenses, se lee la frase MUERTE CONTRA MIS ENEMIGOS, situada en la base de la veladora, exactamente debajo del manto de la Santa.

En el reverso de la veladora multicolor y en una tonalidad algo más ligera, aparece la plegaria a la Niña Bonita que sirve para dos propósitos: una petición específica para hacer regresar a un esposo o un novio descarriados y una petición general de protección y favores. Teniendo en mente parejas masculinas infieles, la oración comienza: «Quiero que tú (la Santa Muerte) me entregues a (Juan Pérez) postrado a mis pies para que cumpla sus promesas». Y termina con peticiones a gran escala: «Te ruego que aceptes ser mi protectora y que me concedas todos los favores que te pida hasta mi último día, hora y segundo». En un solo objeto ritual con los colores del arcoíris, la Madrina distribuye justicia, restaura el equilibrio, neutraliza a los enemigos, regresa a los hombres infieles y otorga miríadas de favores. La consideración de todo el espectro de colores de las velas votivas (no solo la negra) permitirá un entendimiento más profundo del considerable aumento que ha registrado el culto a la Santa Muerte durante la última década.

Las veladoras votivas que son parte de los objetos rituales más importantes del culto a la Santa Muerte nos proporcionan un esquema natural para la organización del libro, ya que cada color simboliza un aspecto importante del trabajo espiritual que esta santa realiza para sus devotos. Por ejemplo, ya hemos visto que las veladoras negras están asociadas con el lado oscuro de la Santa; estas generalmente se encienden y colocan en el altar con el fin de solicitar trabajos de venganza, de daño y de protección en contra de la magia negra y los enemigos. De acuerdo con esto, en cada capítulo se examinará una veladora de color diferente, así como la faceta del culto que simboliza ese color en particular. Al final del libro se unirán los diversos colores del culto con el objeto de formar un caleidoscopio representado por la veladora de siete colores.

Aunque no sea una de las veladoras más populares en el culto de la Santa Muerte, la veladora café ayudará a iluminar el primer capítulo. Los devotos ofrecen una veladora de color terroso a la santa esquelética para lograr iluminación, discernimiento y sabiduría. Al parecer el argentino San la Muerte dedica mucho más tiempo y energía que la Santa Muerte a ayudar a sus devotos a encontrar sus objetos perdidos y robados. Los adeptos mexicanos y centroamericanos del culto no parecen pedir con frecuencia la ayuda de la Santa para recuperar pertenencias perdidas. No obstante, cuando lo hacen, la veladora marrón es la indicada para este trabajo. El primer capítulo examina los orígenes y la historia, a menudo enigmáticos, de la devoción a la Santa Muerte. ¿Cómo es posible que la versión femenina del Sombrío Segador, una figura considerada macabra y aterradora en la mayor parte del mundo occidental, se haya vuelto objeto de adoración entre millones de mexicanos y centroamericanos, así como entre los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos? ¿La Niña Bonita es mestiza de ancestros españoles e indígenas mezclados, tal como sostienen algunos devotos, o es esencialmente de origen azteca, como aseveran muchos otros? La sabiduría y el discernimiento correspondientes a la veladora café ayudarán a contestar dichas preguntas, además de algunas otras.

En contraste con la vela votiva marrón, la blanca constituye una de las más vendidas en los puestos de mercado y las tiendas esotéricas. Además, esta veladora es a menudo la más común en los recintos sagrados de México, como el de doña Queta y el de David Romo. Pureza, protección, gratitud y consagración son sus atributos más frecuentes. Todo esto, junto con el hecho de que el esqueleto de la Huesuda sea blanco y que dos de sus epítetos más comunes la Niña Blanca y la Hermana Blanca se refieran a dicho color, conforma un capítulo blanco, el segundo. La flama de esta veladora arrojará luz sobre las creencias y prácticas del culto, inspiradas, en gran medida, en las formas católicas de culto; los devotos emplean un ritual variopinto para venerar a la Santa Muerte. En lo referente a las creencias el conjunto de ideas que apuntalan la fe, se analizará hasta qué punto el culto a la Santa Muerte puede considerarse un nuevo movimiento religioso. ¿Su sistema de creencias es simplemente una variante macabra del catolicismo popular, o señala un movimiento religioso nuevo, relativamente liberado de sus amarras católicas? O quizá tengan mayor importancia los actos rituales que obligan a la Dama Poderosa a actuar en favor de sus creyentes. Mucho más que un objeto de contemplación, es una santa de acción, que protege y provee. Así, las oraciones, peregrinaciones y promesas de sus devotos son lo que moviliza los poderes sobrenaturales de la Huesuda para ayudar a sus fieles.

En tanto que la veladora blanca ocupa los primeros lugares de ventas y abunda en los recintos sagrados públicos, la negra es de las menos vendidas y rara vez puede verse en los sitio de devoción al lado de las carreteras y en las banquetas de México. Por supuesto que a causa de que el público en general asocia esta veladora con la magia negra y la brujería, muchos devotos que regular, o incluso ocasionalmente, la utilizan, quizá prefieran encenderla en la privacidad de sus hogares, oculta a los ojos críticos. No obstante, en los numerosos altares privados que he visitado personalmente y en los que he visto en fotografías incluidas escenas de crímenes, esta veladora, la más oscura de todas, se encuentra entre las menos populares. Aun así, en las competitivas economías religiosas de México y los Estados Unidos, la vela votiva negra cumple una función como uno de los productos más especiales del culto.

Los devotos que tratan de neutralizar a los enemigos, de vengarse de algún agravio real o imaginado o de proteger un cargamento de cocaína con destino a Houston o Atlanta, pueden tratar de reclutar a la Santa Muerte para su causa mediante la ofrenda de una veladora negra. Criados como católicos practicantes o no, la mayoría de los devotos de esta santa popular acrítica se siente más a gusto pidiéndole a ella que realice milagros decididamente no cristianos, que solicitándolos a los santos oficiales, quienes tal vez se negarían a bendecir un cargamento de drogas o a contribuir con otros actos ilícitos de este tipo. Así, el tercer capítulo, de color negro, tratará sobre la renombrada asociación de la Santa Muerte con el crimen y el castigo. Se prestará especial atención a la función de esta santa en la guerra contra las drogas en México, la cual ha cobrado cerca de 70 000 vidas en este país desde que Felipe Calderón asumió la presidencia a finales de 2006.4

El rojo, junto con el blanco y el negro, figura como uno de los colores históricos del culto, y la veladora de este color se encuentra en primer lugar de ventas, según la indagación que realicé entre vendedores de los Estados Unidos y México. Como investigador, siempre me encuentro con sorpresas enigmáticas durante el curso de mi trabajo de campo. Antes de dirigirme a México en el verano de 2009, no tenía la menor idea de la extraordinaria importancia de las veladoras rojas, ni de sus propósitos. Una revisión exhaustiva de los estudios sobre el culto a la Santa Muerte, entre la que se cuentan artículos de periódicos, blogs, sitios web y folletos, así como algunos estudios académicos sobre el tema, no me dio idea de la suma importancia del papel de la Santa Muerte como doctora sobrenatural para aflicciones del corazón, especialmente entre las mujeres y jóvenes mexicanas y centroamericanas. Las entrevistas con devotos, líderes del culto y vendedores de artículos religiosos revelaron una Dama Poderosa que probablemente pasa más tiempo atendiendo asuntos del corazón que de cualquier otra índole. Por ejemplo Rosa, limpiadora de casas de 32 años de edad y nativa de Pátzcuaro, Michoacán, colocó una veladora roja encendida en el altar de su casa con el fin de que la Hermana Blanca mantuviera a su violento exmarido lejos de ella y de sus cuatro hijos pequeños.

Símbolo de pasión y amor, la veladora roja arde en los altares desde Chiapas hasta Chicago, donde amantes rechazadas y novias celosas piden a la Santa quien frecuentemente está vestida de novia que alivie sus quebrantos del corazón o traiga a su novio o esposo descarriados. De hecho, la primera referencia escrita sobre la santa esquelética en el siglo XX la menciona en este contexto. En su libro de 1947, Treasury of Mexican Folkways, Francis Toor menciona varias plegarias a la Santa Muerte destinadas a dominar a los hombres con mala conducta.

En el clásico estudio antropológico de Oscar Lewis, publicado en el libro de 1961 Los hijos de Sánchez, Marta, residente de Tepito, dice al antropólogo estadounidense que su hermana Antonia le ha recomendado a la Santa Muerte para que su esposo Crispín termine sus relaciones extramaritales:



Cuando mi hermana Antonia me contó en un principio lo de Crispín, me dijo que cuando los maridos andan de enamorados se le reza a la Santa Muerte. Es una novena que se reza a las doce de la noche, con una vela de sebo. Y me dijo que antes de la novena noche viene la persona que uno ha llamado. Yo compré la novena a un hombre que va a vender esas cosas a la vecindad y me la aprendí de memoria.5



La oración que Antonia se disponía a rezar es la misma que se cita en la introducción, una petición para que él regrese «postrado humildemente a mis pies». De este modo, el capítulo 4, de color rojo, examinará el papel de la Santa como una Dama Poderosa que cura las heridas de amor (sobre todo a las mujeres) y castiga a quienes las causan (especialmente a los hombres).

Aparte de los tres colores tradicionales, la veladora dorada de la Santa Muerte se disputa con la blanca el segundo lugar de ventas en los puestos de mercado y las tiendas que ofrecen artículos religiosos, y es, junto con la blanca, la veladora más común en los lugares sagrados públicos entre ellos el de doña Queta y la Iglesia de David Romo. A raíz de los despidos y el desempleo causados por la peor recesión económica desde la Gran Depresión que se dio tanto en los Estados Unidos como en México, cientos de miles de personas, si no es que millones, han dejado veladoras doradas a los huesudos pies de la Santa Muerte a cambio de bendiciones financieras. Muchos devotos se encontraban en el histórico altar de doña Queta con veladoras doradas en la mano para pedir un trabajo a la Dama Poderosa.

La Santa, que tiene la reputación de cumplir con su tarea, se ha vuelto la patrona oficial de numerosos dueños de pequeños negocios en todo México y parte de los Estados Unidos. Yolanda, de 34 años, aseguró que la Madrina le había ayudado a iniciar su propio salón de belleza en la ciudad de México, e incluso colocó un altar en su negocio para garantizar una afluencia continua de clientes. Ella está tan agradecida con su santa patrona, que cada tres meses paga el equivalente a 160 dólares a una banda de mariachis para que brinde un tributo musical a la Flaquita en los rosarios que se celebran cada mes. Resulta interesante que antes de acercarse a la Santa Muerte, la activa estilista había pedido tanto a la virgen de Guadalupe como a San Judas Tadeo que le ayudaran a abrir su negocio. Yolanda describió a su nueva patrona como más confiable que los otros. En el capítulo 5, de color dorado, no solo se examinará el papel que la Santa representa como agente de empleo y filántropa divina para su multitud de adoradores, sino su posición dentro del comercio, en donde las ventas de su imagen en objetos rituales e incluso camisetas, sudaderas y tenis constituyen un negocio multimillonario.

Aparte del mundo del dinero, la Santísima Muerte desempeña una función indispensable como curandera divina. En mi trabajo anterior sobre el pentecostalismo y el catolicismo carismático mostré que la fe en la sanación era la fuerza que impulsaba el impresionante crecimiento de estas formas del cristianismo centradas en el espíritu. En un sentido similar, una de las grandes paradojas del culto es que a una santa que es la personificación misma de la muerte se le atribuya la capacidad de preservar y alargar la vida mediante sus grandiosos poderes curativos. En este caso, la Santa Muerte no es la Sombría Segadora que trilla las almas con su guadaña, sino la madre de todos los médicos que cura cuerpos quebrantados y huesos fracturados. Así, el capítulo sexto será morado, color de la veladora de la Santa Muerte que simboliza la curación sobrenatural.

Otra curiosa paradoja del culto radica en la disparidad entre el gran énfasis que los devotos ponen en la curación sobrenatural y la relativa ausencia de veladoras moradas en los espacios sagrados y en las tiendas. Esto puede deberse a que por ser uno de los colores más recientes aún no ha logrado popularizarse entre los creyentes, o tal vez a que muchos de los que buscan curas milagrosas prefieren la cobertura amplia de la veladora de siete colores, que incluye el morado en su arcoíris. Cualquiera que sea la explicación, la veladora morada iluminará las formas en que la santa de la muerte actúa para preservar y extender la vida humana en un contexto donde se propagan los agudos agentes patógenos de la pobreza en México y los Estados Unidos.

De acuerdo con el espíritu de los tiempos, la Santa Muerte es una formidable mil usos. Como si los papeles de médico, agente de empleos, doctora del corazón y ángel vengador no fueran suficientes, también presta servicios a sus devotos como santa patrona de la justicia. Seguidores del culto con problemas legales y aquellos que buscan una solución justa a sus problemas ofrecen veladoras verdes a la Dama Poderosa, a la que a menudo se representa portando la balanza de la justicia en la mano derecha. En el capítulo 7, de color verde, se analizará a la Santa, no tanto en el papel de jueza, sino más bien como abogada o defensora sobrenatural. Los jueces juzgan, y como se mencionó anteriormente, uno de los grandes atractivos de la Santa entre sus creyentes es su actitud acrítica. Como defensora divina, más que determinar la inocencia o culpabilidad de sus clientes devotos, a la Santa Muerte le interesa que obtengan el mejor acuerdo posible. En un país en que la justicia y la igualdad ante la ley escasean, millones de mexicanos piensan que solo mediante la intervención divina tienen alguna posibilidad de resolver sus problemas legales. Y si su defensora sobrenatural no puede ayudarlos a ganar su juicio, los devotos encuentran cierto consuelo en la idea de que, tarde o temprano, los perpetradores de la injusticia, junto con el resto de mexicanos, se enfrentarán a la guadaña de la Sombría Segadora que iguala a todos.

Desde luego, la veladora de siete colores es la que mejor representa las múltiples tareas que desempeña la Santa Muerte, por lo que resulta fácil entender la razón de que esta, la más reciente de las veladoras, sea una de las más vendidas, junto con las rojas, las blancas y las doradas. Posiblemente basada en la veladora de las siete potencias de la santería (la religión cubana de origen africano llevada a México por inmigrantes), la veladora de los colores del arcoíris une todos los extraordinarios poderes de la Santa en un solo objeto de devoción. En un país que está saliendo de una de las peores recesiones económicas de las últimas décadas y que se ha visto devastado por una violencia endémica y una guerra contra las drogas catastrófica, muchos mexicanos recurren a la Madrina para que los ayude en múltiples frentes. De este modo, la conclusión multicolor completará el retrato de la santa de la muerte en su escala total de colores, una paleta que incluye el negro, pero que no se limita únicamente a este color.



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NOTAS:



1 Susan Ferris, «Saint Death calls to the living in Mexico City», Atlant Journal-Constitution, 9 de marzo de 2004; David Romo, entrevista con el autor, 5 de julio de 2009.

2 La Revista Peninsular, «Detienen al peligroso secuestrador Daniel Arizmendi», 18 de agosto de 1998. Las páginas de internet tienen un tono similar.

3 Juan Manuel Navarro, «Sepultan hoy al líder del templo de la Santa Muerte», El Universal, 1 de agosto de 2008, http://www.eluniversal.com.mx/notas/526952.html

4 Mark Stevenson, «Mexican official: 34 612 drug-war deaths in 4 years», Associated Press, 12 de enero de 2011, http://abcnews.go.com/international/wireStory?id=12600899

5 Oscar Lewis, «Tercera parte. Marta», Los hijos de Sánchez, México, Grijalbo (1961), 1982, p. 293