INTRODUCCIÓN


Una de las diez nuevas especies más fascinantes de 2011, de acuerdo con el Instituto Internacional para Especies Amenazadas de la Universidad Estatal de Arizona, fue bautizada como Spongiforma squarepantsii, un nombre que no dice nada a quienes no veían caricaturas antes de 1999, pero que dice todo a quienes desde entonces saben quién vive en una piña debajo del mar. La especie en cuestión, a pesar de lo que uno esperaría considerando el personaje a quien homenajea, no es una esponja marina, sino un hongo cuyo aspecto recuerda al del famoso vecino de Calamardo y cuyo olor –afirman sus descubridores– es frutal como el del hogar de Bob Esponja.

Que un hongo sea nombrado en honor a un personaje de caricatura es signo de que las criaturas mitológicas y literarias que dominaban la taxonomía –y el resto de los dominios de la ciencia– en otros tiempos han visto cómo otras criaturas igualmente ficticias pero igual de conocidas –si no es que más, por lo menos entre los niños y no pocos adultos– se han mudado cómodamente al vecindario de la nomenclatura –escrita, por supuesto, con «c», no con «k»– científica.

No solo dioses y seres legendarios: también semidioses y monstruos que alguna vez caminaron por la Tierra se han visto afectados por la mudanza de estos advenedizos seres animados. Es así como, en los futuros diccionarios científicos, al lado del efecto Doppler y el efecto Faraday, encontraremos, por ejemplo, el efecto Tom y Jerry, descubierto en 2015 por un grupo de veterinarios encabezado por Mark Lowrie. Los gatos que sufren este efecto, a semejanza de su congénere de caricatura, reaccionan como si alguien les diera un toque eléctrico ante cualquier ruido, sin importar qué tan pequeños sean estos (y es que, si el responsable de los ruidos fuera Jerry, ¿quién podría culparlos?).

Que Bob Esponja y Tom y Jerry inspiren a los científicos de ahora no debería extrañarnos. Después de todo, esos mismos científicos crecieron con algo que sus antecesores no tuvieron: una dosis de caricaturas más o menos intensa, en horas al día, y extensa, en años de su vida infantil e, incluso adulta (como en mi caso). Además de hallar inspiración para su jerga técnica, la ciencia de hoy ha encontrado una fuente de gran interés y relevancia en áreas como la psicología y la sociología, en esta nada despreciable exposición a lo que antes era una barra de programación vespertina y ahora son canales completos de cable, televisión satelital y servicios de streaming.

Es momento de un primer episodio anecdótico: cuando era niño, en la biblioteca de mi escuela encontré un libro cuyo título olvidé, pero que prometía tratar sobre caricaturas y ciencia. Pensando que era algo parecido a lo que el lector tiene en sus manos, lo leí solo para darme cuenta, con enojo, que quienes lo habían escrito parecían odiar las caricaturas y haberse deleitado enlistando únicamente lo peor que podía encontrarse en cada una de ellas: ¿Superman? Imposición del «modo de vida norteamericano» y mal ejemplo para los niños, que no tardaríamos en amarrarnos el mantel de la cocina al cuello y saltar por la ventana de un tercer piso. ¿Don Gato? Un vago y un estafador. ¿Mazinger Z? Violencia y nada más que violencia que nos convertiría en niños y, finalmente, adultos agresivos y antisociales. ¿Candy Candy? Un estereotipo femenino… y así con todas. ¿Es que ni siquiera se habían molestado en conocer realmente a los personajes de estas caricaturas para entenderlos antes que solo juzgarlos? En conclusión: nada bueno nos dejaría seguir viendo caricaturas. Como no estaba de acuerdo con un libro así, varios años después decidí escribir otro en el que las caricaturas no aparecieran como las villanas de la historia que las une con la ciencia. Por supuesto, y como veremos en algunos de los capítulos de este libro, los responsables de vapulear a personajes tan queridos para mí no se equivocaban y ni siquiera exageraban en algunos casos, pero por fortuna esta no es toda la verdad.

El segundo y último episodio anecdótico tiene que ver aún más directamente con el origen de este libro: hace varios años publiqué en esta editorial una cuarentena de ensayos con el título Mariposas en el cerebro (inserción pagada: se los recomiendo), de cuya segunda edición fue responsable Ixchel Barrera, mi editora en Paidós. A Ixchel le propuse otro libro que reunía más ensayos sobre más temas científicos, pero aunque al parecer no le atrajo demasiado un Mariposas en el cerebro II: El vuelo de las Monarca, sí llamaron su atención dos de los personajes a quienes mencionaba en uno de mis textos: el Coyote y el Correcaminos. «¿Por qué no, entonces, un libro sobre ciencia y caricaturas?», pregunté. Y no es necesario que escriba lo que ella respondió (siempre ha sido severa, pero justa a la hora de evaluar mis propuestas).

A todos aquellos que han crecido acompañados de buena parte de los personajes animados que aparecen en estas páginas, deseo que disfruten con que los investigadores en muy diversas áreas han dicho sobre ellos y, en el otro lado del espejo (o de la pantalla), sobre la forma en que las caricaturas han hablado sobre la ciencia y sus protagonistas.