Enheduanna

Yo, En-hedu-Anna,[2] suma sacerdotisa del dios de la luna.
Así comenzaba uno de sus poemas Enheduanna, la primera persona que se atrevió a escribir en su propio nombre, contradiciendo a todos los que durante los milenios posteriores se han empeñado en negar la capacidad intelectual y creativa de las mujeres. Vivió en Sumer entre los años 2300 y 2225 antes de nuestra era. En su descubrimiento jugó un papel relevante el deseo de las jerarquías eclesiásticas cristianas de encontrar la casa de Abraham.
PRINCESA
No sabemos dónde nació y qué nombre le pusieron al nacer, aunque puede que llevara un nombre sumerio, dado que ese era el pueblo de su madre, la princesa Thaslultum. Solo sabemos que durante el reinado de su padre fue consagrada como suma sacerdotisa del templo de la ciudad de Ur, lo cual tuvo una importancia capital en la vida de Enheduanna y en el devenir del Imperio acadio, liderado por Sargón, su padre.
La leyenda de Sargón dice que su madre fue una suma sacerdotisa que lo tuvo que abandonar al nacer, pero que lo hizo con todo cuidado en un cesto a la orilla del río, del que fue rescatado río abajo por el jardinero de uno de los reyes de la ciudad de Kish. En esta historia, muy semejante a la de Moisés aunque escrita varios siglos antes, el niño se convirtió en el favorito del rey por su gran valentía e inteligencia. Pero cuando el rey quiso traicionarlo, Sargón se levantó contra él y terminó conquistando todas las ciudades sumerias, tras lo cual fundó su propia ciudad, Akkad, y la convirtió en la capital de un imperio que se extendía por las cuatro esquinas del universo, según él mismo propagaba. Sargón conservó lo esencial de la civilización sumeria, aunque impuso a los gobernantes, a los que eligió entre sus guerreros más fieles. El rastro de Sargón se perdió hasta que en 1867, en las excavaciones en la ciudad de Nínive, se encontraron unas tablillas que recogían la leyenda de Sargón en la biblioteca de Asurbanipal, monarca asirio que vivió quince siglos después que Sargón.
Dada la importancia de la religión entre los sumerios, era fundamental que los gobernantes recibieran la bendición de los dioses. Como buen estratega, tras sus primeras victorias, Sargón se puso bajo la protección de Inanna, la diosa protectora de Uruk, que había sido la ciudad más importante de Sumer durante más de un milenio. Para granjearse el favor de los dioses y del pueblo, en lugar de proclamarse a sí mismo sumo sacerdote, nombró a su hija suma sacerdotisa del templo dedicado al dios Nanna de la ciudad de Ur, que entonces era la mayor de Sumer. Aunque el idioma del imperio era el de los conquistadores acadios, el sumerio siguió siendo el de las ceremonias de culto, y desempeñó durante varios milenios un papel similar al del latín durante la Edad Media. Esta estrategia resultó crucial en el imperio de Sargón, porque la religión proporcionó un auténtico nexo entre sumerios y acadios. La muy avanzada civilización de los vencidos sumerios fue asimilada por los vencedores acadios, que conservaron sus templos, sus ceremonias religiosas y sus dioses, además del idioma.
Enheduanna llegó a tener mucha autoridad en Ur, la ciudad natal de Abraham, el cual, probablemente, vivió unos 250 años después de la muerte de Enheduanna. Aunque en esa época Ur estaba en la orilla del golfo Pérsico, sus ruinas se encuentran hoy 250 kilómetros tierra adentro, debido a los sedimentos arrastrados por el Éufrates en los últimos cuatro milenios. Sus ruinas forman el montículo denominado hoy Tell-al-Muqayyar, «colina del betún», situada al noroeste de la ciudad iraquí de Basora. El interés por obtener información sobre la ciudad natal del patriarca Abraham, padre de judíos, cristianos y musulmanes, impulsó las excavaciones en esta colina, durante las cuales se descubrió uno de los principales vestigios de Enheduanna.
SACERDOTISA
A comienzos de los años veinte del siglo pasado, en plena fiebre arqueológica desatada por el descubrimiento del sarcófago del faraón Tutankamón a cargo del equipo de Carter en 1922, un equipo anglonorteamericano de arqueólogos puso rumbo a Oriente Próximo, encabezado por Leonard Wooley. Comenzaron a excavar en la zona en la que se suponía que debía de estar la ciudad de Ur, esperando encontrar las huellas de la familia de Abraham. Aunque la motivación fuera espiritual, a la terrenal financiación contribuyeron el Museo Británico de Londres, una de las mayores cuevas de Alí Babá, que alberga tesoros de todas las civilizaciones del planeta, y la Universidad de Pennsylvania. Lo que encontraron fue mucho más espectacular: el enterramiento de la reina Puabi, que debió de vivir unos 200 años antes que Enheduanna, con un rico ajuar intacto de oro, plata y lapislázuli, junto con una cohorte de más de 70 cadáveres. En el transcurso de las excavaciones encontraron además algo mucho menos llamativo, unos fragmentos de calcita, que con el tiempo resultó ser no menos interesante.
Como las ciudades sumerias se construían unas sobre otras, en la región que excavó Wooley durante doce años se superponían varios estratos correspondientes a ciudades construidas a lo largo de varios períodos históricos. En uno de estos estratos, en la parte sagrada, el «giparu», la morada de los dioses, cuyo acceso estaba reservado a los sacerdotes y sacerdotisas de este templo dedicado a la diosa Ningal,[3] encontraron los fragmentos de un bajorrelieve de calcita. A partir de ellos reconstruyeron un pequeño disco de unos veinticinco centímetros de diámetro por siete de espesor con cuatro figuras esculpidas. La que ocupaba la posición central, un poco más alta que las otras, representaba a una mujer vestida con una especie de túnica con volantes. Era la única figura cuya cabeza, cubierta con la diadema de suma sacerdotisa, rozaba el techo por la parte superior, lo que indicaba que se trataba de un personaje de alto rango. Iba precedida por un oficiante varón con el torso desnudo y la cabeza rapada, al modo sumerio, que hacía libaciones en un altar en honor al dios de la luna, Nanna. Detrás de ella había otros dos oficiantes varones, también de menor estatura (y por tanto menor rango). Las tres últimas figuras llevaban la mano levantada hasta la altura de la nariz, que era la forma de indicar que estaban saludando. A pesar de lo curioso de estas figuras, lo más interesante fueron las inscripciones que se encontraron en el reverso del disco. Decían que en el disco, circular como la luna llena, estaba representada la
suma sacerdotisa Enheduanna, esposa del dios Nanna, hija de Sargón, rey del mundo, en el templo de la diosa Inanna, en Ur.
Nanna, el dios de la luna llena, era uno de los hijos de los dioses Ninlil y Enlil, señora y señor del aire, padres de la mayor parte de los dioses sumerios. En la época en la que vivió Enheduanna era uno de los principales dioses sumerios, junto con Inanna, objeto preferente de la devoción de Enheduanna. Esta la fusionó con la acadia Ishtar y dio lugar a una sola diosa mucho más poderosa que cada una de ellas, a la que dedicó los primeros poemas de la historia de la humanidad.
Habitante del planeta Venus, Inanna-Ishtar era la diosa del amor y de la guerra. Además de ser una de las diosas principales de sumerios, acadios, asirios y babilonios, da nombre a la puerta más famosa de la ciudad de Babilonia. Encontramos sus atributos en la diosa fenicia Astarté; en Afrodita, la más hermosa y seductora de las diosas del Olimpo griego; y en la diosa romana Venus. Tanto en el panteón griego como en el romano, la diosa había dejado de ser la patrona de la guerra, papel que en Grecia desempeñó Atenea Niké (victoriosa), una diosa virgen. De una forma u otra, Inanna-Ishtar estuvo presente en las religiones politeístas indoeuropeas durante varios milenios, pero no hay rastro de ella en las tres religiones de El libro. Era la diosa de la pasión y de las prostitutas, una diosa sensual, poderosa, ambiciosa y vengativa, cualidades que dejaron de ser apropiadas para las mujeres en las religiones de El libro. Esta diosa tenía poco en común con las protectoras diosas madres y con las diosas del matrimonio. En la Epopeya de Gilgamesh, es la perversa mujer que intenta seducir al héroe y, cuando es rechazada por él, monta en cólera y exige venganza. Gilgamesh no la rechaza por no encontrarla atractiva, sino por cobardía, por miedo a sufrir un destino tan terrible como el sufrido por los mortales y dioses que la habían amado antes. Tamuzi, el dios que llegó a ser el esposo de Inanna, terminó en el inframundo, la tierra de los muertos de la que no se vuelve. Ella fue allí a buscarlo y consiguió traerlo al mundo de los vivos, aunque solo durante la mitad de cada año. Esta historia recuerda al mito griego de Perséfone, atrapada en el inframundo, donde cada año iba a buscarla su madre, Démeter. Los mortales a los que amó Inanna sencillamente murieron. Para que no quedara duda sobre su fiereza, el animal que se asociaba con esta diosa era el león.
Dado que era la suma sacerdotisa, Enheduanna también adoraba a otros dioses del panteón sumerio como An, el gran dios del cielo, que aparece en la parte final de su nombre. Este dios presentaba cierto paralelismo con el Zeus griego, y como tal era responsable del trueno y causante de las tormentas. Se lo representaba como un gran toro rugiendo por encima de las nubes. Por otro lado, el templo en el que vivía y oraba Enheduanna estaba dedicado al «esposo» de la sacerdotisa, Nanna, el dios de la luna llena.
¿Cuáles eran las tareas de Enheduanna en el templo? La primera responsabilidad de los sacerdotes y sacerdotisas era velar para que los distintos rituales del culto se llevaran a cabo de forma apropiada. Los principales eran los relacionados con la fertilidad y la prosperidad, vinculadas las dos con el nacimiento, la muerte y las buenas cosechas, por lo que uno de los rituales realizados a diario estaba dedicado a presentar las ofrendas a los dioses. Es el ritual recogido en el disco de calcita descrito anteriormente. Otro de los ritos fundamentales que cumplían diariamente era el de la purificación del agua, principal fuente de vida, pero también de muerte si estaba impura. Enheduanna hace referencia a él en sus poemas. Para llevar a cabo estos ritos, la sacerdotisa debía tener un rango suficientemente elevado, de ahí la necesidad del matrimonio con el dios del templo al que se hace mención en el disco. En principio podíamos pensar que la expresión «esposa de Nanna» que figura en el disco de calcita era similar a la apelación que a veces reciben las religiosas católicas de «esposas de Cristo». El caso de Enheduanna era muy diferente, pues su matrimonio con el dios era una forma de equipararla con él, proporcionándole un estatus cuasidivino. A diferencia de las monjas de hoy, Enheduanna era la máxima autoridad religiosa de la ciudad y una de las principales de Sumer.
Pero las tareas de Enheduanna como suma sacerdotisa no se limitaban a los ritos asociados al culto religioso, también era la responsable de organizar la recogida de las cosechas, el mantenimiento de los graneros y almacenes, y la fabricación de la cerveza. El templo era además un lugar de aprendizaje y archivo de información. Los sacerdotes fueron los encargados de hacer las listas de reyes sumerios de cada ciudad, y los templos, los lugares donde se guardaban. También en ellos se estudiaba el firmamento. Siendo suma sacerdotisa, Enheduanna hubo de ser astróloga y por tanto astrónoma, la primera mujer astrónoma de la que tenemos noticia. En sus poemas pone de manifiesto el conocimiento de los cuerpos celestes en los que moraban el dios Nanna y su hija, la diosa Inanna.
POETA
Aunque el poder de Enheduanna estaba relacionado con los conocimientos astronómicos que debía tener como suma sacerdotisa, lo que la ha hecho pasar a la historia es la fuerza expresiva de sus poemas. Sorprende la complejidad de estos textos que datan de una época en la que la humanidad estaba todavía aprendiendo a escribir casi literalmente, dado que las primeras tablillas con escritura cuneiforme encontradas en Uruk databan de menos de un milenio antes. Además, durante varios siglos las tablillas solo recogieron información relacionada con transacciones comerciales. Sin duda Enheduanna era la heredera de una larga tradición oral durante la cual se desarrolló extraordinariamente el vocabulario que le permitiría a ella, por ejemplo, emplear más de cuarenta epítetos para cantar la magnificencia de la poderosa Inanna. Por otro lado, la existencia de la obra de Enheduanna pone de manifiesto que las mujeres recibían instrucción. Pero Enheduanna tuvo que ser excepcional para convertirse en una autora con una extensa obra. No se tienen registros de ninguna obra no anónima escrita con anterioridad a la de Enheduanna, por lo que podemos considerarla como la primera persona escritora de la humanidad. Además, su obra no es la recopilación de las obras de otros, sino que tiene un carácter muy personal, dado que, aunque está dedicada a los dioses, en ella habla de sus emociones y describe hechos de su propia vida. Transcurrieron varios siglos antes de que en Babilonia el rey Hammurabi hiciera grabar en un bloque de piedra, hoy conservado en el museo del Louvre, el primer código legislativo junto con su nombre, y más de un milenio antes de que en la península griega Homero escribiera la Ilíada y la Odisea.
Se han encontrado cinco obras de Enheduanna, conocidas por las palabras con las que empiezan: Nin-me-sar-ra, «Reina de los poderes incontables», In-nin-sa-gur-ra, «Señora del corazón grande», In-nin-me-hus-a, «Inanna y Ebith», E-u-nir, «Los himnos de los templos», y E-u-gem e-a, «Himno de alabanza a Ekishnugal y Nanna cuando fue nombrada suma sacerdotisa».
La primera obra, también conocida como La exaltación de Inanna, es la más famosa y fue traducida en 1968 por los historiadores holandeses W. Hallo y Van Dijk, los cuales calificaron a la poeta como el «Shakespeare de la literatura sumeria», y más recientemente, en el año 2000, por la profesora Annette Zgoll, de la Universidad de Munich. Los himnos de los templos fueron publicados por J. Westenholz en 1989 y comprenden un total de 42 poemas dedicados a los templos sagrados y a los dioses que los habitaban. Son el primer compendio de teología, puesto que resumen la localización de los templos en las distintas ciudades, los dioses a los que estaban dedicados y todos sus atributos.
Aunque tras la desaparición del todopoderoso Sargón hubo graves disturbios en el reino, Enheduanna conservó su cargo como en, suma sacerdotisa, durante los reinados de Rimush y Manishtusu, sus hermanos, que sucedieron en el trono a su padre. Pero fue expulsada de su templo por el usurpador Lugal-ane a comienzos del reinado de su sobrino Naram-Sin, que reinó tras la muerte de Manishtusu. Entonces la voz de Enheduanna retumbó como un trueno clamando justicia. No obstante, no era el poder terrenal, que entonces estaba en manos de los enemigos de su estirpe, lo que le confería autoridad, sino su sabiduría. La suma sacerdotisa tenía el poder que le otorgaba el conocimiento de los astros, morada de los dioses, lo cual le permitía la comunicación directa con ellos. Y a ellos, en particular a Inanna, se dirigió Enheduanna exigiendo su intercesión para recuperar su puesto.
Soy Enheduanna,
la que una vez se sentó gloriosa y triunfante en tu templo.
Pero él (Lugal-ane) me expulsó de mi santuario,
me hizo escapar como una golondrina
que sale volando por la ventana
y mi vida se consume.
Me arrancó la tiara de suma sacerdotisa,
dándome una daga me dijo: «Este es ahora tu ornamento».
La radiante suma sacerdotisa de Nanna soy.
Mi reina, amada por An,
¿será tu corazón propicio a tu sierva?
Parece que sus plegarias fueron oídas porque su sobrino recobró el poder y Enheduanna su posición en el giparu como suma sacerdotisa del templo de Nanna. En una relación que recuerda la de los místicos, la sacerdotisa, que tanto había sufrido con la ausencia de la diosa, recobra la felicidad al estar de nuevo en su templo y poder honrarla como se merece. Y estando en su presencia se extasía ante su belleza y recibe la inspiración para cantar sus dones.
La primera dama del salón del trono
ha aceptado la canción de Enheduanna.
Inanna la quiere de nuevo.
El día fue bueno para Enheduanna,
por ello estaba vestida con joyas.
Ella estaba vestida de forma resplandeciente.
como los primeros rayos de luna sobre el horizonte.
Las tablillas que recogen los poemas de Enheduanna que han llegado hasta nosotros no son las originales, sino las copias realizadas varios cientos de años después de su muerte, cuando su figura seguía siendo objeto de culto.
Los logros de Enheduanna debieron de ser tan notables que tras su muerte, y durante más de quinientos años, el cargo de suma sacerdotisa de los templos sumerios fue ocupado por princesas reales. Pero el nombre de Enheduanna sobresale sobre todas ellas gracias a sus composiciones literarias, que seguían siendo copiadas y recitadas dos mil años después de su muerte.