En Sudáfrica, un hombre negro que ha cumplido los cincuenta consulta a su médico por impotencia. Tras sondearle un poco, resulta que le cuesta cumplir cada noche con su esposa después de haberse acostado de día con su amante. Su mujer empieza a sospechar que tiene varias amantes, lo cual le crea problemas en casa.1
En la película de Woody Allen Annie Hall (1977), la pantalla se divide para cotejar cómo hablan los dos miembros de la pareja con sus respectivos psicólogos acerca de su relación. El psicólogo de Woody Allen le pregunta: «¿Con qué frecuencia duermen juntos?», a lo que él responde, apenado: «Casi nunca; tal vez tres veces por semana». Por su parte, el psicólogo de Annie Hall le pregunta a esta última: «¿Hacen el amor con frecuencia?», y Annie contesta, visiblemente irritada: «Constantemente; unas tres veces a la semana».
Las ideas y normas sobre la sexualidad varían mucho. Numerosos africanos dan por supuesto que los hombres tendrán relaciones sexuales como mínimo una vez al día, lo cual es más del doble de la media que declaran las parejas europeas. La revolución sexual de los años sesenta y setenta dio pie a una verdadera explosión de la sexualidad en los países occidentales, pero en las sociedades capitalistas de Occidente aún se va muy por detrás de otras culturas en cuanto a actividad sexual. Últimamente se están realizando estudios que ponen de manifiesto la gran diversidad que impera en las culturas sexuales.
El motivo inicial que me llevó a consultar las encuestas sobre sexo fue ver cómo incidía el capital erótico en la vida sexual de las personas. La premisa de la que partía era que a los hombres guapos les resultaría más fácil seducir. ¿Sería también el caso de las mujeres guapas, a consecuencia de la revolución sexual? Mi viaje de descubrimiento empezó por la encuesta británica de 1990, que se hizo famosa porque la primera ministra de aquel entonces, Margaret Thatcher, decidió que no recibiera ninguna subvención del Ministerio de Sanidad. Más tarde descubrí decenas de informes de encuestas sobre sexo de otros países, agrupados en tres anaqueles de la biblioteca, y su lectura me proporcionó una nueva educación sobre el sexo y la sexualidad en nuestra época.
Muchos meses después caí en la cuenta de que prácticamente ninguna encuesta sobre sexo recogía información sobre el atractivo de las personas. No cabe duda de que el atractivo sexual tiene su peso en la actividad sexual. A pesar de ello, la mayoría de las encuestas ni siquiera intentaban medirlo o mostrar su incidencia en las vidas sexuales; y aún se mostraban menos dispuestas a evaluar si el grado de competencia sexual incide en la vida sexual de las personas.
Aun así, la consulta de los informes de encuestas sobre sexo resultó más fructífera de lo esperado, porque me reveló un factor social clave, y nuevo, que estos documentos acostumbran a maquillar o ignorar: la existencia de un déficit sexual masculino sistemático, y al parecer universal. En general, los hombres quieren mucho más sexo del que reciben, a todas las edades. Dado que las mujeres manifiestan niveles mucho más bajos de deseo sexual, así como de actividad, los hombres se pasan casi toda la vida sexualmente frustrados, en grado variable.
Este dato contradice la idea preconcebida de que los niveles de deseo sexual son iguales en los hombres que en las mujeres, y de que lo que inhibía la sexualidad femenina era la represión sexual propia de la moral tradicional, la religión y el doble rasero. Resulta interesante que algunos informes de encuestas sobre sexo subrayen tendencias que muestran que la actividad sexual masculina y femenina cada vez se parece más.2 Recalcan la idea políticamente correcta de que la sexualidad femenina ha estado reprimida, pero que ya se ha liberado, y de que a consecuencia de ello disminuyen las diferencias entre sexos (dando a entender que tarde o temprano desaparecerán). Los informes más objetivos y honestos admiten que a pesar de todos los cambios sigue habiendo grandes diferencias entre sexos, y llegan a la azorada conclusión de que entre la sexualidad masculina y la femenina persisten diferencias cualitativas de relieve.3 Parece que los informes de encuestas sobre sexo podrían estar teñidos de política sexual.
El descubrimiento del déficit sexual masculino es de tal importancia que se hace necesario demostrarlo de manera sólida en este capítulo. Incluso en situaciones donde no existe ningún desequilibrio de género en el capital erótico, o muy poco, el déficit sexual masculino seguiría condicionando las relaciones entre hombres y mujeres, tanto en la vida pública como en la privada. El principio de menor interés y exceso de demanda de mujeres atractivas por parte de los hombres aumenta mucho el valor del capital erótico de las mujeres. El desequilibrio en el interés sexual da más ventaja a las mujeres en las relaciones privadas, siempre que lo reconozcan. Este cuadro de la política del deseo lo completan varios resultados más de las encuestas sobre sexo.
LA REVOLUCIÓN SEXUAL
La aparición de la píldora y otras formas fiables de contracepción en los años sesenta dio a las mujeres el control directo de su fertilidad por primera vez en la historia. Este fenómeno condujo a una serie de cambios a gran escala en las inversiones femeninas en educación y trabajo, y en último término, a la revolución de la igualdad de oportunidades.4 Las mujeres pasaron de titularse en lengua, literatura e historia del arte a cursar derecho, ciencias empresariales, medicina, farmacia y contabilidad. Caídas las barreras, la proporción de mujeres en profesiones bien remuneradas se disparó en torno a un 50 por ciento en la mayoría de los países.5 Las oportunidades de las mujeres en el mercado laboral se vieron transformadas para otorgarles una igualdad real con los hombres.6 También cambió, hasta cierto punto, la vida privada.
Los hombres nunca dicen que no al sexo gratis: ¿mito o realidad? Fue lo que pusieron a prueba un grupo de psicólogos estadounidenses, haciendo que una serie de jóvenes razonablemente atractivos de ambos sexos abordasen a personas atractivas en el campus para proponerles una cita, y algo más. La mitad accedió a salir con un desconocido, y la otra mitad lo rechazó. Los hombres fueron mucho más entusiastas ante la oferta de sexo gratis: dos tercios accedieron a ir al apartamento de la mujer, y tres cuartos a acostarse con ella esa misma noche, mientras que no hubo ninguna mujer que accediese a tener relaciones, y solo un insignificante 6 por ciento aceptó un encuentro en el apartamento del hombre.7
Por lo visto, lo único que pone coto al interés de los hombres por el sexo es tener que pagarlo, en dinero o matrimonialmente. Por eso la revolución sexual de los años sesenta les vino como agua de mayo: abrió la puerta a una enorme expansión del sexo por placer en los países occidentales, dentro y fuera del matrimonio, porque prácticamente eliminaba el riesgo de un embarazo no deseado. La revolución sexual cambió muy deprisa las actitudes ante el sexo fuera de las relaciones estables de larga duración, primero en lo que respecta al sexo prematrimonial, y después, más gradualmente, en lo relativo al sexo extraconyugal. Las exigencias feministas de igualdad con los hombres ayudaron lo suyo, ya que, según las feministas, las mujeres tenían el mismo interés por la plenitud sexual y por las aventuras sexuales. Se dijo que el doble rasero sexual que permitía a los hombres ser promiscuos, pero que castigaba la promiscuidad femenina, estaba desfasado. Ya no era necesario que los hombres sedujeran o cortejaran a las mujeres. «Tú lo quieres tanto como yo», fue la nueva consigna. De pronto las jóvenes se vieron sometidas a una nueva presión por acostarse con hombres solo para demostrar que eran «normales» o «mujeres naturales».
Esta nueva cultura sexual se reflejó en una pujante literatura sobre todo lo referente al sexo. Los europeos redescubrieron el Kama Sutra, y empezaron a escribir sus propios manuales sexuales. En 1972 se publicó El goce de amar; guía ilustrada del amor, y en 1973 su secuela, El placer de amar, ilustrados, tanto el uno como el otro, con dibujos de posturas sexuales y detalles físicos. No tuvo que pasar mucho tiempo para que las revistas para mujeres y hombres incorporasen artículos sobre la sexualidad y consejos sobre el sexo. Cosmopolitan abrió la veda, aportando una nueva perspectiva sobre el sexo para la mujer soltera.8 La virginidad femenina dejó de ser algo valioso que se vendía al mejor postor. Se hizo más aceptable que las mujeres tuvieran tanta experiencia sexual como los hombres. La contracepción eficaz permitió que los jóvenes mantuvieran relaciones sexuales antes del matrimonio, y dio la impresión de que se reducía la diferencia de géneros en lo relativo a la experiencia sexual y el número de parejas. La separación entre sexualidad y fertilidad (y matrimonio) se vio reforzada por las nuevas pruebas de ADN con las que los hombres podían comprobar la paternidad de cualquier niño, dentro o fuera del matrimonio. Los swinging sixties y la nueva moralidad sexual se vieron reflejados en los medios de comunicación y el arte, como el musical Hair, con desnudos integrales sobre el escenario, y la creciente popularidad de revistas como Playboy y Penthouse.
Los cambios en la cultura sexual alcanzaron sus mayores cotas en los países ricos y modernos, a menos que ello solo se deba a que existe mejor información sobre Europa occidental y Norteamérica; en todo caso, la globalización de los medios de comunicación, el cine y el ocio difundió esos cambios por todo el planeta. En Taipei, Taiwan y Shanghai (China), por ejemplo, los clubes nocturnos se dividen entre los que exhiben la nueva cultura sexual liberal de Occidente y los que se ajustan a la etiqueta social y sexual china tradicional.9
De pronto, en los años ochenta, el sida volvió a cambiarlo todo, y se produjo un brusco regreso a las ideas «a la antigua» sobre las relaciones estables a largo plazo, la fidelidad y la castidad. La promiscuidad volvió a ser problemática, y nunca tan visiblemente como en las comunidades homosexuales, las más afectadas por la epidemia del sida, y aquellas en que la necesidad del «sexo seguro» se antoja permanente.
HABLEMOS DE SEXO
La epidemia del sida dio a los gobiernos un motivo legítimo para interesarse por el sexo y la sexualidad. Las encuestas sobre sexo se convirtieron en estudios «médicos» y de «salud pública». En algunos casos, las cuestiones sociales se solapan con las médicas. Actualmente, por ejemplo, el aumento de la promiscuidad se aborda como un peligro para la salud.10
A partir de la década de 1990 se han realizado en todo el mundo una serie constante de encuestas nacionales sobre sexo. El Apéndice B las describe, y se detiene en los informes de mayor utilidad. Esta nueva información ha echado por tierra bastantes mitos sobre la sexualidad, pero, salvo pocas excepciones, nadie ha intentado resumir sus conclusiones. Los investigadores estadounidenses se basan de forma casi exclusiva en datos de su país. Las culturas sexuales de Europa, Latinoamérica, China, Japón y otros países de Extremo Oriente presentan muchas características que las distinguen. En varios países europeos, por ejemplo, se aceptan las aventuras extraconyugales y la promiscuidad, tanto en los hombres como en las mujeres. En las culturas de Extremo Oriente, el intercambio de dinero y sexo no es problemático. En ambos contextos existe un mayor margen para valorar el capital erótico.
Uno de los descubrimientos más importantes de las últimas encuestas sobre sexo es que las diferencias de género en las actitudes sexuales y la libido apenas se han visto afectadas por la evolución social y económica de los últimos tiempos. La revolución sexual tuvo incidencia en las vidas sexuales de los jóvenes, pero no ha modificado mucho el panorama general. El mito feminista de la «igualdad» en la sexualidad es tan infundado como la afirmación de que todas las mujeres prefieren la «igualdad» de una simetría absoluta en los roles familiares, el trabajo y los ingresos.11 Los cambios de la revolución sexual fueron parciales, fragmentarios; algunos jóvenes los aceptaron, pero no todos. Bien entrada la década de 1980 se seguía aceptando el doble rasero sexual, y no solo entre los hombres, sino en mayor medida aún por las mujeres. Se vio que siempre habían sido ellas quienes más enérgicamente defendían la idea de que hubiera restricciones a la sexualidad femenina, y que seguían siendo reacias a abandonar el fuerte vínculo entre el sexo y las relaciones estables. Otra observación aún más desconcertante fue que la masturbación seguía siendo un hobby masculino, aunque en principio las mujeres la aceptasen sin problemas. En resumen, durante el período 1960-1990 se redujeron las diferencias de género en las actitudes y las actividades, pero en un grado más limitado de lo que daban a entender los medios de comunicación y el arte.12 En el siglo XXI sigue en pie el hecho de que el deseo femenino es inferior al masculino, y el principio del menor interés aumenta el valor del capital erótico de las mujeres.
El segundo mito que hay que destruir es la idea, defendida en primera instancia por el informe Kinsey, y después por la comunidad gay, de que la homosexualidad no tiene nada de infrecuente, y de que, si la sociedad otorga libertad a las personas para expresar su sexualidad, al menos uno de cada diez hombres y mujeres se inclina en esa dirección. Lo cierto es que todas las encuestas muestran que las inclinaciones y actividades homosexuales solo afectan a entre el 1 y el 2 por ciento de la población, y en todo caso, a menos de una persona de cada veinte. La heterosexualidad continúa siendo la forma abrumadoramente dominante de sexualidad. La única encuesta que refleja un mayor nivel de actividad dentro del mismo sexo es la American National Survey of Sexual Health and Behavior, según la cual, en la encuesta online, en torno al 7 por ciento de las personas de ambos sexos se identificaban como «no heterosexuales». Todo apunta a que la incidencia de la homosexualidad se ha sobrestimado porque la mayoría de la gente reconoce encontrar atractivas, e incluso sexualmente atractivas, a personas de su mismo sexo. Sin embargo, el capital erótico hace que las personas sean atractivas para todos los miembros de su sociedad, no solo los del otro sexo, y tiene impacto en todos los contextos sociales, no solo en las relaciones sexuales. Aun así, la gran mayoría de la gente se sitúa en el mercado heterosexual, dominado por niveles desiguales de deseo.
A pesar de todo, la revolución de las normas sexuales, y la disponibilidad de una contracepción eficaz como es la de nuestros días, han desencadenado algunos grandes cambios. Se ha producido un gran aumento del sexo por placer, dentro y fuera del matrimonio. Hoy en día, en la mayoría de los países se tienen vidas sexuales más activas y mucho más prolongadas de lo que era habitual en el siglo XX.

Ya hace mucho tiempo que los países escandinavos tienen fama de estar sexualmente «liberados», pero también han asistido a cambios drásticos. En Finlandia, el porcentaje de mujeres que habían tenido diez o más parejas sexuales saltó de un grupo minúsculo, casi invisible, en 1971 a una de cada cinco, aproximadamente, en 1992. La proporción de varones con diez o más parejas también dio un salto en las mismas dos décadas, hasta rondar la mitad (véase la figura 1). A juzgar por este indicador, los hombres siguieron siendo el doble de experimentados que las mujeres, y no se redujo el diferencial de géneros.
Todas las encuestas coinciden en que la diversidad de prácticas sexuales es mayor que en el pasado. Tradicionalmente, el sexo oral y el sexo anal eran especialidades ofrecidas por las prostitutas, y a consecuencia de ello su precio era mucho mayor. Hoy en día, el sexo oral se ha difundido tanto entre los amateurs que su precio, entre las profesionales, ha quedado por debajo del del «completo».13 Hasta el sexo anal se ha incorporado al repertorio sexual de los no profesionales. Gracias a internet, las personas de gustos singulares e infrecuentes tienen la oportunidad de encontrarse entre sí, y les resulta más fácil disfrutar de estas prácticas inhabituales, tal como ilustran las fiestas de intercambio de parejas. A consecuencia de ello, los hombres están presionando más a las mujeres para conseguir más variedades de actividad sexual, así como sexo a demanda. Las exigencias masculinas han aumentado tanto que muchas mujeres tienen la impresión de que se espera de ellas un rendimiento de nivel profesional, incluidos el pole dancing y el striptease.
Las jóvenes atractivas tienen plena conciencia del volumen y la intensidad del deseo masculino del que son objeto por parte de los chicos y hombres de todas las edades. Entre los diez y los veinticinco años empiezan a percibir el interés sexual masculino, que puede ser agobiante: presión de manos y cuerpos en los trenes llenos, invitaciones sexuales constantes y comentarios soeces por parte de desconocidos en la calle, aunque se lleve el uniforme del colegio. Las adolescentes reaccionan de dos formas: algunas se sienten víctimas, pero incapaces de contraatacar o quejarse, y entran en una espiral descendente de odio a los hombres que a veces se combina con la ambigüedad acerca de su propio aspecto y su sexualidad.14 Otras se dan cuenta de que son deseables y deseadas, se descubren orgullosas de su capital erótico y aprenden a tontear con sus admiradores. El contacto no deseado se rechaza con dureza, pero los piropos elegantes reciben en recompensa una sonrisa. Estas jóvenes entran en una espiral, ascendente, en su caso, de aprovechamiento de su capital erótico para hacer amistades, negociar y obtener un trato justo. Tienen orgullo y confianza social, y se sienten a gusto con su sexualidad.
Cuando Jade estudiaba derecho en la universidad, conoció a uno de los abogados de más éxito y prestigio en su país, que le ofreció un trabajo a tiempo parcial en su bufete, se interesó especialmente por su formación profesional y acabó intimando sexualmente con ella (para consternación de los padres de ella, por la gran diferencia de edad). Como hombre maduro, rico y divorciado, él se dejaba acompañar con sumo gusto por Jade durante sus compromisos sociales y profesionales, le compraba la ropa necesaria para sentirse socialmente cómoda y le presentaba a sus clientes famosos, y a políticos. Al ser Jade una persona inteligente, el abogado gustaba de su compañía. Sin embargo, Jade también era una pareja joven y elegante, de atractivos rasgos orientales. En poco tiempo adquirió muchos conocimientos profesionales, aprendió a moverse en sociedad y a vestir con elegancia, y se familiarizó con un estilo de vida cosmopolita del que sacó enorme provecho después de licenciarse, en su trayectoria profesional en otros continentes. Otras podrían haber visto el interés de su jefe como acoso sexual, pero en el caso de Jade la relación acabó siendo beneficiosa para ambos. Los jóvenes guapos tienen más posibilidades de atraer a mentores y patrocinadores informales. Sin embargo, es decisivo cómo reaccionen a estas oportunidades.15
En el mundo occidental es raro encontrar a alguien que hable con franqueza, sin escandalizarse, sobre el intercambio de capital económico y erótico. El diario Una mujer en Berlín describe sin pelos en la lengua lo que hicieron las mujeres alemanas durante la invasión de la capital alemana por el exhausto ejército ruso al final de la Segunda Guerra Mundial. También esas mujeres, que pasaban hambre, tuvieron dos formas de reaccionar: algunas se escondían de los ávidos soldados, y seguían pasando hambre; otras llegaron a la conclusión de que era preferible aceptar la protección de un oficial de cierto rango que les proporcionase comida, jabón, seguridad y otros beneficios a cambio de favores sexuales. La definición de violación cambió y pasó a referirse a situaciones en que los soldados no brindaban ningún regalo o beneficio compensatorios a cambio de la intimidad con las mujeres.16 Aun en este contexto, sin embargo, al término de una guerra espantosa, a medida que se recuperaban las expectativas de paz y la vuelta a la vida civil, el deseo de belleza, sociabilidad, diversión y buenos modales era innegable. Los soldados jóvenes seguían pidiendo «buenas chicas»; todos seguían eligiendo violar a las mujeres más jóvenes y atractivas; el ansia de empatía, afecto y aceptación social era tan grande como la necesidad de sexo; y los hombres de mejor educación seguían considerando adecuado iniciar un solemne ritual de presentación y cortejo.17 El sexo era el estímulo inmediato, pero no todo se acababa en el sexo. Seguían importando la belleza y los modales.
EL DÉFICIT SEXUAL MASCULINO
El valor de mercado de cualquier bien se define por la relación entre el deseo que despierta y su escasez, entre la oferta y la demanda, algo tan válido para el sexo como para cualquier otra forma de entretenimiento.18 Las encuestas demuestran que la necesidad de actividad sexual y diversión erótica de todo tipo entre los hombres supera con mucho el interés de las mujeres por el sexo. Es algo que hace siglos que se sabe, por sentido común.19 Este desequilibrio eleva automáticamente el valor del capital erótico de las mujeres, y puede conferir a estas últimas una ventaja en las relaciones sociales con los hombres, siempre que se den cuenta de ello.
Las feministas alegan que el desequilibrio ha sido construido socialmente, que es una idea impuesta por los hombres, y que desaparecería una vez eliminadas las restricciones patriarcales a las vidas y actividades sexuales de las mujeres; sin embargo, pese a que el argumento feminista tenga algo de cierto en lo relativo a las condiciones del pasado,20 la idea de que las diferencias de género en el interés sexual se borren con la igualdad social y económica entre hombres y mujeres ha demostrado ser falsa.21
Todo indica que, en ausencia de cualquier restricción social distorsionadora, no existen diferencias de interés sexual aproximadamente hasta los treinta años. Las restricciones sociales siempre se han centrado especialmente en los jóvenes, a fin de canalizar la energía sexual juvenil hacia formas adecuadas de conducta y matrimonio. A menudo el interés sexual de las mujeres cae en picado después de dar a luz, momento en que enfocan su atención en criar a los hijos.22 Algunas mujeres lo recuperan más tarde, tras la menopausia, una vez eliminado el riesgo de embarazo, pero en términos generales la maternidad reduce drásticamente el interés sexual femenino, y a menudo lo trunca de modo permanente. En contraste, la paternidad rara vez disminuye el interés sexual de los hombres en el mismo grado, tal como se ve con nitidez en una encuesta finlandesa (véase la figura 2). Hasta la edad aproximada de treinta años, el deseo de tener relaciones sexuales más frecuentes tiende a ser el mismo entre los hombres que entre las mujeres. Después ellas pierden interés, y la mitad de los hombres se quedan con la sensación de que les gustaría recibir más: Woody Allen contra Annie Hall.
Las encuestas sobre sexo muestran que la demanda de actividad sexual de todo tipo a lo largo de la vida es considerablemente mayor entre los hombres que entre las mujeres.23 Es algo que se aprecia en el uso de servicios sexuales comerciales, en las infidelidades, en el autoerotismo, en el interés por el erotismo en general, en los niveles de actividad sexual y en el interés por las distintas variedades de actividad sexual. Los hombres manifiestan entre dos y diez veces más entusiasmo que las mujeres por probar todas las variantes de la actividad sexual (aparte de las relaciones dentro de su mismo sexo), y las han experimentado en mayor grado que ellas. El promedio de parejas sexuales a lo largo de la vida es dos o tres veces más alto entre los hombres. La masturbación también es tres veces más común entre ellos que entre ellas, incluso para los casados.24 La probabilidad de que un hombre tenga fantasías sexuales con frecuencia es el triple que en una mujer, así como la de que use cualquier tipo de material erótico. Por otra parte, es dos veces más probable que un hombre afirme haber tenido cinco o más parejas sexuales durante el último año que el que lo haga una mujer.25 En Gran Bretaña hay cinco veces más hombres que mujeres con más de diez parejas sexuales en los cinco últimos años.26 En todas las culturas, los hombres son más promiscuos que las mujeres, y la castidad es más común entre ellas; algo que ocurre en la propia Escandinavia, donde la liberación sexual tiene una larga historia.

Que las mujeres digan sentir falta de deseo es algo de lo más común. En Australia, por ejemplo, más de la mitad afirman experimentarlo, a todas las edades.27 Según varios estudios norteamericanos, aproximadamente una cuarta parte de las mujeres jóvenes, y un tercio de las maduras, hablan de un deseo escaso. Repasando todos los estudios finlandeses, se llega a la conclusión de que la diferencia fundamental entre hombres y mujeres era una gran discrepancia en el deseo sexual, una discrepancia, además, que seguía aumentando. El interés por el sexo crecía más entre los hombres que entre las mujeres. Alrededor de la mitad de las finlandesas declaran que su deseo sexual es bajo. Los hombres finlandeses preferirían tener relaciones sexuales con sus parejas el doble de veces que estas, por término medio.28 Los estudios que se han realizado a lo largo y ancho de Europa muestran que entre las mujeres predomina la falta de deseo, desde un mínimo de un 16 por ciento hasta la mitad, siendo la media más citada de un tercio; pero lo más importante es que a la gran mayoría de las mujeres no les molesta esta escasez o falta absoluta de deseo. Para ellas no es un problema; solo para sus parejas.29
A partir de los cincuenta y los cincuenta y cuatro años aumenta la inactividad sexual entre los hombres, pero entre las mujeres lo hace a partir de los treinta y cinco, y con más fuerza y rapidez. Esta pauta se observa en países escandinavos sexualmente liberados, como Finlandia, y también en Estados Unidos (véanse las figuras 3 y 4).30 La ausencia de sexo dentro del matrimonio o la vida de pareja se compensa con actividades fuera de ellos. Los hombres casados son mucho más propensos que las mujeres casadas a «echar una cana al aire», o embarcarse en aventuras sexuales a más largo plazo.31 Todas las encuestas sobre sexo señalan que los hombres reconocen ser infieles el doble de veces, como mínimo, que las mujeres: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, España, Finlandia, Suecia, Japón y China.32 En los países escandinavos, los clientes de servicios sexuales comerciales son casi todos hombres.33 En España, una cuarta parte de los varones, casados y solteros, adquieren servicios sexuales, en comparación con solo el 1 por ciento de las mujeres.34 Los usuarios de webs de aventuras extramatrimoniales son abrumadoramente masculinos, en una proporción de diez a uno.35

Según muchas feministas, estos resultados se explican porque los hombres tienen más dinero que gastar, pero las encuestas lo refutan, e indican que es más fácil convencer a las mujeres de que mantengan relaciones sexuales (con el cónyuge u otra persona) cuando existe un vínculo emocional o romántico, mientras que los hombres buscan la satisfacción y variedad sexuales por sí mismas, sea por vías comerciales o por otros medios. En Suecia, dos tercios de los hombres disfrutan del sexo sin ningún componente de romanticismo. En contraste, entre dos tercios y cuatro quintas partes de las mujeres insisten en que el amor es la única base de una relación sexual.36 En Italia, «enamorarse» cataliza más a menudo una aventura entre las mujeres que entre los hombres, quienes buscan ante todo variedad, novedad y excitación.37 A las mujeres les interesan más los juegos emocionales que rodean al sexo, mientras que los hombres son capaces de buscarlo y disfrutarlo como un objetivo en sí mismo, incluso con desconocidas. Entre las personas de ingresos elevados, los hombres tienen el doble de aventuras que las mujeres.38 Un estudio holandés sobre grupos liberales con estudios señalaba que la privación sexual dentro del matrimonio empujaba a los hombres a tener aventuras sexuales, pero no a las mujeres.39

Nada echa tanto por tierra el argumento de que lo que constriñe la sexualidad de las mujeres es la falta de dinero, o las restricciones sexuales, como los resultados sobre lo que algunos llaman autoerotismo o sexo en solitario: la masturbación, el recurso al material erótico y las fantasías sexuales. La encuesta estadounidense sobre sexo puntuaba estas actividades del uno al cinco, como se observa en la figura 5. Los hombres se reparten de forma bastante homogénea por los cinco niveles, mientras que la gran mayoría de las mujeres se concentran en los niveles inferiores, con puntuaciones del uno al dos. El sexo en solitario es una actividad privada a todos los efectos, no cuesta nada (o cantidades insignificantes) y no exige la participación de nadie más. Muchos niños aprenden a masturbarse por sí solos a edades tan tempranas como los nueve o los diez años.40 Las fantasías sexuales brindan autonomía y control sobre los guiones sexuales, y salen gratis. Los argumentos sobre las restricciones sociales a la sexualidad femenina no pueden explicar la ausencia casi total de la masturbación, y más en general del autoerotismo, entre las mujeres en comparación con los hombres. Estos resultados de la encuesta estadounidense de 1992 se ven refrendados por otros dentro de la misma línea en Suecia, Francia, Finlandia y Países Bajos.41 En las sociedades modernas, la masturbación se considera una práctica absolutamente normal; aun así, los hombres practican el sexo en solitario tres o cuatro veces más a menudo que las mujeres, incluso después del matrimonio, mientras que aproximadamente la mitad de las mujeres no lo hacen nunca. Para las personas de libido alta, la masturbación es un complemento del sexo en pareja, así como un sustitutivo de este último en épocas en que no se tiene ninguna pareja. En general, las encuestas dan a entender que los hombres con muchos impulsos sexuales disfrutan del autoerotismo, el sexo comercial y las relaciones normales de pareja como prácticas complementarias, no como alternativas que se excluyan entre sí.42

ESTILOS DE VIDA SEXUAL
En 1973, Erica Jong causó sensación con su novela Miedo a volar. Parecía la primera vez que una mujer escribía sin tapujos sobre sus fantasías eróticas y su deseo de relaciones sexuales anónimas, espontáneas y esporádicas con un desconocido atractivo, al margen de cualquier emoción, compromiso y obligación social. El «polvo sin cremallera» se convirtió en una frase hecha. Como explica la protagonista de la novela, «el polvo sin cremallera es lo más puro que existe, menos común que el unicornio, y yo nunca he echado ninguno».43 Más de veinte años después, las encuestas siguen constatando que este tipo de sexo puramente hedonista es practicado por muy pocas mujeres, mientras que sigue figurando entre las preferencias de una parte considerable de la población masculina.
Algunas encuestas han tratado de encontrar «estilos de vida sexual» diferenciados, y han acabado descubriendo que entre hombres y mujeres existe poco terreno en común: por lo que respecta a interés, valores y actividades sexuales, unos y otras difieren cuantitativa y cualitativamente. Pocas mujeres adoptan la ideología hedonista y libertina del sexo por placer tan extendida entre los hombres;44 incluso en Suecia, la mayoría siguen insistiendo en el amor y el compromiso como requisito previo al sexo. En Finlandia y Suecia, es entre cuatro y cinco veces más probable que sean los hombres quienes consideren ideal mantener varias relaciones sexuales paralelas. Los varones suecos manifiestan entre dos y tres veces más entusiasmo que las mujeres ante la idea de las aventuras como suplemento permanente de una relación estable, y es el doble de probable que las tengan.45 El ejemplo más clásico del estilo de vida sexual hedonista y libertino, con mayor énfasis en el sexo esporádico que en las relaciones de pareja estable, bien podrían ser las comunidades homosexuales. De resultas de ello, los homosexuales invierten muchos más esfuerzos en conservar un buen cuerpo para atraer parejas.46 Del mismo modo, las esposas que pierden su interés por el sexo dejan a menudo de esforzarse por mantener su capital erótico, y se vuelven menos atractivas y menos deseables.
El número de parejas sexuales aumenta drásticamente en los grupos de menor edad (véase la figura 1), pero lo que no cambia es que los hombres declaran muchas más que las mujeres: uno de cada veinte hombres británicos casados de todas las edades declaró haber tenido dos o más parejas en el último año, frente a solo el 1 o 2 por ciento de las mujeres casadas. El 1, 2 por ciento de los hombres casados y el 0, 2 por ciento de las mujeres casadas declaran tres o más parejas sexuales en el último año. Según este indicador, los hombres son cinco o seis veces más promiscuos que las mujeres, a todas las edades,47 cuando tienen ocasión, incluso después de la revolución sexual.48
Todas las encuestas sobre sexo revelan la existencia de una pequeña minoría (muy por debajo del 10 por ciento) con una libido alta y sexualmente «superactivos», por usar el término del informe sueco.49 Según la encuesta británica, las personas muy libidinosas inician su trayectoria sexual antes de los dieciséis años, y son más promiscuas a todas las edades. En Gran Bretaña, aproximadamente uno de cada veinte hombres y una de cada cincuenta mujeres se enmarca en este ritmo de vida sexualmente activo durante toda su existencia.50 En este grupo, los hombres siempre superan numéricamente a las mujeres, además de declarar niveles de actividad mucho más elevados, y muchas más parejas que ellas. Lo habitual es que alcancen muy jóvenes la madurez, se estrenen sexualmente muy temprano, tengan ya desde un principio múltiples parejas, vivan en grandes ciudades y sean meticulosos en sus chequeos de salud sexual. Se nota que quienes escriben las conclusiones de las encuestas sienten antipatía por estos «periféricos de la estadística», que distorsionan la imagen de los hombres y mujeres «medios», y poco tienen en común con la gente normal. El 10 por ciento de los hombres y las mujeres más activos copan la mitad del número total de parejas sexuales recogidos por la encuesta sueca, y en torno a la mitad de la actividad sexual. No se suele dudar en achacarles riesgos para la salud.51
Los informes también revelan un elemento de incredulidad ante las personas (sobre todo hombres) que declaran haber tenido centenares de parejas, aunque también afirmen haber recurrido a servicios sexuales comerciales. En realidad, es muy posible que las encuestas subestimen el aumento de la actividad sexual, ya que para muchos jóvenes los encuentros sexuales han dejado de ser acontecimientos importantes y memorables. Puede que hoy en día el sexo tenga menor relieve psicológico por ser más común, y hasta trivial, y los investigadores sobre sexo son demasiado mayores para entender las nuevas realidades.
TESTIMONIOS PERSONALES
Los testimonios sexuales personales son complementos útiles del árido anonimato de las estadísticas de las encuestas. La mayoría están escritos por hombres;52 de ahí que sean tan valiosos los escasos textos autobiográficos escritos por mujeres. El diario de una chica de alterne que se hace llamar Belle de Jour, y la autobiografía sexual del periodista Sean Thomas, proporcionan datos esclarecedores sobre los estilos de vida sexuales del Londres actual, desde las perspectivas, respectivamente, de una soltera de veintinueve años y de un soltero de treinta y nueve. El diario de Belle de Jour pone de manifiesto una libido extremadamente alta, y una vida sexual muy activa que empezó en la adolescencia y va mucho más allá de su trabajo sexual comercial. La joven disfruta, y gana dinero, con todo el abanico de actividades sexuales, incluidos la dominación y hasta cierto punto el BDSM,53 con hombres y mujeres.54 Calculando por encima, una señorita de compañía como ella podría tener entre cien y doscientas salidas al año, lo cual parece indicar de trescientos a seiscientos contactos sexuales cuando lo deja para casarse y trabajar en algo más convencional.55 Las mujeres que disfrutan en las orgías sexuales pueden aceptar a unas treinta parejas sexuales en una sola noche, y en total tienen muchas más que cualquier chica de alterne u hombre. Las memorias sexuales de Catherine Millet, crítica de arte francesa, fueron polémicas por describir su participación entusiasta en orgías sexuales durante su juventud. No podía recordar ni el más vago detalle de los incontables encuentros sexuales que tuvo en esas orgías; años más tarde, al escribir sobre ello, los hombres eran una masa indefinida.56
A sus treinta y nueve años, Thomas, que hasta entonces no se había planteado casarse, repasa su historia sexual para decidir si se ha acostado con bastantes mujeres antes de optar por la monogamia, y la cifra a la que llega es de sesenta mujeres, o setenta incluyendo a las prostitutas; una cifra media, concluye, para el colectivo al que pertenece. Subraya su libido desatada y sus frustraciones sexuales, y explica que la única vez en que se sintió relajado de verdad fue durante unas vacaciones sexuales en Tailandia. Por primera vez en su vida tenía bastante sexo para calmarse.57
Según sus memorias, ricas en detalles, Casanova solo se acostó con ciento treinta mujeres en toda su vida.58 Hugh Hefner, el fundador del imperio Playboy, declara a unas dos mil amantes en su autobiografía, en sus últimos años con la ayuda del Viagra.59 Un cantante famoso afirma haber seducido a mil mujeres en dos o tres años, cuando estaba en la cima del éxito y las chicas se echaban en brazos de las estrellas.60 Hasta en los casos extremos de vidas muy libidinosas, la actividad sexual se ha incrementado… en los hombres.
Para tener el sexo que quieren, y tenerlo cuando quieran, los hombres, a menudo, están dispuestos a pagar por él, ya que puede ser la opción más eficaz. La alternativa es dedicar tiempo y esfuerzo a seducir mujeres, lo cual no deja de costar también dinero. Tanto si nos centramos en el sexo comercial y los espectáculos y negocios eróticos anejos como si lo hacemos en las infidelidades, el número de parejas, el autoerotismo o el deseo sexual insatisfecho, los datos indican que la demanda masculina de sexo y variedad sexual es entre dos y diez veces mayor que el interés sexual femenino, por término medio y a lo largo de la vida. Se trata de un desequilibrio enorme, que eleva automáticamente el valor del capital erótico de las mujeres, tiñe todas las relaciones sexuales entre hombres y mujeres y les da ventaja a ellas en las relaciones privadas.
RELACIONES ESTABLES Y DIFERENCIAS EN EL GRADO DE DESEO
La psicóloga y terapeuta conyugal Bettina Arndt ha estudiado la importancia del sexo dentro del matrimonio, pidiendo a cien parejas australianas que llevasen un diario sexual durante nueve meses, y ha descubierto que las esposas recurrían sistemáticamente a la actividad sexual como moneda de cambio. Dentro de las negociaciones de pareja, el sexo parece igual de importante que el dinero. Las esposas se negaban a mantener relaciones sexuales como castigo cuando sus maridos no hacían lo que les pedían, o bien las ofrecían para convencerles de que colaborasen en las tareas domésticas. La estrategia funcionaba, porque casi todos los maridos querían más sexo que sus mujeres. Una de las impresiones dominantes de los diarios citados en el libro es la amargura y frustración de los maridos sometidos a una «hambruna sexual» permanente porque sus mujeres han perdido el interés por el sexo, rara vez se toman la molestia de practicarlo o bien directamente les rechazan, como se verá en algunos pasajes:
No tengo ni idea de qué hacer. Yo la quiero, y creo que ella a mí también, pero no puedo vivir como un monje. Me he abstenido a conciencia de hablar sobre sexo, pero ahora estoy tan frustrado que no sé qué hacer. Estoy que ya no puedo más. Ni puedo, ni quiero seguir así. Me niego a pasarme la vida mendigando.
Me muero de ganas de tener relaciones sexuales, y de que la iniciativa la tome Lucy; lo malo es que me estoy volviendo más tozudo, y como ella no cede a mis necesidades, chocamos y nos amargamos; solo nos acostamos cuando Lucy está de humor, o cuando le doy pena.
No es capaz de abrazarme sin tocarme el culo o los pechos por casualidad. La sensación que tengo siempre es de manoseo, de «¿y si lo hiciéramos?». Suelo apartarle de un manotazo, pero alguna que otra vez me quedo con mal cuerpo. Es tan triste verse siempre rechazado.61
La solución de Arndt para el desequilibrio en cuestiones de deseo es proponer que las mujeres se relajen y se avengan a las necesidades de sus cónyuges. La autora es consciente de que el hecho de que las mujeres puedan tener menores impulsos no les impide disfrutar del sexo cuando lo practican.62 No parece que tenga mucho sentido levantar barreras mentales rígidas, ni enzarzarse en luchas de poder.
Los matrimonios con carencia o penuria de sexo son fruto de que las mujeres tienen la libido más baja, y constituyen una de las causas de la demanda masculina permanente de ocio erótico, servicios sexuales comerciales e infidelidades. Los matrimonios castos son mucho más comunes de lo que se cree, porque nadie está dispuesto a reconocer el problema. Las encuestas sobre sexo nunca se molestan en aportar estadísticas sobre esta cuestión, por la simple razón de que la castidad y la abstinencia sexual no plantean problemas en lo relativo al sida y otras enfermedades de transmisión sexual. Las encuestas recogen el número de parejas sexuales, pero rara vez especifican si este número incluye a los cónyuges. Los casados de ambos sexos que solo declaran una pareja sexual podrían referirse a un amante, no a su cónyuge.63 En consecuencia, los matrimonios sin sexo exceden con mucho las cifras de castidad total declarada, cifras, por lo demás, sorprendentemente altas, sobre todo a partir de los cuarenta o los cuarenta y cinco años (véanse las figuras 3 y 4).
Evidentemente, la castidad está muy extendida entre los jóvenes de menos de veinticinco años que aún no se han estrenado sexualmente, pero también abunda en las personas de más de cuarenta y cinco años. Según la encuesta británica de 1990, una de cada diez mujeres de entre cuarenta y cinco y cincuenta y nueve años llevaba cinco años de abstinencia sexual, y una de cada cinco, más de un año. Entre los varones de esta franja de edad, los porcentajes son considerablemente inferiores. Cuanto más bajo es el estatus socioeconómico, mayor es la incidencia de la castidad: al parecer, la pobreza reduce las opciones amorosas y sexuales.
Lo que más condiciona la frecuencia del sexo (incluso entre los jóvenes) es la duración de las relaciones de pareja, más que la edad. A menudo la costumbre engendra aburrimiento. La novedad es sexualmente excitante. Aun así, tras los primeros dos años de relación, las encuestas señalan un declive más pronunciado del interés sexual entre las mujeres que entre los hombres, tanto en Gran Bretaña64 como en Francia,65 Alemania y Suecia.66
En Estados Unidos, alrededor de uno de cada cinco matrimonios es sexualmente inactivo: los cónyuges no han mantenido relaciones en el último mes.67 Según una encuesta italiana, una cuarta parte de las mujeres, frente a solo uno de cada diez hombres, dice no tener actividad sexual (nada de sexo en el último año). También en este caso se da una diferencia muy marcada entre los hombres y las mujeres casados. Una de cada diez esposas se declaraba sexualmente inactiva (nada de sexo durante el último año), el doble que los maridos. De ello parece inferirse que al menos uno de cada veinte maridos italianos busca soluciones al margen del matrimonio.68
En España, las encuestas indican que una de cada diez parejas se mantiene casta a todos los efectos, puesto que nunca mantiene relaciones sexuales (algo que no reconocía ningún hombre, pero sí el 4 por ciento de las esposas), o bien solo unas pocas veces al año (casi una de cada diez parejas). Como de costumbre, la castidad se concentra en los grupos de edad más avanzada.69
Los matrimonios sin actividad sexual alguna constituyen un indicador de que dentro de las parejas existen diferencias de apetito, fenómeno que, más que una excepción, parece ser la norma.70 Todas las encuestas recientes sobre sexo sacan a relucir una gran diferencia entre el impulso sexual de los hombres y el de las mujeres. La visión tradicional de los hombres como siempre más ávidos de sexo que sus mujeres resulta no ser tanto un estereotipo o un prejuicio como un hecho.71 La diferencia de deseo sexual entre hombres y mujeres se observa en todos los países y culturas donde se han realizado encuestas, incluso en Francia, y aparece en todos los grupos de edad por encima de los treinta años. No parece que la diferencia sea de capacidad o disfrute sexuales, sino de deseo, mayor entre los hombres.72 Por otra parte, los hombres y las mujeres siguen viendo el sexo de maneras distintas. En Gran Bretaña, por ejemplo, cerca de la mitad de los varones aceptan el sexo esporádico, mientras que todas las mujeres rechazan la infidelidad.73 También en Estados Unidos,74 y en la propia Francia,75 se han señalado grandes diferencias de actitud ante la sexualidad.
¿QUÉ IMPORTANCIA TIENE EL SEXO?
¿Y no será que las encuestas sobre sexo son engañosas? Frente a la vida en su conjunto, habrá quien alegue que el sexo carece de importancia, y que los medios de comunicación exageran su peso. ¿Y si a la gente, en realidad, no le importa la falta de juegos sexuales? Pues no: lo que recalcan los estudios, por regla general, es la importancia del sexo para la salud, la felicidad y la calidad de vida. El sexo es considerado en todo el mundo como un factor básico del bienestar, aunque los hombres, invariablemente, dan más importancia a la actividad sexual que las mujeres.
A principios del siglo XXI, la Organización Mundial de la Salud (OMS) puso en marcha un gran programa de investigación para identificar los principales indicadores de bienestar en el mundo. La OMS reconoce que el aumento de la riqueza hace que los programas de salud ya no tengan por único objetivo la mera supervivencia física: en el siglo XXI, la gente también espera una buena calidad de vida. De acuerdo con ello, se preguntó a personas de todo el mundo qué les parecía más importante para vivir bien. El estudio se extendió a cincuenta y ocho países de los cinco continentes,76 entre ellos los Países Bajos, España, Croacia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Rusia, la India, Australia, Japón, Tailandia, Panamá y Zimbabue.
Entre los veinticinco primeros factores para una buena calidad de vida no sorprenderá encontrar un buen estado general de salud, suficiente energía, bastante dinero para vivir y la capacidad de trabajar. En todos los países, además, la vida sexual figura entre los primeros veinticinco factores.77 En general, el sexo se ubica en el puesto más bajo, el veinticinco, pero en todos los países se entiende como un factor esencial de bienestar. También es el único factor que puntúan más alto los hombres que las mujeres.78 La imagen corporal y la apariencia figuran asimismo entre los veinticinco principales factores, en el puesto veinticuatro, justo por encima de la actividad sexual. Las mujeres dan más valor que los hombres a una imagen atractiva, y le asignan un puesto de mayor importancia que a la actividad sexual para su calidad de vida.79
Dicen que los economistas saben el precio de todo, pero el valor de nada. En general, lo evalúan todo en términos de dinero. Dos economistas, David Blanchflower y Andrew Oswald, lograron atribuir un valor monetario a una buena vida sexual. Estimaron (tras eliminar la incidencia de un buen trabajo y una buena educación) que una buena vida sexual vale cincuenta mil dólares a precios de 2004; mucho más, por lo tanto, que la misma suma en el momento actual. En su artículo «Money, Sex and Happiness» analizaron los resultados de la General Social Survey hasta 2002, una encuesta a unos dieciséis mil estadounidenses de ambos sexos que pretende averiguar qué hace que la gente esté satisfecha de su vida, y que también pregunta por la frecuencia de las relaciones sexuales.80
Según los resultados de la encuesta, el estadounidense medio tenía relaciones sexuales entre dos y tres veces al mes, en la mayoría de los casos con una misma pareja. Una cantidad muy pequeña de hombres aseguraba haber tenido más de cien parejas durante el último año, algo que no declaraba ninguna mujer. Los hombres de menos de cuarenta años tenían un promedio de relaciones sexuales de una vez por semana. Las mujeres de más de cuarenta años declaraban haber tenido una media de relaciones sexuales de una vez al mes, mientras que los hombres de la misma edad decían haberlo hecho una media de entre dos y tres veces al mes. La hipótesis de los autores es que esta discrepancia en el grupo de más de cuarenta años podría deberse a la exageración masculina, a que ellos tengan parejas más jóvenes o al recurso a prostitutas. Otra explicación podrían ser las infidelidades y aventuras discretas de los hombres. El estudio calculaba que aumentar la frecuencia de las relaciones sexuales de una vez al mes a como mínimo una vez a la semana daba tanta felicidad como ingresar cincuenta mil dólares más cada año en el banco. En comparación, un matrimonio duradero proporcionaba unos cien mil dólares de felicidad anual, netos, sin contar los efectos de la cualificación profesional y los estudios. Por lo que respecta a su influjo en la felicidad, prácticamente no había diferencias entre la castidad absoluta y un nivel muy bajo de actividad sexual. Los matrimonios pueden incluirse a todos los efectos en la categoría de sin sexo cuando la frecuencia de este último queda por debajo de una vez al mes. Un tercio de los estadounidenses de más de cuarenta años declaraban llevar una vida de castidad, pero si se incluyera al grupo de frecuencia muy baja, el porcentaje sería más del doble. En Estados Unidos, por lo visto, se trabaja tanto que no queda tiempo para el sexo.
Este estudio fue criticado por no decir nada sobre la calidad de la actividad sexual, pero ni siquiera las encuestas sobre el tema han sido capaces de evaluar esta última más allá de la frecuencia del orgasmo, que no es un indicador muy útil, puesto que, dejando al margen el estilo de vida sexual, los hombres lo tienen casi garantizado, a diferencia de las mujeres.81 Adoptando como única base la frecuencia, Blanchflower y Oswald señalan que también en este caso el sexo habitual (una vez por semana) proporciona más o menos la mitad de felicidad que un matrimonio estable, suma, qué duda cabe, muy sustanciosa. Por último, una buena vida sexual era más importante para los hombres que para las mujeres, así como para las personas de mayor formación.
Las cosas, muchas veces, se ven más claras cuando menos se buscan. No era en absoluto la sexualidad lo que estudiaba el Boston Consulting Group cuando hizo su Encuesta Mundial sobre Mujeres y Consumo de 2008. Se encuestó a doce mil mujeres de veintiún países de todo el mundo, desde Estados Unidos y Suecia hasta China, México, la India y Arabia Saudí. Las entrevistas abarcaban todos los aspectos de la vida femenina, y sus prioridades. Organizada por dos consultorías especializadas en hábitos de consumo, el objetivo de la encuesta era saber cómo se inscribe la compra de bienes y servicios en el conjunto de las inquietudes y la vida de las mujeres. Pues bien, resultó que para la mayoría de ellas el sexo era una prioridad bastante relativa. En total, solo una cuarta parte dijo que el sexo las hacía extremadamente felices, cantidad muy inferior al 42 por ciento que se declaró extremadamente feliz gracias a sus animales domésticos. Las excepciones concuerdan con los resultados de las encuestas sobre sexo. En Francia, dos tercios de las mujeres dijeron que el sexo era una fuente importante de felicidad. También las italianas otorgaron un gran valor al sexo y las relaciones. En Rusia, el sexo figuraba al lado del dinero como una de las dos principales fuentes de felicidad de las mujeres. Cuatro quintas partes de las mexicanas citaron el sexo como principal fuente de felicidad, porcentaje mucho mayor que la media mundial.82 Las diferencias culturales siguen siendo significativas, y confirman que las mujeres de los países anglosajones puritanos son las menos interesadas por el sexo. En consecuencia, es en estos países donde mayor es el déficit sexual masculino.
«BIENES SUPERIORES»
El sexo, la belleza y el capital erótico son lo que llaman los economistas «bienes superiores», cosas que se desean más cuanto más rico se es. A lo largo de la historia, los monarcas y los ricos han tenido vidas más promiscuas que el pueblo llano. Algunos ejemplos son la reina Catalina de Rusia, los Borgia y los emperadores chinos, con sus centenares de concubinas. Por otro lado, el sexo es una de las principales diversiones gratuitas de la vida, tan accesible para los pobres como para los ricos. ¿Cómo varía, pues, el déficit sexual masculino entre países?
El déficit sexual masculino debe ser situado en el contexto de las normas locales y de las historias culturales, que en algunos casos pueden ser muy influyentes. La revolución contraceptiva no tendrá el mismo impacto en Arabia Saudí que en California, ni en Nigeria que en Gran Bretaña. Dentro de la propia Europa, dicho impacto difiere entre los países mediterráneos y los nórdicos.83
Las encuestas sobre sexo confirman con datos un estereotipo: que los «fogosos» mediterráneos son sexualmente más activos que los habitantes de los climas fríos del norte de Europa. Una encuesta española consideró adecuado incorporar una casilla para las personas que tenían relaciones sexuales cinco o más veces al día.84 En los países africanos, los hombres se definen a sí mismos como «impotentes» si no logran practicar el sexo a diario, sea cual sea su edad, como ya se ha señalado.85 En algunas sociedades africanas, la media de relaciones sexuales en las parejas es de cuatrocientas cuarenta al año, mientras que otras tribus vecinas presentan frecuencias medias mucho menores, de doscientas treinta.86 En la mayoría de los países occidentales, las frecuencias son muy inferiores a estas últimas: entre veinticuatro y ciento veinte veces al año. La moral y la ética del trabajo del puritanismo parecen haber tenido una gran eficacia como elemento de ingeniería social para imponer un desplazamiento permanente del tiempo, la imaginación y las energías desde la sexualidad y otros placeres al trabajo duro, el ascetismo y la acumulación capitalista. La revolución sexual de los años sesenta y setenta debe verse en el contexto de una cultura anglosajona que continúa siendo esencialmente contraria al sexo.
Los templos eróticos de Khajuraho, en el centro de la India, nos recuerdan que la sexualidad y el capital erótico se valoran enormemente en muchas culturas, sobre todo la belleza y la capacidad de seducción de las mujeres. Tradicionalmente, la sexualidad era una experiencia religiosa. En contraste, las actuales películas de Bollywood nunca representan la desnudez ni la intimidad entre hombres y mujeres, ni siquiera en forma de castos besos o caricias, pese a estar llenas de bailes y canciones eróticas, y a que las actrices jóvenes no dejen nunca de asombrar por su belleza y sus tipos voluptuosos.
En países muy grandes como la India, con una población que supera los mil millones de personas, más de doscientas lenguas y una gran diversidad de culturas, no existe una sola cultura sexual. En poco se parecen la cultura purdah del norte, fruto del dominio secular de las dinastías islámicas, y la cultura hinduista «pureza/contaminación» del sur, en la que las mujeres pueden acceder con mucha más libertad a los espacios públicos sin necesidad de ir acompañadas de un varón. A consecuencia de ello, las mujeres tienen mucha más libertad en las ciudades de Bombay, Calcuta y Chennai que en la capital, Delhi, situada en el norte. La aparición de anuncios publicitarios con mujeres presentadas bajo un halo erótico tuvo un impacto negativo en el norte de la India, hasta el punto de que incluso personas instruidas les echaron la culpa de una serie de violaciones ocurridas en Delhi a plena luz del día.87
La sexualidad es subversiva y anárquica. Tiene un carácter salvaje, turbulento, irreprimible. El deseo sexual no se puede prever ni controlar; es impulsivo, y a menudo oculto. El poder erótico de los hombres y las mujeres atractivos se ve a menudo como algo peligroso,88 además de injusto, aunque por lo general sea bastante privado para que no lo detecte el radar de la policía moral y de la corrección política. George Orwell acertó al representar el sexo como un acto políticamente subversivo en el Estado totalitario de 1984, una manifestación de autonomía desafiante, un jardín de placer privado que el Estado no podía controlar.89
En Rusia, el comunismo restringía el sexo al matrimonio, por lo que la infidelidad adquirió un carácter subversivo y se convirtió en una forma de rebelión política, un desafío, una manifestación de individualismo y autonomía personal y un símbolo de privacidad y expresión personal.90 La mitad de los hombres, y más de una cuarta parte de las mujeres, eran infieles en algún momento de su vida conyugal, una proporción mucho mayor que la que se declaraba en el resto de Europa.91 Según una encuesta sobre actitudes realizada en 1994, casi la mitad de los rusos no veían la infidelidad como algo malo, frente a solo el 6 por ciento de los estadounidenses. Al ser el sexo lo último que no podían controlar las autoridades, y lo último que te podían arrebatar, todos se lo tomaban como una diversión privada. Dado que mentir ya formaba parte de la cultura, la gente era experta en ocultar sus aventuras. Por decirlo con un chiste muy conocido, «ellos fingían pagarnos, y nosotros fingíamos trabajar». Tras el derrumbe de la Unión Soviética, en 1991, el sexo se reveló como un producto y una diversión de primer orden. De constituir una huida de la vida cotidiana, las relaciones sexuales pasaron a ser una de las vías más rápidas de movilidad ascendente para las jóvenes.92
En contraste, los países con fama de liberación sexual pueden ser los más reprimidos. En Suecia, la cultura de la «igualdad de género» ha producido una de las culturas sexuales más restrictivas de toda Europa, según reconoce el informe oficial de la encuesta sueca sobre sexo de 1996;93 se teme la sexualidad por los problemas de corrección política que puede generar, y lo que más se subraya son sus riesgos: la mayoría de los debates de los medios de comunicación se centran en la violencia sexual, los abusos sexuales, los abortos, la pornografía infantil y la prostitución. La gente no se atreve a hablar de sexualidad y erotismo, ni en el entorno laboral ni en la vida social; la reticencia es norma. Los suecos no flirtean. Suecia carece por completo del erotismo cotidiano tan habitual en las culturas latinas. Las pocas ocasiones en que los suecos «se desmelenan» (en fiestas o de vacaciones) desencadenan una erupción violenta de sexualidad, combinada a menudo con el consumo excesivo de alcohol. Esta separación entre el decoro público y la realidad privada en la cultura sueca contrasta con la celebración abierta de lo erótico en la vida cotidiana de las culturas latinas,94 desde el Mediterráneo a Latinoamérica y el Caribe.95
Brasil es el epítome de cultura que valora y recompensa el capital erótico, y permite que la sexualidad se exprese con relativa libertad. En una cultura donde el aspecto físico y el atractivo sexual cuentan mucho, los brasileños consideran racional invertir en cirugía estética. Donde mayor visibilidad adquiere la ideología brasileña de lo erótico es en la celebración anual del carnaval, en la que participan todos los estratos y grupos sociales. Aunque en Brasil la norma cultural siga siendo la heterosexualidad, gays, bisexuales y travestis gozan de mayor aceptación que en muchos otros países, y tienen reservado un espacio en los desfiles de samba de los carnavales. La pluralidad racial y cultural de Brasil se refleja en una diversidad muy superior a la de los demás países en lo que respecta a la sexualidad y la expresión sexual.
También en este caso es muy grande el contraste con China, país que, pese a una cultura sexual bastante conservadora y conformista, fomenta la actividad sexual regular dentro del matrimonio como algo esencial para la salud. A pesar de ello, se espera que las personas mayores renuncien gradualmente a la actividad sexual, expectativa que acostumbra a reflejarse en las encuestas.96 Fuera de la élite, la importancia del capital erótico era relativamente baja, hasta que los cambios económicos crearon nuevos mercados sexuales.
Japón posee una cultura sexual de ingente riqueza, con una larga tradición en lo que se refiere a ocio sexual, ritos de cortejo y exhibición de la belleza, el atractivo sexual y el encanto de las mujeres. Aun así, la actividad sexual dentro del matrimonio se presenta como una de las más bajas del mundo, y repercute en una de las tasas de natalidad más bajas del planeta.97 Lo cierto es que la gente disfruta más del capital erótico y de la sexualidad fuera del matrimonio que dentro de él.
En toda esta diversidad de culturas sexuales se aprecia un rasgo constante y universal: la demanda masculina de ocio erótico y sexual de todo tipo supera invariablemente el interés sexual de las mujeres, salvo quizá entre los más jóvenes. Hay mujeres que aprenden a sacar provecho a su ventaja, y otras que no. En la mayoría de las culturas sexualizadas (como Brasil) se valoran más a fondo el capital erótico y la sexualidad, y se acepta más el trueque e intercambio de dinero por buena forma física, elegancia, belleza y sexualidad. Las dimensiones del déficit sexual masculino, por lo tanto, se traducen en cualquier país en la medida en que los hombres han aprendido a ser generosos con las mujeres: lo dispuestos que están ellos a ofrecer dinero, regalos y otros beneficios a fin de satisfacer sus deseos sexuales, mayores que los de ellas. Mi conclusión, pendiente de los resultados de los nuevos estudios, es que el déficit sexual masculino es mayor en los países anglosajones protestantes. Se explicaría así que estos países generen una parte tan grande de la clientela del turismo sexual en los países de actitud menos castrante hacia la sexualidad. La ética puritana hizo mucho más que promover el capitalismo. Por lo visto, truncó la sexualidad de muchos occidentales.
LAS COMUNIDADES GAYS
Paradójicamente, la mejor prueba de que el capital erótico y la sexualidad revisten mayor importancia para los hombres nos la dan las comunidades homosexuales.98 Algunas lesbianas dan importancia a lo físico, pero no son mayoría. A las lesbianas no se las identifica con niveles excepcionalmente elevados de capital erótico y sexualidad. Entre los hombres gays, por el contrario, ser guapo, tener buen cuerpo y ser sexualmente atractivo es de una importancia avasalladora. La predilección por las saunas como mercado de encuentros no es accidental: en ellas los hombres llevan una simple toallita. El énfasis en el atractivo físico a todas las edades se suma al factor del estilo. En los bares y las discotecas gays también hay que ir bien vestido. Con la «salida del armario» de la comunidad gay, y su afianzamiento como minoría cultural,99 se han formado numerosas tribus con un estilo propio, algunas específicas de países concretos. En Norteamérica existen diversas subculturas gays.100 Dentro de la comunidad gay, la interpretación de la masculinidad y la feminidad por los heterosexuales es sustituida por la de algún estilo en concreto de dicha comunidad. A menudo los hombres homosexuales dedican más esfuerzo a su presentación y aspecto personal que los heterosexuales, razón por la que no solo resultan más atractivos para los hombres, sino también para las mujeres. En consecuencia, hay quien da por supuesto que cualquier hombre que dedique tiempo y esfuerzo a su imagen y modo de vestir debe de ser gay, lo sepa o no.
El movimiento «dandi» del siglo XIX en Europa fue uno de los pocos casos en que los hombres dedicaron el mismo esfuerzo que las mujeres a su imagen, su conducta y su estilo. Se trataba de hombres ricos y cultos, que convirtieron sus vidas en obras de arte por la vía de su conducta, su imagen y sus hábitos. Eran tan minuciosos con la decoración de sus casas como con su atuendo. El escritor Oscar Wilde no solo destacó por su ingenio, sino por su condición de dandi (además de ser homosexual): ponía el mismo esmero en preparar sus agudezas antes de una cena que en refinar su imagen personal. Actualmente, la mayoría de los hombres gays trabajan, y en consecuencia, su inversión en una imagen con estilo debe cuadrar con los requisitos de un empleo normal. Esto, para los «cachas», entraña dedicar mucho tiempo al gimnasio. A los gays no les afectan tanto las restricciones de dinero, ya que tienen más recursos disponibles que los hombres casados con una familia a la que mantener.101 El reconocimiento comercial del valor del «dinero rosa» ha contribuido al desarrollo de las subculturas gays, y de los servicios enfocados en ellas.
La actividad sexual se puede dividir en tres grandes categorías: una es el sexo en solitario, habitualmente privado; otra, las relaciones efímeras y el sexo esporádico; y la tercera, las relaciones de pareja y matrimoniales a relativamente largo plazo, con o sin hijos.102 Entre los heterosexuales, el matrimonio ha sido el contexto dominante de las relaciones sexuales en todas las culturas, y a veces también para las relaciones sentimentales, pero en el siglo XXI han cambiado las cosas, ya que la contracepción facilita a las mujeres el sexo esporádico. Cuando se demora el matrimonio hasta más allá de los treinta años, la breve fase juvenil de cita y cortejo puede alargarse hasta diez o veinte años de relaciones efímeras y ligues;103 por eso en los historiales sexuales, incluso los de la comunidad heterosexual, las relaciones a corto plazo son tan importantes y habituales como las relaciones a largo plazo (maritales). Dentro de la comunidad gay suelen predominar las relaciones a corto plazo y los «rollos» puntuales, ya que en la práctica son pocos los hombres que se «comprometen» más de un año. La envidia que inspiran a los hombres heterosexuales las vidas sexuales promiscuas de los gays es uno de los factores que ha hecho dispararse la infidelidad en los últimos años.104
Así es como se explica el énfasis en la imagen y en el atractivo sexual entre los hombres gays: por la constante rotación de parejas, la búsqueda constante de nuevas parejas o ligues, y la mirada y la valoración constantes. Los puntos de encuentro de los gays, en bares, saunas u otros escenarios, son un «concurso de belleza» sexual permanente, en que la pasarela pasa a formar parte de la propia vida.105 La presión por cumplir los altos niveles que se exigen es implacable.106 No alcanzar la imagen requerida, en estilo o en aspecto, equivale a una exclusión social pública y humillante. Dejan de hablarte. Los otros hombres llegan al extremo de ignorar los cumplidos educados y otras formas de entablar conversación, darte la espalda con mudo desprecio, cerrarte en la cara la puerta del cubículo o decir abiertamente que no les interesan los hombres como tú. Los mercados sexuales gays imponen criterios todavía más estrictos que los heterosexuales, debido a su carácter pequeño y cerrado, y a que no hay mucho margen para intercambiar atractivo sexual107 por riqueza o estatus social.108 Aunque se tenga una pareja estable, siempre existe el riesgo de que la relación zozobre al deteriorarse la imagen y no mantener un cuerpo impecable. Quien no cumpla siempre verá con claridad lo que ofrece la competencia. Siempre hay hombres más jóvenes que van exhibiéndose, y buscando. Los bares y otros puntos de encuentro gays son de una competitividad más despiadada que cualquier discoteca o fiesta heterosexual.
Una de las consecuencias es que los hombres gays con poco atractivo sexual y poco éxito en atraer a parejas sexuales pueden deprimirse y refugiarse en la bebida o en las drogas. Su escaso margen de negociación y trueque hace que también acaben aceptando prácticas sexuales de riesgo (sin preservativo), incluso con parejas de quienes se sabe que son seropositivos. Su estatus sexual inferior hace que se sientan incapaces de controlar o dictar los términos de un contacto sexual o ligue, y aceptan las pocas oportunidades que se les presentan.109
La gran mayoría de las fotos de desnudos masculinos están hechas por y para hombres, a menudo con una sensibilidad claramente gay.110 Tal vez las más conocidas sean las fotos eróticas de Robert Mapplethorpe. Lo lógico sería que el público de los desnudos masculinos fueran principalmente las mujeres, pero no manifiestan demasiado interés. La mayoría de las revistas eróticas dirigidas a mujeres en Europa han fracasado, y casi ninguno de los fotógrafos que se dedican al desnudo masculino es mujer.111 La afición al erotismo y la pornografía, tanto hetero como homosexual, constituye un interés típicamente masculino. De ahí han surgido una serie de teorías absurdas por parte de investigadoras feministas según las cuales el espectador es siempre varón, y a las mujeres se las presenta como objetos visuales.112 La verdad es que los espectadores tienden a ser sobre todo hombres, mientras que el objeto erótico puede ser masculino o femenino en función de la orientación sexual. La falta de interés femenino por los desnudos masculinos (al menos en el mismo grado que el interés de los hombres) demuestra dos cosas: que el interés y el deseo sexual de las mujeres son más bajos, y que en casi todas las culturas el desnudo femenino ha poseído más valor erótico, con solo una excepción destacada: la antigua Grecia.113
LA VENTAJA DE LAS MUJERES… Y SU SUPRESIÓN
Se ha descubierto que determinadas diferencias de género que se consideraban universales e innatas (como la capacidad para las matemáticas o el coeficiente intelectual total) eran constructos sociales, y se han eliminado —o poco menos— al igualar el acceso a la educación de niñas y niños. Sin embargo, hay dos diferencias de género que siguen sin cambiar,114 y que parecen invariables en el tiempo y las diferentes culturas: los hombres son mucho más agresivos que las mujeres, y su actitud ante la sexualidad es fundamentalmente distinta a la de estas últimas. El asesinato y la promiscuidad tienden a ser especialidades masculinas. Aunque las mujeres no tuvieran niveles más altos de capital erótico, la mayor demanda masculina de actividad sexual y ocio erótico de todo tipo, y a todas las edades, conferiría automáticamente una ventaja a la población femenina, a causa del gran desequilibrio entre la oferta y la demanda en los mercados sexuales.115
A ello se suma otro factor, y es que los hombres dan más importancia a los estímulos visuales, al aspecto y al atractivo sexual, como se observa tanto en las comunidades homosexuales como entre los heterosexuales. Los hombres prefieren parejas atractivas y con mucho capital erótico, lo cual intensifica la competición por las parejas más atractivas (mujeres u hombres), necesariamente escasas. Por eso las mujeres (y los hombres) que se esmeran en su aspecto y su presentación tienen más donde elegir, y más poder de negociación en sus vidas privadas. (Y es posible que, una vez realizado el esfuerzo, descubran beneficios adicionales en el mercado laboral.)
No es que las mujeres tengan el monopolio del poder erótico, pero sí más capital erótico que los varones, lo cual les otorga una ventaja significativa en las negociaciones con estos últimos.116 Muchas mujeres no son conscientes de ello, porque los hombres han tomado medidas para impedir que saquen provecho a esta ventaja tan singular, e incluso las convencen de que el capital erótico carece de valor.
El déficit sexual masculino constituye una segunda fuente de poder que tienen a su alcance todas las mujeres. Incluso las que no destacan por su capital erótico pueden beneficiarse del interés casi ilimitado de los hombres por recibir más sexo del que obtienen gratuitamente en un momento dado. No parece que en el mundo occidental las mujeres aprovechen tan a fondo esta fuente de poder como en otras partes del mundo.
Las encuestas sobre sexo han sacado a relucir con más claridad que en el pasado que las mujeres tienen menos interés por el sexo, una libido más baja y una mayor aceptación de la castidad o de frecuencias ínfimas de actividad sexual, al menos en el mundo occidental. A juzgar por la experiencia de Estados Unidos, la reacción inmediata de los hombres y de las empresas farmacéuticas ha sido etiquetar el bajo deseo sexual de las mujeres como una disfunción sexual y un problema médico. Ha empezado la búsqueda de una versión femenina del Viagra. Psicólogos y terapeutas respaldan la medicalización del deseo escaso sometiendo a largas terapias personales a quienes lo sufren. El mensaje es que las mujeres «normales» deberían tener las mismas ganas de sexo que los hombres. En Estados Unidos, las terapias sexuales y de pareja se han convertido en una gran industria,117 una especie de redada sociosexual. Muy de vez en cuando, algún terapeuta cuestiona el proceso e insinúa que el poco interés de las mujeres por el sexo podría no tener nada de anómalo o de peculiar, sino sencillamente resultar inoportuno para los varones. En resumen, lo que hace el gremio de los psicólogos es someter a las mujeres a una nueva presión para que se adecuen a las preferencias masculinas por el sexo según la demanda a lo largo de la vida. Así, el problema pasa de los hombres a las mujeres, convertidas en chivos expiatorios del déficit sexual masculino. La ventaja negociadora de las mujeres queda convertida en un problema médico femenino, una enfermedad, algo irracional y anómalo; y de ese modo, aunque muchas de estas terapeutas sexuales sean mujeres, vuelven a ganar los hombres.