Nuestro Millet se fraguó en el crisol de los cromosomas heredados. En primer lugar, había capacidad. El padre: «[…] Con su talento, [Fèlix Millet i Maristany] montó una gran empresa de seguros».1 Otras capacidades, en cambio, se remontaban a mucho tiempo atrás y tenían un origen casi racial: «En Millet i Maristany reaparece el genio emprendedor de los catalanes que se remonta a los hombres que en el siglo XVIII hicieron posible la estabilización de la riqueza catalana […]».2 Del talento ascendemos un peldaño y llegamos al genio.
Había un ansia de poder reconocida. Así, Joan Anton Maragall, sucesor al frente del Orfeó del padre de nuestro Millet, afirmaba sin ambages que «era hombre de gobierno, solamente lo ejerció en círculos limitados». Reconocimiento a una vocación de mando, capaz de generar impotencia si se administraba en pequeñas dosis. Los Millet siempre han necesitado horizontes más amplios.
La Gran Enciclopèdia Catalana (GEC) le dedica a Fèlix Millet i Maristany —que nació en 1903 y falleció en Barcelona en 1967— tres calificativos precisos: «Político, financiero y mecenas». Curiosamente, Albert Manent, en su biografía del personaje —Premio Fundació Ramon Trias Fargas 2003—, desecha el calificativo de «político» y lo sustituye por «Líder cristiano, financiero y mecenas catalanista».3
Tras su fallecimiento, se dijo que Fèlix Millet i Maristany era «un gran visionario y un eficaz emprendedor».4 Al parecer, esta herencia llegó intacta hasta nuestros días.
El encargado de su panegírico en La Vanguardia decía de él:
En público —un público formado por una docena de personas—, me atreví a llamarle «financiero». Le interesaba, y le preocupaba mucho más, el saber de su pueblo, la honda y ecuménica vastedad de una cultura, que no cabía emparentarla a ningún hecho pasajero y anecdótico.5
Como a su hijo, le superaba el tic autoritario. No aceptaba ni «un sí, pero». Igual servía para vilipendiar una crítica sobre la lengua utilizada en una versión de la Pasión según san Mateo,6 que para tratar de imponer el repertorio del concierto número mil del Orfeó al director del mismo, o para protestar por una mala crítica en una presentación de Monserrat Caballé —a quien él ayudaba en sus estudios— en el Liceo.7
Se casó con Montserrat Tusell i Coll, a quien conoció «a la salida de un acto devoto»8 «Allí [en el Real Club de Tenis Barcelona] conoció a la mujer con la que se casaría después haberle hecho creer que era piloto de aviación.»9 La impostura es la norma de la casa. En cualquier caso, Fèlix Millet i Maristany se sufragaba los estudios trabajando de repartidor, pero no dejaba de frecuentar el tenis para mantener las apariencias. En aquel entonces, la familia estaba en una delicada situación económica. Hasta que su suegro fue nombrado presidente de la compañía de seguros Barcelona y el joven Fèlix Millet i Maristany fue designado gerente.10
La glosa patriótica de la Gran Enciclopèdia prosigue: «Fue presidente y uno de los principales animadores de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña. Dirigió durante una época El Matí».
Hay que detenerse un instante en ambos cargos.
En los tiempos convulsos de la II República, al cardenal de Tarragona, Vidal i Barraquer, no se le escapaba la importancia de la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña (FJCC), y en un informe a la curia vaticana rebatía los argumentos de sus detractores señalando lo siguiente: «De los jóvenes pertenecientes a esta entidad saldrán mañana los concejales, alcaldes y los jueces de los pueblos, y tendremos a estos bien gobernados».11
La redacción del diario El Matí, que estaba prácticamente en manos de la ultraderechista Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) durante 1934-1935, cambió de aires con sus nuevos propietarios, que se pusieron «en manos de la FJCC, confiando la direcció a Fèlix Millet», según Hilari Raguer.
A pesar de que los miembros de la FJCC tenían prohibida «la acción de política militante»,12 tras la victoria del Frente Popular se pensó en organizar un «macropartido» católico;13 pero el estallido de la guerra truncó el proyecto.
Aunque, claro está, El Matí no pudo condenar en un editorial el levantamiento franquista porque su director, Fèlix Millet i Maristany, se encontraba en Montserrat presidiendo una junta de la FJCC.14
Pero retomemos el hilo de la Gran Enciclopèdia Catalana: «Con ocasión de la Guerra Civil, al verse amenazado, huyó de Barcelona. Salvado por la Generalitat, se estableció en Sevilla, en zona nacional». Y así fue cómo Fèlix Millet i Maristany se convirtió por derecho propio en uno de los llamados «catalanes de Burgos», es decir, en un partidario de Franco. No obstante, se pretende no encasillarlo con ese estereotipo, con una etiqueta que pesa como una losa.
De Millet se pretende algo distinto. Para empezar, no fue a la España nacional por voluntad propia, sino que «fue su empresa italiana la que, desde Trieste, lo envió a Sevilla».15
Aunque la estancia en la capital andaluza no debió de ser fácil: «Los de Sevilla no hallaron demasiado buen acomodo [entre ellos] en el antiguo líder de los fejocistas, Fèlix Millet Maristany, que, por entonces, no era todavía el ilustre financiero de hoy».16 De Sevilla se fueron a Portugal y después volvieron a Barcelona.17
No se puede negar la evidencia: «Es cierto que el franquismo propició la gran carrera económica de Millet», aunque siempre cabe una explicación, «pero no lo es menos que su introducción en el mundo de los seguros, que fue la base de todo, provenía ya de los años treinta».18
La realidad parece ser bastante diferente. Las dos principales joyas de la corona no son anteriores a la guerra civil, ya que durante el conflicto bélico Millet adquirió una pequeña entidad financiera denominada el Banco Popular de los Previsores del Porvenir y una pequeña aseguradora de Madrid, la Compañía Hispano-Americana de Seguros y Reaseguros, CHASYR.19
No sólo eso, sino que además colaboró activamente en la deslocalización de la industria textil catalana promovida por el franquismo. Francesc Cabana ponía como ejemplo la autorización concedida a la Sociedad Ibérica de Gomas y Amiantos (SIGA), empresa domiciliada en Bilbao, para incorporar una fábrica de hilatura de algodón en Asúa (Vizcaya), cuyo presidente del consejo de administración en 1956 era Millet i Maristany.20
En cuanto a su paso por la presidencia del Banco Popular de los Previsores del Porvenir —al que nadie tomaba muy en serio, ya que más bien parecía la sección de banca de una compañía de seguros—, Fèlix Millet i Maristany puso a destacadas personalidades del régimen en el consejo con el pretexto de modernizar el banco. Tal fue el caso de Camilo Alonso Vega, compañero de promoción de Franco en la academia militar y quizá el único amigo que tuvo el dictador en toda su vida, y el de Mariano Navarro Rubio, al que situó como consejero delegado hasta que fue nombrado subsecretario del Ministerio de Obras Públicas.
La gestión de Millet en el banco fue severamente criticada. Néstor Luján le daba un verdadero varapalo en Destino: «En época “desoladora”, el Banco Popular hace su mejor ejercicio económico. ¿Cómo puede explicarse esto?».21
Y es que Fèlix Millet i Maristany y algunos consejeros utilizaron el banco en su propio beneficio, aprobando operaciones no demasiado ortodoxas; hasta que el Opus Dei decidió tomar cartas en el asunto y pidió la dimisión de Fèlix Millet i Maristany. Como consolación, se le nombró presidente honorario de la entidad y Lluís Valls Taberner fue promovido a vicepresidente. La caída de Millet en 1957 significó el primer protagonismo notorio del Opus en la esfera mercantil con su entrada en el Banco Popular.
Su hijo, Fèlix Millet i Tusell, contaba así lo acaecido:
El Banco Popular iba funcionando bien, mi padre iba a Madrid, tenía que ir siempre a Madrid por el banco. En el banco hubo problemas, tema Opus y otras cuestiones; los Valls y Taberner fueron a la suya. Eran primos de mi padre, que se vio obligado a dimitir porque le hicieron la cama. Los detalles de todo esto no los sé porque yo estaba muy distanciado, pero sé que en casa se hablaba del tema, papá sufría y mamá le dijo: «Escucha, deja esto porque no vale la pena» y tuvo que dejar la presidencia. Los Valls se hicieron dueños del cotarro. Se lo quedaron. […]22
A pesar de todos los contratiempos, en esa época Fèlix Millet i Maristany ya ejercía cargos importantes en más de cincuenta empresas comerciales, bancarias e industriales (1955).23 Por lo visto, la acumulación de cargos a los Millet les venía de antiguo.* 24
Pero todo tiene una explicación. Los hados le llevaron adonde le llevaron como en las tragedias griegas, como un Ulises cualquiera. No obstante, siempre tuvo dos faros —Montserrat y la lengua catalana— que le hicieron ver claro su destino. Volver a Ítaca.
Hay quienes le leen el pensamiento: «Félix Millet i Maristany también debía ser consciente de este pasado equivocado».25 Pero su amigo Maurici Serrahima encontraba a Fèlix «un poco frío en su manera de hablar de lo que ha pasado y pasa. El hecho de haber estado en el otro bando lo afecta incluso cuando él no querría que lo afectara. De este modo, no acaba de entender nuestra postura ante la guerra civil».26
Pero las cosas son como son. Fèlix Millet i Maristany estaba en aquel momento bien visto por el régimen.27 Incluso se había entrevistado hasta tres veces con Franco. «Cuentan que el dictador lo llamaba “el catalán”.»28
Jugaba a todas las cartas de la baraja, como luego haría su hijo con todo el arco parlamentario y como ya había hecho su padre Joan Millet Pagès, «que a pesar de ser una personalidad de consenso dentro del catalanismo, era partidario de la vía posibilista; prueba de ello fue su incorporación a la Lliga Regionalista».29
Poseía esa extraña dualidad, esa capacidad para estar en los dos lados de la contienda; era esa vocación de tender puentes entre las dos orillas por más alejadas que estuvieran. Ese posibilismo gradualista se prodigó poco, quizá sólo se repetiría en Jaume Vicens Vives, quien intentaría algo parecido. Y ya con un nivel mucho más limitado, Manuel Ortínez. Pere Duran i Farell bordearía el ridículo.
Millet, un ecléctico, era tan capaz de escribirle a Tarradellas en el exilio dándole el pésame por la muerte de su padre como de recibir una solicitud de ayuda del gobernador civil de la provincia, nada menos que de Felipe Acedo Colunga, para que colaborase durante la campaña de Navidad en «un reparto extraordinario de donativos en metálico y en especies entregados en los hogares más humildes de personas necesitadas». Podía ayudar a la familia de Miquel Roca a su regreso del exilio y recibir la bendición personal de Escrivá de Balaguer. Prestarle ciento cincuenta mil pesetas de aquella época al padre de Pasqual Maragall, víctima de una estafa, mientras que su socio Ferrer Salat se haría millonario. También podía cartearse con el ex líder de la Lliga Duran i Ventosa, que se había pasado al bando franquista, o con Ventura Gassol y Sebastià Gasch, que estaban en el exilio. Hasta podía tratar con dos de los representantes del más rancio catolicismo como Herrera Oria, obispo de Málaga, o con Modrego, obispo de Barcelona, o con el ministro de Comercio de Franco, Alberto Ullastres, como «queridísimo amigo». Podía recibir una carta del ya ministro de Gobernación Camilo Alonso Vega, agradeciéndole «su afectuosa felicitación» por el nombramiento de este como ministro, a quien Millet habría nombrado consejero del Banco Popular y el mismo que cerraría Òmnium Cultural, entidad catalanista que Fèlix Millet i Maristany había creado junto con próceres de la sociedad catalana. O que Ramón Guardans le solicitara su intercesión para dilucidar el traslado de un policía.
Podía exponerle al general Muñoz Grandes, nada menos que vicepresidente del gobierno de Franco, el problema de la lengua catalana —irresoluble, según el militar— o encargarle una historia del Orfeó al falangista García Venero, autor del descalificador eslogan de «rojo separatista».30 Era una caja de sorpresas, imprevisible.
Para Fèlix Millet i Maristany no había contradicción alguna en todo ello. No era sólo un posibilista que trataba de aprovechar los resquicios que permitía la dictadura franquista, ni siquiera fue un simple colaboracionista —que también—, ni un renegado como alguno de sus primos.
«[…] Ferran/Fernando Valls Taberner, a quien el gobernador civil no ocultaba su admiración como abanderado de «“los verdaderos catalanes”, que a la vez eran “buenos españoles” […]».31 Quien* 32 hizo tabla rasa de su pasado con el elocuente título de «La falsa ruta».33
La ejemplaridad de Fèlix Millet i Maristany es que era un verdadero franquista que compatibilizaba con su condición de catalanista o viceversa. No era el único, por supuesto, pero sí quizá el más auténtico y representativo. El cliché según el cual había entrado con los vencedores pero sintiéndose un vencido más no dejaba de ser una simple suposición.
Su situación personal quedaba definida cuando le escribía al general Muñoz Grandes para contarle sus problemas de conciencia:
Mi general, estoy convencido de que usted sabrá entender la lucha interior que tengo conmigo mismo para continuar esperando que se resuelva este problema interno de este pedazo de España que, por motivos absolutamente al margen de la propia voluntad de los que en él nacieron, tiene su lengua propia.
Es decir, que lo único que separaba a los catalanistas franquistas de los franquistas franquistas era la desgracia de tener una lengua propia.34
Otro de sus hijos definía perfectamente la situación: «Tenía la sensación —recuerda Xavier Millet i Tusell— de que venía [la policía] a efectuar el registro con la intención de no encontrar nada y poder decir, en cambio, que había estado. Iban para cumplir el expediente. Mi padre siempre estuvo muy vigilado, siempre estuvo bajo sospecha, pero siempre fue consentido».35 [La cursiva es del autor.]
Esa vigilancia no le impedía ser amigo del gobernador civil, Garicano Goñi (su hija Rosa Garicano trabajó durante más de veinte años en el Palau al lado de Fèlix Millet i Tusell). La amistad con Garicano Goñi permitió que se instalase la capilla ardiente de Fèlix Millet i Maristany en el mismo Palau. Su hijo recuerda esta relación y me cuenta:
Es el primer gobernador civil con el que se entendió. A su hija, Rosa Garicano, la he tenido trabajando en el Palau durante veintitantos años. Hay algo que recuerdo muy bien y tiene mucha gracia. Mi padre le escribió una carta —esas cartas las conserva mi hermano— diciéndole: «Haremos tal acto, cantaremos el cant de la senyera y yo pronunciaré el discurso en catalán. Le ruego que se dé por informado para que no haya problemas». Garicano le contestó por escrito, en castellano: «Amigo Millet, haga lo que usted crea conveniente, pero yo no estoy informado. Un abrazo».
Había una relación… La verdad es que Garicano era un hombre bastante flexible».36
Para un observador sagaz como Josep Pla, la actividad política de Fèlix Millet i Maristany era prácticamente insignificante y confusa. Le parecía un charlatán y poca cosa más. «[13 de enero de 1962] Millet, que, como los que tienen que dedicarse a la política, es detallista y anecdótico, produce, en sociedad, cierto tedio. A fuerza de contar tantas cosas, crea una evidente confusión».37
Era un tiovivo ideológico lanzado a toda velocidad. Para otro no menos sagaz observador, todo eran parabienes —eso sí, en la distancia— de la política catalana, llegando a afirmar «que consideraba a Vicens [Vives], junto a Fèlix Millet y al abad Escarré, uno de los grandes hombres políticos del momento». Años después declaraba que «la política catalana habría tenido un tono distinto si esos tres hombres vivieran hoy en día» Pero, claro, vivía él, Tarradellas, que era lo importante, sobre todo para él.38