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De la familia

¡Ah, la familia! ¡Qué gran cosa! No caben muchas dudas al respecto sobre su importancia; pero en Cataluña posee un valor añadido. Es una pieza fundamental de la arquitectura social. Es la verdadera clave de bóveda. En arquitectura, es la dovela central de un arco o una cúpula. Sus caras, cortadas en ángulo, transmiten parte de las tensiones, equilibrándolas. En la catedral de Barcelona, une los arcos de crucería de dos metros y la nave principal de cinco toneladas. Si se prescindiera de ella, se desmoronaría. Igual sucedería con Cataluña si la familia dejara de desempeñar su papel.

La patria incluso se confunde con la familia. El catalanismo político subrayó desde el siglo XIX que «la representación de Cataluña como familia afirmaba su unidad nacional ante el Estado central».1

En el mejor de los casos, es una simple extensión de la misma: «Cataluña está en medio. Entre la familia grande y la nación pequeña».2

Es un elemento nuclear, como la definió Torras i Bages, el de «Cataluña será cristiana o no será». Para el emérito prelado, «la familia es la sustancia y base de la organización social».3

La familia y la sociedad son como dos vasos comunicantes. Quizá por eso, como declaró un industrial anónimo, «lo que ha pasado en el Palau es un fiel reflejo de cómo se hacen los consejos de administración en las empresas familiares. Se reúnen sin ninguna formalidad, no hay preguntas molestas y todo queda en compadreo».4 La misma Barcelona, a pesar de su supuesto cosmopolitismo, no ha pasado de ser una simple «sociedad de familias».5 Habían querido trazar un verdadero cordón sanitario, delimitar los actos delictivos a Millet y como mucho a Montull, su fiel hombre de confianza o su «chico para todo», y exonerar a las respectivas familias. En su carta al juez aseguraban que «nuestras esposas e hijas no sabían absolutamente nada, se limitaban a seguir nuestras instrucciones».6

Algunos conspicuos analistas coincidían: «El resto de la familia no tiene la menor culpa. Al parecer, ni en su casa sospechaban nada. El oprobio era, pues, individual, no familiar».7 Pero pronto les atraparía como en las arenas movedizas, ya que tanto la esposa de Millet como la de Montull, así como la hija de este, Gemma Montull, aparecerían imputadas en las presuntas actividades delictivas que presentaban un marcado carácter familiar. Todo quedaba en familia. Mejor dicho, en la familia.

Se cumplía fielmente con lo establecido: «El simbólico capital social que poseía la mujer cimentaba la fuerza del grupo dentro del que actuaban los hombres».8

La familia Millet creía a pies juntillas que el Palau era su casa y podía ser utilizado en su propio beneficio sin tener que dar ningún tipo de explicación. Gemma Montull comentaba:

A mí me llamaba el señor Millet, la señora Millet, Clara Millet, Laila Millet. Todos los Millet me llamaban a casa, lo mismo daba que fuera sábado o las nueve de la noche. «Gemma…» «Hola, Laila, ¿qué tal?» «Mira, Gemma, es que quiero comprarme un coche y como ahora voy fatal de pelas tengo que pedir un préstamo.» ¡Será desgraciada! «Por favor, ¿puedes mirarme qué banco tiene las mejores condiciones y esas cosas?» «Sí, Laila, enseguida te lo miro.» Llegaba el lunes y mientras estaba trabajando en el Palau tenía que mirarle las condiciones del préstamo. Entretanto, el señor Millet decía: «Gemma, que te llamará mi mujer porque hay no sé qué inversiones que deberías buscarle…». «Gemma, ¿te ha dicho mi marido que…» «Sí, señora Millet, ahora lo miro.» Y Clara: «Es que voy a alquilar un piso y necesito ahora mismo un aval para…». «Ostras, Clara, es que ahora mismo no puede ser.» ¡Para ahora mismo! «Bueno es que entonces no podré…» «Gemma, acaba de llamarme Clara y me ha dicho que no puedes. ¿Cómo es que no puedes conseguirlo?» «Sí, señor Millet, ahora se lo consigo.» Y conseguir un aval «para ahora mismo» no era cosa del Palau, sino que era de la familia.9

No es de extrañar, pues, la férrea oposición dentro del Palau a la caída del antiguo régimen y a la imposición de otro (desconocido) y supuesto nuevo orden de cosas.

Al llegar al Palau, los auditores asistieron a una obra de nepotismo coral: la entidad estaba tomada por familiares y fieles al tándem Millet-Montull. Algunos trabajadores ni siquiera les dirigían la palabra a los recién llegados. La resistencia de los clanes familiares a abandonar la institución fue numantina.10

El Palau era, ante todo, una verdadera familia catalana…, por supuesto.

Cataluña es sobre cualquier otra cosa un patriarcado: «El sistema patriarcal, asentado en la base de los principios de autoridad y sucesión, es, todavía hoy, uno de los aspectos más sorprendentes de la familia de la élite urbana barcelonesa».11

La figura del padre es determinante. Hay una anécdota reveladora del estado de la cuestión: «Un administrador gerente criticaba la actuación de los hijos de una firma textil muy conocida: “El primer día que estos hijos tomaron una decisión fue el día en que sacaron a su padre fuera de la fábrica, muerto”».12

Los Millet parecen la réplica catalana de los Los Buddenbrook, los protagonistas de la novela de Thomas Mann en la que se recogen las peripecias durante cuatro generaciones de una familia alemana, cuya meta es el éxito y la difusión de la cultura.

Millet reconoce que «todavía me emociono cuando recuerdo a mi padre. Ya le he dicho que me habría gustado que mi padre hubiera podido ver cómo ha sido mi presidencia al frente del Orfeó Català. […] La familia es muy importante. Sí, sin ese entorno favorable, seguramente yo no habría podido hacer nada de lo que he hecho».13 A pesar de ello, su progenitor era un desconocido para él: «No lo veía casi nunca. Estaba en Madrid, por asuntos del banco. Los fines de semana se iba a l’Ametlla, y yo, en invierno, si podía evitarlo, en lugar de ir a l’Ametlla prefería quedarme en Barcelona. A mi padre lo tengo como alguien un poco lejano. Conozco muchas cosas de él, pero por libros que he leído».14

Ello no impidió que quisiera emularlo. Por ejemplo, Fèlix Millet prescindió de su segundo nombre, Maria. «De repente, decidió que no le interesaba el “Maria” porque de ese modo se parecía más a su padre. No hablaba demasiado de su padre.»15

Los hermanos desmenuzan cualquier intento de elaborar unas «vidas paralelas».

Mi padre y él no podían ser más distintos, y los hermanos también. No somos así. Cuando cumplía años, le compraban caramelos para que los repartiese entre sus compañeros del colegio y celebrara su aniversario. En lugar de llevárselos al colegio, venía a nuestra habitación con los caramelos y nos los vendía, y cuando ya nos los había vendido se ponía a llorar y decía: «¡Mañana no podré llevar caramelos al colegio, devolvédmelos!». Yo le decía: «Devuélveme el dinero y te los doy». «¡Nooo!», contestaba. Joan, que era el mayor, se los daba, y yo le decía: «Tú eres tonto, ¿no ves que te está tomando el pelo? No le devuelvas los caramelos si no te da antes el dinero». Yo no se los devolvía nunca. Ya montaba numeritos así por aquel entonces.16

Su hermano mayor, Joan, que fue consejero de Banca Catalana y presidió la empresa de seguros Chasyr 1879, estuvo en busca y captura por aquel asunto. Su otro hermano, Xavier, se educó en diferentes colegios de España y fue candidato a la alcaldía de Barcelona por CiU en 1979, cuando la coalición consiguió menos concejales que nunca en unos comicios municipales de la ciudad condal.

En el ámbito de los seguros, Xavier entabló amistad con Raimon Carrasco, hijo de Carrasco i Formiguera. De hecho, ya se conocían porque habían sido vecinos en la calle Copèrnic antes de la guerra. Participó en la creación del Círculo de Economía y estableció vínculos con la Cámara de Comercio cuando estuvo presidida por Andreu Ribera Rovira; asimismo fue vicepresidente de la junta directiva del Fútbol Club Barcelona cuando la presidía el cotoner («industrial del algodón») Agustí Montal, junto con Raimon Carrasco.17

Una de sus hermanas, Montserrat Millet, Pat, estuvo casada con Pedro Baret. La boda se celebró sin consentimiento de la familia Millet —ella era ocho años mayor que él—; las relaciones entre ambas familias nunca fueron cordiales y terminaron enfriándose cuando Pedro Baret perdió parte de la herencia de Montserrat en una operación financiera.18 Montserrat acabó separándose de Pedro Baret, quien en 1979 fue acusado de una tentativa de estafa de 14,7 millones de pesetas con un talón librado por su mujer. El desenlace no fue menos insólito: la madre de Pedro Baret se presentó en la sucursal bancaria para comerse el talón bancario, con grapa incluida, en un descuido del director de la sucursal.19 La separación fue un espectáculo de opereta, con un Baret amenazando a Montserrat con la pistola y luego con el suicidio. La trifulca se completó con un tubo de Optalidón y tragos de whisky en la casa de Sant Pere de Ribes (Barcelona). Una vez separados, Pat, es decir, Montserrat Millet, quiso recuperar sus joyas y pertenencias; pero cuando llamó a la puerta de la casa, se encontró con la madre de Baret blandiendo una espumadera de aluminio e impidiéndole el paso.20

A pesar de que, tras el registro del Palau, los hermanos quisieron mostrar su distanciamiento con nuestro Millet, como si de un apestado se tratara, como si la historia viniera de antiguo y lo supiesen todo sobre el personaje —hasta el punto de que su hermano Xavier llegaría a afirmar en el programa 30 minuts de TV3 que «cuando oía lo de todos esos premios y honores que le habían concedido y las medallas de Sant Jordi, pensaba: “Bueno, se están volviendo locos”»—, a pesar de ello, pues, lo cierto es que según otros testimonios:

Con sus hermanos no, pero con sus hermanas sí que ha tenido gestos. Cuando tenían problemas, él las ayudaba. No todos los hermanos han apreciado a Fèlix. También viví cuando él trabajaba en la mutua, en la compañía de seguros Chasyr, y los hermanos se lo quitaron de encima de mala manera, sí, de muy mala manera. Recuerdo que lo comentó y que estaba un poco… Se creía un dios, y el trato que la familia le dispensaba… Puede que por eso hiciera lo que hizo, como si fuera una especie de demostración».21

Para aderezarlo aún más, en las agendas de Millet constan diversos contactos con sus hermanos. El sábado 2 de junio del 2007 figura anotada una barbacoa en casa de su hermana Pat, es decir, Montserrat. El 12 de junio del año siguiente se apunta una cita en el restaurante Mas Solà de Riudarenes. Y el texto señala: «casa Xavier». El 5 de septiembre vuelve a repetirse el encuentro en la casa de Pat y el escueto texto reseña: «hermanos». El 22 de enero de 2009 hay un encuentro en la casa de Marta, en Sant Cugat, refiriéndose el texto a «comida hermanos» e incluso el 11 de marzo de 2009 se apunta a una reunión entre Fèlix Millet, Xavier Millet y A. Montal. Por otra parte, consta la dirección y el teléfono de Xavier Millet, lo cual no parece concordar con la imagen que se pretende ofrecer de un antiguo y persistente enfrentamiento.

La presidencia del Orfeó sería la culminación de un laborioso proceso; parecía predestinado para alcanzarla: «Se podría decir que yo llevaba el Orfeó Català impreso en mi código genético. Para empezar, mi rama de los Millet procede de la misma del fundador, el maestro Lluís Millet, que era hermano de mi abuelo. Después mi abuelo fue el segundo presidente de la entidad, y mi padre el séptimo. Dos más y llego yo, que soy el noveno. Para mí, el Orfeó era como un miembro más de la familia».22

También para su propio padre significaría retomar la historia cuando alcanzó la presidencia del Orfeó Català, en enero de 1951. Según su gran amigo Maurici Serrahima: «Ha sido una gran satisfacción para él, en buena medida porque se ve como el continuador de su padre, que fue el primer presidente del Orfeó. Todo lo que suponga continuar con lo que hacía su padre lo ilusiona».23

El dicho reza: «El Masnou: barcas, piratas y contrabando».24

La historia previa, la protohistoria, sería más o menos esta. El que sería el maestro Millet nació el 18 de abril de 1867 en el Masnou. A mediados del siglo XVII había aparecido por aquellos pagos un gascón denominado Joan Millet de Fita, procedente de la Alta Garona. Un descendiente de este, Salvador Millet, que «se dedicaba al transporte de mercaderías con un barco llamado La Araucana,* y hacía la ruta de las Américas, tuvo siete hijos. Dos fueron marineros y dos se dedicaron al negocio textil. Entre ellos estaba Joan Millet, abuelo del señor Fèlix Millet. Dos murieron en la infancia y el otro en la adolescencia. El tercero era Lluís Millet, que quiso ser músico».25

Fuente: elaboración propia.

Posteriormente, la familia se trasladó a Barcelona a causa de la tercera guerra carlista (1872-1875).26

A Lluís Millet i Pagés, compositor y director, se le puede considerar el primer bastión de la saga de músicos y fundador del Orfeó junto con su buen amigo Amadeu Vives. Ellos fueron quienes lo trajeron al mundo en 1891 «en un humilde pisito de la calle Lladó, donde tenía su sede el Foment Catalanista».27 La rama de Lluís Millet i Pagés (en adelante maestro Millet) se dedicó a dirigir la masa coral. Su hijo, Lluís Maria Millet i Millet, asumió la dirección en 1946, año en que se permitió reiniciar las actividades del Orfeó tras la guerra civil. El hijo de este, Lluís Maria Millet Loras, fue desde 1977 adjunto a la dirección del Orfeó y, a partir de 1977 y hasta 1981, su director efectivo.

La otra rama de la familia, la rama de Joan Millet i Pagés, hermano del fundador, y el que sería abuelo de Fèlix Millet, presidió la sociedad que se constituyó con el nombre de Orfeó Català. Joan Millet i Pages ocupó el cargo desde 1893 hasta 1902; dejó el puesto por motivos de salud y por el desgaste personal e institucional sufrido; entonces asumió la presidencia Joaquim Cabot i Rovira, verdadero impulsor de la construcción del edificio del Palau. «Un proyecto que parecía totalmente imposible hasta que Joaquim Cabot se puso manos a la obra, dando como resultado la construcción del Palau de la Música Catalana.»28

Los últimos años de la presidencia de Joan Millet estuvieron marcados por el cuestionamiento de su actuación, que algunos consideraban demasiado autoritaria, si bien antes de los conflictos entre una y otra rama del catalanismo, todos los socios apoyaban la misma actuación. Este desgaste personal e institucional lo llevó a dejar la presidencia en manos de Joaquim Cabot i Rovira.29

Su hijo, Fèlix Millet i Maristany, prohombre sobre el cual volveré más adelante, presidió el Orfeó desde 1951 hasta su fallecimiento en 1967. En 1978, el cargo sería ocupado de nuevo por un Millet, en esta ocasión por nuestro hombre: Fèlix Millet i Tusell, que a su vez colocaría estratégicamente a su hija Clara para que dirigiera las relaciones internacionales del Palau. Era indiscutible que Millet pretendía que su sucesión quedara en la familia. Clara Millet, la niñita de sus ojos, era sin duda su candidata preferida.

El Orfeó era una familia, una familia de corte tradicional que llegaba prácticamente intacta en su formulación hasta nuestros días, a pesar de los cambios sociales acaecidos desde su creación.

El Orfeó era un lugar de encuentro de los primeros cantaires, que vivían cerca del Palau y entonces se veían prácticamente cada día entre ellos; se producían matrimonios, era como un club, era una distracción para la gente joven, era un núcleo de encuentro. De hecho, sigue pasando.30

Un ex cantaire lo narraba así:

Cuando entré en el Orfeó, encontré un ambiente que creía desaparecido para siempre. Encontré un ambiente familiar que era envidiable. […] Había muchos valores familiares que estaban un poco en vías de desaparición, pero que allí todavía perduraban.31

Ese anacronismo, ese vivir fuera del tiempo y del mundo real, llevaba a la creación de un auténtica burbuja que propiciaba la endogamia, y de hecho eran y son frecuentes los matrimonios entre los miembros del coro. El propio Millet señalaba que así se retroalimentaba el sentimiento de pertenencia a una familia.

Hay innumerables testimonios de esta sensibilidad, entendida no sólo como un rasgo fundamental de la entidad, diferenciadora de otras entidades, sino como una de sus imprescindibles bases ideológicas, una de sus columnas vertebrales.

«Cuando se dice “la gran familia del Orfeó”, no se pronuncia una frase vacua. En el Orfeó y entre los orfeonistas existen y palpitan las virtudes que exornan el hogar cristiano: amor, temor, tradición y humano y noble sentido de lo jerárquico.»32

Para el que fue su presidente durante la posguerra, Joaquim Renart, en la década de 1920 el Orfeó era una «una verdadera familia».33

En ocasiones incluso se presenta con un aspecto antropomórfico como un «[…] ser vivo que fecunda las entrañas de nuestra amada patria […] un ser vivo […]».34 Esta idea del Orfeó como hijo es formulada retóricamente por el propio maestro: «En el período de gestación de nuestra corporación ya fantaseábamos con cosas hermosas para ella, como una madre vidente que ya ve grande y hermoso al hijo que lleva en las entrañas.»35

Al fin y al cabo, el maestro Millet ejercía al mismo tiempo de madre y de padre, y solía concluir los ensayos ordenando taxativamente a los cantaires que se abrochasen bien los abrigos antes de salir a la calle y se fueran directos a la cama.36 Era un déspota que ejercía su autoridad absoluta envuelta en un paternalismo sobre sus supuestos hijos, los miembros de los coros. «Las formulaciones de su pensamiento se corresponden con una actitud paternalista a menudo retrógrada.»37

Desde el primer momento tuvo presente la idea de organizar el Orfeó como una familia con sus coros infantiles, juveniles…38 To d o s eran hermanos. «A la mesa se cuentan los hijos del padre de familia: nuestro padre, que es el santo amor a Cataluña.»39

Una excursión del Orfeó a Mallorca narraba la travesía en barco, en la que el propio maestro mostraba su peculiar concepto de la familia:

Entrada la noche, todo el mundo se fue a su sitio con el buen orden que, gracias a Dios, siempre ha reinado en todas nuestras excursiones: las chicas, con sus madres, a los camarotes de primera, que tampoco eran especialmente amplios; y los chicos, a los de segunda, acompañados por algunos hombres para vigilarlos. Los hombres de la bodega no estaban demasiado cómodos y algunos preferían velar la luna.40

Muchos años después, el fantasma del maestro aún seguía rondando por el Palau como un espectro. Un político catalán no puede dejar de sonreír cuando piensa que al asistir en su juventud a un concierto de Joan Manuel Serrat en compañía de una amiga, tuvo la ocurrencia de pasar la mano por el respaldo de su acompañante sin siquiera rozarla; «de inmediato apareció un acomodador, que le recriminó su actitud diciéndole severamente: “Joven, esto no es el Paralelo”».