7

Las etapas no resueltas

Cuando mi hija Marcia tenía 12 años era verdaderamente difícil para mí aceptarla; si bien es una edad en la que es complicado lidiar con los jóvenes en su plena transformación física y psicológica, lo mío era aún más complicado, pues había muchos aspectos de ella que realmente me desagradaban: su forma de hablar, de gesticular, sus rabietas de púber, su apariencia física, sus cambios de humor; ¡todo me recordaba a mí cuando tenía esa edad!

Estos sentimientos hacia mi hija eran muy nuevos para mí, aparecieron de pronto y me dolía reconocer que los sentía; me preguntaba dónde se había ido aquella muchachita que tanto me gustaba antes.

Esa adorable muchachita seguía ahí, pero yo no podía verla; había un enorme muro que me obstaculizaba: mi propia pubertad con todos los conflictos no resueltos que dejé en ella. Una etapa en la que viví un gran rechazo hacia mí misma y por parte de personas significativas para mí: nada de mí me gustaba, mis necesidades emocionales eran inmensas y no encontraba caminos para satisfacerlas. Pasaron los años, crecí, dejé la pubertad y la vida siguió su marcha, dejando abierto ese enorme hueco.

Así pues, cuando mi hija llegó a esa edad todo aquel rechazo y desagrado que yo sentí por mí misma lo proyecté en ella, de tal forma que cada vez que la veía me veía a mí, se activaban en mi cuerpo y en mi psique todos aquellos sentimientos de autorrechazo.

Me di cuenta además de que cualquier joven de esa edad me provocaba de inmediato desagrado y si encontraba por la calle grupitos de muchachos me resultaba en verdad molesto.

Toda esta dinámica era mía, mi propia proyección. Hacerme consciente de esto fue muy importante: me di a la tarea de trabajar con esa etapa de mi vida, con mi púber interior que seguía latiendo en mí, que pedía ser sanada, que seguía necesitando amor y aceptación, ¿y quién mejor podría darle todo eso sino yo misma? Resultado: al sanar a mi púber interior poco a poco volví a sentirme en paz con mi amada hija.

Recuerdo una mujer que vino a verme. Había sufrido abuso sexual a los 5 años por parte de su padrastro. Entró en una profunda depresión cuando su hija llegó precisamente a esa edad; sin motivo aparente, lloraba durante horas y atender a su niña le significaba un enorme esfuerzo. Evitaba en la medida de lo posible hablar o interactuar con la pequeña y siempre que podía la enviaba a casa de los abuelos.

Tener enfrente a su hija de 5 años le removía todas aquellas heridas sin sanar que llevaba dentro. Su propia niña interior imploraba ayuda y curación de todo aquel dolor, miedo y vergüenza. Fue necesario trabajar en profundidad sobre esa etapa de su vida y los terribles acontecimientos que vivió, para que pudiera sanar las viejas heridas y sentirse de nuevo emocional y físicamente conectada con su hija.

En cada etapa del desarrollo de nuestros propios hijos, se advierten nuestras propias necesidades no satisfechas de desarrollo infantil. A menudo, el resultado es una desastrosa actuación como padre. […] Cuando los sentimientos se reprimen, especialmente la ira y el dolor, ese pequeño se convertirá físicamente en un adulto, pero en su interior permanecerá ese niño airado y herido. Ese niño interno contaminará espontáneamente la conducta de la persona adulta.*

Afortunadamente podemos hacer algo al respecto: curar a nuestro niño interior herido. Una de las hermosas ventajas de ser adulto es que ya no dependeremos de nadie que nos proporcione los medios para sanarnos; los podemos buscar nosotros mismos y existen alternativas realmente efectivas, como la psicoterapia o maravillosos libros que te llevan de la mano en este proceso que bien vale la pena iniciar.*

Recuperar a su niño interior implica retroceder a sus etapas de desarrollo y concluir los asuntos pendientes.**

Nuestros hijos pueden ser verdaderos maestros si estamos dispuestos a reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que nos sucede con ellos o a través de ellos, que son nuestro espejo.