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Pocas cosas hay como el hallazgo de un tesoro para inflamar la curiosidad, el interés o la codicia. Años atrás, la policía descubrió millones de dólares en billetes bancarios en la mansión de un chino avecindado en México. El atisbo a esa fortuna, joyas, posesiones, entraña una historia alucinante de ambición y violencia, e implica a diversos personajes de la vida pública.
El poder, el secreto, el crimen y el delirio construyen una desmesura que linda lo increíble. Un efecto depredador capaz de traspasar las fronteras, erosionar la ley y surtir la incertidumbre, donde el dinero ofrece las claves para desplazarse, ganar y perder en el juego del mundo actual.
El oro verde y su fe inscrita en los dólares.
Un paisaje de época.
Por datos de la agencia estadounidense contra las drogas (DEA), derivados del programa de espionaje PRISM, las autoridades mexicanas recibieron una voz de alerta sobre un sujeto de nombre Zhenli Ye Gon (ZYG) a la mitad de la primera década del siglo XXI.
Entre los miles de chinos migrantes a México a finales del siglo XX, Ye Gon vino de Hong Kong a la Ciudad de México en 1994 y se instaló en el barrio chino del Centro Histórico, donde una comunidad oriental está asentada allí desde más de medio siglo atrás.
El migrante, nacido en Shanghai en 1963 y que se naturalizó mexicano en 2002, había establecido un convenio a distancia para contraer matrimonio con una joven de aquel barrio, cuya familia mantenía —y mantiene hasta la fecha— el restaurante Hong King, uno de los establecimientos tradicionales de comida china del Centro en la calle de Dolores número 25.
Ella conoció y aprobó el acuerdo matrimonial entre los padres de ambos a partir de una fotografía del que sería su consorte: un joven de mirada aguda, nariz y boca breve, labios finos, tez clara.
Los documentos migratorios de Ye Gon, cuyo padre se llama Yulin Ye y su madre Guiyu Gon, apuntarían que aparte del idioma de origen habla español e inglés, carece de religión y posee una escolaridad máxima de técnico farmacéutico.
Su media filiación detalló 1.75 metros de estatura, complexión física mediana, tez morena clara, pelo negro, frente amplia, cejas pobladas, ojos cafés, nariz cóncava, boca mediana, mentón oval, y se presentaba sin bigote, barba ni señas particulares. Un chino discreto.
La Shanghai en la que creció Ye Gon guardaba la memoria de la vieja ciudad más occidentalizada de China durante la primera parte del siglo XX, que había devenido en una urbe poblada de inmigrantes en busca de trabajo a lo largo de la posguerra.
Un punto de desarrollo industrial y comercial de gran escala, donde industrias como la fabricación del hierro y el acero, o la farmacéutica, la química o la de productos eléctricos o automotrices se habían vuelto preponderantes, al mismo tiempo símbolos de una modernidad en ascenso.
De padres a hijos, los descendientes de aquellos shanghailanders contaban historias sobre el antiguo relumbre de la cultura yangjingbang, la mixtura de hábitos, hablas, modas de extranjeros ingleses o franceses en coexistencia con las tradiciones chinas, el eco de cuando Shanghai fue la París de Oriente, el cosmopolitismo de lujo, los casinos para derrochar el dinero, los prostíbulos o sus placeres refinados entre humos de opio. Figuras de exotismo retratadas en el cine y la literatura occidentales en busca de comprender la diferencia cultural. El filósofo Pascal anticipó siglos atrás: China se presenta oscura, pero puede hallarse su claridad, hay que buscarla.
Al viajar a la capital mexicana, aquel joven de 31 años se incorporaría a una comunidad trabajadora y carente de semejante esplendor en una ciudad más gigantesca aún, si bien llena de oportunidades para quien, como él, supiera conducir sus ambiciones bajo un proverbio chino: cuando el dinero habla, la verdad calla.
Tomoiyi Marx Yu, nacida en la Ciudad de México en 1966, y Zhenli Ye Gong contrajeron matrimonio en 1995. Ella sería socia en diversas empresas familiares dedicadas a la importación y exportación, así como al ramo inmobiliario-constructor.
En una década, las empresas de Ye Gon prosperaron tanto, que la DEA y otras agencias de inteligencia estadounidenses rastrearon envíos enormes a México de sustancias químicas dignas de sospecha, procedentes de China y la India, y que podían utilizarse para la elaboración de drogas sintéticas.
Zhenli Ye Gon comenzó a ser conocido por los agentes de investigación como Mister Lee, a quien en un principio dejaron en libertad para indagar sus actividades. En 2005, la policía federal de México incautó en el puerto de Manzanillo, Colima, un cargamento de 3.5 toneladas de sustancias sospechosas que venían en cajas de ventiladores eléctricos.
Los agentes estadounidenses la denominaron “conexión china”: el enlace entre Asia vía el Océano Pacífico de las tríadas (u organizaciones criminales) chinas en el continente americano. Estos grupos de tres personas se articulan y relacionan en forma jerárquica con otros grupos similares a través de uno solo de sus integrantes, lo que aísla a los demás respecto de la organización entera, y dificulta el conocimiento de la jerarquía que hay de por medio. Un misterio sellado por un pacto vitalicio de sangre.
La DEA llevaba tiempo rastreando dicha pista, que implicaba a funcionarios, militares y policías corruptos de México. Mister Lee seguiría bajo vigilancia policial.
Un año más tarde, la fiscalía mexicana incautó otro cargamento para Mister Lee de 19 toneladas de sustancias sospechosas, esta vez en el puerto de Lázaro Cárdenas, Michoacán: desde seis meses atrás, las autoridades mexicanas habían emprendido la Operación Dragón contra Mister Lee.
La fiscalía, a cargo de José Luis Santiago Vasconcelos, subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales, revisó la bitácora de viaje del barco que trajo el contenedor sospechoso y advirtió que, al recalar en Long Beach, California, antes de llegar a las costas de Michoacán, fue soslayado por las autoridades respectivas, a pesar de la vigilancia de la DEA y de que la operación sobre Mister Lee se había discutido ya con funcionarios de inteligencia de China, y en China, con la presencia de agentes estadounidenses (la llamaron también Operación Gripe Azteca u Operación Remedio Gripal).
El aparente descuido se atribuyó a la estrategia de la pesquisa: los estadounidenses querían desmantelar la red completa en México. La principal sustancia sospechosa era la efedrina, de uso farmacéutico legal, que puede emplearse también como materia prima para elaborar estimulantes prohibidos, por ejemplo, cristal, hielo o vidrio, de cariz adictivo que se fuma, inhala, ingiere o inyecta.
A mediados de octubre de 2006, el empresario farmacéutico chino-mexicano reunió a sus empleados y les informó que se ausentaría del país, y detalló los motivos. Un día antes, cuatro sujetos vestidos de traje y corbata con chaleco antibalas sobrepuesto, que decía al frente Agencia Federal de Investigaciones (AFI), lo secuestraron al salir de su casa de Sierra Madre número 515.
Viajaban en una camioneta Ford Lobo color rojo y le pidieron que abriera la puerta de su coche con el fin de que dos de ellos lo abordaran. Los sujetos mostraron una orden de localización y presentación de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) —que en 2012 cambió a Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO)—.
El asunto de por medio era —afirmaron— un envío de contenedores a su nombre recibido en Manzanillo. Le pidieron dinero a cambio de dejarlo libre, a lo cual accedió. Lo abandonaron en el crucero de las avenidas Reforma y Constituyentes con la siguiente amenaza: tenía que irse del país por lo menos durante un mes.
Su contadora cuestionó a Ye Gon: quizás aquellas personas sólo eran simples delincuentes. Él respondió que estaba seguro de que se trataba de agentes de la AFI, y que el oficio que le enseñaron se apreciaba auténtico. El acoso se mostraba flagrante.
Noventa días después del decomiso en Michoacán, la policía federal daría el gran golpe en la casa de Zhenli Ye Gon ubicada en Las Lomas de Chapultepec, en la Ciudad de México: 205 millones de dólares en fajos de billetes bancarios guardados en un compartimiento secreto en la planta alta del inmueble. La noticia dio la vuelta al planeta: una fantasía codiciosa nunca vista. Más de dos toneladas de billetes verdes de 100 dólares en papel de lino y algodón.
La fiscalía afirmó que el golpe provino de la amenaza de que el dinero saliera de México. Las autoridades agregaron que la acción se había basado en dos denuncias anónimas y una más ciudadana que, en realidad, constituían oficios generados por el propio organismo, como puede apreciarse en la orden de cateo correspondiente. Una maquinación burocrática. Durante el procedimiento, Mister Lee estuvo ausente; permaneció en Estados Unidos.
El inmueble, situado en la calle de Sierra Madre número 515, fue vendido a Mister Lee en 2003 por Germán Corona del Rosal, del Grupo Hidalgo, a cambio de 985 mil dólares. El Grupo Hidalgo junto con el Grupo Atlacomulco son las dos unidades políticas de alto nivel más influyentes de México.
La fiscalía sostenía que, en los estados de Sinaloa y Chihuahua, el principal distribuidor de efedrina era una persona de nombre Patricia Valdivia Caro (presunta sobrina del traficante de drogas Rafael Caro Quintero, precisó), a quien le ayudaba su pareja, Mario “N”, ex agente de la AFI. Asimismo, se acusaba a un Don Chava, de la ciudad michoacana de Uruapan, “principal distribuidor de efedrina en el estado de Michoacán y que pertenece a la banda del chino Chen Lee”. El empresario farmacéutico lucía como el gran proveedor de varios grupos criminales.
Al solicitar al juez una orden de cateo, justificaba ésta porque, en la casa de Sierra Madre número 515:
“Se encuentran personas armadas, narcóticos, precursores químicos, sustancias químicas, así como dinero en efectivo, armas, documentos que permitan la identificación de otros implicados, por lo que de lograr el aseguramiento de objetos, productos e instrumentos de delito contribuiría a lograr la comprobación de los ilícitos de DELINCUENCIA ORGANIZADA y CONTRA LA SALUD, que se persiguen dentro de la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/191/2006.”
El aseguramiento del dinero era prioritario.
La fiscalía especificaba:
“Se aprecia fundadamente que Zhenli Ye Gon ó Zhenli Ye, Tomoiyi Marx Yu y Hongjun Ye, propietarios de las empresas Unimed Pharm Chem México S. A. de C. V. y Unimed Pharmaceutical S. A. de C. V., Juan José Escandón Paz, Georgina Aguillon Ortiz, Juana Patricia Valdivia Caro, Carlos Guzmán Velazco, Juan José Farías Álvarez (A) ‘El Abuelo’, Salvador Revueltas Ureña (A) ‘Chava Lentes’ y otros a la fecha pendientes de ser identificados y localizados, entre otros.”
La fiscalía advertía que todos ellos:
“Actuando conjuntamente y de manera dolosa, forman parte de una organización delictiva de carácter trasnacional, dedicada a la introducción ilícita de precursores químicos y sus derivados como lo son Acetato de efedrina, Acetato de Pseudoefedrina, que introducen ilegalmente al país, declarándolos ante Aduanas como si fuera una sustancia diversa, en el caso específico como Hidroxi-Bencil-N-Metil-Acetanilida para el efecto de clasificarlas dentro de un arancel que no les corresponde y de esa forma evitar además exhibir el permiso de la Secretaría de Salud por tratarse de un psicotrópico.”
De acuerdo con la fiscalía, el caso era consistente.
En el decomiso de los 205 millones de dólares fue comisionado un equipo de seis agentes federales (líder, francotirador y cuatro guardias de asalto) que penetraron en la casa de Sierra Madre número 515, en el barrio de Las Lomas, el cual está conformado por grandes predios, mansiones amuralladas y calles serpenteantes. Dos equipos análogos se apostaron en las afueras del inmueble y en sus alrededores, además de personal de apoyo.
Los policías de la AFI imitaban el método operativo, de armas y tácticas especiales de las agencias estadounidenses. Los integrantes de un equipo debían tener una inteligencia por encima del promedio, ser de temperamento alerta e innovador, de mente estable y madura, ya que sus habilidades físicas formaban parte de un cuerpo con sus compañeros en situaciones en el límite de la vida y la muerte. Al menos, tal era la teoría.
Rubén Omar Ramírez Aguilar, quien coordinaba la operación como el séptimo hombre del equipo táctico, se mantenía en contacto directo por intercomunicación con el que fuera director de Investigación Policial, Luis Cárdenas Palomino, quien sería el lugarteniente de Genaro García Luna en diversos cargos a lo largo del mandato de este último en la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) entre 2006 y 2012.
Ambos fueron el enlace mexicano de la DEA en la investigación sobre el caso de Zhenli Ye Gon no sólo como funcionarios, sino como informantes confidenciales de la agencia estadounidense.
Cada integrante del equipo de asalto llevaba un rifle M16, radio, munición, casco, chaleco antibalas, etcétera. Desde el día 14 inició el cateo, y a temprana hora de la fecha del decomiso, las calles aledañas (Monte Himalaya y Monte Everest) fueron cerradas al tránsito de vehículos. El despliegue era excesivo pero necesario para la propaganda oficial, que sería extraordinaria: la servidumbre de la casa no representaba un peligro.
Los altos muros y la reja color verde a la calle resguardaban una construcción solitaria de dos niveles, equipada con cámaras de vigilancia y bajo un estilo neorrenacentista toscano con columnas, arcos, mármol y hierro forjado.
En la recámara principal del segundo piso, tras un falso muro de espejos, se acomodaban en anaqueles decenas de pacas con billetes bancarios envueltas en plástico transparente. Los agentes tardaron horas en extraer y transportar aquella fortuna.
El acta de la fiscalía describió así tal compartimiento:
“En el muro Poniente de dicha área se aprecia la pared de espejos, el ubicado en la parte central se abre y se aprecia una puerta de metal que al ser abierta conduce a un área de 1.5 por 2.0 metros aproximadamente, donde están varios archiveros y maletas conteniendo numerario del tipo dólares y nacional.”
Una escena de película de policías y ladrones.
La base operativa de Mister Lee era la empresa Unimed Pharm Chem, fundada en Hong Kong en 1996, y en México en 1997, en cuyos registros constaba la importación de 60 toneladas de sustancias sospechosas, y que consistía en una planta industrial en Toluca (construida por una empresa filial de nombre Constructora e Inmobiliaria Federal), cerca de la Ciudad de México, para procesar materiales químicos, además de un par de casas en Michoacán y Sinaloa.
Por instancias del gobierno de Estados Unidos, la fiscalía mexicana erguía un adversario mayúsculo de ramificaciones imprevistas.
Nacido el 31 de enero de 1963, el empresario farmacéutico es un conejo o liebre en el horóscopo chino: una persona proclive a las relaciones amorosas, emprendedora, sociable, callada, buena en los negocios y renuente a los riesgos. Para 2007, tal horóscopo indicaba al conejo o liebre el advenimiento de algún golpe de suerte. En realidad, Mister Lee enfrentaría el azar más adverso de su vida.
En su entorno doméstico, Zhenli Ye Gon se había comportado cada vez más distante. A partir de 2003, dejó de usar el Mercedes Benz que su suegro le había dado como regalo de bodas años atrás y comenzó a comprar diversos coches, trajes y relojes de lujo.
Sus empleados chismeaban sobre sus amantes, sobre todo una guapa china que vivía en California, y a quien, se rumoraba, su esposa y su suegra pusieron en evidencia al visitarla allá de improviso alguna vez. Mientras tanto, Tomoiyi Marx Yu había buscado apoyo en su asistente y chofer mexicano.
Ye Gon era conocido en las agencias de automóviles Mercedes Benz, buscaba modelos especiales o blindados y acostumbraba pagar con fajos de billetes de 100 dólares, que extraía de un portafolios de piel cargado por su chofer.
Sus hijos asistían al exclusivo Instituto Irlandés de religiosos católicos, cuyo lema es “Semper Altius” (Siempre más alto), y era cliente asiduo de las joyerías más renombradas, donde adquirió relojes Audemars Piguet, Chanel, Patek Philippe, Louis Vuitton, Roger Dubuis, Rolex, o bolígrafos Mont Blanc y numerosos anillos de oro blanco y amarillo con incrustaciones de piedras preciosas.
Y acopió tapetes, candelabros, lámparas, muebles tallados a mano. Asimismo, realizó viajes a Francia, Suiza, Alemania, Hong Kong y Hawái: se le oía decir que Estados Unidos era donde se daba la mejor vida, y llegó a inscribirse en México en un club de motociclistas de gente adinerada o famosa.
Se veía como un representante a la altura de sus socios mexicanos, chinos y estadounidenses en negocios globales. Rehacía su pasado para remodelar su futuro.
La prosperidad de Mister Lee —afirmó la fiscalía— había permitido extender al aeropuerto internacional de la capital mexicana la recepción de envíos de sustancias sospechosas (efedrina y clorhidrato de metanfetamina), que llegaban en maletas. El procedimiento era protegido por policías corruptos.
Mister Lee aparecía como gestor de los envíos de sustancias sospechosas que se tramitaron ante las autoridades aduaneras de México a nombre de su esposa Tomoiyi Marx Yu y de un socio: Hongjun Ye, residente en Shanghai, que jamás sería localizado por las autoridades. Una sombra en la casa de los espejos.
El 15 de marzo de 2007, después de que un juez autorizara el cateo a la mansión de Mister Lee, los agentes federales sólo esperaban hallar algunos millones de dólares y quizás algunas armas. La fortuna descubierta los deslumbró.
Para entonces, la fiscalía mexicana había desechado ya los nexos del empresario con las tríadas chinas. Se construía un caso aparte y a la medida de las circunstancias: la Interpol comenzaba a considerar a Ye Gon como el “Rey del tráfico ilegal de efedrina” en América, el cual realizaba mediante el recurso de declarar un contenido químico de la mercancía importada y traer otro, se dijo, sospechoso de uso ilícito.
El auge de la importación de efedrina había sido tan intenso que la oficina de salud pública realizó una pesquisa al respecto con el fin de indagar si tal sustancia tenía que ver con una alza de productos contra la gripe. La pista condujo al enigmático Mister Lee.
Desde 2002, la creciente producción de drogas sintéticas en territorio mexicano atrajo la atención de la DEA, cuando el consumo de ellas en Estados Unidos comenzó a desplazar a las drogas tradicionales.
Para 2006, el director regional de dicha agencia, David Gaddis, anunció un combate binacional contra tal plataforma atribuida a Mister Lee, que reconvertía a los cárteles mexicanos —antes especializados en el tráfico de mariguana, heroína y cocaína (las dos primeras, sembradas y procesadas en México, y la tercera, importada de Colombia en paso hacia Estados Unidos)— en productores de enervantes sintéticos, baratos y de fabricación accesible, incluso a nivel doméstico.
En Sinaloa, Jalisco y Michoacán, la policía llegó a desmantelar laboratorios muy productivos. El cártel de Sinaloa/ Pacífico y sus socios —se arguyó— eran los principales inversionistas en la nueva plataforma: Ismael el Mayo Zambada, Ignacio Coronel Villarreal y los hermanos Beltrán Leyva.
Era la víspera de la guerra contra el narcotráfico que emprenderían las autoridades mexicanas. Se avecinaba un horror que estragaría a todo el país.
Desde la comunidad de inteligencia nacional trascendieron al público dos versiones. La primera decía que Ye Gon tenía más dinero oculto; la segunda apuntaba algo muy inquietante: el dinero decomisado en la casa de Sierra Madre número 515 en realidad ascendía a 300 millones de dólares.
El gobierno estadounidense se había apropiado de 205 millones. La SSP y la PGR habían acordado quedarse con cerca de 50 millones de dólares. El resto fue repartido a discreción de la Presidencia de la República.
Nadie desmintió la especie en el gobierno.
En el libro apologético que Calderón Hinojosa escribió sobre su propio régimen, reconoce el episodio al consignar el “mayor aseguramiento de dinero en el mundo, por más de 205 millones de dólares”.
“Más”…: una palabra cambia todo en la vida. Es curioso el desliz freudiano, esa transacción entre la voluntad consciente del sujeto y el deseo inconsciente reprimido. O bien, como diría el axioma jurídico: a confesión de parte, relevo de pruebas.
La lección de la permisividad y la desmemoria.