INTRODUCCIÓN
CARMEN ARISTEGUI














Una verdad que se impuso

El caso Marcial Maciel ha vivido en los últimos meses de 2010 un giro que pudo y debió ser copernicano, pero no alcanzó a serlo. Cierto es que este año se ha desmoronado, y para siempre, el último asidero que quedaba para sostener que las acusaciones en contra del fundador de los Legionarios eran falsas o producto de la persecución. Pero también es cierto que no le alcanzó la fuerza a Benedicto XVI para llamar a cuentas a la estructura de poder y encubrimiento —que ya había reconocido de forma genérica—, creada dentro y fuera de la Legión. Marcial Maciel contó con la ayuda, la complacencia y la complicidad de muchos, lo que le permitió vivir a plenitud una existencia de lujos, riqueza, mentira, simulación y crimen, protegido por un enorme manto de impunidad del cual ahora nadie se hace cargo ni se responsabiliza. Momentos antes de iniciar la impresión de este libro —por lo tanto no es comentado por los entrevistados—, se dio a conocer el contenido de la carta enviada desde Roma por el representante papal Velasio de Paolis a los Legionarios de Cristo y miembros del Regnum Christi, con fecha 19 de octubre de 2010. Los pormenores —seguramente recibidos con alegría por la cúpula legionaria— son un mensaje tranquilizador para el statu quo creado por el fundador. Con esta misiva se disipó la idea de que el Vaticano intervendría para provocar cambios importantes en los ejes de existencia o funcionamiento de la organización, o incluso dar pasos para su desaparición. A tres meses de su nombramiento, De Paolis aclara en este documento que su figura no es la de interventor ni comisario, ni siquiera visitador. Se trata tan sólo de un delegado pontificio y, por lo tanto, no nada más reconoce, sino ratifica en sus puestos a los actuales superiores. Invita a quien tenga algún problema con los Legionarios a que acuda como primera instancia, precisamente, ante esa cúpula que acompañó, solapó e hizo posible a Marcial Maciel. Estaba ahí una de las principales interrogantes abiertas sobre lo que haría el Vaticano —uno de los motivos esenciales para realizar este libro— con la estructura de control y gobierno creada por Maciel. La institución vaticana la ha despejado. No desaparecen. No son destituidos. No son ni siquiera reconvenidos. Los herederos de Maciel y su estructura de gobierno han quedado ratificados y a salvo de ser llamados a cuentas. Cinco meses atrás, el Vaticano abrió importantes expectativas al publicar el informe sobre las visitas apostólicas a los Legionarios. Llamaba, por fin, a las cosas por su nombre. Calificó a Maciel como un hombre sin escrúpulos, autor de conductas delictivas y carente de un auténtico sentimiento religioso. Se antojaba, entonces, una intervención para desmontar ese sistema opresivo y de control, ideado por Maciel, desde el cual se abusó y victimizó a un número indeterminado de niños, jóvenes y personas a lo largo de varias décadas. Ahora se sabe: el Vaticano ha preferido sostener la maquinaria y declarar a Maciel como un criminal solitario. La Santa Sede se decidió por el “carpetazo”, tal y como lo dijo Alberto Athié ante la prensa, recién conocida la carta exculpatoria de De Paolis: “El tema de la justicia como responsabilidad institucional se cierra y no hay responsables en la congregación, lo cual contradice totalmente las denuncias de abusos, malos manejos de dinero [sobre el particular, en este libro están las escandalosas revelaciones del vicario Luis Garza Medina] corrupción y encubrimiento que llevó a la difamación sistemática de todas las víctimas que denunciaron haber sufrido abusos sexuales”. No se llegó al fondo de la cuestión. Se trataba de hacer una investigación seria sobre la relación que Maciel estableció con la Legión, no nada más en términos de complicidad, sino de las formas de instrumentación más diversas para encubrir delitos, manejar dinero, mentir, difamar a denunciantes, etcétera; conductas que, desde luego, no realizó solo Maciel.

Ahora se sabe: el Vaticano ha preferido sostener la maquinaria y declarar a Maciel como un criminal solitario. La Santa Sede se decidió por el ‘carpetazo’ […]”

El histórico comunicado del 1° de mayo de 2010 de Benedicto XVI —que significó la defenestración post mortem de Marcial Maciel— era trascendente no sólo porque reconocía las conductas execrables del fundador, sino porque aceptaba de cierta manera la existencia de una red de silencio y complicidad que lo protegía: “Los comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel, confirmados por testimonios incontestables, representan a veces auténticos delitos y revelan una vida carente de escrúpulos y de un verdadero sentimiento religioso. Dicha vida era desconocida por gran parte de los Legionarios, sobre todo por el sistema de relaciones construido por el padre Maciel que había sabido hábilmente crearse coartadas, ganarse la confianza, familiaridad y silencio de los que lo rodeaban y fortalecer su propio papel de fundador carismático”. En mayo, el Vaticano tocaba el asunto central de las complicidades y ahora abandona, sólo meses después, las responsabilidades de quienes participaron en ese contexto permisivo, negligente, cómplice y, ciertamente, criminal, que hizo que Maciel y sus conductas deleznables fueran posibles. Benedicto XVI terminó por caer en cuenta que una investigación seria sobre encubrimiento o complicidad lo haría topar con su propia figura y la de su antecesor, Juan Pablo II, quien resultó ser el más grande protector de Marcial Maciel.

Queda, sin embargo, la parte luminosa en todo esto. Después de años de denuncias, y en virtud de una situación ya crítica para la Iglesia, un tramo de verdad se impuso y con ella el triunfo del pequeño gran grupo de personas —varias de las cuales prestan su testimonio para este libro— quienes hasta el final sostuvieron una postura de denuncia. Algunas despliegan ahora, y de maneras diferentes, nuevas estrategias para buscar justicia y reparación. En la memoria quedará la firmeza moral del grupo de ex legionarios que decidieron emprender este camino, sabedores de tener casi todo en contra: José de Jesús Barba Martín, Alejandro Espinosa Alcalá, Félix Alarcón, Saúl Barrales, Arturo Jurado Guzmán, Fernando Pérez Olvera, José Antonio Pérez Olvera y Juan José Vaca Rodríguez. Figuras principales como Alberto Athié, sacerdote diocesano que llegó hasta las últimas consecuencias, renunciando incluso a su ministerio sacerdotal. Queda registrado también en la historia el sacerdote y abogado canonista Antonio Roqueñí, asesor legal y figura comprometida que presentó en la Sagrada Congregación de la Fe el caso de los ocho ex legionarios denunciantes en octubre de 1998. Y por supuesto debe rescatarse —como lo hace el acucioso investigador Fernando González, quien dio a conocer el dato— el honor de tres sacerdotes, dos mexicanos y un belga, quienes enviaron cartas a Roma en agosto de 1956, denunciando a Marcial Maciel por abuso sexual, toxicomanía y otras conductas. En aquella ocasión, el VII obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo; el arzobispo primado de México, Miguel Darío Miranda, y el monje benedictino Gregorio Lemercier, lograron en un mes, con sus tres denuncias, que el Vaticano actuara de forma expedita para suspender al superior de la Legión de Cristo. Después vino lo que se narra ampliamente en este libro. Fernando González también ha señalado en sus investigaciones, que no hay que olvidar en el recuento a dos miembros de la Compañía de Jesús, superiores de la Universidad de Comillas, que lo habían denunciado en 1948; entre otras cuestiones, sobre el tema de la erección canónica para su congregación, que pudo cristalizar al aportar dinero a una autoridad vaticana. Son éstas algunas de las personas, del puñado que lo hizo posible, que consiguieron finalmente el reconocimiento oficial de la Santa Sede sobre esta parte fundamental de la verdad, ya incontrovertible, del caso Maciel.

La conmoción provocada por los casos de Boston, Wisconsin y Arizona, en Estados Unidos, y de Irlanda, Malta, Alemania y Bélgica, entre otros, ha sacudido al mundo entero. El Vaticano se ha visto sujeto a la crítica de una prensa internacional exigente y poseedora de informaciones cuya difusión en los últimos meses ha tenido efectos devastadores. La jerarquía central y las jerarquías en los diferentes países han reaccionado de distintas maneras. Benedicto XVI ha reconocido como cierto lo sucedido, y eso está entre sus méritos. Ha pedido disculpas, ha solicitado perdón y ha dicho que lo exigible es también la justicia. Pero con el caso Maciel ha cerrado la puerta para ese tema. Ciertamente anunció la creación de una comisión para atender a quienes como víctimas tengan pretensiones. Se abre la puerta para otorgar algún tipo de compensación económica —que sería lo menos que podrían hacer por aquellos que incluso fueron difamados y que, en estricto orden, merecen de inmediato un resarcimiento por los daños sufridos a lo largo de sus vidas—, pero eso no resuelve un tema crucial para la justicia que es la identificación de responsabilidades de varios de quienes son ratificados y a quienes se les ha “renovado” la confianza del Vaticano. La Santa Sede parece también adelantarse ante algún tipo de convenio, judicial o extrajudicial, con aquellos que han acudido ya a los tribunales. Con el caso Maciel, y suponiendo que De Paolis efectivamente sólo escribe la voluntad del papa, Benedicto XVI habría claudicado de su propio discurso.

En la carta pastoral escrita a los cristianos de Irlanda este año, en su calidad de “pastor de la Iglesia universal”, Benedicto XVI habla de “traición” y de “actos criminales y pecaminosos”. Reconoce de hecho prácticas de encubrimiento y de elusión inadmisibles por parte de las autoridades de la Iglesia. Estos sucesos, escribe, han tenido una “respuesta inadecuada que han recibido de las autoridades eclesiásticas […] En particular, hubo una tendencia, motivada por buenas intenciones, pero equivocada, de eludir orientaciones penales en las situaciones canónicamente irregulares”. En medio de su torbellino, el papa señala que “es necesaria una acción urgente para contrarrestar aquello que ha tenido consecuencias tan trágicas para la vida de las víctimas y sus familias, y que ha oscurecido de tal manera la luz del evangelio, como no lo habían hecho siglos de persecución”. Por primera vez, Joseph Ratzinger, quien hoy está siendo parte de lo que se investiga judicialmente en algunos lugares por las conductas que ahora él mismo reclama, se refirió a los responsables de estos crímenes diciéndoles que deben responder “ante Dios y los tribunales”. Un discurso impecable, el de Ratzinger, que trágicamente no coincide con sus acciones ni con su salida final al caso Maciel. Lo dicho aquí, por razones de conveniencia, no aplica por lo visto a los herederos de Maciel. Pide Su Santidad aquello que no fue capaz de reclamar cuando tuvo las denuncias en su escritorio. Ratzinger conocía de manera total las conductas escandalosas y criminales de Marcial Maciel. En este libro se recrean los esfuerzos del ex sacerdote Alberto Athié para hacerle llegar, por medio del obispo Carlos Talavera, una carta al entonces encargado de la Doctrina de la Fe en la que se narraba el testimonio que le diera el ex rector de la Universidad Anáhuac, Juan Manuel Fernández Amenábar, a quien, según sus propias palabras, Marcial Maciel le “destrozó la vida”. La respuesta de Ratzinger, después de leída la misiva en presencia de Talavera, fue que nada se podía hacer, dada la estima que el papa tenía del sacerdote mexicano. “Se me cayó Ratzinger”, recuerda Athié que le dijo Talavera. El caso de los Legionarios compromete seriamente a Joseph Ratzinger. Como pocos en el Vaticano ha tenido información directa, durante años, sobre las conductas criminales del fundador de los Legionarios de Cristo. Conoció lo que él mismo describió a principios de mayo como el sistema de relaciones que a Maciel “le permitió ser inatacable durante mucho tiempo”. Él sabe de primera mano de lo que está hablando. El caso Maciel, tan siniestro como prolongado, y otros ahora conocidos, coloca al pontífice en el delicado papel de juez y parte. Hoy como nunca, en los tiempos modernos, queda la puerta abierta para llamar a cuentas al más alto jerarca de la Iglesia. El desarrollo democrático de los países, los principios universales de los derechos humanos y la fuerza adquirida por las instancias de justicia internacional, hacen creíble la idea de que hoy por hoy se podría, y debería, enjuiciar a un sumo pontífice. Materia existe, no sólo con el caso Maciel, que sería suficiente. Hay otros hechos en los que se acusa a Joseph Ratzinger por encubrir y ocultar a sacerdotes que abusaron de niños y seminaristas. The New York Times ha documentado que Ratzinger, cuando era obispo de Munich, encabezó una reunión en enero de 1980, en la que se autorizó que un sacerdote pederasta, el padre Hullermann, fuera trasladado a la congregación de Essen en Alemania, en donde vuelve a tener contacto con otros niños. Pocos años después Hullermann es encontrado culpable de abusar sexualmente de menores en una parroquia de Bavaria. ¿Cómo responde hoy el pontífice de su propia conducta en aquellos años, eludiendo la justicia y la acción penal en contra del sacerdote? El mismo NYT documentó que Joseph Ratzinger —encargado de la Congregación de la Doctrina de la Fe de 1981 a 2005—, teniendo conocimiento de los hechos y con un cargo de responsabilidad en el Vaticano, tampoco hizo nada frente a las atroces conductas del reverendo norteamericano Lawrence Murphy, acusado de abusar a cerca de 200 niños sordos en un caso que se remonta al periodo de 1950 a 1974. Ratzinger recibió al menos dos misivas sobre el escandaloso asunto y, según lo informado por el diario, ni siquiera respondió al arzobispo de Milwaukee, quien lo alertaba de la situación. En materia de justicia, Joseph Ratzinger es un hombre de claroscuros. Tiene acciones que lo reivindican, pero en cuanto empieza a avanzar algunos pasos se topa con su propia figura. Benedicto XVI vive una crisis de confianza y liderazgo sin precedentes, no sólo por los recientes escándalos de pederastia dentro de la Iglesia católica, sino por el fracaso para enfrentar los retos que el presente le impone a la humanidad y a la propia Iglesia.

Nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro, pero tampoco puede prevalecer, sin más, el diseño perverso de Marcial Maciel.”

El caso Maciel es uno de los más escandalosos que se han conocido, pero no es el único que ha contado con la complacencia del Vaticano y una pronunciada ausencia e inacción de autoridades civiles y judiciales. Inaceptable resulta, por ejemplo, que el cardenal Bernard Law, señalado en 2002 por ser el principal encubridor de casi un millar de sacerdotes que abusaron de menores en el llamado escándalo de Boston, no haya podido ser interrogado por ninguna autoridad civil judicial en Estados Unidos. Cuando en diciembre de ese año se presentó en su domicilio una orden judicial para rendir testimonio en el Gran Jurado, ya había salido de Boston para trasladarse a Roma. Nada sucedió con él. Votó incluso en la elección de Benedicto XVI. Hoy, tranquilamente, preside la Iglesia de Santa María Maggiore.

Las reacciones del mundo eclesiástico frente a las dificultades por la que atraviesa son diversas. Algunos obispos se han pronunciado colegiadamente, como los de España. Otros, como los de México, han preferido el silencio en su mayoría, como si nada pasara, como si el tema de una crisis profunda no pasara cerca de ellos. Pocos, como Juan Sandoval Íñiguez, han optado por la descalificación a toro pasado. El obispo de Guadalajara dijo que Maciel era un sicópata.

En 1998 llegaron al conocimiento de Benedicto XVI, como prefecto de la Doctrina de la Fe, acusaciones contra Marcial Maciel que no fueron procesadas. Es en 2005 cuando, inminente la sucesión papal, decide reactivar el caso y envía a México y a Nueva York al promotor de Justicia, el obispo maltés Charles Scicluna. Casi un año después, siendo ya papa, y prefecto de la Doctrina de la Fe el cardenal William Joseph Levada, decide no procesar por vía del derecho canónico a Marcial Maciel, a pesar de la confirmación acusatoria que le llevó Scicluna de sus entrevistas notariadas. Se apeló a la avanzada edad y a la precaria salud de Maciel. Se le invitó a una vida reservada de oración y a no ejercer su ministerio de manera pública. Casi un lustro después, Benedicto XVI encomendó a cinco obispos realizar visitas apostólicas a los Legionarios de Cristo. De ellas ha surgido el veredicto final acerca de Marcial Maciel. La Santa Sede reconocía que, a efectos prácticos, se trataba de un criminal. El procesamiento del caso, aun muerto Maciel, tiene impactos múltiples y serias implicaciones. En primer lugar por el prolongado solapamiento que, desde los más altos niveles, se tuvo de las conductas escandalosas y criminales del sacerdote mexicano. Pero también por el frágil equilibrio en que queda una estructura generadora de recursos económicos a los que nadie está dispuesto a renunciar, y que reproduce el diseño perverso ideado por su fundador. Según el semanario L’Espresso, se estima que los haberes de la Legión ascienden a 25 000 millones de euros. En The Wall Street Journal se publicó que los Legionarios de Cristo manejan un presupuesto de 650 millones de dólares. Cantidades suficientes para que el Vaticano se vaya con tiento. Nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro, pero tampoco puede prevalecer, sin más, el diseño perverso de Marcial Maciel. Roberto Blancarte, uno de los brillantes especialistas que participan en este libro, dejó caer en su análisis que la situación puede compararse con el momento en que murió Adolfo Hitler pero quedó ahí, viviendo, el partido nazi. El paralelismo, que es brutal, lleva sin embargo a la gran interrogante sobre lo que debería ocurrir con los Legionarios de Cristo como organización religiosa, educativa y empresarial. ¿Refundar o refundir a los Legionarios?, es una pregunta formulada a varios de los aquí entrevistados. Algunos dicen, simplemente, que hay que desaparecer la Legión. Pocos, como el ex legionario Miguel Díaz Rivera, afirman que lo único que ahora importa es precisamente lo contrario: salvarla. Díaz Rivera, hombre cercano a Maciel, aportó para este libro un testimonio atormentado cuyo principal propósito es dejar claro —dijo— que lo único que no se puede hacer es echar por la borda la obra del fundador y a quienes hoy están en ella. “Él ya murió. Déjenlo descansar en paz. ¡Caramba!”, clamó desde su estrujante participación. Díaz Rivera cuenta en estas páginas cómo, invitado por Maciel, decidió retirar su firma de la histórica carta que enviaron al Vaticano ocho ex legionarios para denunciarlo en 1997. El tiempo es propicio ahora para reiterar que sí, que quitó su rúbrica pero que nunca dijo que los otros mentían. Así lo reconocen también otros en este libro.

Los Legionarios de Cristo han sido, finalmente, intervenidos por la Santa Sede. El pasado 9 de julio de 2010 fue nombrado un delegado apostólico, con poderes para dirigir la nueva formación de los Legionarios de Cristo. Canonista y experto en asuntos económicos y financieros, el italiano Velasio de Paolis ha sido puesto ahí, evidentemente, porque al Vaticano le interesa no sólo la “purificación” de la Legión sino, desde luego, seguir la pista del dinero. Jason Berry, el gran periodista norteamericano —quien junto con Gerard Renner fueron los primeros en colocar ante la opinión pública el caso Maciel en febrero de 1997—, define para este libro a la Legión de Cristo como una auténtica “máquina de dinero”. Él ha investigado no sólo los métodos de control sectario de Marcial Maciel, sino también las maneras en que fue fabricado un manto de protección e influencia que lo hizo un individuo intocable, casi hasta su muerte. Berry publicó en abril de 2010, en el National Catholic Reporter, un texto donde identifica a Marcial Maciel como “el hombre que compró Roma”. Explica cómo Maciel sobornó y capturó con dinero y prebendas a los más altos circuitos vaticanos. La corrupción mexicana elevada hasta el nivel celestial. Más que una orden religiosa, es ésta una especie de holding eclesiástico empresarial. Con 15 universidades, 177 colegios, casi 150 000 alumnos y miles de empleados, esta organización genera cantidades millonarias que ahora el Vaticano está decidido a identificar, y veremos si también a administrar. Cuenta también con un brazo laico poderoso e influyente, el Regnum Christi, formado, de acuerdo con sus cálculos, por 75 000 miembros repartidos en varias partes del mundo y, según también sus estimaciones, con un millar de consagradas —esa extraña y terrible figura creada por Maciel, de la rama femenina de la Legión—, que sin ser monjas son sometidas a una vida de restricción y sometimiento que las convierte casi en autómatas y parece reducir sus vidas a recaudar dinero y atraer a otros para la Legión. Afirman tener 3 450 sacerdotes quienes en lo personal sólo pueden poseer como propiedad un crucifijo y nada más. Ni siquiera un reloj o una computadora. Los sacerdotes y las consagradas renuncian a sus bienes, herencias y patrimonios familiares para ponerlo todo a disposición de la Legión. Estos son algunos de los capítulos que se han ido conociendo. La verdad sobre Marcial Maciel ha ido quedando al descubierto. Desenmascarado ya nadie puede hoy decir que es falsa la acusación de sus abusos a seminaristas o que sobre su condición de sacerdote llevó varias vidas en paralelo procreando, en relaciones estables y prolongadas, por lo menos tres hijos con dos mujeres, en un juego de malabarismo y simulación para el cual contaba con identidades diversas, con documentos y pasaportes falsos, y con una notable habilidad para mentir. En estas páginas se pueden leer los principales parajes del histórico testimonio de tres de sus hijos: Omar, Raúl y Christian González Lara, y de Blanca Lara, madre de éstos y pareja por décadas de Marcial Maciel. Dentro de los argumentos de esta familia se incluyen las graves acusaciones de Omar y Raúl sobre abusos sexuales de su padre en contra suya. Esta afirmación difundida originalmente en transmisiones hechas para la radio y la televisión, en Noticias MVS y CNN en Español, forma parte de una de las principales aportaciones periodísticas que se han podido realizar en los últimos años para el conocimiento del caso Maciel. El histórico manto protector del Vaticano para la figura y la memoria de Marcial Maciel ha sido roto de forma contundente, definitiva e irreversible.

El histórico manto protector del Vaticano para la figura y la memoria de Marcial Maciel ha sido roto de forma contundente, definitiva e irreversible.”

Es a partir de este momentum —construido desde una crisis sistémica— cuando nace la idea de realizar el presente libro con el interés manifiesto de que lo ocurrido en torno al caso Maciel no quede en el olvido o en el simple anecdotario, y con el propósito de que todo aquello que ha estado en juego durante años de oscuridad y sufrimiento para tantos tenga hoy un nuevo significado. Estas páginas se escriben con la intención de sumarse a las exigencias de justicia, de cambio y reivindicación que se escuchan cada vez más fuerte y desde más voces en diferentes partes del mundo. La idea principal y compartida es simple y obligada: ninguna de las conductas abusivas y deleznables en contra de inocentes, cometidas por Maciel, o de las conductas personales e institucionales que hicieron posible su comportamiento criminal, pueden volver a repetirse. Para ello se ha convocado el testimonio de varias de las víctimas y de los denunciantes de Marcial Maciel y de la estructura opresora concebida por él. También participan connotados expertos y personas diversas que, por una u otra razón, quedaron marcados en sus vidas por la historia de Marcial Maciel. Fueron invitados también a plasmar su versión y, en su caso, su defensa, varios protagonistas de este asunto que ya el juicio de la historia deja hoy muy mal parados. Ninguno de los convocados en ese grupo aceptó dejar aquí su postura formal ni las explicaciones a que, sin duda, están obligados. Álvaro Corcuera, sucesor de Maciel, después de varias comunicaciones y múltiples llamadas telefónicas, algunas relativamente largas, hizo saber, finalmente, que la entrevista solicitada no habría de realizarse. Desistió después de mostrarse interesado en dejar su testimonio para este libro. Lo anterior ocurrió —y pudo ser esa la razón de su negativa— después de haber sido difundidos por esta periodista algunos fragmentos de las conversaciones del vicario Luis Garza Medina, grabadas clandestinamente por gente cercana a la propia Legión. Los diálogos revelan un conjunto de cosas sumamente graves y autoincriminatorias que ponen en evidencia las lamentables —y eventualmente punibles— conductas de la cúpula mayor de la Legión de Cristo en torno a su fundador. Una selección de estas grabaciones ocupa un capítulo en este libro. Luis Garza Medina, quien también fue buscado antes y después de la difusión pública de los referidos audios, rechazó ser entrevistado para este proyecto. Se incluye en los anexos el texto de sus aclaraciones sobre la divulgación de sus dichos en esos materiales auditivos. En la transcripción recuperada para este libro se puede entender la forma de operar de los Legionarios con respecto a su fundador, y la manera como manejaban el dinero y su propia organización. Se conoce ahora, en voz del vicario Garza Medina, sobre la disposición ilimitada de fondos a la que tenía acceso Maciel; algunos detalles de la realización de transferencias; el modo en que éste construyó millonarios patrimonios para sus familias en México y España; la nula rendición de cuentas e, incluso, detalles sobre los últimos momentos de vida y la forma absurda en que finalmente falleció.

El cardenal Norberto Rivera fue invitado a participar en este libro. Declinó la invitación y decidió no contestar sobre el caso Maciel. Llama la atención que el prelado no muestre ninguna intención de disculparse cuando menos ante aquellos a quienes ofendió. Al sacerdote Alberto Athié lo apartó de sus responsabilidades y llegó a echarlo prácticamente de su oficina cuando, siendo sacerdote, solicitaba que se investigara el caso Maciel. Al periodista Salvador Guerrero Chiprés, de La Jornada —quien publicó en 1997 cuatro entregas sobre el fundador de los Legionarios de Cristo y su organización—, lo increpó diciendo que tendría que reconocer quién le “pagaba” por preguntar sobre Maciel. Para el cardenal Norberto Rivera es como si no existiera el caso. Ni en sus homilías ni en sus declaraciones ha asumido públicamente la postura del Vaticano de condena a Maciel. Mantiene, como respuesta, un espeso silencio. Quién lo dijera, uno de los más claros defensores de Maciel en México, creatura casi de los Legionarios, ha sido nombrado —apenas dos días después de conocida la carta de De Paolis— miembro del Consejo Económico de la Santa Sede Apostólica, que analiza las operaciones de la banca del Vaticano que se encuentra, ahora, bajo investigación por supuesto lavado de dinero. Se anunció en el comunicado que Rivera “formará parte durante los próximos cinco años del Consejo de Cardenales para el Estudio de los Problemas Organizativos y Económicos del Vaticano”. El jerarca de la Iglesia en México —el más polémico y cuestionado por su defensa a ultranza del fundador de los Legionarios de Cristo, y por sus acciones para obstruir cualquier investigación, y por lo tanto, la acción de la justicia— ha sido promovido desde la curia romana.

La de Maciel es la historia de un criminal que pudo actuar con soltura bajo un halo de santidad, poniendo a su servicio un completo andamiaje institucional, empresarial, mediático y social […]”

El caso Maciel tiene diferentes facetas. La Iglesia y los empresarios aliados también actuaron en contra de quienes, en su momento, informaron sobre el asunto desde algunos medios de comunicación. Tras difundirse los trabajos periodísticos de Renner y Barry en Estados Unidos, La Jornada publicó los reportajes de Salvador Guerrero Chiprés. Más tarde se divulgó un programa de Canal 40, conducido por Ciro Gómez Leyva y Marisa Iglesias, que derivó en boicot comercial. La revista Contenido no sólo abordó el tema sino que, al publicar la foto de Maciel en portada, provocó que Blanca Estela Lara se diera cuenta de la verdadera identidad del hombre con quien había vivido durante años y con quien había formado una familia de tres hijos. En abril de 2002, junto con Javier Solórzano y un magnífico equipo de compañeros, difundimos en “Círculo Rojo” —una coproducción de las empresas Imagen y Televisa— dos programas sobre Marcial Maciel a través del Canal 2 de televisión. Las reacciones provocaron una crisis dentro del Grupo Imagen, con repercusiones legales que terminaron con la sociedad que había dado origen a este consorcio de comunicación. La influencia y la acción de los Legionarios en una parte de los accionistas —principal mente en el socio capitalista, el regiomontano Alfonso Romo— generaron una situación que terminó con la salida de los comunicadores que habíamos realizado ese trabajo periodístico sobre Marcial Maciel. Se quiso imponer, como decisión de consejo, una línea editorial uniforme y criterios editoriales supervisados para impedir que se cometieran “excesos de libertad”. Se nombró para ello a una ridícula vicepresidencia de noticias que resultaba, a todas luces, inaceptable. Los periodistas salimos de Imagen, mientras que los empresarios y otros mercadearon sus acciones. El grupo reventó por el caso Maciel.

La historia parecía haber terminado con la muerte del superior legionario en 2008, pero dio un vuelco y su caso tuvo un cambio cualitativo a la par de las condiciones que vive hoy la Iglesia en su conjunto, sumida en una crisis de credibilidad por los escándalos revelados en distintas partes del mundo, y por un fenómeno de “encubrimiento masivo”, como lo llamara el ahora ex fiscal general de Massachusetts, Tomás Reilly. Esta expresión se refiere a la conducta institucional de la Iglesia católica al proteger a cientos de sacerdotes que habrían perpetrado abusos contra más de 1000 menores en la arquidiócesis de Boston desde 1940. El cambio de percepción en la opinión pública y el cada vez más alto nivel de exigencia hicieron posible que el caso Maciel fuera expuesto abierta y críticamente por la Santa Sede. Este reconocimiento público sobre Maciel, como verdad histórica, podría también convertirse en verdad legal de llegar a prosperar las demandas en contra de la organización fundada por él en México y Estados Unidos. La primera, presentada ante la PGR por la legisladora Leticia Quezada, no parece tener visos de progresar debido al sistema de justicia imperante en el país; la segunda, entablada en Connecticut por el abogado Jeff Anderson, en representación de Raúl González Lara, uno de los hijos biológicos de Marcial Maciel, ha generado expectativas distintas a la mexicana por el sistema de justicia imperante en Estados Unidos y por las experiencias judiciales anteriores sobre pederastia clerical. A pesar de décadas de negación, hoy en día la historia del fundador de los Legionarios de Cristo no puede ser ya entendida más que como una biografía siniestra y torcida que para poder existir contó con un amplio manto de impunidad, tejido fundamentalmente a partir de simulaciones y relaciones convenientes en el mundo de la jerarquía católica, de la política y de una vasta red de medios de comunicación que callaron durante años cualquier denuncia o testimonio que involucrara a la Legión. La de Maciel es la historia de un criminal que pudo actuar con soltura bajo un halo de santidad, poniendo a su servicio un completo andamiaje institucional, empresarial, mediático y social, que por complicidad, ignorancia o tozudez se negó durante años a aceptar evidencias y testimonios de denuncia que fueron apagados, ignorados o perseguidos. Es ésta la historia de un hombre, del contexto que lo hizo posible y de las consecuencias que habrán de venir a partir de los nuevos vientos que soplan tras el reconocimiento que la gran farsa denunciada por algunos era, simplemente, verdad. De eso trata este libro, de la reconstrucción de los más importantes capítulos que, a lo largo de décadas, dieron lugar a esta saga de crimen, complicidad, encubrimiento, mentiras y estulticia que ha llegado a los más altos niveles de la jerarquía católica y del mundo empresarial y mediático, así como a amplios espacios de la sociedad, tanto en México como en los diferentes países en donde la Legión tiene asentados sus reales. Entre otras cosas, se ha tratado de indagar para saber si, después de todo, tiene cabida la justicia, el cambio y la reparación.

En materia de justicia, Joseph Ratzinger es un hombre de claroscuros. Tiene acciones que lo reivindican, pero en cuanto empieza a avanzar unos pasos se topa con su propia figura.”

El caso Maciel ha tenido una respuesta importante aunque tardía e insuficiente. No tuvo los alcances ni los estándares que un proceso de justicia verdadero hubieran implicado. Aunque dio visos a principios de mayo de querer reencauzar el camino sobre esta historia de oprobios, optó, finalmente, por decretar y reconocer conductas en solitario del fundador y dejar las puertas abiertas para la exoneración y el reposicionamiento de sus herederos. Este caso y los demás escándalos mundiales obligan a los miembros de la Iglesia católica, a las autoridades civiles y a la población en general a un largo y profundo ejercicio de reflexión. En ese tenor, a mediados de abril de este año señero, el teólogo alemán Hans Küng, contemporáneo, ex colega, amigo y ahora agudo crítico de Benedicto XVI, lanzó un llamado a la rebelión de los obispos del mundo frente a un Vaticano al que considera fracasado frente a los retos del presente. Lo acusó de cerrarse sistemáticamente a los esfuerzos de renovación del catolicismo y de no responder apropiadamente a la peor crisis de los tiempos modernos, desde la reforma protestante. Llamó a los obispos a no guardar silencio ante directivas del Vaticano que consideren erróneas y a no dar más señales de obediencia a Roma sin exigencias de reformas. El teólogo disidente se refirió, por supuesto, a los recientes escándalos de pederastía que han generado “una crisis de confianza y liderazgo sin precedentes”. Recordó que la práctica de ocultar esos casos fue establecida por la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe, cuando el cardenal Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, era prefecto. Küng tocó en donde más duele: “Con razón muchos piden un mea culpa personal del prefecto de entonces y actual papa. Pero lamentablemente dejó pasar la oportunidad”. Con el caso Maciel, la biografía del pontífice alemán permanecerá por siempre marcada por una larga estela de claroscuros, de discursos y acciones contradictorias, de una voluntad que pareció verdadera, pero que no tuvo la fuerza para culminar la tarea. Como sea, queda aquí para los lectores la fascinante y siniestra historia del sacerdote mexicano. Ésta, la de Marcial Maciel. La historia de un criminal.