I. #SolitarioGeorge ha muerto: la muerte y la extinción son los mejores inventos de la vida

¿Cómo podemos saber sobre la muerte si no sabemos
sobre la vida? CONFUCIO

El 24 de junio de 2012 fue el día más triste en la vida de Fausto Llerena. Poco después de las ocho y media de la mañana, tal como lo había hecho desde hacía más de treinta años, el guarda del Parque Nacional Galápagos de Ecuador entró en el encierro de la tortuga gigante conocida como Solitario George. Esta vez el veterano cuidador encontró a George en una posición extraña, con el cuello colgante, las patas extendidas y el caparazón en contacto con el suelo. Llerena se dio cuenta de inmediato de lo que había sucedido: George estaba muerto y el galápago de la isla Pinta se había extinguido. Al poco rato, la dirección del parque publicó en Twitter la noticia: “La DPNG lamenta informar que el #SolitarioGeorge, último individuo de la especie de la isla Pinta, ha muerto. Se practicará necropsia”.1 Miles de personas en Ecuador y en otras partes del mundo reprodujeron el tuit y lamentaron con enorme tristeza la noticia. En pocas horas, la etiqueta #SolitarioGeorge se colocó en primer lugar de las tendencias de Twitter en Ecuador y permaneció ahí varios días. ¿Quién era este famoso Solitario George y por qué su muerte suscitó tal reacción del público?

George era un galápago, una tortuga de tierra de gran tamaño. Pero no se trataba de un animal cualquiera, sino del único representante de una especie en particular, la tortuga gigante de la isla Pinta.2 Esta isla es la más septentrional del archipiélago Galápagos, un grupo de promontorios volcánicos localizados a la altura del ecuador, a unos mil kilómetros al oeste de la costa de Sudamérica. Los navegantes españoles y portugueses que llegaron al archipiélago en el siglo XVI le otorgaron su nombre por la gran cantidad de tortugas gigantes que observaron allí. En ese tiempo la isla Pinta contenía miles de tortugas, los ancestros de George.

FIGURA I.1. Solitario George. Dibujo de Ángela Arita Noguez.

FIGURA I.2. El archipiélago Galápagos se encuentra a mil kilómetros al oeste de la costa del Pacífico de Sudamérica, a la altura del ecuador.

Cuando George nació, a principios del siglo XX, la población de tortugas en Pinta había sido diezmada por la cacería y la destrucción del hábitat natural. El último registro científico de una tortuga en la isla ocurrió en 1906, y por mucho tiempo se pensó que el galápago de la isla Pinta había desaparecido.3 La vida de George en su tierra natal debe haber sido una de aislamiento y soledad en la que la gigantesca tortuga vagaba día tras día a lo largo y ancho de la isla sin encontrar a otros de su especie sino en muy contadas ocasiones. Una a una, las tortugas de Pinta fueron muriendo sin dejar descendencia. Finalmente, en algún momento de los años sesenta, sólo quedó George.

En diciembre de 1971, Joseph Vagvolgyi se encontraba en Pinta tomando muestras para su proyecto de investigación sobre la evolución de los caracoles. De pronto, en la ladera sur del volcán que domina el paisaje de la isla, Vagvolgyi se topó con una tortuga gigante, similar a las que había visto en otras de las islas del archipiélago. Se trataba por supuesto de George, pero Vagvolgyi no se percató en ese momento de la gran importancia de su encuentro con la tortuga. El científico se dio tiempo para tomar una fotografía del animal y, sin mayor sobresalto, continuó con la colecta de caracoles. Semanas después, Vagvolgyi platicó cándidamente con el experto en tortugas Peter Pritchard sobre su fugaz encuentro con el animal, y fue entonces cuando el distraído naturalista comprendió la relevancia de su hallazgo; la tortuga gigante de la isla Pinta no estaba extinta, después de todo.

En marzo de 1972, una expedición organizada por la Estación Científica Charles Darwin del gobierno de Ecuador se encaminó hacia la isla Pinta. Alertados por los rumores sobre el encuentro de Vagvolgyi, los miembros de la expedición, entre los que se encontraba el joven Fausto Llerena, emprendieron la búsqueda de tortugas en la isla. Dos de los técnicos encontraron a George a la sombra de un árbol del que el animal se estaba alimentando. Se tomó la decisión de capturar al gigantesco galápago y trasladarlo a la estación científica de Santa Cruz, donde había instalaciones adecuadas para la manutención y reproducción en cautiverio de las tortugas. El nombre que se le puso, Solitario George (Lonesome George, en inglés), fue inspirado por el apodo de un comediante norteamericano, pero describe muy bien la condición de este animal como el último y solitario sobreviviente de su especie.

Desde el momento de su captura, y hasta su muerte en 2012, Solitario George vivió en un corral especialmente acondicionado para él, con la esperanza de algún día encontrar una hembra de su especie y poder preservar el linaje de las tortugas de la isla Pinta; desde 1983 Fausto Llerena fue el encargado personal de cuidarlo. A lo largo de las décadas se intentó cruzar a George con hembras de especies de tortugas provenientes de islas cercanas a la Pinta, con el objetivo de conservar al menos parcialmente el legado genético del carismático galápago. Desafortunadamente, aunque hubo varias puestas de huevos, nunca se pudo lograr descendencia viable. Así, el 24 de junio de 2012, con la muerte de George llegó a su fin un otrora numeroso linaje de tortugas gigantes. Con el último respiro de la solitaria tortuga, el galápago de la isla Pinta se extinguió.

LA EXTINCIÓN DE LAS ESPECIES

La extinción es por definición la desaparición de una especie o, en general, la de un conjunto de organismos agrupados por algún parentesco evolutivo. Así, además de la extinción de especies como el galápago de la isla Pinta o el dodo —un símbolo de la extinción, como veremos en el capítulo VII—, puede haber extinciones de grupos que incluyan varias especies, como las moas —una familia de nueve especies de aves cuyo caso veremos en el capítulo VII— o los trilobites —una clase de invertebrados marinos con miles de especies que examinaremos en el capítulo III—. Por el contrario, puede suceder que una población particular de una especie se extinga pero que la especie subsista representada por otras poblaciones en otros sitios. Por ejemplo, el oso gris mexicano se extinguió en los años sesenta, pero existen todavía varias poblaciones de la misma especie en los Estados Unidos y Canadá, donde se le conoce como oso pardo u oso grizzly.

Todos estos conjuntos —la población del oso gris mexicano, la especie del dodo, la familia de las moas y la clase de los trilobites— constituyen también clados o grupos naturales de organismos. El biólogo evolutivo Julian Huxley acuñó a mediados del siglo XX el término clado para referirse a un grupo biológico que incluye un ancestro y todos sus descendientes. La clase de los mamíferos, por ejemplo, forma un clado porque todos los animales a los que llamamos mamíferos descienden de un ancestro común, y todos esos descendientes están incluidos en el linaje. Lo que tradicionalmente se llama la clase de los reptiles, en cambio, no es un clado, ya que el grupo excluye a algunos de los descendientes del ancestro común, como las aves y los mamíferos (véase el apéndice 1).

La extinción de una especie o de un clado se produce cuando muere sin descendencia el último individuo de ese grupo, como sucedió con la muerte de Solitario George. En una definición más amplia del término, se habla de la extinción funcional de una especie cuando las poblaciones son tan pequeñas que su desaparición es inminente e inevitable, aunque existan todavía individuos vivos de ese clado. Se dice, por ejemplo, que el galápago de la isla Pinta se extinguió funcionalmente desde los años sesenta, cuando la especie estaba representada por unos cuantos individuos. A finales de esa década, cuando George era el último y solitario miembro de la especie, era por demás claro que la tortuga de Pinta había entrado desde años atrás en una trayectoria inexorable hacia la extinción.

En la práctica es imposible documentar con absoluta certeza la extinción de una especie o grupo. Formalmente hablando, no podemos asegurar que la extinción de una especie sea una realidad científica, pues siempre cabe la posibilidad de que algún individuo de esa especie exista todavía en algún rincón remoto del planeta. De esta manera, hay todavía esperanzas de encontrar con vida algún pájaro carpintero imperial, una especie de los bosques mexicanos que no se ha observado desde 1956,4 o algún baiji o delfín chino de río, un cetáceo sin registros verificados desde finales del siglo XX.5

La historia de Solitario George y del resto de las tortugas de Galápagos es muy instructiva para entender los conceptos básicos sobre el fenómeno de la extinción.

LOS GALÁPAGOS

En 1835, Charles Darwin arribó a las islas Galápagos a bordo del Beagle, un buque de exploración inglés; el joven naturalista encontró ahí una serie de animales totalmente extraños para él. Entre otras estrambóticas criaturas, observó iguanas que nadaban con gran agilidad en el mar, cormoranes incapaces de volar, pinzones con picos de una gran variedad de formas y tamaños y, sobre todo, las tortugas gigantes, los galápagos que le habían dado a las islas su nombre. “Estos enormes reptiles —escribió Darwin años después— se veían a mi entender como algún tipo de animal antediluviano.”6

FIGURA I.3. Retrato de Charles Darwin a los pocos años de regreso de su viaje de exploración en el Beagle. Acuarela de George Richmond.

En una conversación que tuvo con el vicegobernador de las islas, Darwin escuchó que para un habitante del archipiélago bastaba observar el caparazón de un galápago para saber de qué isla provenía. De manera similar, los balleneros que visitaban las islas afirmaban que la apariencia y sobre todo el sabor de la carne de las tortugas variaba de isla a isla. Darwin se dio cuenta de que el patrón que el vicegobernador le describía para las tortugas ocurría también para las extrañas aves que había observado. Años más tarde, al recordar estas observaciones, escribió:

La distribución de los habitantes de este archipiélago no sería ni de cerca tan maravillosa si, por ejemplo, una isla tuviera un tipo de cenzontle y una segunda isla tuviera algún otro género de ave totalmente distinto […] Pero lo que me llena de asombro es el caso de que varias de las islas poseen sus propias especies de tortugas, cenzontles, pinzones y numerosas plantas, y que estas especies tienen los mismos hábitos generales, ocupando lugares análogos y desempeñando los mismos puestos en la economía natural de este archipiélago.7

Esta observación —que diferentes islas tenían diferentes variedades de las mismas formas básicas— fue una de las piezas fundamentales en las que se basó Darwin para postular su teoría de la evolución por selección natural. Si la población de cada isla se desarrolla por separado de las otras, razonó el naturalista inglés, cada una debe adaptarse a las condiciones particulares de su isla y a lo largo de las generaciones se desarrollarían diferencias entre ellas hasta que en algún momento existirían especies diferentes en cada isla.8

Hoy en día, a más de ciento cincuenta años de la publicación de El origen de las especies en 1859, los biólogos evolutivos cuentan con herramientas nunca soñadas por Darwin para confirmar la validez de sus ideas y reconstruir la historia evolutiva de las especies. Adalgisa Caccone, profesora de la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, y un gran número de colaboradores han estudiado la distribución y la evolución de las tortugas de las islas Galápagos desde hace más de quince años usando métodos de comparación del ADN. En particular, utilizando el ADN mitocondrial de las tortugas de las diferentes poblaciones, se han podido reconstruir las relaciones de parentesco y de ancestros en común entre las especies.9

Para empezar, es claro que las tortugas de las islas Galápagos constituyen un clado. Caccone y sus colegas han establecido que hace unos dos y medio millones de años llegó a las islas Galápagos un tipo de tortuga terrestre proveniente de Sudamérica, similar a la tortuga del Chaco, y se estableció en el archipiélago. Los datos genéticos indican que la población original estuvo formada por muy pocos individuos que probablemente arribaron al archipiélago en un solo evento; en el caso de animales como los galápagos, no es descabellado pensar que una sola hembra cargada con huevos pudiera haber sido la fundadora del clado que hoy incluye todas las tortugas de todas las islas del archipiélago. Se sabe por los relatos de los piratas y los balleneros que las tortugas pueden sobrevivir varios meses prácticamente sin comida ni agua, además de que flotan en el agua de mar, aunque son incapaces de nadar. Es posible entonces que la fundadora o los fundadores del clado de los galápagos hayan llegado desde Sudamérica flotando o quizá transportados entre restos de vegetación arrojados al mar durante una tormenta.

El equipo de Caccone ha establecido también que las primeras islas colonizadas fueron las más sureñas y las más orientales. En particular, las poblaciones actuales de las islas Española y San Cristóbal, en el extremo sureste del archipiélago, son las más parecidas al hipotético ancestro. La reconstrucción histórica indica que a partir de las islas del sureste las tortugas paulatinamente colonizaron el resto de las islas, en un proceso que tomó cientos de miles de años. Como el movimiento de las tortugas de una isla a otra es un suceso muy poco frecuente, las poblaciones en cada isla evolucionaron en forma separada hasta producir las diferencias que los balleneros y el propio Darwin observaron entre las tortugas de las diferentes islas. En general, las tortugas de islas cercanas son más parecidas entre sí que las tortugas de islas geográficamente lejanas, aunque hay excepciones. El ADN de Solitario George, por ejemplo, muestra que las tortugas de la isla Pinta estaban muy cercanamente relacionadas con las de la Española, a pesar de que las dos islas se encuentran a casi doscientos kilómetros una de la otra.

FIGURA I.4. Posibles rutas de colonización de las tortugas gigantes en las islas Galápagos (basado en Caccone et al., 2002, y actualizado con datos de Poulakakis et al., 2008, y Edwards et al., 2013). Las líneas continuas muestran rutas naturales; las punteadas representan movimientos causados por el ser humano. No se sabe si la primera isla colonizada fue la Española o San Cristóbal.

La evidencia genética apunta a que las poblaciones en cada isla constituyen también grupos naturales, es decir, son también clados —o subclados del clado de todas las tortugas del archipiélago—. Esta evidencia, apoyada también por la consideración de la posición geográfica de las islas, ha llevado al grupo de Caccone a postular que las poblaciones de galápagos en cada isla constituyen especies separadas, con historias evolutivas propias. Otros especialistas han propuesto una clasificación diferente en la que todas las tortugas en Galápagos son parte de una sola especie, y cada población en cada isla es una subespecie, es decir, una variedad geográfica. Según esta clasificación, la muerte de George habría significado la extinción no de una especie completa sino de la subespecie de la isla Pinta. Si se reconoce la presencia de múltiples especies, entonces han existido en tiempos históricos al menos doce de ellas y posiblemente hasta dieciséis. Nueve de las especies son únicas de una isla en particular, mientras que la isla Isabela, la más grande del archipiélago, contiene cinco especies, cada una restringida a un volcán de los seis que formaron la isla.

Más allá de las diferencias de opinión respecto a la clasificación, el hecho importante es que cada una de las poblaciones reconocidas es un clado, el resultado de miles de años de evolución independiente. En el ADN de cada individuo viviente persiste la información genética heredada a lo largo de numerosas generaciones y representa el carácter único de cada especie. La muerte de Solitario George representó no sólo el fin de la larga vida de un individuo carismático y simbólico; constituyó además el lamentable final de un clado, el de los galápagos de la isla Pinta, con una historia evolutiva irrepetible.

EXTINCIÓN NATURAL

Meses antes de la visita del Beagle a las islas Galápagos, la expedición pasó por varios puntos en Sudamérica. Allí, Darwin tuvo la oportunidad de examinar los restos fósiles de un gigantesco armadillo conocido ahora como gliptodonte, al que encontraremos de nuevo en el capítulo VI.10 Darwin comprendió que los fósiles de gliptodontes y de otros animales que observó durante su paso por América del Sur eran evidencia de la presencia en ese continente de especies ya desaparecidas. Años más tarde, el entonces joven naturalista se percató de que los animales extintos que había encontrado como fósiles eran similares a los que hoy en día se encuentran en América del Sur, como los armadillos y los perezosos. ¿Será posible —se preguntó— que esos animales extintos hayan sido parecidos a los ancestros de las especies actuales? Darwin dedujo que la extinción era un fenómeno natural que, en equilibrio con la generación de nuevas especies, determinaba el ritmo y la dirección del proceso de evolución.

FIGURA I.5. Reconstrucción del siglo XIX de un gliptodonte. Ilustración de Extinct animals de E. R. Lankester, 1905.

Darwin se dio cuenta de que la especiación (la aparición de formas nuevas) y la extinción (la desaparición de especies) son en muchos sentidos los equivalentes a la reproducción y a la muerte de los individuos, respectivamente.11 En un famoso ejemplo explicado en El origen de las especies, Darwin calculó que en quinientos años un solo par de elefantes podría producir una descendencia de más de quince millones de individuos, suponiendo que ninguno de ellos muriera y todos se reprodujeran a la misma tasa. Por supuesto, en el mundo real los elefantes mueren, muchos de ellos a edad temprana e incluso antes de llegar a la etapa reproductiva. Es el balance entre el nacimiento de nuevos individuos y la muerte de los viejos lo que permite que las poblaciones mantengan sus niveles naturales y el mundo no esté lleno de elefantes, de bacterias o de hongos. De igual manera, razonó Darwin, la extinción es el proceso que equilibra la especiación y evita que en el mundo haya un número infinito de especies de tortugas, de moscas o de pinos. En El origen de las especies, Darwin escribió: “A medida que se producen nuevas formas de manera lenta pero continua, a menos que creamos que el número de formas específicas continúa a perpetuidad y se incrementa sin fin, muchas formas deben, inevitablemente, extinguirse”.12

En un emotivo discurso ante los estudiantes de la Universidad de Stanford en 2005, Steve Jobs llamó a la muerte “el mejor invento de la vida”, porque es el agente de cambio que se deshace de lo viejo y abre espacio para lo nuevo.13 Parafraseando a Jobs, podemos decir que tanto la muerte como la extinción son los mejores inventos de la vida; la extinción natural de las especies, al igual que la muerte, permite el remplazo de lo viejo por lo nuevo. El pensamiento de Jobs es en cierta forma una reflexión no sólo sobre el sentido de la vida y la muerte del ser humano, sino sobre algo más profundo, sobre el mecanismo mismo que ha permitido la evolución de la vida sobre el planeta Tierra.

Para comprender el papel de la extinción natural en la evolución de las tortugas de las islas Galápagos, es necesario conocer algo de la historia geológica del archipiélago. Las islas Galápagos son de origen volcánico; de hecho, la mayoría de ellas no son otra cosa que volcanes marinos que se formaron entre medio millón y dos millones de años en el pasado. La isla más grande, la Isabela, es resultado de la fusión de seis de esos volcanes. Existen también volcanes más antiguos que alguna vez, hace tres a ocho millones de años, formaron antiguas islas ahora sumergidas. Como ya vimos, se estima que la llegada de las tortugas gigantes al archipiélago sucedió hace alrededor de dos y medio millones de años. En ese momento, varias de las islas actuales, sobre todo las del occidente del archipiélago, no existían aún. Esto significa que las primeras poblaciones de tortugas evolucionaron en islas que hoy en día están sumergidas. La colonización de cada isla actual probablemente se dio a los pocos miles de años después de su formación, como lo muestran los datos genéticos de Caccone y sus colegas.14

Todo este escenario significa que a lo largo de la historia del clado de las tortugas del archipiélago de los Galápagos deben haber existido numerosas especies ya extintas, habitantes de las islas ahora sumergidas. Estas especies desaparecidas han sido sustituidas por nuevas variedades que se fueron desarrollando en las islas más jóvenes. El patrón biogeográfico que observamos actualmente, es decir, la distribución de las diferentes especies entre las islas, es solamente un cuadro de una película muy antigua, un largometraje de más de dos millones de años de duración. Si pudiéramos visitar el archipiélago de Galápagos como era hace, digamos, un millón de años, encontraríamos también varias especies de tortugas gigantes, cada una en su propia isla. Sin embargo, la localización, la forma y el tamaño de las islas sería diferente, y también diferentes serían las especies particulares que encontraríamos en cada una de ellas. Aunque el número total de especies probablemente no haya cambiado mucho en el último millón de años, la identidad y la distribución de esas especies sí se han modificado a través de la dinámica determinada por los procesos de especiación y de extinción natural.

LA EXTINCIÓN CAUSADA POR EL SER HUMANO

Desde la llegada de los europeos en el siglo XVI, las poblaciones de galápagos han sufrido presiones nunca antes experimentadas. Estas presiones, debidas a la despiadada cacería y a la transformación y destrucción de los ambientes naturales, han producido la extinción de al menos dos, y quizá hasta cinco, de las especies de tortugas de las islas Galápagos. Como veremos en el capítulo VII, estas extinciones forzadas, que han sucedido en periodos de apenas unos cuantos cientos de años, han producido un desequilibrio en los procesos naturales de evolución, pues no existe un mecanismo de generación de nuevas especies que pueda contrarrestar la acelerada tasa de extinción impuesta por la actividad humana. Los relatos sobre la visita del Essex ilustran vívidamente los trágicos efectos de la presencia humana en las islas Galápagos.

El Essex era un navío ballenero de bandera estadunidense proveniente de Nantucket, en Nueva Inglaterra. En octubre de 1820, el barco hizo una parada en las islas Galápagos, en preparación para su exploración de los recién descubiertos bancos del océano Pacífico en los que, según los relatos de otros marineros, abundaban las ballenas. Lo que sucedió después con el Essex y su tripulación es el tema del libro En el corazón del mar, de Nathaniel Philbrick, recientemente adaptado a la pantalla grande en el filme de Ron Howard.15 El Essex fue atacado y destruido por un gigantesco cachalote —una gran ballena dentada—, en una historia que posteriormente inspiró a Herman Melville para escribir su clásico Moby Dick.

FIGURA I.6. Un barco ballenero de mediados del siglo XIX. Ilustración de The Mariner’s Chronicle of Shipwrecks, Fires, Famines, and Other Disasters at Sea, volumen I, 1835.

Thomas Nickerson era un mozalbete de catorce años que formaba parte de la tripulación del Essex. Gracias a las memorias que Nickerson escribió sobre la epopeya de los balleneros del navío, podemos saber algo sobre el estado de las poblaciones de tortugas en las islas Galápagos a principios del siglo XIX.16 El Essex llegó primero a la isla Española; en una rada del noroeste de la isla se hicieron reparaciones al barco y los marineros aprovecharon para aprovisionarse de tortugas. Nickerson describe la manera en la que se capturaban y transportaban las tortugas; los marineros hacían recorridos por la isla, en solitario o en parejas, para localizar tortugas. Los dóciles animales no ofrecían resistencia y los marineros los sometían poniéndolos con el dorso sobre el suelo y colocando una gran roca sobre su vientre. Improvisaban unos tirantes hechos con pedazos de tela de las velas de los barcos y con cuerdas en los extremos, con las que ataban las tortugas para luego echárselas al hombro, cargándolas como si fuesen mochilas. Los marineros tenían que caminar largas distancias al rayo del sol con sus pesadas cargas (treinta y cinco kilos en promedio, según Nickerson, pero con algunos individuos de más de cien kilos). En cuatro días en la isla Española se capturaron ciento ochenta tortugas, según Nickerson, aunque otro cronista del viaje del Essex, el primer oficial Owen Chase, habla de trescientos animales.

El Essex se dirigió después a la isla Floreana, a unos sesenta kilómetros al oeste de la Española. Aunque los marineros encontraron que las tortugas eran allí más bien escasas, pudieron capturar cien de ellas. “Las tortugas de esta isla tienen la más deliciosa y apetitosa de las carnes con las que me he topado”, recalcó Nickerson al comparar las tortugas de Floreana con las de la Española. Esta observación fue ratificada por Chase, quien encontró que “estas tortugas [eran] una comida absolutamente deliciosa”. Esta notable diferencia en sabor es evidencia adicional de que la población de tortugas de Floreana era una especie diferente de la que existe todavía en la Española.

El 23 de octubre, el último día del Essex en Floreana, un tal Thomas Chappel, “un inglés bastante deschavetado y afecto a la diversión, sin importar el costo que pudiera producir”, inició un fuego, aparentemente como una broma. El incendio se extendió rápidamente por el seco matorral de la isla y puso en peligro no sólo a la tripulación del barco, sino también a todos los habitantes naturales de Floreana. “No es posible estimar la destrucción sobre la creación animal causada por este fuego —se lamentó Nickerson—; debió de haber habido miles y miles de tortugas, aves, lagartijas [iguanas] y serpientes que fueron destruidas.” Furioso por la imprudente broma, el capitán del Essex ordenó zarpar y alejarse de la isla. Después del atardecer se podía ver todavía en la lejanía el resplandor del incendio, que se había extendido por toda la isla.

FIGURA I.7. La tortuga terrestre del Chaco es similar al posible ancestro de las tortugas gigantes de las islas Galápagos. Dibujo de G. H. Ford en la descripción científica original de la especie por J. E. Gray (1870).

Es muy posible que el penoso incidente provocado por el loco Chappel haya terminado por condenar a la extinción al galápago de Floreana, de por sí ya amenazado por la continua explotación de los piratas y balleneros. Quince años después del viaje del Essex, en 1835, Darwin alcanzó a observar algunas tortugas en Floreana, pero recalcó que los exiliados políticos que se habían establecido en la isla las cazaban a una tasa que no podía sostenerse por largo tiempo: “En dos días de cacería tenían suficiente comida para el resto de la semana”, escribió en su diario. En efecto, en 1850 no quedaba galápago alguno en la isla Floreana. Una especie de tortuga, con el legado de cientos de miles de años de evolución, se extinguió en unas cuantas décadas de cacería desmedida y por la insensata broma de un pirómano.

En total, de las dieciséis especies de tortugas gigantes de las islas Galápagos, cinco han desaparecido. Éstas son las tortugas de Pinta —las de Solitario George—, las de Floreana —las que sucumbieron al incendio provocado por Chappel— y las de las islas Fernandina, Rábida y Santa Fe. Sobre las tres últimas existe muy poca información, y de hecho hay controversia respecto a si realmente esas islas albergaron alguna vez poblaciones significativas de tortugas. En el resto de las islas varias de las poblaciones estuvieron al borde de la extinción y algunas sobreviven actualmente de manera precaria.

AL BORDE DE LA EXTINCIÓN

Aunque sólo esté bien documentada la extinción de dos de las especies de galápagos, es necesario recalcar que el resto de las poblaciones ha sufrido también graves descensos en su abundancia, e incluso algunas otras especies han estado al borde de la extinción. Como conjunto, se calcula que a principios del siglo XVI, antes de que la actividad humana comenzara en las islas Galápagos con las visitas de los piratas, había alrededor de un cuarto de millón de tortugas en todas las islas. “En verdad creo que no hay lugar en el mundo que sea tan abundantemente aprovisionado con estos animales”, escribió William Dampier, un famoso navegante y bucanero de mediados del siglo XVII, en su Nuevo viaje alrededor del mundo. “Las tortugas de tierra son aquí tan numerosas —calculó el pirata naturalista— que quinientos o seiscientos hombres podrían subsistir sólo con ellas por varios meses, sin ningún otro tipo de provisión.”17

En 1850 el número se había reducido enormemente por la actividad de los balleneros y de los primeros colonizadores permanentes. Ya en el siglo XX la introducción de animales domésticos puso en un difícil predicamento a las poblaciones de tortugas de todas las islas; las cabras acabaron con la vegetación en amplias zonas y los cerdos se comían los huevos de las tortugas y atacaban a las más pequeñas. Para los años setenta quedaban solamente poco más de tres mil individuos en todas las islas. Gracias a los programas de protección y de reproducción en cautiverio que se iniciaron a principios de esa década, las poblaciones en la mayoría de las islas han crecido significativamente, aunque aún no a los niveles que había antes de que comenzara la actividad humana en el archipiélago. Un ejemplo del gran éxito de estos programas es el caso del galápago de la isla Española.

La población de tortugas de la isla Española, en la que los balleneros del Essex capturaron cientos de individuos en 1820, estuvo a punto de tener un destino fatal, similar al que tuvo la de la isla de Floreana. Hacia 1850 la población había sido tan diezmada que ya era difícil encontrar tortugas en la isla, pero de alguna manera la especie persistió, hasta que una expedición a principios de los años setenta encontró catorce sobrevivientes, dos machos y doce hembras, los cuales fueron trasladados a la Estación Científica Charles Darwin. Poco después, se encontró un macho adicional de esta especie en el zoológico de San Diego, en los Estados Unidos, el cual también se incorporó al programa de reproducción en cautiverio y recuperación de la especie.

A partir de 1975 se empezaron a liberar tortugas criadas en cautiverio al hábitat natural de la isla Española, y así se siguió haciendo durante veinte años. Un estudio publicado en 2014 encontró que la población de tortugas en la isla es actualmente de alrededor de setecientos cincuenta individuos.18 Más relevante fue la comprobación de que la reproducción natural se está dando a tasas tan elevadas que la población da muestras de estar creciendo vigorosamente, a pesar de la gran reducción en diversidad genética que se dio antes de 1970.19 Se puede decir que el galápago de la Española está, por lo pronto, a salvo de la extinción.

¿DESEXTINCIÓN?

“En este mundo nada puede considerarse seguro, excepto la muerte y los impuestos”, ironizó alguna vez Benjamin Franklin. De igual manera, para las especies existen pocos fenómenos tan irremediables e irreversibles como la extinción, o al menos eso es lo que el sentido común nos haría creer. Si es imposible resucitar a un organismo tiempo después de su muerte, sería lógico pensar que la extinción de una especie debería ser también un proceso sin retorno. Sin embargo, dependiendo de qué tan laxa o estricta sea nuestra definición de “extinto”, podría ser posible traer de regreso a la vida a algún tipo de organismo considerado extinto.

Durante una prospección que los científicos de la Universidad de Yale hicieron para analizar la variación genética de las tortugas de las islas Galápagos, se encontraron en la isla Isabela varios individuos con enigmáticas secuencias de ADN, que contenían segmentos característicos de las especies de otras islas. Además, en estas poblaciones se encontró una gran variación en la forma de los carapachos, con individuos con caparazones redondeados, en forma de silla de montar, o con morfologías intermedias. En otras islas generalmente sólo se ven carapachos redondeados o en forma de silla de montar, pero no intermedios.

Los análisis de las diferencias en las secuencias de ADN, publicados en 2008, arrojaron un resultado sorprendente y al mismo tiempo alentador para los esfuerzos de conservación de los galápagos.20 Las secuencias de ADN extrañas provenían de tortugas de la isla Floreana que se habían cruzado con tortugas nativas de la isla Isabela en tiempos recientes. En otras palabras, las tortugas con carapachos intermedios eran híbridos entre individuos de las dos islas. Recordemos que Floreana es la isla que fue incendiada por el marinero del Essex y cuya especie de tortuga se extinguió a mediados del siglo XIX. ¿Cómo era posible que el ADN de las tortugas extintas de Floreana apareciera de pronto en individuos en la isla Isabela?

Aunque la distancia entre las dos islas no es muy grande, es poco probable que las tortugas de Floreana ancestrales de los híbridos hayan podido llegar a Isabela flotando por sí solas. Una explicación más plausible es que hayan sido los propios balleneros y pescadores que cazaban cantidades ingentes de tortugas quienes hayan llevado algunos individuos desde Floreana hasta Isabela. Unos pocos galápagos de Floreana que hubieran sido abandonados en Isabela en algún momento del siglo XIX podrían explicar la presencia de los híbridos.

Pero había noticias aún más sorprendentes. A finales de 2013, el grupo de investigación dio a conocer que, entre más de mil seiscientas tortugas del volcán Wolf en la isla Isabela, se encontraron diecisiete individuos con características genéticas que indicaban tener un ancestro de la especie de la isla Pinta, es decir, de la misma especie que Solitario George. Más aún, al menos cuatro de ellos podrían ser descendientes de primera generación de galápagos de Pinta, es decir, hijos directos de una tortuga de la especie de George. Estos resultados indican que en el volcán Wolf ha habido galápagos de Pinta puros desde hace algunas décadas, y no se descarta incluso que pudiera haber todavía algunos de estos animales, ya de edad muy avanzada, deambulando en algún lugar del volcán.21

En noviembre de 2015, una expedición organizada por el Parque Nacional Galápagos y la organización Galapagos Conservancy se dio a la tarea de encontrar en las laderas del volcán Wolf a los individuos híbridos descendientes de los galápagos de Pinta y de Floreana. En total se capturaron treinta y dos tortugas con caparazones de tipo silla de montar, los cuales fueron transportados a la estación científica en la isla Santa Cruz, la misma en la que el Solitario George pasó los últimos cincuenta años de su vida. El centro de crianza de tortugas del lugar lleva ahora el nombre de Fausto Llerena, el fiel guardaparques que cuidó de George hasta el día de su muerte.

El equipo de genetistas de la Universidad de Yale se encargará de analizar las muestras de sangre tomadas a todos los individuos y de establecer su grado de parentesco con las especies de Pinta y de Floreana. Con esa información se establecerá una estrategia de reproducción en cautiverio, con el objetivo de que la descendencia sea cada vez más parecida a las tortugas originales de esas islas. Estrictamente hablando, no será posible restablecer una línea pura equivalente a los clados que existieron en Pinta y Floreana, por lo que, también en un sentido estricto, no será posible revertir la extinción de las tortugas de esas islas. Sin embargo, al menos una parte sustancial de su legado genético y evolutivo podrá vivir en los descendientes de los híbridos encontrados en la Isabela.

EPÍLOGO

A finales de 2015, el equipo de genetistas de la Universidad de Yale informó sobre el descubrimiento de una especie de galápago desconocida hasta entonces.22 Los científicos encontraron que la población de la isla Santa Cruz consta en realidad de dos clados diferentes que habitan los lados este y oeste de la isla. A una de ellas, la población del oriente de la isla, la presentaron como una especie nueva para la ciencia y la bautizaron con el nombre científico Chelonoidis donfaustoi. El epíteto donfaustoi se acuñó “en honor de Fausto Llerena Sánchez, quien dedicó cuarenta y tres años de servicio (1971-2014) a la conservación de las tortugas como guardaparques en la Dirección del Parque Nacional Galápagos”. En los agradecimientos del artículo de 2013 sobre el descubrimiento de híbridos del galápago de la isla Pinta, el mismo equipo de Yale escribió escuetamente: “Este trabajo está dedicado a Solitario George”.23

Con este par de gestos de agradecimiento y admiración, los científicos de Yale rindieron tributo a los protagonistas principales de nuestra historia de extinción y sobrevivencia de las tortugas gigantes de las islas Galápagos.