SIN EMBARGO, LAS ciencias del espíritu abarcan ampliamente hechos naturales, tienen como base el conocimiento natural.
Si nos imaginamos seres puramente espirituales en un reino personal constituido únicamente por ellos, entonces su aparición, su conservación y desarrollo y su desaparición (cualquiera que fuera la idea que nos hiciéramos del fondo de donde salían y a donde volvían) estarían vinculados a condiciones de tipo espiritual; su bienestar se fundaría en su situación con respecto al mundo espiritual; sus relaciones recíprocas, sus acciones se verificarían a través de medios puramente espirituales y las repercusiones duraderas de sus acciones también serían de tipo puramente espiritual, hasta su misma desaparición del reino de las personas tendría en lo espiritual su fundamento. El sistema de semejantes individuos sería conocido por ciencias puras del espíritu. Pero en realidad un individuo nace, se conserva y desarrolla sobre la base de las funciones del organismo animal y sus relaciones con el curso natural que le rodea; su sentimiento vital, por lo menos parcialmente, se basa en estas funciones; sus impresiones se hallan condicionadas por los órganos de los sentidos y sus afecciones por el mundo exterior; la riqueza y la movilidad de sus ideas, así como la fuerza y la dirección de sus actos volitivos, las encontramos dependientes, múltiplemente, de los cambios en su sistema nervioso. Su impulso voluntario acorta las fibras musculares, y tenemos así que la acción hacia fuera se halla vinculada a cambios en las relaciones de situación de las partículas materiales del organismo; resultados duraderos de sus actuaciones voluntarias se dan solamente en la forma de cambios del mundo material. Así resulta que la vida espiritual de un hombre no es sino una parte de la unidad psicofísica de vida, parte que desprendemos por abstracción; en esa unidad psicofísica se nos presenta la existencia y la vida de un hombre. El sistema de estas unidades de vida constituye la realidad objeto de las ciencias histórico-sociales.
Y, ciertamente, el hombre como unidad de vida se presenta para nosotros, en virtud del doble punto de vista de nuestra consideración (sea lo que quiera la realidad metafísica), como una trama de hechos espirituales hasta donde alcanza nuestra percatación interna, y como un todo corporal hasta donde alcanza la captación sensible. La percatación interna y la captación externa no tienen nunca lugar en el mismo acto y por tal razón nunca el hecho de la vida espiritual se nos da a la vez que el de nuestro cuerpo. De aquí resultan necesariamente dos puntos de vista diferentes, que no se pueden cancelar recíprocamente en la consideración científica que pretenda abarcar los hechos espirituales y el mundo corporal en su nexo, de que es expresión la unidad psicofísica de la vida. Si parto de la experiencia interna encuentro que todo el mundo exterior se me da en mi conciencia, que las leyes de este mundo natural se hallan bajo las condiciones de mi conciencia y, por lo tanto, dependen de ellas. Éste es el punto de vista que caracteriza a la filosofía alemana, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, como una filosofía trascendental. Si, por el contrario, tomo la conexión natural tal como se me presenta como realidad ante mí, en mi captación natural, y me doy cuenta de que en la sucesión temporal de este mundo exterior así como en su distribución espacial se hallan incardinados los hechos psíquicos, encuentro que de la intervención realizada por la misma naturaleza o por el experimento, y que consiste en cambios materiales, dependen cambios espirituales que se producen cuando los primeros penetran en el sistema nervioso, y la observación del desarrollo de la vida y de los estados enfermizos amplían estas experiencias hasta componer el cuadro amplísimo de la condicionalidad de lo espiritual a través de lo corporal; así tenemos la concepción del investigador de la naturaleza que marcha de fuera a dentro, que penetra de los cambios materiales a los cambios espirituales. Así, pues, el antagonismo entre el filósofo y el investigador de la naturaleza se halla condicionado por la oposición de sus puntos de partida.
Volvamos otra vez a nuestro punto de partida en el modo de consideración propio de la ciencia natural. En la medida con que este modo de consideración sigue siendo consciente de sus límites sus resultados son indiscutibles. Sólo desde el punto de vista de la experiencia interna reciben la determinación más precisa de su valor cognoscitivo. La ciencia natural analiza la conexión causal del curso natural. Cuando este análisis ha alcanzado el punto en el cual un hecho material o un cambio material se halla vinculado regularmente con un hecho psíquico o con un cambio psíquico sin que sea posible encontrar entre ellos un eslabón intermedio, entonces cabe constatar esta relación regular pero no es posible aplicar la relación de causa y efecto a esta vinculación. Encontramos que uniformidades de un círculo de vida se hallan enlazadas regularmente con las uniformidades de otro círculo, y el concepto matemático de función es expresión de tales relaciones. La concepción en cuya virtud el desarrollo de los cambios espirituales junto a los corporales se podría comparar a la marcha de dos relojes isócronos se concilia tan bien con la experiencia, como una concepción que supusiera como razón explicativa un solo reloj y considerara ambos campos de la experiencia como manifestación diferente de un mismo fondo. Dependencia de lo espiritual con respecto a la conexión natural es, por lo tanto, aquella relación que, a tenor del nexo natural general, condiciona causalmente los hechos y cambios materiales que, para nosotros, se hallan enlazados con hechos y cambios espirituales de una manera regular y sin ningún intermedio conocido por nosotros. Así, el conocimiento natural ve actuar el encadenamiento de las causas hasta las unidades psicofísicas: en ellas surge un cambio en el cual la relación de lo material y de lo psíquico se sustrae a la consideración causal, y este cambio provoca, de rechazo, otro en el mundo material. En esta conexión se descubre al experimento de los fisiólogos la significación de la estructura del sistema nervioso. Los confusos fenómenos de la vida se articulan en una clara representación de dependencias en cuya línea el curso natural lleva cambios hasta el hombre, éstos penetran en el sistema nervioso por las puertas de los sentidos, surgen la sensación, la representación, el sentimiento, el apetito que, a su vez, reaccionan sobre el curso natural. La unidad de vida, que nos llena con el sentimiento directo de nuestra indivisa existencia, se resuelve en un sistema de relaciones, constatables empíricamente, existentes entre los hechos de nuestra conciencia y la estructura y las funciones del sistema nervioso: pues toda acción psíquica sólo a través del sistema nervioso se nos manifiesta vinculada a un cambio dentro de nuestro cuerpo y un cambio semejante, por su parte, sólo por mediación de su acción en el sistema nervioso se ve acompañado de un cambio de nuestros estados psíquicos.
De este análisis de las unidades psicofísicas de vida surge ahora una idea más clara de su dependencia de toda la conexión natural, dentro de la cual se presentan, actúan y desaparecen, y también de la dependencia que guarda el estudio de la realidad histórico-social con el conocimiento natural. Con esto podemos medir el grado de justificación que puede corresponder a las teorías de Comte y Herbert Spencer acerca del lugar de estas ciencias en la jerarquía del mundo científico establecida por ellos. Como esta obra trata de fundamentar la autonomía relativa de las ciencias del espíritu, tendrá que desarrollar, como el otro aspecto de su lugar en el todo científico, el sistema de dependencias en cuya virtud se hallan condicionadas por el conocimiento natural y constituyen, así, el miembro último y supremo de la estructura que comienza con los fundamentos matemáticos. Los hechos del espíritu constituyen el límite supremo de los hechos de la naturaleza, los hechos de la naturaleza constituyen las condiciones ínfimas de la vida espiritual. Por lo mismo que el reino de las personas, o la sociedad humana y la historia, es la más alta manifestación entre las manifestaciones del mundo empírico, en innumerables puntos necesita su estudio del conocimiento del sistema de supuestos que el todo natural implica para su desarrollo.
El hombre, a tenor de su posición en la conexión causal de la naturaleza que acabamos de describir, se halla condicionado por ésta en un doble respecto.
La unidad psicofísica, como vimos, recibe por medio del sistema nervioso influencias del curso general de la naturaleza y reacciona a su vez sobre él. Pero resulta que las acciones que parten de él se nos presentan, de preferencia, como orientadas por fines. Para esta unidad psicofísica, por lo tanto, el curso natural y su índole, puede ofrecer, en lo que se refiere a la formación de los fines, un carácter orientador, pero, por otra parte, como representa un sistema de medios para el logro de sus fines resulta también condicionante. Tenemos, pues, que cuando queremos, cuando actuamos sobre la naturaleza, por lo mismo que no somos fuerzas ciegas sino voluntades que adoptan sus fines reflexivamente, dependamos de la conexión natural. Porlo tanto, las unidades psicofísicas se hallan en una doble dependencia respecto al curso natural. Por una parte éste condiciona, a partir de la posición de la tierra en el todo cósmico, como un sistema de causas, la realidad histórico-social, y el gran problema de las relaciones entre la conexión natural y la libertad dentro de esa realidad se desfleca para el investigador empírico en innumerables cuestiones particulares que afectan a la relación entre los hechos del espíritu y las influencias de la naturaleza. Pero, por otra, de los fines de este reino de personas nacen acciones sobre la naturaleza, sobre la tierra, que el hombre considera en este sentido como su habitáculo, donde se ocupa en acomodarse, y también estas acciones se vinculan a la utilización de la urdimbre de las leyes naturales. Todos los fines se hallan para el hombre exclusivamente dentro del proceso espiritual, ya que sólo dentro de éste algo le es presente, pero el fin busca sus medios en la conexión de la naturaleza. A menudo apenas es perceptible el cambio que el poder creador del espíritu provoca en el mundo exterior y, sin embargo, en él se apoya la “mediación” en cuya virtud el valor así creado se halla presente también para otros. Los pocos folios —residuo material de un trabajo mental profundo de los antiguos en torno al supuesto de un movimiento de la tierra— que llegaron a manos de Copérnico, constituyeron el punto de partida de una revolución en nuestra visión del mundo.
En este punto podemos ver cuán relativa es la demarcación respectiva de ambas clases de ciencias. Son estériles polémicas como las que tuvieron lugar en torno a la posición de la ciencia filológica. En los dos lugares de transición que conducen del estudio de la naturaleza al estudio de lo espiritual, en los puntos en que la conexión natural actúa en el desarrollo de lo espiritual y en esos otros puntos en que la conexión natural recibe la acción de lo espiritual o representa el paso para la acción sobre otro espíritu, se mezclan en general conocimientos de ambas clases. Los conocimientos de las ciencias de la naturaleza se mezclan con los de las ciencias del espíritu. Y, ciertamente, en esta confluencia se entreteje, a tenor de la relación doble en la que el curso natural condiciona la vida espiritual, el conocimiento de la acción formadora sobre la naturaleza con la constatación de la influencia que la misma ejerce como material de la acción humana. Así, del conocimiento de las leyes naturales del sonido se deduce parte importante de la gramática y de la teoría musical y, a su vez, el genio del lenguaje o el músico se halla atado a estas leyes naturales, y por eso el estudio de sus productos resulta condicionado por la comprensión de esta dependencia.
En este punto podemos ver también que el conocimiento de las condiciones supuestas por la naturaleza y estudiadas por la ciencia natural constituyen, en una amplia medida, la base para el estudio de los hechos espirituales. Lo mismo que el desarrollo del individuo, la dispersión de la especie humana sobre la tierra y la configuración de sus destinos en la historia se hallan condicionadas por toda la trabazón cósmica. Las guerras, por ejemplo, constituyen una parte capital de todas las historias, pues éstas, en su aspecto de políticas, tienen que ver con la voluntad de los estados y esta voluntad se presenta en armas y se impone mediante ellas. Ahora bien, la teoría de la guerra depende, en primer lugar, del conocimiento de lo físico, que ofrece a las voluntades pugnaces su sustrato y sus medios. Pues con los medios de la violencia física persigue la guerra la finalidad de someter al enemigo a nuestra voluntad. Esto trae consigo que el enemigo sea forzado en la línea que lleva a la indefensión —la que constituye la meta teórica del acto de violencia caracterizado como guerra— hasta el punto en que su situación sea más desventajosa que el sacrificio que se le pide y sólo pueda ser cambiada por otra más perjudicial. En este gran cálculo las condiciones y los medios físicos son las cifras más importantes para la ciencia, las que más le preocupan, mientras que hay poco que decir sobre los factores psíquicos.
Las ciencias que se ocupan del hombre, de la sociedad y de la historia tienen como base suya las ciencias de la naturaleza por lo mismo que las unidades psicofísicas sólo pueden ser estudiadas con ayuda de la biología pero también porque el medio en que se desenvuelven y en que tiene lugar su actividad teleológica, encaminada en gran parte al dominio de la naturaleza, está constituido por ésta. En el primer aspecto, nos servirán las ciencias del organismo, en el segundo las de la naturaleza inorgánica. Y esta conexión consiste, por un lado, en que las condiciones naturales determinan el desarrollo y la distribución de la vida espiritual sobre la superficie de la tierra y, por otro, en que la actividad teleológica de los hombres se halla vinculada a las leyes de la naturaleza y condicionada por su conocimiento y aplicación. Por esta razón la primera relación no muestra más que la dependencia del hombre con respecto a la naturaleza, mientras que la segunda contiene esta dependencia solamente como el otro aspecto de la historia de su señorío creciente sobre la tierra. Esa parte de la primera relación que abarca las relaciones del hombre con la naturaleza en torno ha sido sometida por Ritter al método comparado. Su mirada perspicaz —ejemplo destacado su estimación comparada de los continentes según la articulación de su perfil— nos llevaría a sospechar que hay encerrada una predestinación histórico-universal en las circunstancias espaciales de la superficie terrestre. Pero los trabajos posteriores no han confirmado esta visión de Ritter, imaginada por él como una teleología de la historia universal y puesta por Buckle al servicio del naturalismo: en lugar de la idea de una dependencia uniforme del hombre de las condiciones naturales, tenemos esta otra más cautelosa de que la lucha entre las fuerzas ético-espirituales y las condiciones del espacio inerte ha hecho disminuir constantemente entre los pueblos históricos, por oposición a los pueblos sin historia, el grado de dependencia. Y en este terreno se ha afirmado también una ciencia autónoma de la realidad histórico-social que apela a las condiciones naturales en la explicación. Pero la otra relación muestra, con la dependencia que implica la adaptación a las condiciones, el dominio del espacio por las ideas científicas y la técnica, de tal suerte que a lo largo de la historia la humanidad alcanza el señorío por medio precisamente de la subordinación. Natura enim non nisi parendo vincitur.9
Pero podrá considerarse como resuelto el problema de las relaciones de la ciencia del espíritu con el conocimiento natural cuando se resuelva por su lado esa oposición entre el punto de vista trascendental, según el cual la naturaleza se halla bajo las condiciones de la conciencia, y el punto de vista empírico objetivo, según el cual el desarrollo del espíritu se halla bajo las condiciones de la naturaleza entera, oposición de la que partimos nosotros. Esta tarea constituye no más que un aspecto del problema del conocimiento. Si se aísla este problema por referencia a las ciencias del espíritu, no parece imposible una solución que convenza a todos. Sus condiciones habrían de ser: demostración de la realidad objetiva de la experiencia interna; verificación de la existencia de un mundo exterior; en este mundo exterior se presentan hechos espirituales y seres espirituales en virtud de un proceso de transferencia de nuestra interioridad; así como el ojo cegado, que miró antes al sol, repite su imagen en los más diversos colores y en los más diversos lugares del espacio, así también nuestro poder captador multiplica la imagen de nuestra vida interior y la coloca en múltiples variedades en diversos lugares de la naturaleza en torno; este proceso se puede exponer y justificar lógicamente como una conclusión por analogía que partiendo de esta vida interior que se nos da, originalmente y de una manera directa, únicamente a nosotros, llega, a través de las representaciones de sus manifestaciones exteriores, a la conclusión de algo afín que correspondería a las manifestaciones similares del mundo exterior. Sea la que quiera la naturaleza en sí misma, el estudio de las causas de lo espiritual puede darse por satisfecho con el hecho de que en cada caso sus manifestaciones pueden considerarse y emplearse como signos de lo real, las uniformidades de su coexistencia y de su sucesión como un signo de tales uniformidades en lo real. Pero si penetramos en el mundo del espíritu e investigamos la naturaleza en cuanto es contenido del espíritu, en cuanto está entrelazada con la voluntad como fin o como medio suyos, entonces es aquélla para el espíritu lo que es dentro de él, y lo que pueda ser en sí misma le es totalmente indiferente. Basta que, tal como se le da al espíritu, pueda éste contar con su legalidad en sus acciones y disfrutar de la bella apariencia de su existencia.