II. La transición demográfica de 1895-2010:
¿una transición original?

MARÍA EUGENIA ZAVALA

 

INTRODUCCIÓN

La transición demográfica en México, o sea, el paso de una mortalidad y fecundidad elevadas a una mortalidad y fecundidad reducidas, es una transición tardía y sumamente veloz. En menos de un siglo (1930-2010), la población mexicana recorrió un camino que tardó al menos dos siglos en Europa (Chesnais, 1986). Entre 1940 y 1990 se observaron altas tasas de crecimiento demográfico, de más de 2% anual (cuadro II.4), y durante 20 años, de 1955 a 1975, estas tasas fueron superiores a tres por ciento.

Hubo un largo desfase entre el inicio del descenso de la mortalidad y la disminución posterior de la fecundidad (Zavala de Cosío, 1992a). La población creció de 16 millones de habitantes en 1930 a 34 millones en 1960, 81 millones en 1990 y 112 millones en 2010 (INEGI, 2012). En otras palabras, en el periodo de 1930 a 1990 la población más que se duplicó cada 30 años. La esperanza de vida aumentó de 25 años en 1900 a 34 años en 1930, a 58 años en 1960 y a 71 años en 2010. La fecundidad disminuyó de siete a dos hijos por mujer en apenas cuatro décadas (1970-2010).

Especificar las características de la transición demográfica mexicana y contrastarla con la de otros países es uno de los objetivos principales de este capítulo. Usamos el método de los componentes, analizando sucesivamente la mortalidad, la nupcialidad y la fecundidad. La evolución de los factores demográficos en México es comparable con la de otros países en sus niveles, pero hay diferencias en las modalidades y particularidades de los cambios.

Otro objetivo importante del capítulo es proporcionar series largas de los principales indicadores demográficos de mortalidad, natalidad, fecundidad y crecimiento poblacional entre 1895 y 2010, ya que son datos de difícil acceso.[1] Finalmente, queremos mostrar la originalidad de la transición de la fecundidad mexicana y los factores que la explican, haciendo hincapié en las pautas particulares de la nupcialidad.

VARIOS MODELOS
DE TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA

Los trabajos pioneros de Alphonse Landry, quien denomina «revolución demográfica» a la modernización de la población y de la sociedad europeas, se basan en los procesos demográficos que se originan en Europa entre la segunda mitad del siglo XVIII y finales del XIX. Para Landry (1934), la intervención humana en los procesos seculares de defunciones inevitables y de nacimientos sin control constituye una emancipación, y para Alfred Sauvy (1956) son la liberación de la humanidad, que se quita una «piedra que tenía sobre la cabeza». La medicina moderna permite controlar las defunciones prematuras, y las parejas pueden escoger el número de hijos que desean con métodos que limitan los nacimientos. Posteriormente, la transición demográfica europea es analizada en detalle por Festy (1979), Chesnais (1986) y Coale y Cotts (1986), quienes estudian tanto la evolución de los fenómenos demográficos como los factores explicativos.

La primera transición demográfica tiene lugar en Francia a partir de 1750. Un siglo antes que los demás países europeos, las parejas francesas empiezan a controlar su descendencia al retrasar significativamente su primer matrimonio y usar métodos tradicionales de limitación de los nacimientos (retiro, abstinencia periódica). La fecundidad disminuye poco tiempo después de iniciada la reducción de la mortalidad. El descenso en la mortalidad se debe a una mejor higiene y se inicia antes de la revolución médica ocurrida con los descubrimientos de Pasteur. En los demás países de Europa del Norte y del Oeste la transición de la fecundidad empieza a partir de 1870, cuando, varias décadas después del inicio de la disminución de la mortalidad, la fecundidad se empieza a reducir de manera lenta y constante (Festy, 1979).

En cambio, en los países latinoamericanos la mortalidad disminuye sólo a partir de 1930, pero muy rápidamente, provocando una «explosión demográfica» al elevarse significativamente las tasas anuales de crecimiento poblacional. En estos países, las transiciones demográficas son muy rápidas, tardías y se apoyan en la medicina moderna y en los nuevos métodos de anticoncepción (píldora, DIU, esterilización).

Más recientemente, otros ejemplos ponen en duda el modelo de la transición demográfica; por ejemplo, en África, donde las familias desean tener muchos hijos para garantizar la ayuda económica entre las generaciones (Locoh, 1986; Tabutin, 1985), se ha frenado la reducción de los niveles de fecundidad a pesar de que han pasado varias décadas desde que empezó a bajar la mortalidad. Sin embargo, a principios del siglo XXI la fecundidad de la mayoría de los países africanos ya ha empezado a disminuir.

En un primer momento, se supone que la teoría de la transición demográfica es universal (Chesnais, 1986). Sin embargo, los diferentes procesos que tienen lugar durante el siglo XX (en Asia, América Latina y África) muestran diferencias significativas con respecto al primer modelo de transición. De hecho, se pueden mencionar varios modelos de transición demográfica surgidos en América Latina y otras regiones del mundo (Zavala de Cosío, 1992a).

Se descarta también la hipótesis de que las transiciones demográficas se explican por los mismos factores que en Europa —la escolarización, la urbanización y la industrialización (Chesnais, 1986)—, ya que muchas transiciones se producen sin todas esas transformaciones. A las primeras variables explicativas algunos autores suman la influencia de las instituciones (McNicoll, 1981), las consecuencias de la laicización, las dinámicas familiares, los valores y las normas sociales (Coale, 1973; Lesthaeghe, 1983). Un debate iniciado en la década de 1970 entre los «culturalistas», como Coale y Lesthaeghe, y los «economistas» (ONU, 1978) perdió interés cuando se demostró que las dos explicaciones eran válidas y complementarias (Lesthaeghe, 1998). Por lo tanto, en este trabajo adoptamos la posición de que cada transición demográfica es especial y se sitúa en un particular contexto histórico, económico, social, cultural e institucional. Analizaremos de esa manera los rasgos propios de la transición demográfica mexicana.

A pesar de las variaciones en las evoluciones, el concepto de transición demográfica sigue siendo válido, ya que

la principal riqueza [...] es más bien epistemológica. Consiste en la proposición analítica de explicar las dinámicas demográficas a la luz de sus interrelaciones con las estructuras de las sociedades. Desde ese punto de vista, la mortalidad, la nupcialidad, la movilidad espacial y la fecundidad forman un sistema de reproducción demográfica, en el cual cada una de las variables poblacionales determina y responde a la vez a parámetros económicos, sociales y culturales. Las dinámicas demográficas de cualquier tipo de sociedad se pueden analizar como diferentes modelos de reproducción, cuyas características varían considerablemente según los contextos históricos y espaciales. La transición demográfica es un cambio en la composición del modelo [Cosío-Zavala, 1993].

El caso de México es específico por su contexto histórico y cultural pero comparte con el de los demás países latinoamericanos rasgos que subrayamos a continuación. En el siguiente apartado de este capítulo situaremos a México en el movimiento general de las transiciones demográficas de América Latina y el Caribe, señalando las semejanzas y diferencias al comparar sus componentes demográficos con los de otros países.

EL INICIO DE LA TRANSICIÓN
DEMOGRÁFICA EN AMÉRICA LATINA

Desde finales del siglo XIX, la mortalidad se reduce en la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños. Las transiciones de la mortalidad son, por regla general, más aceleradas cuanto más tarde empiezan. Las situaciones demográficas están positivamente relacionadas con las condiciones socioeconómicas. En México, la baja de la mortalidad, a partir de 1930, es el primer momento de la transición demográfica.

Después de siglos de un ritmo demográfico lento, con mortalidad y natalidad elevadas, se empieza a acelerar el crecimiento poblacional debido a la disminución de la mortalidad. En esa primera etapa, la fecundidad se mantiene elevada y hasta aumenta con las mejoras en la salud materna e infantil. En un segundo momento, se reduce la fecundidad en la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños. En el cuadro II.1, al combinar los ritmos diferentes de la mortalidad y de la fecundidad, se observan varios modelos de transición demográfica en la región (Cosío-Zavala, 2011) y a México en una posición intermedia.

El cuadro II.2 presenta las esperanzas de vida al nacer en 2005-2010, donde México se sitúa en un nivel mediano de mortalidad, después del grupo de los países más avanzados en esperanza de vida (Argentina, Cuba y Uruguay) y antes del grupo de los países de mortalidad más alta de América Central (Guatemala y Honduras), de América del Sur (Bolivia y Paraguay) y del Caribe (Haití). Varios países tienen una evolución semejante a la mexicana, como Brasil, Colombia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela (cuadro II.2). En ese grupo, en 2005-2010 la esperanza de vida femenina rebasa 75 años y en México alcanza 79, con una tasa de mortalidad infantil de 17 por millar, o sea, niveles bajos de mortalidad.

CUADRO II.1. Países de América Latina según las transiciones de la fecundidad y de la mortalidad en 2005-2010

FUENTE: Cosío-Zavala (2011).

 

Después de siete décadas de disminución de la mortalidad, las diferencias demográficas cristalizan en función de los diversos ritmos de reducción de la fecundidad. En México, la fecundidad empieza a disminuir rápidamente a partir de la década de 1980, con la adopción de métodos modernos de limitación de los nacimientos por amplios sectores de la sociedad. La baja comienza entre las mujeres urbanas, las más escolarizadas y de los sectores sociales más privilegiados, para luego extenderse al conjunto de la población.

CUADRO II.2. Esperanza de vida al nacimiento y tasas de mortalidad infantil en América Latina y México, 2005-2010

FUENTE: ONU (2011).

 

El cuadro II.3 muestra la evolución de las tasas globales de fecundidad de los países latinoamericanos y caribeños entre 1960 y 2010. En 1960, todos los países superan seis hijos por mujer, excepto cuatro: Argentina (3.09), Chile (5.44), Cuba (4.68) y Uruguay (2.9). México tiene una fecundidad alta en 1960-1965 (6.75 hijos por mujer), que disminuye 46% entre 1960 y 1985, y se reduce, en 2010, a 2.4 hijos por mujer.

CUADRO II.3. Tendencias de la tasa global de fecundidad en América Latina y el Caribe, 1960-2010

FUENTE: ONU (2011).

LOS COMPONENTES DE LA TRANSICIÓN
DEMOGRÁFICA EN MÉXICO

Los primeros signos de la transición demográfica mexicana se aprecian en la aceleración del crecimiento de la población. El cuadro II.4 y la gráfica II.1 muestran las evoluciones de las tasas de crecimiento natural entre 1895 y 2010, a partir de datos censales. Después de los años de crisis demográfica de principios del siglo XX, entre 1895 y 1921, con la Revolución de 1910, la epidemia de gripe española de 1918 y la inestabilidad posrevolucionaria, las tasas de crecimiento se empiezan a acelerar a partir de 1930, culminando en 1950-1970 en más de 3% anual, para luego bajar poco a poco.

La meta de una tasa de crecimiento de 1% en el año 2000, establecida en 1976 por el Programa Nacional de Población, no se alcanzó (fue de 1.3%). Esto se explica por la inercia demográfica, fenómeno que depende de las estructuras por edades jóvenes, que no permiten una reducción más rápida de las tasas de crecimiento demográfico (Aguirre, 1986).

La anterioridad del descenso de la mortalidad

En México, como en los otros países latinoamericanos, la transición demográfica empieza con una reducción de la mortalidad, en el primer tercio del siglo XX. Arriaga (1968) estima la esperanza de vida al nacimiento en 24 años en 1895, 25.3 años en 1900 y 27.6 años en 1910, según los tres primeros censos (cuadro II.5).

CUADRO II.4. Tasas anuales de crecimiento demográfico en México, 1895-2010

NOTA: el INEGI (2012) señala una tasa de 1% en 2000-2005 y de 1.8% en 2005-2010, a partir de los resultados del Censo de 2010. Estos datos siguen aún en examen, en un ejercicio de conciliación censal que no había terminado en mayo de 2012.

FUENTES: Cosío-Zavala (1988, tomo 1) y Celade (2012).

GRÁFICA II.1. Tasas anuales de crecimiento demográfico en México, 1895-2010

FUENTE: cuadro II.4.

 

A partir de 1930, la reducción de la mortalidad se acelera de tal manera que, en tres décadas, se registran progresos en la esperanza de vida comparables a los que necesitaron dos siglos en Europa (Chesnais, 1986). La esperanza de vida al nacimiento alcanza 33.9 años en 1930, 38.8 en 1940, 47.6 en 1950 y 58 en 1960 (cuadro II.5).

Los mayores incrementos en la esperanza de vida, más de 2% anualmente, se observan entre 1940 y 1960, y son muy superiores a los europeos (gráfica II.2). La mortalidad mexicana disminuye entonces aceleradamente al reconstruirse el Estado, la seguridad pública y las instituciones de salud después de los trastornos revolucionarios. En los años posteriores a 1940 se llevan a cabo campañas de vacunación y de erradicación del paludismo y la tuberculosis, y se construyen redes de agua potable y alcantarillado, centros de salud, clínicas, dispensarios y hospitales (Rabell y Mier y Terán, 1986; Zavala de Cosío, 1992b).

Como consecuencia inmediata de la baja de la mortalidad, las estructuras por edades se modifican. El aumento en la proporción de nacimientos que sobreviven —a consecuencia de la disminución de la mortalidad infantil— es la causa, hasta 1975, de la reducción en la proporción de mujeres en edades fértiles, de 15 a 49 años de edad, que pasan de 47% a 43% de la población entre 1950 y 1975.

CUADRO II.5. Esperanza de vida en México en años censales, 1895-2010

FUENTES: 1895-1960: Arriaga (1968); 1970-1980: Camposortega (1989) y Celade (2012).

GRÁFICA II.2. Incremento porcentual de la esperanza de vida al nacer,
1895-2010

FUENTES: cuadro II.5 y Cosío-Zavala (1988).

CUADRO II.6. Proporción de mujeres de 15 a 49 años sobre la población femenina total, 1950-2010

FUENTE: ONU (2011).

 

Este cambio tiene un efecto reductor en los nacimientos y en las tasas brutas de natalidad, cuya baja no corresponde al alza de las tasas globales de fecundidad entre 1930 y 1970 (Cosío-Zavala, 1992b).

Debido a los efectos de la estructura de edades sobre la natalidad y el crecimiento, y dados los cambios de calendario (rejuvenecimiento, envejecimiento) que sesgan las tasas globales de fecundidad, los mejores indicadores para medir la evolución de la fecundidad son los indicadores longitudinales, es decir, las descendencias finales de las generaciones femeninas, clasificando a las mujeres según su año de nacimiento (Henry, 1953). En los párrafos siguientes, si es posible con los datos disponibles, presentaremos indicadores longitudinales y descendencias finales de las generaciones. Aunque no son lo más común, ya empieza a haber datos longitudinales en México.

En la gráfica II.3 se representan las tasas globales de fecundidad de 1895 a 2010, con datos de los censos generales de población de los años 1895 a 1950 (Cosío-Zavala, 1988), seguidos por la serie de tasas globales de fecundidad proporcionada por la revisión de 2010 del World Population Prospects de la División de Población de las Naciones Unidas, lo más consistente que encontramos (ONU, 2011). De hecho, los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y los del Consejo Nacional de Población (Conapo) señalan variaciones extrañas en los indicadores, ya que los resultados del Censo de 2010 resultaron superiores a los montos proyectados por el Conapo y que se trataron de ajustar.[2]

Para la gráfica II.3, estimamos las descendencias finales de las generaciones desde 1861 hasta 1971, que se colocan en el año correspondiente a la edad media a la maternidad, alrededor de los treinta años en todas las generaciones. Los efectos del rejuvenecimiento del calendario de la fecundidad son muy visibles en todos los periodos, ya que las curvas transversales superan a las curvas longitudinales. En un primer periodo, de 1930 a 1960, la fuerte reducción de la mortalidad y los adelantos significativos en la salud materna, junto con el rejuvenecimiento de la nupcialidad, contribuyen a un primer baby boom. Un segundo periodo de disminución acelerada de las tasas específicas de fecundidad, después de 1970, rejuvenece significativamente el calendario de la fecundidad, y la tasa global de fecundidad se encuentra sobrestimada a pesar de que, en esos momentos, ya se reducen aceleradamente las descendencias de las generaciones (gráfica II.3).

GRÁFICA II.3. Tasas globales de fecundidad y descendencias de las generaciones, 1895-2010

FUENTES: Cosío-Zavala (1988), Zavala (1992) y ONU (2011).

 

La gráfica II.4 muestra el calendario de la fecundidad (en porcentaje) y el rejuvenecimiento de la distribución de la fecundidad según la edad. Ésta pasa de una cúspide tardía en 1976-1977 a una cúspide temprana después de 1989, cada vez más concentrada en tres grupos de edades: 15-19 años, 20-24 años (valor modal) y 25-29 años. A partir de 1989, tres cuartas partes de todos los nacimientos se producen antes de los 30 años de edad. Esto explica la dificultad que tiene la tasa global de fecundidad para bajar tanto como las descendencias finales de las generaciones (gráfica II.3). Mientras perdure el rejuvenecimiento del calendario de la fecundidad, el valor de la tasa global de fecundidad estará por encima de la descendencias finales de las generaciones, o sea, del nivel real de la fecundidad de las parejas. Además, en los niveles bajos de fecundidad, de alrededor de dos hijos por mujer, las variaciones de las tasas globales de fecundidad dependen estrechamente de los calendarios de la fecundidad, y ya no tanto de los cambios de intensidad medidos por las descendencias finales de las generaciones.

GRÁFICA II.4. Distribución de la fecundidad según la edad (%), 1976-2006

FUENTES: EMF, END y Enadid 1992, 1997, 2006 y 2009.

 

El esquema general en México es de un rejuvenecimiento de la fecundidad, con una reducción generalizada después de los 25 años de edad, compensada por una disminución moderada de la fecundidad temprana, entre los 15 y los 24 años (véase la gráfica II.5). O sea, es exactamente lo opuesto al retraso del calendario de la fecundidad observado en los países de baja fecundidad, por ejemplo en Europa, donde en las últimas décadas se produce una reducción generalizada de la fecundidad en las edades jóvenes, antes de los 30 años de edad, compensada por una elevación de la fecundidad tardía, después de dicha edad (Adveev et al., 2011).

Podemos también comparar con las tendencias recientes de la fecundidad en África del Norte (Argelia, Libia, Marruecos, Túnez), que son cercanas a las de México. Pero en los países del Magreb el factor explicativo es radicalmente opuesto, ya que la baja se debe a una elevación de la edad media al matrimonio y, por ende, a un envejecimiento del calendario de la maternidad (gráfica II.6). La sociedad magrebí prohíbe las relaciones sexuales de las mujeres antes del matrimonio, y como éste es cada vez más tardío, sobre todo por razones económicas y por la prolongación de la escolaridad femenina, se reduce automáticamente la fecundidad (Ouadeh-Bedidi et al., 2012).

En los siguientes apartados analizamos en detalle las tendencias de la fecundidad en México así como las variables intermedias que las explican, principalmente la nupcialidad y el uso de métodos anticonceptivos.

El rol fundamental de la nupcialidad

En las diferentes fases del modelo clásico de la transición demográfica, después de una primera etapa de reducción de la mortalidad el segundo momento consiste en el retraso de la edad a las primeras uniones y el alza del celibato definitivo con el fin de controlar los nacimientos. Esto, que se propone como una regla universal de la transición demográfica a partir del ejemplo europeo (Chesnais, 1986), no se verifica ni en América Latina, en general, ni en México en particular. Al contrario, se observa un alza de la nupcialidad durante el siglo XX. A partir de los años cincuenta se produce un verdadero marriage boom, con una nupcialidad que empieza a edades cada vez más tempranas y una reducción en la proporción de mujeres y hombres solteros definitivos (Camisa, 1971). Hay que subrayar que ese marriage boom se produce en la misma época que en Europa y América del Norte.

CUADRO II.7. Edad mediana a la primera unión de las generaciones femeninas, 1936-1980

Generaciones Edad (años)
1936-1938 18
1951-1953 19
1966-1968 20
1978-1980 21

FUENTES: Eder 1998 y 2011.

En México, las mujeres de las 25 generaciones nacidas entre 1927 y 1951 mantuvieron una nupcialidad elevada y precoz (Zavala de Cosío, 1992b). Con un enfoque longitudinal, la Encuesta Demográfica Retrospectiva (Eder) de 1998 y 2011 muestra que la edad mediana a la primera unión de las mujeres alcanza apenas 21 años de edad, es decir, el calendario de la nupcialidad sigue siendo temprano en promedio (cuadro II.7).

En México, la nupcialidad no es un freno para limitar los nacimientos. La reducción de la fecundidad, desde su inicio, es dependiente del uso de los métodos modernos de anticoncepción.

Una fecundidad natural
hasta finales de los años sesenta

En trabajos anteriores observamos claramente que las mujeres nacidas antes de 1936 no experimentan cambios de la fecundidad marital, que se mantiene a un nivel de 8.4 hijos por mujer unida en ausencia de mortalidad (Zavala de Cosío, 1992b). Las mujeres unidas por primera vez antes de los 20 años tienen los mismos niveles de fecundidad marital que las mujeres del antiguo régimen en Europa y Quebec que no controlan su fecundidad (Henry, 1953). Los elementos que permiten afirmar este resultado, en las generaciones 1920-1936, son características típicas de las poblaciones con una fecundidad «natural» según la definición de Louis Henry: una tendencia lineal de la descendencia final en función de la edad a la primera unión; probabilidades de crecimiento superiores a 90% hasta el sexto nacimiento, y curvas convexas hacia abajo de las tasas específicas de fecundidad que son independientes de la edad a la primera unión y de las variables socioeconómicas como la escolaridad y el tamaño de la localidad de residencia (Zavala de Cosío, 1992b).

A partir de las generaciones nacidas en 1937 cambian los patrones de fecundidad. Empiezan a ampliarse las diferencias entre la fecundidad rural, la urbana y la metropolitana. Las mujeres más escolarizadas tienen menos hijos que las poco escolarizadas en todas las edades y las curvas de fecundidad empiezan a ser cóncavas hacia arriba, claramente relacionadas con la edad a la primera unión. En estas generaciones transicionales, las mujeres unidas a partir de los 20 años presentan tasas de fecundidad inferiores a las mujeres unidas a los 15-19 años (Zavala de Cosío, 1992b).

Podemos aplicar a la sociedad mexicana la definición de Norman Ryder de dos modelos de transición demográfica, que en este caso coexisten: «uno aplicable a las sociedades que inventaron la modernización, otro aplicable a [aquellas] en las cuales la modernización se impuso en cierto grado» (Ryder, 1983). Hay 15 años de diferencia entre los inicios de la transición de la fecundidad en las mujeres de las grandes ciudades y más escolarizadas, que encabezan el cambio (las pioneras) a partir de la segunda mitad de los años sesenta, y la gran mayoría de las mujeres mexicanas, que empiezan a controlar sus nacimientos después del pleno desarrollo del programa oficial de planificación familiar en los años ochenta (Juárez, Quilodrán y Zavala de Cosío, 1996).

Esta dualidad se explica por las diferencias en el rol social de las mujeres, cuya transformación empieza en las zonas urbanas más importantes con la escolaridad, la entrada al mercado de trabajo, cambios en el valor social de los hijos (de mayor calidad y menos cantidad) y evoluciones en las normas y representaciones de género. El segundo modelo se observa en las zonas menos desarrolladas del país, entre las mujeres menos educadas, donde no cambian tanto los modelos familiares tradicionales y las desigualdades sociales y de género. El Programa Nacional de Planificación Familiar, aplicado a partir de 1977, difunde los métodos modernos de anticoncepción entre los grupos sociales, los que no hubieran cambiado tan masivamente sus comportamientos reproductivos si no hubiera existido el programa, con lo cual se extiende la reducción de la fecundidad en todo México (Zavala de Cosío, 1992b).

MÁS DE TRES DÉCADAS DE CONTROL DE LA FECUNDIDAD
EN LAS UNIONES, A PARTIR DE 1975

La fecundidad empieza a disminuir a partir de las generaciones 1937-1941, que tienen en promedio 37 años de edad en el año 1976, cuando se empieza a aplicar la Ley General de Población proclamada el 11 de diciembre de 1973. Estas generaciones empiezan a limitar sus nacimientos antes de ese cambio legal y de la elaboración de los programas de planificación familiar (Zavala de Cosío, 1992b). Las tasas globales de fecundidad se reducen notablemente a partir del periodo 1975-1980 (gráfica II.3). Esto corresponde a las generaciones femeninas transicionales, que son las nacidas entre los años 1940 y 1950. El cuadro II.8 muestra sus descendencias finales.

Al promulgarse la Ley General de Población (1973), su Reglamento (1976) y el Plan Nacional de Planificación Familiar (1977) se fijaron como objetivo una tasa anual de crecimiento demográfico de 1% en el año 2000. En consecuencia, se calculó cuántas usuarias de métodos anticonceptivos eran necesarias para cumplir la meta y se encargó su reclutamiento a los médicos y al sector salud, con la distribución de píldoras hormonales, DIU y la realización de esterilizaciones femeninas. El programa mexicano de planificación familiar es muy eficiente en esa tarea y se dirige ante todo a mujeres al final de su vida reproductiva, para evitar las familias numerosas. Los métodos definitivos (la esterilización femenina) se utilizan ampliamente, muchas veces como primero o segundo método en la vida fértil (Brugeilles, 2005 y 2011). Las mujeres unidas con hijos son las clientas favoritas de los servicios de planificación familiar, que les proporcionan los métodos anticonceptivos y realizan las esterilizaciones. Aunque existen varios programas específicamente dirigidos a jóvenes, mujeres y hombres célibes sin hijos, éstos tienen pocos resultados, lo que se comprueba, por ejemplo, con el hecho de que en la primera relación sexual 80% de las mujeres en edades fértiles no usan métodos anticonceptivos (Enadid, 2009).

CUADRO II.8. Descendencias finales de las generaciones femeninas, 1932-1966

Generaciones Descendencias finales
1932-1936 6.5
1937-1941 6.3
1942-1946 5.6
1947-1951 4.6
1952-1956 4.0
1957-1961 3.3
1962-1966 2.5

FUENTES: Zavala de Cosío (1992a) y Eder 1998 y 2011.

En el grupo de 15-19 años la fecundidad femenina no se reduce de manera comparable con aquella de los grupos de mujeres de más edad, como lo muestra la gráfica II.5. Calculamos índices a partir de las tasas específicas de fecundidad, tomando como punto de referencia el año 1976-1977 igual a cien. Los índices para el grupo de edad de 15-19 años van de 100 a 81 con una pendiente moderada, cuando todos los demás grupos de edad están muy por debajo. Entre los 20 y los 34 años, los índices pasan de 100 en el año inicial (1976-1977) a alrededor de cuarenta, y después de los 35 años de edad, de 100 a menos de veinte. Las tasas específicas de fecundidad disminuyen muy rápidamente después de los 35 años de edad, lo que genera el rejuvenecimiento del calendario de la fecundidad (gráfica II.5).

GRÁFICA II.5. Índices de evolución de las tasas específicas de fecundidad, 1976-2008 (100 = 1976-1977)

FUENTES: EMF, END y Enadid 1992, 1997, 2006 y 2009.

A partir de 2003, en los últimos cinco años observados con las encuestas de fecundidad mexicanas, se estabilizan las tasas específicas de fecundidad entre los 15 y los 40 años de edad, bloqueando la reducción de la fecundidad (gráfica II.5). Mier y Terán (2011), al analizar el periodo 1999-2009 con datos censales, observa que

las grandes reducciones ocurren en las edades mayores. Entre las mujeres de 35 a 39 años, la paridad media disminuye de 4.1 a 2.5 hijos, y entre las de 50 a 54 años de 6.1 a 3.7. En cambio, las reducciones en los grupos jóvenes son limitadas o nulas. El grupo de 15 a 19 años tiene una fecundidad acumulada relativamente baja (0.2 hijos), pero llama la atención que prácticamente no descienda en estos 20 años analizados. En las edades de 20 a 24 años, la paridad media sólo baja de 1.0 en 1990 y a 0.8 en 2000, y permanece constante en la última década. Incluso en el grupo de 25 a 29 años, el descenso es muy limitado en la última década (1.7 a 1.5 hijos) [p. 59].

Mier y Terán señala igualmente (p. 60) que la tasa global de fecundidad «es de 2.78 en 1999 y 2.36 en 2009, lo que refleja un descenso de 1.6% anual, inferior al observado en los años anteriores, pero no despreciable, dados los niveles relativamente bajos en los que se encuentra la fecundidad del país».

En resumen, durante todo el proceso de la transición de la fecundidad en México representado en la gráfica II.3, el rejuvenecimiento del calendario frena la reducción de la tasa global de fecundidad, que llega a 2.4 hijos por mujer en 2009 (Mier y Terán, 2011). Sin embargo, las descendencias finales disminuyen regularmente a partir de las generaciones femeninas nacidas en 1947 (Zavala de Cosío, 1992a). Se concentran cada vez más los nacimientos en los tres primeros grupos de edad, con una cúspide a los 20-24 años (gráfica II.4). El rejuvenecimiento constante de la fecundidad mexicana es un rasgo muy particular, en comparación con la mayoría de los países con fecundidad cercana al nivel de remplazo, ya que muestra una tendencia inversa al envejecimiento del calendario, tal como se ha verificado en África del Norte (Ouadah-Bedidi et al., 2012) y en Europa (Avdeev et al., 2011).

En la gráfica II.6 comparamos las tendencias entre México y Argelia, ya que estos dos países muestran una reducción semejante en las tendencias de la fecundidad entre 1966 y 2010, al pasar de más de siete a casi dos hijos por mujer. La gráfica II.6 revela que las edades medias a la primera unión evolucionan en sentido inverso, casi estables en México (de 21 a 23 años) y con un aumento significativo en Argelia (de 18 a 30 años). Estos datos confirman la singularidad de la nupcialidad mexicana.

GRÁFICA II.6. Tasas globales de fecundidad (TGF) y edades medias a la primera unión, 1966-2010

FUENTE: ONU (2011)

La influencia de la urbanización y de la escolaridad

En México, la transición demográfica comienza en las grandes ciudades y entre las categorías sociales con mayor escolaridad femenina, revelando la heterogeneidad interna de la población (Zavala de Cosío, 1992b), que separa las localidades urbanas de las rurales (cuadro II.9) y los diferentes niveles de escolaridad (gráfica II.7). Los cambios no se realizan al mismo ritmo en cada grupo de la población.

El cuadro II.9 señala que la baja de la fecundidad es de 63% entre 1976 y 2008 en las localidades de menos de 2 500 habitantes (de 7.6 a 2.8 hijos por mujer), casi igual al 62.5% de reducción de las localidades urbanas (de 5.6 a 2.1 hijos por mujer en el periodo 1976-2008).

En cambio, son las mujeres sin instrucción y aquellas con baja instrucción las que experimentan las mayores reducciones de fecundidad (56% entre 1976 y 2009), determinando el ritmo de disminución de las tasas globales de fecundidad a nivel nacional en los años más recientes (gráfica II.7). Las mujeres con instrucción alta (34% de reducción entre 1976 y 2009), que alcanzan niveles bajos de fecundidad desde los años noventa, ya casi no reducen su fecundidad al final del periodo. En 2009, las mujeres sin instrucción y las de baja instrucción todavía tienen un hijo más que las de alta instrucción, pero convergen los niveles en una sociedad en la que se difunde poco a poco el ideal de familia de alrededor de tres hijos por mujer (cuadro II.10).

Aunque el número ideal de hijos varía según el nivel de instrucción, las diferencias entre las mujeres sin escolarización y las más escolarizadas se reducen entre 1976, cuando la diferencia es de 1.5 hijos, y 2003, cuando llega a 0.8 hijos (cuadro II.10). Los nacimientos no deseados marcan la diferencia entre los grupos, ya que las mujeres con poca instrucción tienen más hijos no deseados que las mujeres con instrucción media y alta (Rodríguez Wong y Perpétuo, 2011).

CUADRO II.9. Evolución de la tasa global de fecundidad según el tamaño de localidad, 1976-2008

FUENTES: encuestas de fecundidad EMF, Enfes, Enadid y Ensar.

Sin embargo, aunque las necesidades no satisfechas de anticoncepción «han disminuido [...], las mujeres del estrato socioeconómico muy bajo, con ninguno o pocos años de escolaridad, las que habitan en zonas rurales, las que hablan alguna lengua indígena o viven en entidades de muy alta y alta marginación muestran las mayores necesidades no satisfechas de anticoncepción» (Aparicio, 2007). Estos datos confirman la heterogeneidad interna del proceso de transición de la fecundidad en México.

GRÁFICA II.7. Evolución de la tasa global de fecundidad según el nivel de instrucción, 1976-2009

FUENTES: EMF, END y Enadid.

CUADRO II.10. Número ideal de hijos según nivel de instrucción, 1976-2003

FUENTE: Menkes Bancet y Mojarro (2007).

Entre las variables intermedias de la fecundidad que explican su reducción acelerada, es muy importante el uso de los métodos anticonceptivos modernos. En 1987, la prevalencia de uso fue de 53% con 45% de métodos modernos. Diez años después, estas proporciones aumentaron a 68% y 56%, y en 2006 a 71% y 65%, respectivamente (cuadro II.11).

CUADRO II.11. Prevalencia en el uso de métodos anticonceptivos tradicionales y modernos, 1987-2006

FUENTES: Celade (2012) y Ensar 2003.

GRÁFICA II.8. Prevalencia en el uso de métodos anticonceptivos según la residencia urbana o rural, 1987-2006

FUENTE: elaboración propia a partir de datos de Celade (2012).

El tamaño de la localidad de residencia y el nivel de instrucción diferencian claramente el uso de la anticoncepción. Las mujeres urbanas son las primeras en usar intensivamente los métodos, con 62% de usuarias en 1987. Sin embargo, las mujeres rurales aumentan sus tasas de prevalencia de uso de anticonceptivos a un ritmo mucho más veloz, pasando de 33% en 1987 a 52% en 1997. En 2006, las tasas de prevalencia son, respectivamente, de 73% entre las mujeres urbanas y 58% entre las rurales (gráfica II.8).

La gráfica II.9 muestra una fuerte asociación positiva entre las tasas de prevalencia anticonceptiva y el nivel de instrucción: cuanto mayor el nivel de instrucción, mayor la tasa de prevalencia de uso de los anticonceptivos. Sin embargo, la pendiente de las curvas es más acentuada conforme disminuye el nivel de instrucción en todo el periodo 1987-2006, prueba de que son las mujeres de poca instrucción las que modifican más el uso de métodos anticonceptivos. En 2003 hay una clara convergencia en el comportamiento anticonceptivo de las mujeres de diferentes niveles de instrucción. Se reducen las diferencias en la prevalencia anticonceptiva entre las mujeres sin instrucción (58%), con primaria completa (67%) y con secundaria y más (78%). El emparejamiento de los comportamientos reproductivos en México, entre los diferentes sectores sociales, explica la convergencia en los niveles de fecundidad (gráfica II.7).

GRÁFICA II.9. Prevalencia en el uso de métodos anticonceptivos según el nivel de instrucción, 1987-2006

FUENTE: Chávez et al. (2007, p. 121).

EL ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN
Y EL BONO DEMOGRÁFICO

La evolución de la mortalidad y de la fecundidad observada en los párrafos anteriores tiene consecuencias significativas en la estructura y en los efectivos de la población, en el pasado, el presente y el futuro. Uno de los resultados más importantes de la reducción de la fecundidad es el envejecimiento previsible de la población.

La transición demográfica de América Latina en general, y de México en particular, determina cambios importantes en las estructuras por grupos de edad. En un primer momento, la reducción de la mortalidad hace aumentar el grupo de menos de 15 años, rejuveneciendo las poblaciones. En un segundo momento, la reducción de la fecundidad hace disminuir rápidamente la proporción de niños de 0 a 14 años de edad.

El porcentaje de personas mayores de 65 años, inferior a 10%, todavía no es muy importante; se prevé que alcance ese porcentaje después del año 2025 en México (ONU, 2011). El grupo de población que aumenta más durante la transición demográfica es el de adultos de 15 a 59 años. A estas transformaciones de las estructuras de edades se les denomina «el bono demográfico», un periodo de duración limitada durante el cual las poblaciones dependientes disminuyen en relación con las de edades activas, o sea, se reducen las relaciones de dependencia.

El cuadro II.12 muestra que los efectivos latinoamericanos y caribeños de 65 años y más rebasan 40 millones de personas en 2010, efectivos que se duplicaron en 20 años (21 millones en 1990) y que se duplicarán una vez más en 20 años, en 2030 (con 85 millones proyectados). Para 2050 se estima en 142 millones la población mayor de 64 años de edad en América Latina y el Caribe, casi la quinta parte del total (cuadro II.12). Para México, las evoluciones son muy semejantes: 3.6 millones en 1990, 7.2 millones en 2010 (se duplica) y 15.8 en 2030, duplicándose una vez más poco antes de esa fecha. Se estima que en 2050 habrá en México 28.7 millones de personas de 65 años y más, la quinta parte de la población total del país (ONU, 2011).

Estas cifras hacen resaltar el enorme impacto de las transiciones demográficas sobre el crecimiento de la población y las estructuras por edades. Además de ser un fenómeno universal e ineluctable, también tiene consecuencias mayores desde el punto de vista económico y social. La relación de dependencia[3] aumenta mucho durante la fase de reducción de la mortalidad (rejuvenecimiento de la población), con una cúspide entre 1965 y 1975, para luego disminuir significativamente durante la fase de reducción de la fecundidad (gráfica II.9) y el periodo de bono demográfico. A partir de 2030, la relación de dependencia empieza a aumentar nuevamente como consecuencia del envejecimiento de la población, la fase final de la transición demográfica.

CUADRO II.12. Población mayor de 65 años en América Latina y el Caribe y en México, 1950-2050 (proyección media)

FUENTE: ONU (2011).

El cuadro II.13 señala el tiempo necesario para que la relación de dependencia pase de su máximo a su mínimo, diferente en cada país según las características de su transición demográfica. En México, el cambio empieza en 1966 y termina en 2022 según las proyecciones de las Naciones Unidas, o sea, se realiza en poco más de medio siglo (56 años). Con respecto a otros países, se observan grandes variaciones en la duración de ese periodo: 76 años en Paraguay contra 17 años en Cuba (cuadro II.13). Algunos países ya lo concluyeron (Cuba desde 1991) y otros lo terminarán dentro de varias décadas (como Guatemala, en 2050).

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) menciona que el bono demográfico es uno de los motores del combate contra la pobreza en la región, junto con el crecimiento económico y las transferencias sociales. Contribuye a la reducción de la pobreza en el periodo 1990-2002 junto con el ingreso per cápita, procedente de los ingresos laborales, que aumenta de manera regular al reducirse las relaciones de dependencia, el tamaño medio de los hogares y la fecundidad. Este efecto se va a borrar poco a poco al ritmo del envejecimiento de la población, sobre todo entre 2010 y 2050 (CEPAL, 2009).

GRÁFICA II.10. Evolución de las relaciones de dependencia en México y América Central y del Sur, 1950-2050

FUENTE: ONU (2011).

CUADRO II.13. Años de inicio y finales de la reducción de las relaciones de dependencia[*] en América Latina

País Año de valor máximo Año de valor mínimo
Argentina 1989 2032
Bolivia 1974 2041
Brasil 1964 2007
Chile 1966 2011
Colombia 1965 2017
Costa Rica 1965 2014
Cuba 1974 1991
Ecuador 1965 2025
El Salvador 1968 2028
Guatemala 1988 2050
Haití 1970 2039
Honduras 1972 2040
México 1966 2022
Nicaragua 1965 2035
Panamá 1968 2020
Paraguay 1962 2038
Perú 1967 2017
Rep. Dominicana 1965 2027
Venezuela 1966 2020

FUENTE: Celade, proyecciones 2012.

TRES EXPLICACIONES DE LA TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA EN MÉXICO

¿Cómo se explican las modalidades de la transición demográfica en México entre 1930 y 2010, y las características de la fecundidad cercana al nivel de remplazo? ¿Son éstas originales o las comparte un conjunto de países con evoluciones semejantes? Proponemos tres tipos de explicación, que no son excluyentes una de la otra, con base en las observaciones de la transición hacia fecundidades bajas que ha tenido lugar en otras épocas y en otras regiones.

Una primera explicación es que las políticas de población y los programas de planificación familiar han facilitado el acceso a los métodos modernos de anticoncepción a todos los grupos sociales, aunque algunos queden aún al margen (Aparicio, 2007) sin afectar el nivel general. Sin embargo, como lo muestra Irène Théry, los cambios legislativos acompañan los cambios en los comportamientos «sin que los unos sean las consecuencias de los otros» (Théry, 2000).

Así, en México las mujeres «pioneras» empiezan a limitar sus descendencias varias décadas antes de la nueva Ley de Población de 1973 (Zavala de Cosío, 1992b). La idea de una fecundidad controlada se generaliza en México por varios conductos que no son únicamente legislativos e institucionales, tanto en los grupos urbanos y escolarizados, donde las normas maltusianas se relacionan con el progreso social, como en los grupos vulnerables, donde prevalece el maltusianismo de pobreza (Zavala de Cosío, 1992b). Esto quiere decir que los cambios económicos, sociales y culturales tienen mucho peso, independientemente de las políticas. Se observa que en Brasil, donde no se ha llevado a cabo una política de población sistemática, las evoluciones de la fecundidad son muy similares a las mexicanas. Como escribe Jacques Vallin, «es más importante tomar las medidas necesarias para adaptar a nuestras sociedades y nuestras economías a los cambios demográficos que tratar de impedir éstos»[4] (Vallin, 2011, p. 345).

Un segundo tipo de explicación se basa en los cambios de roles de género. Las mujeres son fundamentales en las transformaciones demográficas y sociales, ya que la limitación de los nacimientos se basa en los métodos femeninos de anticoncepción (píldora, DIU, esterilización femenina). La participación femenina en la actividad económica aumenta significativamente. También los niños asisten cada vez más a la escuela. Pero los roles de madre y esposa y las formas familiares no se transforman en profundidad en México, ya que para la mayoría de las mujeres mexicanas la etapa de entrada a la vida adulta es la primera unión (Coubès et al., 2005), con la familia como elemento central. Esto explica en gran parte por qué persiste una fecundidad temprana con edades jóvenes de entrada en unión.

El modelo de la familia mexicana no propicia, por el momento, el individualismo y la autonomía personal, como sucedió en Francia a partir de la década de 1960 (Bonvalet et al., 2011). Sin embargo, la vida reproductiva se acaba pronto, ya que la operación femenina se banaliza en las uniones «como primer método, aun entre las jóvenes con pocos hijos» (Brugeilles, 2005, p. 141). Esos comportamientos contribuyen a la construcción de un modelo joven de formación familiar en México, con una nupcialidad precoz en promedio, pocos hijos y una fecundidad que se termina tempranamente. Nos podemos preguntar si esta situación va a perdurar o si los roles de género van a cambiar en profundidad. No hay aún señales de que esto vaya a ocurrir muy pronto.

Finalmente, un tercer tipo de explicación es el de los modelos de transición de la fecundidad. Festy (1979) propone la idea de que hay dos tiempos en la reducción de la fecundidad hacia los niveles más bajos, con base en un análisis sobre las evoluciones de los países europeos y de Estados Unidos. En un primer momento, la baja de la fecundidad concentra esta última en las edades jóvenes y acaba con las familias numerosas. Después sigue una segunda fase de las etapas finales de la disminución de la fecundidad, donde un retraso en los nacimientos provoca el envejecimiento del calendario de la fecundidad, o sea, una elevación en la edad a la maternidad (Festy, 1979). A niveles de remplazo de la fecundidad, datos recientes de los países europeos muestran que se registran constantemente cambios en los calendarios de la fecundidad debidos a coyunturas diversas que hacen fluctuar las tasas globales de ésta por encima o por debajo del nivel de las descendencias finales de las generaciones que son más estables (Adveev et al., 2011). Además, «en los años recientes, el aumento sensible de la fecundidad en Suecia y en diferentes países del oeste del continente [europeo] sugiere que el movimiento de elevación de las edades a la maternidad ha alcanzado sus límites» (ibid., p. 31).

Esta hipótesis determinista sugiere que México está todavía en la primera fase de su transición de la fecundidad y que el segundo tiempo va a llegar posteriormente. Las tres hipótesis de explicación no son incompatibles entre sí, ya que las tres significan que no se ha acabado la transición demográfica en México y que los cambios se van a prolongar junto con evoluciones por venir en los campos institucionales, de género y demográficos. De hecho, ya hay indicios de que el retraso en la primera unión y en el nacimiento del primer hijo existe en algunos sectores de la población, aunque son minoritarios. Tenemos que esperar para saber si esas evoluciones se van a generalizar.

En conclusión, la transición demográfica mexicana es original, con el efecto principal de la nupcialidad temprana. Sin embargo, sigue los patrones de evolución de varios países latinoamericanos que, comparativamente, son cercanos a México. Hay grandes diferencias con los ejemplos europeos y magrebíes a pesar de los niveles ahora comparables de baja fecundidad. Podemos hablar de similitudes culturales, económicas y sociales que emparejan las evoluciones en América Latina y el Caribe, pero cada transición demográfica, incluida la mexicana, tiene sus características propias. La transición mexicana se distingue claramente por la nupcialidad temprana, que perdura hasta esta segunda década del siglo XXI.

ANEXOS

1. Lista de las encuestas mexicanas utilizadas

Eder (Encuesta Demográfica Retrospectiva), 1998 y 2011.

EMF (Encuesta Mexicana de Fecundidad), 1976-1977.

Enadid (Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica), 1992, 1997, 2006 y 2009.

END (Encuesta Nacional Demográfica), 1982.

Enfes (Encuesta Nacional de Fecundidad y Salud), 1987.

Ensar (Encuesta Nacional de Salud Reproductiva), 2003.

2. Tasas específicas de fecundidad según grupos de edad, 1976-2008

GRÁFICA II.A.1. Tasas específicas de fecundidad en México, 1976-2008

FUENTES: Conapo (2012) y Welti (2010).

CUADRO II.A.1. Tasas específicas de fecundidad en México, 1976-2008

FUENTE: Conapo (2012).

CUADRO II.A.2. Tasas específicas de fecundidad en México, 1975-2005

FUENTE: Welti (2010).

 

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