Mi interés por Shostakóvich empezó cuando inicié mis estudios universitarios en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). En su Biblioteca Musical escuché por primera vez, en 1955, una de sus sinfonías. Me impactó tan profundamente que, al poco tiempo, había escuchado toda la obra grabada de este compositor y visto todas las partituras disponibles en dicha biblioteca. No es que me gustara toda su música; por el contrario, al lado de obras que me entusiasmaban había otras cuya banalidad, superficialidad y bajo nivel musical me producían asombro y decepción. El más completo misterio rodeaba una significativa fracción de su obra. Su segunda y tercera sinfonías y su ópera Lady Macbeth de Mtsensk se habían tocado en la Unión Soviética, y pronto habían quedado proscritas del repertorio, condenadas como “formalistas, burguesas y decadentes”.
Extrañamente, había retirado su Cuarta Sinfonía en las vísperas de su estreno y tras numerosos ensayos. Habían pasado más de veinte años y la obra no se había tocado jamás. Esperaba yo con gran impaciencia la aparición de cada nueva composición o la resurrección de obras anteriores y hacía lo indecible por conseguir sus nuevos discos. A veces, la novedad en cuestión era para mí una total desilusión; en otras ocasiones se trataba de obras maestras que volvían a acrecentar mi entusiasmo y mi curiosidad por su figura y su música, envueltas ambas en el misterio.
Mi interés por este compositor pronto se extendió a la lengua, la historia y la cultura rusas. Me inscribí en el Departamento de Ruso del MIT y tomé todos los cursos que allí se impartían. Cuando todavía estudiaba en el MIT se presentó una primera oportunidad de ir a Rusia. En 1958 el Departamento de Estado convocó a estudiantes interesados en ir como intérpretes para una gran exposición que los Estados Unidos montaron en Moscú. Aprobé el examen requerido pero tuve la gran desilusión de que no me aceptaran por no ser ciudadano estadunidense. A resultas de una serie de casualidades, la oportunidad se me presentó poco después, en 1959. Ese año viajó a México una importante delegación oficial soviética encabezada por Anastás I. Mikoián, a la sazón viceprimer ministro de la URSS, habilísimo político, uno de los pocos en sobrevivir a las purgas desde la era de Lenin. Formaron parte de la delegación los compositores Shostakóvich y Kabalevski, a quienes conocí en la ciudad de México. No olvido la impresión que me causó Shostakóvich. Fue en ocasión de un concierto en Bellas Artes. Lo saludé durante el intermedio. Sus ojos claros parpadeaban continuamente y sus manos y rostro denotaban un intenso nerviosismo.
En un recorrido por la capital de Nuevo León, la misión oficial soviética incluyó una visita a la Fundidora Monterrey, empresa donde yo trabajaba. El intérprete oficial sufrió una indisposición temporal y, a falta de mejor opción, tuve que remplazarlo. Acompañé durante algunas horas a Mikoián, al embajador soviético Bazykin y a otros delegados. Al despedirse, Mikoián me dijo: “Usted, amigo Prieto, debería ir a conocer la Unión Soviética. ¿No le interesaría?” “Por supuesto: me interesaría no sólo ir, sino quedarme algún tiempo y tomar cursos intensivos de ruso.” “Le encargo a usted, camarada Bazykin, que organice el viaje y la estancia del ingeniero Prieto”, le ordenó Mikoián al embajador, dejándome estupefacto.
Por mi lado, obtuve los permisos del caso para ausentarme algunos meses de la fábrica. Pasaron semanas y meses sin noticia alguna del viaje a la URSS. Mi decepción crecía. Al cabo de un año me olvidé del asunto. Pero yo no conocía entonces la burocracia soviética. A los dos años y medio recibí una llamada del embajador Bazykin. El viaje estaba arreglado así como mi inscripción en la Universidad Lomonosov de Moscú.
El 11 de septiembre de 1962 llegué a Moscú. Me parecía imposible estar allí. Era la época de Nikita Jrushov, el primer renovador tras la terrible dictadura de Stalin. Se vivía, en pequeña escala, una primera glasnost y una primera perestroika. Grandes logros tecnológicos y científicos habían permitido a la URSS ser la pionera de la exploración espacial, con el primer satélite artificial, el Sputnik, y con el primer vuelo orbital humano de Yuri Gagarin. El optimismo reinante había inducido a Jrushov a predecir que en veinte años la URSS sobrepasaría el nivel de vida de los estadunidenses y que el sistema soviético llevaría a los Estados Unidos a la tumba. “Los sepultaremos”, había proclamado.
Aquella primera estancia —al cabo de la cual obtuve un diploma de lengua rusa en la Universidad Lomonosov— fue para mí de un interés apasionante y fue objeto de mi primer libro, Cartas rusas, publicado en México en 1964. Volví a ver a Shostakóvich en Moscú ese año de 1962 y en 1968, como relataré más adelante.
Se ha escrito mucho acerca de Shostakóvich, uno de los más enigmáticos compositores del siglo XX. En lo particular, me impulsa a escribir este libro la experiencia que a lo largo de mi vida he acumulado con su música. Además de haberlo tratado en varias ocasiones, conozco prácticamente toda su obra, desde piezas para piano solo, tríos, cuartetos, sonatas, canciones, música para cine y teatro, hasta sus conciertos, sinfonías, cantatas, óperas y ballets. En mi carrera como violonchelista, Shostakóvich ha sido una presencia permanente. He grabado sus obras principales y he tocado en múltiples países sus composiciones para violonchelo y piano, para violonchelo y orquesta, tríos y cuartetos.
En 2013 se cumplen ciento siete años de su nacimiento. Su música refleja las terribles épocas en que vivió. Nació en San Petersburgo en 1906, en la era del zar Nicolás II. Tenía once años cuando Lenin tomó el poder. Le tocó toda la época de Stalin, durante la cual sufrió humillaciones, angustias y acoso que incluso le hicieron temer por su vida. Conoció años algo mejores —nunca óptimos— bajo Jrushov y falleció en 1975, a los sesenta y nueve años de edad, en pleno periodo de Brézhnev, dieciséis años antes del colapso de la Unión Soviética.
A partir de entonces, su obra ha sido objeto de una creciente revaloración. Pocos cuestionan hoy su posición como uno de los más grandes compositores del siglo XX. El misterio y la controversia que envolvieron gran parte de su vida y de su obra lo han perseguido aun después de su muerte.
He aquí el texto oficial del Partido Comunista de la URSS con el que dio a conocer su fallecimiento:
A la edad de sesenta y nueve años falleció el gran compositor de nuestra época, Dmitri Dmitrievich Shostakóvich, diputado del Supremo Soviet de la URSS, laureado con los Premios Lenin y del Estado de la URSS. Hijo fiel del Partido Comunista, eminente figura, el ciudadano artista D. D. Shostakóvich dedicó toda su vida al desarrollo de la música soviética y reafirmó los ideales del humanismo socialista y del internacionalismo…
El obituario lleva las firmas de Leonid Brézhnev, primer secretario del Partido Comunista de la URSS; los compositores Andréi Eshpái, D. Kabalevski, Kara Karáiev, Aram Jachaturián, Tijon Jrénikov, Grigori Svirídov, los directores de orquesta Kiril Kondrashin, Evgueni Mravinski y muchos más.
Esta imagen de Shostakóvich como “hijo fiel del Partido Comunista” choca con gran parte de su obra y con la terrible represión de que fue víctima en diversas épocas de su vida.
La soprano Galina Vishnévskaia, esposa del violonchelista Mstislav Rostropóvich, escribió: “En sus obras, Shostakóvich expone con indignación la realidad, se aflige y sufre hondamente […] Sus sinfonías, esos monólogos sin palabras, reflejan protesta y tragedia, dolor y humillación […] Su música sacude profundamente incluso a aquellos que no conocen la política del terror”.1
El musicólogo ruso Solomon Vólkov publicó en 1979, cuatro años después de la muerte de Shostakóvich, un pretendido libro de memorias titulado Testimonio. Las memorias de Dmitri Shostakóvich tal como fueron relatadas a Solomon Vólkov.2 Vólkov había trabajado en Moscú en la revista Sovietskaya Muzyka [Música Soviética] y emigrado a los Estados Unidos en 1976. El libro apareció en inglés y tuvo un notable éxito de ventas, lo que le valió ser traducido pronto a diversas lenguas. No se publicó en la Unión Soviética sino años después, en 1988, catorce años después del fallecimiento de Shostakóvich.
Yo mismo lo leí con enorme interés, pero pronto puse en duda la autenticidad de las supuestas memorias.
Vólkov declaró que todo el texto de Testimonio proviene del material dictado por el compositor a lo largo de muy numerosas entrevistas, que jamás utilizó datos provenientes de otras fuentes y que no había copiado artículos del compositor publicados anteriormente. Tales aseveraciones no son ciertas. Desde 1958 fui suscriptor de la revista Sovietskaya Muzyka y he encontrado infinidad de párrafos de entrevistas anteriores de Shostakóvich copiados literalmente en Testimonio. Otro tanto ocurre con entrevistas y declaraciones publicadas en otros libros, revistas y periódicos soviéticos. Galina Vishnévskaia declaró:
Leí el manuscrito ruso […] Me produjo una extraña impresión. Me pareció una colección de historias más o menos conocidas. Si el libro hubiera sido escrito como obra de Vólkov, lo hubiera percibido de manera totalmente diferente. Pero al poner todas las historias en boca de Shostakóvich, su sentido fue totalmente tergiversado.3
Debido a las enfermedades sufridas por el compositor en sus últimos años, su esposa Irina estuvo continuamente a su lado y afirma que las entrevistas entre Shostakóvich y Vólkov no fueron “muy numerosas”, como asegura Vólkov, sino apenas tres o cuatro.
La mayor parte de Testimonio proviene, por tanto, de declaraciones, entrevistas y escritos anteriores del compositor, y algunas páginas, de las pocas memorias realmente dictadas a Vólkov. Pero —esto es lo más grave— Testimonio contiene frases y opiniones claramente falsas que Vólkov pone en boca de Shostakóvich. Por tales razones, Testimonio está desacreditado como fuente fidedigna de información acerca del compositor. Sólo utilizaré ese texto cuando esté seguro de la autenticidad de su contenido.
Secuelas de Testimonio fueron una serie de libros más bien simplistas como el de Ian MacDonald, titulado El nuevo Shostakóvich. ¿Estalinista leal o disidente despectivo?,4 que contrapone a la vieja imagen de un Shostakóvich atormentado que tuvo que doblegarse ante los dictados de un Estado todopoderoso, la de un genio que sólo fingió acatar dichos dictados y que, desde lo más profundo de su ser, descargó en su obra musical, por medio de claves bastante transparentes, su solidaridad con los sufrimientos del pueblo y la expresión de su denuncia, indignación y crítica sarcástica por la acción del partido y de Stalin en particular. ¿Dónde está la verdad?
Intentaré dilucidar esta cuestión y destacaré los principales rasgos de la época y la vida del compositor, así como la evolución de su ingente obra musical, sin detenerme en todas sus composiciones sino sólo en las principales. La apertura de archivos secretos a partir de la era de Gorbachov —acelerada tras el colapso soviético de 1991— y la publicación de artículos y memorias de personas muy cercanas al compositor permiten conocer y comprender mejor su biografía, el entorno frecuentemente dramático en el que vivió, su obra y sus actitudes.