Antes de abordar su primera obra realmente importante, la Primera Sinfonía, Shostakóvich compuso varias que muestran su notable precocidad. A los trece o catorce años compuso una ópera (Los gitanos) sobre un texto de Pushkin, pero posteriormente la destruyó. Se conservan otras obras compuestas a la misma edad, entre las cuales destacan el Scherzo para orquesta, opus 1, y Tema y variaciones para orquesta, opus 3. A los dieciséis años compuso una Suite para dos pianos, opus 6, en ocasión de la muerte de su padre, a quien está dedicada. Su Scherzo para orquesta, opus 7, compuesto a los diecisiete años, ya tiene las características inconfundibles de su música. Por desgracia, se perdió el manuscrito de sus Tres piezas para violonchelo y piano, opus 9, compuestas a la misma edad, obra que estrenaron el violonchelista Anatoli Egórov y el propio autor en 1925.
En 1925, cuando tenía dieciocho años, Shostakóvich termina su Primera Sinfonía, opus 10, y se gradúa en el conservatorio. La sinfonía fue estrenada en mayo de 1926 por Nikolái Malkó y la Orquesta de Leningrado. Músicos y aficionados quedaron atónitos ante la originalidad y madurez de la obra.
La sinfonía consta de cuatro movimientos que se tocan sin interrupción: allegretto, allegro, lento, finale: lento-allegro molto.
El primer movimiento, allegretto, principia con un diálogo entre trompeta y fagot solos que le dan un carácter agudo y pleno de ingenio.
Manuscrito de la primera obra de Shostakóvich, a los 13 años de edad, opus 1, “dedicada a mi maestro Maximilian Steinberg” (1919)
El segundo movimiento, un allegro en forma de scherzo, dura poco menos de cinco minutos. Poco después del principio aparece por primera vez el piano solo, que le confiere al movimiento una sonoridad brillante y una textura como de música de cámara. La segunda parte del movimiento, el trío, contrasta con la primera parte por su espíritu más tranquilo y meditabundo, con reminiscencias de las primeras obras de Stravinski, que por supuesto conocía Shostakóvich. El lento es un movimiento de carácter más bien romántico, que recuerda en ocasiones a Chaikovski.
El finale empieza con un breve lento, seguido sin interrupción por un brillante allegro molto en cuyo principio vuelve a aparecer el piano. Tras un súbito estallido sonoro, una sorpresiva pausa introduce un solo de timbales que se repite tres veces, cada vez más piano. Un solo de violonchelo inicia una nueva sección lenta que conduce al clímax final. El movimiento termina con una brillante coda.
Esta sinfonía ya muestra muchas de las características de la obra futura de Shostakóvich y es una evidente demostración de su genio. No puede uno dejar de pensar en Mozart, Mendelssohn y Schubert, que también compusieron sus primeras obras maestras hacia los dieciocho años de edad. La Primera Sinfonía de Shostakóvich conquistó desde entonces un importante lugar en el repertorio mundial de conciertos.
Su éxito fue histórico. De la noche a la mañana Shostakóvich se convirtió en la estrella ascendente del panorama musical soviético. Bruno Walter llegó ese invierno a dirigir en Leningrado y escuchó la versión pianística de la obra tocada por su autor. Su impresión fue tal que decidió incluirla en la programación de la Filarmónica de Berlín de 1927. En 1928 Leopold Stokowski dirigió el estreno en los Estados Unidos con la Orquesta de Filadelfia. Alban Berg escuchó la sinfonía en Viena el 28 de noviembre de 1928 y escribió al compositor las siguientes líneas: “Fue una gran alegría llegar a conocer su sinfonía. La encuentro maravillosa, especialmente el primer movimiento”.1
El compositor francés Darius Milhaud escribió en su libro Notes sans musique: “A pesar de su forma y de su construcción más bien convencionales, la sinfonía demuestra un talento genuino e incluso rasgos de genialidad, sobre todo si se toma en cuenta que el compositor tenía sólo dieciocho años”.2
Las búsquedas modernistas de Shostakóvich se manifiestan por primera vez en dos obras para piano, la Primera sonata y los Doce aforismos, en las cuales se perciben a veces lejanos ecos de Erik Satie.
El éxito internacional de la Primera Sinfonía no le sirvió al joven Dmitri para afianzar su confianza en sí mismo. Víctima de grandes dudas sobre su capacidad como compositor, destruyó una serie de obras infantiles, incluida la ya citada ópera Tsigany (Los gitanos), el ballet Rusalochka y su Sinfonía revolucionaria.
Buscó durante los siguientes años un lenguaje musical más moderno al que procuró darle, en algunos casos, un contenido ideológico revolucionario. Gran influencia ejerció sobre Dmitri su mejor amigo, el joven musicólogo Iván Sollertinski, hombre polifacético, poseedor de enciclopédica cultura y de un agudo sentido del humor. Gracias a él Shostakóvich conoció la música de Mahler, que lo impresionó profundamente y cuyo influjo se puede detectar en varias de sus sinfonías.
Shostakóvich contaba cosas increíbles de su amigo, según relató años después Maxim, hijo del compositor: “Sollertinski no leía, como todo el mundo, línea por línea, sino que percibía la página entera de una vez al mirar el libro. También tenía una memoria fenomenal. No sólo dominaba su propia materia —la música— sino, además, la literatura, la filosofía, la historia universal…”3
El propio Shostakóvich escribió lo siguiente:
Un gran número de estudiantes del Conservatorio de Leningrado, entre ellos Sollertinski, teníamos que examinarnos de marxismo-leninismo para ingresar a los cursos de posgrado. Yo estaba muy nervioso esperando el examen, y como nos citaban ante la comisión examinadora siguiendo el orden alfabético ruso, me tocaba ser de los últimos. Al cabo de un rato llegó el turno de Sollertinski, quien salió muy pronto del aula de exámenes. Me armé de valor y me aventuré a preguntarle:
—Dígame, por favor, ¿ha sido difícil el examen?
—No, nada difícil —me contestó.
—¿Y qué le preguntaron?
—Las preguntas han sido de lo más fácil: los orígenes del materialismo en la Grecia antigua; las tendencias materialistas en la poesía de Sófocles; filósofos ingleses del siglo xvii, y algo más…
Huelga decir que el informe que Iván Ivanóvich refirió sobre su examen me causó un gran pavor.4
En enero y febrero de 1927, el joven Dmitri participó en el Concurso Chopin en Varsovia, junto con treintaiún concursantes, de los cuales cinco fueron rusos. Dmitri llegó a formar parte del grupo de ocho finalistas y tocó el primer concierto para piano de Chopin. El ganador del concurso fue el moscovita Lev Oborin. El joven Shostakóvich no ganó premio alguno aunque se hizo acreedor a una mención honorífica.
Shostakóvich continuó su doble carrera de compositor y pianista. Como pianista tocó obras muy diversas: los dos conciertos de Chopin, el estreno en Rusia de Las bodas de Stravinski en 1926; el Concierto para dos pianos de Mozart, junto con Gavriil Popov y la Orquesta Filarmónica de Leningrado, dirigida por Stiedry en noviembre de 1927; tres días después, el Primer concierto de Chaikovski, con la orquesta dirigida por Malkó. Tocó en varias ocasiones el Primer concierto para piano de Prokófiev e incluso se permitió hacer varias “mejoras” a la orquestación original del autor. A partir de 1933 su actividad pianística se limitó a sus propias obras. Las ejecutaba con estilo muy personal, a unos tempi generalmente muy rápidos y con un touché quizá demasiado duro pero lleno de humor.
El sentido del humor era una característica de Shostakóvich, que se trasluce con gran frecuencia en su música. El director Nikolái Malkó dijo al respecto:
Mitya nunca perdía la ocasión de hacer bromas a expensas de sus amigos y, cuando se presentaba la oportunidad, lo hacía con mucha ironía, con palabras muy cuidadosamente escogidas y con un semblante muy serio. Los juegos de palabras le atraían. “Me gusta mucho la música de Ilich”, exclamaba. Para todos, Ilich era Lenin (su nombre era Vladímir Ilich Lenin). Cuando la gente manifestaba su asombro, Mitya sencillamente agregaba: “Me refiero, por supuesto, a Piotr Ilich Chaikovski.5
La facilidad con que componía era asombrosa, así como lo era, ya lo dijimos, su memoria. En el otoño de 1928 el director Nikolái Malkó dio una recepción en su apartamento. Alguien puso un disco con el fox-trot Tea for Two, de la comedia ¡No, no, Nanette! de Vincent You-mans. Ese fox-trot, también conocido como Tahití Trot, era muy popular en Rusia. Shostakóvich criticó la grabación y Malkó le dijo: “¿Conque no te gusta? Si de verdad eres tan genial como dicen, ¿aceptarías pasar al cuarto vecino, escribir la pieza de memoria y orquestarla? Me comprometo a dirigirla. Te doy una hora”.
Shostakóvich pasó al cuarto vecino y en cuarenta y cinco minutos reescribió y orquestó brillantemente la pieza. Tahití Trot, opus 16, fue estrenada el 25 de noviembre de 1928, con la orquesta de Sofil, dirigida por Nikolái Malkó.
Otro detalle que ilustra la memoria del compositor ocurrió poco después. Llegó a Leningrado un grupo de compositores moscovitas para dar a conocer sus obras y para escuchar, asimismo, las de sus colegas. Entre las novedades se tocó la Suite Sinfónica del compositor moscovita Vladímir Ferré, jamás tocada antes en Leningrado. Esa noche Shostakóvich invitó a sus colegas moscovitas al cine, a escucharle sus improvisaciones para acompañar las películas mudas. Atónitos se quedaron al oírle tocar de memoria y entera la Suite Sinfónica de Vladímir Ferré.
El joven Shostakóvich era muy aficionado al cine. Cada vez que podía, iba a ver las novedades del momento. Era también muy adicto al futbol y al ajedrez. En una ocasión fue a un cine. La función no había empezado y un grupo de personas se distraía en el vestíbulo leyendo revistas. Otros jugaban al ajedrez. El joven Dmitri vio a un “hombre insignificante, sobriamente vestido” que observaba un tablero. Shostakóvich se le acercó y he aquí cómo describió años después aquel encuentro:
Me acerqué y le dije despreocupadamente: “¿Y si jugamos una partida?”
El hombre me observó, sonrió como con indulgencia y aceptó.
La rapidez de mis movimientos pareció extrañarle. Sin duda no estaba habituado a jugar con un “velocista” como yo. Reflexionó un momento y, sin que me hubiera yo percatado de nada, mi rey se encontró de repente en situación peligrosa. Nerviosamente, busqué una salida y sentí la penetrante mirada de mi oponente sobre mí. En definitiva, me puso “jaque mate” con una facilidad pasmosa. Nunca había yo perdido de tal manera.
Algo de mi juego pareció sin embargo interesarle y me preguntó:
—¿Hace mucho que juegas al ajedrez?
—Tres años —repuse.
Me hizo una nueva pregunta:
—¿Y me conoces?
—No.
—En tal caso, permite que me presente: soy Alexandr Aliojin…
Y entró en la sala…
Durante la proyección de la película, no le quité la vista de encima. Desde ese momento, me convertí en un asiduo espectador de todas sus partidas. Cuando ganó el campeonato del mundo en Argentina en 1927, venciendo al célebre Capablanca, mi felicidad fue sin duda parecida a la del propio Aliojin. ¿No había yo sido, sin discusión, uno de sus sparring partners?6
La relación de Shostakóvich con el cine duraría toda su vida y abarcaría todo género de películas.
La NEP tuvo también consecuencias en el campo del arte. Los choques ideológicos se hicieron menos frecuentes y se reanudó el contacto con Occidente, interrumpido prácticamente desde el estallido de la prime-ra Guerra Mundial en 1914. En 1923 Nikolái Miaskovski y otros compositores fundaron en Moscú la Asociación de Música Contemporánea (ACM), que estableció relaciones con la International Society for Contemporary Music de Londres.
El influyente musicólogo Borís Asáfiev fue el espíritu impulsor de la música contemporánea en Leningrado, que se convirtió en uno de los grandes centros europeos de la música moderna. Apenas meses después de sus estrenos mundiales se escenificaron obras tales como Wozzeck de Berg, Pulcinella y Renard de Stravinski, Der Ferne Klang de Schreker, El amor por tres naranjas de Prokófiev y muchas más. El joven Shostakóvich escuchaba con apasionado interés todas estas novedades e iba absorbiendo y digiriendo las más diversas influencias. Conoció a muchos compositores —Milhaud, Hindemith y Casella entre otros— y los vio dirigir sus obras. El propio Shostakóvich participó como pianista en el estreno en Rusia de Les Noces de Ígor Stravinski el 12 de diciembre de 1926.7
Prokófiev regresó por primera vez a Rusia en 1927. Dio varios conciertos en Leningrado. Shostakóvich escuchó con admiración su Segundo concierto para piano así como sus sonatas 2 y 4 para piano. “Tocó maravillosamente”, comentó.
Un amigo de Prokófiev organizó una velada para darle a conocer la obra de los jóvenes compositores locales. Allí conoció a Shostakóvich y le escuchó tocar su Primera sonata para piano. Escribió en su diario: “Es un hombre muy joven que no sólo es compositor sino pianista. Me entrega la partitura y toca de memoria, con audacia. Me alegra mucho elogiar a Shostakóvich. [El musicólogo] Asáfiev se burla de mí y me dice que el primer movimiento de la sonata me gusta mucho porque muestra la gran influencia de mi música”.8
Eminentes solistas y directores vinieron a enriquecer la vida musical soviética. Se estrenaron en Rusia obras de Schoenberg (los Gurre-Lieder), Krenek, Manuel de Falla, Bartok, Honegger y otros. Entre los directores vinieron Otto Klemperer, Pierre Monteux, Hermann Scherchen y William Steinberg, además del ya mencionado Bruno Walter.
Quizá fue la ópera Wozzeck de Berg, que vio en el Teatro Marin-sky de Leningrado, la que despertó en él la idea de componer una ópera satírica basada en el cuento La nariz de Gógol. Pero la situación económica de la familia era apremiante en 1927, lo que le obligó a posponer su proyecto y aceptar inmediatamente el encargo que en marzo de ese año le hizo el departamento de música del Comisariado del Pueblo para la Educación, de componer una obra para conmemorar el décimo aniversario de la Revolución.
La Segunda Sinfonía fue su primer encargo oficial. Se le sugirió componer una obra sinfónica basada en un texto revolucionario del poeta Alexandr Bezymenski, miembro de las Juventudes Comunistas (Komsomol). Shostakóvich escribió en una carta: “Recibí los versos de Bezymenski, que me disgustaron mucho. ¡Son unos versos pésimos!”9 Pese a ello, aceptó el encargo y en agosto de 1927 empezó la composición de su Segunda Sinfonía A Octubre. Una dedicatoria sinfónica, que consta de un solo movimiento y que es mucho más aventurada musicalmente que la sinfonía anterior.
La sinfonía se inicia con notas graves en las cuerdas, notas que serán retomadas sucesivamente por otros instrumentos, siempre con el mismo tempo, pero a creciente velocidad. Los primeros instrumentos tocan negras; los segundos, corcheas, y los siguientes, sucesivamente, tresillos de corcheas, fusas hasta sextillos de fusas, lo cual crea una impresión de murmullo general:

Entra después una trompeta con un motivo atonal que sobresale del caos y que conduce a la segunda sección, un scherzo de carácter grotesco.
La tercera sección se inicia con un fugato a trece voces en cuya última parte, escribe el compositor y musicólogo Krzysztof Meyer, “el oyente percibe una especie de mancha sonora en vibración, un cluster moviente se podría decir, que se encontrará frecuentemente en la música de los años cincuenta y sesenta del siglo XX”.10
La cuarta y última sección es radicalmente diferente del resto de la sinfonía y da la impresión de ser un apéndice artificial. En ella el coro recita, más que canta, el poema revolucionario de Bezymenski. La entrada del coro es señalada por un silbato industrial. El coro alcanza un clímax sonoro con las palabras: “¡Lenin! ¡Nuestro destino es la lucha!”, y la obra termina con la declamación de las palabras “Octubre, la Comuna, Lenin”.
El estreno mundial —con la Orquesta de Leningrado dirigida por Nikolái Malkó— tuvo lugar el 5 de noviembre de 1927, en un acto de celebración revolucionaria. El acto empezó con una manifestación política en que participaron los altos funcionarios Mijaíl Kalinin, Valerián Kubyshov, Anatoli Lunacharski y Georgi Chicherin, lo cual retrasó considerablemente el inicio del concierto. Escribió Shostakóvich: “La ejecución de mi obra empezó a las 23:45 horas. El público y los músicos de la orquesta estaban muy cansados. Sin embargo, el estreno de Octubre estuvo muy bien […] El éxito fue muy grande. Me llamaron cuatro veces al escenario. El público continuaba aplaudiendo pero ya no salí”.11
Tras su éxito inicial y como resultado de un cambio radical de la política cultural soviética en la década de los treinta, la Segunda Sinfonía fue retirada del repertorio, condenada como obra antiartística y representante de un “formalismo extremo”. No se volvió a tocar en la URSS sino casi treinta años más tarde. En Occidente no se tocó por su contenido de propaganda política radical.
Igual ocurrió con la Tercera Sinfonía, compuesta en un solo mes, julio de 1929.
Apenas terminó su Segunda Sinfonía, Shostakóvich inició la composición de la obra que realmente le interesaba: su ópera satírica La nariz, basada en una de las Novelas breves petersburguesas de Nikolái Gógol. El libreto relata la historia de un funcionario, el mayor Kovaliov, que un día se despierta y descubre con espanto que su nariz ha desaparecido. Al mismo tiempo, su peluquero, a punto de desayunar, se topa con la nariz oculta en un trozo de pan y, presa del pánico y temiendo que pudieran acusarlo de habérsela cortado a alguno de sus clientes, se apresura a arrojarla al río Neva. El mayor Kovaliov continúa su búsqueda y cuál no sería su sorpresa al encontrar un día su nariz, disfrazada de personaje estatal de jerarquía bastante superior a la suya. Le suplica a su nariz regresar a su sitio pero ésta lo rechaza con el desdén propio de los altos funcionarios. Suceden las más variadas aventuras —en las que Gógol satiriza el papel de la policía y de las multitudes— hasta que la nariz decide retornar a su lugar de origen y el mayor Kovaliov vuelve a su vida banal de paseos por la Avenida Nevsky y de persecuciones de chicas guapas.
Shostakóvich explicó su elección de La nariz por tratarse de una sátira de la época de Nicolás I y por la expresividad del lenguaje de Gógol.
La ópera es un torrente de invenciones musicales extraordinarias. Los episodios cortos e inesperados se suceden con rapidez. Jamás había demostrado Shostakóvich —que aún no cumplía veintitrés años— tal maestría y tan desbordante imaginación. Efectos sorprendentes se mezclan con hallazgos orquestales, como el famoso entreacto para instrumentos de percusión, la primera pieza sólo para instrumentos de percusión, compuesta tres años antes de la Ionización de Edgar Varèse.
El extremo modernismo de La nariz despertó una furiosa controversia. Ya antes de su estreno, algunos músicos, miembros de la Asociación Rusa de Músicos Proletarios, acusaron al autor de componer música que los mortales ordinarios no podían entender, de ignorar la realidad contemporánea y de ser culpable de “escapismo antisoviético” y de “formalismo”. “La obra es irrelevante para los estudiantes, los trabajadores metalúrgicos y textiles”, escribió Daniel Zhitómirski en nombre de la RAPM. “Si no acepta la falsedad de tal camino, Shostakóvich se encontrará inevitablemente en un callejón sin salida.”12 No eran críticas para tomarse a la ligera. Ese mismo mes, en el campo literario, quedó proscrita la obra entera de Mijaíl Bulgákov, por quien Shostakóvich sentía una viva admiración.
Sin embargo, La nariz se estrenó en enero de 1930 en el Teatro Maly de Lenin-grado, bajo la dirección de Samuil Samosud. Por la polémica que despertó y por los salvajes ataques de los Músicos Proletarios, la ópera fue proscrita y no se presentó ni en Moscú ni en provincia. La nariz no volvió a representarse en Rusia sino hasta cuarenta y cinco años más tarde, en 1974, poco antes de la muerte del compositor.
Shostakóvich acababa de componer la música para la película Nueva Babilonia y la música incidental para la obra teatral de Vladímir Maiakovski La chinche. Se trata de obras musicales en que las escenas, todas distintas, no permiten la repetición de ningún tema. Le pasó por la mente a Shostakóvich repetir dicha estructura en alguna otra obra y le dijo un día a su amigo el compositor Visarión Shebalín: “Sería tentador escribir una sinfonía en la que no se repita ningún tema”.13 Y eso es precisamente lo que ocurre en la Tercera Sinfonía, Primero de Mayo.
Nuevamente se trata de una sinfonía “proletaria” y coral de un solo movimiento, con textos de versos políticos de Semión Kirsánov. Desde el punto de vista musical, recuerda algo a la sinfonía precedente aunque es menos atrevida, menos disonante.
Alexandr Gauk dirigió con poco éxito el estreno en Leningrado el 21 de enero de 1930.
Tanto la Segunda como la Tercera sinfonías, compuestas a los veinte y veintidós años respectivamente, reflejan las intensas búsquedas de su autor en pos de un estilo nuevo, acorde con los complejos y turbulentos tiempos en que vivía. Son obras muy interesantes, sobre todo la Segunda, pero lo son más por sus augurios que por sus logros.
Paradójicamente, los músicos “modernos” y los “proletarios”, peleados entre sí, elogiaron las nuevas sinfonías. Claro, lo hicieron por motivos diferentes. Los “modernos”, por el avance logrado por el autor en su lenguaje musical; los “proletarios”, por el contenido revolucionario de las secciones corales.
¿Qué movió a Shostakóvich a escribir estas dos sinfonías de tan claro contenido político? ¿Fueron sus convicciones comunistas o, al menos, su simpatía hacia el sistema?
Es difícil contestar de una manera tajante. Un compositor de vein-te años no podía sino sentirse halagado de recibir encargos del Estado soviético. Además, significaban ingresos requeridos con urgencia. Por otra parte, es perfectamente explicable que un joven, dedicado en cuerpo y alma a la música, concibiera su Segunda Sinfonía A Octubre, como un homenaje a los ideales de Octubre, a las promesas de la Revolución y no como un halago a quienes, desde el poder, violaban todos los días aquellos ideales ya distantes y nunca respetados. Una última consideración: principiaba ya el Terror. Shostakóvich había sido testigo de la virulencia de que eran capaces el gobierno y, en diferente medida, los “músicos proletarios” que ahora, gracias a estas obras, lo halagaban y lo elogiaban. Tendremos ocasión de volver a este tema.
La Edad de Oro, inicialmente titulado Dinamiada, tiene como tema los avatares de un grupo de jóvenes y honrados deportistas soviéticos que terminan por imponerse en un juego de futbol a sus rivales burgueses fascistas en ocasión de una exposición industrial en un país capitalista. La Edad de Oro, que tuvo como estrella a la joven Galina Ulánova —destinada a convertirse en una de las mayores figuras del ballet ruso—, se estrenó en el Teatro Kirov de Leningrado el 26 de octubre de 1930. No tuvo un gran éxito y el compositor quedó frustrado por el escaso interés de la trama, que se refleja también en la banalidad de la música.
El compositor se prometió no acometer nuevos proyectos semejantes, cuyos temas carecieran de interés. Sin embargo, compuso en 1930 la música para un segundo ballet titulado El tornillo, estrenado el 8 de abril de 1931 y que resultó un notorio fracaso. He aquí cómo describe el propio compositor la trama de esta obra a su amigo Sollertinski: “El contenido es muy tópico. Hay una máquina. Se estropea (problema de wear and tear del equipo). La arreglan (problema de amortización) y, al mismo tiempo, compran una nueva. Entonces todos bailan en torno a la nueva máquina. Apoteosis. Todo ello, en tres actos”.14
La explicación es evidentemente irónica y permite advertir el desprecio con que el autor se aproximó al nuevo ballet.