Introducción

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Cuando con el viaje de Cristóbal Colón se inició el proceso del Encuentro de Dos Mundos se desarrollaron, además de múltiples confrontaciones, muchas formas de intercambio cultural. Entre ellas, las de carácter lingüístico tuvieron trascendental importancia. Quienes llegaban al Nuevo Mundo y quienes descendían de gente establecida en él hacía milenios requerían necesariamente comunicarse. Los que moraban en las islas del Caribe o en distintos lugares de la inmensa Tierra Firme en grupos y naciones diferentes se expresaban en un sinfín de idiomas. Algunos eran hablados y comprendidos por numerosos pueblos a lo largo de grandes extensiones; otros, en cambio, se escuchaban tan sólo en ámbitos reducidos.

Después de los españoles llegó al Nuevo Mundo gente portadora de distintas lenguas y culturas: portugueses, ingleses, franceses, italianos, holandeses y, por supuesto, africanos en condición de esclavos. Aunque en el continente americano han desaparecido muchos idiomas nativos, perduran hasta hoy no pocos que, al lado de los de origen europeo y de otras regiones del mundo, hacen de él un gran ámbito plurilingüístico y multicultural.

En busca de comprensión de las lenguas vernáculas de muchos de los pueblos del Nuevo Mundo, desde los años que siguieron al primer viaje de Colón hubo quienes emprendieron su estudio. Como nunca antes en la historia universal, se acometió una extraordinaria empresa lingüística dirigida a captar y describir las características fonológicas, léxicas y estructurales de muchos idiomas nativos. En tal empresa participaron conjuntamente los hablantes de ellos y buen número de frailes misioneros, franciscanos, dominicos, agustinos y de la Compañía de Jesús. Resultado de sus esfuerzos fue la elaboración de numerosas «artes» o gramáticas, así como de vocabularios o diccionarios de dichas lenguas.

La tarea, llevada a cabo especialmente a lo largo de los siglos XVI y XVII, hubo de superar grandes dificultades. Aunque en el contexto cultural de España se contaba con las recientes aportaciones de Elio Antonio de Nebrija (1444-1552), quien en 1492 había dotado al castellano de una gramática, la primera de entre las que llegaron a elaborarse de las modernas lenguas europeas, en realidad no existía un saber lingüístico plenamente formalizado que sirviera de base en el trabajo que se echaban a cuestas aquellos misioneros.

Con ingenuo anacronismo han criticado algunos modernos lingüistas a los dichos frailes por haber tomado como modelo para sus trabajos el Arte y el Vocabulario de Nebrija. Los críticos no parecen haberse preguntado qué otra cosa de mayor modernidad pudieron hacer entonces esos frailes. ¿Habría que pedirles que hubieran adoptado el enfoque de la gramática generativa de Noam Chomsky?

Siguiendo a Nebrija, pudieron ofrecer, en primer lugar, un adecuado marco de referencia a quienes iban a aprender las correspondientes lenguas. Además, y a pesar de las radicales diferencias entre el latín, el castellano y los idiomas indígenas, pudieron abarcar en la gran mayoría de los casos los rasgos y elementos propios de esos idiomas que por vez primera estudiaban y describían. No siguieron ellos al pie de la letra a Nebrija como muchos gratuitamente lo han supuesto. A modo de ejemplo cabe citar las palabras de quien dispuso la primerísima y muy bien lograda gramática de una lengua del Nuevo Mundo, fray Andrés de Olmos (c. 1485-1571), al que se debe el Arte de la lengua mexicana (azteca o náhuatl), concluida el primero de enero de 1547, es decir, sólo veintiséis años después de que Hernán Cortés tomara la ciudad de México. Nota Olmos:

En el arte de la lengua latina creo que la mejor manera y orden es la que Antonio de Nebrija sigue en la suya; pero porque en esta lengua [el náhuatl o mexicano] no cuadra la orden que él lleva por faltar muchas cosas que en el arte de gramática se hace gran caudal, como declinaciones y supinos […], en esta lengua no se tocan. Por tanto no seré reprensible si en todo no siguiere la orden de Antonio.1

De parecida forma procedieron otros de los frailes lingüistas espotáneos como Alonso de Molina (1510-1579), el primer lexicógrafo del Nuevo Mundo, que publicó su Vocabulario en la lengua castellana y mexicana en México, en casa de Iuan Pablos, el año de 1555. En los varios «Avisos» que incluyó Molina en su prólogo insistió en que «el lenguaje y frasis de estos naturales es muy diferente del lenguaje y frasis [estructura] latino, griego y castellano». Por ello adoptó varios criterios en la presentación de su Vocabulario, teniendo siempre en mente, como lo reiteró, «dar a entender mejor la propiedad de la lengua de los indios».2

Suma de aportaciones extraordinarias fue lo alcanzado por Olmos, Molina y otros frailes en sus descripciones de los principales rasgos de muchas lenguas indígenas de México, Centroamérica y Sudamérica. De interés resulta recordar algunos de sus trabajos, en especial los que pasaron a letra impresa en el primer siglo de presencia española en el Nuevo Mundo. Como podría esperarse, los primeros y más difundidos vocabularios y gramáticas versaron sobre las lenguas con mayor número de hablantes y más extensa difusión geográfica. Entre todas sobresalen el náhuatl o mexicano y el quechua o inca del Perú. Ambas habían alcanzado desde mucho antes de la Conquista el carácter de lingua franca o de uso general en sus respectivos ámbitos de cientos de miles de kilómetros cuadrados. Y no fue casualidad que correspondiera al náhuatl, según ya vimos, ser el primer idioma americano que contó con una gramática, la de Olmos (1547), y un diccionario, el de Molina (1555).

Pocos años después, en 1560, se publicó en España, precisamente en Valladolid, la Grammática o Arte de la lengua general de los Indios de los Reynos del Perú,3 compuesta por el maestro dominico fray Domingo de Santo Thomás (c. 1499-1570), así como, del mismo autor, el Lexicón o Vocabulario de la lengua general del Perú, ambos en la Oficina de Francisco Fernández de Córdoba, impresor de Su Majestad Real.

Fray Domingo de Santo Thomás, como lo habían notado antes Olmos y Molina respecto del náhuatl, señala que, aun cuando sigue «el mismo orden que el de Antonio de Nebrija», está describiendo una lengua «tan extraña, tan nueva, tan incógnita y tan peregrina en nosotros, y tan nunca hasta ahora reducida a arte[…]»4 que ello obviamente le obligó en muchos casos a apartarse de Nebrija.

La actuación de los frailes y las disposiciones de la Corona que imponían el aprendizaje de las lenguas indígenas a quienes, como los religiosos y curas seculares, debían tratar de continuo a los nativos hizo que la empresa lingüística se ampliara. Apareció así el Arte de la lengua de Michoacán (purépecha o tarasco), obra del tolosino fray Maturino Gilberti (1498-1585), publicada en México por Iuan Pablos en 1558. Un año más tarde vio la luz el Vocabulario en lengua de Michoacán, del mismo autor y el mismo impresor. Su gramática, la primera que se imprimió en el Nuevo Mundo, así como la de Andrés de Olmos, la primera en concluirse aunque por mucho tiempo circuló tan sólo en copias manuscritas, serán aquí objeto de particular atención.

Las prensas de Iuan Pablos y luego las de Antonio de Espinosa, Pedro Balli y Pedro Ocharte difundieron otro conjunto de trabajos sobre el náhuatl y otros idiomas indígenas de México. Entre ellos sobresale el más amplio Vocabulario en lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana, compuesto por fray Alonso de Molina e impreso por Antonio de Espinosa, 1571. Esta obra, fundamental en la lexicografía del náhuatl, mantiene hasta hoy su vigencia y continúa siendo reeditada en facsímile. El mismo Molina publicó en aquel año su Arte de la lengua mexicana y castellana, impreso por Pedro Ocharte, 1571. Aunque tal Arte es menos rico que el que circulaba manuscrito de Olmos, tuvo tan amplia aceptación que fue reimpreso en 1576.

El tarasco o purépecha volvió pronto a ser objeto de atención en el trabajo de fray Juan Baptista de Lagunas (m. 1604), Arte y diccionario: con otras obras en lengua michuacana, en casa de Pedro Balli, México, 1574. De otros idiomas hablados en México aparecieron asimismo artes y vocabularios en el siglo XVI. Uno es el Arte en lengua zapoteca (hablada en Oaxaca), compuesta por el dominico fray Iuan de Córdova (1501-1595), México, en casa de Pedro Balli, 1578. Por ese mismo tiempo fray Luis de Villalpando (m. 1552) preparó un Arte y Vocabulario del maya yucateco, que quedó manuscrito y más tarde se perdió. Correspondió, en cambio, a fray Juan Coronel (1569-1651) la redacción y edición de otro Arte de la misma lengua, que fue impreso entrado ya el siglo XVII.

En la segunda mitad del XVI, fray Domingo de Ara (m. 1572), de la Orden de Predicadores, dispuso la obra que intituló Incipit ars tzeldaica [Comienza el arte tzeldal], es decir, de la lengua tzeltal. Esta obra, conservada manuscrita en la Bancroft Collection de la Universidad de Berkeley, permanece inédita hasta hoy. Aportaciones acerca del mixteco de Oaxaca y regiones cercanas son el Arte en lengua mixteca por fray Antonio de los Reyes (m. 1603), publicada en México, en casa de Pedro Balli, 1593, y Vocabulario en lengua mixteca, hecho por los padres de la Orden de Predicadores y últimamente recopilado y acabado por el padre fray Francisco de Alvarado, México, en casa de Pedro Balli, 1593. Digno de mención es lo que el propio Alvarado expresa en su «Dedicatoria al Padre Provincial»: «Los indios —dice— son los mejores maestros para esto y han sido los autores» [del Vocabulario].5

El Arte de la lengua mexicana, compuesto por el padre Antonio del Rincón, de la Compañía de Jesús, en México, en casa de Pedro Balli, 1595, así como el Arte de Grammatica da lingoa mais usada en a costa de Brasil, por el jesuita Joseph de Anchieta, fueron las últimas grandes aportaciones lingüísticas hechas en el XVI a propósito de un idioma amerindio. El padre Rincón (1556-1601), emparentado con la antigua nobleza indígena de Tezcoco, enriqueció su obra con pertinentes precisiones de carácter fonológico. A su vez el padre Anchieta (1534-1597), nacido en Tenerife, una de las Islas Canarias, había estudiado en la Universidad de Coimbra en Portugal. Trasladado como misionero al Brasil, laboró entre los indígenas durante cerca de medio siglo y dejó en su obra una descripción detallada de la fonética y del sistema verbal del tupí-guaraní.

Además de estas gramáticas de lenguas vernáculas americanas publicadas en el siglo XVI, se prepararon e imprimieron en México dos gramáticas latinas. Una, del ya mencionado Maturino Gilberti, la sacó a la luz Antonio de Espinosa en 1594. Se le conoció como Grammatica Maturini. Otra fue la del jesuita portugués Manuel Álvares. De esta gramática se conocen dos ediciones. La primera, De constructione octo partium orationis, Mexici, apud Antonium Ricardum, 1579; la segunda, De institutione grammatica libri III, Mexici, Apud Viduam Petri Ocharte, 1594.6

En esta sumaria recordación, restringida a trabajos de tema lingüístico, no se ha dado entrada a otras numerosas publicaciones entre las que se incluyen sermonarios, doctrinas y otras producciones de tema religioso en lenguas indígenas. Una excepción conviene hacer respecto de un pequeño libro aparecido en 1600, es decir, al finalizar el siglo XVI. En el mismo se incluyeron importantes textos de la antigua tradición indígena en náhuatl: Huehuehtlahtolli [«Antigua palabra»], que contiene las pláticas que los padres y madres hicieron a sus hijos y a sus hijas y los señores a sus vasallos, todas llenas de doctrina moral y política, publicadas y enriquecidas por fray Juan Baptista. En Tlatelolco, impreso por Melchor Ocharte. Año de 1600.

Es éste un precioso libro, en el que se transcriben en náhuatl antiguos testimonios de la sabiduría prehispánica. La Comisión Nacional Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundos hizo en 1988 una edición facsimilar con «Estudio introductorio» de Miguel León-Portilla y «Versión castellana» de Librado Silva Galeana. En 1991 el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Educación Pública lo reimprimieron en un tiraje de 615 000 ejemplares.

Lo hasta aquí expuesto no abarca la totalidad de las aportaciones lingüísticas realizadas respecto de idiomas indígenas de México y del resto de América Latina. En realidad en el mismo siglo XVI y luego en los dos siguientes, los trabajos en torno a dichos idiomas continuaron acrecentándose. Un ejemplo de esto lo ofrece la que debe tenerse como una de las primeras guías de conversación con frases sobre una variedad de temas. Apareció en repetidas ediciones la que Pedro de Arenas intituló Vocabulario manual de las lenguas castellana y mexicana (1611, 1668, 1683, 1690…) De ella Ascensión H. de León-Portilla ha ofrecido una edición facsimilar con «Estudio introductorio».7

Del impresionante caudal de aportaciones lingüísticas a partir del inicio del Encuentro de Dos Mundos —tanto de las impresas como de muchas inéditas hasta fines del siglo XVIII— se han elaborado varias bibliografías y otros géneros de estudio. Sobresale la obra del iniciador de la moderna lingüística comparada, Lorenzo Hervás y Panduro, Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas […], publicado en seis volúmenes, Madrid, 1800. Si bien él no se restringe a los idiomas del Nuevo Mundo, dedica a éstos muy amplio espacio. Trabajo también pionero fue el de Hermann Ludewig, The Literature of American Aboriginal Languages, Londres, 1858. Mención particular merece la contribución de Cipriano Muñoz y Manzano, conocido como Conde de la Viñaza, Bibliografía española de lenguas indígenas de América, Madrid, 1892, que incluye y describe 1188 títulos de obras, abarcando las de temas religiosos y otras, inéditas e impresas.

Además de los bien conocidos trabajos de bibliografía, no restringida a lenguas indígenas, de autores como Joaquín García Icazbalceta, José Toribio Medina y otros, hay que recordar a quien llegó a ser presidente de Argentina, Bartolomé Mitre, al que se debe un Catálogo razonado de las lenguas indígenas de América, en dos volúmenes, Buenos Aires, 1909.

Entre las aportaciones más recientes sobresale una referida exclusivamente a la lengua náhuatl o mexicana, que es sin duda la que ha sido objeto de mayor estudio y que posee una rica literatura, además de ser hablada hasta el presente por cerca de dos millones de personas. Dicha aportación se debe a Ascensión H. de León-Portilla, Tepuztlahcuilolli, Impresos nahuas. Historia y bibliografía, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1988, 2 v. La autora ofrece en ella la historia de la lingüística y filología en relación con el náhuatl e incluye una bibliografía comentada que comprende cerca de 3 000 obras. Testimonios son éstos de la riqueza extraordinaria de las creaciones eminentemente humanas —las lenguas—, en este caso la suma de la palabra portadora de significaciones de mujeres y hombres nativos del Nuevo Mundo.

Ahora bien, enfocándonos en nuestro tema, el de las dos primeras gramáticas del Nuevo Mundo, cabe recordar que entre los numerosos señoríos y reinos que existían en Mesoamérica al tiempo del encuentro de Dos Mundos sobresalen el mexica o azteca, con cabecera en México-Tenochtitlan, y el tarasco o purépecha en Michoacán. Enfrentados entre sí, los mexicas nunca pudieron imponerse a los purépechas, sino que, por el contrario, estos últimos vencieron al señor mexica Axayácatl en 1478.

La permanencia de los mexicas como imperio no desapareció; por ello y, a su vez, los purépechas mantuvieron paralelamente su poderío. Esto explica que desde los primeros años que siguieron a la conquista española varios cronistas indígenas y españoles ponderaran la importancia de estos dos pueblos. Por ende, no es extraño que sus lenguas, respectivamente el náhuatl y el purépecha, recibieran muy pronto la atención de varios frailes. De esta suerte, puede comprenderse que, gracias al trabajo de esos espontáneos lingüistas, en relativamente poco tiempo estuvieron preparadas gramáticas o artes, como se las nombraba, tanto del náhuatl como del purépecha. Ambas gramáticas son objeto del presente estudio.

Nos fijaremos primero en la del náhuatl debida al franciscano Andrés de Olmos. Dicha gramática, conocida como Arte de la lengua mexicana, hasta hoy sigue siendo objeto de atención. Ella, sin embargo, no se publicó hasta mucho más tarde, en 1875, aunque consta que circuló ampliamente en copias manuscritas de las que se han conservado hasta el presente seis que se hallan en bibliotecas de España, Francia y los Estados Unidos.8 Añadiremos que, reconociendo la importancia de esta obra, hemos publicado dos ediciones facsimilares del más antiguo de los manuscritos, el conservado en la Biblioteca Nacional de España, una en Madrid, 1988, y otra en México, 2003.

En lo que concierne a la gramática del purépecha, conocida como Arte de la lengua de Michoacán, se debió ella al también franciscano de origen francés Maturino Gilberti. A diferencia del Arte de Olmos, fue ésta la primera gramática que se publicó en el Nuevo Mundo, en la ciudad de México, en 1558. De ella hay también una edición facsimilar publicada en Morelia en 1987 hecha por J. Benedict Warren.9

De estas dos gramáticas, que sobresalen como las primeras del Nuevo Mundo, vamos a ocuparnos aquí. En cada caso atenderemos a la biografía y a los diversos trabajos debidos a sus respectivos autores y, a continuación, presentaremos una descripción del contenido y estructura de cada gramática.


1 Fray Andrés de Olmos, Arte de la lengua mexicana. Edición facsimilar, con «Estudio introductorio», transcripción y notas de Ascensión y Miguel León-Portilla, UNAM, México, 2003, p. 15. En adelante se cita el folio entre corchetes.

2 Alonso de Molina, Vocabulario de la lengua mexicana y castellana. Reproducción facsimilar de la segunda edición de 1571, con «Estudio introductorio» de Miguel León-Portilla, Editorial Porrúa, México, 1992.

3 Los títulos de las gramáticas están acentuados conforme a las reglas ortográficas modernas. En la bibliografía se mantiene el título original, sin acentos.

4 Fray Domingo de Santo Thomás, Grammatica o Arte de la lengua general de los Indios de los Reynos del Perú, Valladolid. En la Oficina de Francisco Fernández de Córdoba, 1560, páginas preliminares.

5 Fray Francisco de Alvarado, Vocabulario en Lengua Mixteca, hecho por los padres de la Orden de Predicadores que residen en ella, últimamente recopilado y acabado por el padre fray Francisco de Alvarado, Vicario de Tamazulapa, de la misma Orden. En México, en casa de Pedro Balli, 1593.

6 El padre Emmanuel Álvares (1526-1583) publicó su tratado gramatical en 1572 en Lisboa con el título de De institutione gramática libri III. Este tratado se utilizó como libro de texto en la Compañía de Jesús y sirvió de modelo para las gramáticas de lenguas del Brasil, Asia y de algunos países eslavos.

7 Pedro de Arenas, Vocabulario manual de las lenguas castellana y mexicana. Edición facsimilar y «Estudio introductorio» de Ascensión H. de León-Portilla, UNAM, México,1983.

8 Una copia se conserva en la Biblioteca Nacional de España, otra en la Biblioteca del Congreso en Washington, dos en la Biblioteca Nacional de Francia, otra en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans y la sexta en la Biblioteca Bancroft, Universidad de California en Berkeley. Todas ellas se describen en el «Estudio introductorio» a la edición citada hecha por Ascensión y Miguel León-Portilla.

9 Las diversas ediciones de Olmos y Gilberti se describen en la bibliografía final.