2. ¿QUÉ ES UN SIGNO?

MS 404. (Publicado en parte en CP 2.281, 285 y 297-302. Este trabajo, compuesto probablemente a principios de 1894, era originalmente el primer capítulo de un libro tituladoEl arte del razonamiento”, pero luego fue utilizado como segundo capítulo del multi-volumen de PeirceCómo razonar: una crítica de los argumentos”, también conocido como “Grand Logic”.) En esta selección Peirce da una explicación de los signos basada en un análisis de la experiencia consciente desde el punto de vista de sus tres categorías universales. Trata las tres clases principales de signos—íconos, índices y símbolos—y proporciona numerosos ejemplos. Como había hecho anteriormente, mantiene que el razonamiento debe implicar las tres clases de signos y afirma que el arte de razonar es el arte de ordenar signos, subrayado de este modo la relación entre lógica y semiótica.

§1. ÉSTA es una pregunta sumamente necesaria dado que todo razonamiento es una interpretación de signos de algún tipo. Pero también es una pregunta muy difícil y requiere de una reflexión profunda.1

Es necesario reconocer tres estados mentales diferentes. Primero, imagínese a una persona en un estado de ensueño. Supongamos que está pensando sólo en un color rojo. Pero no realmente pensando en él, es decir, no haciendo ni respondiendo ninguna pregunta sobre él, ni siquiera diciéndose a sí misma que le place, sino sólo contemplándolo, conforme su fantasía lo va evocando. Quizá, cuando se canse del rojo, lo cambiará por algún otro color, digamos un azul turquesa o un color rosado; pero si lo hace, será en el juego de la imaginación sin razón ni compulsión alguna. Esto es casi lo más cercano posible a un estado mental en el que algo está presente, sin compulsión y sin razón; se llama Sensación. Salvo en esos momentos de estar medio dormido, nadie está realmente en un estado de sensación pura y simple. Pero cuando estamos despiertos algo está presente a la mente, y lo que está presente, sin referencia a compulsión o razón alguna, es la sensación.

Segundo, imagínese que nuestro soñador escucha de repente un silbato de vapor fuerte y prolongado. En el instante en que empieza, se sobresalta. Instintivamente, trata de alejarse; las manos van hasta sus oídos. No es tanto que sea desagradable, sino que se le impone de esa manera. La resistencia instintiva es una parte necesaria del asunto: el hombre no sería consciente de que su voluntad había sido sometida si no tuviera autoafirmación alguna para ser sometida. Pasa lo mismo cuando nos esforzamos contra una resistencia externa; si no fuera por esa resistencia, no tendríamos nada sobre lo que ejercer nuestra fuerza. Esta percepción que tenemos de actuar y de sufrir la acción, que es nuestro sentido de la realidad de las cosas—tanto de cosas externas como de nosotros mismos—, puede llamarse el sentido de Reacción. No reside en ninguna Sensación individual; surge en la interrupción de una sensación por otra sensación. Esencialmente involucra dos cosas que actúan la una sobre la otra.

Tercero, imaginemos que nuestro soñador, ahora despierto e incapaz de bloquear el penetrante sonido, se levanta de repente e intenta escapar por la puerta, que supondremos que se había cerrado fuertemente justo cuando comenzó el silbido. Pero digamos que justo cuando nuestro hombre abre la puerta el silbato deja de sonar. Bastante aliviado, piensa en volver a sentarse, así que de nuevo cierra la puerta. Sin embargo, justo cuando acaba de hacerlo el silbato comienza de nuevo. Se pregunta si el cerrar la puerta ha tenido algo que ver con ello, y una vez más abre el misterioso portal. Al abrirlo, el sonido cesa. Ahora está en un tercer estado mental: está Pensando. Es decir, es consciente de aprender, o de pasar por un proceso en el que se encuentra que un fenómeno es gobernado por una regla, o que tiene una manera de comportarse que es generalmente cognoscible. Encuentra que una acción es la vía, o medio, para producir otro resultado. Este tercer estado mental es totalmente diferente a los otros dos. En el segundo sólo se percibía la existencia de fuerza bruta; ahora se percibe un gobierno mediante una regla general. En la Reacción sólo hay implicadas dos cosas, pero en el gobierno hay una tercera cosa que es un medio para un fin. La misma palabra medio significa algo que está entre otros dos. Por añadidura, este tercer estado mental, o Pensamiento, es una sensación de aprender, y el aprendizaje es el medio por el que pasamos de la ignorancia al conocimiento. Así como la sensación más rudimentaria de Reacción implica dos estados de Sensación, así se encontrará que el Pensamiento más rudimentario implica tres estados de Sensación.

Conforme vayamos avanzando en el tema, estas ideas, que al principio parecen borrosas, llegarán a resaltarse cada vez más distintamente, y su gran importancia también impresionará a nuestras mentes.

§2. Hay tres clases de interés que podemos tomar en una cosa. Primero, podemos tener un interés primario en ella por sí misma. Segundo, podemos tener un interés secundario en ella, debido a sus reacciones con otras cosas. Tercero, podemos tener un interés de mediación en ella, en la medida en que transmite a la mente una idea sobre una cosa. En la medida en que hace esto, es un signo o representación.

§3. Hay tres clases de signos. Primero, hay semejanzas, o íconos, que sirven para transmitir ideas de las cosas que representan simplemente imitándolas. Segundo, hay indicaciones, o índices, que muestran algo sobre las cosas, debido a que están físicamente conectados con ellas. Así es un letrero, que señala el camino que hay que tomar, o un pronombre relativo, que se coloca justamente después del nombre de la cosa que se quiere denotar, o una exclamación vocativa, como “¡hola!”, que actúa sobre los nervios de la persona a la que se dirige y que fuerza su atención. Tercero, hay símbolos, o signos generales, que a través del uso han sido asociados con sus significados. Así son la mayoría de las palabras, y frases, y discursos, y libros, y bibliotecas.

Consideremos más de cerca los varios usos de estas tres clases de signos.

§4. Semejanzas. Las fotografías, especialmente las fotografías instantáneas, son muy instructivas, porque sabemos que en ciertos aspectos son exactamente como los objetos que representan. Pero esta semejanza se debe a que las fotografías fueron producidas bajo circunstancias en las que fueron físicamente forzadas a corresponder, punto por punto, a la naturaleza. En ese sentido, entonces, pertenecen a la segunda clase de signos, aquellos que se dan a través de la conexión física. El caso es diferente si supongo que las cebras son probablemente obstinadas, o animales desagradables de alguna otra manera, porque parecen asemejarse de forma general a los burros, y los burros son obstinados. Aquí el burro sirve precisamente como una semejanza probable de la cebra. Es cierto que suponemos que esa semejanza tiene una causa física en la herencia; pero, por otra parte, esa afinidad hereditaria sólo es en sí misma una inferencia a partir de la semejanza entre los dos animales, y no tenemos (como en el caso de la fotografía) conocimiento independiente alguno de las circunstancias de la producción de las dos especies. Otro ejemplo del uso de una semejanza es el diseño que un artista hace de una estatua, una composición pictórica, una construcción arquitectónica o una pieza de decoración, mediante cuya contemplación puede averiguar si lo que se propone será bello y satisfactorio. Entonces, la pregunta que se hace es contestada casi con certeza porque tiene que ver con cómo el artista mismo será afectado. Se encontrará que el razonamiento de los matemáticos gira principalmente sobre el uso de semejanzas, que son las mismas bisagras de las puertas de su ciencia. La utilidad de las semejanzas para los matemáticos consiste en que sugieren, de manera muy precisa, nuevos aspectos de los supuestos estados de las cosas. Por ejemplo, supongamos que tenemos una curva sinuosa, con puntos continuos donde la curvatura cambia del sentido de las manecillas del reloj al contrario e, inversamente, como en la figura II.1. Supongamos además que esta curva continúa de tal manera que se cruza consigo misma en todo punto tal de doblamiento a la inversa en otro punto tal. El resultado aparece en la figura II.2. Puede describirse como un número de óvalos apiñados, como si fuera por presión. Sin las figuras, uno no percibiría que la primera descripción y la segunda son equivalentes. Al adentrarnos más en el tema, encontraremos que todos estos usos diferentes de la semejanza pueden unirse bajo una sola fórmula general.

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FIGURA II.1

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FIGURA II.2

En la intercomunicación, también, las semejanzas son bastante indispensables. Imagine que dos hombres, que no comparten ninguna lengua, se encuentran juntos, lejos del resto de la raza humana. Tienen que comunicarse; pero ¿cómo pueden hacerlo? Mediante sonidos imitativos, gestos imitativos y dibujos. Éstos son tres tipos de semejanzas. Es cierto que harán uso también de otros signos, señalando con los dedos y cosas por el estilo. Pero, después de todo, las semejanzas serán los únicos medios para describir las cualidades de las cosas y las acciones que tienen en mente. Cuando los hombres empezaron a hablar entre sí por primera vez, el lenguaje rudimentario debía de consistir, en su mayor parte, o bien en palabras directamente imitativas, o bien en nombres convencionales que ligaban a dibujos. El lenguaje egipcio es excesivamente rudo. Por lo que sabemos, fue el primero que se plasmó en escritura, y la escritura se da toda en dibujos. Algunos de estos dibujos llegaron a ser representación de sonidos—letras y sílabas—. Pero otros representan directamente a las ideas. No son sustantivos; no son verbos; son simplemente ideas pictóricas.

§5. Indicaciones. Pero los dibujos solos, puras semejanzas, jamás pueden transmitir la más mínima información. Así, la figura II.3 sugiere una rueda:

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FIGURA II.3

Pero deja al espectador en duda respecto a si es una copia de algo que realmente existe o un mero juego de la fantasía. Pasa lo mismo con el lenguaje general y con todo símbolo. Ninguna combinación de palabras (con la excepción de los nombres propios, y en ausencia de gestos u otros concomitantes indicativos del habla) puede transmitir nunca la más mínima información. Puede que esto suene paradójico, pero el siguiente pequeño diálogo imaginario mostrará cuán verdadero es:

Dos hombres, A y B, se encuentran en un camino y tiene lugar la siguiente conversación:

B. El dueño de esa casa es el hombre más rico de esta región.

A. ¿Qué casa?

B. ¿Acaso no ve una casa a su derecha, sobre una colina, a más o menos siete kilómetros?

A. Sí, creo que la puedo discernir.

B. Muy bien; ésa es la casa.

De esta manera, A ha adquirido información. Pero si camina a un pueblo lejano y dice “el dueño de una casa es el hombre más rico de esa región”, la afirmación no hará referencia a nada, a menos que le explique a su interlocutor cómo proceder, a partir de donde está, para encontrar ese distrito y esa casa. Sin hacer eso, no indica aquello de lo que está hablando. Para identificar un objeto, generalmente afirmamos su lugar en un momento determinado; y en cada caso tenemos que mostrar cómo una experiencia de ese objeto puede conectarse con la experiencia previa del oyente. Para establecer un momento en el tiempo, tenemos que calcular a partir de una época conocida, ya sea el momento actual, o la supuesta fecha del nacimiento de Cristo, o algo por el estilo. Cuando decimos que la época tiene que ser conocida, queremos decir que tiene que estar conectada con la experiencia del oyente. También tenemos que calcular utilizando unidades de tiempo, y no hay manera de dar a conocer qué unidad proponemos utilizar salvo apelando a la experiencia del oyente. Así que no puede describirse ningún lugar excepto en relación con algún lugar conocido, y la unidad de distancia que se utiliza tiene que ser definida mediante referencia a alguna vara u otro objeto que la gente pueda efectivamente usar, directa o indirectamente, al medir. Es cierto que un mapa es muy útil para designar un lugar, y un mapa es una especie de dibujo. Pero si el mapa no trae una marca de una localidad conocida y la escala de millas y los puntos cardinales a los que se asocia la brújula, no muestra dónde está un lugar, igual que el mapa en Los viajes de Gulliver no muestra la ubicación de Brobdingnag.2 Cierto es que si se encontrara una nueva isla, digamos en los mares árticos, su ubicación podría mostrarse aproximadamente en un mapa que no tuviera letras, meridianos, ni paralelos, pues los contornos familiares de Islandia, la Nueva Zembla, Groenlandia, etc., sirven para indicar la posición. En tal caso, aprovecharíamos nuestro conocimiento de que no hay ningún otro lugar del que sea probable que cualquier persona en el mundo haga un mapa que tenga contornos como los de las costas árticas. Esta experiencia del mundo en que vivimos hace que el mapa sea algo más que un mero ícono y le confiere los caracteres adicionales de un índice. Así que es cierto que uno y el mismo signo puede ser, a la vez, una semejanza y una indicación. Sin embargo, los oficios de estos órdenes de signos son totalmente diferentes. Se podría objetar que las semejanzas se basan en la experiencia tanto como los índices,3 que una imagen de rojo no tiene sentido para las personas daltónicas, como no lo tiene para un niño la pasión erótica. Pero en verdad éstas son objeciones que apoyan la distinción, pues muestran que lo que es requisito para una semejanza no es la experiencia, sino la capacidad para la experiencia; es un requisito no para que la semejanza pueda interpretarse, sino para que esté presente a los sentidos de alguna manera. Es muy diferente el caso de una persona con experiencia del de otra sin experiencia que se encuentran al mismo hombre y notan en él las mismas peculiaridades, que indican para el hombre con experiencia toda una historia, mientras que para el hombre sin experiencia no revelan nada.

Examinemos algunos ejemplos de indicaciones. Veo a un hombre que camina balanceándose; ésta es una indicación de que probablemente es un marinero. Veo a un hombre patizambo que lleva pantalones de pana, polainas y una chaqueta. Éstas son indicaciones de que probablemente sea un jinete o algo por el estilo. Una veleta indica la dirección del viento. Un reloj de sol o cualquier reloj indica la hora del día. Los geómetras escriben letras junto a las diferentes partes de sus diagramas y luego utilizan esas letras para indicar esas partes. Los abogados y otros utilizan las letras de manera similar. Entonces, podemos decir: si A y B están casados el uno con el otro y C es su hijo, mientras que D es un hermano de A, entonces D es un tío de C. Aquí A, B, C y D cumplen el oficio de pronombres relativos, pero son más convenientes dado que no requieren de ninguna colocación especial de palabras. Un toque en la puerta es una indicación. Cualquier cosa que fije la atención es una indicación. Cualquier cosa que nos sobresalta es una indicación, en la medida en que marca el cruce entre dos porciones de la experiencia. Así, un trueno tremendo indica que algo considerable sucedió, aunque no sepamos qué fue exactamente. Pero puede esperarse que se conecte con alguna otra experiencia.

§6. Símbolos. La palabra símbolo tiene tantos significados que sería una injuria para el lenguaje añadir uno nuevo. No creo que el significado que yo le atribuyo, aquel de un signo convencional, o uno que depende del hábito (adquirido o innato), sea tanto un nuevo significado como un retorno al significado original. Etimológicamente, debería significar un compuesto hecho de varias cosas que se unen [a thing thrown together], así como ἔμβολον (embolum) es una cosa que entra en algo, un pasador, y παράβολον (parabolum) es algo arrojado a un lado, seguridad colateral, e ὑπόβολον (hypobolum) es algo arrojado debajo, un regalo prenupcial. Normalmente se dice que en la palabra símbolo, el unirse [throwing together] debe entenderse en el sentido de conjeturar; pero si ése fuese el caso, encontraríamos que a veces, por lo menos, significa una conjetura, un significado que sería vano buscar en la literatura. Pero muy frecuentemente los griegos usaban “unir” (συμβάλλειν) para significar la creación de un contrato o una convención. Ahora bien, en efecto, encontramos que desde hace tiempo y con frecuencia se usaba símbolo (σύμβολον) para significar una convención o un contrato. Aristóteles llama al nombre un “símbolo”, es decir, un signo convencional.4 En griego,5 una hoguera es un “símbolo”, es decir, una señal acordada; un estandarte o una bandera es un “símbolo”, una contraseña es un “símbolo”, una insignia es un “símbolo”; el credo de una iglesia se llama símbolo porque sirve como insignia o dogma; una entrada de teatro se llama “símbolo”; cualquier pase o cheque que le da derecho a uno a recibir algo se llama “símbolo”. Además, cualquier expresión de sentimiento se llama “símbolo”. Tales fueron los significados principales de la palabra en el lenguaje original. El lector juzgará si son suficientes para sostener mi afirmación de que no estoy alterando seriamente la palabra al emplearla como me propongo hacer.

Cualquier palabra ordinaria, como “dar”, “pájaro”, “matrimonio”, es un ejemplo de símbolo. Es aplicable a todo lo que se encuentra que realiza la idea conectada con la palabra; en sí misma, no identifica esas cosas. No nos muestra un pájaro, ni efectúa ante nuestros ojos una donación o un matrimonio, pero supone que somos capaces de imaginar esas cosas y que hemos asociado la palabra con ellas.

§7. En los tres órdenes de signos, Semejanza, Índice, Símbolo, puede señalarse una progresión regular de uno, dos, tres. La semejanza no tiene conexión dinámica alguna con el objeto que representa; simplemente sucede que sus cualidades se parecen a aquellas de ese objeto y provocan sensaciones análogas en la mente para la que es una semejanza. Pero en realidad no está conectada con ellas. El índice está físicamente conectado con su objeto; constituyen un par orgánico. Pero la mente que lo interpreta no tiene nada que ver con esta conexión, salvo señalarla una vez establecida. El símbolo está conectado con su objeto en virtud de la idea de la mente que usa símbolos, sin la que no existiría ninguna conexión tal.

Toda fuerza física reacciona entre un par de partículas, cualquiera de las cuales puede servir como un índice de la otra. Por otro lado, encontraremos que toda operación intelectual implica una tríada de símbolos.

§8. Un símbolo, como hemos visto, no puede indicar cosa particular alguna; denota una clase de cosas. No sólo eso, sino que es en sí mismo una clase y no una cosa singular. Puede usted escribir la palabra “estrella”, pero eso no hace que sea el creador de la palabra, y si la borra, no ha destruido la palabra. La palabra vive en las mentes de aquellos que la usan. Aun si todos están dormidos, existe en su memoria. Así que podemos admitir, si hay razón para hacerlo, que los generales son meras palabras, sin que esto implique en absoluto, como supuso Occam,6 que son realmente individuos.

Los símbolos crecen. Llegan a ser al desarrollarse a partir de otros signos, en particular a partir de semejanzas o a partir de signos mixtos que comparten la naturaleza de las semejanzas y de los símbolos. Pensamos sólo en signos. Estos signos mentales son de naturaleza mixta; sus partes simbólicas se llaman conceptos. Si un hombre crea un nuevo símbolo, lo hace mediante pensamientos que involucran conceptos. Así que un nuevo símbolo sólo puede desarrollarse a partir de símbolos. Omne symbolum de symbolo.7 Un símbolo, una vez que es, se extiende entre los pueblos. Su significado se desarrolla con el uso y la experiencia. Palabras tales como fuerza, ley, riqueza, matrimonio, significan para nosotros cosas muy distintas a las que significaban para nuestros antecesores bárbaros. Siguiendo a la Esfinge de Emerson,8 el símbolo puede decir al hombre

Of thine eye I am eyebeam.

[De tu ojo soy la luz resplandeciente.]

§9. En todo razonamiento tenemos que usar una mezcla de semejanzas, índices y símbolos. No podemos prescindir de ninguno de ellos. La totalidad compleja puede llamarse un símbolo, pues es su carácter simbólico y vivo el que prevalece. No debe despreciarse siempre la metáfora: aunque se dice que un hombre está compuesto de tejidos vivos, las porciones de sus uñas, dientes, cabello y huesos, que le son muy necesarios, han dejado de sufrir los procesos metabólicos que constituyen la vida, y hay líquidos en su cuerpo que no están vivos. Ahora bien, podemos equiparar los índices que usamos en el razonamiento a las partes duras del cuerpo, y las semejanzas que usamos a la sangre: unos nos mantienen bien erguidos para ponernos a la altura de las realidades y las otras, con sus rápidos cambios, suministran los nutrientes para el cuerpo principal del pensamiento.

Supongamos que un hombre razona de la siguiente manera: la Biblia dice que Enoch y Elías ascendieron al cielo; entonces, o bien la Biblia se equivoca, o bien no es estrictamente verdadero que todos los hombres son mortales. Qué es la Biblia y qué es el mundo histórico de los hombres, con los que se relaciona este razonamiento, es algo que tiene que mostrarse mediante índices. El razonador hace alguna especie de diagrama mental, por medio del cual ve que su conclusión alternativa tiene que ser verdadera, si la premisa lo es; y este diagrama es un ícono o semejanza. El resto son símbolos, y la totalidad puede considerarse como un símbolo modificado. No es una cosa muerta, sino que lleva la mente de un punto a otro. El arte del razonar es el arte de ordenar tales signos y de averiguar la verdad.