Cuando Andrés y Freddy regresaron de Estados Unidos me trajeron un taco para jugar billar a cambio del dinero que les había prestado (o más bien regalado) para su visita a Los Ángeles. De ese viaje recuerdo que trajeron cerillos que se encendían con un dedo o frotándolos en la suela del zapato, como en las películas de vaqueros, varios discos de rock, pantalones vaqueros Levy’s... en fin, cosas que en México era imposible encontrar o que costaban un dineral. ¡Mi nuevo y único taco! Nunca volví a tener otro en toda mi vida; era igual al que se había comprado Andrés. A los dos nos gustaba el billar, sobre todo la carambola de tres bandas y a veces la carambola sencilla o el pool.
Para entonces ya sabíamos cómo agarrar correctamente el taco (figura I.1) y la posición adecuada para tirar. Hablábamos mucho de la teoría de cómo jugar. Supongamos que el jugador desea que una bola le pegue en el centro a otra bola. Para eso, el taco, casi horizontal, debe colocarse de manera natural en una línea imaginaria que cruce por el centro de las bolas. El jugador tiene que colocarse un poco hacia la izquierda, si es derecho, con las piernas ligeramente flexionadas y los pies formando un ángulo recto.
De esta forma el cuerpo se encuentra obligatoriamente orientado a 45° del eje del taco (figura I.2).
Hay un dicho en el billar: “El jugador tiene que colocarse siempre frente a su bola”. Pero un jugador no puede encontrarse al mismo tiempo a la izquierda del taco (que está en el eje formado por el centro de las bolas) y frente a su bola. Así que, para lograr su objetivo, debe inclinar ligeramente el tórax hacia adelante y rotar la cabeza hacia la izquierda.
El brazo izquierdo debe estar cómodamente colocado, apoyado sobre la mesa, por ejemplo; a su vez, el brazo derecho debe formar un arco. La mano izquierda sostiene la parte delgada del taco, con la cual se le pega a la bola. La mano derecha detiene el taco por la parte más gruesa, aproximadamente a una distancia de un cuarto del final del taco, pero suavemente, sin apretarlo (figura I.3).
Desde luego que la posición de la mano izquierda es fundamental, pues permite pegarle a la bola en el centro, o bien más arriba o más abajo, más a la derecha o más a la izquierda, lo que hará que la bola adquiera diversos efectos y se desplace de maneras diferentes.
Estaba yo tan emocionado con mi taco nuevo que inmediatamente lo desenvolví y lo armé. Venía en dos partes que se atornillaban en el centro. Acordé con Andrés que al día siguiente, temprano por la tarde, nos veríamos en el billar; después de hacer tres o cuatro carambolas imaginarias, desarmé el taco y lo envolví en papel periódico. No quería que nadie me viera con un taco o supiera que iba a los billares; en aquel entonces a los jugadores de billar se les veía como vagos o personas inútiles. Los nombres de los billares—“La Cueva”, “El Infierno”, “La Gruta”—daban la impresión de antros semiprohibidos. En algunos de ellos, a los mejores clientes les servían bebidas alcohólicas combinadas con refrescos o cervezas que parecían sidral. Así, si llegaba algún inspector, a primera vista no podía detectar los vasos “ilegales” ni, evidentemente, las apuestas, a menudo cuantiosas, que corrían en esos lugares con toda libertad.
Llegué a casa con mi paquete de papel periódico y nadie se dio cuenta de que allí traía un taco de billar. Lo guardé en el clóset debajo de los suéteres. Un día mi abuela se enteró de que me gustaba el billar y de inmediato me dijo: “El billar es de vagos, mejor aprovecha el tiempo para estudiar”. No obstante sus consejos, muchas veces, en cuanto terminaba el colegio, Andrés y yo nos comprábamos una torta en cualquier sitio y nos íbamos al billar. Para eso, desde temprano tenía que sacar el taco de entre los suéteres y ponerlo envuelto en su periódico dentro de la mochila, para que en el colegio nadie lo descubriera. Con tantas idas y venidas, naturalmente el periódico se rompía.
Cada vez tenía que hacer un envoltorio diferente hasta que un día la punta del taco se salió del periódico y... ¡de la mochila! Sin que me diera cuenta, el profesor de física lo descubrió.
—Así que tiene usted un taco de billar propio.
—Pues sí.
—No es usual, esas cosas son caras en México.
—Sí, pero me lo trajo un amigo de Estados Unidos.
—¿Qué sabe usted de billar?
—Pues la verdad es que juego lo más que puedo; hoy voy a ir y por eso traigo el taco.
—¿Qué juega?
—Lo que más juego es carambola.
—Antes de que le explique a la clase qué es eso, vamos a preguntarles a sus compañeros: ¿cómo creen que es el ambiente del billar? ¿Cómo se imaginan que es un salón de billar?
Varios alumnos levantaron la mano y las contestaciones que dieron ya las había oído en boca de mi abuela: un salón con un ambiente un poco lúgubre; una mesa con bandas y cubierta con tapiz verde; poca luz, excepto sobre las mesas; bolas blancas y rojas o de muchos colores y con números; tacos de billar y tiza azul; en general sólo hay hombres... En eso estábamos cuando del grupo se alzó una voz femenina:
—En mi casa dicen que el billar es de vagos.
Al instante repliqué:
—No es cierto; hay de todo, como en todos lados.
—Pues más o menos—intervino el profesor. Yo creí que con eso se había terminado la discusión y el asunto del billar, pero se volvió hacia mí y me dijo—: Ahora explíqueme qué es la carambola.
—Se juega con tres bolas, una totalmente blanca, otra también blanca, pero con un punto o marca, y una roja. En general juegan dos personas (a veces dos parejas); a cada jugador le corresponde una bola, la blanca a uno, la del punto al otro. El juego consiste en hacer que la bola propia, al ser golpeada con el taco, entre en contacto con las otras dos. A esto se le llama carambola. Cada vez que alguien hace una carambola se anota un punto, y gana quien haya logrado el mayor número de puntos. A este tipo de carambolas se les llama sencillas.
—A ver, pase al pizarrón y dénos un ejemplo.
Un sudor frío recorrió mi brazo. Afortunadamente llevaba un suéter y nadie se dio cuenta de la penosa situación. Entonces dibujé en el pizarrón un rectángulo y tres pequeños círculos.
—Imaginen que el rectángulo es la mesa de billar y las dos bolas negras son las bolas a las que les tengo que pegar con mi bola blanca (figura I.4).
Yo me imaginaba ya en el billar con mi taco, rodeado de ese color verde de los paños que tanto me agradaba.
—Entonces, se supone que con el taco impulsamos nuestra bola para que le pegue a las otras dos. En este ejemplo, yo tiraría hacia acá—dije, indicando la dirección hacia la bola más cercana—; así mi bola, al pegarle a esta primera, se desviaría un poco e iría a chocar con la otra, es decir, haría una carambola. Los expertos juegan algo un poco más complicado, que se llama carambola de tres bandas.
Después de esta explicación, me sentí muy bien; lo había explicado todo ordenadamente sin tartamudear, bien dicho y sin ninguna muletilla, y al final hasta me había “adornado” con eso de que la bola se ponía en movimiento con un golpe de taco y la mención de los expertos y la carambola de tres bandas.
—Qué bien, pero usted acaba de hablar de la carambola de tres bandas. Díganos qué es eso.
Grave error. Esto debió enseñarme a contestar lo que se pide y no andar adornándome. En fin, sólo tenía que explicar qué era una carambola de tres bandas.
—Las bandas son los bordes internos de la mesa. Para que una carambola sea de tres bandas, la bola de quien tira debe tocar al menos tres bandas antes de completar la carambola. Las bandas pueden ser una sola o tres distintas; es decir, la bola que debe hacer la carambola puede rebotar varias veces en una misma banda para completar las tres bandas.
—A ver, eso no está claro. ¿Cómo?
—Bueno, los golpes pueden ser banda, bola, banda, banda, bola, o bien banda, banda, banda, bola, bola, o cualquier combinación, siempre que el último golpe sea a una bola.
—Veamos—dijo el profesor—, ya que está en el pizarrón, dibuje cómo se haría una de esas carambolas tocando varias veces la misma banda, o bien tres bandas distintas.
Con gran seguridad volví a tomar el gis. Por el rabillo del ojo alcancé a ver mi taco nuevo asomándose de la mochila y me imaginé llegando con él al billar. Y así, sin hablar, como los grandes del billar, propuse los dos esquemas de las figuras I.5a y I.5b.
Los dos dibujos que hice me parecían mesas de billar reales, aunque eran unos simples trazos blancos sobre el pizarrón negro. Eran carambolas usuales que ya sin pensar las visualizábamos tanto Andrés como yo, aunque muchas veces, en la práctica, nos fallaban.
—Explique sus dibujos, por favor—pidió el profesor.
A mí me gustaba que la bola del punto fuera la mía, así que en ambos casos, imaginándome que yo era el que tiraba, empecé con la del punto.
—Observen las trayectorias que se obtienen en ambos casos. Yo tiro con la bola del punto. En el primer caso le pego a la bola blanca, luego mi bola toca una banda larga, después una banda corta y la tercera banda larga, y finalmente choca con la bola roja. En el segundo caso mi bola toca una banda larga, enseguida la bola roja, otra vez la banda larga, luego una banda corta y finalmente la bola blanca.
—Mire usted—dijo el profesor—, se ve que sabe algo de billar, pero aquí no me habló ni de efectos ni de posibles choques no deseados entre las bolas; así que, como su examen no fue muy bueno, para subir su calificación le voy a pedir un trabajo breve sobre la física y el billar: rozamientos, rodamientos, efectos, rebotes, tipos de energía involucrados, en fin, algo no muy complicado que muestre que el billar no es de vagos, como dijo alguno de ustedes hace un momento, y que está muy relacionado con la física. Al resto de la clase le voy a pedir que me indique con precisión qué es el billar, y desde cuándo y cómo se juega, es decir, algo de la historia del billar.
En ese momento odié mi taco, pero cuando acabaron las clases de ese día y me encaminé al billar, volví a adorarlo como si fuera lo único importante en mi vida. Al llegar al local, atornillé el taco, le puse tiza y me dispuse a hacer carambolas entre mordida y mordida a la rica torta de milanesa que acompañaba con un refresco con piquete.