INTRODUCCIÓN DE EMI

Cuerpo sano,
 espíritu sano

Cuando era niña, nunca dudé que nos amaran.

Tras la Segunda Guerra Mundial, mis padres, nuestros grandes clanes familiares, la comunidad y el país, estaban ante un nuevo comienzo. Albergaban grandes esperanzas; era como si toda la lucha, el enojo y el odio de la guerra hubieran purgado al mundo y la gente pudiera comenzar a reconstruir sus familias, carreras y fortunas.

Nuestros padres eran jóvenes e inteligentes, tenían una buena relación. Estaban ansiosos por comenzar una familia y una vida juntos. Robert, Jon, Beth y yo, nacimos dentro de esta burbuja de esperanza y determinación. Llegamos al mundo siendo amados. Nos recibieron con todas las fanfarrias y el gozo que trae a la familia el nacimiento de un niño. Nuestros bisabuelos veían con orgullo su nuevo hogar en Estados Unidos; Robert fue el primer bisnieto, primer nieto y primer hijo de la familia paterna. Su nacimiento fue causa de celebración.

Yo llegué al año siguiente; Jon, un año más tarde; y Beth dos años después que Jon. La vida se tornó compleja, frenética y desafiante. Nuestros primeros años estuvieron repletos de enfermedades, y como nuestros padres tenían un ingreso modesto y dormían poco, su día a día se volvió tenso y difícil.

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Esta foto familiar fue tomada en el estudio fotográfico de mi abuelo en Maui. De izquierda a derecha: Barbara Emi, Marjorie, Jon Hideki, Ralph con Beth Teru y Robert Toru. Emi adora esta fotografía porque fue muy divertido usar un vestido como el de mamá y Beth. Mamá también está usando unos bellos aretes de madera balsa que papá fabricó para ella. Éramos muy unidos entonces.

Aquella vida familiar, que inició con grandes esperanzas y aspiraciones de cumplir sueños, fue puesta a prueba. Los desafíos de la vida nos asustaron. Se impactaron contra nuestros sueños con tal fuerza que nos devastaron. Hasta los más realistas podemos recordar un tiempo en el que nuestra existencia era alimentada por un optimismo sin par y esperanzas desenfrenadas. Pero no siempre estamos preparados para las duras realidades de la vida. Nuestra reacción ante los problemas me recuerda a una mujer que conocí cuando trabajaba con personas desahuciadas. Su esposo estaba muriendo, la iba a dejar sola con sus hijos pequeños, y ella me dijo: “Yo no firmé para esto”.

Nacemos, vivimos y enfrentamos la muerte, es inevitable. Y en el viaje de nuestra vida llegan enfermedades y vejez. Al comenzar una familia, criar niños y vivir se nos revela esta dolorosa verdad. Cada persona desea felicidad y al inicio tiene la esperanza de lograr sus sueños. La sociedad estadounidense apoya este sueño mientras nos pintamos lindos cuadros del futuro. No obstante, las realidades de la vida encuentran la manera de atraer nuestra atención y recordarnos la naturaleza vital.

Mientras nuestros padres lidiaban con sus desafíos, Robert y yo, como todas las generaciones jóvenes, seguíamos con nuestros propios planes y sueños. Viajábamos a tierras y lugares que sólo habíamos imaginado al crecer en nuestro pequeño pueblo isleño.

Yo escogí el sendero de la renuncia espiritual, pero debido a mi experiencia tuve que aprender a no ignorar mi salud y mi bienestar financiero. Esto debería haber sido obvio porque Buda nos enseña las Cuatro Nobles Verdades, y la primera es la verdad del sufrimiento. La vida cambia porque nacemos, enfrentamos la vejez, la enfermedad y la muerte. Pero yo pensaba que si era una practicante sincera y servía bien a mis maestros, la vida me compensaría. Así que cuando me dio cáncer y después tuve el problema del corazón, secretamente me quejé: “¡Esto no es justo!”

Así de trivial era mi pensamiento. Mis maestros me habían advertido todo el tiempo, igual que Robert. Al enfrentar los desafíos médicos de mi cuerpo enfermo y el horror financiero provocado por un mal plan de seguros, mis ojos se abrieron al mismo mundo que muchos norteamericanos ven. Un mundo que, especialmente, enfrentan hoy muchos baby boomers.

Robert siempre exhorta a la gente diciendo: “¡Ocúpate de tus propios asuntos!”, en su mundo, esto significa que debes convertir tu vida en tu responsabilidad, es decir que vivir y darle forma a tu futuro se debe convertir en tu prioridad. Hasta en mi simple mundo, debí ocuparme de mis asuntos, ponerles atención. Cuando busqué una póliza individual de seguro, la mayoría de las agencias me rechazaron porque tenía una condición preexistente de edema en la pierna que, en realidad, no surgió como un problema de salud, sino porque los médicos tuvieron que remover algunos nódulos linfáticos para verificar que el cáncer no se hubiera ocultado en esas glándulas. No fue así. Sin embargo, nunca investigué a la compañía de seguros que contraté, ni leí mi póliza con cuidado. Sólo tenía prisa por volver al retiro tras un par de años muy ocupados. Pensé que cualquier cosa sería mejor que nada, y asumí que estaría bien de cualquier forma.

Viví como monja, enfocada en los asuntos cotidianos y viendo por las necesidades de otros. No obtuve un mejor paquete de cuidado médico y no tenía un plan para mi retiro. Así trabajé por décadas. Tuve diversos logros y aprendí mucho, pero el sistema se descompuso.

Trabajar con Robert me abrió los ojos. El proceso de “enderezar mi barco” fue esencial, estimulante y difícil. Cuando la conciencia despierta y se develan los hábitos negativos y los puntos ciegos en la vida personal, sólo hay dos opciones: nos podemos atascar y quejarnos, o bien optar por un cambio. En mi caso ha sido la combinación de ambos. Debido a que mis hábitos estaban muy arraigados, he tenido un viaje con avances y pausas, pero la decisión de cambiar es el ímpetu que me impulsa a seguir; sin embargo, hay ocasiones en que me duermo o quiero regresar a la forma en que las cosas solían ser, porque romper con los viejos hábitos es difícil.

Yo me enfrenté a algo más que obtener un buen seguro médico. Fue el proceso de cambio de una mente calcificada, con formas arraigadas de pensar y de relacionarse. El juego de la vida no es sencillo ni justo, y depende de cada individuo tomar conciencia de su posición en el tablero de juego, saber qué tipo de fichas tiene, lo que necesita y cómo va a jugar.

En uno de los seminarios de Robert, formamos equipos con los que trabajaríamos por varios días. En mi equipo había una mujer inteligente y guapa con muchos logros. Estaba bien familiarizada con los conceptos de Robert y nos lo hizo saber a todos. El sábado, Robert nos dijo que por la tarde debíamos ir a un lugar y nos dio la dirección. Nos pidió que lleváramos ropa cómoda que no nos importara echar a perder. Nos preguntábamos ¡en qué nos estábamos metiendo!

Terminamos en una plaza para jugar paintball: el lugar era sólo para nosotros. Los equipos tenían que enfrentarse para capturar el banderín del otro equipo para llevarlo a la base. Había obstáculos, bunkers y lugares para esconderse. La gente podía disparar sus armas de pintura o escapar para evadir los ataques. Usamos ropa capitonada y cascos con máscara, así que no podía ver muy bien. El casco oprimió mis lentes y los empañó. Luchamos en la oscuridad con una molesta luz que iluminaba la arena emitiendo flashes frenéticamente. Robert nos empujó hacia la emoción del juego.

Aquella mujer tan hábil se había comportado con mucho orgullo y confianza durante el seminario. Pero en la arena de paintball le dispararon en la espalda y muy pronto se puso a llorar en los flancos del campo de batalla. Gimoteó diciendo: “¡No están jugando limpio!”, entonces escuché a Robert gritar por encima de todo el ruido y desde el otro lado de la cancha: “¡Así es la vida!”

Nuestro equipo no trabajó en conjunto, cada persona lo hizo para sí misma. Ahora que lo pienso, podríamos habernos cuidado y ayudado unos a otros, pero todos querían ser estrellas y obtener el banderín. Nunca desarrollamos una estrategia para trabajar juntos.

Nuestras vidas tienen varios matices y facetas. Aquello a lo que no prestamos atención, tarde o temprano se manifestará y deberemos solucionarlo para que encaje con la visión general de las cosas. Aunque cuidé mis estudios y mi práctica, ignoré mi salud y bienestar personal. Cada vez que reflexiono al respecto, vuelve a mi mente la imagen de Robert diciendo: “¡Ocúpate de tus asuntos!”

Todos tenemos lecciones de vida.

Después del procedimiento de angioplastia para proteger mi corazón, inicié una prolongada negociación con la compañía de seguros, con el doctor y con el hospital. Al final, me enfrentaba a una factura de 17000 dólares. Al mismo tiempo que escribo esto, a año y medio de la intervención, la compañía de seguros que escogí con tanta premura ha regresado a mí. Abrieron el expediente para examinar las facturas que pagué y creí habían quedado atrás. La compañía me está cobrando 8000 dólares más y yo sigo escribiendo cartas. No sé si no ha sido clara en cuanto a sus políticas o si sólo está tratando de sacarme más dinero.

Robert y Kim me ayudaron con la primera factura: me enviaron 10000 dólares para que no tuviera que preocuparme o pedir un préstamo. Pero a Robert no le gusta solamente regalar dinero. Él cree en el conocido dicho cristiano: “Si se le da a una persona un pescado, se alimentará por un día, pero si le enseñas a pescar, entonces se alimentará para siempre”. La desagradable situación de estar enferma y tener enormes cuentas por pagar, fue la lección que me hizo despertar, que me llevó a “ocuparme de mis asuntos.”

En este proceso voy logrando varias cosas. Ahora estoy perfeccionando mi trabajo como capellán. Doy clases y trabajo con un excelente equipo de ayuda para gente desahuciada. Al mismo tiempo, cuido de mi vida. El centro budista me proveyó con un excelente refugio para estudiar y practicar, era un mundo de seguridad y certeza. Pero ese mundo ha tenido que expandirse. He tenido que pulir otras facetas y aprender nuevas lecciones. Me he embarcado en un nuevo horizonte en busca de caminos para hacer más dinámica y viable la vida para los monjes en el siglo XXI.

Recientemente me llamó Robert y me contó sobre algo que él escucha recurrentemente. Una persona que quería saber qué hacer ante la tambaleante economía y el mercado de valores, le llamó para pedir consejo. Robert le dijo: “Es hora de que dependas de tus ahorros”.

La respuesta fue: “Ya me los acabé”.

“Entonces, conserva tu trabajo”, explicó Robert.

“No tengo trabajo”.

“Entonces, estás perdido”, concluyó Robert.

Aunque suena frío, Robert estaba definiendo los hechos, la verdad sin adornos. Todo se resume a: “¡Tienes que encontrar una forma de mantenerte a ti mismo!”

Esta historia es igual a la mía. Así que, a los 60 años, tuve que emprender nuevamente mi camino de vuelta al mundo laboral. Ahora tengo que “encargarme de mis asuntos”, desarrollar los medios para cuidarme a mí misma. Robert dice que aunque la generación baby boomer ha producido un grupo de gente increíblemente rica, también generó una gran cantidad de personas que dependen del bienestar social y un tercer grupo que vive esperando el siguiente cheque y tiene deudas con la tarjeta de crédito. Nuestra postura ante la vida depende de las actitudes mentales, de la capacidad que tenemos de perseverar y de comprometernos en el mundo. Cuando vives cometiendo errores sistemáticamente, este comportamiento se vuelve habitual y parte de tu realidad.

Lo hermoso de ser humanos es que tenemos la oportunidad de cambiar. No tenemos que dejarnos vencer. Nuestra mente es poderosa y puede provocar el cambio. Incluso a mis pacientes del hospicio con una enfermedad terminal, les digo: “Tu mente es poderosa, convoca pensamientos poderosos, no te quedes en el pasado: ‘Desearía estar ahí para ver…’ o ‘Yo debí…’ o ‘Extrañaré a…’”

Incluso al final de nuestra vida, decimos: “Espero que mi familia pueda seguir bien”, “Ojalá que mis hijos tengan éxito”, “Espero que nuestros líderes hagan algo bueno por otros”, “Que haya paz en el mundo”.

Robert y yo compartimos esta aventura contigo porque no se trata sólo de un viaje físico, sino también espiritual. Hemos pasado nuestra vida en busca de una existencia externa que refleje los viajes internos y se funda con ellos, con las búsquedas del corazón.

En el libro abordamos el contraste entre la experiencia que proporciona la escuela de la vida y el encuentro con nuestros maestros espirituales, los que nos dan un peso específico y dirección existencial. En muchos sentidos, nuestra búsqueda es la misma que la de todos. Es una búsqueda del significado, la pertenencia, el éxito y el entendimiento, de la satisfacción y la paz. Robert dice que, gracias a nuestra colaboración en este libro, comprendió mejor la bondad que crece en el corazón. Nuestros corazones albergan los dones más preciosos, y la bondad es uno de ellos.

Por mi parte, he aprendido a tener más valor. Al igual que en el viaje a la tierra de Oz, esta historia describe mi búsqueda de valor. Al escribir y compartir mi vida y mis viajes, encontré valor. Robert se aventuró en un territorio nuevo que no aparece en los mapas, y luego escribió un libro con su hermana sobre la visión espiritual de su viaje. Al hacerlo, encontró más bondad en su corazón.