Gracias a que tuve dos padres, gocé de la oportunidad de comparar dos puntos de vista: el de un hombre rico contra el de un hombre pobre.
Tuve dos padres: uno rico y uno pobre. Uno de ellos tenía una sólida preparación académica y era inteligente. Contaba con un doctorado y, cuando estudió la licenciatura, cubrió el equivalente a cuatro años de trabajo en sólo dos. Luego ingresó a las universidades Stanford, Chicago y Northwestern para realizar estudios más avanzados; en todos los casos, con becas. Mi otro padre no pasó de segundo de secundaria.
Ambos tuvieron éxito en sus carreras y trabajaron con ahínco durante toda su vida. Los dos llegaron a recibir ingresos muy sustanciosos. No obstante, uno siempre batalló en el aspecto financiero, mientras que el otro llegó a ser uno de los hombres más adinerados de Hawái. Al morir, uno le heredó decenas de millones de dólares a su familia, a grupos de caridad y a su iglesia. El otro sólo dejó facturas pendientes por pagar.
Ambos eran fuertes, carismáticos e influyentes. Ambos me ofrecieron sus consejos a pesar de que éstos eran muy diferentes entre sí. Y aunque los dos creían firmemente en la educación, nunca me hicieron las mismas recomendaciones en lo referente a mis estudios.
Si yo hubiera tenido sólo un padre, me habría tocado aceptar o rechazar sus sugerencias, pero el hecho de tener dos me dio la oportunidad de comparar sus puntos de vista: el de un hombre rico contra el de uno pobre.
En lugar de “aceptar” o “rechazar” a uno u otro, pude pensar más, comparar y, finalmente, elegir por mí mismo. El problema fue que, en ese momento, el rico aún no se había vuelto rico y el pobre tampoco era pobre del todo. Ambos estaban al inicio de sus carreras y enfrentaban dificultades familiares y económicas. A pesar de ello, sus puntos de vista respecto del dinero eran muy distintos.
Por ejemplo, uno de mis padres decía: “El amor por el dinero es la raíz de todos los males”, mientras que el otro afirmaba: “No tener dinero es la raíz de todos los males.”
El hecho de tener dos padres siendo tan joven, me ocasionó conflictos interiores y exteriores, yo quería ser un buen hijo y escucharlos; sin embargo, no hablaban desde el mismo lugar. El contraste entre sus visiones —y en particular, en lo que pensaban con relación al dinero— era tan extremo, que mi curiosidad fue creciendo y yo me sentí cada vez más intrigado. Y entonces empecé a pensar, por períodos más prolongados, sobre lo que cada uno decía.
Pasé buena parte de mi tiempo en soledad preguntándome cosas como: “¿Por qué dice eso?”, y luego me preguntaba lo mismo respecto a las afirmaciones de mi otro padre. Habría sido mucho más sencillo decir: “Ajá, tiene razón, estoy de acuerdo con él”, o rechazar sus opiniones con algo como: “Mi viejo no sabe de lo que habla.” Pero en lugar de eso, tuve dos padres a quienes amé, y que me forzaron a pensar y, finalmente, a construir una opinión propia. A largo plazo, elegir por mí mismo en lugar de sólo aceptar o rechazar sus puntos de vista implicó un proceso mucho más valioso.
Una de las razones por las que la gente rica siempre puede generar más dinero y los pobres empobrecerse más es porque los temas financieros se enseñan en la escuela y no en casa. Casi todos aprendemos de nuestros padres lo que sabemos sobre el dinero, ¿pero qué pueden los padres pobres enseñarles a sus hijos respecto a este tema? Sólo te dicen cosas como: “No abandones la escuela, estudia mucho.” Increíblemente, esos mismos niños que se gradúan con calificaciones excelentes también pueden tener una programación y estructura mental deficientes en el aspecto financiero.
Por desgracia, en las escuelas no se enseña nada sobre el dinero. El sistema se enfoca en habilidades académicas y profesionales, no económicas. Esto explica por qué banqueros, doctores y contadores que siempre obtuvieron buenas calificaciones en el ámbito académico, tienen problemas económicos toda su vida. Nuestra abrumadora deuda pública se debe, en gran medida, a que ciertas autoridades del gobierno y políticos sumamente preparados tomaron decisiones con muy poca o nula educación sobre el dinero.
Constantemente me pregunto qué pasará cuando haya millones de personas que necesiten ayuda financiera y médica. Todas ellas dependerán de sus familias o gobiernos. ¿Qué sucederá cuando Medicare y Seguridad Social se queden sin fondos? ¿Cómo sobrevivirá un país en el que la responsabilidad de educar sobre el dinero es delegada a los padres, cuya mayoría serán o ya son pobres?
Yo aprendí de mis dos padres porque ambos tenían personalidades influyentes. Tuve que reflexionar sobre los consejos de cada uno y, gracias a eso, conseguí una visión profunda del poder y del efecto que tiene en la vida lo que uno mismo piensa. Por ejemplo, uno de mis padres tenía la costumbre de decir: “No puedo darme ese lujo.” El otro, en cambio, me prohibió repetir esas palabras. Él insistía en que en lugar de eso me preguntara: “¿Qué tendría que hacer para darme ese lujo?” La primera es una afirmación y la segunda, una pregunta. La primera te deja sin opciones y la segunda te obliga a pensar para encontrar respuestas. Mi padre rico, que estaba a muy pocos pasos de crear su fortuna, me explicó que al decir: “No puedo darme ese lujo”, automáticamente tu cerebro deja de funcionar y acepta la idea. Y cuando te preguntas: “¿Qué tendría que hacer para darme ese lujo?”, lo obligas a trabajar. Cabe señalar que mi padre rico no quería decir con esto que debía comprar todo lo que quisiera. En realidad él era un fanático del ejercicio mental y consideraba que el cerebro era la computadora más potente del mundo. Decía: “Mi cerebro se fortalece todos los días porque lo ejercito, y entre más fuerte se hace, más dinero puedo producir.” Creía que afirmar: “No puedo darme el lujo”, escondía tras de sí una especie de flojera mental.
Aunque mis dos padres trabajaron con ahínco, llegué a notar que en lo referente al dinero, uno de ellos dejaba que su cerebro se echara a dormir, en tanto el otro tenía la costumbre de ejercitarlo. A largo plazo, el resultado fue que uno se fortaleció en el aspecto económico y el otro se debilitó. Es algo similar a lo que pasa cuando una persona asiste al gimnasio con regularidad y otra se queda tirada en el sofá viendo televisión. El ejercicio físico adecuado incrementa tus probabilidades de tener buena salud, mientras que el ejercicio mental incrementa las de obtener riqueza.
Mis padres mantenían actitudes opuestas y eso afectó la forma que tenían de pensar. Uno creía que los ricos debían pagar más impuestos para así cuidar de la gente menos afortunada. El otro decía: “Los impuestos son un castigo para quienes producen, y una recompensa para quienes no generan nada.”
Uno de mis padres me hacía esta recomendación: “Estudia mucho para que puedas conseguir empleo en una compañía importante.” El otro me recomendaba: “Estudia mucho para que encuentres una compañía importante y puedas adquirirla.”
Uno decía: “No he podido volverme rico porque los tengo a ustedes, hijos.” El otro afirmaba: “Debo ser millonario porque los tengo a ustedes, hijos.”
Uno nos alentaba a hablar de dinero y negocios a la hora de la cena, y el otro nos prohibió tocar esos temas en la mesa.
Uno decía: “Si se trata de dinero, vete a la segura. No corras riesgos.” El otro recomendaba: “Aprende a lidiar con los riesgos.”
Uno creía: “La casa es nuestra mayor inversión y nuestro activo más importante.” El otro sostenía: “Mi casa es un pasivo, y si para ti representa el activo más importante, estás en problemas.”
Mis dos padres pagaban a tiempo sus recibos; sin embargo, para uno era la primera tarea por hacer y, para el otro, la última.
Uno de mis padres creía que la corporación para la que trabajaba, o el gobierno, debían hacerse cargo de él y sus necesidades. Vivía preocupado por los aumentos de sueldo, los planes de retiro, las prestaciones médicas, los permisos por enfermedad, los días de vacaciones y otros alicientes. A él le impresionaba mucho la historia de sus dos tíos quienes se unieron al ejército y, después de 25 años de servicio activo, obtuvieron un paquete vitalicio de retiro, y un título. Le encantaba la idea de contar con las prestaciones médicas y los privilegios de la tienda militar que el ejército les ofrecía a sus jubilados. También le fascinaba el sistema de plazas que estaba disponible a través de la universidad. A veces, la idea de tener un empleo seguro y prestaciones de por vida le parecía más importante que el trabajo mismo. Con frecuencia comentaba: “Trabajé mucho para el gobierno: tengo derecho a esas prestaciones.”
El otro creía en la independencia económica total. Criticaba mucho esa idea de que la gente “tenía derecho” a algo, y decía que esta noción daba pie a que existiera gente débil y con necesidades económicas. Hacía mucho énfasis en que se debía ser competente en el aspecto financiero.
Uno de mis padres batalló bastante para ahorrar unos cuantos dólares. El otro realizó inversiones. Un padre me enseñó a redactar un currículo impresionante para conseguir un buen trabajo. El otro me enseñó cómo redactar sólidos planes financieros y de negocios para generar empleos.
Debido a que fui producto de dos padres fuertes, pude darme el lujo de observar los efectos que los distintos tipos de visiones tienen en la vida personal. Y comprobé que la gente realmente le puede dar forma a su vida a partir de sus pensamientos.
Mi padre pobre, por ejemplo, siempre decía: “Jamás seré rico”, y su profecía se hizo realidad. Mi padre rico, por otra parte, siempre hablaba de sí mismo como una persona adinerada. Decía cosas como: “Soy un hombre con dinero y la gente como yo no hace estas cosas.” A pesar de que después de un golpe financiero importante cayó en bancarrota, continuó refiriéndose a sí mismo como un hombre con recursos. Se cubría al decir: “Existe una gran diferencia entre ser pobre y estar en bancarrota. La bancarrota es temporal, la pobreza, eterna.”
Mi padre pobre, decía: “No me interesa el dinero” o “El dinero no importa.” Mi padre rico afirmaba: “El dinero es poder.”

Existe una diferencia entre ser pobre y estar en bancarrota. La bancarrota es temporal, la pobreza, eterna.

Es posible que el poder de tu mente nunca llegue a medirse o ser apreciado, pero, desde chico, para mí siempre fue obvio que era importante prestar atención a mis pensamientos y a la forma en que me expresaba. Noté que mi padre pobre no estaba en aquella penosa situación por la cantidad de dinero que ganaba —cantidad nada despreciable, por cierto—, sino por sus pensamientos y sus acciones. Como fui un muchacho con dos padres, cobré una profunda conciencia sobre los pensamientos que finalmente decidí aceptar como míos. ¿Debía escuchar a mi padre rico o a mi padre pobre?
A pesar de que ambos tenían un enorme respeto por la educación y el aprendizaje, discrepaban sobre lo que les parecía importante que uno aprendiera. Uno de ellos quería que yo estudiara mucho, que obtuviera un título, que consiguiera un buen empleo y ganara dinero. Quería que estudiara para llegar a ser un profesional; abogado o contador, y que luego regresara a la escuela para obtener un título de maestría. El otro me animó a estudiar para volverme rico, a entender cómo funciona el dinero y de qué manera podía hacerlo trabajar para mí. “¡Yo no trabajo para obtener dinero!”, me repetía constantemente. “¡El dinero es el que trabaja para mí!” A los nueve años decidí prestarle atención a mi padre rico y aprender de él acerca de temas financieros. En ese momento también tomé la decisión de no escuchar a mi padre pobre a pesar de que él era quien tenía los títulos universitarios.
UNA LECCIÓN DE ROBERT FROST
Robert Frost es mi poeta favorito, y aunque me gustan muchos de sus poemas, “El camino no elegido” es mi predilecto. Casi todos los días aprovecho la lección que hay en él.
El camino no elegido
Dos caminos divergieron en un bosque dorado,
y yo sufrí por no poder viajar por ambos.
Siendo un viajero solitario, permanecí ahí por un largo rato
y miré por uno lo más lejos y con algo de arrebato,
hasta donde se sesgaba en la espesura.
Pero luego tomé el otro, igual al primero en belleza,
y me parece que tal vez elegí con certeza,
porque en él la hierba era tupida y anhelaba ser pisada
a pesar de que en aquella encrucijada,
el paso de otros los había desgastado casi de la misma forma.
Y aquella mañana los dos yacían casi igual,
a las hojas el paso no las había ennegrecido de forma total.
¡Pero dejé el primero para otro día!
Y sabiendo cómo el camino nos lleva por la vida,
dudé si alguna vez regresaría.
Diré esto con un suspiro
a siglos y siglos del camino;
dos caminos se separaron en un bosque, y yo...
yo tomé el menos transitado,
y eso hizo toda la diferencia.
Y eso hizo toda la diferencia.
A lo largo de los años he reflexionado en varias ocasiones acerca del poema de Robert Frost. Fue muy doloroso elegir no prestarle atención al padre con más estudios, no escuchar sus consejos ni tomar en cuenta su actitud en relación con el dinero; sin embargo, esa decisión le dio forma al resto de mi vida.
Mi educación financiera comenzó en cuanto decidí a quién escucharía. Padre rico me enseñó por un período de 30 años, hasta que cumplí 39. Dejó de instruirme cuando se dio cuenta de que ya entendía a la perfección lo que durante tanto tiempo trató de inculcarme, y en lo que tanto insistió a veces, a pesar de lo cabeza dura que yo era.
El dinero es una forma de poder, pero la educación financiera es aún más poderosa que él. El dinero va y viene, pero si tienes información acerca de cómo funciona, entonces ejercerás poder sobre el mismo y podrás empezar a generar riqueza. El pensamiento positivo no funciona por sí solo. La mayoría de la gente asistió a la escuela pero nunca aprendió cómo funciona el dinero y, por eso, a pesar de su optimismo y buenas intenciones, se pasa la vida trabajando para obtenerlo.
Debido a que sólo tenía nueve años cuando empecé, las clases de padre rico eran muy sencillas. Al final de las mismas, cuando acabó de explicarme todo, noté que solamente me enseñó seis lecciones fundamentales que se repitieron a lo largo de 30 años. Este libro contiene esas seis lecciones explicadas de la forma más sencilla posible, de la misma manera que él me las transmitió a mí. Las lecciones no son sólo respuestas, son guías que te ayudarán a ti y a tus hijos a tener más riqueza sin importar qué suceda en este mundo de cambio e incertidumbre creciente.