el ángel Gabriel anuncia buenas noticias


En tiempo de Herodes el Grande, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías. Su mujer, descendiente de Aarón, se llamaba Isabel. Eran ya mayores y no tenían hijos.

Un día Zacarías estaba ofreciendo incienso en el santuario del Señor cuando, a la derecha del altar, se le apareció el ángel Gabriel. Al verlo, se quedó muerto de miedo.

El ángel le dijo:

–No temas, Zacarías. El Señor ha escuchado tu ruego: tu mujer Isabel tendrá un hijo y le llamarás Juan. Irá delante del Señor y preparará al pueblo para que lo reciba.

–¿Cómo puede ser esto si los dos somos ya viejos? –le preguntó sin acabar de creerse lo que oía.

–Yo soy Gabriel y sirvo a Dios. Él me ha enviado a darte esta buena noticia. Pero como no me has creído, vas a quedarte mudo hasta que lo que te he dicho suceda.

Cuando Zacarías salió del templo, no podía hablar y tuvo que comunicarse por señas.

Al poco tiempo Isabel se dio cuenta de que estaba esperando un niño.

 

A los seis meses Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, una ciudad de Galilea, a casa de una joven virgen llamada María. Estaba comprometida en matrimonio con José, descendiente de David, un carpintero.

–Alégrate, llena de gracia –le dijo a María el ángel–. El Señor está contigo. Tendrás un hijo y le pondrás el nombre de Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, reinará para siempre, y su Reino no tendrá fin.

 

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María, asombrada, le preguntó que cómo podría suceder tal cosa.

–El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra, por eso nacerá de ti el Hijo de Dios. También Isabel, tu pariente, aunque es ya mayor, está esperando un hijo. ¡Para Dios no hay nada imposible!

–He aquí la esclava del Señor –contestó María–. Hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel se retiró.

José tuvo un sueño: vio a un ángel que le decía que cuidara mucho de su esposa María porque iba a tener un hijo del Espíritu Santo. Tenía que ponerle el nombre de Jesús, ‘Salvador’, porque salvaría al pueblo de sus pecados.

 

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Al despertar, José hizo lo que le había dicho el ángel.

María fue a ver a Isabel, a casa de Zacarías. Cuando ésta oyó su voz, sintió que en su vientre el niño saltaba de alegría y le dijo, inspirada por el Espíritu Santo:

–¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Se abrazaron las dos, muy emocionadas. María se quedó con ella un tiempo y luego regresó a su casa.

Poco después Isabel dio a luz a su niño. Sus parientes querían llamarlo Zacarías como su padre, pero ella dijo que se iba a llamar Juan. Y cuando le preguntaron a Zacarías qué nombre quería que le pusieran, escribió en una tablilla: «Juan es su nombre», e inmediatamente pudo volver a hablar.

Todo el mundo se quedó maravillado por lo que había visto.