“¡Tengo que leer estas cartas!”, exclamó Eugenia, al mismo tiempo que se arrellanaba en los almohadones de plumas. Eran cerca de las cinco de la mañana. Despierta como estaba, entrecerró los ojos y se preguntó: “¿Qué dirán todas esas cartas?”. Afuera, en la calle, como cada madrugada, se escuchaban los cascos de las mulas de los primeros carritos que recorrían las calles de la colonia San Rafael. Eugenia se veía particularmente pálida y ojerosa, con el pelo muy oscuro suelto sobre la pechera de encaje bordado de su camisón blanco. “Qué cobarde soy, ¿por qué no me atrevo a leerlas? Las tuve entre mis manos, y en lugar de abrirlas, lo único que hice fue aventarlas entre los vestidos de mi madre”. En efecto, a la hija de la Mariscala le había dado temor descubrir algo que su madre no se hubiera atrevido a contarle. Aunque creía saber todo de ella por haber sido su confidente durante tantos años.
Hacía apenas 15 días que el cadáver de la Mariscala había sido llevado al cementerio en una carroza fúnebre tirada por dos caballos empenachados con plumas negras. Luis Ludert Rul, el primo fiel de Pepita, había costeado todos los gastos del entierro. Fue a él a quien se le ocurrió sepultar a la Mariscala en la capilla de la familia de don Manuel Gómez Pedraza, su tío. Aunque modesta, la cripta estilo gótico era digna. Se encontraba al lado de un pozo del cual los jardineros del panteón sacaban agua para regar las flores. Al entierro habían asistido los familiares que las habían acompañado durante los últimos años. Cayetana Rul había estado inconsolable y la que nunca dejó de llorar fue la nana Justa. ¿Dónde habían quedado aquellos viejos amigos de la Mariscala que años atrás la adulaban y cortejaban? ¿Dónde estaban las damas de palacio de la emperatriz Carlota que la habían llenado de regalos el día de su boda? ¿Dónde las hijas de las mejores familias de México con las que compartía tés, tertulias y bailes? De toda esa gente, nadie había asistido a su entierro. ¿Por qué asistir al sepelio de alguien que había sido víctima de sus circunstancias? Sin embargo, sus amigas más cercanas habían estado presentes: Mela, Josefina, Angelita Bringas, la Chata, Lupita Palacios y Antonia Barandiarán de Brocheton.
Desde su regreso a la capital mexicana, en 1886, Pepita de la Peña se dio cuenta de que muchas de sus antiguas amistades le habían dado la espalda. Aunque hacía apenas 20 años que se había derrumbado el imperio de Maximiliano, la sociedad republicana ya no quería acordarse de esa época tan vergonzosa que se había extinguido con el fusilamiento del emperador. A fin de cuentas había sido una guerra totalmente inútil.
En el año en que regresó Pepita a su país, las amigas que antes solían envidiarla comenzaron a compadecerla. Incluso las más celosas, como las hermanas solteronas Fernández del Valle, cuya única distracción había sido inventar chismes sumamente escabrosos sobre ella y su marido. Una de ellas, su supuesta gran amiga, Rosa Rincón, le había escrito a Manuel Romero de Terreros una carta muy compasiva: “Porque con todo y su mariscalato, comprenderás bien si es digna de compasión una víctima, que lo es sin conocerlo, la pobre”. Otras le reprochaban que una niña, casi de la nada, alcanzara en México, gracias a su matrimonio con Bazaine, la segunda posición de poder más importante después del emperador Maximiliano. Ejemplo de ello era la viuda de Caldelas, que comentaba en voz alta, sin disimular su envidia, a quien quisiera escucharla.
Pero quién se está creyendo esta trepadora, que se casa con un vejete autoritario y pretencioso. Como dice el refrán: “Moza lozana, la barba cana”. Además, él apesta a ajo. En una ocasión bailé con el mariscal una habanera y me fue insoportable. No me quiero imaginar su luna de miel. Dicen que los franceses hacen cosas muy extrañas en la cama. Además, todos los maridos terminan con amantes. Como esa, la Castiglione, una de las diez amantes más conocidas de Napoleón III. A Napoleón, el grande, se le atribuían unas cincuenta. Pobre de Pepita, ni el Palacio de Buenavista compensará todos los sinsabores que le esperan. Además, ni siquiera es bonita: es chaparrita, tiene tremendos cachetes, ojos chiquitos y unas orejotas que le salen de entre los bucles aunque trate de ocultarlas. Para colmo, tiene muy mal gusto para vestir. Aunque le traigan sus vestidos de París, a ella se le ven corrientes. Carece de garbo. Dicen las malas lenguas que Bazaine andaba detrás de la cantatriz Fanny Natali que llegó con la compañía de ópera italiana. Yo la escuché cantar a Verdi en el antiguo gran circo de Chiarini. ¡Viejo asqueroso! El otro día me enteré de que entre las tropas francesas se cuenta que su primera esposa española, María Soledad Tormo, se suicidó porque era amante de un apuesto actor de la Comédie Française. La verdad es que fue la mamá de Pepita la que arregló la boda. Ya andaban muy mal de dinero. A fuerza quería acomodar a su hija en la corte.
“¿Serán cartas de un amor secreto de mi madre? ¿Tengo derecho a abrirlas? ¿Y si descubro algo que no debo?”, se preguntaba Eugenia entre consternada y picada de curiosidad. “¡No. Tengo que leerlas!”.
La señorita Bazaine se envolvió en la bata que hacía juego con su camisón, se calzó las pantuflas, se recogió el pelo con un listón de terciopelo y bajó las escaleras hasta el sótano. Sin dudarlo, se dirigió al baúl que resguardaba las cartas. Levantó la tapa y de nuevo hurgó entre las faldas de tul de baile de su madre hasta que sus manos dieron finalmente con el atado de sobres. Lo tomó. Cerró el baúl. Regresó a su habitación. Se quitó la bata, las pantuflas y volvió a la cama.
La casa se encontraba aún en completo silencio. Pasaría una hora más antes de que la nana Justa empezara agitarse para el desayuno de “su niña”, como llamaba a Eugenia desde siempre. Tenía que hervir la leche, poner el café de olla y esperar al panadero. Justa se negaba ir a la panadería de don José Urrutia, que se encontraba en la esquina de la casa. “Todas las panaderías, bizcocherías, los molinos de harina son de gachupines. Además, siempre les ponen nombres de santos y toreros que ni conocemos, nunca usan nombres de aquí”, se quejaba con don Chucho, el panadero que, en su canasta, siempre le llevaba los mejores cocoles, polvorones y conchas. Justa, originaria de la costa de Oaxaca, acostumbraba ir al mercado prácticamente a diario. Tenía sus marchantes a quienes conocía desde que había regresado de Madrid con su patrona, doña Pepita. Le gustaba presumirles sus años en España: “Allá la gente, cuando habla, grita mucho. Es muy huraña, pero eso sí, muy elegante. Allá no hay huarachudos. Usan unas chanclas con cuerdas que llaman alpargatas. En lugar de sombrero, usan boina como la que lleva el señor Urrutia, el de la panadería. En los años que vivimos allá, en la calle Hortaliza 89, reinaba un rey, llamado Alfonso XII. Mis patrones, los mariscales, eran tan importantes que la reina Isabel II, su esposa, era la madrina del niño Alfonso. En invierno hace mucho frío, pero eso sí, el departamento de mi patrona tenía una chimenea muy grandota. En mi cuarto yo tenía una estufa de carbón. Los niños, Panchito y Alfonso, iban a estudiar a la academia militar y mi niña Eugenia estaba internada con las monjitas ursulinas. Nada más los veía los sábados y domingos. Íbamos a pasear a un parque que se llama El Retiro. Después íbamos a cenar churros y chocolate. Mi patrón, el Mariscal, que en paz descanse, se pasaba los días en bata y camisón esperando a que llegaran visitas importantes que nunca llegaban. Pobrecito de mi patrón porque murió muy solo”.
Mientras la nana Justa empezaba a poner la mesa para el desayuno en el comedor, Eugenia estrechaba el fajo de cartas dirigidas a la Mariscala. El listón de seda que sujetaba el paquete había perdido su color debido al tiempo y la humedad. Ahora se veía amarillento. Con delicadeza, los finos dedos de Eugenia tomaron los extremos y tiraron de ellos. Como si se hubiera tratado de un juego de naipes, todos los sobres se esparcieron sobre su regazo. En cada uno de ellos, en el extremo inferior derecho, se advertía apenas un pequeño círculo, trazado con lápiz, con un número inscrito en su interior. Uno, dos, tres, cuatro, así sucesivamente, hasta treinta. “¿Por qué las habrá numerado? Seguramente por las fechas en que fueron escritas. ¿O sería un código que nada más ella sabía?”, se preguntó Eugenia, ahora sí más curiosa que nunca. Respiró profundamente. Con las manos ligeramente temblorosas leyó la primera, en francés. La escritura era particularmente elaborada. Le pareció reconocer la de su padre. Él siempre escribía con pluma fuente de punta de oro en tinta negra. Su papel de correspondencia era inconfundible, muy fino y color crema. Además, en todas sus cartas se distinguía un sello del Cuerpo Expedicionario de México.
México, 26 de febrero de 1865
Cuerpo Expedicionario de México
General Comandante en Jefe
Oficina
Apenas esta noche me han entregado su carta y su graciosa pregunta.
Le estoy agradecido por haber pensado en su leal servidor que se apresurará en ir a presentarle sus respetos y afectos.
Mariscal Bazaine
Todavía no terminaba Eugenia de leer la misiva, cuando súbitamente se le dibujó una enorme sonrisa en los labios carnosos, como los de su madre. “¿Cuál habrá sido la pregunta?”, se cuestionó, divertida, la hija indiscreta.
Es cierto que mi mamá era muy graciosa. ¿Cuántos años tendría cuando recibió esta carta? Si ella nació en 1847, para 65 tenía apenas 17 años. Me parece extraño que la carta esté fechada seis meses después de que se conocieron en aquel baile del Palacio de Buenavista. ¿Habrá otras cartas en los demás baúles? No, porque están numeradas. Luego, ¿por qué pasó tanto tiempo entre su primer encuentro y esta carta?
Eugenia no sabía que entonces su padre estaba sumamente atareado. Se hallaba dirigiendo las tropas intervencionistas para ocupar las poblaciones más importantes del país: Durango, Monterrey, Zacatecas, Saltillo, Matamoros y Colima. Además, a mediados de agosto de 1864 Bazaine había sido nombrado Mariscal de Francia por Napoleón III, y no era lo mismo un general de división que un mariscal. El bastón del mariscalato le otorgaba la más alta posición en la jerarquía militar, de allí que le escribiera a su hermano Adolphe pidiéndole que le comprara y le mandara cuanto antes: “charreteras y un cinturón blanco y oro de mariscal”. Para entonces, los generales conservadores Miguel Miramón y Leonardo Márquez habían sido alejados del gobierno de Maximiliano. El primero había sido enviado a Berlín a estudiar “ciencia militar”, y el segundo designado ministro plenipotenciario en Constantinopla. El gobierno francés le había pedido a Achille Bazaine crear una policía secreta para vigilar a los conservadores que se opusieran a la política de Maximiliano.
Además del fajo de cartas dirigidas por el Mariscal a su madre, Eugenia encontró otros sobres y cartas, seguramente guardadas por Pepita debido a su importancia. En una de ellas se leía:
Saint Cloud, 30 de abril de 1864
Mi querido general:
Le escribo unas palabras para decirle que, en reconocimiento a los brillantes servicios que usted ha llevado a cabo en México en mi nombre, decidí elevarlo al rango de Mariscal de Francia. Estando todos los ministros de vacaciones, no podrá usted recibir el decreto de su nombramiento antes del próximo correo; sin embargo, el decreto va fechado el primero de septiembre. Puede desde ahora considerar que lo recibió de mi puño y letra como mariscal. Acabo de recibir vuestra carta del 28 de julio. Me temo que haya tensiones en el gobierno y que el emperador crea poder volar con sus propias alas. Lo importante es que su ejército, indígena o extranjero, esté lo suficientemente organizado para que podamos irnos pronto. Tenga usted, querido general, la certeza de mi sincera amistad.
Napoleón
François Achille Bazaine nació en Versalles, Francia, el 13 de febrero de 1811. La familia del mariscal provenía de Alsacia. La familia Bazaine venía de Lessy, cerca de Metz, tenía tres hijas y tres varones y ciertos bienes. A pesar de su origen humilde, o precisamente debido a ello, los padres buscaron que sus hijos estudiaran. Uno de ellos, Pierre Dominique Bazaine, nació el 13 de enero de 1786. Desde muy joven fue un ardiente jacobino. En 1809 fue admitido en la Escuela Politécnica en París. Con el tiempo se convirtió en un sabio matemático, apasionado del sistema métrico y de la geometría. A los 21 años se enamoró de Marie Madeleine Vasseur. Prendado como estaba de ella, Pierre Dominique la instaló en un pequeño departamento en la Rue Verneuil. Curiosamente, en ese momento no le propuso matrimonio a su novia. Tampoco lo hizo cuando nacieron sus dos hijos, Mélanie y Adolphe Émile. Pierre Dominique no tuvo el valor de decirle a su padre que ya tenía una familia. Algo se lo impedía: le tenía pavor.
En 1810, el zar de Rusia pidió al emperador Napoleón I que le mandara a cuatro de sus mejores ingenieros para construir vías ferroviarias en su país. Pierre Dominique contaba con tan solo 24 años cuando fue elegido para ser uno de esos cuatro. Se fue a Rusia a pesar de que Marie estaba esperando a su tercer hijo. Aun cuando la joven se hallaba sola y sin dinero, prefirió no recurrir a la familia Bazaine. Temía demasiado ser rechazada. Sin muchos recursos, Marie Madeleine Vasseur tuvo la buena idea de poner un negocio de lencería y mercería en Versalles. Gracias a su buen gusto y a su creatividad, poco a poco se fue haciendo de una clientela muy exclusiva, tanto que algunas damas desde París iban a comprarle sus corsés y sus tiras de encaje bordado.
La madrugada del 13 de febrero de 1811 Marie tuvo que mandar de urgencia por la comadrona, madame de la Rivière, ya que sentía los primeros dolores de parto. Cuatro horas después de pujar, pujar y pujar, nació François Achille Bazaine, en el número 9 de la Avenue de l’Impératrice, en Versalles. Al día siguiente, el bebé fue bautizado en la iglesia de Notre Dame, siendo sus padrinos Jean Achille Sullier y Aimée Perrine Doussany. Estaba tan contenta madame de la Rivière del éxito del parto que se lo comentaba a todo el mundo: “Es un bebé precioso. Pesó casi cuatro kilos. Y lo más impresionante de todo es que abrió los ojos al instante en que salió del vientre de su madre, y me lanzó una mirada penetrante. Se hubiera dicho que se trataba de la mirada de un sabio. A pesar de las nalgadas que le di, nunca lloró. Ese niño está predestinado a ser alguien muy importante”. Era tal la euforia de la comadrona que la noticia no tardó mucho tiempo en llegar a los oídos de un abuelo que ignoraba la existencia de sus tres nietos. No resistió las ganas de conocer a la familia de su hijo, que seguía trabajando para el zar de Rusia. Todo el mundo lo sabía menos el abuelo. Por carta le reclamó a su hijo que hubiera dejado a su mujer y a sus tres hijos abandonados. “Esto no se hace, hijo. ¡Cómo un hombre de tu posición, con tantos estudios y con el ejemplo de tus padres, osa no reconocer a su familia!”. Un mes después, llegaba la respuesta del joven ingeniero: “Padre, en efecto, Marie Madeleine es mi mujer y los niños son míos. Incluso, antes de irme a Rusia me casé con ella. Es cierto, debí habérselos anunciado, pero lo omití”. El abuelo nunca entendió su actitud, sin embargo, con el tiempo llegó a querer a Marie como a su propia hija y se prometió darle la mejor educación posible a sus nietos, especialmente al que había nacido “con mirada de sabio”.
La vida de Pierre Dominique en Rusia pronto le resultó más que agradable. El zar Alejandro I estaba encantado con la labor del ingeniero francés, y lo mantenía muy cerca de él en la corte. Pasaba el tiempo y en los salones Pierre Dominique empezó a conocer a la alta aristocracia rusa. Todo le llamaba la atención de ese país tan distinto al suyo: la arquitectura de las iglesias ortodoxas, la fastuosidad y el refinamiento de la corte, las recepciones, las ensaladeras pletóricas de caviar que solían servir en las mesas del palacio y los litros de vodka. Pero sin duda, por lo que comenzó a sentirse particularmente atraído fue por los encantos de una preciosa joven perteneciente a la alta nobleza. Era mademoiselle Stéphanie de Sanobert y tenía los ojos más azules que el río Volga. Por añadidura, tocaba el piano como los propios ángeles y era dueña de una voz espléndida. Qué modales, qué elegancia, qué forma de desenvolverse en la corte, pero sobre todo, qué dote le tenían destinada sus padres. Qué diferencia con la pobre Marie, que venía de un origen humilde, que no dejaba de trabajar para sacar a sus tres hijos adelante.
A pesar de que en todas sus cartas escribía a su mujer que la extrañaba y que muy pronto regresaría a Francia, Pierre Dominique se casó en 1816 con mademoiselle Stéphanie de Sanobert-Ostrovskysu. Su familia política lo adoptó de mil amores y se sentía orgullosa de los logros profesionales del ingeniero francés. Tres años después de haberse casado, Stéphanie y Pierre Dominique tuvieron a su primera hija, Mathilde Elizabeth Pauline Bazaine.
A petición del zar, se fundó en 1824 el Instituto de Ingenieros, siguiendo el modelo de l’École des Ponts et Chaussées de París. Pierre Dominique Bazaine fue nombrado su director. Durante de la siguiente década el ingeniero francés construyó carreteras, implementó vías navegables, diseñó puentes en San Petersburgo, participó en la construcción del Palacio de Invierno y en la de la Catedral de la Santa Trinidad. A lo largo de su vida tuvo tiempo de escribir 19 obras, entre las que sobresalen La base del cálculo diferencial y La base del cálculo integral.
Cuando Pierre Dominique volvió a Francia en 1814, al primero que quiso abrazar fue a Achille que ya tenía dientes y hablaba con mucha fluidez. “Bonjour papa. Sois le bienvenu! ”, le dijo su tercer hijo, tal como le había enseñado el abuelo para recibir a un padre que nunca había visto antes. El joven ingeniero no podía creer tanta precocidad. En cuanto a Mélanie y Adolphe, lo recibieron con el mismo cariño. Por su parte, Marie, su primera esposa, le abrió los brazos tres años después, como si nunca se hubiera ido. Entonces no sabía que el padre de sus hijos se había enamorado de una joven rusa con quien se casaría dos años después.
Sin intención alguna de abandonar a sus tres primeros hijos franceses, Pierre Dominique tuvo una idea genial. Al cabo de varios años de ir y venir entre los dos países y entre las dos familias, decidió llevarse a Mélanie y a Adolphe, hijos de Marie, a Rusia. “Les presento a los hijos de mi difunto hermano. Ahora yo soy su tutor” le dijo a su familia política. Todos le creyeron, menos sus hijos. Ahora resultaba que su padre era un tío en extremo generoso y muy solidario con el supuesto hermano fallecido.“Así como tú los quieres, en esta casa siempre serán bien recibidos”, le dijo su suegro, un hombre inmensamente rico pero igualmente ingenuo.
Pierre Dominique, quien recibió la Legión de Honor en grado de Comandante, murió en septiembre de 1838, a los 52 años. Dejó a dos esposas desconsoladas y a cuatro hijos en los que había sembrado su pasión por el estudio, la disciplina y el amor a su patria. Entonces el futuro Mariscal de Francia, Achille Bazaine, tenía 27 años. El hijo mayor, Adolphe, de 29, se convirtió en un ingeniero destacado. Cuando terminó la línea de ferrocarriles Montargis-Nevers en 1861, Napoleón III le otorgó la Legión de Honor. Siguiendo el ejemplo de su padre, siempre se dedicó a las vías ferroviarias —incluso el Mariscal llegó a presentarle a Maximiliano un proyecto de ferrocarril en México que sería construido por su hermano, uno de los planes que, como muchos otros, nunca se llevaría a cabo. Siendo adolescente, Mélanie Bazaine se fue a vivir a Rusia.
Achille Bazaine pasó su juventud al lado de su madre, Marie Madeleine, y de sus hermanos. Vivían en París en un modesto departamento de la calle du Cherche Midi, en el distrito vi. De 1825 a 1830 estudió en el Collège Royal de Saint Louis. El joven Achille fue un estudiante de excelencia en diversas materias como química, física y matemáticas. Todos los expedientes militares posteriores a su salida de la Universidad Royale, en donde estudió las artes de la guerra y el manejo de las armas, lo calificaron como un excelente elemento, “de conducta perfecta”. Por ello, a lo largo de su carrera militar, que duraría toda su vida, sus superiores lo describirían como “altamente distinguido, por su excelente educación, sus conocimientos, su inteligencia, sus capacidades y el valor que ha demostrado en campañas tan difíciles como la de España en 1835”. “Dirige muy bien su compañía”; “enérgico e inteligente”; “sirve con distinción, sin falta”; “excelente administrador de los recursos”; “conducta regular, sólidos principios”; “educación muy cuidada, distinguido, excelente instructor militar”; “activo y generoso”. Todas estas cualidades habrían de hacerlo destacar en campañas tan importantes como África, de 1833 a 35; Sebastopol, en 1856, e Italia, en 1859, entre otras.
Durante estas campañas, el entonces joven militar sufrió varias heridas: una causada por un fragmento de obús; un balazo en la muñeca derecha; contusiones en la cabeza y un golpe de bayoneta en el flanco derecho. En México, entre las tropas francesas se daría a conocer por su cordialidad y sus buenas maneras. Recién desembarcado en Veracruz en 1863, era un general audaz, bonachón y gordito, pero de mirada astuta y de innegable inteligencia. La audacia se le iría quitando, primero con la viudez y luego conforme se instalaba en su palacio mexicano y en su vida de casado con Pepita. Era un reproche que habrían de hacerle sus hombres muy a menudo.
Antes de desposar a Josefa de la Peña, Achille Bazaine habría de encontrar en su camino a la que sería su primera esposa, María de la Soledad Juana Gregoria Tormo. Bautizada el 2 de diciembre de 1827 en la parroquia de Santa Eulalia de Murcia, Andalucía, María era hija de Manuel Tormo, quien desapareció antes de que ella naciera, y de su esposa, Juana Orcajada, la cual desgraciadamente falleció en el parto. Huérfana, fue llevada junto con otras niñas a África, donde una gitana las vendía al mejor postor. Cuando François Achille la vio por primera vez, le gustó. Al ver su situación tan vulnerable se compadeció de ella. La vieja gitana captó de inmediato el interés de Bazaine por la niña, y sin más le dijo: “Se la vendo”. La compró. Era una adolescente preciosa. Se le hacían hoyuelos en las mejillas cuando sonreía. El oficial quiso hacer las cosas legalmente. Se presentó ante las autoridades y pidió ser su tutor. Más tarde descubrió que la niña de 13 años provenía de una buena familia de Murcia. En su calidad de tutor, Bazaine decidió ocuparse de su educación: la inscribió en un convento en Argelia. María se quedó allí hasta que cumplió 18 años. Sorprendido por los progresos e inteligencia de la joven, la mandó a París, para que terminara sus estudios, a un convento de magnífica reputación.
Corría el año de 1846.
Tres años después, Achille visitó a su pupila en el convento del Sagrado Corazón para confirmar lo que las monjas le escribían acerca de sus progresos. María había tenido tiempo de convertirse en una excelente pianista. Cuando la vio aparecer en el vestíbulo del claustro sintió que su corazón daba un vuelco. ¡La joven había cambiado tanto! De pelo negro, ojos enormes y facciones muy finas, semejaba un retrato de Goya. La mirada intensa de Bazaine perturbó a María. No sabía qué hacer, ni qué decirle. No sabía cómo llamarlo; si correr a sus brazos o hacerle una ligera reverencia, como le habían enseñado las monjas tratándose de personas importantes. Entonces Bazaine era coronel del Primer Regimiento de la Legión Extranjera.
Achille Bazaine y María Tormo se casaron en París el 12 de junio de 1852, y se fueron a vivir a la casa familiar, con Adolphe y su esposa Georgine.
La carrera militar de Bazaine iba en ascenso. En 1854 fue elevado al rango de Comandante de la Legión Extranjera del Ejército de Oriente. Cinco años después sus superiores lo nombraron Comandante de la Tercera División de Infantería del Primer Cuerpo del Ejército de Italia. A partir del 1 de julio de 1862, Achille asumió su cargo como Comandante de la Primera División de Infantería del Cuerpo Expedicionario de México.
María solía acompañar a su esposo prácticamente en todas las campañas. Sin embargo, a la de México desafortunadamente ya no pudo hacerlo debido a su estado de salud tan precario. Achille le escribía casi a diario, al igual que a Adolphe, a quien siempre consideró el “hermano perfecto”. A él le mandaba dinero para que Marie pudiera mantener su ritmo de vida, como si Bazaine nunca se hubiera ido.
El general le tenía un amor incondicional a su Mai, un amor paterno, fraternal, pasional, de compañera de campaña, e incluso, naturalmente, un amor carnal. Desde México le escribió, invitándola a alcanzarlo:
México, 12 de septiembre de 1863
Muy querida mujercita:
Recibí mi nombramiento de Comandante en Jefe y una encantadora carta del emperador que él escribió de su puño y letra, en la cual me comunica sus instrucciones. Pero el mariscal Forey no quiere irse antes de los primeros días de octubre a causa del vómito. Sigo trabajando como antes, ignoro el momento preciso en que me darán el mando. Parece creer que el emperador podría volver sobre su determinación, apoyando la creación de la Monarquía Mexicana y la elección del archiduque Maximiliano de Austria; yo no lo creo, pero él sí lo considera indispensable para la situación actual. Yo creo lo contrario y pienso que su retiro, el alejamiento de Saligny, podrán aportar más conciliación entre los conservadores y los liberales moderados que hasta ahora se siguen manteniendo alejados de los asuntos. Es un hecho que la elección solo se llevó a cabo en la capital, y que los notables fueron designados por el partido retrógrada. Así el país está lejos de estar pacificado, nos vemos obligados a emprender una campaña en el interior. Si me lo autorizan, partiré en la primera quincena de octubre, y volveré a México en el mes de noviembre, y a la mejor antes si los asuntos lo requieren.
El clima de México es templado, las mañanas y las noches son frescas, se dice que en invierno cae hielo casi cada noche y solo hace calor debajo del sol; en este verano no he tenido calor un solo día. Por lo tanto, si vienes, tráete ropa caliente[...]
La sociedad de México aun probablemente dividida aprecia los bailes, las reuniones, y sigue las modas parisinas, pero todos los detalles de los atuendos son de precios muy elevados en comparación con París, harás bien en hacer tus provisiones de listones, de guantes. En cuanto a los coches, tienen un costo del doble, si puedes embarcar los tuyos, sin gastar mucho, al menos tu calesa, harás bien, porque te servirá para las carreteras y te será muy útil aquí. Me parece que si un soberano viniera a instalarse en México, hará lo posible para mantener las tropas a su lado, unidas al ejército mexicano podrán ser suficientes para mantener la tranquilidad en el país, y entonces podremos enviar a Francia una parte y podrán reenviar al resto de regreso un poco más adelante. Te espero.
Tu Achille
Dos días después de esa larga carta, Marie sufrió un síncope a las 8 de la noche. A pesar de todos los cuidados del médico, su estado se agravó considerablemente y Marie se apagó a las 3 de la mañana del 17 de octubre de 1863. El doctor Sapeyrone determinó que la causa de la muerte había sido una pleuresía.
Achille Bazaine, ignorando el fallecimiento de su “adorada niña”, le escribió a su hermano en noviembre que no escatimara ningún medio para salvar a su querida Mai. Le enviaba, además, 1 500 francos para ponerla en manos de los mejores médicos de París. Asimismo, le anunciaba que estaría en París durante los primeros meses del año siguiente.
En el periódico francés Le Débat del 22 de noviembre se publicó una nota anunciando el fallecimiento de Marie: “La joven esposa del señor general Bazaine que hoy defiende el honor de nuestras armas en México ha fallecido. Ella solo vivía para su esposo, lo había acompañado a Sebastopol, lo había seguido a la campaña en Italia, y fue su salud precaria la que le impidió seguirlo a México. […] Para quien sepa cuál era el lugar que ocupaba en los afectos del digno general, para quien haya podido ser testigo de la profunda estima, de la ternura apasionada que sentía por ella, el corazón sangra de pensar en el golpe que habrá de recibir en su glorioso exilio, cuando reciba tan cruel noticia. Lo sabrá cuando haya dejado México para ir a ahogar los últimos esfuerzos de Juárez”.
El general se encontraba en la Ciudad de México el 17 de noviembre cuando se enteró de la muerte de su esposa. Ese mismo día se le informó que el general en jefe del ejército juarista, Ignacio Comonfort, había caído en una emboscada de “nuestros partidarios” y había sido asesinado con casi todos sus oficiales. ¡Cuántos sentimientos encontrados! Por un lado la profunda tristeza por la desaparición de su esposa, y por otro, el gusto de haberle dado un golpe tan duro a su enemigo.
Un mes y medio después le escribió una carta a su hermano.
México, 1 de enero de 1864
Cuerpo expedicionario de México
Comandante General en Jefe
Oficina
¡Qué golpe tan terrible hermano muy querido! Estoy acabado, tengo el corazón roto, quisiera unirme a mi bienamada muerta. ¿Qué hacer en esta tierra maldita? ¡Para qué me van a servir los honores y la riqueza! Las alegrías de este mundo desaparecieron para tu pobre Achille a quien solo le quedas tú para amar y cuyo corazón te pertenece entero desde ahora.
Aún no puedo creer tremenda desgracia y cuando leo los lamentables detalles sobre el fin de mi esposa querida, a lo mejor me hago ilusiones, pero creo que no se hubiera muerto si yo hubiera estado cerca de ella y no me perdonaré nunca el haber venido a México. Mi única meta en la vida era volver la suya lo más agradable y lo más dulce posible. Mi vida está terminada y ahora soy solo un soldado que desea la muerte.
Varios meses después el mariscal Bazaine seguía padeciendo la muerte de su amadísima Mai, como se manifiesta en la carta del 28 de abril de 1864 dirigida a Adolphe, su hermano, en la cual también le anuncia la llegada de Maximiliano y Carlota:
México, 28 de abril de 1864
Hermano querido:
Estamos en espera de la llegada del archiduque. Su presencia urge para constituir definitivamente este pobre país y que eso le permita a Francia retirar una buena parte de sus tropas hacia finales del año. ¡Cómo me gustaría formar parte de los elegidos! Tengo tanta necesidad de verte, de ir a visitar a mi pobre pequeña Mai. Ella era toda mi vida, uno de los móviles de mi ambición. ¿Qué puedo hacer en este mundo con el corazón partido? Ya nada tiene sabor, el trabajo me cansa, no alcanza a distraerme, mi inteligencia parece haberse echado a dormir. Ya no me interesa la fortuna ni los hombres. Me gustaría vivir en una montaña en un rincón aislado y decirle adiós al mundo. Aquí estoy obligado a pensar por todos, incluyendo a los mexicanos, de ver a algunas gentes, de sonreír, cuando lo que más necesito es llorar. Este concentrado de emociones vuelve mi existencia amarga. Espero que me manden de regreso cuando antes, y si me quedo es por devoción a nuestro emperador y a nuestro Ejército que amo sinceramente y cuya confianza en mí me obliga a resignarme y a servir hasta el final.
Tu hijo Albert y yo estamos muy bien. Es un muchacho amable y muy inteligente, valiente pero no fanfarrón, es modesto y muy apreciado por todo el Ejército; sigue siendo un poco flojo y le apuesta más a su inteligencia que a su trabajo. En ese sentido sin duda cambiará cuando sienta la imperiosa necesidad de hacerlo. Adiós hermano muy querido, mi único lazo en esta tierra, he tenido pocas alegrías, mucho trabajo y muchos pesares. Mil ternuras,
General Bazaine
Tres meses después, la vida de Achille Bazaine habría de dar un giro de 180 grados. En el baile ofrecido para celebrar el santo de Maximiliano, el 15 de agosto del mismo año, conocería a Josefa de la Peña y Azcárate.
La carta que aún sostenía Eugenia entre sus manos mientras seguía recostada en su cama, había sido escrita por su padre y dirigida a su madre, la bienamada Pepita, año y medio después de la muerte de María Tormo.