
No hay camino que no tenga fin.
SÉNECA
Imagínate que vamos a iniciar un viaje tú y yo; en él vamos a hablar de lo que ha sido mi camino, y desde tu corazón podrás ver el tuyo. Lo primero que quisiera que te preguntaras es: ¿a dónde quieres ir? Cuál es ese sueño tan grande que has querido construir y que quizá está esperando a que lo hagas realidad.
La vida tiene sentido en la medida en que le demos un motivo y la llenemos de un horizonte que nos permita entusiasmarnos. Hay sueños grandes y pequeños. Todos son importantes y valiosos si le aportan felicidad a cada uno de nuestros días. Yo quisiera que ahora pensaras en esos sueños y solo les permitieras venir a tu mente sin condición ni pregunta alguna.
Permítele a tus sueños estar ahí mientras lees este libro. No te preguntes cómo los vas a hacer realidad porque el cómo es la mejor forma de decirle no a esos sueños, ya que la respuesta vendrá desde tus limitaciones, no desde tu fe, y la fe es algo increíblemente amplio que uno aprende poco a poco.
Nunca te preguntes cómo lo vas a hacer, pregúntate qué quieres hacer; el universo se encargará de lo demás.
No hay nada más placentero que ver la sonrisa de una persona cuando ha conseguido algo que para ella era importante; pues bien, esa sonrisa será mi mayor regalo cuando hayas alcanzado los sueños que aquí, en este camino, juntos, decidas hacer realidad.
He aprendido que el primer paso en la construcción de un sueño es un pensamiento, y por eso quiero que te preguntes qué piensas de ti, cuál es la imagen que tienes de ti.
Observarte con humildad te va a permitir descubrir esas creencias que tienes sobre ti mismo y que quizá han marcado tu vida hasta ahora. Si crees que eres una víctima, es posible que sigas viviendo como víctima. Las víctimas están sumidas en el dolor y se alimentan de dolor y de drama. A una víctima no le conviene materializar un sueño porque necesita quejarse, encontrar culpables y regodearse en el fracaso.
Hoy en día la palabra éxito se ha reinterpretado. Una persona exitosa es aquella que ha logrado conseguir un equilibrio en su vida, y en ese equilibrio está el logro de sus sueños. Nadie sabe cómo es la vida perfecta más que uno mismo, que sabe qué quiere y qué no quiere en su vida. Si te consideras exitoso y ese éxito es real, quizá tu vida esté en equilibrio perfecto. Por ello es tan importante que te observes para ver en dónde estás.
Letra a letra yo he ido encontrando esas pequeñas cosas de mi vida que me han permitido solidificar mi parte emocional y alcanzar ese éxito-equilibrio del que hablo. Me ha costado observar la historia de mi vida con todo y sus momentos dolorosos, pero también con una gran dosis de humildad para reconocer que no hubo un solo acontecimiento que no me sirviera para algo. Hoy sé que todos los capítulos de nuestra historia son necesarios.
A todos se nos dio lo esencial: veinticuatro horas al día, un corazón que vibra y una mente con la cual escribir una historia de vida.
Con esta primera parte de mi historia quiero contarte de qué estoy hecha. ¿Sabes de qué? Del mismo barro que tú, con los mismos sueños, con los mismos temores, con las mismas carencias quizá. Este punto de partida de mi historia de vida me ha permitido ver una cosa: a todos se nos dio lo mismo, un día de veinticuatro horas, un corazón que vibra en el amor, el miedo o el rencor y una mente que decide qué historia va a escribir. Lo demás es decisión de cada uno, pero en esencia somos lo mismo y se nos dio lo mismo.
Así que comencemos por observarnos para ver qué pensamos de nosotros y hasta qué punto esas creencias nos van a llevar a conseguir nuestros sueños, o si por el contrario, se volverán contra nosotros.

Los niños comienzan por amar a los padres. Cuando ya han crecido, los juzgan, y algunas veces hasta los perdonan.
OSCAR WILDE
Nací en una familia antioqueña humilde en la que no hubo mayores lujos y en la que la pobreza era el pan de cada día. Mi papá siempre estuvo enamorado de mi mamá, y su talante trabajador y la ternura que lo caracterizó durante nuestra infancia atrajeron toda mi admiración. Lo admiré con toda mi alma.
Mucha gente cree que para lograr un sueño tiene que haber nacido bajo unas condiciones especiales, y lo que la vida me ha demostrado es que muchas personas que nacen en hogares con limitaciones económicas, disfuncionales o con cualquier tipo de problema terminan desarrollando la creatividad que les permite construir nuevas realidades.
No en vano Einstein decía que la imaginación era más importante que el conocimiento, y de mi hogar recuerdo que se me permitió soñar y crear. Siempre he tenido la capacidad para soñar; una de las cosas más valiosas con las que contamos los seres humanos es esa capacidad, y para atrevernos a materializar esas imágenes mentales convirtiéndolas en nuevas realidades.
Todos los seres humanos tenemos la capacidad para soñar, solo que nos aterra la verdad: los sueños se hacen realidad. Por eso muchos hacen todo lo posible por enterrarlos. Un sueño te cambia la vida y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo.
Cuando llegué a este mundo, mi hermana Claudia llevaba un año y dos meses gozando de toda la atención y la felicidad de esa pareja enamorada, cuya mayor ambición era hacer crecer una familia digna, con valores y educación, simple y sencillamente.
Mis padres tenían veintiséis años; eran muy jóvenes para enfrenar la paternidad en una época en que la vida estaba marcada por el deber ser que los obligaba a madurar a la fuerza y enfrentarse al mundo sin las herramientas necesarias. A mi mamá la tomó por sorpresa su embarazo porque estaba tan ocupada atendiendo a mi hermana y su hogar que no se dio cuenta de la ausencia de su periodo hasta que notó su vientre crecido y fue con el médico. ¡Oh sorpresa! Venía en camino la Diosa de la Cumbia y nadie la esperaba.
Todos los caminos se abren y los amores se conquistan. Empieza por creer que estamos aquí para cumplir una misión y que nada ni nadie lo podrá impedir. Cree en ti.
Mi madre, una mujer sencilla, risueña y valiente, además de bonita, soñaba con un niño, y a su vez era el deseo de mi padre, pero la vida les había regalado hasta el día que nací, un 3 de octubre, dos niñas con una diferencia de 14 meses, así que fui la muñequita de mi hermana mayor (no le gusta que le diga así).
Aunque éramos pobres nunca nos faltó nada; mi papá hacía lo que fuera por la familia. No ha de haber sido fácil para ellos, pero para nosotras dos, que éramos niñas, no había nada que nos preocupara más que comer y jugar. Ahora que soy adulta, que soy madre y padre, entiendo muchas cosas que cuando se es niño no se llega uno a imaginar; por eso honro a mi madre y a mi padre con todo mi amor, pues al crecer fui entendiendo la grandeza del amor que nos entregaron.
¿Qué es la pobreza? ¿No tener lo que a otros les sobra? ¿O la gran oportunidad de desarrollar nuestra creatividad?
Nací después de tres días de dolores de parto; pobre mamá, la hice sufrir un poco haciéndome esperar. Medí 30 centímetros, lo que es muy poquito para un recién nacido, y no llegué a pesar ni tres kilos. Tenía muy poco cabello, pero cuando mamá me bañaba me llegaba a mitad de la espalda; lo más chistoso era que tenía una cana bien parada en mi escasa cabellera. Como todas las madres, la mía también pensaba que era una preciosura de bebé, asunto que yo hasta el día de hoy me lo sigo creyendo. Soy una preciosura.
Cree en ti. Creer en uno mismo es de los retos más grandes que enfrentamos como humanos.
Era tan pequeñita que mi cabeza cabía en la mano de papá y las piernitas estiradas apenas si le llegaban a su codo, y todo mi cuerpo entraba perfectamente en una caja de zapatos. Dice mi mamá que todavía no se me quita lo chiquita, así que desde ese momento mi papá me puso por apodo Pildorita. Me pongo a pensar si no me pusieron así porque soy resultado de un olvido: la pildorita.
Él era un hombre guapo, con porte, y le encantaban los tangos. Los cantaba y bailaba con mi mamá muy bonito. Fue modelo de ropa, y trabajador como él solo. Era muy consentidor y estaba lleno de grandes detalles; a veces llegaba en la madrugada y nos despertaban para comer empanadas o fritanga, que es una serie de vísceras fritas, cargadas de colesterol (te lo podría decir más bonito pero es eso y sabe rico, a las cosas por su nombre). De hecho, donde las venden, se llama El Palacio del Colesterol. Papá las compraba después del trabajo. Cómo me gustaba que me levantaran a comer a medianoche y volver a dormirme. Era de las cosas que más disfrutaba cuando mi papá llegaba de trabajar.
No hay un solo motivo que justifique la vergüenza. Lo que eres, lo que has sido y lo que serás, sagrado es.
Mi papá era un hombre muy responsable y nunca le importó hacer cualquier clase de trabajo que fuera necesario. Me contaba mi mamá que de recién casados tuvo que cargar bultos en el mercado para llevar dinero a la casa. Su propósito era que nunca nos faltara nada y así fue siempre. De él heredé su espontaneidad. No hacía planes, abrazaba la vida sin condiciones. A veces venía con una caja llena de ropa interior o regalos sin que fuera una fecha especial. Con la misma tranquilidad nos decía: “Levántense, hagan la maleta que nos vamos para la playa”.
Si buscas en la historia de tu vida vas a encontrar verdaderas joyas. Momentos que te hicieron feliz, pero necesitas desarmar tu corazón y ver que recibiste más de lo que creías.
Esos momentos no se borran con facilidad porque quedan por siempre grabados en tu mente. Salir de paseo en familia era lo que más disfrutaba; sentía que la vida era una maravillosa experiencia y pensaba que no habría nada capaz de dañar estos momentos en los cuales la felicidad danzaba entre nosotros.
Cómo quisiera que existiera un botoncito por algún lado y ponerle pausa a ciertos momentos que no quieres que se acaben nunca de tan felices que fueron. Como aquellos en los que mi papá era el príncipe y nosotras las princesas del cuento, y nos llevaba a lucir nuestros vestidos por la cuadra o en el centro de la ciudad, o cuando íbamos al río y mi mamá preparaba fiambre desde la noche anterior.
Es una delicia cuando has nadado en el río y jugado durante horas mientras las mamás hacían el sancocho. Años más tarde me di cuenta de que somos tan parecidos, y que a pesar de las distancias tenemos mucho en común porque ese mismo sancocho se llama puchero en Mérida, Yucatán, y en muchos países es la misma sopa con nombre diferente.
La vida está definida por la atención que le prestes a ciertas cosas. Aunque nuestro hogar era muy humilde hubo cosas que con todo el oro del mundo no las hubiéramos podido comprar. Por ejemplo, los paseos a diferentes ciudades en los camiones que manejaban nuestros tíos, cargados con bultos de comida. Nos dejaban montar sobre la carga y jugar todo el camino. Era fantástico, toda una aventura. Quizá desde ese entonces aprendí a amar los caminos, los restaurantes de la carretera e ir de un lugar a otro.
A mamá le encantaban los boleros, pero nací en los años sesenta, una época de cambios muy fuertes en el mundo; se escuchaba el rock pesado y la mujer empezaba a hacer sentir a los hombres la igualdad. A los jóvenes que exigían libertad y proclamaban hacer el amor y no la guerra les llamaron hippies; los pantalones de boca ancha y el ombligo al aire se impusieron. Yo alcancé algo de esa moda, que me encantaba, y con los años llevaría el ombligo al aire con un pantalón de campana color morado de una tela gruesa llamada terlenka, producida nada menos que en Medellín.
Mientras todo eso pasaba, crecí escuchando boleros en medio de un romanticismo que abrumaba, proveniente de mis papás. Era tanto que tenían un lenguaje especial para tratarse entre ellos y se llamaban con un chiflidito bonito entre los dos; jamás se imaginaron que ese amor se acabaría unos años más adelante.
Al pasado hay que mirarlo con amor y con la absoluta certeza de haber recibido lo que teníamos que recibir. Solo así el corazón aprende a agradecer y ya no se resiente más.
Valdría la pena que te detuvieras un momento y miraras esas cosas que forman parte de la historia de tu vida. Que conocieras un poco más de tus padres, de tu familia, de ese entorno que marcó tu pasado. Muchas veces escucho decir a la gente que su vida fue una tragedia, o que prefirieron olvidar su infancia porque fue dolorosa; y si te das cuenta ello encierra una alta dosis de dolor y resentimiento. Hoy me pregunto para qué nos sirve juzgar. Para qué nos sirve repetir una y otra vez las imágenes que creemos que nos han hecho daño. ¿No crees que es ilógico? ¿No crees que es falta de humildad negarse a ver qué enseñanza oculta hay en cada cosa que viviste? Yo te aseguro que nada fue al azar.
Al pasado hay que darle una oportunidad. La oportunidad de mostrarnos qué nos quería enseñar con todo lo que pasó. De qué manera nuestras carencias fueron las que nos llevaron a soñar, a crear y a esperar un mañana mejor. Tú y yo estamos hechos del mismo barro, del mismo que están hechos los genios, nada es diferente, solo la forma en que te miras, en que te tratas y en que eliges amarte y odiarte, porque al fin y al cabo esa historia que has vivido está dentro de ti. Nunca afuera. Todo está dentro de ti, incluidos sus personajes, esos que te ayudaron a escribirla.
Cuando vayas avanzando en tu camino espiritual y en la búsqueda de tu propia paz, aprenderás que en esta vida todos somos maestros y alumnos. Esa frase suena a lugar común de tanto que se repite y de lo poco que se entiende. No sé cuáles sean las circunstancias que rodean la historia de tu vida, pero sí sé que los padres que tuviste, incluso los padres ausentes, fueron los que tenías que tener. Que los pasos que diste, aunque te hayas caído muchas veces, son los pasos que tenías que dar. Tú y yo somos alumnos de la vida desde que nacemos hasta que morimos. Alumnos enfrentados a maestros que nos someten a pruebas de miedo, dolor, rencor, abandono o cualquier otra, con un solo objetivo: enseñarnos cuán fuertes somos, cuán capaces somos, y que al final, como te lo repetiré en este libro, no pasa nada porque todo lo que nos ocurre está ahí para que lo trascendamos con amor.
Así que si en algún momento te has sentido menos por tus orígenes, llegó la hora de agradecerlos, porque sea cual sea tu historia es sagrada, es la que tenía que ser. Sin más.

Antes de recorrer mi camino, yo era mi camino.
ANTONIO PORCHIA
Si por un momento te detienes y observas tu entorno, te darás cuenta de que este universo está en constante movimiento. Mira el cielo y verás el movimiento; mira los árboles e incluso aquello que parece muy estático, y todo se mueve. Todo viene, todo se va. Nada está ahí para siempre; una de las grandes lecciones que tenemos que aprender es a fluir, algo que suena fácil pero que es terriblemente difícil de entender y practicar.
Aunque desde muy niña nos mudamos de ciudad, aprender a decir adiós y a dar un paso adelante es de las cosas más complicadas que he experimentado, porque tenemos tendencia a apegarnos a todo y a mantenernos estáticos, lo que termina generándonos grandes angustias y convirtiéndonos en estrategas del control.
Medellín, Colombia, es una ciudad llena de gente linda y trabajadora, rodeada de montañas y con olor a tierra mojada. No pasé mucho tiempo allí porque cuando tenía tres meses trasladaron a mi papá a Bucaramanga, llamada la ciudad de los parques. Ese fue el principio de muchas mudanzas en nuestra vida y la oportunidad para aprender a decir adiós. Papá había tenido muchos trabajos, pero la radio era su pasión y por ello aceptó el traslado.
En Bucaramanga, también llamada la casa del señor o la ciudad bonita, logró su sueño de convertirse en gerente de RCN, una cadena de radio muy importante en Colombia. Era el premio a su tenacidad y a que nunca renunciaba a lo que quería. Siempre tuvo en la mente el sueño de convertirse en director de una emisora de radio.
Nos han enseñado muchas cosas, pero ello no puede ser la excusa para una vida de dolor. Es tu decisión borrar y aprender de nuevo. Es tu decisión reinterpretar la vida.
Bucaramanga es una tierra en donde el carácter de su gente se impone. Dicen la verdad de frente y parecieran no temerle a nada. De ellos aprendí que el miedo no puede ganarnos la batalla nunca y que en cada persona están las herramientas necesarias para enfrentar lo que se tenga que enfrentar.
Caminé al año, bueno, más bien corrí por toda la casa. Ahora comprendo por qué soy tan desesperada: a los tres años leía bien con el papel volteado viendo las letras al revés como una forma de llamar la atención, además de que cantaba música carrilera (así se llama en Colombia a la música de guitarras y cantina) que escuchaba la señora que ayudaba a mi mamá en la casa. Porque cuando estaban mis padres escuchábamos boleros, tangos y música clásica. Es curioso cómo los padres tratan de inculcarte una educación y la vida misma te va dando la que necesitas sin importar los maestros que use para ello.
No temas observarte. No temas hablar contigo y preguntarte qué es lo que realmente te gusta y te llena de alegría. El problema de millones de personas es que no saben qué quieren; tampoco tienen idea de qué las hace felices. Son sus propias desconocidas.
Supongo que era muy gracioso oír cantar a una niña tan pequeña música de adultos. Siempre canté; era chiquita de tamaño y quizá por eso mismo buscaba llenar el espacio en donde me encontraba con todo aquello que llamara la atención. Sentir que agradaba me emocionaba, y ahí encontré la semilla de lo que ha sido mi carrera. Siempre he buscado agradar, arrancar sonrisas y alegría a quienes me rodean.
Me chupé el dedo pulgar hasta los 14 años. ¡Ay! Dios mío, me estoy confesando. Era solo el dedo pulgar. Bueno, creo que era muy oral porque cargaba un biberón y olía su chupón todo el tiempo. Tuve un gato llamado Yuca, curiosamente como se llama el ballet que hoy me acompaña y uno de los alimentos que más amo, la yuca, un tubérculo parecido al camote. Por tanto, consideré que llamar a mi gato Yuca era un honor para él; quería que sintiera que le daba lo mejor y por eso lo hacía cantar y rezar cuando llegaba la hora de dormir y juntaba sus paticas igual que mis manitas y rezábamos juntos: “Ángel de mi guarda, mi dulce compañía…”.
Ámate así como eres. Ámate sin más, sin menos, así como eres. Ámate.
En Colombia se usaba que cuando te invitaban a una fiesta de cumpleaños o de primera comunión, además de pastel les regalaban a los niños una bolsita con dulces o con pollitos de verdad. A mí me regalaron uno y al pobre pollito le di tanto de comer que murió de lleno.
Siempre he sido amante de la comida, de la criolla, la que viene de generación en generación, esa que huele a abuelitas y mamás, la que te recuerda lo feliz que éramos cuando fuimos niños.
Aprendí a maquillarme y a usar los tacones de mi mamá desde muy temprana edad. Desde pequeña construí mi personalidad y forma de ser; la niña era feliz porque tenía su propio mundo. Nunca tuve muchos juguetes pero mi mamá, mis hermanos y yo éramos muy creativos para jugar con todo lo que nos encontrábamos, las cosas simples del diario vivir.
Al niño hay que permitirle ser y protegerlo de ser aplastado por los miedos del adulto, a quien otros, a su vez, le dañaron su inocencia. Al niño que tienes que rescatar es a ese que llevas dentro. Quizá oculto tras tus miedos.
Tenía un año cuando me hice pipí en el piso y me puse a jugar con el charquito. En ese tiempo se usaban los pañales de tela, y aunque ya se habían inventado los desechables, no habían llegado a mi ciudad. Al ver el charco y lo divertida que estaba jugando con aquella agüita amarilla, mi mamá me quitó el pañal y me ordenó que lo llevara al lavadero. Al ver que los demás miraban la situación con asco, yo puse mi cara de asco y tomé el pañal con desagrado por una puntita y lo llevé haciendo las mismas caras que hacían los demás. Para ese entonces era plenamente consciente del poder que tenía para hacer reír a los demás y trascender cualquier momento de seriedad. Hasta el día de hoy lo hago, leal a mi creencia de que más hace una sonrisa que mil disgustos.
Al cumplir los tres añitos por fin llegó a nuestra vida el tan esperado niño y se convirtió en el muñeco de mi hermana y mío. Mis papás, por supuesto, se sintieron premiados con ese niño tan lindo que había pesado cuatro kilos. Lo llamaron Juan Darío. Sin embargo, papá, preocupado porque no se le notara lo enloquecido que estaba con su varoncito, nos llevó serenata a mi hermana y a mí y nos cantó una canción de Lucho Barrios que se quedaría para siempre en mi corazón: Yo creo que a todos los hombres les debe pasar lo mismo, que cuando van a ser padres quisieran tener un niño. Luego les nace una niña, sufren una decepción y después la quieren tanto que hasta cambian de opinión. Es mi niña bonita, con su carita de rosa, es mi niña bonita, cada día más preciosa. Obviamente se llama Mi niña bonita.
Tu lugar en este mundo es tuyo y solo tuyo. Tu tiempo es tu tiempo. De nadie más porque nadie podrá vivir lo que te corresponde vivir. Lo que tú viniste a hacer nadie más que tú lo puede hacer.
A los cuatro años trasladaron otra vez a mi papá; esta vez a Barranquilla, una ciudad alegre, desenfadada, con familias muy tradicionales y con un carnaval maravilloso, lleno de color y de gente feliz, que se celebra todos los años y fue nombrado por la Unesco patrimonio inmaterial de la humanidad. El carnaval es motivo de felicidad para toda Colombia y la época perfecta para el encuentro de personajes de la vida real y la fantasía carnavalesca. Hay un personaje típico del carnaval que se llama la Marimonda e identificaba al barranquillero burlón y de escasos recursos que buscaba incomodar a la alta sociedad, la misma que hoy en día lo ha acogido como un símbolo del carnaval. Tiene una máscara con una nariz que cuelga, unos ojotes, una boca grande, orejas como de elefante y viste una camisa de colores con una corbata ancha y corta. Este personaje es lo más típico del carnaval, ya que disfrazarse de marimonda permite a las personas ocultar su identidad, así que se ven marimondas a montón echando relajo y pasándola muy bien.
Barranquilla se convierte en una fiesta donde todo el mundo se disfraza y donde la muerte, otro personaje importante en el carnaval, se pasa cuatro días tratando de acabar con la alegría y la fiesta, sin conseguirlo, claro. Al cuarto día muere Joselito Carnaval, un personaje central del jolgorio, y es entonces cuando se ven desfilar los muñecos que lo representan metidos en un ataúd y detrás las viudas que quedaron de semejante pachangón, en el que todos gozaron y vistieron a la ciudad de color. Según las estadísticas, a los nueve meses nacen los frutos del carnaval, como canta Cuco Valoy, pues no solo es una orgía de felicidad sino de otras cosas también. Aquí todo el mundo toma lo suyo y no siempre es lo que tiene en la casa.
La influencia costeña cerró mi primera infancia. Viví el carnaval y lo llevo en mi piel al punto de que es un referente obligado en mis canciones y mis shows. No todo el mundo tiene la suerte de crecer en tres lugares tan mágicos. Medellín, con el imán tan fuerte de su gente, el carácter de los bumangueses, que saben decir las cosas de frente y afrontar la vida sin miedo, y la alegría, la felicidad y el desenfado de los barranquilleros. Esa es mi mezcla, la receta de la que estoy hecha.
En tu interior está todo lo que refleja tu grandeza. Mira en tu interior, allí están todas las respuestas.
En el amor fui precoz y a los cinco años conocí a mi primer galán. Me enamoré de un niño precioso del que nunca he olvidado su nombre: Juan Pablo. Te explico cómo era Juan Pablo: como el cielo despejado, como esas tardes de brisa que quieres que te acaricien sin descanso. Una mirada de él era suficiente para apretar mis piernas pues sentía que me orinaba a chorritos de la emoción. Y no entiendo por qué diablos me sabía a pastel de gloria verlo en el recreo. Nunca entenderé por qué, pero Juan Pablo y el pastel de gloria para mí representaban lo mismo. Lo dorado y crujiente del hojaldre y la dulzura de la guayaba o el arequipe. Quién sabe qué fue de la vida de ese niño tan hermoso, con esos ojos tan azules y esa piel tan blanca que nunca me paró bolas, o sea, nunca se fijó en mí; creo que nunca supo que yo lo amaba. Hoy, cuando canto Indiferencia, no puedo evitar recordarlo y sentir ese placercito que genera ser ignorado por quien te gusta. ¿Masoquista yo?
Con Juan Pablo me di cuenta de que era una soñadora romántica a la que le gustan las historias de amor, y más si soy la protagonista.
Claro que habían otras cosas que llamaban mi atención; por ejemplo, en cada festival intercolegial de canto que se organizaba yo participaba, y por lo general me llevaba un primer o segundo lugar. Me esforzaba no nada más porque me gusta cantar, sino porque mi papá siempre me hacía un regalo importante. Un regalo era un acicate muy grande para hacer mi mejor esfuerzo.
No podía controlar llamar la atención; es más, nunca me interesó dejar de hacerlo; por el contrario, me entrené para ello. Descubrí que ser coqueta era mi naturaleza, la misma que me llevaría a cruzarme en el camino de los amores intensos que me iba a regalar la vida.
Descubrí a temprana edad el placer que da sentirse importante, y para lograrlo no escatimé esfuerzos. Desde ponerle pegamento al profesor en su silla hasta entrar al baño de los niños solo para saber qué pasaba en ese paraíso prohibido para las niñas. De eso me quedó un olor grabado en la mente que aún no logro quitarme. Distingo un baño de hombres a veinte cuadras y no le veo nada erótico a lo que pasa allí. Por llamativa generé envidia, y por esa envidia me dieron unos cuantos pellizcos las que no soportaban mi brillo y simpatía. Reconozco que no era fácil, pero pagué el precio haciendo tareas ajenas, corriendo para no recibir cocotazos y cantando para caerle bien a la gente. Incluso aprendí a contar chistes; era inevitable, todo lo que veía que atraía a la gente era bienvenido en mi vida. Era una gordita simpática que, pese a lo que pensaran las flaquitas envidiosas que me llamaban barril sin fondo, me hice de mi público desde pequeñita.
Uno de tus grandes retos es aceptarte como eres. No importa lo que piensen los demás, eres tú a quien le corresponde aceptarte, aprobarte y amarte.
A mi hermana Claudia y a mí nos gustaba jugar a las reinas, y mi papá, cuando llegaba del trabajo, nos sacaba en el capó de su jeep a hacer el paseo de las reinas; realmente así nos sentíamos. No podían faltar el cetro, la corona y el movimiento de brazo corto, corto, largo, largo diciéndole adiós a cualquier desprevenido caminante que se sorprendía con esas escenas. Para mí era muy difícil mantenerme arreglada; cuando íbamos a salir, mientras mi mamá iba por mis zapatos yo ya estaba con el vestido desarreglado y sucio.
En el colegio organizaban desfiles de moda, y adivinen quién se anotaba primero. Fui modelo, cantante, bailarina, cuenta chistes, consejera, cualquier cosa que tuviera que ver con ser artista, y el colegio era el lugar donde podía expresar mi talento. Realmente me gustaba, no por lo que me enseñaban sino por la cantidad de público que encontraba allí.
Me encantaba ponerme todo lo que encontraba: sombreros, bufandas, collares, aretes, faldas, camisas, uno encima del otro. Y así fue como se acabó la Pildorita y tuve que enfrentarme a los cambios, esos que tanto cuestan pero que nos ponen frente a una gran verdad: la vida es movimiento y cambio.
No le temas a los cambios; por el contrario, abrázalos con amor, siempre llegan para algo mejor.
Me gustaría que pensaras en que aún estás vivo. Sí. Eso, estás vivo. Piensa en ello y pregúntate por qué estás en esta vida. Pregúntate qué sueño te falta por cumplir y obsérvate, porque en tu niñez, en tus primeros años, puede estar la respuesta. Al escribir este libro me he dado cuenta de que siempre amé al público, que al principio estaba compuesto por mis padres y mis hermanos, y luego fue creciendo hasta llenar escenarios maravillosos.
Busca en tu infancia y pregúntale a ese niño que fuiste qué sueño está esperando a que lo hagas realidad. Elige creer en él y da el primer paso. El universo se encargará de abrir los caminos. De abrir las puertas y cruzarte con quien tenga que ayudarte.
Para mucha gente aceptar lo que le gusta es una vergüenza, y muchos llegan a odiarse pues siempre están pendientes de ser aprobados por los demás. Decir que a mí me gustaba llamar la atención desde niña puede parecer algo prepotente, pero si tengo que ser honesta es parte de mis grandes motivaciones para entregarme al público como lo he hecho. Sería un error mentirme y decir que no me gusta y caer en la falsa modestia y en el autoengaño que tanto daño nos hace.
En esta vida no hay nada bueno ni malo, las cosas son como son y hay que aceptarlas. Así como hay a quien no le gusta la gente, exponerse ante los demás, tomar un micrófono o llamar la atención o permitirle a un desconocido que le dé un abrazo, a mí me ocurre lo contrario. Cada quien a su manera y así estará bien.
Vale la pena preguntarse a diario qué nos gusta, qué no nos gusta, qué queremos, qué no queremos y ser consecuentes, porque la responsabilidad de darnos lo mejor es solo nuestra ya que no estamos aquí para darle gusto a los demás. El motivo de tanta amargura en este planeta se debe a que millones de personas hacen lo que no les gusta, lo que los demás quieren, por cobardía, por miedo a no ser aceptados y aprobados en su entorno. Si la gente realmente hiciera lo que la hace feliz, no le robaría la felicidad y la paz a los demás.
¿Sabes bien qué te gusta? ¿Sabes bien qué quieres? ¿O estás esperando a que los demás te lo digan?

De mis disparates de juventud, lo que más pena me da no es haberlos cometido sino no poder volver a cometerlos.
PIERRE BENOÎT
Todos los días vamos dejando atrás algo de nosotros que fue importante en alguna de las etapas del camino. Todos los días le decimos adiós a muchas cosas, personas, situaciones, objetos que cumplieron su misión en nuestra vida, así como la cumplimos en la suya, y que ya no estarán más. Todos los días somos uno nuevo, o más verdaderos de lo que creemos, porque esta vida es una búsqueda constante y el camino a donde realmente nos lleva es hacia nosotros mismos.
Un día cualquiera Pildorita no existió más. Como todo en esta vida fui cambiando; crecí y todos me vieron diferente; incluso, supe que el cambio había llegado. Gracias a mi costumbre de colgarme cuanto trapo encontraba para verme atractiva, mamá empezó a llamarme María Trapos. Ya no era la misma, algo en mí empezaba a transformarse.
María Trapos quería ser monja y no perdí la oportunidad de vestirme de hábito en mi primera comunión. Tuve el pastel más hermoso que haya visto en mi vida; tenía forma de una biblia abierta, con un racimo de uvas en una de sus páginas y en la otra una copa de vino y una espiga de trigo, todo hecho en pastillaje. Yo presumía mi vestido de monja y me sentía impoluta, sacra, santa, esperando que alguien me pidiera un milagro porque estaba tan convencida de ser especial que seguramente lo hubiera hecho. Mi convicción era tal que me imaginaba que tenía una aureola, que aunque nadie más viera yo la sentía. Cómo negar el placer que la imaginación nos brinda. Todo para mí ese día fue celestial, musicalizado con la canción que se usaba para todas las primeras comuniones y que a mí me hacía llorar de sentimiento y no me importaba; total, una lágrima hacía llamativa la situación, además de que nunca se me ha dado ocultar mis sentimientos, y cuando me dan ganas de llorar lo hago sin problema.
Ya llegó la fecha, dulce y bendecida. Hoy es la mañana bella de mi vida. Todas las fechas llegan, incluso las que no queremos que lo hagan.
Definitivamente había llegado la fecha, la fecha de los cambios, de María Trapos, de enfrentar el paso de la vida en mi historia e iniciar un capítulo nuevo.
Yo tomaba en serio eso de ser monja porque veía en esa decisión muchas ventajas, la principal de todas: que el hábito se me vería precioso, y la idea de ser sor Corazón Apachurrado me enloquecía, sumada a que el domingo tendría público asegurado en la iglesia, en donde me imaginaba volando por todo el altar como la monja voladora, solo que con su guitarra y algo pachanguera. Entonces practicaba con mis amigos en la calle; reunía a un grupo y les predicaba todo aquello que veía en Historia Sagrada, una materia que teníamos en la escuela y que era de mis favoritas.
Mis palabras salían con tanto fervor pues la vida de Jesús era mi fascinación, tanto como una foto que me regalaron de Él y que me generó conflicto, pues no lograba definir qué tipo de amor era el que sentía por ese hombre tan guapo y dulce. Con el tiempo he entendido por qué entre los apóstoles no hubo mujeres. Mis prédicas eran sobre Dios, el respeto y el amor que nos debíamos tener todos, y cosas así. Me imagino las aburridas que se pegaban mis amigos si en vez de jugar me tenían que escuchar. Dudé mucho tiempo sobre el contenido de mis palabras, y más cuando en la pesca de ovejas caía uno que otro candidato a novio y al que yo no estaba dispuesta a dejar pasar, por lo menos de pensamiento. Obviamente, cada vez que tenía a un guapo enfrente se me quitaba la idea de ser monja y los cantos angelicales se convertían en una espectacular marcha nupcial. ¡Ay!, qué bonito es volar con la imaginación.
En la búsqueda de tus sueños puedes pasar mucho tiempo dando un paso adelante y varios atrás, sin darte cuenta de que ese tiempo tu alma lo usará para decirte a dónde quieres ir de verdad. Aunque no parezca, siempre estás avanzando.
Los años te van a demostrar que este es el lugar ideal para que tus sueños se hagan realidad. No hay nada que tu corazón desee que no puedas alcanzar. Sin embargo, el camino está lleno de altos en los que te irás reinventando y la duda y el temor te pondrán a prueba. Es posible que ahora te encuentres en un lugar parecido y que la monotonía haya llegado a tu vida y te haga sentir que nunca vas a alcanzar ese sueño que llevas en tu corazón. Sin embargo, una de las mejores formas de avanzar es recordar varias veces al día a dónde vas y qué es lo que quieres lograr. A eso se le llama tener la atención puesta en tu sueño y está comprobado que al hacerlo, el camino se va abriendo, pues todo tu ser hará lo que tenga que hacer, casi sin darse cuenta, para materializar lo que antes era solo una idea.
Me gustaría que a medida que avances en la lectura de este libro y me acompañes a recorrer el camino al lugar donde habitan mis sueños, te vayas preguntando cuál es el tuyo. Atrévete sin temor a verlo en tu mente. Vence el miedo a darte permiso de creer en ti y en eso que hace vibrar a tu corazón.
Este momento, precisamente este y no otro, es un buen momento para que recuerdes qué es lo que quieres y te atrevas a verlo en tu mente como si ya fuera realidad. ¿Sabes cuántas veces me vi haciendo lo que hago y en los escenarios donde me paro ahora?
Una vez más recuerda que todo empieza con un pensamiento, una imagen que decides aceptar y que la fuerza de tu corazón termina por materializar. ¿Quieres alas? Sueña.
Crecer en Barranquilla fue fascinante; teníamos la calle entera para divertirnos. No había límite y todo parecía confabularse en nuestro favor, incluso cuando llovía y los arroyos crecían, nos mojábamos y nos dejábamos arrastrar por la corriente sin temor. Eso me hacía sentir libre, y curiosamente me llevaba a pensar cómo sería la vida de Emeterio, un gran danés de una amiga de la cuadra, al que mantenían encerrado porque era un perro de competencia y solo sacaban cada vez que había algún concurso o a sus entrenamientos. Perro asqueroso, me asustaba verlo porque tenía un ojo azul y otro café. Además de que me inquietaba su encierro, el que imaginaba lleno de desesperación. Cuando se paraba en sus dos patas traseras parecía un oso, mientras yo me sentía una cucarachita frente a él. Un día ladró tan fuerte que me hizo saltar y caerme. Pensé que me moriría y le dije sus cuantas verdades. Fue una pelea entre ladridos y gritos porque no me dejé, aprovechando que había una reja entre Emeterio y yo que me hizo sentir valiente.
Lo que jamás imaginé es que ese perro fuera malo y de corazón perverso. Un día en que por accidente dejaron abierta la reja, se salió mientras jugaba con mis amigos y mi hermana Claudia en la calle. Cuando lo vi dije: “¡Ahí viene el demonio!”, y corrí con todas mis fuerzas y me metí bajo las piernas de un amigo. Mi cabeza quedó enterrada cual cabeza de avestruz y mi cucu parado y expuesto. ¿Qué creen que mordió el asqueroso perro? Mi cucu. Yo usé todas las técnicas de defensa, incluida la orinada, y por último me desmayé. Emeterio no me soltaba, le gustaba mi cucu y aunque te parezca divertido, con el cucu no se juega. Mi hermana se lanzó a defenderme y tuvo que soportar los colmillos de Emeterio en su pierna que hasta el día de hoy ahí continúan.
Sigo pensando lo mismo que predicaba María Trapos: el mundo es mejor cuando elegimos darle amor a nuestros semejantes. Yo lo he ido aprendiendo y practicando en muchos momentos de mi vida. Ese día supe que la vida estaba llena de ángeles que acuden cuando menos lo esperas. Claudia, angustiada, no sabía qué hacer porque mi mamá estaba en la casa y mi padre en el trabajo, y fue Carmiña, una vecina a quien teníamos un cariño muy especial porque nos veía como a sus hijas, la que ante la emergencia me llevó en su camioneta hasta el hospital pues me estaba desangrando por mi cucu. Fue terrible: Emeterio me había dejado cual coladera y fueron necesarios 36 puntos repartidos por todas mis nalgas para tapar los estragos. Si no es por Carmiña que llamó a un cirujano plástico amigo, hoy tendría las huellas de Emeterio peor de las que las tengo. Aunque quedaron, no fueron tan terribles como hubieran sido si no llega el cirujano. Gracias a esas cicatrices nunca se me ha ocurrido posar para revistas de señores. No es por falta de ganas, es por pena, no vayan a pensar que anduve en alguna guerra o que me explotó una granada. ¿Ahora entiendes por qué canto con tanta pasión El cucu?
Yo creo que ese día había algún planeta histérico porque además del drama con Emeterio, mi papá no apareció sino hasta casi la madrugada, como siempre, sabrosón y alegre. Alegría que mi mamá le quitó con la primera mirada. Aunque en ese momento hubiera deseado hacerle un pregón, que en algunas partes de nuestra costa colombiana se da muy bien, pero mamá era tan prudente que se aguantó las ganas. El pregón, o cantaleta, es un regaño en tono sacrosanto, muy bien modulado, con lágrimas acompañadas de manoteo, acusaciones, pisoteo de la autoestima y suposiciones que presagian un futuro nefasto. Todo muy bien repartido en un día, una semana, un mes, un año o toda la vida. Algo que las mujeres sabemos hacer muy bien.
–¡Es el colmo, Pototito! Mira a tus hijas cómo están y su padre ni por enterado, pobres niñas.
Él mantenía la calma porque sabía que protestar sería peor, y calladito se veía más bonito. Por eso no perdía la compostura.
Pototito le decía: “Estaba trabajando para traer el pan al hogar. No ves que estas niñas comen mucho y hay que alimentarlas bien?”.
Y él con ternura se sometía; le decía que la entendía, que lamentaba no haber estado en esos momentos tan crueles. Fueron dos semanas de castigo que recibió mi papá. No le habló durante dos semanas, aunque le dejaba su comida muy bien servida, momentos que aprovechaba para mirarlo rayado y decirle: “No te lo mereces. Puede tener veneno”. Papá sabía que era con cariño y el castigo que él se merecía y lo aceptaba sin protestar.
Pero mi tragedia con el cucu no terminó ahí. Pasé casi un mes acostada bocabajo sin poder sentarme, ni salir ni ir a la escuela, y lo más angustiante era que se acercaban los carnavales y todas las fiestas que hay en esa época. Recé e hice promesas para estar recuperada porque no me resignaba a estar encerrada, pese a que mi madre puso un colchón en la terraza y me permitía recibir a mis amigos acostada bocabajo, lo que era un cuadro patético. ¡Quieta, tiempo para aprender a estar quieta!
Hay lecciones que vinimos a aprender todos, incluidos tú y yo. La quietud, la paciencia, el silencio. Por más que les huyas, siempre te llega el momento de aprenderlas y entrenarte en ellas. No les huyas, te alcanzarán.
Con dificultad, lágrimas, súplicas, autohumillación y drama, logré convencer a mi mamá de que me dejara ir a una fiesta que estaban organizando unos vecinos de Carmiña. Me puse mi mejor disfraz, ensayé mi caminado pues por el ardor de las heridas tenía un tumbao raro al caminar, algo parecido al movimiento de un pato enyesado. Allá llegué. Mi alegría duró poco, pues en la costa solemos hacernos bromas pesadas y estaba de moda que si te agachabas te daban una palmada y te decían: “¡Mala postura!”. Era algo que se le permitía a los muchachos, tocarnos las nalgas, sin que se viera feo. Yo, que estaba en una época de querer salvar al mundo vi a un amigo triste y me agaché a preguntarle qué pasaba. De repente sentí aquello, una vibración extraña, un dolor terrible, de esos que no alcanzas a gritar porque se te va la voz, que saca lo peor de ti y te convierte en monstruo. Alguien, algún chistoso que no sabía lo que pasaba conmigo, me dio una nalgada muy fuerte y me dijo: “¡Mala postura!”, mandándome al infierno en ese instante y de paso al hospital a que me rehicieran las costuras. Qué angustia; mi mamá no paraba de regañarme.
”¡No puedo creer que no cuide ni su rabo!”. Ella nunca usaba esas palabras, pero fue tal su enojo que me reiteraba: “¡Eso es sagrado niña! No puede tenerlo remendado. Sea responsable que nadie lo va a cuidar por usted”. A ella, más que los remiendos, le angustiaba la idea de que su pequeña anduviera permitiendo que alguien le tocara las nalgas. Eso sí que la ofendía, pero no sabía qué jueguito traíamos con mis amigos.
Mamá es una típica señora antioqueña que se ruboriza con cualquier cosa, y conmigo perdía los estribos, y aunque no usa malas palabras, a veces recurría a ellas como una forma de hacerme entender. Yo disfrutaba tanto ver sus enojos porque se veía tan bonita, tan guapa mi madre.
En la escuela todo era maravilloso. Nos pusieron una maestra de baile; estudiábamos ballet clásico, ballet folclórico y flamenco, pero como a mí me gustaba hacer reír a los demás, nunca tomé tan en serio las clases como mi hermana Claudia; todo lo que la maestra decía a la derecha, María Trapos lo hacía a la izquierda, hasta que un día la maestra se cansó y le dijo a mi papá que por favor me comprara una guitarra porque no aguantó que yo no tomara en serio su rigidez, algo que soy incapaz de manejar porque creo firmemente que la vida es fluir. Mi padre me compró una guitarra y me hizo muy feliz tenerla. Ya me imaginaba en los coros celestiales acompañada por esa guitarra, amiga y compañera. La guitarra fue eso, exactamente eso, mi compañera, mi amiga en los momentos en que la confusión rondaba mi cabeza y mi corazón. Para ese entonces ya tenia unos trece años, mi edad adolescente, y esa guitarra fue la que llenó mis vacíos y mis soledades, y en la que encontré una increíble manera de desahogar mis sentimientos.
Es importante ver cómo la vida nos va abriendo camino y nos va llevando a donde tenemos que ir. Si tú le ayudas siendo claro contigo mismo y con los demás sobre lo que realmente te interesa hacer, te vas a sorprender al ver cómo los caminos se van abriendo y a tu vida va llegando lo que tiene que llegar. No solo las personas, sino las situaciones y circunstancias que te harán crecer y avanzar.
Desde niña mi contacto con la música fue claro; mi horizonte estaba marcado por el deseo de cantar y expresar lo que sentía a través de canciones. Quizá un sueño lejano para mi entorno, pero no para mí, que sentía la inmensa necesidad de alcanzarlo.
Por eso no temas lo que los demás digan sobre tus sueños, pues a veces nos da miedo expresarlos y terminamos obedeciendo los deseos de otros. Pero aquí no se trata de tener contentas a otras personas, se trata de que estés contento tú. De que te preguntes a diario qué es lo que quieres y que lo sigas, lo busques y te demuestres que eres capaz de alcanzarlo.
No le pongas condiciones a tus sueños; simplemente pregúntate cuáles son y deja que se vayan manifestando dentro de ti. Un día te descubrirás caminando precisamente hacia allá, hacia el lugar donde habitan tus sueños y tu corazón descubrirá en el camino las señales que te dirán que lo estás haciendo bien.
No te detengas.

El hombre que no piensa sino en vivir no vive.
SÓCRATES
Aunque te cuenten mil veces cómo es algo, aplica muy bien la frase del carnaval de Barranquilla que dice que quien lo vive es quien lo goza. De repente, cuando menos lo esperaba, un dolor en mi vientre me hizo pegar un alarido y pensé que estaba enferma de algo. El dolor comenzó mientras estaba en clase y me obligó a ir al baño. Allí me di cuenta de que ya no era una niña, sino que estaba entrando a la pubertad. Lloré, ¿por qué? No lo sabía, pero lloré y esta vez no fue para llamar la atención sino porque algo dentro de mí me decía que le estaba diciendo adiós a una etapa de mi vida que amé con todas mis fuerzas.
No temas soltar. Es la única manera de estar libre para recibir. Cada día suelta esa parte de ti que ya fuiste para recibir la que serás.
En esta vida te previenen frente a todo, te advierten y te llenan de fantasmas por lo que va a venir. El solo hecho de escuchar que ya no vas a ser la misma, que tendrás que asumir ciertas responsabilidades y cuidados hace que uno reciba los cambios con dolor y un poco de resistencia. Eso me estaba pasando. Me dolía todo, sentía tanto malestar en mis pechos, en mi abdomen, y esa sensación extraña que te sume en el miedo y la tristeza. En aquellos tiempos no era mucha la información que nos daban, y ese tipo de situaciones había que asumirlas casi en secreto pues todavía formaban parte de un tabú social y de muchas leyendas urbanas. Para que te hagas una idea, yo llegué a escuchar que los niños nacían por las axilas.
Hoy pienso que hay muchas cosas que te dicen lo mismo: Tú puedes sola, tienes toda la fortaleza para enfrentar lo que se presente en tu vida. En mi caso, he tenido que resolver tantas cosas sola que me han hecho fuerte, y por qué no decirlo, un poco sabia para mantenerme en pie. A veces creemos que los demás tienen las respuestas y esas respuestas solo están dentro de nosotros, por eso aprendí a escucharme y a descubrirme momento a momento, sin permitirme hacer responsables a los demás por los asuntos de mi vida. Hoy sé que todos somos frágiles, vulnerables, pero a la vez infinitamente fuertes cuando contamos con nosotros mismos y aprendemos a escucharnos.
Hay momentos de la vida en los que a quien realmente necesitas escuchar es a ti mismo. Que ese todo está bien a quien debes decírtelo es a ti. Esa etapa para mí fue de introspección y de reafirmación como persona. No sentirme mal por lo que estaba pasando, aceptar el duelo por la niña que se iba, por los momentos vividos y por tantas cosas que cambiaron cuando empecé a transformarme en adolescente y a enfrentarme a un mundo diferente. A todos nos ha pasado: de repente nos encontramos a las puertas de mundos diferentes, los mismos que creamos desde nuestro interior, producto de tantos cambios que vienen en esos años.
Los años se van encargando de llenarte de información, la que sin importar si es buena o mala no es más que montones de ideas que te roban la inocencia y la pureza de tu infancia. Poco a poco te conviertes en alguien que cree que sabe vivir, pero lo que vas aprendiendo es a convertirte en estratega en este mundo lleno de ambiciones, miedo, dolor. Un mundo que te enseñan que es para conquistarlo y doblegarlo, jamás para disfrutarlo y amarlo tal cual es. Por eso nos volvemos guerreros de la vida, sin darnos cuenta de que un guerrero siempre necesitará una guerra, vencer, conquistar, y para ello arrasar vidas, sentimientos, lugares, ideas, todo.
Si tuvieras que decirte algo trascendental para tu vida, ¿qué te dirías? ¿Por qué no te lo dices?
A la gran mayoría le ocurre que siente una nostalgia persistente y no se da cuenta de que es por esa pérdida de la inocencia que se va yendo y jamás vuelve, a no ser que tomes conciencia de ello y decidas recuperarla, lo que implica un gran esfuerzo y una fuerza de voluntad muy grandes.
Había comenzado a perder mi inocencia y a darme cuenta de muchas cosas que me causaban dolor y angustia. Cosas que no entendía y que no me atrevía a preguntar.
Es curioso que cuando somos niños queremos ser adolescentes, pues el ímpetu de los adolescentes se nos hace atractivo. Pero al ser adolescentes entendemos con dolor que no somos más que un manojo de confusión que, como la palabra lo indica, adolecemos de todo, y entonces queremos ser adultos porque pensamos que ahí está la libertad y la felicidad. Pero al llegar a esa etapa nos encontramos con tantas frustraciones que desesperadamente queremos volver a ser niños, pero ya no nos acordamos de cómo era, y entonces la opción es sumirnos en la desesperanza y permitir que nos vaya matando lentamente.
Sin embargo, insisto, y esto va para ti y de paso para mí: todos los momentos son buenos para abrir las puertas de tu corazón y permitir que la luz entre. Este es un buen momento; pregúntate, por ejemplo, qué te genera tristeza y si vale la pena seguir alimentándola. Porque la tristeza, la frustración, el dolor emocional o el resentimiento son cosas que uno alimenta cuando tiene los ojos puestos en el pasado y en situaciones y personas que cree que le hicieron daño. Toma la decisión ahora de permitirte abrirte a la luz y salir de esa oscuridad que crees eterna, entendiendo que cada cosa que ha pasado en tu vida pasó para algo.
La luz puede tocar a tu puerta, pero solo tú puedes abrir esa puerta y permitirle entrar.

La verdad adelgaza y no quiebra y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua.
MIGUEL DE CERVANTES
El ser sabe lo que vino a vivir y por eso es importante tener en cuenta que todo lo que ocurre afuera comienza primero adentro, pues desde allí creamos los caminos de esta vida. Cuando los años van pasando quieres vivir lo que otros ya vivieron; el amor es una de esas cosas, inevitable, arrasador y enloquecedor. Yo no me escaparía de vivirlo y poco a poco fui dando mis primeros pasos al encuentro de esos primeros amores, muchos de fantasía, otros reales y trascendentales. Soy de esas que se enamoran mentalmente, breves destellos que se apagan con la misma rapidez con que empezaron, pero mi verdad es que en toda mi búsqueda pocas veces he encontrado el amor verdadero. Ese que jamás podrás olvidar y que agradeces siempre que se haya cruzado en tu camino.
Es por eso que vale la pena repetirse que todo lo que hemos vivido forma parte de los capítulos de una historia de vida que nos correspondía tal cual la vivimos. No se vale la culpa, no se valen los juicios, porque con los años escuchamos a nuestro maestro interior diciéndonos: “Estuvo bien. Hiciste lo que tenías que hacer, recorriste el camino que tenías que recorrer”.
No importa lo que esté pasando en tu vida, escucha a tu corazón y te dirá que puedes estar tranquilo. No hay culpas, no hay juicios, no hay condenas. Lo hiciste bien. Cuando entiendas esto te sentirás libre.
Para ese entonces, mi hermana Claudia recibía la visita de un par de gemelos idénticos, guapos, güeros y de ojos azules. Mi hermana no permitía que yo saliera a recibir a la visita con ella, porque le parecía imprudente de mi parte, pero dentro de mí había un volcancito a punto de explotar, pues uno de ellos, Alfredo, me generaba mariposas, qué digo, corrientazos, al punto de que me sentía electrocutada con su mirada. No importaba que yo estuviera gordita, me sentía la Barbie que ese Ken se merecía.
Recuerda que lo que hoy significa todo para ti, mañana quizá no represente nada. Si algo te atormenta ahora, piensa en que quizá en un año, dos, o más, será solo un recuerdo incapaz de hacerte daño.
Un día saqué toda mi artillería y me animé a invitarlo a comer tutti-frutti, y pese a que mi hermana se negaba a quedarse sola con Luis, yo quería estar sola con Alfredo y no estaba dispuesta a perder la oportunidad, pues Claudia no estaba muy interesada en esa relación y eso podía ser perjudicial para mis intereses. Me imaginaba que un día no volvieran los gemelos y por eso ataqué a tiempo.
Fuimos por el tutti-frutti y era evidente que él se veía mayor junto a mí, pues tenía por lo menos cinco o seis años más que yo. Yo tendría 13 años y el 18 o 19, pero no me importaba, estaba decidida a conquistarlo. No podía parar de mirarlo a los ojos, de sonreírle, de escucharlo y celebrarle cualquier tontería que decía. Sentía que era el hombre de mi vida, con el que me casaría, y voló tanto mi imaginación que un día me dieron ganas de llorar pensando que sería su viuda. Ahora tenía a quién cantarle con mi guitarra y componerle canciones. Debo aclarar que él no era exactamente el primero; en la escuela se puso de moda un juego interesantísimo que se llamaba la botella. Nos sentábamos en un lugar discreto de la escuela, poníamos una botella de Kola Román, un refresco rojo, dulce y delicioso popular de Barranquilla, y la hacíamos girar en el piso. A quien señalara la boca de la botella tenía que besar a quien la había hecho girar. Yo encantada giraba la botella, y fue donde me di cuenta de la mágica sensación de un beso. Eso era lo mío. Así llegaron mis primeros besos, que debo advertir estaban cargados de una gran inocencia. No iban más allá de un toqueteo de labios rápido, sutil y coqueto pero que hacía estragos en la mente y me producía unas cosquillitas incitadoras que me sugerían ir por más.
Procura ser equitativo en la importancia que le das a las situaciones, a las personas y las cosas. Aquello a lo que le des demasiada importancia terminará convirtiéndote en su esclavo.
Pese a que Alfredo no parecía muy interesado en mí y su actitud era más la de un hermano mayor que cuida a su hermanita intensa, yo confiaba en que llegara a enamorarse. Me costó un gran trabajo que se diera cuenta de que yo estaba enamorada de él; bueno, lo que se podía llamar enamorada en ese momento y que ahora veo como una gran carga de curiosidad, y que no iba a quedar tranquila hasta que no cayera en mis redes. No era nada malo, solo el deseo de un beso de amor que me reafirmara que yo era la princesa de los cuentos de hadas y él mi príncipe de carne y hueso.
Un día escuché las palabras mágicas: “¿Quieres ser mi novia?”. Y como en ese entonces todo tenía una especie de guion que uno debía cumplir a cabalidad, yo le dije –para que no se me notaran las ganas, porque mi mamá me decía que quien muestra las ganas no come, y yo quería comer–, cerrando los ojos como las actrices de las telenovelas y con un aire de mujer confundida e interesante: “Déjame pensarlo. Es una decisión muy seria para mí”. En mi interior pensaba en lo tonto que resultaba eso ya que era algo que estaba deseando con todas mis fuerzas. No sabes lo que fue aguantarme las ganas de plantarle un beso en esa boca y decirle: “Contigo hasta el infinito y más allá, papacito”.
Eres el actor principal en la película de tu vida y actor de reparto en la historia de vida de los demás.
No me tardé mucho pensando pues al otro día ya quería darle mi respuesta, y al ver que él no preguntaba nada me adelanté y le dije: “¿No te interesa lo que pensé?”. Él me contestó la línea exacta que según mis amigas un hombre que estaba interesado en una decía: “No te quiero presionar”, y yo que me moría porque me presionara. Pero me tuve que aguantar y decir lo que exigía el libreto: “Vamos a intentarlo, pero no te prometo nada”. Lo curioso es que luego de que le di el sí, solo pensaba en el chicle sin sabor pues eran tantos los besos que ya no tenían gracia, y además me daba un poco de asco tanta baba. La misma que asimilé cariñosamente cuando sentí que me estaba enamorando de él.
Pero la inocencia estaba por emprender su despedida; la vida estaba esperando que cumpliera 14 años para darme un fuerte golpe que traería muchos más. Aunque Alfredo fue aceptado en mi casa, su presencia no fue bien recibida por mi padre, quien sintió que su María Trapos estaba empezando a abrir las alas, y una noche tormentosa se convirtió en ese fantasma con el que muchas mujeres cargamos. Lo que ocurrió es como esas partes de las películas que uno decide editar, y yo he decidido no detenerme ahí porque he entendido que todas las experiencias que vivimos tienen un por qué y un para qué.
Al final todas son escenas, simples escenas que pasan aunque te llenen de terror, dolor y frustración. Ninguna puede ser tan importante como para arruinar la película entera de tu vida.
Fue muy difícil aceptar que los adultos hacen y dicen cosas que cuando somos adolescentes no entendemos. Aprendí a no juzgar a mis mayores, sobre todo a los padres, que aunque equivocados tienen sus razones para sus actos, porque muchas veces, cuando pedimos auxilio, esos seres que amamos y que sé que nos aman, no nos escuchan y dolorosamente nos dejan solos. Darme cuenta de que la vida no era tan color de rosa me causó un gran desengaño, decepción y un gran miedo. Hoy en día me pregunto el por qué de esos renglones torcidos de nuestras vidas y la respuesta es simple y contundente: para que le pierdas el miedo a los fantasmas de tu mente. Si estoy aquí es porque pasé el puente, las tormentas, y los rayos no me mataron enseñándome a que solo quien se arriesga a dar un paso adelante puede encontrarse nuevamente con su paz y sus sueños.
Enfrenta tus miedos, los actos de los demás, la angustia de tu corazón. No les permitas que te arrinconen, enfréntalos.

Es inútil volver sobre lo que ha sido y ya no es.
FRÉDÉRIC CHOPIN
Yo no justifico el rencor ni el resentimiento en un ser humano porque pienso que para vivir con ellos sobran razones, y en mi caso, si he luchado contra algo ha sido con esos dos fantasmas. No me interesa entregarle mi vida al dolor y menos al resentimiento. Hoy pienso que muchos adolescentes crecen con un rencor o alguna vivencia que no se atreven a contar, y por lo mismo ese silencio no les permite vivir sin cargas; creo firmemente que nunca nos enseñan el desapego del pasado y de esas vivencias dañinas, y tal vez por eso tienen que pasar muchos años hasta que entendemos el por qué de aquellas cosas que nos pasaron. Los que se niegan a entender y a soltar terminan resignándose a vivir con esas cargas toda su vida.
Cuando escucho hablar de las miles de enfermedades que aquejan al ser humano me doy cuenta de que hay un factor común en todas ellas, que es que quienes las padecen vienen de serios episodios de enojo y resentimiento. El enojo, ese veneno que generamos cuando alguien o algo no hace lo que nos parece que tenía que hacer, o cuando la vida nos presenta situaciones que nos negamos a aceptar, se va acrecentando con el paso de los días. Mi pregunta es: ¿para qué nos sirve aferrarnos a algo que nos dañará tarde o temprano? ¿No valdría la pena preguntarnos por qué estamos enojados y decidir de una vez por todas limpiarnos de ello?
Una persona que quiere alcanzar sus sueños quizá no lo logre si tiene que cargar con esas pesadas cargas del pasado. Cosas que no puede solucionar y que terminará repitiéndose una y otra vez en su mente al punto de llegar a momentos de demencia. ¿Vale la pena eso?
Si tienes un sueño que realmente es importante para ti pero estás lleno de enojo o resentimiento, lo más seguro es que se te dificulte alcanzarlo, porque los sueños nos traen felicidad y quizá estás tan ocupado cargando tus dolores que no tendrás fuerza ni para avanzar y menos para recibir lo que te llenaría de felicidad.
Qué tal si por esos sueños que son tan importantes para ti te atreves a soltar el dolor, el enojo y el resentimiento del pasado. Seguro te sentirás más libre para avanzar y con el corazón dispuesto a recibir.
Mi papá era un hombre muy joven, tenía 39 años, y era gerente de radio Olímpica, una compañía a la cual aportó muchas cosas buenas. Su trabajo le permitía conocer a muchos artistas y nosotros terminamos involucrados en ese medio. Junto a mi padre conocí a artistas de fama a nivel nacional e internacional, pero quien me llamó más la atención fue Celia Cruz. El brillo de Celia se convirtió en un faro y una luz que uno quería seguir. En aquel momento pensar en que yo iba a desarrollar una carrera artística era algo que no me pasaba por la mente, pero sin darme cuenta hacía todo para ir construyéndola. Ver a Celia era ver a una diva con un brillo especial, que en mi caso terminó impregnándose dentro de mí sin darme cuenta. Esa mujer que sonreía siempre, que al igual que María Trapos se decoraba con sus pelucas, sus aretes grandes, sus zapatos diseñados y hechos especialmente para ella y esos vestidos maravillosos, no podía pasar desapercibida para mí. Recuerdo que un día le pregunté a mi hermana qué se sentiría ser como Celia, y yo misma me respondí: “¡Debe ser maravilloso!”.
Señales; la vida está llena de señales. Tú las ves, tú las ignoras, tú las sigues. Siempre tú.
Sin darme cuenta, con todo mi corazón y mi fe estaba trazando mi camino, pero de repente toda esa felicidad e inocencia se convirtió en una realidad difícil de entender. No comprendí muchas cosas y viví con ellas hasta hace poco, aunque nunca dejé de tener fe ni de creer que la vida tenía que ser feliz porque a eso vinimos a este mundo: a disfrutar de las cosas sencillas y maravillosas que nos ofrece Dios en su creación.
De repente mi vida dio un giro muy fuerte. Aunque papá y yo ya no nos llevábamos como antes porque él estaba en su trabajo y yo con mi novio, nuestra relación era buena. Un día comenzó con unos síntomas extraños que llamaron la atención de todos en casa. Perdió la coordinación de movimientos y al ir al médico le encontraron que tenía un aneurisma en la carótida. Según el médico, papá tenía un corazón de atleta y un cerebro de viejo. Los días de mi padre estaban contados, al igual que los días de mis abuelos maternos.
Mi padre murió el primero de marzo a los 39 años, cuando mi madre ni se lo hubiera imaginado. Aún recuerda que la sangre se le fue a los pies, como forma de decir que se quedó helada cuando el doctor le dijo: “Félix se acabó”. Su mundo se derrumbó y a eso se sumó que mi abuelita murió el 14 del mismo mes y mi abuelito a los dos meses. El dolor había tocado a la puerta de mamá sin piedad.
Cuando alguien muere algo nace en ti. Ese es su legado.
No sé cómo hizo mi madre para seguir viviendo sin dinero, para mantener a sus cinco hijos con 39 años, viuda y huérfana. Me imagino su dolor, su soledad y su lucha interna para enfrentar la incertidumbre de aquellos momentos. Hace poco me dijo que si no hubiera sido por sus hijos ella hubiera muerto de tristeza. Dios sabe cuánto admiro a esa mujer. Y Dios sabe también que en ese momento tuvimos que volver a nacer.
La muerte es tan importante como la vida, y negar que es una parte esencial de nuestro paso por este mundo es mentira. No vale la pena autoengañarse porque nadie ni nada es eterno, menos nosotros, y hay una lección de vida que es quizá de las más difíciles de aprender y aceptar, se llama desapego. Mi gran tarea, mi gran escuela, mi gran dificultad.
Para mí fue terrible enfrentar la ausencia de mi padre. Sentir que se fue así, de un momento a otro, dejándonos tantos vacíos y tantas preguntas y obligándonos con su partida a ver la cruel realidad de la vida: nada es para siempre.
No sé por qué me aferré a mi guitarra mientras pensaba en una forma de equilibrar ese momento tan cruel. En mi mente, esa otra yo que se negaba a dejarse arrastrar por el dolor comenzaba a tararear la primera canción que compuse en mi vida y que estaba dedicada a él:

No me atreví a verlo en el ataúd, me daba miedo; prefería encontrarme en mi mente con él y allí en esos encuentros hice muchas promesas. Prometí olvidos, perdón y cumplir un sueño para que donde él estuviera supiera que por encima de cualquier cosa mi amor era más grande y con él lo quería cubrir. Le decía que llegaría tan lejos como esos artistas que él admiraba y que pasaban por la emisora buscando conquistar a un público. Otra vez, ahí, en ese espacio infinito llamado mente, en donde no hay límites que nos impidan encontrarnos con los seres que amamos, le prometí que brillaría para que él se sintiera orgulloso de su hija, de su Pildorita.
Solo quien tiene quien lo recuerde logrará la inmortalidad.
La primera noche después de que papá se fue se me hizo eterna. No podía sacar de mi mente las imágenes de su entierro que me agredieron, pues ver que metes en un hueco a alguien que has amado tanto me partió el alma. Escuchar el llanto de mis hermanos, de mi madre, de los amigos que tanto lo querían me lastimó. Hay una imagen de mamá que tengo presente: con una pequeña carterita aferrada a su pecho, como si fuera el ancla que le permitía estar en este mundo. Con el tiempo me atreví a preguntarle qué guardaba allí con tanto cuidado y me confesó que eran 3 mil pesos colombianos, que en aquella época tenían un valor significativo y representaban la comida del día siguiente.
Cuando tienes que enfrentar tus pruebas no hay nada que te lo pueda evitar. La carencia era algo que teníamos que afrontar, pues papá había dejado unos seguros que no se pagaron porque él enfermó y se vencieron, pero tampoco nos dejó deudas. Total, no teníamos nada que nos garantizara seguir viviendo como hasta ese momento, pero sí la oportunidad de comprobar que para vivir no se necesita nada más que de uno mismo y su propia fe.
Sentí que era cruel dejar a mi padre en aquel cementerio, quizá por eso hoy pienso que la cremación es una opción menos agresiva. No pude conciliar el sueño porque sucedieron cosas extrañas. Cuando intentaba cerrar los ojos lo veía, y de repente mi cama se cayó. No quise dormir, me quedé toda la noche despierta para recordarlo, escribir letra a letra su canción y pensar.
Mamá no volvió a casarse nunca ni a tener novio. Su vida la ha dedicado a nosotros, y aún tengo en mi mente el valor que desarrolló en aquellos días para levantarse de nuevo y sacarnos adelante. Mamá no tuvo tiempo de llorar porque la esperaban cinco hijos que estaban tan confundidos como ella, que había quedado con la responsabilidad de mantener aquel hogar en pie. De ella aprendí que a veces la vida te da golpes tan fuertes que si no te levantas rápidamente terminan por aplastarte.
Comprobar con tus ojos cómo vuelves a la tierra a convertirte en parte de ella es algo que nos trasforma y nos enfrenta a nuestra propia trascendencia, pues con quien muere mueren muchas cosas nuestras. Por ejemplo, con papá murió parte de nuestra seguridad, de nuestra estabilidad y esa inocencia de la niñez, pero sin darnos cuenta estaba naciendo a la vez en cada uno de nosotros una fuerza que no conocíamos, la seguridad y la claridad para construir nuestras propias vidas pues ya no había quien nos cuidara, y ahora era nuestra responsabilidad. Eso me enseñó que tienes dentro de ti toda la fuerza interior para lograrlo, y que cuando no la usas en tu favor terminas usándola en tu contra. Entonces entendí que cuando pones tu fe en las cosas dolorosas, más las atraes, más te ocurren tragedias, más dolor llega a tu vida. Pero cuando eliges enfocar toda esa energía en ti mismo todo cambia y la vida te dará lo que estés pidiendo. Hoy sé que es de simple lógica.
Al que tiene se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
MATEO 13:12

La peor decisión es la indecisión.
BENJAMÍN FRANKLIN
El olor de pan con mantequilla al horno marcaría aquella época y perfumaría sus atardeceres. Pese a que la vida le estaba deparando una tragedia, doña Marina, mi madre, se daba tiempo para hacernos ese pan cuando llegábamos de la escuela, a la que fuimos mientras nos duró el dinero, y enseñarnos de esa manera que la felicidad está en las cosas simples, esas que te hacen volver en recuerdos a los lugares donde amaste la vida. Mi escuela se llamaba San Nicolás de Tolentino, y su nombre lo recuerdo tanto como el olor a café con leche de su directora, la seño Flor, al hablar. Podría decir que fue una época difícil, y quizá en ese momento así lo veía, pero en mi recuerdo quedó grabado como un tiempo mágico, de esos que no vuelven, como los tiempos del cometa.
Al no poder pagar la escuela, mi madre no tuvo más remedio que buscar ayuda con los “amigos” de mi papá. Algunos de los cuales aprovecharon la situación para hacerle propuestas indecorosas a cambio de esa ayuda; propuestas que por supuesto mi madre rechazó. Pero así son algunas personas, “ven burro y se les antoja viaje”.
El mundo te mostrará su crueldad para darle la oportunidad a tu corazón de demostrarle tu bondad.
En ese tiempo mamá fue a pedir becas para nosotros en la escuela donde estudiábamos desde el kínder pero no se las concedieron. Entonces alguien le consiguió becas para mi hermana y para mí en una escuela de “niñas bien”. Fue terrible ese cambio para mí, mientras que para Claudia fue fácil adaptarse a su nuevo colegio. Hizo grandes amigas con las que todavía comparte. Yo no pude con el paquete, mi mente estaba en otro lado, en las lágrimas de mi madre y en las necesidades de cada día. En mis hermanos pequeños y en el futuro. Para ese entonces éramos cinco bocas que alimentar. Claudia la mayor, yo, que comía por ocho, Juan Darío, Luz Elena y Luz Marina.
Cada vez que enfrento un problema recuerdo que todos los momentos de crisis nos hacen creativos. Mamá se las arreglaba como podía; vendía publicidad, hacía chuzos, que son brochetas de carne con una papa pequeña en la punta, y sacaba su asador a la terraza de la casa y preparaba comidas para vender. Sin darse cuenta, mamá me enseñaría que el único problema real es perder la fe, y que mientras la mantengamos viva siempre crearemos nuevas realidades.
Era mágico ver cómo ese dinero, que tanta falta nos hacía, iba llegando a cambio de un chuzo, de un plato de sopa, de una cajita con arroz y carne molida o de cualquier producto de los que posteriormente venderíamos en una tienda que montamos en el garaje de la casa. Tienda a la que siempre le debíamos porque nos comíamos todo.
Yo sufrí bullying en la escuela porque era la niña nueva y pobre. Me convertí en blanco de críticas y burlas al punto de casi terminar aplastada por el desprecio y el odio que tienen algunos niños para hacer daño. Me aguanté todo, incluso que me echaran la culpa por las bromas pesadas que hacían a los maestros.
Una vez empezaron a pasar un papelito enrollado donde tenían pintada, no muy bonito, la verdad, por lo que alcancé a ver, a la maestra de taquigrafía. Ella era monja y de muy pocas pulgas, demasiado seria y estricta. Cuando el papelito llegó a mis manos y me tocaba pasarlo, se me cayó al piso por los nervios y la maestra me ordenó que se lo llevara. Me levanté muerta de la pena, porque si algo no me gusta son las bromas pesadas y las burlas. Se me fue la voz, no fui capaz de responsabilizar a nadie, me quedé callada porque tuve en ese momento una mezcla de sentimientos terribles: dolor, humillación, vergüenza, enojo. Nadie me ayudó, porque ahí sí todos son cobardes. Me llevaron a la dirección y casi me expulsan. Querían que confesara algo que yo no había hecho, pero no lo hice, por lo menos así me protegí aunque ese dolor quedó durante mucho tiempo dentro de mí.
Te querrán imponer muchas reglas, pero las únicas que funcionarán serán las tuyas. Nunca te traiciones.
El director ya sabía cómo eran mis compañeras y eso me ayudó para que creyera en mi inocencia. Conciliamos, y a cambio del castigo hice la promesa de componer una canción para cantar en la misa de 7 de la mañana antes de entrar a clase. Siempre las cosas pasan para algo bueno. Siempre.
Eso no le cayó muy bien a algunas de mis compañeras que esperaban verme fuera del colegio, lo que ya era bastante incómodo, pero era eso o salirme de la escuela expulsada como una muchachita irrespetuosa y odiosa que no era. Sin embargo, yo seguía sintiéndome un sol y estaba dispuesta a no permitirle a nadie que me opacara pese a mi vulnerabilidad. Hoy me doy cuenta de que he creído en mí y esa es una de mis fortalezas. Quien cree en sí mismo sabe que siempre hay una salida y un destino.
Me dediqué a tocar mi guitarra y gané algunas amigas que estuvieron de mi lado, lo que me hacía más llevadera la vida en la escuela. Sin embargo, me volví silenciosa y poco confiada. Sería mentira negar que ese tipo de situaciones no dejan lastimado tu orgullo y te hacen sentir pisoteado. He aprendido que en esta vida nada es tan grave, y lo hice cuando una de mis mejores amigas, que solo tenía 15 o 16 años, se casó y abandonó la escuela. Entonces vi que no todo era tan estricto y que nada tiene que ser como nos han dicho. El que ella se fuera me dio alas para pensar también en hacerlo yo. Quizá mi destino no estaba en las aulas. La vida siempre te da señales, solo hay que saberlas interpretar.
Millones de personas viven hipnotizadas por reglas que otros han creado; sin embargo, es tu responsabilidad despertar y elegir en qué crees tú para generarte paz. La paz siempre empezará en el respeto por ti y los demás.
Mis calificaciones empezaron a bajar muchísimo. Ya no me levantaba con el mismo entusiasmo, y un sentimiento de abandono y confusión se apoderó de mí al ver a mi mamá buscando trabajo, haciendo lo que podía por sostener una vida a la que mi papá nos había acostumbrado. Mis hermanos pequeños, Juan Darío, Luz Elena y Luz Marina, eran muy chiquitos para darse cuenta de los problemas que existían en nuestra familia quebrada por el destino, y a Claudia y a mí se nos había corrido el velo mágico que nos había puesto mi padre y ahora teníamos a la realidad frente a frente.
Ver llegar a mamá tan cansada y muchas veces derrotada por no haber vendido nada en el día me robaba la paz. Entonces empecé a pensar seriamente en dejar la escuela para ayudar en mi casa, porque sabía que mamá no podía sola y una de nosotras tenía que echarle la mano. Claudia era buena en la escuela, y además de estar próxima a terminar, estaba contenta, mientras yo era una adolescente llena de miedos y con unas calificaciones tan terribles que decidí hablarlo con mi mamá; no le hizo mucha gracia, pero estaba cansada y había tanta necesidad que no tuvo más remedio que aceptar mi decisión. Me sentí libre y feliz.
El corazón es el motor donde vibra la vida. Escúchalo.
Durante mucho tiempo sentí cierta culpabilidad por no haber continuado en la escuela, hasta que me encontré con dos frases maravillosas de Einstein que me redimieron de esa culpa. Una de ellas dice: “La imaginación es más importante que el conocimiento”, y en ese momento lo que yo tenía era imaginación para encontrar soluciones. Por eso hoy me siento afortunada de haber escuchado a mi corazón y a esa fuerza interior llamada intuición que nunca falla. La otra frase es aún más maravillosa y me hizo amar a Einstein: “La educación es lo que queda una vez que olvidamos todo lo que se aprendió en la escuela”.
Menos mal que yo no perdí tiempo en la escuela, y esto ha sido trascendental para mí, pues el no haber terminado esos años escolares me hizo desarrollar mi creatividad y esa capacidad para enfrentar la vida, transformándola con mis sueños. Creo que hoy en día mucha gente que termina sus carreras universitarias vive presa de sus miedos, porque no desarrolló su creatividad e ignoró lo que le dictó su corazón. En mi caso solo tuve una opción: avanzar hacia mis sueños, y la vida me demostraría que cuando quieres algo el camino se va abriendo y nadie te puede detener. Solo hay que tener fe y a mí nunca me ha faltado. Quizá por eso siempre corro el riesgo más importante que un ser humano puede correr: soñar.
Mi camino comenzaba. Cerca de mi casa había un lugar que se llamaba El Palacio de Quique, en donde Marco Aurelio Álvarez, uno de los amigos entrañables de mi papá y muy reconocido en la radio por sus conocimientos de música, pero especialmente de los boleros, organizó una comida para promocionar a Óscar Golden, una estrella colombiana, hermano de Diana Golden, una gran actriz radicada en México.
Ese evento se convertiría en algo muy especial para mí, pues Marco y Rosalba, su esposa en ese entonces, eran tan cercanos a nosotros que los veíamos como unos padres más. Bastó mi carita de niña buena para convencer a Marco Aurelio de incluirme en la lista de ganadoras. Las otras solo hicieron una llamada, yo pataleta, carita, ternurita y todo cuanto pude, o sea, no pienses que me salió gratis. El problema era que yo era menor de edad y tenía que parecer más grande pues el público que seguía a ese cantante era un poco mayor que yo. Urgía vestirme de mujer.
Dios te ama tanto que jamás quitará la montaña que pone en tu camino, pero sí te dará las fuerzas para subirla.

La mujer es el reposo del guerrero.
FRIEDRICH NIETZSCHE
Le pedí prestado un vestido a mi hermana Claudia, quien no era muy fácil de convencer para ese tipo de préstamos. Me acuerdo que era de algodón pintado a mano con unas flores grandes que llegaban a la rodilla, abierto a un lado y largo hasta los tobillos, sin mangas y con escote.
Ahí va María Trapos, maquillada y entaconada, con todo prestado, vestida de mujer y con su corazón de niña que no se detenía y como un gran motor que me daba fuerzas para ir tras mis sueños. Mi cabello era largo hasta la cintura y frente a una vitrina de un gran almacén me miré con orgullo: lo había logrado, me veía mayor y muy bonita. Me había vestido de mujer e iba con mi compañera de camino, mi guitarra. Ya era una ganadora porque mis planes iban más allá de asistir al homenaje, y en cuanto tuve la oportunidad de hacerlo me puse a cantar y logré mi objetivo: que el dueño me oyera y me diera trabajo, lo cual sucedió casi inmediatamente. La necesidad tiene cara de perro que amenaza con mordernos y nos lleva a desarrollar una fuerza que nos impulsa y nos hace creativos. Nunca lo olvides.
El Palacio de Quique era un lugar compuesto por un restaurante, un bar y una discoteca. Como yo era menor de edad me contrataron para cantar en el restaurante con mi guitarra, y allí estaba, vestida de mujer, cantando sin importarme si me escuchaban o no, luchando contra el ruido de los platos, los cubiertos, las risas y el murmullo de la gente. Reconozco que esto forma parte de una de las pruebas más importantes que hay que pasar: cantar para públicos difíciles, que difíciles, ¡imposibles!
Los obstáculos son importantes en tu vida. Más importantes de lo que te imaginas; no les huyas, sácales provecho.
Pretender que se emocionen con canciones como Alfonsina y el mar mientras desean con todas sus fuerzas comer, no es nada fácil. Sin embargo, eso te da temple, porque es evidente que lo menos importante allí es el cantante y su show. La gente no quiere soltar los cubiertos para aplaudir, menos dejar de comer, y por supuesto, bajar la voz. Si tenemos en cuenta que muchos iban allí a hablar de negocios o a decirse cosas de amor, pues no resultaba fácil. Pero era parte del camino y yo era la caminante decidida a dar un paso adelante siempre.
Sin embargo, aprendes de estas experiencias, y yo aprendí a sacar lo mejor de mí para que mi voz llegara al corazón de esas personas. Tenía que justificar lo que me pagaban, y si bien allí lo atractivo eran los cortes, el pescado y los arroces, decidí que yo competiría con ellos. Les empecé a alimentar el alma con mis canciones y lo logré. No estaba yo para permitir que me robaran la atención, la misma que desde niña había aprendido a tener sobre mí. Así, me fui convenciendo de que cantar era lo mío. Era un reto ganarse a ese tipo de público, al punto de que cuando llegaran preguntaran por mí, y luego por el menú. Desde muy joven sentí la pasión por cantar y siempre he dado lo mejor; sin importar en dónde me presente ni si son veinte o un millón las personas que van a verme, siento el mismo respeto y les entrego todo mi amor para que se vayan felices.
Es imposible no ser feliz cuando haces lo que te gusta.
Ese fue mi primer trabajo como cantante. No ganaba una gran cantidad, pero para nosotros era mucho teniendo en cuenta la situación en la que estábamos. A muchas personas que me preguntan el secreto para llegar al éxito les digo que es una mezcla de pasión, fe, trabajo, tenacidad, perseverancia y honestidad, no solo con lo que haces, sino para reconocer esas cosas que nos gustan y que quizá otros juzgan o se niegan a recibir, como un aplauso, además del amor suficiente para generar esa fuerza que no permitirá que te rindas nunca. Los aplausos alimentan mi alma y me llenan de una magia que no sé explicar pero que le da sentido a mi vida.
He aprendido a dar lo mejor para recibir lo mejor. Ello implica dar amor a cambio de amor; respeto a cambio de respeto, y ser humilde para abrir los brazos y aceptar la vida como viene. Humildad también implica aceptación, y quizá por eso Miguel de Cervantes dijo que era la mayor de todas las virtudes, y no hay duda de que así es. Para mí, ser humilde ha implicado reconocer a las otras personas con sus defectos y cualidades, pero también reconocerme a mí misma con mis aciertos y mis errores. He entendido que para recibir amor se necesita ser el más humilde de todos, pero ante todo aprender a amarse, algo que no es fácil y te puede tomar toda la vida.
Con el dinero de la liquidación de papá mi mamá cumplió uno de los sueños de don Félix, comprar una discoteca a la que llamó Super Star. Nos mudamos de casa porque no podíamos sostener la renta y nos fuimos a un barrio más barato. Luis y Alfredo, los mellizos, empezaron a trabajar en la disco y yo conseguí trabajo en una zapatería. Imagíname en una zapatería, era como poner a un hambriento frente a una hamburguesa. Pero había algo más y era ese placer oculto al lograr una venta. Soy una excelente vendedora y creo que todos podríamos aprender a vender nuestros sueños sin esperar a que los demás lo hagan por nosotros. Como me gustaban los zapatos, no tenía ninguna dificultad en venderlos pues me los probaba y servía de modelo hasta que convencía a las clientas de llevárselos. Era un momento glorioso.
Tienes que vender y no permitir que se apague nunca tu voz. Vendes tu trabajo, vendes tus sueños, vendes tu amor, vendes tu compañía y no precisamente a cambio de dinero. Todos vendemos algo.
La casa a donde nos mudamos era grandísima y vieja, y varias veces sucedieron cosas extrañas: veíamos a un niño que jugaba, se asomaba y hacía ruidos. Cómo se acostumbra uno a esas cosas, tanto que llegan a formar parte de tu vida, ni modo de irse, ¿a dónde? Así que aprendimos a vivir con un fantasma que se asomaba y se escondía o rompía cosas y hacía ruidos. Gracias a él estoy curada de espanto, además, esa casa era una especie de laberinto diseñado a lo largo. Para ir de la entrada a la cocina, sin exagerar, había que atravesar casi una cuadra.
Mi mamá decidió que teníamos que repartirnos el trabajo de la casa, así que preguntó:
–¿Quién quiere barrer y trapear? ¿Quién la cocina con lavada de platos incluida?
Así fue repartiendo tareas pues estaba cansada de encargarse de todo sola. Yo escogí la cocina y me encantó. Tenía un ratoncito amigo que me acompañaba y me rascaba los dedos de los pies para que le diera comida; me sentía Cenicienta esperando que llegara mi príncipe Alfredo a rescatarme, o a ayudarme a lavar los platos.
Para ese entonces, Alfredo y yo teníamos ya varios años de novios. Pero era un noviazgo de manita sudada, nada más. En mi mente yo era Cenicienta, el ratón mi confidente y Alfredo el príncipe que llegaría a rescatarme en su caballo blanco. Era víctima de Disney y sus princesas y cuanto cuento se me atravesó en el camino. Además, musicalizaba mi cotidianidad cantando canciones románticas, mirando por la ventana, ensimismada en mis sueños. Curiosamente, en ese momento, cantaba canciones de artistas que luego conocería y serían mis amigos.
Todo pasa, todo se olvida, todo se va.
Un día me fui de vacaciones a Medellín con mis tíos y en una llamada que le hice a mi mamá me contó que Alfredo se estaba portando muy mal, que había llevado a amigas a la discoteca y que delante de ella se daba besos y abrazos y quién sabe cuántas cosas más. Por supuesto que eso me molestó muchísimo, así que en cuanto llegué fui a buscarlo a la discoteca; ahí estaba el descarado con su hermano. La reja estaba cerrada así que ni tiempo le di de abrir. Empecé a reclamarle y él me dijo que mi mamá era una mentirosa; metí la mano entre los barrotes y le di la primera y última cachetada que he dado en mi vida, con una fuerza que todavía guardo ese calor en mi mano. Sacó la mano y me quiso devolver la cachetada pero no le alcanzó el brazo, gracias a Dios. Ahí terminó la historia con Alfredo y el noviazgo de tres años. Pero no me duró mucho el duelo, porque conocí a Paul, un estudiante de arquitectura guapísimo del cual me enamoré perdidamente. Total, no estaba de más ir buscando quien me hiciera mi castillo. Cenicienta sin proyección no es Cenicienta.
Hasta que un día terminamos, bueno, la verdad es que él me cortó usando una excusa que jamás hubiera pensado que era tan común en los hombres: “Margie, estoy confundido, necesito tiempo. Pero tranquila chiquita, no eres tú, soy yo. Te mereces a alguien mejor que yo. Yo no te merezco. Eres mucha mujer para mí”. Supongo que te lo han dicho, ¿verdad? Y yo no sé por qué eso me resulta peor que cualquier otra cosa, será porque esa falta de creatividad te hace pensar que estuviste enamorada de un $%&/(=(/&%% hijo de su santa madre? Porque debo reconocer que la mamá era buena gente.
A Paul sí lo lloré muchísimo, con ese llanto que ahoga y nos lleva a hacer locuras. No me resignaba a perder a Paul, ¿cómo? Entonces averigüé qué día y en qué iglesia se casaba y ahí llegó María Trapos a convencerse de que ya no podía seguir alimentando ese sentimiento; me dolió pero me sirvió para sacarlo de mi corazón. No niego que tuve la leve intención de decir como en las novelas: “Me opongo, él me ama a mí”. Pero no fui capaz, solo lo miré y él me miraba y yo lo miraba y nos mirábamos hasta que me cansé de la miradera y me fui para la casa dispuesta a buscarme otro. ¡Total!
Total, si me hubieras querido…

Vivimos en un mundo en donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día.
JOHN LENNON
En la zapatería yo era la que más zapatos vendía, pero un día fui a un coctel a una compañía de seguros invitada por un amigo de mi mamá, que era casi de la familia, y allí conocí a don Jaky, un hombre divertidísimo con el que simpaticé, al igual que con su esposa. Admiré siempre su relación, pues era algo más allá de los cánones establecidos. Parecía que se hubieran juntado para reírse. Jamás he visto una pareja que se ría tanto como ellos y menos con un nivel de complicidad como el que tenían. Él me dijo que necesitaba una recepcionista y yo, ni corta ni perezosa, renuncié a la zapatería y me fui a la entrevista con don Jaky, dispuesta a asumir mi nuevo rol: sería una secretaria y eso me encantaba. Fui muy querida en esa oficina; a él y a su esposa los recuerdo con mucho cariño, me sentía la gran secretaria, la que escucha, escribe y calla. Aunque para ser sinceros, escuchaba, escribía y me reía porque ellos todo el tiempo se hacían bromas entre sí.
Para entonces era muy ingenua. Recuerdo un día que él salió y me dijo que si su esposa lo llamaba le dijera que se había ido para donde las Quelodan. Bonito que me sonó ese apellido; se me antojaba árabe, especial. Incluso llegué a pensar cómo sonaría Margarita Quelodan como nombre artístico. Cuando su esposa llamó y yo le dije que don Jaky estaba donde las Quelodan no pudo aguantarse la risa y entonces me dijo que escribiera Que-lo-dan separado. Me sentí tonta pero no pude evitar la risa. Ahí me di cuenta de que la vida podía vivirse con una sonrisa y buscándole el lado amable, o simplemente permitiendo que todo te enoje. Yo elegí lo primero y aprendí ese doble sentido que hasta hoy he mantenido. Con don Jaky y su esposa me entrené para entrar, años más tarde, al universo del albur, ese juego delicioso de palabras que nos divierte tanto pues abre tu mente a muchas posibilidades. México es el paraíso del albur.
Me iba al trabajo después de que mi hermana salía; en cuanto ella se iba yo corría a su clóset y me ponía alguna cosa sin permiso, y siempre procuraba llegar antes para que no se diera cuenta. Ninguna mujer sabe lo que tiene hasta que se lo ve puesto a su hermana, dice algo que leí en las redes sociales.
Así que una mañana de tantas ya le había echado el ojo a unos zapatos blancos de tacón corrido y plataforma y me los puse. Y ahí iba María Trapos muy entaconada a la oficina; el día transcurrió normal hasta que llegó la hora de la salida, las 6 de la tarde.
Nadie entenderá el dolor ajeno porque cada quien sufre a su manera.
Me despedí de mis compañeros, y al bajar las escaleras me caí de una manera horrible: cuando llegué al descanso de la escalera la uña de mi dedo gordito del pie estaba detenida por un cuerito. Pero el glamur primero; me levanté y me despedí del portero como si no hubiera pasado nada. El dolor era más fuerte cada vez; yo solo pensaba en que los zapatos de mi hermana estaban manchados de sangre y que tenía que irme en autobús porque no tenía para el taxi y quién sabe si mamá tuviera, así que me senté a llorar a ver si se me ocurría algo. Lo único que vino a mi mente fue pedirle ayuda a los ángeles.
En ese momento se acercó un vecino que venía en su auto y se ofreció a llevarme. Ya se había hecho tarde y el dolor seguía aumentando sin que parara el sangrado. Qué angustia, porque mi vecino manejaba a cinco kilómetros por hora y yo quería que fuera a 120. No sé por qué tenía miedo de llegar a mi casa pero también miedo de ir al hospital, lo que él me propuso al ver el sangrado. La verdad, era medio exagerado, aparte de lento el señor. No sé en qué momento me dijo que la herida podía infectarse, aparecer gangrena y perder la pierna. Sufrí tanto con ese hombre que al final no sabía si era enviado del cielo o del infierno. Le pedí que me llevara a la casa y procuré no escuchar sus tenebrosas profecías.
El camino se hizo largo y culebrero y ese hombre no se callaba. Yo necesitaba silencio porque iba rogándole a Dios que mi hermana no hubiera llegado todavía, pero no fue así, ahí estaba, en la puerta y con la mano en la cintura haciendo de jarrita. Cuando bajé del carro cojeando mi hermana y mi mamá estaban esperándome afuera, preocupadas porque se había hecho tarde, preocupación que cambió a enojo al verme llegar en ese carro y con el vecino. Antes de que empezara la cantaleta estiré el pie, con la uña colgando y la sangre goteando: ¡”Véanme!”, les dije.
Claudia lo primero que vio no fue mi pie ensangrentado sino su zapato blanco teñido de un rojo espeso, y mi mamá a su pobre María Trapos cojeando y con cara de quien está al borde de la muerte. Cuando mi hermana empezó a pelear por su zapato yo tuve que calmar la situación. ¿Cómo podía ser un zapato más importante que yo misma? En cuestión de segundos la voz del vecino retumbó en mi mente: te puedes desangrar, sufrir una anemia y morir. ¿Qué crees que hice? Me desmayé y así logré calmar los ánimos.
Siempre sufrirás más por las películas de tu mente que por lo que realmente ocurre.
Mamá me hizo una terrible curación; grité como nunca, mientras mi hermana desde su habitación decía: “Eso le pasa por andar tomando las cosas que no son suyas”. Pero yo sabía que en el fondo estaba preocupada y compartiendo mi dolor.
Pronto cumpliría 15 años y mi mamá decidió hacer una pequeña reunión con los pocos amigos de ella, los vecinos y mis hermanos, pues como me había salido de la escuela mi círculo de amigos se había reducido. Aunque no había dinero para fiestas, mi mamá insistió en que esa fecha no pasara desapercibida para mí y armó su reunión, en la que el arroz con pollo y la ensalada rusa se convertirían en un gran platillo para los invitados. En Colombia, el arroz con pollo es un plato que salva muchas fiestas y no podría decir a qué nivel social pertenece porque todos los colombianos en algún momento hacemos arroz con pollo. Al punto de que sin darnos cuenta se ha convertido en un plato típico que se encuentra fácilmente en los menús de los restaurantes. Acompañado de una ensalada rusa deliciosa que me enseñó a hacer mi mamá.
En Barranquilla se usaba que cuando alguien cumplía años y no tenía recursos para celebrarlo se reunían varias personas y entre todas surtían la fiesta. Una llevaba los refrescos, otra llevaba el pastel, otra las botanas, otros la cena, etcétera. A esto le llamábamos asalto, pero en mi caso el dichoso asalto se convirtió en un atraco en el que me robaron la paz y la alegría, pues todo marchaba bien con los invitados de mi mamá hasta que llegaron mis excompañeras de la escuela, las mismas que me hicieron la vida fea y cruel, sin que nadie las invitara. Al verlas, se me activó la cursilería que traía dentro de mí y creí que en verdad lo estaban haciendo de buena voluntad. Sin embargo, ese día conocí la crueldad, pues no conformes con verme fuera de la escuela, se metieron en mi casa para burlarse y hacerme pasar un mal rato.
Apagaron las luces, empezaron a bailar de una forma incómoda para mí y para los míos, se robaron mis regalos de cumpleaños, hasta que mi mamá y algunos amigos las echaron a la calle. Dejaron destruida la casa. Rompieron el baño, los platos, se emborracharon, gritaron y bailaron como si estuvieran poseídas. Aquello fue de terror.
Cuando hayas perdido la cuenta de los golpes que te da la vida quizá sepas cuán fuerte eres.
Eso me hizo sentir muy triste. No podía creer que hubiera gente tan malvada, ¿por qué hacer eso en mi propia casa, delante de mi mamá que con tanto esfuerzo estaba celebrándome? Sentí mucha pena y me costó superar ese momento. Con el tiempo supe que se habían puesto de acuerdo para amargarme el cumpleaños y de paso vengarse porque aquella, tan insignificante para ellas, ya tenía unas cuantas apariciones en los periódicos y en la televisión como una promesa del canto. Una de las cosas que difícilmente se entienden en la vida es que haya gente que esté pendiente de ti en vez de centrarse en ella misma y en sus sueños. Hay que hacerse inmunes a este tipo de personas, pues jamás te perdonarán verte abrazar lo que tanto has anhelado.
La vida continuó y aunque lloré mucho, mi mamá me decía: “Nena, al bagazo, poco caso”. El tiempo hizo su trabajo y poco a poco fui olvidando esa escena y avancé en mi camino. La fórmula infalible para sanar el alma es avanzar.

Lo más razonable que se ha dicho sobre el matrimonio y el celibato es esto: hagas lo que hagas, te arrepentirás.
AGATHA CHRISTIE
Fueron apareciendo pequeños contratos en los salones de los hoteles para cantar, hasta que me hice vocalista de un grupo llamado el Grupo Hormiga, que tocaba música de todos los estilos y colores. Pasábamos del bolero a la balada deteniéndonos en la cumbia y la música bailable con mucha facilidad, como las hormigas, de aquí para allá y de allá para acá, cada cual con su instrumento, su vestuario, sus penas, y yo con mi micrófono.
Tal vez por eso se llamaba el Grupo Hormiga; qué nombre tan extraño para un grupo musical. Allí no solo ganarme un dinero era mi aliciente, sino el guitarrista, que estaba guapísimo. Por supuesto que terminé enamoriscada de él, pero solo por un tiempecito, porque el muchacho no me ponía ni cinco de atención y de repente me pasó con él como cuando ves a alguien que tiene buen lejos y al irse acercando le ves su pésimo cerca. Bueno, eso me lo inventé para sacármelo de la cabeza porque ahí no había nada para mí. Era como si Dios me lo hubiera puesto con un letrerito: “Hija, mira que todo no se puede tener”.
Yo le tengo tanta fe a las apariciones, y más si son de galanes. Así apareció en mi vida un árabe hermoso, originario de Beirut, de ojos felinos color esmeralda, la piel doradita por el sol, un acento especial y un aspecto que a mí me encantaba. Usaba pantalones cargo y camisetas que dejaban ver su cuerpazo aventurero. Qué afortunada me sentía. Le agradecí tanto a Dios que el guitarrista no me hubiera prestado atención porque ahora solo deseaba tiempo para ir para arriba y para abajo con el árabe en su jeep, que me traía de cabeza porque se veía divino ahí montado, y cuando me llevaba a dar una vuelta en su carro, yo me sentía que era Jazmín y él, el príncipe Aladino. Qué bonito, otra vez soñando la María Trapos.
Hay que reconocer que los seres humanos exageramos. Todos. Sí, todos, y exageramos todo.
Fui muy noviera, y cuando algunos novios me cortaban –generalmente yo me cansaba primero– encontraba otro rápidamente; te digo que hay que tener fe. Total, alguien me dijo que recordara siempre que Dios tiene suficiente de todo, incluso novios.
Este árabe me dejó por irse a la guerra, bueno, eso fue lo que me dijo y lo que yo no entendí, cómo dejarme a mí para irse a ser carne de cañón. En el fondo creo que no quiso lastimarme y evitarse preguntas. Le eché la bendición, y como era tan creativa, me hice el cuento de que posiblemente sería viuda de guerra y preferí seguir con mi vida. Ya vendría alguien a consolarme.
En mis ratos libres me encantaba escuchar música en la terraza de mi casa cuando el sol se metía. Sacaba una mecedora y me pasaba horas allí, observando, esperando, soñando. Tuve una nueva aparición, un negro guapísimo, pero guapísimo, que arrasó con cualquier recuerdo del árabe. Olía rico, se vestía muy bien, tenía buenos modales y un día se me acercó para preguntarme cualquier tontería en inglés. Para esa época escasamente llegaba al what?, y su español estaba en el grado de uno poquito. Sin embargo, el lenguaje de los ojos nos unió y el lenguaje de la lengua nos separó porque ni él aprendió español ni yo inglés y se perdió. Un día no volvió, y mejor, porque para ese entonces no había traductores y era muy complicado entenderse.
Si no habláramos tanto, estoy segura de que todas las relaciones serían eternas.
En ese tiempo ya tenía bien ganado mi apodo de María Lágrimas, pues había muchas cosas que me hacían llorar. No necesariamente tristes, pero mi sensibilidad era tan grande que el canto de un pájaro me hacía llorar, bueno, que mataran un insecto me hacía llorar. Eran tan extrañas esas ganas de llorar que un día, cuando era más pequeña, mi mamá me dijo: “Se le van a derretir los ojos”, y eso me hizo correr al espejo y mirarme fijamente. Pensé que ella había notado algo extraño para hacer tal afirmación, y como me vi los ojos aguados, en verdad pensé que se me estaban derritiendo y lloré. Lloré muchísimo, y es que al que le gusta llorar encuentra motivos para hacerlo. En ese tiempo murió Elvis Presley y yo lloré; lloré sin parar sin tener por qué pues no era su fan ni lo seguía ni nada. Solo que aceptar que la gente muere, y más, que los artistas mueren, me parecía cruel y digno de mi llanto. Con el tiempo entendería que los artistas nunca morimos pues quedamos en el corazón de quienes nos quisieron, lo cual también me hizo llorar porque me parecía tierno.
El que mi mamá me llamara María Lágrimas no me molestaba del todo. Por el contrario, me daba risa pero también me permitió darme cuenta de que las mujeres somos grandes actrices. No me atrevería a decir que todas, pero una gran mayoría hemos usado las lágrimas y hemos hecho escenas maravillosas para conseguir algo. Dignas de una gran telenovela. Eran memorables mis llantos cuando hablaba con mis novios por teléfono, con mi mamá riéndose de mis alcances. Es sensacional cuando has usado todas tus herramientas sin éxito y sale la más fuerte de todas: una lágrima que rueda en cámara lenta por tus mejillas acompañada de una carita triste. Eso es efectivo.
Sin embargo, al avanzar en la vida esas lágrimas serían reales, silenciosas y del alma, ya no para conseguir algo sino para liberar el corazón de los tropiezos y golpes que en el camino me esperaban.
Es imposible que los sueños no se materialicen cuando has puesto toda tu fe en ellos. La vida siempre manda al compañero indicado en el momento en que lo necesitas, y por eso quizá en aquel entonces conocí a José Jaime, un chavo compositor que hacía jingles para radio. Feo, feo, no era, pero bonito tampoco, y sin embargo, fue la primera vez que un hombre me llamaba la atención por su talento y su forma de ser. Eso lo hacía más que bello. Nos hicimos novios y hasta el día de hoy recuerdo los besos que me daba. Hay amores de paso, amores para toda la vida y amores que se convierten en compañeros para pasar los puentes que unen el camino a tus sueños. Él fue uno de ellos.
Mientras yo pensaba en sus besos, él pensaba en mi talento, ya que le gustaba mi voz. Me permitió grabar sus comerciales cantados y yo lo hice con mucho entusiasmo. Pronto estaba sonando en la radio a cada hora porque mi voz se convirtió en la que identificaba a la emisora; qué orgullo.
José Jaime me presentó a Fernando Parra, un productor de discos que tenía como su representada a Isadora, una cantante muy famosa en Colombia por aquella época. Fernando vio en mí talento y creyó en él. José Jaime había cumplido su misión en mi vida: acompañarme en un tramo del camino para llegar a mi destino. Cada cual tomaría su rumbo y ese amor se diluiría con el tiempo.
Ten fe, siempre llegará la mano que tiene que llegar.
A los pocos meses conocí al que sería mi novio en serio, y digo en serio porque me aterrizó en ese cuento del amor que a veces no es tan rosa como creemos. Se llamaba Javier y era representante de Christian Dior en Barranquilla. De aspecto impecable, se cuidaba mucho para mi gusto, que no tenía ningún interés en competir con su cánones de belleza. Hoy en día se les llama metrosexuales; en ese momento no se usaba la palabra y quizá no se hubiera aceptado. Usaba barba y la mantenía siempre arreglada; todo él era superarreglado y perfumado, y al principio me gustaban su elegancia y educación porque me hacía sentir grande. Tenía en ese entonces 30 y yo solo 17, y repetía el corito de la canción que cantaba Rocío Dúrcal: Tengo 17 años, qué enfermedad, cuando cumpla 18 se me pasará.
De repente me vi envuelta en una relación adulta. De esas que están llenas de rutina, lugares comunes, formalismos y planes aburridos. En las mañanas me llevaba a la oficina y pasaba por mí “todos los días a la misma hora”; me ayudaba a lavar los platos y a cocinar, “todos los días”, y todos los fines de semana íbamos a la playa, religiosamente “todos los fines de semana”, a la misma playa. La emoción no estaba en nuestra relación sino en la compañía de mis hermanitas menores a quienes llevaba como excusa para mirar para otro lado. Se enojaba porque le llenaban su carro de arena,¡era tan creído!, y ese enojo de alguna manera se convertía en pequeñas venganzas que me hicieron ver que no era la relación que yo quería y que no estaba a gusto ahí.
A él le gustaba exhibirme ante sus amigos. Un día me regaló un vestido blanco para que yo hiciera un show en el Hotel del Prado, un hotel tradicional de Barranquilla. Me fascinaba ese vestido, era realmente hermoso y la etiqueta era lo mejor: Christian Dior. María Trapos tenía puesto un Christian Dior para cantar, ¡oooh! ¡Que por supuesto me ponía con los zapatos blancos que mi hermana terminó regalándome! Claro que ya no estaban manchados de sangre.
Pese a tanto detalle y tanto glamur, yo no me sentía contenta porque llevaba una rutina que era demasiado para una chica de 17 años. Mis amigos ya no eran mis amigos, eran sus amigos, de su edad, y yo no me sentía bien con la relación. Me había convertido en la novia oficial de Javier y todo era un torrente de situaciones que me confundían y no sabía cómo manejar. Todo fue tan serio con él, y en verdad era tan formal que tuvo el tacto suficiente para llevarme a entregarle lo que a los demás no les había dado. Todo mi tiempo, todo mi espacio, mis canciones y lo más hermoso de mi vida.
Y llegó el momento en el que me ofreció matrimonio con una condición: elegir entre ser cantante o ser esposa. Sentí un miedo enorme y mucho coraje, porque yo quería ser cantante con todo mi corazón y él lo sabía; no me gusta que me chantajeen ni que me pongan entre la espada y la pared, así que le dije: “Lo que tú quieres es una esposa que te atienda todo el día, y la verdad yo estoy muy joven para casarme. Por favor, ahí la dejamos”. Lloramos juntos, pero yo sabía que estaba haciendo lo correcto; sin que él lo supiera había escrito unos renglones más de la historia de mi vida y tenía que cumplirla. Mi meta ahora era clara: convertirme en cantante profesional.
Acepté tomar clases de canto, expresión corporal y baile en Cali, a donde me llevó Fernando Parra, quien para ese entonces ya me representaba. Por fin iba a grabar mi primer disco, con todos los juguetes, como Dios manda. Me fui a vivir a un departamento que compartíamos varios jóvenes que se estaban capacitando para ser cantantes.
A mí me fue fácil dejar la historia con Javier, pero él fue a buscarme a Cali para convencerme de pensar las cosas. Qué curioso, en el llamado amor de pareja lo que hay son luchas de dominio y poder; quizá si él hubiese aceptado que siguiera mi sueño las cosas habrían sido diferentes, pero en ese tiempo las señoras bien no cantaban y menos en televisión, hoteles o fiestas, y menos hasta altas horas de la noche. Ese noviazgo no tenía sentido, como no tiene sentido nada que te aleje de tus sueños. Tus sueños son lo que viniste a hacer y por ellos hay que entregar el corazón.
La vida puede estar llena de lugares comunes, formalismos y planes aburridos, pero eres tú quien decide estar ahí o simplemente alejarse.

Andaré este largo camino, este camino tan largo hasta el final, hasta el final del corazón; andaré este camino largo, largo, largo…
MAHMUD DARWISH
De Cali me fui a Bogotá a grabar mi tan soñado disco, más preparada que un yogur. El primer sencillo se llamó Yo te amo. Fue agotador porque la capital de Colombia es un poco más alta que México; era muy difícil adaptarse, sobre todo al frío que hace casi todos los días, pero mi sueño era muy grande, demasiado grande para prestarle atención a esas bobadas.
Al llegar a Bogotá me llamó la atención la forma en que se visten las bogotanas. Me encantaba verlas en jeans y con botas hasta la rodilla, como las de los policías que montan a caballo; en Bogotá se ven mucho hasta la fecha. Imposible que María Trapos no tuviera sus propias botas. Ahí estaba ella, midiéndose unas botas color vino tinto divinas que le quedaron a la perfección, por lo que salió del almacén con ellas puestas. Les juré fidelidad a mis botas, tanto que prometí que si llegaba a estrella estarían conmigo en el escenario, y el verbo se hizo carne porque bastó un día para que las odiara con todas mis fuerzas y terminara viendo estrellas, y por supuesto rompiendo cualquier promesa de fidelidad hacia ellas.
Después de un día de trabajo haciendo promoción a mi sencillo, se me inflamaron los pies, y al llegar al hotel no hubo poder humano que lograra separar las botas de mis piernas. No tenía a quién pedirle ayuda, porque el promotor me dejó en el hotel y se fue a su casa. Intenté quitármelas de todas las maneras posibles; tuve pesadillas mientras las jalaba. Me imaginaba que me arrancarían las piernas para zafar esas mugres botas, y resignada ante la situación, tuve que dormir con ellas puestas. Al otro día, cuando llegó el promotor por mí para continuar con la promoción, le tuve que pedir que por favor subiera a ayudarme a zafarme de ese tormento para poder bañarme y arreglarme para salir.
Comencé a dedicarle más tiempo a mi música, pero mientras daba fruto mi proyecto yo hacía muchas cosas para ganarme la vida, entre ellas vender lotería de la Cruz Roja dentro de un banco en donde me tenían un escritorio para venderla. El camino me llevaría lejos de mi familia. Mi hermana Claudia se casó con un capitán de la Marina de Colombia y mi mamá se quedó con mis dos hermanitas y mi hermano en Barranquilla, mientras yo viajaba para seguir persiguiendo mi destino.
Mi casa disquera era Sonolux y yo debía estar cerca de ellos, así que me fui a vivir a Medellín porque allí estaba la matriz. Viví en casa de una tía paterna, y para sobrevivir comencé a vender ropa que otra tía traía de Estados Unidos. Esa ropa americana tenía mucha acogida entre las secretarias de la disquera. Distribuía mi tiempo entre las grabaciones y el cobro de las cuotas de la mercancía que vendía y que me pagaban semanalmente. Nunca le he tenido miedo a hacer cosas que me permitan mantenerme en el camino. Quizá por eso, y por mi juventud, los directivos de la disquera permitían mis ventas, porque sabían que no solo era su apuesta como artista sino que admiraban mi capacidad para mantenerme en pie. Estaba grabando mi segundo disco y mis energías estaban concentradas en él, ya que con el primero no pasó mayor cosa, pero en vez de desanimarme buscaba motivos para creer en mí. Me montaba en el autobús con una bolsa de basura negra grande llena de mercancía que luego iba a ofrecer a la casa disquera; me fue muy bien vendiendo ropa pues me alcanzaba para mandarle dinero a mi mamá y podía de vez en cuando darme uno que otro gusto. La verdad, al principio vendí más ropa que discos.
Si esperas que un solo paso te lleve a tu destino, jamás llegarás a él.
Por esos días mi madre empezó a enfermarse; los médicos decían que era asma y así la trataron, hasta que alguien descubrió que era un enfisema pulmonar (EPOC), que al no ser tratado a tiempo fue ganando terreno. Mamá se cuida muchísimo y ha aprendido a vivir con su enfermedad y en cierta forma nosotros también. Todos hemos puesto algo de nuestra parte, y por las circunstancias cada uno de nosotros ha dado lo que ha podido. Para mí ha sido difícil la distancia y tener que limitarme a enviar dinero cuando quisiera estar más tiempo con ella. Admiro de mis hermanos que hayan aprendido a cuidar con amor a mi madre y a saber manejar las situaciones de crisis, que se presentan continuamente.
Han sido muchas las crisis que mamá ha enfrentado por su salud y por las que he tenido que volar de emergencia para estar a su lado. Nuestro lazo sigue intacto; nos mantenemos unidas pese a la distancia y ella sigue siendo parte de mi motivación para vivir.
En Sonolux conocí a Andrés, uno de mis grandes amores y de quien realmente me enamoré con todo mi corazón. Andrés canta muy bonito y juntos hacíamos unas voces cheverísimas, lo único malo era que él vivía en New York y yo en Medellín. Allá trabajaba, así que parte de nuestro noviazgo nos la pasábamos hablando por teléfono y rogando al cielo que nos diera fuerza para ser fieles. Él me decía, y yo le creía, que se gastaba el dinero de su lunch para hablar conmigo. Eso me parecía tierno, tanto que llegué a soñar mi vida con ese hombre dispuesto a morir de hambre por mí. A veces no hablábamos, solo cantábamos y nos dedicábamos canciones. En ese entonces mis artistas preferidas eran Rocío Dúrcal, Rocío Jurado y Estelita Núñez. Recuerdo que Andrés y yo nos la pasábamos cantando por teléfono sus canciones; en ese momento las admiraba y después la vida me dio la oportunidad de conocerlas, permitiéndome reafirmar que desde siempre estuvo en mí el sueño de estar cerca de artistas como ellas.
Andrés venía a Medellín cada vez que podía, y yo era muy feliz porque me sentía a gusto con su cariño, además de que era bienvenida en su familia. Fue una etapa bonita de mi vida. Los paseos a la finca de fin de semana con los amigos eran fantásticos porque nos permitían compartir tareas como prender la leña y hacer el sancocho entre todos. Uno pelaba las papas, otro la yuca, otro el plátano, otros iban por el agua mientras se montaba la olla en el fogón de leña y cada uno iba echando los condimentos mientras la música sonaba y nos tomábamos un aguardiente antioqueño. No había modo de emborracharse porque cuando uno se sentía medio mareado, el sancocho ya estaba listo y la borrachera se bajaba luego de terminar de comer. En Colombia el sancocho une a las familias; en Antioquia el paseo a las fincas es un ritual sagrado de amigos. Eran noches de bohemia, canciones, guitarra y momentos que quedarían marcados para siempre en mi memoria. Aún hoy siento la caricia de la felicidad con solo recordarlos.
Las expectativas son un buen camino para llegar al dolor.
Mientras tanto, mi mamá seguía enfrentando los embates de la vida y tendríamos que vivir una pesadilla que no nos esperábamos. Los hijos del dueño de la casa que rentaba decidieron sacarla de la noche a la mañana, y pese a sus ruegos y el contrato firmado, no dudaron en conseguir una orden de desalojo y ponerla en marcha pues tenían un negocio muy grande entre manos. En cuanto me enteré de lo que pasaba tomé un avión a Barranquilla para estar junto a ella y me armé de todo mi valor para enfrentar la situación. Fue un episodio horroroso de humillación que tardé mucho tiempo en superar. A veces no importa lo que te hagan a ti, pero te vuelves la peor de las fieras cuando se lo hacen a tu familia. Ver rogar a mi mamá que le dieran unos días para salir decorosamente de la casa me partía el corazón y me llenaba de impotencia. Nos tocó pedirle asilo al esposo de Claudia, y ni modo, tuvimos que acomodarnos. Una vez más yo tenía que quitar los ojos de la tragedia y ver más allá de lo que la vida nos planteaba. Nada ganábamos con quejarnos, era necesario crear un nuevo destino y en mi corazón ese destino se comenzó a gestar.
Piedras en el camino, caídas, valles, montañas, eso es la vida y lo nuestro es fluir.
Le dije a mi mamá que nos fuéramos a Medellín pues por lo menos allá estaba la familia y de comer no nos iba a faltar; desde ese momento me metí en la cabeza que trabajaría sin parar para darle una nueva vida y subsanar un poco la experiencia que había vivido. Así que emprendimos nuestro viaje de regreso a la ciudad de la eterna primavera, llamada así porque todo el año el clima es primaveral. Más aventuras, sin estar muy seguros de cómo íbamos a vivir, o a sobrevivir.
Rentamos una casa en Envigado, la ciudad donde después de muchos años y esfuerzo le compré su casa propia a doña Marina. El día que le entregaron las llaves fue quizá uno de los días más felices de mi vida. Un día en que comprobé una vez más que todo es posible cuando eliges que sea posible, y que siempre dar te llena de una felicidad tan grande que te dice: “Lo has hecho bien”. Esa casa hoy la disfruta con todo su corazón porque es el espacio que siempre soñó, y a mí me ha permitido seguir creyendo que los sueños nunca deben soltarse porque tarde o temprano se cumplen.
En Medellín todo iba marchando bien, incluida mi relación con Andrés, pero tuve que irme unos días a Barranquilla a resolver unos asuntos pendientes, entre otros, hoy me doy cuenta de que fui a decirle adiós a mis amigos y a la vida que había vivido allá. Allá quedaban mi padre y su recuerdo, mi infancia, mi María Trapos, la Pildorita, y todo un mundo mágico que me hizo feliz. Mi hermana Claudia decidió ir de vacaciones con su esposo por carretera de Barranquilla a Medellín, y como yo estaba hospedada en su casa, se me ocurrió que podía regresarme con ellos y darle una sorpresa a Andrés, que según sus palabras, me extrañaba. Es más, en esos días que pasé en Barranquilla no paraba de cantarme canciones relacionadas con lo dura que era mi ausencia para él. Por eso mismo apresuré mis asuntos y me dispuse a regresar con mi hermana, totalmente ilusionada, cargada de presentes para Andrés y con mi corazón dispuesto a darle todo mi amor. Estaba segurísima de que iba a estar muy contento de que hubiera regresado antes. Es más, me sentía flotar en medio de los paisajes que hay entre Barranquilla y Medellín, nueve horas de valles, ríos, colinas, curvas, mareo, y yo sintiéndome Blanca Nieves, o una princesa de esas a punto de encontrarse con el amor de su vida.
En el amor, dar sorpresas siempre te sorprenderá.
Total, que cuando llegué inmediatamente le llamé a su casa. La señora que me atendió me dijo que Andrés se había ido con sus hermanos a la finca, así que como mi hermana estaba de paseo, les pedí que me llevaran y armamos plan para el fin de semana. Andrés era tan amable que seguramente estaría feliz de conocer a mi hermana.
Nunca más volví a caer de sorpresa en ninguna parte. Cuando llegamos a la finca la sorpresa fue generalizada. Al no estar yo, mi maravilloso Alby invitó a una amiga, muy amiga, que estaba segura de que él estaba solo, sin compromisos y dispuesto para el amor. Gracias a Dios yo no estaba en mis días, porque de lo contrario quién sabe cómo hubiera reaccionado. Sabía que podía armar un show, porque además había hablado nueve horas de camino seguidas elogiando a Alby, y mi hermana solo atinaba a mirarlo con un subtexto:
–¿Es ese que está con otra? ¿Cómo explica eso Margarita? ¿En qué lugar queda usted?
Cómo disimulas ese leve movimiento en la frente que indica la aparición de unos cuernos instantáneos y evidentes. Luché con todas mis fuerzas por mantenerme en pie y me fui a la cocina con su hermana, y mientras ella trataba de calmarme yo decidí vengarme con canciones. Me tomé tres aguardientes, tomé vuelo y salí a cantar. Mi pobre hermana y mi cuñado no entendían nada.
El despecho siempre se saldrá del pecho.
Pobre Andrés, lo ametrallé a punta de canciones despechadas y me comí las lágrimas con altura. Hice la mejor actuación de mi vida. Recuerdo haber cantado una canción de Rocío Jurado que dice: Ese hombre que ves ahí, que parece tan galante, tan atento y arrogante, lo conozco como a mí. Es un gran necio un estúpido, engreído… Claro que puntualizando lo de estúpido, lo de engreído, y en mi mente lo de perro, canequero, sin vergüenza, miserable, infiel, traidor. Después recordé cuando mamá decía que el que busca encuentra; pues yo busqué y mira lo que me encontré.
Se terminó uno de los noviazgos que más he gozado en mi historia de novia. Se acabó mi relación con el hombre que más había amado hasta ese momento de mi vida y todo porque yo misma fui a buscar lo que no se me había perdido, o quizá a comprobar que ese amor era demasiado perfecto para ser real. Sufrí muchísimo, muchísimo, horriblemente, así que me refugié en mi música y le escribí una canción que grabaría años después que se llama Por esa puerta. Por esa carita de niño inocente, yo pude caer una vez, pero dos ya no voy a caer.
Siempre te quedará la duda de si fue mejor saber la verdad o ignorarla.

Nunca andes por el camino trazado, pues él te conduce únicamente hacia donde los otros fueron.
GRAHAM BELL
Para ese momento ya había conocido a Fruko, un gran productor de salsa que tiene un grupo llamado Fruko y sus tesos, además de ser el director artístico de discos Fuentes. Poco a poco me fui haciendo de buena fama como corista, así que hacía antesala en el estudio para que cuando abrieran las puertas buscando coristas, yo estuviera disponible. Como estrategia me resultaba porque siempre me daban trabajo, aunque a veces me pasaba la tarde entera esperando la oportunidad para hacer algún coro y no salía nada. Había días en que me desesperaba, pero en medio de esa desesperación algo en mi interior me decía que no podía desfallecer. “Quizá esperar pensando en que estás esperando termina por desesperarte”, me dije un día, y por lo tanto me ocupé para evitar pensar en esos momentos.
Fue así como aprendí a tejer y comencé a esperar cada día concentrada en cualquier tejido o bordado que me inventaba; no esperaba la muerte, como Remedios la Bella, pero sí la materialización de mi sueño, y es que en esta carrera saber esperar sin desesperarse forma parte del camino. Concentrarme en las agujas, en cada cadeneta, en cómo las uniría y en un diseño específico que jamás se concretaba tranquilizaba mi mente. Terminado el hilo, desbarataba y volvía a empezar. Esa era yo: tardes enteras tejiendo, bordando y esperando.
No terminé ni un tapete; gracias a Dios el trabajo no me dejó, y aunque la escena parezca extraña, es real, y me enseñó que la única forma de no llegar a alguna parte es dejar de caminar. Quizá estar sentada en esa sala de espera tejiendo y hablando con la recepcionista mientras esperaba una oportunidad fue la mejor forma de avanzar en ese momento, de tejer la vida puntada a puntada.
El lugar donde habitan tus sueños está ahí, esperándote. Si está en tu corazón es porque ya existe.
Hice muchísimos coros, incluyendo a La Sonora Dinamita, sin que por mi mente pasara que la Sonora estaba destinada a ser mi escuela y el principio de un grado más en la universidad de la vida. Pero así es, cuando te echas a volar tienes que encontrarte de frente con nubes negras, rayos y tormentas que sin duda multiplicarán tu valor, y con la Sonora sí tuve que probar mi valor. Eso sí, jamás olvidé que arriba de todas esas nubes, rayos, tormentas y centellas el cielo seguía siendo azul.
Salía con muchos amigos pero ninguno lograba enamorarme. Me pasé un buen tiempo sin novio; bueno, había uno que otro besito robado, para no perder la costumbre, pero nada en serio. En ese tiempo vendía seguros de viaje, un trabajo muy difícil, de esos de paga ahora y viaja en un año. ¡Ay Dios!, cómo me pasaron cosas vendiendo los benditos seguros, pero era la única forma de complementar mis ingresos y manejar mi tiempo.
Tenía una jefa de grupo y en las mañanas nos reuníamos para ver el orden del día y los clientes que debíamos visitar. Mi jefa me pidió el favor de visitar un cliente, pero ese señor no quería recibir a nadie en su oficina, sino en un restaurante que estaba fuera de la ciudad en una carretera llena de moteles. Me sentí como Bambi agendando una cita con un león. Es claro que las pesadillas las armamos siempre antes de que sucedan. Yo rogaba que no me lo dieran a mí; después de rogar, casi suplicar, me dieron la orden de ir con él y venderle la póliza más alta. Desde el momento en que me dijeron que atendería a ese cliente sentí miedo porque yo era inexperta y algo ingenua e inocente.
Cuando llegué al restaurante, el tipo estaba sentado en una mesa y empezó a hablar de todo menos de la póliza. Me invitaba un trago y yo la verdad estaba muerta de miedo porque me di cuenta de que el señor lo que menos quería era comprarme nada, o bueno, quizá a la vendedora, pero yo no estaba en venta. En Colombia se emborracha a los pavos antes de cortarles el pescuezo, y yo sentía que estaba en ese proceso. Me puse seria, y como no hay pesadilla sin rayos y centellas, empezó a llover a cántaros, como si el cielo se hubiera roto, y no tuve otra alternativa que pedirle que me hiciera el favor de acercarme a la ciudad porque no pasaba ni un taxi ni un autobús, nada. Mi única alternativa era ese hombre o quedarme en el restaurante a dormir porque estaba tan apartado que nadie me hubiera sacado de ahí. Eran varios kilómetros de camino, y caminar no era la mejor opción.
A ese señor hoy en día lo veo como un gran maestro que me enseñó que ningún hombre, por monstruoso que parezca, puede hacernos sentir miedo, y por lo tanto no podemos permitirles que abusen de nosotros. ¡Ojo mujeres! Todas tenemos derecho a decir que no, a poner límites y jamás aceptar que otras personas, esposos, hermanos, padres, amigos o familiares pasen esos límites. El abuso tiene dos grandes cómplices: el miedo y quedarse callado.
En el futuro trabajaría con hombres quizá peores que ese, a los que aprendí a manejar y frente a los cuales siempre me di mi lugar y exigí respeto.
Las piedras están en tu camino para trascenderlas, no para enredarse en ellas.
La cosa no estaba poniéndose bonita; me subí a su coche porque no tenía más remedio. Recé ochocientos padrenuestros y cincuenta mil avemarías. Cuando íbamos en camino, el hombre empezó a tocarme la pierna. Le grité que me iba a tirar del carro y como mecanismo de defensa comencé a llorar peor que La Chilindrina, confiando en que así no me vería nada sensual y mucho menos erótica. Lo asusté. No sé qué angelito me ayudó; nos tuvimos que desviar del camino y pasamos por una calle conocida, y en cuanto vi un salón de belleza de una amiga me bajé lo más rápidamente que pude, sin que me importara empaparme por la lluvia; ya estaba a salvo, gracias a Dios no habían cerrado todavía. Mi amiga me dio un té y me ayudó a calmarme.
A mí me preocupaba que mi mamá se diera cuenta de la experiencia que acababa de pasar, así que me calmé con mucho esfuerzo porque me temblaban las piernas, las manos y la mandíbula. Llegué a mi casa y todavía me tocó regaño por lo tarde que era, pero mi mama no se dio cuenta de la aventura que había vivido.
Al otro día llegué a la oficina y renuncié; otra vez sin trabajo, pero tenía mi tejido, el canto, los coros y la esperanza de que algún día alguien se iba a fijar en mí para algo grande. Tus sueños siempre serán la mejor muleta cuando te fallen las piernas. Tu fe, la herramienta para avanzar sin temor, y tu corazón te dará la fuerza para ir a donde tienes que ir. Uno no puede tener miedo cuando sabe a dónde va, ni asustarse con cosas que aparentemente son negativas y lo único que hacen es empujarte hacia adelante. En Colombia dicen que incluso una patada en el trasero te hace avanzar, y es verdad: no he visto una patada que jale para atrás.
El que sabe para dónde va, sabe si va bien o mal.

No hay secretos para el éxito. Este se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso.
COLIN POWELL
Envigado es una ciudad pequeña que colinda con El Poblado, uno de los barrios más modernos de Medellín. Allí encontramos una casita chiquita, pero bonita, en donde ese sabor a hogar se volvió a sentir. Era maravilloso estar juntos nuevamente. Mamá continuaba vendiendo los chuzos en la acera de la casa, y por supuesto que mis hermanos y yo le ayudábamos. Hoy pienso que esas tareas que te pone el destino, en donde se mezclan el esfuerzo, la fe y la unión familiar, te hacen ver el mundo de otra manera. Es como presenciar un milagro día a día, el milagro de la vida. A las cinco de la tarde esa cuadra se convertía en algo mágico, con olor a comida, alegría y gente que llegaba a comprar los chuzos que vendía mi madre, y se fue convirtiendo en nuestra amiga. Yo estaba a punto de alcanzar un logro más, convertirme en el alma de la fiesta, pues no solo me gustaba cantar sino que me había vuelto experta en contar chistes. Una canción, un chiste y ya tenía el show.
Recuerdo que mi mamá se enojaba porque decía que me invitaban a las fiestas nada más porque llevaba la guitarra y contaba chistes, y luego me llevaban a mi casa bien entrada la madrugada, cuando ella ya se había hecho todo tipo de películas, de esas que nos hacemos las madres cuando nuestros hijos salen. Pobre de mi mamá, ahora la entiendo porque no me imaginaba que ella se desvelaba igual conmigo, pero creo que en las madres es algo inevitable. Una madre es para toda la vida, y aunque mamá me daba la cantaleta por mis llegadas tarde diciéndome que yo era perro de todas las bodas, o como dicen en México, ajonjolí de todos los moles, me encantaba, y es que una cosa es tener una meta lejana y otra vivir en ella todos los días. Mi gran sueño, mi gran meta siempre ha sido cantar, y en ello quería y quiero pasar toda mi vida.
Me hice popular entre los productores que hacían jingles para radio, y en varias ocasiones fui la voz que identificaba las emisoras. Igualmente, me dediqué a hacer coros para otros artistas y empecé a tener un poco de estabilidad económica. Vivíamos de los coros y los jingles y ya no era tan necesario estar buscando lugares donde cantar. En las ocasiones en que hacía antesala y no había coros para grabar, Fruko tocaba el piano y yo cantaba toda la tarde y es así como te vas encontrando con esos maestros que te guían con una palabra o un consejo, a los que sabes abrir tu corazón. Un día me dijo que si quería sobresalir en el extranjero como cantante debía cantar cumbia. Yo no quería porque la cumbia era en ese entonces netamente masculina, no había mujeres dirigiendo grupos pero sí muchas coristas, con excepción de una cantante muy querida llamada La India Meliyará, quien era la cantante oficial de la Sonora Dinamita
El universo siempre tiene mensajes para ti. Mantente atento.
Pero como lo que es para ti aunque te quites te llega, la cumbia y la Sonora fueron haciéndose presentes en mi vida. Para ese entonces en México también había una Sonora Dinamita, integrada por otros músicos y otras cantantes. Pero te repito, mientras mantengas viva tu fe en lo que quieres el camino se va abriendo solo y el universo se vuelve tu mejor amigo, el amigo que conspira para que materialices eso que tanto anhelas. Fue así como un día llegó de México el señor Víctor Nanni (qepd), productor de Discos Peerless, y Fruko le mostró una de las varias pruebas que habíamos hecho en el estudio. Fue así como Víctor pidió mi voz para que grabara con la Sonora Dinamita.
Grabé una canción que me daría tanto en amor y aplausos como no imaginaba. ¿Sabes cuánto tuve que tejer en la antesala de ese estudio antes de que llegara esa canción? Punto, cadeneta, punto, miles de veces para encontrarme de frente con un éxito que se convertiría en Disco de Oro por más de 500 mil copias vendidas, y en un tesoro que habita en mi corazón y en la pared de mi casa hasta el día de hoy.
Oye resume un poco mi filosofía de vida. Ese mirar hacia el cielo siempre, agradecer las cosas que te da la vida, ese dejar atrás las penas y ver lo bueno en todo, es algo que me ha permitido crear nuevas realidades en mi camino. Hasta el día de hoy sigo cantando esa canción que lleva un mensaje positivo a las personas, y que estoy segura de que ha ayudado a mucha gente a seguir adelante. Solo por eso valió la pena no recibir regalías, porque yo preferí que me pagaran por canción grabada, así que nunca recibí esos beneficios, ni modo. Hoy sé que aunque no recibí el dinero soy más feliz porque cuando escuchan esa canción algo bueno sucede en la vida de alguien. Sin duda, puedo decir que Oye es uno de los mejores negocios de mi vida, porque los negocios no siempre son los que se hacen por dinero.
Agradece cada paso del camino, pues está ahí para que avances.
Más tarde, Víctor Nanni volvería a Medellín llevando dos discos, uno de Oro y otro de Plata por las altas ventas de Oye, Capullo y Sorullo y La cumbia del sida, y ellos serían parte de las señales que me decían que había encontrado el camino correcto. Yo seguía trabajando en los hoteles y en uno que otro evento a los que me llevaban las empresas. Así fue como conocí a Héctor, mi último novio colombiano, ejecutivo de una importante empresa que me contrató para ir a Leticia, la capital del Amazonas, a cantar en una convención de su empresa. Fue maravilloso viajar a un lugar tan exótico y mágico, del que recuerdo cómo desde el avión se apreciaba la inmensidad de la selva, una alfombra verde bien tupida y profunda.
A Héctor lo conocí al llegar a Leticia y ese encuentro le puso más color a la magia del lugar. Me invitó a un paseo por el río Amazonas, y fue apasionante disfrutar el colorido en su compañía porque desbordaba amabilidad por todos lados, incluso para hacerme olvidar que iba en una chalupa en la que había que mantener el equilibrio so pena de caer al río atestado de pirañas, lo que a mí se me hizo fantasioso hasta que el guía les arrojó un pedacito de carne y vi frente a mis ojos un espectáculo aterrador: miles de pirañas se lanzaron sobre ese pedazo de carne y lo desaparecieron en un segundo. Me puse un poco nerviosa pero Héctor, muy amable, me abrazó y me dijo que todo estaba bien, mientras estuviera a su lado. Bonita forma de condicionarte. La ventaja era que todo eso me gustaba de él y las pirañas se convirtieron en un excelente motivo para romper el hielo. Entre llamada y llamada nos hicimos novios, y entonces por primera vez pasó por mi mente una disyuntiva que, creo, pasa por la mente de un alto porcentaje de mujeres: la posibilidad de estabilizarme y formar un hogar. Quizá en el fondo era una forma de retar al destino y pedirle una nueva señal, pues el director ya me había hecho la propuesta de ir a cantar a México y había comenzado a tramitar los papeles. La visa para ir a México se tardaba y mientras tanto yo no soltaba ni los coros ni las presentaciones que ocasionalmente tenía ni, por supuesto, al novio.
Esa época fue de espera, de paciencia y de incertidumbre. De hecho, cuando la jugada está en manos del destino no tienes mucho qué hacer, aunque la ansiedad me dominó muchas veces y renuncié a algunos trabajos para luego tener que pedir que me los devolvieran porque la visa no llegaba. Miraba mis discos de oro cuando me entraba la desesperanza y me concentraba en lo que realmente quería. Eso es muy importante, centrarse en lo que uno quiere sin importar los obstáculos que esté enfrentando. Todo mi corazón estaba puesto en México, pero aún tenía un asunto que resolver: Héctor, que había resultado ser un hombre interesante, capaz de hacerte pensar cosas y hacer planes. Gracias a Dios los planes que se logran son aquellos que tienen toda tu fuerza, tu energía y tu amor.
Cuando más rápido quieres ir, más lento se pone el camino. Dale tiempo al tiempo. No es fácil pero se puede.
Era el año 85, que trajo consigo el terremoto de México. Para mí fue un golpe duro porque este país ya formaba parte de mi vida aunque no hubiera pisado su suelo. No sabes cómo lloré porque estaba convencida de que esta tierra era mi destino, y verla enfrentando esa pesadilla del terremoto y sufriendo tanto me impactó de un modo terrible, como si yo estuviera sintiendo ese sufrimiento.
Pero si algo he aprendido de los mexicanos es que saben ponerse de pie, que son solidarios entre ellos y se ayudan; y lo demostraron, porque en menos de un año levantaron nuevamente su país.
Creo que la fuerza de mi corazón era tan grande que nada hubiera cambiado el destino en ese momento. Viajar a México era un sueño que acariciaba todos los días durante los 86,400 segundos que tiene el día. Los papeles por fin llegaron en noviembre de 1986: tenía el camino libre para viajar a la Ciudad de México. Ahora sí era en serio.
Pero había un asunto pendiente: Héctor. Sí, Héctor. El amor, el que me gustaba, el que era amable conmigo, el que me protegió de las pirañas, mi héroe, el que había logrado que por instantes pensara en sentar cabeza. Entonces decidí: “Pongamos al destino a decidir y pidámosle una señal”. Le dije a Héctor, con ese tono de seriedad que tanto asusta a los hombres, que teníamos que hablar porque dependiendo de la respuesta que me diera definiría mi vida. En el fondo no era eso; lo que yo quería era estar más segura del paso que iba a dar. Es más, si Dios o el universo se comunicaran con palabras les hubiera dicho: “Péguenme un grito y díganme qué hacer”. Pero no es así, ellos se comunican con señales y eso fue lo que pedí. Fuimos a cenar y él un poco nervioso me preguntó qué me pasaba. Y con ese tono trascendental que muchas veces utilizamos las mujeres para darle seriedad a nuestros asuntos, y la mirada firme, le dije: “¿Te casarías conmigo?”.
Me miró a los ojos, con esa mirada frágil, de liebre a punto de ser degollada que ponen los hombres cuando se les acorrala y me preguntó: “¿Por qué?”. ¿Por qué si todo iba tan bien? ¿Por qué si éramos felices? ¿Por qué si él estaba tan a gusto conmigo? Le dije: “Solo dime que te quieres casar conmigo y no me voy a México”. La señal no pudo ser más clara. Llevo aquí casi 30 años. Adivina qué me contestó.
Si quieres escuchar la verdad, prepárate. No siempre te puede gustar. Uno hace sus planes y Dios esboza una sonrisa

La incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar.
MARIO VARGAS LLOSA
Tomar la decisión no era fácil porque tenía muchos sentimientos encontrados. Sentía un miedo enorme mezclado con la emoción de ir tras mis sueños. Nunca había vivido sola pues siempre estuve cuidada por alguien, así que decidirme era enfrentar una serie de preguntas, dilemas, miedos, etcétera. No fue fácil.
Hablé con mi mamá y le comuniqué que había llegado la hora de irme. Para ella también fue difícil porque yo era como su mano derecha, pero teníamos una gran necesidad y esta era la oportunidad que había estado buscando toda mi vida. A doña Marina no le quedó más remedio que apoyar que su María Trapos y su María Lágrimas siguieran el camino que les correspondía.
Nunca imaginé que no volvería a vivir en Colombia; tampoco que defendería mi folclor con tanto fervor cuando me dieron la oportunidad de mostrar a Colombia como realmente era: un país pequeño en comparación con México, pero que a pesar de la mala fama que nos ganamos por algunos, tiene cosas muy bonitas como el paisaje, la gastronomía y su gente, siempre sonriente y amable, además del mejor café del mundo y la mamá más increíble que haya existido.
Esa hermosa mamá me ayudó, junto a Flor, una de sus mejores amigas, a bordar dos vestidos muy lindos para los shows que tendría. Uno era una falda negra con unas flores de colores en la parte de abajo, lleno de lentejuelas y de ilusiones, que eran unas flores más pequeñitas de muchos colores. El otro estaba hecho en una tela barata con unas lentejuelas grandes y un escote prominente. Los dos formaban parte de mi armamento para llevar a cabo esa conquista a la que me entregaba con amor. Además de los vestidos, traía poca ropa y un abrigo, porque me dijeron que esa época era muy fría.
Sin darnos cuenta escribimos el día y la hora en que todo cambia.
Llegó el día y el momento en que todo estaba decidido y listo. Tomé mi maleta que iba al mismo tiempo llena de ilusiones y miedo, de valentía y esperanza, y mis dos vestidos para llegar a cantar casi inmediatamente. Escuché recomendaciones, palabras de apoyo, advertencias y prevenciones de quienes ya habían viajado a México o conocían algo del país por las noticias. Todo el mundo me decía que debía tener mucho cuidado porque a los colombianos no nos veían con buenos ojos, que cuando llegara al aeropuerto no hablara con nadie.
Pero, ¿cómo no hablar con nadie si yo iba llena de preguntas? Por ejemplo, ¿quién iba a ir por mí? Recordé que frente a la incertidumbre lo mejor es encomendarse a Dios y eso fue lo que hice. Me encomendé a Dios con todas mis fuerzas y dije adiós a una parte de mi vida llena de felicidad y amores, de dolor y enseñanza, pero segura de estar haciendo lo correcto. Qué difícil dejar atrás las caritas de tu familia deseándote lo mejor y echándote mil bendiciones y recomendaciones; los hermanitos llorando y tú con el corazón bien partió, el alma cargada de esperanza y la mente empezando a extrañar el calor del hogar y el amor con el que viví hasta ese momento. No quise que me acompañaran al aeropuerto porque no quería hacer más difícil la despedida. Con poco dinero en el bolsillo, veinte y pocos años y todas las ilusiones del mundo. Atrás se iba quedando mi casa y luego mi ciudad, mis amigos, mis paisajes, el olor a campo y ese cielo que tantas veces me abrazó.
Cuando el avión comenzó a despegar sentí que todo iba en serio. Me asusté porque supe que estaba dejando mi tierra para seguir un sueño y caí en la cuenta de que así como dicen en Colombia que más reversa tiene un avión, de la misma manera mi decisión ya no tenía forma de echarse atrás. Me tocó un asiento en la ventanilla desde donde podría despedirme de mi tierra querida, fotografiar con mis ojos todo ese paisaje verde de mis montañas, y albergar en mi corazón la esperanza de volver algún día llena de metas cumplidas, aplausos, éxito y una familia propia. Me sumí en el silencio y me hice una promesa sagrada: algún día regresaría a mi Colombia para ser reconocida por mi gente. Con esa premisa seguí adelante; mi cuerpo era un solo latido, fuerte, lleno de ritmo, el ritmo que genera la danza entre las ilusiones y los miedos.
En el camino aprenderás a decir adiós.

No sueñes con tener alas si tienes miedo a volar.
ALESSANDRO MAZARIEGOS
Cuando el avión se elevó, unas lágrimas rodaron por mis mejillas, y mi corazón, que ya estaba partido, quería estallar en mil pedazos de lo fuerte que latía. Casi toda mi historia pasó por mi mente. Recorrí cada experiencia vivida junto a los míos; lo feliz que realmente había sido en esos años; lo que admiraba a mi madre; cómo me llenaba de inspiración y fuerza recordar su entereza y su capacidad de amor hacia mí y mis hermanos; todo el apoyo que me había brindado desde el momento en que quise ser cantante; recordé con una sonrisa el día en que se sentó bajo un árbol y dijo llorando: “Solo falta que venga y me orine un perro”. No me vas a creer, el perro llegó y ¡la orinó! Tantos recuerdos y tanto llanto hicieron que el cansancio me venciera y al rato me quedé dormida para comenzar a vivir el más grande de mis sueños.
Esa imagen de mi mamá frente a tantos problemas estuvo presente en ese profundo sueño. Sobre todo aquella en el cementerio, apretando su carterita contra su pecho. Yo me descubrí haciendo lo mismo, apretando mi cartera, con esos documentos que tanto me costó conseguir, mis cien dólares, que eran todo mi capital después de dejar dinero en mi casa. Si mi mamá había podido salir adelante ante lo imposible que parecía la muerte de mi papá y sus padres en menos de tres meses, yo tenía que ser capaz. Eso me lo repetía una y otra vez. Yo tenía que ser capaz, y hoy sé que lo que te digas a ti mismo influye muchísimo a la hora de conseguir lo que quieres, e incluso para sanarte interiormente. Tú tienes que ser tu mejor amigo y luchar contra ese enemigo que llevas dentro y que eres tú mismo, ese al que los toltecas llamaron el parásito.
Llenar mi mente de metas concretas me hacía mantenerme enfocada, ir para adelante, avanzar sin temor alguno y sin escuchar a mi corazón que latía sin parar por un simple miedo que me atormentó durante mucho tiempo: el miedo a la soledad. Pero ni siquiera eso podía detenerme. Bueno, es un decir, porque el avión estaba en el aire y ya ni modo de decir: “Piloto, pare; aquí me bajo”.
Busca siempre recuerdos que te inspiren y te sirvan de motor para avanzar.
Cuando pasó la azafata ofreciendo algo de beber desperté y pedí un whisky porque quería celebrar que ya me sentía grande, independiente, y con alas para volar, pero en el fondo lo que tenía eran muchos nervios. En los asientos junto al mío estaban dos hombres que cuando vieron que pedí el whisky también pidieron uno y empezamos a platicar. Con la misma a la que le habían dicho que no hablara con nadie. Entablamos una conversación boba; preguntas tontas y nada más pues me habían prevenido tanto que procuraba no hablar mucho, algo que para mí era muy difícil. Me encantaba hablar, lo que corregí, pues en aquella época tomaba el micrófono y no lo soltaba. Todavía lo hago, pero ya no tanto.
Al ir acercándonos a México no podía con el asombro al ver la magnitud de ciudad. Qué inmensidad, y aunque estaba extasiada viendo ese mar de luces, me preguntaba dónde iba a caer Margarita. Desde que vi las luces de las primeras casas hasta el momento en que llegamos al aeropuerto se me hizo eterno. Al ver los edificios y las calles que casi podía tocar con mis manos si hubiera podido abrir la ventana, pensé que ya había llegado el tiempo para materializar tantos sueños que tenía guardados y sentí miedo.
“Márgara, ¡vamos pa’ lante!”, me dije.
Bajé del avión lo más rápido que pude y traté de no hablar con nadie. Efectivamente, al llegar a Migración lo primero que me preguntaron fue de dónde venía, y al contestar que de Colombia me pusieron en una fila especial. No sabía si conservar mi entereza o demostrar que me temblaban las piernas del susto; creo que todos esos momentos me enseñaron a manejar mis emociones.
Dentro de ti habitan el control y el descontrol.
En esos años ser colombiano era terrible; todo el mundo te preguntaba: “¿Y la coca?”. Hoy también lo es, por eso uno de mis orgullos es decir: “Soy colombiana”, con amor, y jamás haber negado a mi país. Antes de tomar la decisión de venir a México, en la televisión habían pasado un documental sobre cómo eran tratados los colombianos en las fronteras. Desgraciadamente, Colombia era conocida por el tráfico de drogas y la guerrilla. Más tarde, cuando empecé a viajar a otros países sentí la diferencia por ser de mi país.
Ya me habían hablado de que lo revisaban a uno de una manera no muy decorosa y humillante, pero como dije al principio, siempre ha estado conmigo una fuerza que me hace sentir que tengo suerte, y ese día, mientras avanzaba por esa fila, esa fuerza se manifestó. A mí no me revisaron y pasé Migración derechito, con un: “Bienvenida a México”. Ahora el problema era quién había ido por mí y cómo lo iba a reconocer. Lo peor era que había perdido la dirección del hotel, así que rogaba a Dios que no me desamparara.
En cualquier camino en esta vida es importante aprender a manejar las emociones, sobre todo si somos conscientes de que en nuestro interior siempre hay una guerra entre ese parásito mental lleno de miedo y nuestro ser verdadero que nos dice que todo estará bien. A todos nos pasa, y esas emociones, cuando no están bien manejadas terminan ocasionando estragos y muchas veces creando situaciones que nos generan dolor, enfermedades y ratos llenos de angustia y desesperación. Vuelvo a insistir en la importancia de lo que te digas a ti mismo, de autotranquilizarte y de confiar en que lo estás haciendo bien, y en que al final todos los caminos se abren cuando tu destino se ha trazado desde el corazón.
Manejar las emociones implica reconocerse a uno mismo con amor, tenerse compasión y fe. Si no crees en ti, no esperes que nadie más lo haga.
Todo forma parte del camino: la noche, el día, la montaña, el valle. Todo.
Afortunadamente fueron por mí al aeropuerto y nos dirigimos al hotel; yo miraba todo por la ventana del automóvil. Para mí todo era impresionante. Una ciudad majestuosa, un mundo por conquistar. Mi sueños a flor de piel. La adrenalina a mil. Me llevaron a un hotel de paso que yo no sabía que era de paso porque no los conocía. A mí me pareció un hotel normal porque tenía un restaurante. Mi cuarto quedaba hasta el fondo del pasillo y el del director de la orquesta estaba pegado al mío. Él estaba con su esposa, lo que en cierta forma me hacía sentir tranquila y acompañada.
Todo era nuevo para mí, todo estaba por descubrir. Cuando entré a la habitación y cerré la puerta no puedo describir lo que me causó el silencio. Cuando vi la cama king size me sorprendí muchísimo pues nunca había visto una cama tan grande y menos para mí sola. Pasé muchas noches sin poder dormir escribiendo poemas y viendo películas. Veía hasta diez películas en una noche. El reto era controlar el ruido interior que me aturdía y me llenaba de ideas que generaban caos dentro de mí. Cuando estás solo y callado empiezas a escuchar esa voz que habla las 24 horas del día y que no se calla nunca. Una voz que habla, habla, habla y habla al punto de que llega a enloquecerte. Tus miedos convertidos en demonios, el pinche parásito.
Total, estaba ahí, en el país de mis sueños, empezando a tejer mis esperanzas y a dar mis primeros pasos por el camino que tanto había anhelado recorrer. Tenía que hacerlo pese a los miedos, las preguntas, las dudas, la incertidumbre. Tenía que hacerlo. Dar siempre un paso adelante, nunca atrás, cumplir mis promesas, llenarme de valor y mantenerme en pie pasara lo que pasara.
Y pedirás y se te dará. Esa es la regla de oro.
México, DF, octubre de 2014
Querida Margarita:
No sabes lo que ha significado escribir este libro. Me ha llevado a pensar en ti una y otra vez, a verte, sentirte y recordar cada detalle de lo que ha sido tu vida, o nuestra vida, porque aunque uno nunca se detiene a pensar en esos detalles, ahora estamos aquí, la adulta y la niña, juntas. Hoy soy la que alguna vez soñaste que serías y por eso me parece tan importante escribirte y decirte muchas cosas que salen de mi corazón. Quizá la más importante Margarita: ¡gracias!
Mirando el recorrido de nuestras vidas me cuesta creer que hayan pasado tantas cosas y yo siga aquí, viviendo en mi sueño, en ese sueño que decidí pintar lentamente, colorear y mostrarle al mundo. Yo no sé, si como dicen, la vida es eso, un sueño; tampoco sé si uno vuelva a vivir en este planeta. Nada de eso sé, y aunque escucho mil versiones, procuro no atarme a ninguna. Todas son inciertas.
Sin embargo, hoy me he permitido soñar nuevamente.
Ya sabes, es mi hobby, quizá mi vicio, quizá mi salvación. Soñar y crear imágenes en donde le robo a la vida un poco de fantasía y felicidad que luego me permiten acariciarlas. Todo en esta vida se termina materializando, tarde o temprano, cuando lo creamos desde el corazón.
Pienso, por ejemplo, que si volviera a nacer me gustaría encontrar en algún rincón de la buhardilla una hoja de ruta que me dijera cómo es la vida, o cómo es el camino que se tiene que recorrer para alcanzar nuestros sueños. Margarita, eso sería maravilloso; aunque también pienso que quizá no lo seguiría pues a los seres humanos nos estimula el riesgo y el deseo de experimentar la vida de diferentes maneras. Pero es mejor tener la opción. Hoy estoy más que convencida de que nos pasamos el tiempo pidiendo la seguridad pero la seguridad nos aburre pues nos quita la posibilidad de enfrentar la incertidumbre y volvernos creativos. Por eso hoy bendigo la incertidumbre y bendigo cada uno de los momentos que vivimos en ella.
Al escribirte esta carta quiero decirte muchas cosas que tengo guardadas y que siento que es el momento de que las sepas. Es posible que en cada una de esas cosas encuentres esa hoja de ruta de la que estoy hablando, la misma que yo he recorrido y me ha traído hasta ahora.
Quiero que sepas que un niño tiene en su mente la sabiduría que necesita para enfrentar la vida, y que aunque muchos terminan olvidándola por la influencia de los demás, esa sabiduría está ahí. Hoy reconozco tu sabiduría, tu creatividad, tu valor, tu fuerza. Los niños saben de la vida más de lo que nos imaginamos. Por eso quiero que sepas que valió la pena escuchar a tu corazón de niña, ese que me quiso revelar siempre el gran misterio: en esta vida todo es posible. Todo. Ese que no está contaminado con tantas creencias y tantos miedos. Ese que es capaz de armar castillos en el aire e irse a vivir en ellos. Hoy que te veo aparentemente lejos por la ilusión del tiempo sé que fuiste la niña que tenías que ser. Ni más ni menos. Que tuviste la familia que tenías que tener. Que naciste en el lugar que tenías que nacer y viviste las cosas que tenías que vivir. Por eso te reconozco, te bendigo y te agradezco haber sido la niña que fuiste.
Hoy de adulta me basta con cerrar los ojos y sé que latido a latido mi corazón me anuncia lo que tengo que hacer, de la misma manera que lo hacía cuando tenía tu edad.
Si pudiera regresar el tiempo y darte un consejo te diría que no te apures en crecer, Margarita, porque ese es un error frecuente del que con el tiempo nos arrepentimos, pues nos roba la posibilidad de estar en el presente y disfrutar las cosas que nos trae cada día. Ahora que he recordado tantas cosas que vivimos en nuestro hogar, se me antoja haberme quedado un poco más de tiempo ahí; es más, me gustaría no solo regresar sino poder detener el tiempo y quedarme abrigada junto a mis padres y mis hermanos en momentos eternos.
Uno quiere vivir rápidamente porque niega su entorno, porque se compara, porque se olvida de que nos fue dado exactamente lo que necesitábamos para nuestro paso por este mundo. Sé que cuando tenía tu edad muchas veces vi la pobreza de frente, y eso me marcó, pero ahora entiendo que esa pobreza no era más que un concepto que con el tiempo se puede cambiar, porque ni la pobreza ni nada dura para siempre; entonces, no tiene sentido angustiarte. La vida está llena de conceptos, de creencias y de leyes a las que elegimos darles valor sin cuestionarlas. Pues bien, hoy te diría, pequeña mía, que simplemente observes, sin juzgar, sin querer huir, sin querer evadir lo que la vida te está presentando. Que te repitas esa frase mágica que ahora yo me repito tantas veces: todo está bien, todo es perfecto.
Pero mi intención al escribir esta carta no es juzgarte por lo que fue tu infancia, o por las muchas veces que quisiste que el tiempo pasara deprisa para dejar atrás todo aquello que te generaba incomodidad. No, esa no es mi intención, pero sí quiero decirte que ese vacío que dejan los juicios que emitimos sobre nuestro mundo ya no tiene por qué estar ahí, porque ahora con el camino recorrido sé que lo que vivimos era exactamente lo que tenía que ser. Margarita, todo estuvo bien. Ven junto a mí, siéntate en mi regazo de adulta y permíteme darte un abrazo para decirte al oído: “Todo estuvo bien. Nada fue bueno, nada fue malo, todo fue perfecto”.
Quiero hacerte un pequeño listado de las cosas que en esta primera etapa de mi vida aprendí:
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1. |
Naces en el lugar donde tenías que nacer. Ese lugar es perfecto pues te brinda todo lo que necesitas para emprender tu viaje por este mundo, en donde aprenderás muchas cosas, pero la más importante de todas: a fluir. Por lo tanto tus padres, tus hermanos, tus amigos y todo tu entorno estarán diseñados para entrenarte en esa que es tu misión, fluir. Quizá te tome mucho tiempo, pero con el paso de los años lo lograrás. |
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2. |
En tu corazón tendrás la semilla de tus más grandes sueños. Por lo tanto, es importante escuchar lo que te quiere decir ese corazón. Él te marcará siempre el camino, te dirá cuál es tu destino y qué será lo que lo haga vibrar siempre. |
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3. |
Nadie te puede dañar; si vives una semana, un mes, un año o muchos años, esos son los que tenías que vivir. Ni un día más ni un día menos, así que no hay por qué tener miedo. Todo se da porque se tiene que dar, por lo tanto todo está bien. |
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4. |
Los primeros años de tu vida se parecen mucho a los años que pasas en la escuela. Vas a que te den un listado de conceptos, definiciones, reglas, etcétera. No todas son ciertas; es más, la gran mayoría no son ciertas. Quizá te sirvan para vivir en el mundo en el que te correspondió vivir, pero vale la pena cuestionarlas, vale la pena preguntarte si quieres creer en ellas o, si por el contrario, eliges cambiarlas. |
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5. |
No hay errores cuando lo que haces lo haces siguiendo tu intuición. No tienes que hacer lo que los demás digan; por ello necesitas preguntarte siempre qué es lo que tú quieres. |
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6. |
Los adultos son niños grandes. Inexpertos tratando de parecer expertos. Ellos también improvisan la vida. No tiene sentido juzgarlos. Con los años te darás cuenta de que hicieron lo que podían hacer con las herramientas que tenían para hacerlo. Igual que lo hace cada uno de nosotros al crecer. Todos improvisamos la vida. |
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7. |
En la vida tienes dos opciones: resignarte a vivir para tener contentos a los demás, o preguntarte qué te hace feliz y procurarte esa felicidad. La segunda opción siempre será la mejor. |
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8. |
Todo lo que seas capaz de crear en tu mente terminarás viéndolo materializado. No hay imposibles, a menos que creas en ellos. |
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9. |
Es posible que te tardes encontrando la respuesta a tantos porqués que se te presentan en la vida, pero al final la propia vida te lo va a responder de la misma manera: porque así tenía que ser. |
Quiero, además, decirte que nada de lo que en su momento consideramos malo lo era realmente. Todo estuvo ahí para decirme: “Eres más fuerte que esto. Tú puedes. Saca tu valor y utiliza tu fe”. Todo, absolutamente todo, Margarita, estuvo bien y me empujó hacia adelante. Por lo tanto, no hay deudas pendientes, recibiste exactamente lo que tenías que recibir y diste exactamente lo que tenías que dar.