Le llaman Diosa

Era una tarde de calor en la Ciudad de México. Acababa de salir del canal de televisión para el que estaba trabajando y me entretenía mirando los coches en Tlalpan. Tantos coches al mismo tiempo, tanto caos. A veces sentía ganas de hablar con el chofer que me habían asignado pero mis conversaciones eran preguntas sobre la vida cotidiana.

–¿Quién es Margarita? –pregunté sin dejar de mirar por la ventana del coche a unas mujeres que llevaban a sus hijos atados al cuerpo con un rebozo.

–¿Cuál Margarita?

No hablamos más, pero me conozco como a la palma de mi mano y sé cuando le entrego al universo un sueño. En ese momento ese sueño comenzó a nacer y quise escribirlo. Conocer cómo una mujer que sale de Colombia con su maleta cargada de ilusiones logra abrirse camino y ganarse el corazón de millones de personas entregándoles lo que más le gusta hacer: cantar.

Los días pasaron, y un día, por intermedio de Alissandra, una amiga en común, a la que le decimos la Negra, pude conocerla. Al principio fue curioso pues me encontré con la mujer de la vida cotidiana. De mirada un poco tímida pero a la vez analítica. De esas que te ven de los pies a la cabeza mientras se hacen mil preguntas sobre la persona que tienen enfrente. A mí desde el principio me interesó escucharla y que me contara cómo había hecho realidad ese sueño que ahora acariciaba.

Recuerdo que regresé a mi casa cargado de discos, y que me puse a escucharlos uno a uno. Una y otra vez repetía que la historia de esa mujer debía ser oro molido para los soñadores. Nunca pensé en escribir un libro al respecto, pero quizá el universo lo interpretó, y así, sin darnos cuenta, ese cruce de caminos cobró sentido en las páginas de este libro que ahora tienes en las manos.

Al principio fue ella quien me dijo que quería escribirlo; después me tomé mucho tiempo para preguntarme una y otra vez si realmente quería hacerlo, porque paralelamente a mi trayectoria en televisión, he ido desarrollando una carrera como autor de libros de autoayuda y no quería truncarla. La respuesta a mis análisis fue un sí contundente. Un sí que me costó decir, pero que además me exigió llenarme de una gran humildad para ser capaz de trascender a la Margarita que veía y comenzar a ver a un personaje de una historia mágica. Primero vino a mí la imagen de una niña gordita con una guitarra. Esa niña fue la inspiración, el principio. La que me dijo: ““Sí, puedes hacerlo y valdrá la pena”.

Entonces empecé a buscar la manera de estar cerca de ella; de acompañarla en algunos de sus shows; de estar en su casa y de compartir desde las cosas pequeñas hasta las más importantes de su vida, como su amor por su familia, por Marina, su madre, a la que idolatra, y su pasión por la cocina y la comida.

En ese proceso nos fuimos haciendo amigos, y como los amigos, peleamos, discutimos, abandonamos el proyecto y casi lo mandamos al cuarto de los abandonados. Pero ella tiene algo que muy pocas personas poseen y que es una intensidad frente a sus proyectos que no tiene límite. Cuando yo ya creía olvidado el asunto me decía con el mayor descaro: “Y mi libro, ¿para cuándo?”.

Y así fue pasando el tiempo; la vi en el escenario y pude romper esa barrera que había entre la Margarita que encontraba en la casa y la Margarita que brillaba en el espectáculo. En Acapulco me ocurrió algo curioso en una de sus presentaciones. Apareció en el escenario frente a una multitud enloquecida con sus canciones y el aire del lugar comenzó a mover su pelo, su vestido, y todo se tornó tan mágico que entonces entendí por qué le decían la Diosa. Tiene el poder de transformarse, y al hacerlo, transformar los corazones de quienes la están viendo. Son dos, la mujer de la casa y la Diosa del escenario.

Si tú que lees este libro tienes un sueño entre manos, aquí tienes una luz que alumbrará tu camino. Solo tienes que preguntarle a tu corazón si realmente lo quieres hacer realidad y dar el primer paso, porque cuando un sueño aparece en nuestro corazón es porque es real y solo tenemos que ir a su encuentro para abrazarlo.

Héctor Forero López