1. Un tipo peculiar

El 21 de mayo de 1940, un general alemán, de corta estatura pero gran disposición de ánimo, agotado por el viaje, llegaba a Abbeville y fijaba la vista en el canal de la Mancha. Al final de aquel «día destacable», tal como él lo describió, se deleitó momentáneamente en un sueño hecho realidad: dentro y alrededor de los límites de la ciudad, los cuerpos del ejército de su creación, armados con vehículos blindados, tomaban indiscutible posesión de la ciudad, por derecho de conquista, y culminaban de este modo una actuación única en la historia militar. Sin apenas interrupción, las tropas acorazadas alemanas habían logrado abrirse paso por la intrincada región de Las Árdenas, abrir una brecha en la línea fortificada del río y derrotar en su mayor parte a las mejores tropas del enemigo, y todo esto dejando un rastro de destrucción a su paso. Todavía bastante enteros, se habían encontrado con un Abbeville que apenas había opuesto resistencia, dado que, tras un avance de casi 400 kilómetros en once días y por la simple velocidad de su progreso, habían dejado atrás a las fuerzas del enemigo. Los ejércitos franco-británicos y belgas, que los alemanes habían dejado abrumadoramente atrás, se descomponían a su paso; el resto de los puertos del Canal estaban prácticamente desguarnecidos, listos para ser tomados, y las fuerzas aliadas más hábiles que todavía conservaban una medida de cohesión únicamente podían mirar adelante, horrorizadas por la certeza de que estaban a punto de ser rodeadas.

El General der Panzertruppe1 Heinz Wilhelm Guderian se encontraba en el punto álgido de su carrera. A un coste insignificante, mediante el uso de apenas tres divisiones y la ayuda ocasional de externos como la fuerza aérea, Guderian había sumido a los aliados franco-británicos en el más completo caos, consiguiendo en cuestión de días lo que el Ejército alemán entero no había sido capaz, con un coste sin precedentes, en los cuatro años de guerra anteriores a 1918. En este proceso, dicho oficial general fue elevado al mismo rango de eminencia que Gustavus Adolfus, por haber creado un concepto y un arma verdaderamente revolucionarios en tiempos de paz y por haber llevado la idea a la práctica con éxito en la guerra; si bien la diferencia de autoridad entre el monarca y el oficial subalterno hacía su logro todavía más destacable. Las tropas que Guderian había creado estaban impulsadas por la velocidad unida a la protección armada de sus hombres, y las divisiones acorazadas que él dirigía estaban dominadas por el tanque, un arma que apenas había demostrado su potencial antes de 1918. Pero el 21 de mayo de 1940, el avance sin tregua de los hombres de Guderian, quienes habían abatido a los ejércitos franco-británicos debido a su discreta e imparable selección de objetivos, también desconcertó a los estrategas de mente convencional del Estado Mayor, que fueron testigos en sus propios mapas del increíble despliegue de los hombres de Guderian y de la avalancha de informes que recibían por radio de la punta de lanza acorazada.

El Leutnant Heinz Guderian.

Sería un error creer que los oficiales del Estado Mayor se habían quedado atrás en la investigación de adelantos militares; durante generaciones, una de sus máximas preocupaciones había sido la aplicación de nuevas tecnologías y técnicas dirigidas a la toma de decisiones rápidas en la batalla, con el objetivo de resolver problemas políticos mediante guerras cortas. Con la perspectiva de una guerra corta, los retoques finales para el diseño ideado para las tropas acorazadas estuvieron marcados por la paradoja. Los líderes más prudentes refrenaron a Guderian por miedo a que se excediera en un momento en el que un avance más rápido hubiera supuesto el cerco completo del enemigo. A los aliados se les permitió, finalmente, escapar por Dunkerque. Sin embargo, la reacción de la jerarquía alemana ante el éxito de Guderian fue de euforia. El Generaloberst2 Alfred Jodl, Chef des Oberkommandos der Wehrmacht (OKW),3 recordaba de este modo la reacción del jefe de Estado y comandante supremo Adolf Hitler: «no cabía en sí de la alegría y preveía la victoria y la paz». Francia, no en vano, terminaría cayendo, pero el triunfo era incompleto, puesto que los británicos, alentados por la huida de su ejército, se negaron a abandonar la lucha: los tanques no podían cruzar el canal tan fácilmente, y sus aeronaves, a diferencia de los ejércitos, no podían tomar decisiones por sí mismas. El triunfo del método de Guderian ahora actuaba como desencadenante de la tragedia. Dada la obtención de semejantes resultados mediante la aplicación de una fuerza comparativamente mínima, Hitler y los exaltados miembros de su séquito llegaron a albergar la creencia de que nada podía vencer el poder de sus tanques y de las fuerzas aéreas. Llegado el momento, los tanques alemanes dejarían su rastro en el resto del territorio europeo, y llegarían hasta Rusia y las costas del norte de África. Pero jamás volverían a desencadenar la destrucción de una gran nación junto con su ejército. Guderian se podía aplicar la misma lección que había aprendido estudiando las tácticas empleadas contra Alemania en 1918. En 1940 se reveló un desequilibrio militar colosal e inesperado en el campo de batalla, algo que debía ser corregido.

La carretera que llevaba a Abbeville se extendía más allá del punto en el que Guderian se había incorporado. Como prusiano, se le identificaba con la tribu que en la Edad Media habitaba la región entre los cauces de los ríos Vístula y Nieman, y cuya expansión gradual después de 1462 reflejaba la natural reacción de un pueblo durante mucho tiempo dominado bajo estricto mando polaco. Sin embargo, la familia de Guderian, de presunta ascendencia holandesa o, menos probable, escocesa, tenía poco que ver con la profesión militar: eran terratenientes y profesionales que, como la gran mayoría de los Junkers, carecían de grandes riquezas. Los únicos antepasados militares a los que Guderian podía apelar eran por parte de madre, Emma Hiller von Gaertringen. De los Hiller había surgido una serie de generales prusianos que lucharon con Federico el Grande en las guerras revolucionarias contra Francia. Rudolf Freiherr Hiller von Gaertringen fue un capitán de caballería involucrado en la debacle de 1806 y que, más tarde, como comandante del Landwehr de Neumark, se distinguiría en su servicio en la campaña de 1813 contra los franceses y en la batalla final contra Napoleón en Waterloo, en 1815. En 1861, un Hiller von Gaertringen fue el capitán de caballería encargado de supervisar la marcha sobre Berlín en apoyo del Estado Mayor contra la Dieta.

La familia Guderian enseguida se encontró a gusto en su papel de seguidora civil del militarismo prusiano incipiente, un culto que florecería como una Esparta moderna bajo la llamada del salvador del Ejército después de 1806, Gerhard Scharnhorst, y sus distinguidos seguidores, Carl von Clausewitz, Albrecht von Roon y Helmuth von Moltke, el Viejo. Estos hombres sobrevivieron a la relativa pobreza de la aristocracia Junker y aceptaron los preparativos militares y lo que el futuro jefe del Estado Mayor, Paul von Hindenburg, describiría como «austeridad». Llevaron a la práctica un patriotismo vinculante que tradicionalmente les permitía, por ejemplo, llevar a cabo un golpe de Estado contra el Gobierno, siempre y cuando el monarca no se opusiera.

El padre de Heinz Guderian, Friedrich, tomó el concepto de «austeridad» al pie de la letra. Murió joven, y dejó una viuda al cargo de seis hijos. La mujer se vio obligada a vender la finca familiar en Hansdorf Netz, Warthegau, para poder pasar más tiempo con sus hijos (hasta el día de hoy, los Guderian son una familia muy unida). Fue por voluntad propia por lo que el joven Friedrich se incorporó al Cuerpo de Cadetes en 1872, a pesar de tratarse de una iniciativa muy beneficiosa para la economía familiar. Fue en el periodo subsiguiente a la campaña más victoriosa de Moltke, justo cuando la fuerza armada prusiana era una autoridad suprema y Moltke estaba sumergido en el desarrollo de innovaciones técnicas. La antigua nobleza se declaraba contraria a ello, y Friedrich Guderian encajaba perfectamente en el plan de Moltke de disolver la nobleza militar mediante la inclusión de las clases medias para cubrir vacantes en las secciones técnicas. En 1872, sólo dos tercios del Estado Mayor General poseían títulos nobiliarios, mientras que el porcentaje de oficiales de clase media en el Ejército aumentaba sin cesar (sobre todo en las secciones técnicas y entre los ingenieros, de los que se solía bromear diciendo: «Un hombre baja peldaño tras peldaño hasta convertirse en ingeniero»).

Friedrich Guderian acabó siendo soldado de infantería ligera, un Leutnant (subteniente) del batallón Jäger n.º 9, en un ejército en el que la caballería gozaba de la mayor consideración social, seguida de la infantería de guardia, la infantería ligera y la artillería. La infantería ligera, como la caballería, eran las unidades de movimiento más veloces de unas fuerzas armadas claramente influenciadas por la idea de Moltke de que, en la guerra, la victoria era el resultado directo de una acción ofensiva y de una fuerte movilidad. Al volver del ejército, ajeno a las nociones tradicionales de cómo debían hacerse las cosas, Friedrich acogió los nuevos cambios sin acritud, y se mostró poco sorprendido ante sentencias «moltkesianas» del tipo: «No más fortificaciones, construye ferrocarriles». Llegado el momento, Friedrich supo transmitir a sus hijos soldados esta radical apertura de mente.

El año 1888 fue de vital importancia para Friedrich Guderian, del mismo modo que para Alemania. En octubre de 1887 se casaba, y el 17 de junio del año siguiente, él y su esposa, Clara, eran bendecidos con el nacimiento de su primer hijo, Heinz. Dos días antes, el 15, el emperador Guillermo II llegaba al trono; el nuevo monarca no tardaría mucho en promover la polémica Weltpolitik (política mundial), que acabaría sustituyendo a la política estadista del canciller Bismarck.

Sería un error sugerir que Alemania vivía en un ambiente de guerra en la década de los años noventa del siglo XIX, a pesar de que Francia ardía en deseos de venganza después de 1871 y de que en los astilleros se llevara a cabo una tentativa de desafiar la supremacía naval británica. El comercio alemán estaba en proceso de expansión, y las bulliciosas zonas industriales y los síntomas de prosperidad en las principales ciudades, además de los progresos en la educación de masas, empezaban a sustituir a la antigua austeridad. La nueva política del Gobierno había implicado escasos cambios en los Guderian, que llevaban una vida rutinaria, propia de todas las parejas de recién casados que formaban parte de la sociedad privilegiada. Fritz, hermano de Heinz, nació en octubre de 1890, y al año siguiente la familia se trasladó a Colmar, en Alsacia, donde permaneció hasta 1900, cuando el padre fue destinado a Saint-Avold, en Lorena.

Para entonces, Heinz y Fritz habían decidido convertirse en oficiales del Ejército, elección que contaba con la completa aprobación de su padre, cuyos deseos al respecto apenas podían ser puestos en duda. En Saint-Abold no había internados adecuados, mientras que en las escuelas de cadetes en Alemania como los Real Gymnasium se impartían asignaturas modernas (Francés, Inglés, Matemáticas e Historia). De 1901 a 1903, Heinz y Fritz asistieron a la Escuela de Cadetes de Kalsruhe, en Baden, y en 1903 Heinz fue trasladado a la Escuela de Cadetes Superior de Gross Lichterfelde, en Berlín. Su hermano también acabaría asistiendo a ella.

En esta escuela caerían bajo el influjo de la disciplina prusiana en su forma más apremiante y sofisticada. En oposición a lo ridículo de las manifestaciones externas de su régimen militar —las rígidas nimiedades de la instrucción, la vestimenta y la formalidad—, a Heinz y su hermano se les inculcó una filosofía y actitud insuperable; una flexibilidad desconocida para los que concebían el prusianismo sólo en su forma inflexible. Paralelamente a la uniformidad de aplicación y básicamente en favor de los oficiales, estaba el reconocimiento del derecho y la conveniencia de expresar opiniones inflexibles llegado el momento de acatar una orden. Por lo tanto, los cadetes eran instruidos para acatar la autoridad, pero sólo después de que se hubieran agotado los argumentos. Debe observarse que esto no dista mucho de los métodos empleados por la mayoría de los ejércitos. Más bien al contrario: la mayor parte de ellos habían copiado el sistema prusiano y la diferencia era, fundamentalmente, de nivel. Era la rigurosidad de los alemanes lo que hacía que sus enemigos, avergonzados, temieran y odiaran su modo de ejecución superior. En un principio, Guderian parecía estar de acuerdo con el sistema: sus reservas acerca del espíritu se revelarían más tarde adecuadas para adaptarse a situaciones difíciles. La flexibilidad de respuesta siempre estuvo más cerca de su modo de pensar y obrar. Jamás se rebeló y sus informes mejoraban a medida que progresaba y empezaba a desarrollar el entusiasmo por aquellas asignaturas que le fascinarían durante toda su vida. Por lo general, solía figurar entre los primeros de la clase. En Recuerdos de un soldado recordaba a sus instructores y a sus profesores en Gross-Lichterfelde «con el mayor agradecimiento y veneración». No ocurre lo mismo con sus instructores de la Academia Militar de Metz; de ellos, en 1907, escribe: «El sistema no es el adecuado para personas ambiciosas, sino para el hombre medio. Es aburrido». Y añade que sus superiores le causaron una impresión más bien desfavorable. De modo similar, de lo escrito acerca de él a final de curso se infiere que tampoco había causado una gran impresión a sus superiores, quienes dicen de él que era cumplidor y miraba hacia el futuro, que era ambicioso, honorable, buen jinete, tenía un carácter fuerte, estaba «muy involucrado en su profesión y era muy serio». Irónicamente, obtuvo malos resultados en su examen final, al optar por una postura de defensa en lugar de la solución recomendada de ataque.

En febrero de 1907, para su inmensa satisfacción, Guderian fue destinado a Bitche (Lorena) como Fähnrich en el batallón Hannoverian Jäger (batallón de cazadores hannoveriano número 10), por aquel entonces bajo el mando de su padre, un comandante «admirado y temido por su familia y por el batallón». En enero de 1908 fue ascendido a Leutnant y llevaba la típica vida de un joven oficial al que le gustaban los animales: era hábil montando, salía a cazar y le interesaban las armas; también desarrolló su afición por la arquitectura y la naturaleza, además de apreciar el teatro y el baile. Pero la música lo desafiaba: tenía un oído pésimo y le habían expulsado del coro de la escuela de cadetes por desafinar. Quizá sea un dato significativo. Su diario revela una incipiente crítica del sistema y un sano escepticismo del que hicieron gala muy pocos de sus contemporáneos. En él trata del estudio de la historia militar: dotado de una sorprendente retentiva, Guderian citaba de memoria fragmentos de obras clásicas y militares. El diario también incluye ejercicios para el batallón que estaba bajo la dirección de su padre, del que aprendió tanto: «procuro imitarlo», escribió.

En las páginas del diario en el que registraba sus pensamientos, también plasma su obsesión con el significado de la amistad permanente. En julio de 1906, en un momento de soledad, escribió: «Los amigos me acusan de no pasar suficiente tiempo con ellos. Si hubieran sido más atentos, dicho distanciamiento no se hubiera dado. Ahora resulta difícil reparar el daño. Han perdido mi respeto. Me acusan de ser una persona introvertida […] pero formar parte de un grupo no es nada de lo que sentirse orgulloso». Y en noviembre de 1909: «Me gustaría tener un buen amigo. Mis camaradas son buenas personas, pero no conozco a nadie con quien contar incondicionalmente […] La desconfianza reina en todas partes». Un año más tarde abriga un atisbo de esperanza cuando se incorporan al batallón nuevos oficiales y deja de ser su miembro más joven: «Se están fraguando buenas amistades… Nuestros oficiales más jóvenes, entre ellos [Bodewin] Keitel, son muy agradables. El que tiene mayores aptitudes como soldado, entre otras cosas, es Keitel, creo». Ya se hacía patente que se encontraba más a gusto con sus subalternos que con sus superiores, un tema recurrente en el transcurso de su vida. Existen evidentes similitudes entre Guderian y los hombres que, en muchos aspectos, iban a tener un papel equivalente al suyo en el desarrollo de los métodos armados británicos: Percy Hobart y J. F. C. Fuller. Hobart mostraba un mayor «aprecio» por las artes y casi su misma dedicación profesional y sentido crítico, aunque era mucho más directo y brusco a la hora de defender sus puntos de vista. Si bien Hobart pasó los inicios de su carrera en un acuerdo tolerante con los estándares profesionales de sus compañeros oficiales, él pertenecía a los Engineers, un cuerpo de élite del Ejército británico. Guderian, por su parte, consideraba que la mayoría de los oficiales de infantería no demostraban suficiente interés por su profesión. A este respecto, demuestra similitudes con J. F. C. Fuller, también soldado de infantería ligera, quien se sentía mentalmente alejado de sus colegas oficiales: «un monje en un monasterio trapense, porque cuando el mundo que te rodea habla de las mismas cosas (zorros, patos y truchas) mañana, tarde y noche, en realidad parece que no esté hablando de nada». La invectiva de Fuller era tan ácida como acabaría siendo la de Guderian, y su vía de escape a la mediocridad de sus semejantes fue solicitar una plaza en el Instituto Superior.

En octubre de 1909, enviaron al batallón Jäger número 10 a Goslar, en las montañas Harz, uno de los parajes más bellos de Alemania, donde Heinz Guderian se enamoraría de Margarete Goerne. Las dificultades surgieron, sin embargo, cuando en diciembre de 1911 decidieron casarse. Gretel, tal como él solía llamarla, sólo tenía dieciocho años y su padre la consideraba demasiado joven para contraer matrimonio. Lograron convencer a Heinz para que dejara pasar un periodo de un par de años, aunque se comprometieron oficialmente en febrero de 1912. Concluyó que era injusto para él tener que permanecer en Goslar. Además, tenía la necesidad de recibir una formación técnica para ampliar la base de su conocimiento profesional. Había dos cursos de formación complementaria disponibles: uno sobre ametralladoras y otro sobre comunicaciones por radio. Friedrich, que había sido ascendido a Generalmajor a cargo de la Brigada de Infantería n.º 35, le desaconsejó las ametralladoras «porque tienen poco futuro». Él veía posibilidades de futuro en las comunicaciones, sobre todo en los nuevos sistemas inalámbricos que habían cobrado importancia a finales de siglo y con los que la tecnología alemana se había puesto a la cabeza. Su hijo estuvo de acuerdo. El 1 de octubre, Heinz se incorporó a la compañía de radio del batallón de Telégrafos n.º 3 en Coblenza, donde iniciaría el trabajo que terminaría por llevarlo a la culminación de todos sus logros.

El año siguiente —y la década siguiente— depararía una gran actividad a Guderian. El tiempo pasaba volando porque su nuevo trabajo le absorbía por completo. Tal como él mismo describía:

Sin poseer experiencia en la comunicación por radio y estando al cargo durante un tiempo, además, del entrenamiento de reclutas, me sentía fuertemente abrumado por mis deberes militares. De acuerdo con las directivas del jefe del Estado Mayor, Cuerpo VIII […] los oficiales de la guarnición de Coblenza debían dirigir el curso preparatorio para la Kriegsakademie (escuela militar). La preparación era muy intensa… Además, los instructores dotaban a las clases de un espíritu de camaradería, algo que hacía que las relaciones sociales fueran muy agradables. El programa contemplaba el estudio de tácticas correspondientes al nivel de una brigada de infantería reforzada, artillería de campaña, ingeniería e instrucción en armas […] se dejaba a nuestro criterio la elección del método de aprendizaje de lenguas, geografía e historia.

En su debido momento, Guderian recibiría el título de intérprete de francés y hablaría inglés con fluidez. Su aplicación extrema le llevó a aprobar el examen de la academia a la primera, lo que le convirtió, con 24 años, en el oficial más joven de los 168 seleccionados para asistir a un curso de tres años que empezaba en la Escuela Militar de Berlín el 5 de octubre de 1913. Éste es un claro indicador de su madurez. Sin embargo, antes había otro asunto de gran prioridad que debía resolver. Los padres de Margarete cedieron ante la demostración de éxito de Guderian y consintieron en un matrimonio joven. El 1 de octubre se casaron. No en vano iba a ganarse el sobrenombre de Schnelle Heinz (Heinz, el Rápido). Por algo solía citar una de las máximas de Moltke: «Primero: considerar; luego: arriesgar». Guderian adquiriría renombre gracias a la yuxtaposición de métodos contradictorios; una mezcla de estudiada contemplación e impulsividad. De todos modos, su matrimonio fue un paso profundamente meditado y de vital importancia. Margarete, de naturaleza pacífica y tranquila, se ajustaba perfectamente a los cambios de humor y a las aspiraciones de Guderian, constituyendo el complemento ideal para un joven oficial que ya era conocido por su desbordante energía y aterradora impetuosidad. De ella escribió que era la «compañera perfecta», y su hijo mayor me confesó que fue absolutamente fundamental para su esposo. De hecho, la necesidad de Guderian de una compañera y de un jefe del Estado Mayor serenos acabaría siéndolo también del Ejército alemán, a medida que su carrera progresaba. De mayor importancia eran las ambiciones que se iban despertando en Margarete, que, con el tiempo, llegó a creer en el gran destino de su esposo, y cuya influencia sobre él, como veremos más adelante, no sólo estaba dirigida a darle ánimos, sino a guiar sus pasos por aguas seguras cuando, en momentos tempestuosos, su marido amenazaba con mandarlo todo al traste. La misma boda daba pistas acerca de su futuro; a ella asistió el admirado Bodewin Keitel (primo segundo de Margarete), cuyo hermano, Wilhelm, acabaría siendo el principal oficial del Estado Mayor de Adolf Hitler. La presencia de ambos Keitel marcaría el destino de Guderian en los años que estaban por llegar.

En la academia militar, se agregarían más personajes al drama de la vida de Guderian. Entre sus contemporáneos se hallaba Erich von Manstein, quien comprendería mejor que nadie la filosofía y los métodos que, más tarde, acabarían siendo predicados y llevados a la práctica por Guderian. El miembro más joven de la junta de directores era el Oberst Graf Rüdiger von der Goltz, quien, de acuerdo con Guderian, ejerció una influencia educativa más profunda en los jóvenes oficiales que el propio director: seis años más tarde, la influencia de Von der Goltz en su antiguo alumno se haría evidente. En el primer año de universidad, aquél se ocupaba de mejorar el conocimiento general de los estudiantes. Guderian sostiene que Tácticas era la asignatura principal junto con Historia Militar: «Con especial importancia en la apertura de la campaña en 1757, con el avance de Bohemia en grupos separados y su ulterior unión en la batalla de Praga. La campaña de 1805 era lo siguiente que se solía discutir».

El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo, el 28 de junio, supuso el fin del estudio del pasado, y sumió el futuro en un estado de confusión e incertidumbre. En aquel momento, Guderian, junto con el resto de asistentes al curso de infantería y caballería, se encontraba de servicio en el campo de la artillería durante un periodo «lo suficientemente largo como para garantizar que los estudiantes adquirían un dominio verdadero». El Ejército alemán siempre había sido un defensor del trabajo práctico, incluso también en la ausencia de una guerra propia, a pesar de su afición por la elaboración de teorías. Ahora la guerra que el emperador Guillermo II había provocado se les echaba encima y sus teorías no tardarían en ponerse a prueba.

El 1 de agosto se declaró la movilización, y el curso en la academia militar se disolvió antes de que Guderian pudiera finalizar su formación complementaria; se le ordenó que se incorporara a la unidad con la que iba a entrar en batalla. No era, sin embargo, el regimiento al que pertenecía su corazón, el batallón Jäger n.º 10. Como el último en el que había servido era el batallón de Telégrafos n.º 3, su lugar en el plan de movilización estaba en la Estación de Radio Pesada n.º 3, asociada a la 5.ª División de Caballería del I Cuerpo de Caballería, pertenecientes al Segundo Ejército. La guerra llegó en mal momento para la familia Guderian. Las tensiones políticas que habían asediado Europa durante la década anterior no eran nada comparadas con la presión desatada por la noticia de que Margarete esperaba su primer hijo para el mes siguiente.

Una estación de radio del Ejército alemán, en 1914, del tipo que comandaba Guderian.

Aunque no estuviera lo suficientemente preparado para esta tarea y, a pesar de que tenía la cabeza en su hogar, es dudoso que ningún otro militar de su edad estuviera mejor entrenado que él. Había formulado una filosofía a la que generalmente se adhería desde que se analizó a sí mismo antes de incorporarse al batallón. En el diario, al que le solía reservar reflexiones antes que hechos de su día a día, escribió en 1908:

Soy un tipo peculiar. A veces me siento con ánimos y creo que todo va a ir bien y nada mal. Cuanto más se vive, más se da uno cuenta de que sólo son ilusiones. A veces las cosas pequeñas pueden causarme el mayor abatimiento. Quizás acabaré descubriendo la fuente de sabiduría que hace que todo sea fácil. Aunque no creo que sea bueno adquirir demasiada ecuanimidad porque entonces uno se vuelve descuidado.

Absorbido como estaba por las disciplinas esenciales del buen soldado —alto grado de patriotismo, un sentido estricto del deber y el honor, además de los trucos habituales del oficio—, en el proceso, particularmente en los ejercicios de campo, no redujo un sentido crítico agudo y audaz, que expuso tanto en su comportamiento como por escrito. A Guderian le resultaba casi imposible ocultar sus sentimientos personales, a pesar de que lo afilado de su temperamento solía ser objeto de bromas.

Durante unas maniobras en la primavera de 1913, tomó parte en una de las primeras pruebas de un destacamento de radio y señalización asociado a la 5.ª División de Caballería bajo el mando del Generalmajor Von Ilsemann. Adquirió una valiosa experiencia al tiempo que le invadía un sentimiento de desasosiego por el modo en que se habían desarrollado los ejercicios. A menudo no estaba al corriente con la división porque se daba muy poca importancia a esta parte de la sección en las operaciones proyectadas. Como resultado, el destacamento de radio carecía de órdenes y, muy frecuentemente, perdía el contacto. Guderian escribió un informe muy crítico que llegó al general, pero tal como él mismo observó: «desapareció entre los demás papeles de su mesa». El hecho era que el destacamento de Guderian no había sido capaz de dar el servicio para el que estaba capacitado, y todo debido a un movimiento excesivo e innecesario que había agotado demasiado a los caballos y a los hombres (en orden de prioridad, puesto que sin los caballos no se podían transportar ni la pesada radio ni sus baterías). Éste era el general bajo cuyas órdenes iba a servir en su primera campaña.

Las dificultades de cooperación entre el destacamento de radio y señalización y el puesto de control no se podían achacar al nivel de Guderian ni a este comandante en particular. El problema de base era la incapacidad para resolver malentendidos básicos entre un sistema de armas tecnológicas de infantería (como era la radio, sin lugar a dudas, aunque jamás se haya reconocido como tal) y las prácticas establecidas por el Estado Mayor, aunque éste era un tipo de problema asociado al inicio de cualquier arma nueva y poderosa, a pesar de las prácticas y opiniones reaccionarias o afianzadas.

En 1914, el sector de comunicaciones móviles de nueva creación no contaba ni con la confianza ni con la simpatía del Estado Mayor y, consiguientemente, se veía privado de información acerca de intenciones estratégicas, y su verdadero potencial se veía negado. Además, su superior no era un hombre muy reivindicativo. Como consecuencia, la planificación de servicios de señalización bajo exigencias operacionales estaba descuidada. El equipo era muy pesado e incapaz de operar sobre la marcha y muy difícil de sintonizar, por lo que era casi imposible alcanzar su mejor rendimiento en un proceso en que las estaciones móviles, como la de Guderian, estaban obligadas a establecer contacto con la estación central. Esto restaba demasiado tiempo a las unidades que estaban en contacto con el enemigo. El éter empezó a estar saturado de estaciones móviles que luchaban por establecer contacto con la estación central, que, a su vez, se quejaba de que no tenía suficiente tiempo para pasar información y órdenes a estaciones que cerraban cuando querían. La estación de control no comandaba las redes, y, a medida que crecía la intensidad de las operaciones, se daban más interrupciones en el sistema. Se creó una situación de caos y esfuerzos vanos a gran escala que hizo que las informaciones llegaran con retraso en los momentos críticos y en el orden incorrecto.

Todo esto constituyó la iniciación en la guerra de Guderian, en un momento en el que era muy influenciable.