EL FUTBOL Y LA GUERRA

Los italianos ganan partidos de futbol como
si fueran guerras y pierden guerras
como si fueran partidos de futbol
.
Winston Churchill, primer ministro
británico durante la Segunda Guerra Mundial

El futbol es un milagro
que le ha permitido
a Europa poder seguirse
odiando sin destruirse
.
Paul Auster, escritor estadounidense

Confieso que uno de mis placeres culpables es que lo que me gusta de los mundiales de futbol es lo mucho que se parecen a una guerra. A ellos asisten jubilosos los países portando sus bonitas banderas y todos los equipos participantes son los depositarios del honor de sus patrias. Los directores técnicos (DT) de cada selección son grandes generales que con sus estrategias conseguirán vencer a sus adversarios y los delanteros son los gallardos artilleros que lanzan potentes cañonazos contra la portería del enemigo (eso de que el gol es un pase a la red es una jotería). Los jugadores de cada equipo van a los mundiales a luchar contra otros países y saben que solo pueden regresar a casa con la victoria.

La selección mexicana de futbol, por ejemplo, siempre que parte hacia un mundial lo hace tras una solemne ceremonia en la residencia oficial de Los Pinos, donde el presidente en turno arenga a los futbolistas para exhortarlos a conseguir el triunfo y ceñirse los laureles de gloria. Es un discurso breve pero poderoso, como el del general Ignacio Zaragoza a sus tropas antes de la Batalla del 5 Mayo. Incluso en algunas ocasiones hasta abandera a los seleccionados. Esto no ocurre con la selección nacional de ningún otro deporte. No ha pasado jamás con la selección mexicana de lanzamiento de jabalina cuando va al Mundial de Atletismo, ni con la selección mexicana de basquetbol cuando va al mundial de su especialidad, ni con la selección nacional de nado sincronizado cuando va al Mundial de Natación, etc. Desde luego, esto se debe a que cuando estas otras selecciones nacionales ganan o pierden, la verdad, a todos nos vale madres incluso que existan.

¿Qué pensaría usted si algún amigo le llamara a las tres de la mañana para decirle que debe salir de su casa para ir a festejar a la Columna de la Independencia porque la selección mexicana de ping-pong acaba de calificar para los cuartos de final en el mundial de esta disciplina que se está llevando a cabo en ese momento en Hong Kong? Por supuesto, lo mandaría a chingar a su madre y se volvería a dormir. Sin embargo, si esa misma llamada hubiera sido porque pasó a octavos de final la selección mexicana de FUTBOL, dicha acción sería algo completamente lógico. O por ejemplo... ¿se imagina usted yendo al aeropuerto para abuchear a los integrantes de la selección mexicana de clavados porque en el mundial de esta disciplina el equipo no logró pasar de la segunda ronda? Exacto. Sin embargo, esto se lo han hecho varias veces a la selección mexicana de futbol a su regreso de copas del mundo; incluso ha tenido que salir del aeropuerto con protección policiaca, como ocurrió cuando el combinado mexicano no logró clasificar para el Mundial de Alemania en 1974.

¿Le parecería un exceso que el país entero se paralizara durante tres horas para ver un juego de la selección nacional de bádminton? Tiene razón. No obstante, para los juegos de la selección mexicana de futbol se considera algo perfectamente razonable que se metan televisores hasta en los quirófanos, para que mientras están trasplantando un riñón nadie se pierda ese partido, ni siquiera el paciente, porque de seguro pide que le hagan la operación solo con anestesia local. Y esto no es algo que nada más nos ocurra a los mexicanos. En prácticamente todos países sucede lo mismo. Los únicos que hasta el momento son inmunes a los encantos del futbol, tal y como ocurre en el resto del mundo, son los estadounidenses, pero eso es porque ellos no tienen ni la más remota idea de que exista el resto del mundo.

Algo tiene el futbol que logra cautivarnos como no lo hace ningún otro deporte e insisto en que se debe a que de alguna manera es una guerra, sin ser una guerra. Pero... ¿qué pasa cuando la guerra de verdad llega al futbol? Las siguientes son algunas anécdotas del futbol y la guerra, dos conceptos que son casi un pleonasmo.

La cascarita en las trincheras de 1914

Durante la Primera Guerra Mundial, en las heladas trincheras del frente occidental se dio una tregua de Navidad entre los británicos y los alemanes. En medio de esa brutal carnicería que fue la Gran Guerra, los militares se acordaban de la llegada del niñito Jesús que vino a traer un mensaje de paz y esperanza para toda la humanidad. Así pues, por respeto a esta sentida fecha se ordenó a los soldados que dejaran de dispararse, para pasar una feliz Navidad, y una vez concluida la celebración continuaran asesinándose sin piedad. Una cursilería totalmente fuera de lugar, como cuando los del banco te mandan una felicitación de cumpleaños por ser su cliente, antes de desalojarte de tu casa porque no les pagaste la hipoteca. Cabe subrayar que esta tregua no fue oficial, pero sí fue autorizada y promovida por los comandantes de ambos ejércitos. Y no fue oficial porque, la verdad, con qué cara le exige uno a sus soldados durante todo el año que descuarticen al enemigo, pero hoy no ¡porque... es Navidad!

En todo el frente occidental, alemanes y británicos habían pasado meses masacrándose para intentar tomar la posición del otro sin ganar siquiera medio centímetro. De pronto se quedaron, como siempre, viéndose mutuamente desde sus trincheras, pero ahora con la orden de no atacarse hasta después de Navidad. Esta tregua empezó el 24 de diciembre. En algunos puntos del frente duró solo esa noche, pero en otros se extendió hasta febrero. Hubo encuentros entre los soldados de ambos bandos que salieron de su trinchera para darse el abrazo de Año Nuevo con el enemigo. Cuando sus generales se enteraron les dio chorrillo del coraje, sobre todo porque para tener esa muestra de afecto con sus “vecinos” sus soldados habían avanzado más sobre el terreno de batalla que en todos los meses que llevaban peleando. Para los altos mandos de ambos ejércitos esta tregua navideña fue espantosa, pues había minado seriamente la moral de la tropa, su disciplina y capacidad de combate y, lo peor, había ocasionado una peligrosa confraternización con el enemigo, por la cual ya se llevaban con una confianza que daba asco.

Esta fue la última tregua de Navidad que hubo durante la Primera Guerra Mundial. Los oficiales de cada ejército se aseguraron muy bien de que por ningún motivo se repitiera algo así, dando órdenes para que durante todos los días festivos que pudieran servir como pretexto para alguna tregua hubiera a lo largo de todo el día disparos de artillería a las posiciones enemigas hasta machacarlas.

Pero ocurrió que durante esta tregua navideña del frente occidental de 1914, en un sector cerca de la ciudad belga de Ypres, las trincheras alemanas se adornaron con especial esmero con motivos de la temporada. Por orden expresa del Káiser se habían enviado arboles de Navidad a todos los puntos del frente, no solo por la época, sino también como una muestra del espíritu nacionalista en tiempos de guerra, pues cualquiera que conozca a un alemán habrá notado que tarde o temprano salen con eso de que los pinos navideños son un invento suyo. Así pues, realmente se pusieron guirnaldas y escarchas sobre los alambres de púas de las trincheras y coronas de Adviento en la boca de los cañones. Nada más faltó que colgaran esferitas en las bayonetas y cargaran los cañones con colación.

En la lucha de posiciones de la Primera Guerra Mundial, la trinchera de cada bando se encontraba cavada en promedio más o menos como a 50 metros de la del enemigo. Así pues, los británicos pudieron escuchar claramente cuando los alemanes comenzaron a cantar sus villancicos, a lo cuales ellos correspondieron “disparándoles” alguna otra canción navideña inglesa. Pero a pesar de estar imbuidos por ese hermoso espíritu navideño, se la pasaban vigilándose mutuamente desde sus trincheras por si el enemigo decidía sorpresivamente romper la tregua o enviarles de obsequio de Navidad un cañonazo. Fue así como se la pasaron un rato, dándose mutuamente serenatas navideñas, hasta que algunos soldados salieron de sus trincheras para hacer un intercambio de regalos con el enemigo.

Al día siguiente tuvo lugar algo aún más sorprendente: a los fusileros escoceses se les ocurrió salir de su trinchera con un balón de futbol e invitar a los alemanes a echarse una cascarita en esos 50 metros que separaban cada posición defensiva y que comúnmente se le conoce como tierra de nadie. Se sabe que el partido se jugó con la mayor de las caballerosidades y que el rival tendía la mano al contrario cuando este caía al suelo. El partido acabó cuando uno de los comandantes se enteró de lo que estaban haciendo sus soldados y ordenó suspenderlo. El resultado fue 3-2 a favor de los alemanes. Ya lo diría Gary Lineker décadas después: “El futbol es un deporte que inventaron los ingleses y en el cual siempre ganan los alemanes”.

El teniente alemán Johannes Niemann relata así lo sucedido en una de sus cartas:

Un soldado escocés apareció cargando un balón de futbol. En unos cuantos minutos ya teníamos juego. Los escoceses “hicieron” su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido solo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs, a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus “enemigos de ayer”. No obstante, una hora después, cuando nuestro oficial en jefe se enteró de lo que estaba pasando, mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno.

Los generales de ambos bandos ordenaron que todos esos bochornosos incidentes ocurridos durante la tregua de Navidad fueran olvidados, y todas las evidencias de lo ocurrido fueran destruidas (sobre todo los británicos que eran quienes habían perdido el partido). Los soldados recibieron la orden de jamás hablar de lo sucedido y la mayoría de las cartas donde contaban los hechos fueron censuradas o destruidas por sus superiores. Se puso especial cuidado en destruir todas las fotos que los soldados se tomaron con el enemigo durante la tregua de Navidad de 1914, donde aparecían todos abrazados. Sin embargo, sobrevivieron algunas de estas imágenes, como la que podemos ver a continuación.

Imagen captada durante la tregua de Navidad de 1914.
Fuente: YouTube.

Uno de los sobrevivientes de esa tregua navideña, Bertie Felstead, fallecido en 2001 a los 106 años de edad, siendo entonces el hombre más longevo de Gran Bretaña, alcanzó a dar uno de los testimonios más ilustrativos de lo que pasó aquel día. El anciano recordaba los hechos de la siguiente manera:

Al atardecer del día de Nochebuena escucharon los acordes de unos villancicos procedentes de las trincheras enemigas, que se encontraban a escasos metros. Aquellos cánticos le transmitieron un sentimiento de esperanza y sobre todo de paz, pero no se producía comunicación entre las tropas. Por la mañana, vio a los alemanes salir de sus trincheras y caminar hacia las líneas inglesas. Él y sus compañeros hicieron lo mismo y salieron a campo abierto para poder abrazar a sus enemigos, intercambiando cigarrillos y compartiendo muchas cosas, aunque sabían que eso duraría muy poco tiempo. Sabíamos perfectamente que aquella situación era irreal, pues estábamos felicitando por las fiestas ¡a las mismas personas a quienes íbamos a intentar matar al día siguiente!

 

”Entonces se les ocurrió jugar un partido de futbol.

 

”Comenzamos a jugar, aunque la verdad es que no puede hablarse de partido porque de cada lado había por lo menos cincuenta soldados y nadie se encargó de contar los goles....

Como podemos ver, en la versión inglesa de los hechos se omite deliberadamente cómo quedó el marcador y se hace énfasis en que NO era un partido oficial. Es más, dice Bertie que ni siquiera podía hablarse de un partido propiamente dicho. Sin embargo, esta información confirma, sin lugar a dudas, que los ingleses perdieron en el partido.

La famosa tregua de Navidad se llevó a la pantalla en el filme francés de 2005 Joyeux Noel. La cinta fue nominada al Óscar, en su 78ª edición, en la categoría de Mejor Película de Lengua Extranjera.

 

También fue retratada en la película de Richard Attenborough Oh! What a Lovely War, de 1969.

 

Además se han escrito libros, como Silent Night: The Story of the World War I Christmas Truce, de Stanley Weintraub, publicado en 2001 y en el cual relata este suceso del que el autor fue testigo.

 

La tregua fue asimismo recordada en el video clip de Paul McCartney Pipes of Peace. Cuando veo este video, siempre he fantaseado con que de una trinchera sale Paul McCartney y de la otra John Lennon, y luego de abrazarse los dos juegan futbol pateando a Yoko Ono mientras se escucha You are gonna lose that girl. Qué quieren que les diga. En el fondo yo también soy un cursi..., un cursi intensivo.

Curiosamente en 1919, al finalizar la Primera Guerra Mundial, los ingleses exigieron a la FIFA que los países que la perdieron fueran expulsados de la federación, léase: Alemania, Austria, Hungría, y Turquía. La FIFA les dijo que no. Los ingleses, indignados, se salieron de esta organización echando pestes y decidieron que en adelante iban a jugar futbol únicamente con los británicos, es decir: Escocia, Gales e Irlanda. El berrinche les duró varios años hasta que un día se aburrieron de nomás pasarse la pelota entre ellos. Entonces decidieron regresar a la FIFA en 1946, para poder ir por fin a su primer mundial, el de Brasil, donde por cierto fueron eliminados en la primera ronda.

Jugador enviando una foto por su celular antes de rematar un pase a gol, razón por la cual le quitaron el balón. La manía de las redes sociales está acabando con el futbol.

Mundial de 1934. “¡Esto es la guerra!”

El Mundial de 1934 fue en la Italia fascista. Mussolini se había propuesto hacer de esa copa una gran campaña de propaganda que pregonara la gloria y superioridad de su régimen. Para ser convincente en lo que quería comunicar al mundo, el dictador había ordenado que la selección italiana debía ganar a como diera lugar, y se lo dijo claramente al DT del combinado de Italia, Vittorio Pozzo: “¡Esto es la guerra!”

Para garantizar el triunfo de la selección italiana se echó mano de todos los recursos necesarios, incluyendo (sobre todo) los ilegales, tales como la amenaza y el soborno a los árbitros, así como la intimidación a las otras selecciones, el arreglo de los sorteos de los partidos y la permanente impunidad con la que los futbolistas italianos podían golpear y provocar a los jugadores del equipo contrario (esta actitud de los jugadores italianos no ha cambiando nada desde el primer mundial en donde participaron hasta la fecha, es algo característico de su famoso estilo de juego; y aunque ya no gozan de la protección que tuvieron en el Mundial de 1934 para hacer esto, sobresalen por lo bien que saben hacer todo tipo de ojetadas en la cancha para fastidiar a sus oponentes. El mejor ejemplo de esto fue el caso de Zinedine Zidane, a quien enloqueció el defensa Materazzi en el Mundial de Alemania 2006, hasta que terminó derribándolo de un cabezazo).

Para acabarla de amolar, en el Mundial de 1934 había calificado por primera vez la selección de España, pero este país en esos años era una república, y una republica con un gobierno socialista. Así pues, el futbol hizo que por primera vez se enfrentaran dos ideologías que se aborrecían profundamente: el fascismo y el socialismo. Y si ya de por sí todos los partidos de la selección italiana se realizaban bajo la orden de ganar por todos los medios, el juego contra la selección española del Mundial de 1934 era el más obligado de todos.

El partido entre ambas selecciones se jugó el 31 de mayo de 1934 en el Stadio Guiovanni Berta de Florencia, con capacidad para 40 mil personas. Entre ellas estaba el mismísimo Benito Mussolini, con su bonito uniforme de camisa negra del Partido Nacional Fascista presidiendo el encuentro. Para él, toda la selección italiana hizo el saludo al estilo facha con el brazo en alto antes de comenzar el juego. Ambos equipos iban por el pase a los cuartos de final. Los italianos vestían su tradicional camiseta azul y los españoles su tradicional camiseta... ¡morada! Sí, no roja, sino la morada, pues ese era el color diferente que tenía la bandera de la Republica Española. Los italianos contaban con una selección bastante buena y muy camorrista, lo que se esperaba de una selección fascista, pues. Además habían sido reforzados por cuatro argentinos y hasta un brasileño, con el fin de garantizar el triunfo.

El juego transcurrió con una andanada de golpes y patadas de los italianos a los españoles. Sin embargo, no lograron impedir que los ibéricos les anotaran el primer gol de Luis Regueiro, el delantero vasco del Madrid, y que puso el partido 1-0 a favor de España. A partir de ahí, las golpizas de los italianos se incrementaron de una manera exponencial, sin que esto lograra igualar el marcador. Así pues, casi para finalizar el primer tiempo, el delantero italiano Shiavo de plano se lanzó a sujetar al portero español Ricardo Zamora, permitiendo que Guiovanni Ferrari rematara y lograra el empate. Y todo esto ocurrió ante la absoluta indiferencia del árbitro belga Louis Baert.

El segundo tiempo fue más de lo mismo: golpizas sistemáticas de los italianos a los republicanos, en especial al portero Zamora. Pero aun con esto otro gol español, marcado por el delantero Lafuente, se les coló. Este tanto fue un gol claramente legal, pero el árbitro lo ignoró. Y así el encuentro finalizó con un polémico empate 1-1. Los españoles resultaron con ocho jugadores lesionados, entre ellos el portero Ricardo Zamora, quien por los múltiples golpes recibidos quedó con dos costillas rotas. Para dirimir entonces qué equipo pasaría a la siguiente ronda se acordó jugar otro partido al día siguiente. Pero de los integrantes del equipo republicano original solo pudieron repetir tres jugadores. Como pudo, el equipo ibérico se recompuso y se jugó el partido del desempate, al cual por supuesto volvió a asistir un nervioso Mussolini, quien se comió las uñas y se tronó los dedos durante todo el encuentro. El partido obviamente resultó ser una versión ampliada del primero: golpizas, chapuzas y goles anulados. En el minuto doce, el delantero de la escuadra azzurra Giussepe Meazza le dio una patada al portero español Juan Nogués. El jugador italiano (de Argentina) Dimaria aprovechó esto para anotar el primer gol del encuentro que celebró todo el estadio con el saludo fascista. Sin embargo, poco después, Campanal anotó un gol por parte de los republicanos, el cual fue inmediatamente anulado por el árbitro suizo René Mercet. Luego, el defensa español Quincoces anotó otro gol. ¿Y qué creen? Claro, se lo anularon también. El segundo partido finalizó 1-0 y tras este marcador la España republicana se retiró del torneo con tres goles anulados, 14 jugadores lesionados, ocho de ellos de gravedad. Por su actuación en el Mundial de 1934, el árbitro René Mercet fue suspendido por la FIFA de por vida, pero eso no impidió que los resultados que eliminaron a los españoles fueran los oficiales.

Italia salió campeón en el Mundial de Italia, primero al vencer a la selección austriaca, donde jugaba nada menos que Matthias Sindelar, apodado el Mozart del Futbol, por su elegante estilo de juego. Austria era el país del cual Italia se había independizado y por ello la victoria sobre su selección también tenía connotaciones políticas especiales para Mussolini. Finalmente, Italia ganó la final contra Checoslovaquia, conquistando de esa manera su primer campeonato.

Foto de la final de la Copa del Mundo de 1934, entre Italia y Checoslovaquia. En la foto podemos ver al árbitro y abanderados haciendo el saludo fascista antes de iniciar el encuentro. La imagen ya anunciaba claramente cuál sería el resultado del juego. Fuente: YouTube.

 

El Mundial de 1934 fue un mundial lleno intrigas políticas y porquerías (valga la redundancia). Para empezar, los países sudamericanos aparentemente se unieron al boicot al Mundial de Italia promovido por Uruguay, que había sido el país sede del primer Mundial de Futbol en 1930 y estaba indignado porque, a pesar de las generosas facilidades que había dado a los italianos, estos lo habían despreciado y decidido no asistir (los uruguayos le pagaron todo a las selecciones para que fueran a su mundial, pues con la Copa del Mundo ellos estaban celebrando el centenario de su independencia). Así Uruguay correspondía ahora de la misma manera y, a pesar de haber quedado como los campeones del mundo y tener su pase asegurado y obligado para defender su título, dijeron que ellos no asistirían y que le hicieran como quisieran en la FIFA. En solidaridad, los argentinos y los brasileños se negaron también a asistir y por eso se negaron a eliminarse con Chile y Perú, respectivamente. ¡Pero al final sí fueron y sin haber clasificado! La razón fue que Jules Rimet, presidente de la FIFA, le ofreció a los argentinos la organización del Mundial de 1938 y a los brasileños fue suficiente con decirles “¿Quieren venir a jugar futbol?” para que asistieran. De esta manera se logró desinflar el boicot uruguayo. Chile y Perú se quedaron entonces como novias de rancho, vestidas y alborotadas, diciendo que ellos ahí estaban y que si no hubo partidos de clasificación fue porque tanto Argentina como Brasil habían dicho que no. Pero en las oficinas de la FIFA ya habían hecho las eliminatorias en una mesa de negociaciones y ahí Chile y Perú habían quedado fuera.

Por otro lado, al ver los impresionantes efectos del futbol sobre las masas y la estupenda plataforma de propaganda política que logró Mussolini con el Mundial, el Führer, Adolfo Hitler, se apuntó para hacer lo mismo en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Tras el primer mundial de Italia, Joseph Goebbels comentó con esa salvaje sinceridad que tenían los nazis para explicarse: “Una victoria de la selección de futbol es más importante que la conquista de algún pueblo del Este”.

La mayoría de los árbitros participantes en los juegos de la selección italiana durante el Mundial de 1934 fueron suspendidos temporal o definitivamente por la FIFA debido su pésima y parcial actuación, aunque eso no alteró en nada el resultado de esa copa del mundo. Actualmente, la FIFA sanciona con gran severidad a los jugadores italianos que celebren un gol haciendo el saludo fascista. Fue el caso de Paolo di Canio, quien en 2005, tras anotar un gol en un partido entre el Juventus y el Lazio, hizo este saludo y fue suspendido varios partidos. Además, se le impuso una multa por la nada despreciable cantidad de 7 000 euros. Di Canio se defendió diciendo que había hecho el saludo de la antigua Roma y eso no tenía NADA que ver con la ideología fascista. Y como esto efectivamente es cierto, pues los fascistas sacaron su seña del antiguo saludo romano, Di Canio pudo hacerse elegantemente pendejo y la bronca se fue diluyendo.

Sin embargo, en 2013 el delantero griego Kaditis, capitán del equipo heleno de la sub-20 y medio campista del equipo AEK, fue expulsado del futbol DE POR VIDA por hacer ese mismo saludo para festejar un gol que había marcado contra el Veria FC (Yo he estado tentado a extorsionar a Cuauhtémoc Blanco, diciendo que su cuauhtemocseñal es en realidad una forma de hacer el saludo nazi y voy a denunciarlo ante la FIFA. La verdad no sé por qué aún no lo he hecho. Falta de tiempo, tal vez). Kaditis no podrá volver a jugar profesionalmente futbol jamás. Y esto le ocurrió en Grecia, un país donde un partido neonazi llamado Amanecer Dorado tiene amplia representación en el parlamento, y alcaldes que gobiernan diferentes ciudades del país y sus simpatizantes hacen libremente y de manera reiterada el saludo fascista del brazo extendido. Pero claro, un griego no la libra como un italiano al decir que hace un saludo al estilo de la antigua Roma. Kaditis intentó disculparse diciendo que no sabía lo que hacía y solo levanto el brazo para saludar a un amigo en la tribuna. Pero antes de que pudiera colar sus excusas, una felicitación y muestra de apoyo oficial del partido Amanecer Dorado por haber hecho el saludo fascista hundió todos sus intentos de justificarse.

Así pues, gracias al caso de Kaditis nos enteramos de que, contrario a lo que siempre sucede de que los jugadores de futbol famosos pueden cometer libremente excesos que si los cometiera cualquier hijo de vecino le iría de la fregada, bueno, pues en el caso de los saludos fascistas si los hace cualquier persona no pasa nada, pero si los hace un futbolista no se la acaba.

Kaditis haciendo su saludo. Fuente: YouTube.

Como dato curioso, en el Mundial de 1934 fue donde por primera vez un portero paró un penalti. El arquero que hizo esta hazaña fue Ricardo Zamora, de la selección republicana española.

Según el servicio de limpia, la cantidad de desperdicios que se genera en tres días en la Ciudad de México bastaría para llenar en tres días el Estadio Azteca con basura. Claro que un día normal con un partido malo basta para hacer lo mismo.

El Mundial de 1938. “Vencer o morir”

Este mundial fue el de Francia, aunque debió haber sido el de Argentina, como había quedado acordado por la FIFA en 1934. ¿Qué pasó? En 1938, todo el mundo veía claramente que una nueva guerra mundial estaba a punto de estallar (de hecho en Europa empezó al año siguiente) y las desastrosas consecuencias de este conflicto eran incalculables. Pero con certeza lo que seguro seguro no iba a haber mientras durara esta guerra, eran mundiales de futbol (y tal vez después de que terminara tampoco los habría).

Así pues, el francés Jules Rimet, presidente de la FIFA, se empeñó en realizar en su país el, tal vez, último mundial de la organización que dirigía y de la historia. Lo organizó ahí porque él sabía perfectamente que si no lo hacía en ese momento Francia tal vez nunca tendría un mundial de futbol, y porque también comprendía con claridad meridiana que 1938 era el año de Hidalgo para la FIFA y que la oportunidad de que los negocios derivados de un evento deportivo de estas magnitudes pasaran tan directamente por sus bolsillos no se presentaría mejor en ningún otro lugar más que en su país.

De tal suerte, con una cara dura que envidiarían los maestros de la CNTE para exigir sus reivindicaciones laborales, Jules Rimet les avisó a los argentinos que siempre ya no se iba a hacer el mundial en su país, pero que con mucho gusto los esperaba en Francia con los brazos abiertos. Los argentinos, desde luego, hicieron un tango porque el mundial ya lo tenían oficialmente y se habían gastado una buena lana en realizar las obras de infraestructura que demandaba ser la sede de una copa del mundo. Fue entonces cuando Jules Rimet, presidente de la FIFA, les comentó: “Bueno, si no les gusta pueden quejarse en la FIFA... Aunque, eso sí, la verdad es que luego muy caballerosamente se aguantó hasta llegar al baño para cagarse de la risa. La actitud de Rimet fue un je suis désolé pero se joden.

En respuesta, Argentina organizó otro boicot (como el que hizo Uruguay en 1934) y convocó a toda América Latina a unirse a su santa indignación por esta nueva afrenta que nos hacía la arrogante Europa colonialista. Contra todo pronóstico, este llamado tuvo un gran consenso. Casi todos los países iberoamericanos, México incluido, se negaron a asistir al Mundial de 1938 por la grosera estafa contra los argentinos. Incluso Uruguay, al que Argentina había traicionado en su boicot al Mundial de Italia de 1934, apoyo el veto latinoamericano al de Francia de 1938. Las únicas naciones de la región que asistieron a esa copa fueron Cuba, que al no tener rival con quién eliminarse calificó prácticamente por default (de hecho, las extraordinarias condiciones que hicieron posible la participación de Cuba en la Copa del Mundo de 1938 jamás han vuelto a repetirse y, por tanto, ese fue el primer y único mundial en el cual ha participado esa isla del Caribe; aunque con todo y lo que podamos pensar objetivamente del futbol cubano, su selección logró pasar a la segunda ronda en esa ocasión), y Brasil, que asistió porque Jules Rimet prometió que en ese país se llevaría a cabo el Mundial de 1942. Es decir, a los brasileños se los chamaqueron con la misma zanahoria que a los argentinos en 1934, aunque en su caso fue un poquito más patético porque ya estaba claro que Rimet no cumplía.

Por otro lado, sobre el desdichado Mundial de 1938 recaía otro incomodísimo asunto: participaría la Alemania nazi, nación que se la pasaba fintándole patadas en los huevos a Francia desde hacía unos cuatro años. Desde la llegada de Hitler al poder, las reclamaciones germanas sobre territorios ocupados por los franceses después de la Primera Guerra Mundial eran sistemáticas, y ya les había quitado varias poblaciones presionándolos con aventar a sus soldados. Así pues, la tensión entre los dos países era como de cuerda de violín, y ello hacía que los partidos de esta selección fueran un asunto muy delicado para los franceses, pues existía una gran posibilidad de que una bronca en la cancha con los alemanes fuera la gota que derramara el vaso para el inicio de una guerra (ya para esas fechas cualquier pretexto era bueno). Además, el conjunto alemán era detestado por el público francés que llenaba los estadios y esto potencializa los riesgos de una riña en esos recintos. Cada que el equipo nazi hacía el saludo fascista antes de iniciar el juego, recibía una tremenda rechifla de los aficionados (la selección italiana hacia el mismo saludo, pero a ellos no les pitaban, con lo cual se comprueba que la bronca no era por el saludo sino porque eran alemanes).

En este contexto, lo que más preocupaba a Rimet era el terrible escenario de que se enfrentaran las selecciones de Alemania y Francia. Para evitar lo más que se pudiera esta posibilidad se procuró mucho alejar a estos dos equipos en los grupos donde debían eliminarse. Pero si ambos equipos seguían avanzando en el torneo, en algún momento deberían competir y las consecuencias de ello podían ser fatales. Esto afortunadamente no pasó, pues la selección nazi fue eliminada en la primera ronda, y gracias a eso jamás sabremos si la Segunda Guerra Mundial pudo haber empezado por un penalti.

Por cierto, para este mundial, el famoso delantero austriaco Mathias Sindelar, conocido como el Mozart del Futbol, se negó a alinear con el equipo nazi. En 1938, Hitler se anexo Austria unificando las dos naciones, y todos los austriacos fueron absorbidos por el III Reich. La selección alemana lo buscó entonces para reforzar el equipo de lo que ahora se conocía como “La Gran Alemania” rumbo al Mundial de Francia y él tajantemente los mandó al carajo. Por este y otros desplantes contra el nuevo orden, Sindelar junto con su mujer amanecieron muertos en su departamento de Viena.

Como podemos ver, el Mundial de 1938 prácticamente se jugaba sobre campos minados. Sin embargo, lo que más angustiaba a sus organizadores era la presencia de la selección italiana. La escuadra azzurra de ese torneo era un buen equipo y su entrenador, Vittorio Puzzo, era un gran estratega. Realmente tenían muchas probabilidades de ganar la copa. PEEERO el drama de esta selección era que DEBÍAN ganarla, pues Mussolini los había mandado con esa orden. Y como en la película de El Padrino, antes de que el equipo marchara a Francia, Mussolini le dio a Puzzo dos besos de despedida en las mejillas y después lo retuvo un momento para decirle: “No me decepciones”, mientras le señalaba las lapidas de todos los que lo habían decepcionado. La selección italiana había ido al Mundial de 1938 amenazada de muerte si perdía. Esto era un secreto a voces.

Ganar sería complicado para los italianos, toda vez que en Francia no podrían tener el apoyo de los árbitros, ni de la organización de los sorteos, ni de la presión fuera de la cancha sobre las demás selecciones, como ocurrió en 1934. Estaban solos. Así pues, debían jugar limpio. Y haciendo esto (bueno, todo lo limpio que pueden jugar los italianos) ganaron el Mundial de 1938 (aunque también cabe decir que eran el equipo más motivado para ganar). Pasaron en un grupo difícil la primera ronda, después se eliminaron nada menos que con Francia, luego con Brasil, y llegaron invictos a la final que disputarían contra Hungría. Para este importantísimo partido, Mussolini envió un telegrama a Vittorio Pozzo, el DT del equipo, que únicamente decía: “Vencer o morir”. Los italianos se dividían entre quienes decían que eso era solamente una metáfora que no debía tomarse al pie de la letra y quienes decían que eso de vencer o morir era exactamente eso. Pozzo resuelve que no va a andarle midiendo el agua a los camotes con las interpretaciones del telegrama para averiguar si esa frase es una figura retórica o un ultimátum, y les dice a sus jugadores que salgan a ganar o él personalmente los mata. Finalmente los italianos ganan la final 4-2 y el equipo de la azzurra puede regresar orgulloso a su país, pues había obtenido en buena lid una copa del mundo sin contar con una protección chapucera como la del Mundial del 34.

El telegrama de Mussolini fue ampliamente difundido por la prensa y después de la final Szabo, el portero de la selección húngara, declaró: “Jamás en mi vida me sentí tan feliz por haber perdido. Con los cuatro goles que me hicieron salvé la vida a once seres humanos.”

Futbolista mandando la foto de su fractura expuesta de tobillo al Twitter #datos y #quechingueasumadreeldefensadelequipocontrario

El futbolista enemigo de todos

Durante la Guerra Civil Española ocurrió algo muy curioso. Un futbolista fue declarado enemigo por los dos bandos que combatían. Fue nada menos que el legendario portero Ricardo Zamora. Cuando estalló la Guerra Civil, Zamora estaba en Madrid, pues jugaba para un equipo de esa ciudad. Este arquero provenía de una familia adinerada y tenía fama de ser un “señorito de derechas”. Así pues, por precaución, las milicias rojas decidieron arrestarlo porque no lo veían como un compañero proletario de fiar. El guardameta pasó varias semanas en la cárcel Modelo. Lo retuvieron tanto tiempo francamente solo porque los encargados de la cárcel estaban felices de que Zamora estuviera allí. Durante su cautiverio, era constantemente mandado llamar y sacado de su celda. Algo que todos los demás detenidos tomaban como una muy mala señal, pues cuando esto ocurría generalmente era para fusilar a quien se llevaban. Pero en su caso, esto lo hacían para invitarlo a tomar un café y hablar de futbol con las autoridades penitenciarias, o para sacarse una foto con el vecino del cuñado de la prima de uno de los celadores que había ido solo para conocerlo. Otras veces de plano lo sacaban de su celda nada más para jugar futbol.

El bando de los nacionales usaba el sonado caso de la detención de Zamora como un claro ejemplo de la monstruosidad de los republicanos. El propio general golpista Gonzalo Queipo de Llano llegó alguna vez a exigir su liberación en uno de sus discursos por Radio Sevilla. Luego también hubo una cierta campaña internacional para lograr la liberación de este portero que finalmente salió, tras pasar casi un mes en prisión. Zamora estuvo refugiado un tiempo en la embajada de Argentina y de ahí huyó a Marsella. Una vez en Francia, se puso a jugar en los equipos Samitier y Niza.

Finalizada la Guerra Civil Española regresó a Madrid, donde encontró su casa saqueada (en su caso, más que ladrones debieron ser admiradores que querían algunas reliquias de su ídolo). El futbolista trató de rehacer su carrera y fue contratado para ser el DT del recién creado equipo Atlético de Aviación FC. Fue así como Ricardo Zamora ganó el primer campeonato de la posguerra. Todo parecía que iba a ser “miel sobre pajuelas” para este deportista, tras su retorno al futbol de su país, cuando de pronto fue de nuevo arrestado, pero ahora por los nacionales. La razón: había violado la Ley de responsabilidades políticas de 1939, que en su artículo 4º apartado N, decía claramente: Todo español que hubiere salido de la “zona roja” (se referían al área dominada por los republicanos, no a la de burdeles) después del alzamiento nacional y permanecido en el extranjero, no podría estar allí más de dos meses, pues tenía la obligación de presentarse a servir a la patria en la “zona nacional”. Zamora había permanecido en el extranjero más de dos meses. Así pues, cumplía perfectamente con todos los requisitos para ser declarado un criminal por haber violado ese artículo 4º, en su apartado N. Por tanto, fue metido de nuevo en la cárcel. Ricardo Zamora estuvo en la prisión de Porlier y una vez más con la tenebra de que podía ser fusilado. Sin embargo, luego fue liberado por los nacionales básicamente porque era Zamora. Su detención duró solo unos días, pero este incidente le costó su cargo como entrenador del Atlético de Aviación.

El partido de la muerte que inspiró el escape a la victoria

Una de las leyendas épicas del futbol que más películas ha inspirado fue el famoso partido entre el equipo Start FC de Kiev y un equipo de la Luftwaffe (fuerza aérea alemana) durante la Segunda Guerra Mundial, el cual ha pasado a la historia como el partido de la muerte.

En general, los equipos de futbol en todo el mundo son la representación de las ciudades, las regiones o las nacionalidades de los lugares donde tienen su sede. Incluso muchos de estos equipos llevan el nombre de los sitios a los cuales pertenecen y esta representación simbólica exacerba la rivalidad entre los equipos. Ahí tenemos los casos famosos del Barça, la joya de la corona del nacionalismo catalán; el Real Madrid, la máxima institución del imperialismo castellano; el Guadalajara, la verdadera perla tapatía; el Bayern Múnich, que en Baviera sustituyó a la monarquía sajona; y el glorioso equipo Zacatepec, sin duda alguna lo mejor que tiene Zacatepec (me consta, yo he estado en Zacatepec).

Pero en la Unión Soviética, con 76 repúblicas y más de 120 nacionalidades, el régimen socialista no deseaba que por ningún motivo se alentara cualquier tipo de espíritu nacionalista u orgullito regional. El gobierno bolchevique se había dado a la tarea de integrar a ese enorme país con la firme convicción de que allí todos los hombres eran iguales, y quienes eran más iguales que los demás eran quienes gobernaban. Así pues, los equipos de futbol tenían terminantemente prohibido llevar nombres de ciudades, repúblicas o cualquier título que pudiera hacer referencia a algún lugar, pues esto podía dar pie a que los habitantes de ese sitio se identificaran con ese equipo por tal razón, y esto podría socavar la unidad de las republicas soviéticas. Lenin ya lo había advertido en Las tareas del proletariado en la presente revolución, de 1917, subrayando que la nueva sociedad no debía alentar el separatismo nacionalista o regionalista que utiliza la burguesía para dividir al proletariado universal.

De tal suerte, en el caso de los nombres de los clubes de balompié, ni siquiera se podía insinuar alguna referencia de esta naturaleza. Así por ejemplo, un equipo que se llamara El Caldo de Oso FC podía sugerir un platillo típico de Siberia y hacer que los pobladores de esa zona se sintieran identificados con ese club, lo cual podía alentar un indeseable sentimiento anticomunista. Por tanto, los equipos en la URSS tenían nombres genéricos universales como el Spartak, que recordaba al esclavo que se sublevó contra los romanos, o el Dynamo FC o el Torpedo, que simbolizaban rapidez y fuerza, o de plano el CDKA o el CDSA, que eran las siglas de los ministerios burocráticos a los cuales pertenecían esos clubes y que tenían oficinas en tooooda la Unión Soviética. Una vez aprobado el nombre del equipo por la censura comunista, los clubes se instalaban en las diferentes ciudades del país, de tal manera que, por ejemplo, había el Dynamo de Moscú, el Dynamo de Tifilis, el Dynamo de Kiev, el Dynamo de Odesa... etc. Con ello, sí se daba de cualquier manera la rivalidad entre ciudades, regiones y nacionalidades, pues mientras un ucraniano le iba al Dynamo de Kiev, un ruso le iba al Dynamo de Moscú. Así pues, eso de prohibir ciertos nombres de los equipos fue una sutileza tan dialécticamente marxista que la verdad no servía para nada.

En la URSS, la franquicia del equipo Dynamo en todas sus sedes pertenecía nada menos que a la NKVD, el Comisariado Popular de Asuntos Internos, dependencia donde se encontraba la siniestra policía secreta de la Unión Soviética (de la NKVD surgiría en 1954 la famosísima KGB). ¿Y por qué la NKVD tenía equipos de futbol? Porque Lavrenti Beria, el jefe de la NKVD, era un futbolista frustrado. En su juventud había sido delantero en un equipo de su natal Georgia y cuando llegó al poder quiso tener su propio equipo de futbol. Así como cuando en México Farell Cubillas compró al Atlante FC para el IMSS. Actualmente, Luis Videgaray está a punto de quedarse con el Puebla FC a través del SAT, por todos los impuestos que debe. Volviendo al tema, fue justamente uno de los Dynamos, el de Kiev, el equipo protagonista de una de las más vibrantes y épicas historias del futbol; de esas que inspiran películas.

Debo comentar que si bien los jugadores de este equipo no eran propiamente agentes de la NKVD, su historia oficial sí fue escrita por agentes de la NKVD y pasó la censura, la supervisión y el decorado con efectos especiales del régimen soviético. Así pues, si bien estos hechos realmente ocurrieron, por favor tomen esta crónica con ciertas reservas...

En 1941, los jugadores del Dynamo de Kiev fueron sorprendidos por el incontenible y vertiginoso avance de las tropas alemanas y no pudieron salir de su ciudad cuando esta fue ocupada por el enemigo. Debido a ello, los futbolistas perdieron su chamba y se quedaron literalmente en la calle. Tanto fue así que el nuevo encargado de la panadería de la ciudad, un tipo de nombre Kordyk, quien había sido colocado en ese puesto por los nazis debido a que tenía origen alemán, reconoció al portero estrella del Dynamo de Kiev, Nicolai Trusevich, pidiendo limosna en una esquina. Kordyk se llevó al deportista a chambear con él en la panadería. Luego, Trusevich se jaló a los otros miembros del equipo para que se emplearan también como afanadores del lugar. Una vez reunida una buena parte del plantel original del Dynamo de Kiev, al señor Kordyk se le ocurrió crear el equipo de futbol de la panadería con todos esos cracks. Lo formaron y le pusieron por nombre el Start FC.

El nuevo equipo de los panaderos comenzó a ganar fama en la ciudad. Las fuerzas de ocupación los invitaron para jugar contra equipos seleccionados de diferentes unidades de sus ejércitos. Estos fueron los resultados de los partidos.

Como podemos ver, el Start ganaba todos los partidos, y varios de ellos incluso por goliza. Esto tenía preocupado al alto mando alemán, pues estas victorias podían tal vez alentar algún espíritu de superioridad entre los ucranianos derrotados que dificultara su conquista. Además, en el fondo de su corazón, estaban ardidos por haber perdido. El Flakelf, un equipo seleccionado de la Luftwaffe, le pidió la revancha para el 9 de agosto. El partido se haría con toda la gala de una gran final en el estadio Zenit de Kiev. La idea del alto mando nazi era que en ese juego se demostraría la superioridad de la raza aria y del futbol alemán, pues su equipo ganaría el juego. Para garantizar este resultado, un oficial alemán de las Waffen SS fue nombrado árbitro del partido y se amenazó a los jugadores del equipo Start de fatales consecuencias si ganaban. Los palcos del estadio se llenaron de autoridades nazis, generales de la Wehrmacht y enormes banderas con la esvástica, pues ese juego tenía que confirmar la famosa invencibilidad alemana.

Cartel del partido del Start vs el Flakelf el 9 de agosto de 1942. Fuente: sitio web oficial del Dynamo de Kiev.

En los vestidores, el árbitro les indica a los jugadores del Start que, como ahora el territorio es parte del III Reich, ellos deben hacer el saludo nazi antes de empezar el partido. Pero los futbolistas le aplican la doctrina del “Son de la Negra”: le dicen que sí, pero no le dicen cuándo. Así pues, al salir no solo no hacen el saludo nazi, sino que en lugar de gritar: Heil Hitler, gritan: Fitzculturai (cultura física), el lema soviético para el deporte mientras se ponen la mano en el corazón (estas son las partes que seguramente sazonaron los cronistas deportivos de la KGB).

El partido se inicia con una verdadera golpiza de los alemanes a los del Start. Un delantero del Flakelf deja tendido de una patada en la cabeza al portero Trusevich. Es ahí cuando cae el primer gol del encuentro. Va ganando el Flakelf 1-0. Sigue un popurrí de patadas, zancadillas, empujones, piquetes de ojos y coces en los kiwis por parte de los jugadores del Flakelf a los del Start, ejecutado con el patrocinio del árbitro. Sin embargo, esta paliza no impide que al terminar el primer tiempo el Start ya vaya ganando 2-1.

Durante el descanso del medio tiempo, los jugadores del Start son amenazados de muerte en los vestidores por el Teniente General Eberhardt, gobernador militar alemán de Kiev, quien les da personalmente la orden de dejarse ganar mientras les apunta con su pistola. El general Eberhardt tiene una bien ganada reputación de operador de masacres. Entre otras, él fue quien realizó la famosa matanza del barranco Babi Yar, donde asesinaron a la mayoría de los judíos de Kiev. Así pues, si les decía que los iba a matar de seguro se los cumpliría. ¿Qué pasará?... Chan, chan, chan, chaaaaan.

En el segundo tiempo, los jugadores del Start meten tres goles más, y cuando un jugador de nombre Alexei Klimenko queda solo frente al portero alemán y está apunto de hacer el sexto gol, de repente decide voltearse y lanzar el balón a las gradas como perdonándole la vida al guardameta. Este gesto de desprecio y clemencia del jugador del Start fue lo último que podían tolerar los alemanes. El árbitro pita el fin del partido faltando todavía cinco minutos para que terminara el encuentro. Esta hazaña fue una muestra de valor, gallardía y resistencia al invasor. Aunque también pudo haber sido originada por un problema de traducción, pues como todas las amenazas y órdenes se las hicieron en alemán, a lo mejor los jugadores jamás se enteraron de lo que les dijeron.

A los pocos días de este partido fueron arrestados todos los jugadores del Start, bajo los cargos de ser miembros de la policía secreta comunista. De pronto, los alemanes se acordaron de que los integrantes del equipo con el cual habían estado jugando todos esos partidos eran del Dynamo de Kiev, y como todos los Dynamos pertenecían al NKVD, pues ellos debían ser agentes infiltrados. Los futbolistas que marcaron tantos fueron torturados y ejecutados, los demás fueron enviados al campo de concentración de Syrets. Allí murió, en febrero de 1943, el portero Nicolai Trusevich, por cierto, con la camiseta del equipo puesta (esto en realidad se debió a que cuando lo arrestaron era lo único que llevaba consigo).

El 6 de noviembre de 1943 la ciudad de Kiev fue recuperada por los soviéticos y comenzó a difundirse la historia del partido de la muerte, gracias a los únicos tres jugadores sobrevivientes del Start: Makar Goncharenko, Mikhail Sviridovkiy y Fedir Tyutchev. En 1981 el Estadio Zenit fue rebautizado como Estadio Start. Todas las personas que conserven un boleto de aquel partido del 9 de agosto de 1942 tienen pase especial para ver gratis todos los partidos del Dynamo de Kiev de por vida (si eso hubiera sido en México, la reventa seguiría vendiendo esos boletos hasta la fecha).

Monumento a los jugadores del Start a la entrada del actual Estadio Start de Kiev. Fuente: sitio web oficial del Dynamo de Kiev.

Esta historia inspiró las películas Tercer tiempo de 1964 y El partido de la muerte de 1973, así como la cinta húngara Két félidő un pokolban de 1963 y la estadounidense Escape a la victoria de 1981, de John Huston, donde aparece Pelé jugando con Sylvester Stallone, Osvaldo Ardiles y Michael Caine.

 

 

Por lo que a mí respecta, esta es la película de futbol que yo quisiera ver:

 

El complot para asesinar a Stalin como espectáculo del medio tiempo

Lavreinti Beria fue el Comisario del Pueblo para Asuntos Internos y el encargado de la seguridad del Estado en la URSS durante la Segunda Guerra Mundial. Era también el jefe de la policía secreta estalinista y el creador de la exitosísima red de espionaje soviética en todo el mundo. El momento más brillante de su carrera fue cuando logró sacarle a los gringos información vital del programa nuclear estadounidense, con la cual los comunistas pudieron hacer su propia bomba atómica en 1949. Por esto fue nombrado Mariscal de la Unión Soviética. Quienes conocieron a Beria coinciden en señalar que era un tipo rencoroso, vengativo, perverso, maquiavélico, paranoico, cruel, intrigante y traicionero; es decir, tenía el perfil ideal para el puesto que ocupaba.

Pero Beria era además un funcionario metódico, comprometido y diligente que trabajaba jornadas de 20 horas diarias para atender los delicadísimos asuntos de su cartera y se relajaba de las agobiantes tensiones de la oficina haciendo largos paseos por la ciudad a bordo de su coche para secuestrar muchachas a las cuales violaba en el interior del mismo. Y bueno, si esto hacía el ministro del Interior y jefe de la Policía, no quiero ni pensar cómo se relajaba el ministro de Hacienda, encargado de cobrar los impuestos.

Lo poco conocido de este gran hombre creador de la famosa KGB es que estudió ingeniería civil, aunque jamás ejerció, y tenía una facilidad impresionante para los idiomas. En 1920, cuando fue asignado como agente secreto en la embajada soviética en Praga aprendió, en menos de un año, checo, alemán y francés. Aunque es probable que esto no se debiera a un don especial, sino a que sus jefes bolcheviques le dijeron que si no lo hacía lo mandaban a Siberia. Pero lo más curioso del estuche de monerías que era este personaje es que en su juventud, durante la década de los años 20 del siglo XX, había sido un delantero de futbol más o menos famoso.

Como ya he comentado, el siniestro jefe del espionaje soviético, Lavrenti Beria, era el “dueño” de los equipos Dynamo en la URSS. Una vez encumbrado en el poder se hizo de sus propios clubes para ser él quien ponía a los entrenadores, pues nunca le gustó que fueran los entrenadores quienes lo ponían a él cuando era jugador.

La joya de la corona de su imperio futbolero era el gran Dynamo de Moscú. Esto le producía una gran alegría, pero también una gran frustración, como siempre pasa en el futbol (y en las relaciones de pareja). El dolor de Beria se debía a que su equipo consentido en todos los torneos siempre era vencido por el Spartak de Moscú. El Dynamo de Moscú era como nuestro Cruz Azul: siempre se quedaba como subcampeón, y la maldición del ya merito había acompañado a este equipo desde la creación de la liga soviética en 1936. A este terrible agravio se sumaba el hecho de que el presidente del Spartak era Nicolai Starostin, un gran futbolista retirado que ahora dirigía ese equipo y muchos años atrás había jugado en partidos de futbol contra el club al cual pertenecía Beria. Ambos personajes se habían agarrado a trancazos varias veces en la cancha y esto hacía aún más intolerable para el número dos del régimen soviético que el Spartak de Moscú fuera siempre el que le quitara el campeonato a su equipo.

El 26 de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, a los soviéticos se les ocurrió realizar un partido de futbol en la mismísima Plaza Roja, para conmemorar “el día del deporte” y dar al mundo una señal del excelente ánimo del gobierno del Kremlin, luego de que solo nueve meses atrás estuviera a punto de perder la capital a manos del ejercito nazi, que se quedó a 30 kilómetros de entrar en Moscú. Además, ese partido iba a ser una magnífica oportunidad para homenajear al jefe: Stalin.

José Stalin sería el invitado de honor durante ese partido que disputarían los dos equipos más importantes de la ciudad, el Dynamo y el Spartak. Sí, aquello era un clásico capitalino. Todo iba bien en la organización de este encuentro hasta que Beria se puso paranoico (una deformación profesional que le ocasionaba su trabajo). Empezó a especular sobre qué pasaría si, de pronto, le daban un balonazo a Stalin. Así pues, sacó a su equipo del partido e hizo que el Spartak cargara con las terribles consecuencias de este posible escenario. El partido se jugó entre titulares y suplentes del Spartak, mientras Beria se excitaba hasta el éxtasis solo de pensar lo que le ocurriría a Nikolai Starostin cuando uno de sus jugadores le diera en la cara con la pelota al jefe... Pero esto no solo no ocurrió, sino que a Stalin le gustó tanto el partido que hizo jugar un tercer tiempo. Esto desde luego le purgó mucho a Beria, cuyo odio por Starostin alcanzó a partir de ese momento dimensiones bíblicas.

Unos años después, cuando Beria ya era Mariscal de la Unión Soviética, le mostró a su jefe una foto de ese partido en donde aparecía un sujeto cerca de Stalin. Le dijo que ese tipo era un agente nazi contratado para matarlo y que el operador de ese atentado era el director del Spartak de Moscú, Nicolai Starostin, quien fue juzgado y condenado a trabajos forzados a un gulag en Siberia. Se salvó de ser fusilado gracias a su inmensa popularidad. (Esto es igual en todo el mudo. Les dices que eres premio Nobel de Literatura y te ejecutan de inmediato, pero les haces saber que eres futbolista y a los militares les tiembla la mano. Así es la vida.) Al enterarse de esto el hijo de la segunda esposa de Stalin, Vasili, comandante en jefe de la fuerza aérea soviética, liberó del cautiverio a Starostin para que dirigiera al equipo de futbol de la aviación que él acaba de crear, el VVS.

Starostin quedó bajo la protección de Stalin Junior, un muchacho de carácter parrandero y bromista que a sus 26 años había llegado por mérito propio a ser el general en jefe de la aviación militar de la URSS (su mérito era ser hijo de Stalin y haber sobrevivido a eso). Nicolai dirigió al VVS por un tiempo y consiguió importantes triunfos para su nuevo equipo. Beria, por su parte, siguió intentado volver a deportar a Starostin, pero todos sus intentos fueron en vano, pues cada que trataba de arrestar al entrenador, Stalin Junior gritaba: Papáaaaaaa, y todo el operativo se arruinaba. Sin embargo, en 1952 se presentó la ocasión perfecta. El 27 de junio, durante un desfile militar, dos bombarderos Tupolev-4 se estrellaron debido a que Vasili había hecho que los pilotos volaran a pesar del mal tiempo, habiendo dado esa temeraria orden en completo estado de ebriedad (algo que en realidad no era imputable, pues todas las órdenes de Vasili siempre habían sido en ese estado; murió de cirrosis en 1962). A consecuencia de ese accidente, Stalin Junior fue degradado y su papá no quería verlo ni en pintura. Beria aprovechó esta oportunidad irrepetible. Ordenó la captura de Starostin y esta vez lo deportó hasta el desierto de Kazajistán, dando la orden de que lo dejaran lo más lejos posible de una toma de agua.

José Stalin muere el 5 de marzo de 1953 y Lavrenti Beria intenta hacerse del poder en la URSS. No se le hace y, para diciembre del mismo año, es condenado a muerte por sus antiguos camaradas, luego de ser acusado nada menos que de ser un agente secreto británico (tal vez era el agente Cero, Cero, Ge-Te), cuya misión era destruir a la Unión Soviética y restaurar el capitalismo. ¡Tómate esa! (Así se llevaban los soviéticos.)

Tras la muerte de Beria, Nicolai Starostin pudo regresar del gulag junto con otros miles de desterrados, entre quienes se encontraba Martyn Merezov, un árbitro que había tenido la mala idea de expulsar a Beria en un partido en 1920. Cuando Merezov fue deportado, Beria le dio el siguiente mensaje: “Mira, ahora quien te expulsa soy yo”. Una putada, desde luego. Pero seamos honestos, ese es el sueño húmedo de cualquier futbolista.

Los nazis y el futbol (el juego del hombre ario)

Durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi impuso en los países ocupados, simpatizantes, aliados, similares, paralelos y conexos, varias de sus leyes. Una de ellas fue la prohibición de que los judíos participaran en equipos deportivos. De esta manera, salieron de todos los clubes los futbolistas de origen hebreo. En 1941, el III Reich era prácticamente dueño de Europa y en los países bajo su dominio o influencia estaban importantísimos equipos de la FIFA y, lo más importante, la FIFA misma. Sus directivos, incluyendo Jules Rimet, quedaron en la zona controlada por los alemanes.

Una buena mañana se presentaron unos funcionarios nazis en las oficinas de Rimet para obligarlo a que la FIFA adoptara entre sus estatutos la exclusión de los judíos en los equipos de futbol. Muy políticamente, la FIFA tomó la solicitud y dijo que la analizaría y la v(b)otaría lo más pronto posible (Nunca les especificaron a los nazis si era con be o con uve). Técnicamente, para la FIFA la resolución sobre este tema era prácticamente imposible, pues la guerra misma hacía muy difícil juntar a todas las federaciones. Además, muchas de ellas, como las del continente americano, estaban en naciones enemigas del III Reich. Los nazis, siempre tan prácticos, decidieron de cualquier manera imponer el nuevo orden para jugar futbol en toda la Europa ocupada. En esa extensa área la reglamentación se cumplió en los partidos de futbol de todos los torneos que se jugaron durante la guerra, con el aval de la FIFA.

Pétain contra Rimet: 0-0 favor Rimet

Tras perder la guerra contra Alemania, Francia firmó un armisticio que dividió al país en dos: una zona gobernada por los alemanes, donde se encontraba París, y otra gobernada por los franceses, que tuvo como capital la ciudad de Vichy. Por eso a este régimen se le conoce más comúnmente como el gobierno de Vichy. Este nuevo Estado francés tuvo un gobierno títere a modo de los intereses de los alemanes y como jefe de ese Estado al gran el héroe de la Primera Guerra Mundial, el mariscal Philippe Pétain.

La vertiginosa batalla de Francia, que duró apenas mes y medio, agarró a este general de embajador en España. Cuando terminó de hacer sus maletas para ver si lo requerían en el frente de Francia, ya se había perdido la guerra. Poco después, le preguntaron si se quería hacer cargo del gobierno de lo que quedó de su nación. El dictador Francisco Franco fue a verlo a la embajada para decirle lo mismo que le hubiera dicho la esposa de cualquier DT prestigioso que andan buscando para dirigir a un equipo que acaba de caer en la segunda división: “Usted es un vencedor, no vaya a hacerse cargo de la derrota de los vencidos.” Pero Pétain no le hizo caso.

En 1940, este militar octogenario se fue a gobernar los retazos de Francia y, de paso, un poquito más, pues fue nombrado también Copríncipe de Andorra. Su gobierno duró hasta el desembarco aliado de Normandía en 1944. Durante su polémica administración se hicieron muchas reformas para adecuar al nuevo país a los difíciles tiempos que corrían. Una de esas reformas fue la del futbol. ¿Y cuál era la razón de Estado para tratar de arreglar el futbol? La desconozco, pero desde luego estas pretensiones hicieron que el nuevo gobierno francés chocara frontalmente contra la FIFA.

Esta fue la verdadera guerra que debió afrontar Jules Rimet durante la guerra.

Francia fue el último país en realizar un mundial antes de que empezara el colosal conflicto internacional que conocemos como la Segunda Guerra Mundial. Lo llevó a cabo en 1938, apenas un año antes de que comenzaran los trancazos. Seguramente el fresco recuerdo en los nuevos gobernantes franceses de todos los negocios de este torneo, sus polémicos acontecimientos y el que la Selección de Francia NO hubiera ganado ese mundial, contaron mucho para que el gobierno de Vichy decidiera corregir todo lo que se había hecho hasta ese momento en tal deporte. Tenían la franca intención de relegarlo a un segundo o tercer plano en el gusto nacional, pues Pétain era un entusiasta del rugby y veía en el futbol una pasión malsana que solo le traería más desdichas a su pueblo. De tal suerte, hizo con el futbol lo que mejor saben hacer los políticos: echar a perder lo que funciona.

Primero, creó la Comisaría General de Educación y Deporte, una institución fundada para chingar mejorar al futbol, que estableció nuevas reglas para este deporte impulsando los siguientes DECRETOS oficiales: 1) El futbol tenía prohibido el profesionalismo y 2) por favor, aficionados, traten de no desmayarse después de leer esto Los partidos de futbol debían durar diez minutos de juego efectivo, en dos tiempos de cinco minutos cada uno. ¡En ese lapso ni siquiera se puede pedir una cerveza en un estadio! Una verdadera pesadilla para cualquier aficionado. Además, con ese formato, todos los partidos en los torneos de la Francia de Vichy siempre terminaban en aburridísimos y predecibles empates a cero. Eso era la muerte del futbol por estrangulamiento lento.

¿Quién podía tener tanta maldad como para hacer algo así? Solo alguien que quisiera organizar el mundial de rugby en Francia, en donde lógicamente debía ganar la selección francesa. Sí, adivinó usted, el viejito Pétain. Jules Rimet (francés) se queja enérgicamente por estas nuevas reglas para el futbol y el gobierno de Francia oficialmente lo manda al carajo con todo y la FIFA. Indignado, renuncia a su cargo, y así permanece durante el resto de la guerra. Y con toda razón. Ser presidente de la FIFA en ese momento era como estar dado de alta en Hacienda solo para que te hagan auditorías.

Conviene decir en descargo del gobierno de Vichy que, para compensar las monstruosas condiciones para los partidos de balompié, los futbolistas sí recibieron una mejora sustancial. Todos fueron convertidos en burócratas que trabajaban para los 16 equipos federales de la liga francesa, que pertenecían ahora al gobierno. Cada jugador tenía un salario de 25 mil francos mensuales, cuando antes el promedio era de unos cinco mil francos (y eso que la nueva norma prohibía expresamente profesionales en el futbol, pero para la nueva dependencia ellos no eran futbolistas, sino empleados del gobierno). Además, por primera vez, estos deportistas gozaban de prestaciones laborales, seguro social y jubilación. ¡Algo totalmente inusitado! Ganaban el triple y trabajaban como 12 % de lo que chambeaban cuando los partidos eran de 90 minutos, por lo cual ninguno de los que jugaban futbol en Francia se quejó o apoyó las protestas de la FIFA.

Con la liberación de Francia en 1944 se acabó el estilo de juego del gobierno de Vichy. Sin embargo, estoy seguro de que esta experiencia inspiró la modalidad del futbol rápido y los salarios estratosféricos de los futbolistas por prácticamente no hacer nada.

La guerra del futbol

En 1969 hubo una guerra entre Honduras y El Salvador que el célebre periodista polaco Ryszard Kapuściński bautizó como La guerra del futbol, pues en el libro que escribió con ese título sostiene que este conflicto fue detonado por una partido de futbol por la clasificación entre las selecciones de los dos países para ir al Mundial de México de 1970.

La versión de Kapuściński es la siguiente: Honduras y El Salvador eran países vecinos que vivían en una gran tensión a causa de sus problemas migratorios. Resulta que desde 1920 muchísimos jornaleros de El Salvador fueron llevados a trabajar la tierra a Honduras porque cobraban más barato. Debido esto, para finales de la década de 1960 ya más de 100 000 salvadoreños se habían asentado en ese país, y algunos hasta se hicieron de propiedades y generaron ciertos derechos. Los jornaleros locales se quejaban de que los extranjeros les quitaban su trabajo y eran causantes de los bajos salarios y los problemas de inseguridad en el país (sí, el mismo discurso antiinmigrantes del primer mundo, nada más que región 4).

Por ello, el Congreso de Honduras hizo una reforma agraria bajo el principio de que la tierra hondureña es para los hondureños. Y así empezó una deportación masiva de salvadoreños. Por supuesto, estos no quisieron irse e interpusieron todo tipo de recursos y estrategias para quedarse. Entonces comenzaron a presionarlos para que se fueran, con guardias blancas y grupos paramilitares, en especial uno autodenominado “La Mancha Brava”, que causaron terror entre la gigantesca comunidad salvadoreña que vivía en Honduras. El gobierno de El Salvador se quejó enérgicamente por esta situación. El gobierno hondureño les contestó oficialmente que mejor se quejara de la miseria que había generado en El Salvador, la cual ocasionaba que ellos tuvieran que padecer la presencia de tanto salvadoreño en su país. Y, como suele decirse, eso calienta.

Esto revivió viejos conflictos por la reivindicación de los límites fronterizos, en disputa desde la independencia de las dos naciones. Ambos gobiernos empezaron a colgarse una larga lista de agravios que databan de 1525, cuando Hernán Cortés pasó por esas tierras. Era como cuando te peleas con tu esposa, pero hagan de cuenta que las dos partes eran las esposas porque se acordaban perfectamente de toooodo lo malo. La disputa puede decirse que más o menos comenzó en 1961 y cada año ambos países le iban subiendo de tono a la bronca, hasta que en 1969 la relación entre las dos naciones era imposible. En ese ambiente de absolutas ganas de romperse la madre entre hondureños y salvadoreños se dio aquel fatal partido de futbol.

En el verano de 1969, Honduras y El Salvador tuvieron que eliminarse rumbo al Mundial de México de 1970, y después del futbol siguieron eliminándose, pero ahora sí en serio. Los juegos de ida y vuelta entre los dos combinados se jugaron en una atmósfera de verdadero odio entre ambos países, a tal punto que, después del último partido, el cual se jugó el 16 de junio de 1969 en el entonces estadio Flor Blanca en El Salvador, el ambiente se puso tan feo que muchos hondureños que vivían en El Salvador y salvadoreños que vivían en Honduras debieron regresar a sus respectivos países para ya no ser hostigados todo el tiempo.

Para acabarla de fregar, esos incomodísimos encuentros deportivos no zanjaron el problema de la clasificación, pues terminaron en empate. Por tanto, fue necesario un tercer partido (el definitivo) que resolvería cuál de las dos selecciones iría al mundial. Ese partido se jugó en un territorio neutral: México. Pero a pesar de eso se presentía que ganara quien ganara todo iba a acabar en tragedia. El juego se celebró el 27 de junio 1969 en el Estadio Azteca. Lo ganó El Salvador en un apretado triunfo con un marcador de 3-2. La alegría que este resultado generó en la comunidad salvadoreña acojonada en Honduras dio a muchos de sus miembros el suficiente espíritu temerario y joditivo como para salir a festejar y burlarse en la cara de los hondureños. Esto, desde luego, generó una riña que derivó rápidamente en matanzas que duraron varios días. En Honduras se acuñó entonces un lema popular: Hondureño toma un leño y mata un salvadoreño, que tenía la enorme ventaja de que rimaba igual si se quería usar al revés, para matar a un hondureño. Con ello, las masas tuvieron una porra pegajosa para ir encantadas a masacrarse.

En esto de los linchamientos, el equipo visitante siempre lleva las de perder, pues nunca cuenta con el apoyo del árbitro. Así pues, comenzó a haber asesinatos sistemáticos de salvadoreños en Honduras, con la absoluta indiferencia o complicidad de las autoridades. En respuesta, el 14 de julio, justo a las 18:45 horas, la aviación salvadoreña ya estaba bombardeando el aeropuerto de Tegucigalpa, la capital de Honduras, y otras cuatro ciudades más. En paralelo a esto, su infantería penetraba imparable en territorio hondureño. Durante los cuatro días que duró la guerra, los salvadoreños conquistaron más de 1 600 kilómetros cuadrados de Honduras y estuvieron cerca de llegar a Tegucigalpa. La Organización de Estados Americanos (léase Estados Unidos) paró lo más pronto que pudo la conflagración. Después de 100 horas de balazos, las dos naciones acordaron someterse a un arbitraje neutral internacional para solucionar sus diferencias fronterizas. Para entonces ya se habían producido más de 2 000 muertos.

El Salvador jugó en el Mundial de México 70, pero su selección fue eliminada en la primera ronda sin haber conseguido hacer un solo gol. Aunque eso sí, fue la primera selección de ese país que participó en un mundial.

Respecto a la solución del conflicto armado, se pactó que, mientras se resolvía el litigio internacional, las fronteras entre los dos países quedaran igual que antes de la invasión del 14 de julio de 1969. Por lo tanto, las tropas salvadoreñas se retiraron de todo lo que habían conquistado, quedando sin un territorio compensatorio para negociar una indemnización por los agravios cometidos contra los salvadoreños en Honduras. Finalmente, la resolución de un tribunal internacional dio lugar a los tratados de Lima, de 1980, según los cuales un territorio en disputa histórica de 450 kilómetros cuadrados, conocido como Los Bolsones, quedó asignado definitivamente a Honduras.

Así pues, visto en perspectiva, los salvadoreños ganaron la guerra pero perdieron el juicio. Sin embargo, lo que más le zurró a las autoridades de El Salvador fue que el conflicto terminara pasando a la historia como la guerra del futbol, gracias a la crónica que hizo el periodista Kapuściński, quien escribió frases de tan mala leche como “Los dos gobiernos están satisfechos de la guerra porque durante varios días Honduras y El Salvador habían ocupado las primeras planas de la prensa mundial y habían atraído el interés de la opinión pública internacional” o “Los dos pequeños países del tercer mundo tienen la posibilidad de despertar un vivo interés solo cuando se deciden a derramar sangre. Es una triste verdad, pero así es”. Este tipo de comentarios desquiciaron sobre todo a los militares salvadoreños, pues el texto de Kapuściński hacía parecer la guerra patriótica que habían hecho para ayudar a sus connacionales en Honduras como un patético berrinche de quinceañera para llamar la atención.

Como la versión de Kapuściński fue la que prevaleció, varios generales salvadoreños escribieron después libros dando su versión de los hechos y, a razón de nada, hicieron públicos varios secretos de Estado para probar que el futbol NO tuvo nada que ver en esta contienda, a la cual se refieren como La guerra de las 100 horas, demostrando además que no saben sumar, pues los cuatro días que oficialmente duró el conflicto armado hacen solo 96 horas, y no 100. Aunque, claro, también es posible que la cuenta haya sido rigurosamente exacta, si le sumaron además las horas hasta ese momento acumuladas para el día extra del siguiente año bisiesto o el tiempo de compensación del arbitro.

En su explicación de los hechos, el general de división salvadoreño Álvaro Calderón Hurtado hace énfasis en que esa guerra se hizo por la dignidad nacional. Para demostrar que el futbol no la motivó, exhibe como prueba que los salvadoreños fueron quienes ganaron la clasificación, y por tanto, no necesitaban atacar a los hondureños (¡!). Después, para subrayar lo mismo, cuenta tranquilamente que la guerra contra Honduras ya la tenían planeada desde 1964, pero que se les fue retrasando hasta 1969 debido a que durante viarios años estuvieron solicitado en vano a Estados Unidos (su dealer habitual de armamento) equipo militar de última generación para tener una superioridad decisiva sobre el ejército hondureño. Pero como los gringos se olieron perfectamente para qué querían las armas, no les proveyeron de nada, pues no deseaban que dos de sus países aliados se pelearan en su patio trasero.

Los salvadoreños entonces buscaron por otro lado y se acordaron de que el dictador de Panamá, Omar Torrijos, había estudiado en la Academia Militar de San Salvador y, llegándole por el lado de la alma mater, lograron que les permitiera pasar de contrabando modernísimas armas checoslovacas para equiparse, evadiendo así el severo control estadounidense. Por tales razones, estuvieron listos para iniciar su invasión a Honduras hasta esas fechas. Así pues, el futbol no tuvo nada que ver con todo eso.

La versión del general Calderón Hurtado fue en desagravio por la difundida exégesis de esta guerra que hizo Kapuściński, en la cual injustamente hizo ver a El Salvador como patética república bananera. Yo sinceramente creo que el general salvadoreño tiene razón. Lo que en realidad hizo ver a El Salvador como una patética república bananera fue el hecho de que cuando regresó su selección nacional del Mundial de México 70 la recibieron con chiflidos y mentadas por no haber pasado a la segunda ronda, ¡después de todo el irigote que armaron por ellos!

Yugoslavia pasa, pero se pasa

En 1991, la selección de futbol de Yugoslavia clasifica para competir en el torneo de la UEFA, el mundial europeo considerado por algunos exegetas de este torneo como la copa del mundo pero sin Brasil. Desde luego, esta definición es brasileña (ya ven que de futbol se pueden decir impunemente todo tipo de pendejadas). La selección yugoslava había quedado como la primera en su grupo y solo debían esperar unos meses para participar en la copa de la UEFA de ese año. Pero justo en ese tiempo, Yugoslavia desapareció. La guerra civil yugoslava iba dando lugar a la aparición de nuevos países cada semana y, desde luego, los jugadores de la selección de Yugoslavia cambiaban de nacionalidad y esto les impedía seguir en el equipo. Para conservar su lugar en el torneo, la federación de futbol yugoslava reinscribió varias veces al equipo en la FIFA europea, a fin de adecuar la planilla de sus jugadores a la cambiante situación geopolítica, hasta que en el séptimo trámite la UEFA ya no les recibió la solicitud, pues los interesados ya no se presentaron a hacer el trámite como Yugoslavia sino como Serbia.

Yugoslavia dio lugar a seis nuevas repúblicas en 1991 y, como en el Melate, más lo que se acumule esta semana. Para solucionar el hueco que dejaba la selección yugoslava en ese campeonato, la UEFA invitó a participar a Dinamarca, que había quedado en segundo lugar en las eliminatorias en el mismo grupo donde había clasificado Yugoslavia. Y fue precisamente la selección de Dinamarca, que ya se había resignado a no asistir a ese torneo, la que ganó el campeonato. Como dicen los clásicos: así es el futbol.

Los partidos del régimen Talibán

Durante la hegemonía en Afganistán del famoso gobierno talibán, que duró de 1996 al 2001, los partidos de futbol fueron prohibidos, pues eran vistos por el régimen como un entretenimiento, y todos los entretenimientos alejaban a los afganos de Alá y los predisponían para la pereza y el vicio. Los talibanes prohibieron el cine, el teatro, la televisión y el futbol, aunque en este último caso poco a poco la censura de este gobierno fue cediendo ante la presión popular, lo cual nos da una idea de la importancia de este entretenimiento sobre cualquier otro. Finalmente, después de años de insistencia y de que era imposible para el régimen conseguir que la gente dejara de jugar futbol, se logró “legalizar” este deporte en Afganistán, aunque eso sí, con la clara advertencia de que toda celebración por un gol quedaba prohibida ter-mi-nan-te-men-te.

Así pues, hacia 1999 el estadio Ghazi de Kabul volvió a tener de nuevo partidos de futbol. Aunque ya para entonces el verdadero deporte nacional eran las lapidaciones públicas de mujeres adúlteras, que se practicaban cada semana en el mismo estadio desde 1996 y abarrotaban el coloso con aficionados que asistían religiosamente (nunca mejor dicho) para verlas. Curiosamente, ahí sí se permitían celebraciones de todo tipo, incluida la de hacer una “ola” en las gradas del estadio cada que una de estas mujeres era ejecutada.

El futbol más espectáculo que nunca

Luego de la ocupación estadounidense de Afganistán en el 2001, en este país comenzó una nueva guerra entre gringos y talibanes que aún controlan una parte del territorio. La mayoría de las ciudades afganas quedaron en poder del ejército estadounidense, y esta condición ha permitido que allí el futbol haya vuelto a surgir con un ímpetu sorprendente. Los afganos se propusieron recuperar todo el tiempo perdido en esta materia y lo han hecho de la manera más curiosa.

Dicen que ya de todo se puede hacer un reality show. Yo no lo creía hasta que supe como se formó la liga afgana. Así pues, la gente llama y vota en las eliminatorias de este reality para decidir qué jugador se queda en el equipo, ¡y además en qué posición! Este delicado asunto no lo resuelve ni el entrenador, ni el dueño del club, sino la gente que está viendo la tele. (Bueno, en realidad eso lo termina decidiendo el productor del programa, como ocurre en los realities; pero la idea es que los televidentes se vayan a dormir con la idea de que ese jugador se quedó de defensa gracias a ellos.) Desde luego, cada llamada o SMS para votar por tu jugador favorito tienen el costo de un dólar.

Este tipo de programas es lo que nosotros deberíamos hacer para elegir la alineación y las estrategias de la selección mexicana de futbol para cada partido, y por qué no, incluso quién debe ser el técnico del equipo.

El programa sobre el equipo tricolor podría llamarse:

PATEANDO POR UN SUEÑO es sin duda el reality show que todo el país espera, pues como todos sabemos: “Oh, patria querida, que el Cielo un director técnico en cada hijo te dio.” Todos los mexicanos sabemos perfectamente qué se debe hacer con el TRI para que suba de nivel y al fin triunfe..., sacar a Alex Lora (perdón, me confundí de TRI). Decía yo que todos sabemos qué se debe hacer para que México gane un mundial de futbol, y PATEANDO POR UN SUEÑO podría ser la forma de encauzar esa vocación nacional. Así quedaría mejor repartida la responsabilidad si, de cualquier manera, llega a perder nuestro equipo, pues la alineación y la estrategia habrían salido de la votación de la gente. Por el contrario, si gracias a esta decisión colectiva gana la selección, entonces sí, con toda justicia, podremos salir a gritar: ¡Ganamos, ganamos, ganamooooos!

Volviendo al futbol de Afganistán, el 20 de agosto de 2013 por fin volvió a jugar un partido la selección afgana, la cual llevaba más de 30 años sin existir. Fue un partido amistoso contra la selección de Paquistán, que se realizó con el fin de mejorar las relaciones entre los dos países, las cuales de pésimas pasaron a muy malas gracias a este encuentro deportivo. Los afganos tuvieron la alegría de reestrenar a su selección ganando 3-0. Cabe hacer notar que, de los 209 países que están en la FIFA, Afganistán está situado en la 139ª posición del ranking mundial. ¡Justo por encima del equipo paquistaní (y de seguro por eso los invitaron a jugar futbol)!

Durante el encuentro, los afganos no tuvieron apuros y dominaron claramente el partido desde el principio, incluso se fueron al descanso del primer tiempo con una ventaja de 1-0. El público afgano salió muy contento del coloso de Ghazi, en Kabul, donde se llevó a cabo este partido. Aunque eso sí, muchos extrañaron a los vendedores de piedras del estadio que ofrecían las afiladas rocas para las lapidaciones públicas.

El club de mujeres engañadas de... de Kabul.

Breve crónica sobre la ejecución de adúlteras en los estadios de futbol de Afganistán de 1996 al 2001

En relación con este deporte extremo de los afganos uno se pregunta: ¿De dónde sacaban tantas mujeres adúlteras para ejecutar cada semana? Porque veamos: se trata de un régimen donde a todas las mujeres del país se les obliga a usar el burka, no se les puede ver ni la sombra, tienen prohibido hablar con cualquier hombre que no sea su marido, tenían prohibido educarse y trabajar, para que su supervivencia dependiera de tener un marido, y donde además todas saben perfectamente que como consecuencia de una infidelidad se les condenará a una humillante ejecución a manos de una muchedumbre sádica...

 

Entonces, ¿cómo le hacían para estimular la infidelidad entre las casadas? ¿Cómo se las arreglaban para que cada semana tuvieran que irse incluso a tiempos extra para poder seguir ejecutando señoras? ¿Era que la prohibición de la televisión en Afganistán había aumentado descontroladamente el sexo en ese país? ¿Era que como todas las señoras usaban el burka y no podían saber cuál había sido infiel, mejor ejecutaban a varias para atinarle? ¿Era porque el adulterio en Afganistán podía darse nada más por voltear a ver a otro hombre? La respuesta es que los talibanes metían adúlteras cachirules. He aquí la historia de este truculento asunto.

 

Por años, los gringos apoyaron la lucha del movimiento talibán afgano contra los soviéticos. Incluso el presidente Ronald Reagan llegó a decir que la organización talibán era la de “un grupo de personas piadosas que luchaban contra el comunismo para defender su derecho a creer en un Dios.” Los gringos apoyaron a la guerrilla talibán y le metieron nada menos que tres mil millones de dólares a la guerra en Afganistán para chingarse a los soviéticos. Esa lana la administró su agente en ese país, Osama Bin Laden. Pero cuando por fin en 1995 los talibanes lograron gobernar su país, ya no fueron percibidos por el gobierno de Estados Unidos como “un grupo de personas piadosas que luchaban por su derecho a creer en Dios, sino como una banda de fanáticos que cometían todo tipo de excesos criminales debido a su extraviado fundamentalismo religioso.” Y opinaban ahora era verdad lo que los gringos. Los talibanes eran unos monstruos, sí, pero eran SUS monstruos.

 

En 2001, Estados Unidos invadió Afganistán con el pretexto de encontrar a Osama Bin Laden, quien ahora ya no era empleado del gobierno estadounidense, sino su más terrible enemigo (aunque quién sabe, a lo mejor seguía trabajando para ellos, pero ahora como su enemigo número 1). El ejército estadounidense ocupó rápidamente el país, buscó a Bin Laden hasta debajo de las piedras y comprobó a los pocos meses que no se encontraba allí. Y como el objetivo oficial de la incursión era atrapar a este personaje, pues se quedaron sin pretexto para permanecer en Afganistán. Pero como nadie se toma la molestia de conquistar un territorio para luego irse diciendo “ups, usted disculpe, me equivoque de país”, las tropas de ocupación estadounidenses se dedicaron a sacarle al régimen talibán los trapitos al sol y a balconear sus atrocidades para entonces poder argumentar que su invasión era una cruzada civilizadora y que no podían marcharse del lugar, pues esa siniestra organización podría regresar a gobernar.

 

Una de las más difundidas monstruosidades reveladas por el ejército de Estados Unidos fue la manera como se conseguían tantas señoras mancornadoras para las lapidaciones en los estadios de futbol. Resulta que los hombres talibanes, como musulmanes que eran, tenían la opción casarse con todas las mujeres que pudieran mantener, tal y como bien lo escribió el profeta Mahoma. Los señores afganos efectivamente hacían esto y así vivían casados y felices por un tiempo hasta que al marido le apetecía tener una nueva esposa. Si al hombre le alcanzaba para mantener a otra mujer simplemente se volvía a casar y ya está. Pero si no tenía los recursos para aumentar su cantidad de cónyuges, no podía casarse. El Corán lo decía claramente, y en el Afganistán de esos años un esposo no podía divorciarse solo porque quería irse con otra vieja. Eso era una asquerosa perversión occidental. Debido a esto, lo más práctico era enviudar para poder volver a casarse como Dios manda. Para lograr este objetivo, la lapidación por adulterio agilizaba mucho este requisito, pues para las leyes del talibán bastaba únicamente con la denuncia del marido, a fin de que se condenara a la señora por andar pintándole los cuernos a su esposo.

Curiosamente parece ser que para cometer un adulterio, aquí y en Afganistán, se necesitan dos personas (o más, pero mínimo dos). Sin embargo, en el Afganistán de los talibanes solo estaba previsto el castigo por este delito para la esposa. Así pues, era completamente inútil encontrar al amante, pues para este no estaba contemplada ninguna sanción. De tal suerte, la mayoría de las mujeres lapidadas en los estadios de futbol afganos eran mujeres que simplemente ya no querían mantenerlas sus maridos.

Por eso, cuando tu señora se queje porque quieres llevarla a un estadio de futbol, debes contarle la historia de los esposos talibanes y de seguro te va a considerar un marido ejemplar por solo querer llevarla a ver un partido.

El veto a Bin Laden

Lo común es que los aficionados repudien a un equipo de futbol, incluso que desdeñen al club al cual le van, y en casos extremos que, indignados por el comportamiento de su equipo, un buen día cambien de club y aparezcan usando orgullosamente otra camiseta. Dicen quienes saben de estas cosas que se necesita el mismo coraje para salir del clóset que para cambiar de equipo de futbol. Yo tengo un buen amigo que es charro y toda su vida le había ido al Guadalajara, pero un día llegó y nos dijo que era gay y le iba al América (es en serio).

En todo caso, jamás había ocurrido que un club cambiara de aficionado porque lo repudiara hasta que el equipo inglés Arsenal hizo eso con Osama Bin Laden. Luego de los atentados del 11 de septiembre, atribuidos oficialmente al señor Osama y su organización Al Qaeda o Al Caeda o Al Kaeda (por favor, escoja usted cómo prefiere que se escriba correctamente), Estados Unidos se dedicó a buscar por todo el planeta a este hombre, y en su afán de encontrarlo incluso usaron proctólogos con manoplas de béisbol. No escatimaron ningún recurso, y entre más rudo fuera, mejor. El mundialmente desconocido Osama Bin Laden de pronto se volvió una celebridad internacional y no había ningún medio de comunicación en el mundo que no hablara de este personaje. Poco a poco, toda la gente se fue enterando de su biografía. Así supimos, por ejemplo, que provenía de una familia muy pija de Arabia Saudita que era socia en diversos negocios de la familia de Jorge W. Bush, el presidente estadounidense que estaba buscando a Osama para matarlo. Supimos también que Bin Laden fue agente de la CIA en Afganistán durante la guerra contra los soviéticos, tenía 73 esposas, estudió de joven en los mejores colegios de Inglaterra y le iba al equipo de futbol Arsenal, los famosos gunners de Londres, el conjunto más longevo de la liga inglesa, que tiene como escudo un poderoso cañón. Y pensándolo bien, ¿a qué equipo le podía ir un terrorista y traficante de armas que no fuera a uno que se llamara Arsenal?

Luego de trascender la afición de Osama Bin Laden por este club, se supo también que tenía un asiento habitual en el estadio del Arsenal y siempre que podía iba a verlos jugar. La porra de los arsenalistas decidió celebrar que quien era el hombre más famoso del mundo fuera fan de su equipo, y durante un juego del Arsenal cantaron al ritmo de la canción italiana Volare, de Domenico Modugno, la siguiente letra: Osama, oh, oh, / Osama, oh, oh, oh, oh / He comes from Taliban / He is an Arsenal fan. Y esto lo hicieron durante un partido celebrado el 11 de noviembre de 2001, es decir, al cumplirse dos meses de los atentados en Estados Unidos. Desde luego el encuentro había sido televisado y este singular canto deportivo le dio la vuelta al mundo. Los directivos del club tragaron saliva, y esta se les atoró porque los testículos les tapaban en la garganta. Antes de esperar a ver las consecuencias de tener un hincha así, decidieron curarse en salud y declararon al día siguiente y de manera oficial a Osama Bin Laden persona non grata. Así se dio el primer caso de un equipo de futbol que repudiaba a un aficionado, o sea, los patos tirándole a las escopetas. Y la verdad, hizo bien la directiva del Arsenal, pues en esos años, por mucho menos, los gringos les hubieran mandado un portaviones a invadir su estadio.

Como dato curioso, desde 2006 el estadio del Arsenal es el Emirates Estadium. ¡Alá es grande y misericordioso!