IMAGEN2.png





Capítulo 3

chirimbol.png




El águila y la serpiente







Santos peregrinos

Según cuentan las crónicas y la tradición, la tribu mexica se encontraba asentada en un lugar llamado Aztlán, al noroeste de México, aunque no se ha podido precisar su ubicación exacta. De algún modo extraño, el dios Huitzilopochtli ordenó a la tribu dejar “el lugar de las cañas” y emprender una peregrinación hasta que encontraran un águila posada sobre un nopal y devorando una serpiente. No les dijo cuánto debían andar ni cuánto tiempo se llevarían, pero esa era la señal para detener la marcha y en ese sitio debían establecerse y fundar una nueva ciudad.



La peregrinación duró más de dos siglos. Fue una marcha larga y agotadora que partió de la mítica Aztlán hacia el año 1116 de nuestra era. Los aztecas se detuvieron en distintos lugares, como Coatepec y Ecatepec, hasta que llegaron al Valle de México a mediados del siglo XIII. Hacia 1256 ocuparon Chapultepec y permanecieron en el bosque poco más de cuarenta años, hasta que fueron expulsados por los señores de Azcapotzalco, sus archienemigos.

Marcharon entonces a Culhuacán en 1299 y pidieron tierras al señor de allí, quien se las concedió en Tizapán, lugar lleno de serpientes y alimañas, con la intención de que no sobrevivieran. No obstante, los aztecas pronto aprendieron a comer víboras, insectos y alimañas, a nutrirse con raíces y a no desperdiciar ningún recurso. Además se unieron con varias mujeres de Culhuacán, crearon alianzas a través de matrimonios y gozaron la influencia de esta tribu de origen tolteca.



Un inhóspito islote

Al parecer nadie quería a los aztecas, aun cuando era un pueblo que por entonces no tenía importancia para el equilibrio de poder de la región. Como ya era costumbre, nuevos conflictos con los pueblos vecinos obligaron a los aztecas a mudarse una vez más, así que dejaron atrás Tizapán y buscaron refugio en la peor zona de todo el Valle: un islote miserable que se encontraba en un lago.

Sin embargo, como nadie sabe en qué piensan los dioses cuando se les ocurre enviar señales divinas, según cuentan la tradición y las crónicas, en ese islote encontraron la tierra prometida, señalada por un águila que, posada sobre un nopal, desgarraba una serpiente. Era el final de la peregrinación. En aquel sitio los aztecas fundaron México-Tenochtitlán en el año 1325.



Se cumple la profecía



Llegaron entonces

allá donde se yergue el nopal.

Cerca de las piedras vieron con alegría

cómo se erguía una águila sobre aquel nopal.

Allí estaba comiendo algo,

lo desgarraba al comer.

Cuando el águila vio a los aztecas,

inclinó su cabeza...



FERNANDO ALVARADO TEZOZÓMOC,

Crónica Mexicáyotl



El islote era un pedazo de tierra inhóspita, apenas elevado sobre el nivel de las aguas, fácilmente inundable y rodeado por dos lagos, el mayor de los cuales, Texcoco, era de agua salada, y el otro, Xochimilco, de agua dulce pero no potable. Nadie en su sano juicio hubiera fundado nada ahí, pero como tenían la venia de su dios principal, los aztecas no vacilaron. La última etapa de la peregrinación fue encabezada por Tenoch (“tuna de piedra”), sacerdote-caudillo y jefe militar quien, luego de validar la señal de Huitzilopochtli, decidió fundar la ciudad que desde entonces se llamó México-Tenochtitlán, bautizando con su propio nombre a la nueva urbe, la cual gobernó hasta su muerte ocurrida hacia la década de 1360.

Aunque en definitiva no parecía un buen lugar, era un sitio estratégico y su mayor ventaja eran las aguas que lo rodeaban. Como pueblo de naturaleza guerrera y con una larga tradición en el uso de los recursos hidráulicos, los aztecas combinaron la tierra, el agua y la guerra para iniciar la construcción de su ciudad.

No obstante, el islote tenía dueño: pertenecía al reino de Azcapotzalco, el más poderoso de la región hacia 1325. Para permanecer en la isla, los aztecas aceptaron aliarse con los tepanecas —como se les llamaba a los señores de Azcapotzalco— y comprar su voluntad con tributos.



imagenmapa3.png



Diario de ruta

La Tira de la Peregrinación, también llamada Códice Boturini, es uno de los documentos más conocidos de la cultura náhuatl. Narra el largo camino recorrido por los aztecas desde que partieron de Aztlán hasta que se asentaron en el Valle de México.



Construyamos un imperio

El imperio azteca se desarrolló bajo el gobierno de un caudillo y once tlatoanis o reyes que gobernaron de 1325 a 1521. Tardaron poco más de un siglo en liberarse de los tributos que debía pagar a los señores de Azcapotzalco, a quienes lograron derrotar hacia el año de 1430. A partir de ese momento, los aztecas no tuvieron otro rival en la región y pudieron mostrar su poder militar a través de la guerra, la conquista y el sometimiento de casi todas las naciones indígenas que existían por entonces, hasta convertirse en el imperio más poderoso e importante de su época. Los únicos pueblos a los que no pudieron dominar fueron los tlaxcaltecas y los tarascos.



Los reyes aztecas

Tenoch, “tuna de piedra” (1325 - 1363). Fundador de Tenochtitlán.

Acamapichtli, “el que empuña la caña” (1367 - 1387). Primer tlatoani.

Huitzilíhuitl, “pluma de colibrí” (1391 - 1415). Segundo tlatoani.

Chimalpopoca, “escudo que humea” (1415 - 1426). Tercer tlatoani.

Izcóatl, “serpiente de pedernal” (1427 - 1440). Cuarto tlatoani.

Moctezuma Ilhuicamina, “el flechador del cielo” (1440 — 1468). Quinto tlatoani.

Axayácatl, “cara de agua” (1469 - 1481). Sexto tlatoani.

Tizoc, “pierna enferma” (1481 - 1486). Séptimo tlatoani.

Ahuízotl, “perro de agua” (1486 - 1502). Octavo tlatoani.

Moctezuma Xocoyotzin, “señor joven y respetable” (1502 - 30 de junio de 1520). Noveno tlatoani.

Cuitláhuac, “excremento seco” (7 de septiembre de 1520 - 25 de noviembre de 1520). Décimo tlatoani.

Cuauhtémoc, “águila que cae” (25 de enero de 1521 - 13 de agosto de 1521). Decimoprimer tlatoani.



A la muerte de Tenoch, como no existía entre los aztecas una familia real, pidieron al señor de Culhuacán que designara a uno de sus familiares para que los gobernara. Así, Acamapichtli, “el que empuña la caña” (1367-1387), se convirtió en el primer tlatoani (“el que habla”) de Tenochtitlán. La elección de Acamapichtli provocó la ira del señor de Azcapotzalco, quien decidió duplicar los tributos que obligaba a pagar a los aztecas. La ciudad continuó creciendo y fue fortificada ante la constante amenaza de los señores de Azcapotzalco.



El señor de Azcapotzalco

Para los gobernantes aztecas, las alianzas con los pueblos vecinos abrió la posibilidad de consolidar de forma paulatina su posición en la región y la principal fue con Azcapotzalco, aunque eran sus tradicionales enemigos. Para dominar el Valle de México era necesario contar con su apoyo, antes de planear cómo quitárselos de encima.

Así, a la muerte de Acamapichtli lo sucedió su hijo, Huitzilíhuitl, “pluma de colibrí” (1391-1415). Para atraerse la buena voluntad de Tezozómoc —señor de Azcapotzalco— y aliviar a su pueblo del pago de tributos, Huitzilíhuitl solicitó la mano de una de sus hijas, quien le entregó a Ayauhcihuatl y de esta unión nació Chimalpopoca (“escudo que humea”). Tezozómoc retiró el tributo a los aztecas, pero les dejó el deber de entregarle dos patos y algunos animales para que no olvidaran que, sin importar su parentesco, le debían respeto y sumisión.

A cambio, Huitzilíhuitl participó en varias guerras de conquista al servicio de los tepanecas y juntos lograron someter a Chalco y Cuautitlán a favor de Azcapotzalco. Gracias a la alianza con su yerno Huitzilíhuitl, Tezozómoc se transformó en el señor más poderoso del valle de México.



Mandó juntar toda la gente principal y plebe de todas las ciudades… y un capitán les dijo que desde aquel día reconociesen por su emperador y supremo señor a Tezozómoc, rey de los tepanecas.



FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL



Tezozómoc, el señor de Azcapotzalco, subió al trono en 1418 y amplió sus dominios subyugando con violencia a las poblaciones vecinas. Durante su reinado impuso a sus hijos como reyes en distintas ciudades e hizo matar a los dirigentes que no aceptaron someterse a su voluntad. Tezozómoc comprendió las ventajas que obtendría si mantenía una estrecha relación con los aztecas: además de ser afamados guerreros, la posición geográfica y estratégica de Tenochtitlán era inapreciable. El Pueblo del Sol sería un aliado excelente para su siguiente conquista: Texcoco.

Antes de emprender tentativa alguna sobre Texcoco, el señor de Azcapotzalco se apoderó de las poblaciones que aún reconocían el poder de los texcocanos y así impidió cualquier posibilidad de alianza defensiva. Con esta muestra de poder, Tezozómoc, que conocía la inexperiencia y debilidad de Ixtlilxóchitl, rey de Texcoco, decidió esperar hasta que por voluntad propia se reconociera como tributario de Azcapotzalco.



El valiente Ixtlilxóchitl

Con Texcoco, Tezozómoc se despachó con la cuchara grande: comenzó a enviar algodón para que el pueblo fabricara mantas. Ixtlilxóchitl obedeció una y otra vez, hasta que no pudo disimular su disgusto por el abuso de Tezozómoc y respondió que se quedaría con el algodón para beneficio de sus propios guerreros. La desobediencia de Ixtlilxóchitl fue motivo suficiente para comenzar la guerra. Tezozómoc se alió con Tenochtitlán y Tlaltelolco, e Ixtlilxóchitl decidió tomar la ofensiva, no sin antes jurar como heredero al trono a su hijo Nezahualcóyotl, quien solo tenía doce años de edad.

La guerra no fue fácil para Tezozómoc, pues se negó a reconocer la supremacía que demostró Ixtlilxóchitl en el campo de batalla. Entonces, para salir del aprieto, fingió sumisión y preparó una fiesta en Texcoco para sorprender a Ixtlilxóchitl. Tarde se percató el rey de Texcoco del engaño que se había tragado completito: por entonces los aliados de Tezozómoc ya marchaban sobre su territorio. Ixtlilxóchitl defendió la ciudad por cincuenta días, pero lo traicionaron y la ciudad fue tomada, saqueada e incendiada.

Mientras Chimalpopoca, nieto de Tezozómoc, se coronaba rey de Tenochtitlán, el señor de Azcapotzalco inició una terrible persecución contra Ixtlilxóchitl, quien se había dado a la fuga con su hijo Nezahualcóyotl. Como ya no podía permanecer escondido por más tiempo, Ixtlilxóchitl pidió a su heredero que llegado el momento tomara venganza y salió al encuentro de sus enemigos. Ixtlilxóchitl peleó como una fiera y dio muestra cabal de su valentía, pero al final fue derrotado y muerto ante la mirada desconsoladora de Nezahualcóyotl, quien marchó al destierro a esperar el momento de su venganza.



Un rey en una jaula

Con la victoria sobre Texcoco ya nadie le hizo sombra a Tezozómoc, quien había cumplido sus sueños y alcanzado cuanto ambicionaba. Chimalpopoca, que gozaba del cariño y protección de su abuelo Tezozómoc, pidió clemencia para Nezahualcóyotl, detener la persecución en su contra y permitir que se asilara en Tenochtitlán. Con sus dominios en paz y consciente de su poder, el rey de Azcapotzalco accedió y permitió que Nezahualcóyotl regresara a la tierra de su padre, pero limitó su tránsito a Texcoco, Tenochtitlán y Tlaltelolco; sin embargo, Nezahualcóyotl no olvidó su promesa de venganza.

Tezozómoc murió a muy avanzada edad, quizá preso de atroces remordimientos. Las crónicas señalan que soñaba con Nezahualcóyotl convertido en águila real, posado sobre su pecho y arrancando su corazón para devorarlo.

Chimalpopoca (1415-1426), tercer tlatoani, aprovechó su condición de nieto de Tezozómoc para continuar con el desarrollo de Tenochtitlán. Sin embargo, con la muerte de su abuelo y el ascenso de Maxtla al poder de Azcapotzalco, comenzaron de nuevo los problemas para los aztecas, y más porque Chimalpopoca tuvo la ocurrencia de aliarse con Tayatzin, hermano de Maxtla, a quien acusaron, con razón, de querer usurpar el poder. Maxtla se salió con la suya, la conspiración fracasó y Chimalpopoca fue aprehendido y encerrado en una jaula. Algunas versiones señalan que el tlatoani caído en desgracia murió de inanición; otras, que al imaginar lo cruel que sería la muerte que le daría Maxtla, prefirió quitarse la vida.



La Triple Alianza

Los aztecas habían aguantado todo a los señores de Azcapotzalco durante un siglo y para la cuarta década del siglo XV ya estaban hasta la coronilla de los abusos, por lo cual decidieron poner fin a la situación. Bajo el reinado de Izcóatl, “serpiente de pedernal” (1427-1440), Tenochtitlán organizó una gran alianza con Texcoco y Tlacopan, que fue conocida como la Triple Alianza. Apoyados por ambas ciudades, los aztecas se lanzaron a la guerra y le echaron montón a los tepanecas. Finalmente, la Triple Alianza doblegó a Azcapotzalco y el tlatoani mató con sus propias manos a Maxtla.

A partir de entonces, Tenochtitlán consolidó su poderío sobre los restos de Azcapotzalco, se transformó en una ciudad imperial y sus ánimos de conquista la llevaron, bajo las órdenes de Izcóatl y de su consejero Tlacaélel, a avasallar las ciudades de Coyoacán, Xochimilco, Tláhuac y Mixquic. Para ello contaron con el auxilio de sus aliados, especialmente de Nezahualcóyotl, señor de Texcoco.

Izcóatl fue el primer monarca absoluto de Tenochtitlán y bajo su gobierno se construyó la primera y principal calzada que unía al islote con tierra firma, la de Tacuba, que es hasta hoy la calle más antigua de México y de América. Además, como Izcóatl tenía la firme idea de hacer de los aztecas un pueblo invencible, ordenó que se quemaran los códices antiguos que narraban la azarosa historia de los mexicas para que nadie recordara el pasado, cuando fueron un pueblo perseguido y humillado. En otras palabras, creó su propia historia oficial, llena de triunfos y escenas de valor.



¿Sinónimos?

Aunque “aztecas” y “mexicas” significan lo mismo, los historiadores señalan que los aztecas fueron el pueblo que partió de Aztlán y que los mexicas fueron sus descendientes, fundadores de México-Tenochtitlán.



Ingeniería prodigiosa

Con el quinto tlatoani, Moctezuma I o Ilhuicamina, “el flechador del cielo” (1440-1468), se estableció la tradición de realizar sacrificios humanos en honor a Huitzilopochtli. Además, para obtener prisioneros, con la intermediación de su consejero Tlacaélel, Moctezuma pactó con Tlaxcala y Huejotzingo las llamadas “guerras floridas”, donde los ejércitos aztecas y tlaxcaltecas se enfrentaban cada veinte días en un combate singular cuyo objetivo era la captura de prisioneros vivos para celebrar sacrificios humanos y honrar así a Huitzilopochtli, el dios de la guerra.



Los principales dioses aztecas

22067.png De la guerra y del sol: Huitzilopochtli, “colibrí hechicero”, era la principal deidad del panteón azteca.

22069.png De la justicia: Tezcatlipoca, “espejo humeante”.

22072.png De la sabiduría: Quetzalcóatl, “serpiente emplumada”.

22074.png De la protección: Tonantzin, “nuestra madre”.

22076.png De la tierra: Coatlicue, “falda de serpientes”.

22078.png De la lluvia: Tláloc, “el que hace germinar”.

22080.png De la muerte: Mictlantecuhtli, “señor de la región de la muerte”.



Con el apoyo de Nezahualcóyotl, quien además de poeta era un gran ingeniero, Moctezuma pudo construir el tan necesario acueducto de Chapultepec para surtir de agua dulce a Tenochtitlán, además de que inició las obras de la albarrada que separaba las aguas saladas del lago de Texcoco y evitaba las terribles inundaciones que hacían padecer a los mexicas.



La albarrada de los indios

En 1449 una inundación puso en peligro la existencia de Tenochtitlán. “Crecieron tanto las aguas de esta laguna mexicana —escribió tiempo después fray Juan de Torquemada—, que se anegó toda la ciudad y andaban los moradores de ella en canoas y barquillas, sin saber qué remedio dar ni cómo defenderse de tan grande inundación”.

En medio de la desesperación generalizada, la solución provino del rey de Texcoco, Nezahualcóyotl, quien aconsejó a Moctezuma “que el mejor y más eficaz remedio del reparo era hacer una cerca de madera y piedra que detuviese la fuerza de las aguas para que no llegasen a la ciudad”.

Todos los señoríos cercanos contribuyeron a tan ardua empresa. Cientos de hombres y de recursos se utilizaron para la obra y en poco tiempo fue concluida. Con una longitud de doce kilómetros —cuatro de los cuales se construyeron en el agua— y seis metros de ancho, la albarrada de Nezahualcóyotl –también llamada “de los indios”— dividió la vasta laguna en dos: “la del oriente, de aguas saladas, que siguió llamándose lago de Texcoco, y la occidental, cuyas aguas se volvieron dulces, rodeaban a la metrópoli y se denominó Laguna de México”. La obra fue coronada con una efigie de Huitzilopochtli y fue destruida hasta 1521, durante el sitio de Tenochtitlán.



Moctezuma Ilhuicamina extendió el imperio azteca hasta regiones muy lejanas a Tenochtitlán, pues sus tropas llegaron a lo que hoy son los estados de Puebla, Veracruz, Morelos, Guerrero y Oaxaca.




La Piedra del Sol

Con Axayácatl, “cara de agua” (1469-1481), continuaron las conquistas, de las cuales la principal fue Tlatelolco, y la expansión del imperio continuó hacia el Occidente. Organizó un ejército de 24 mil hombres, pero no pudo someter a los tarascos de la región de Michoacán. Así, los aztecas sufrieron su primera derrota desde la época de Izcóatl. Durante su gobierno fue esculpida la llamada Piedra del Sol, colocada en el Templo Mayor de Tenochtitlán.



¿Calendario o Piedra del Sol?

Con sus 3.60 metros de diámetro y casi 25 toneladas, el llamado Calendario Azteca fue tallado durante el reinado de Axayácatl. No era calendario pero tampoco es correcto llamarla Piedra del Sol. Era un monolito realizado para una fecha sagrada: la ceremonia del Fuego Nuevo que se realizaba cada 52 años y en la cual se conmemoraba el nacimiento del dios Tonatiuh. Su posición original era horizontal, “evidencia de su diálogo permanente con el cielo y sus colores predominantes fueron el rojo —la sangre— y el amarillo ocre —el fuego solar—“, señala el investigador Sergio Raúl Arroyo. Es probable que hubiera ocupado un lugar frente a Tezcatlipoca en el Templo Mayor de Tenochtitlán y que su centro —un sol sediento que mostraba una lengua asociada con el cuchillo sacrificial fuera depositario de ofrendas de sangre.

Cuando llegaron los españoles no la destruyeron, pero en 1559 decidieron sepultarla porque se cumplían otros 52 años del ciclo de los aztecas y, si bien ya estaban sometidos, no querían dar pie a ritos paganos. En 1790 fue redescubierta cuando se realizaban trabajos en la Plaza Mayor de la Ciudad de México y el virrey Revillagigedo ordenó que fuera expuesta y conservada. Fue colocada a un costado de la torre poniente de la Catedral, lugar donde estuvo hasta 1887, cuando el gobierno de Porfirio Díaz decidió trasladarla al Museo Nacional. En 1964 fue llevada al Museo Nacional de Antropología e Historia.



El tlatoani pacifista

Tizoc, “pierna enferma” (1481-1486), séptimo tlatoani, no fue muy bien recibido por los propios señores de Tenochtitlán. A la cabeza de un pueblo guerrero por naturaleza, el tlatoani les resultó pacifista y quiso establecer la paz con los huejotzingas, enemigos tradicionales, y aunque lanzó una campaña para conquistar la región de Oaxaca, fracasó. Al parecer, los señores principales mexicas, instigados por Tlacaélel, acusaron a Tizoc de ser un cobarde, por lo cual decidieron asesinarlo. Para ello contrataron a unas brujas que le dieron un bebedizo que le provocó severas hemorragias por la nariz y la boca. Sin embargo, su figura trascendió y hoy es recordado por haber mandado labrar la Piedra de Tizoc, donde pueden apreciarse sus hazañas guerreras en bellos relieves.



El necio

Bajo el reinado del emperador Ahuízotl (1486 a 1502), Tenochtitlán ya era conocida más allá del Valle de México. Durante su gobierno se inició la última etapa de construcción del Templo Mayor. En lo más alto de la construcción se levantaban dos adoratorios dedicados a sus principales dioses: Tláloc, el dios de la lluvia, y Huitzilopochtli, el dios de la guerra. En esa ocasión, al concluirse el Templo Mayor, para honrar a Huitzilopochtli, Ahuízotl ordenó el sacrificio de miles de prisioneros —hasta 80 mil, cuentan las crónicas— pues, como ya se explicó, entre los aztecas estaban permitidos los sacrificios humanos y era una práctica común.



Un poco de sangre

Muchos cronistas señalan que fueron sacrificadas 80 mil personas; el Códice Telleriano establece que fueron 20 mil; el historiador Fernando de Alva Ixtlixóchitl (circa 1568-1648) escribió:



Fueron ochenta mil cuatrocientos hombres en este modo: de la nación tzapoteca 16 000, de los tlapanecas 24 000, de los huexotzincas y atlixcas otros 16 000, de los de Tizauhcóac 24 400, que vienen a montar el número referido, todos los cuales fueron sacrificados ante este estatuario del demonio [Huitzilipochtli], y las cabezas fueron encajadas en unos huecos que de intento se hicieron en las paredes del templo mayor, sin [contar] otros cautivos de otras guerras de menos cuantía que después en el discurso del año fueron sacrificados, que vinieron a ser más de 100 000 hombres; y así los autores que exceden en el número, se entiende con los que después se sacrificaron.



No es posible establecer una cifra exacta porque todas las fuentes son posteriores a la conquista y muy contradictorias entre sí.



Con Ahuízotl, el imperio azteca llegó a su mayor expansión y poderío, pues emprendió guerras en contra de los mazahuas y de los otomíes, con lo cual consolidó el poder y la autoridad de los mexicas sobre buena parte de Mesoamérica.

Murió este tlatoani por necio durante una gran inundación, provocada por su culpa. Tenochtitlán recibía agua a través del acueducto de Chapultepec, pero al tlatoani le pareció que era insuficiente y quería mantener esplendorosos sus jardines. Dado que era tributario de los mexicas, el señor de Coyoacán no se rehusó, pero advirtió “que de cuando en cuando aquellas se derramaban y hacían mucho daño en la ciudad —escribió tiempo después fray Diego Durán en su Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme—, y así temía que haciéndole fuerza y violencia subiría demasiado y que anegaría la Ciudad de México”. Ahuízotl consideró la advertencia como un desafío a su poder y lo mandó matar. Tiempo después se inauguró fastuosamente la nueva obra y el agua comenzó a llegar a la ciudad.



Furia acuática

Salió tan gran golpe de agua y tan viva que parecía quererse subir por las paredes de las casas de la ciudad, con tan gran violencia que en breve espacio de tiempo la anegó y ahogó mucha gente de ella; y por otra parte de la laguna se levantaban muchas oleadas de ella, que causó grande terror y espantos a todos los que las veían, que parecía que se levantaban hasta el cielo.



FERNANDO DE ALVA IXTLIXÓCHITL.



El rey mandó cerrar la fuente de inmediato, pero el daño estaba hecho: México-Tenochtitlán tendría que reedificarse sobre el fango y los restos de la ciudad. Las aguas penetraron en los aposentos del palacio donde habitaba Ahuízotl y al querer salir se golpeó con fuerza en la cabeza, lo que le produjo la muerte al cabo de unos días. Antes morir encomendó a Nezahualpilli, señor de Texcoco, que salvara de la ruina a Tenochtitlán. Los texcocanos, más diestros en hidráulica que los mexicas, así lo hicieron.



El dios de la lluvia llora sobre México

La representación más conocida de Tláloc es la que aguarda a la entrada del Museo Nacional de Antropología e Historia, en la Ciudad de México. El 16 de abril de 1964, Tláloc llegó a ocupar ese sitio. Considerado uno de los cinco monolitos más grandes del mundo con 167 toneladas de peso, esta deidad dejó de morar en San Miguel de Coatlinchán (al oriente del Valle de México) después de catorce siglos para irse a vivir al Paseo de la Reforma. En medio de un inusitado aguacero, que miles de personas atribuyeron al dios de la lluvia, la gente se volcó a las calles para poder admirar el paso de la monumental escultura que, sostenida por cuerdas, recorría las calles de la capital mexicana encima de una plataforma de 23 metros de largo, equipada con 72 llantas Goodrich Euzkadi y realizada especialmente para la denominada “Operación Coatlinchán”.

Fue preciso calcular metro a metro la resistencia del terreno en todo el trayecto, se removieron obstáculos, se reforzaron alcantarillas y se construyó una carretera con revestimiento especial para su paso, una tarea que requirió la dedicación de decenas de hombres y meses de planeación. Los reflectores siguieron a Tláloc en los puntos más importantes de su traslado. Escoltado por el ejército, pasó el Zócalo que fue iluminado especialmente para saludarlo; incluso transitó en sentido contrario por las calles de Corregidora y Madero. El viaje duró 19 horas en total, desde las 6:15 de la mañana, hora en la que el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez —jefe del proyecto— diera la orden para mover el monolito, hasta su llegada a las 1:13 horas del 17 de abril al recinto de Chapultepec.



El centro del universo

El Pueblo del Sol utilizó los elementos que la naturaleza le proporcionaba. El agua fue su gran aliada; con ella pudo erigir una ciudad imperial donde antes no existía nada. El islote no tenía los recursos materiales necesarios para levantar grandes y sólidas construcciones, pero los aztecas los obtuvieron mediante intercambio de productos con las poblaciones establecidas alrededor de los lagos.

De las aguas, los aztecas obtenían peces, renacuajos, ranas, camaroncillos, moscos acuáticos, culebras, gusanillos laguneros y patos, y los cambiaban por madera, piedra, cal y algunos alimentos producidos en tierra firme. Ya sin el dominio de los señores de Azcapotzalco, pronto se convirtieron en amos y señores del comercio en el lago. La ciudad que comenzaba a edificarse fue ganando espacio al lago: a través del sistema de chinampas, la extensión territorial de la isla fue en aumento. Los aztecas pudieron producir lo que el inhóspito lugar les negó en un principio: legumbres, tomate, jitomate, maíz, frijol y chía, además de flores y plantas que adornaban los jardines de las casas y palacios señoriales.



Balsas de cultivo

Las chinampas son extensiones de tierra flotante que se colocaban sobre un armazón de troncos atados con fibras de maguey.





Los aztecas también lograron dominar el gran lago con la construcción de tres calzadas que unían a la isla con la tierra firme y además funcionaban como diques para dividir el agua dulce del agua salada y controlar el nivel para evitar las inundaciones. Hacia el oeste de la isla corría la calzada principal llamada Tacuba; hacia el sur se encontraba la calzada de Iztapalapa; hacia el Noreste partía la del Tepeyac. En caso de amenaza militar, las tres calzadas tenían compuertas y puentes móviles que podían retirarse en un instante, lo cual dejaba aislada a la capital azteca y lista para la defensa.



Un lago que parecía mar

“Tendría este pequeño mar treinta leguas de circunferencia, y los dos lagos que le formaban se unían y comunicaban entre sí por un dique de piedra que los dividía, reservando algunas aberturas con puentes de madera, en cuyos lados tenían sus compuertas levadizas para cebar el lago inferior siempre que necesitaban de socorrer la mengua del uno con la redundancia del otro: era el más alto de agua dulce y clara, donde se hallaban algunos pescados de agradable mantenimiento [la laguna de México formada por las aguas del lago de Xochimilco] y el otro de agua salobre y oscura, [Texcoco] semejante a la marítimas; no porque fuesen de otra calidad las vertientes de que se alimentaba, sino por vicio natural de la misma tierra donde se detenían, gruesa y salitrosa por aquel paraje; pero de grande utilidad para la fábrica de la sal”.

ANTONIO DE SOLÍS, Historia de la conquista



Como toda ciudad que se construye en medio de un lago, en México-Tenochtitlán había calles de agua, por donde circulaban pequeñas canoas, y calles de tierra, por donde podían caminar los habitantes de la capital azteca. Las casas tenían acceso hacia los dos tipos de calles, además de que la ciudad siempre lucía limpia y fresca.

Hacia finales del siglo XV la ciudad ya lucía esplendorosa. Se había convertido en una verdadera capital imperial. Los aztecas la consideraban el centro del universo.



Las calles de Tenochtitlán

“Las calles de México eran en dos maneras: una era toda de agua, de tal manera que por ésta no se podía pasar de una parte a otra sino en barquillas o canoas, y a esta calle o acequia correspondían las espaldas de las casas. Estas calles de agua eran sólo para el servicio de las canoas. Otra calle había toda de tierra; pero no ancha antes muy angosta, y tanto que apenas podían ir dos personas juntas, son finalmente unos callejones muy estrechos. A estas calles o callejones salían las puertas principales de todas las casas. Por las calles de agua entraban y salían infinitas canoas con las cosas de bastimento y servicio de la ciudad... no había vecino que no tuviese su canoa para este ministerio”.



FRAY JUAN DE TORQUEMADA, Monarquía indiana



Fuera de la ciudad imperial, uno de los lugares más importantes era Chapultepec. Desde tiempos inmemoriales aquella elevación fue considerada un lugar tocado por la divinidad. Los aztecas encontraron en Chapultepec un vínculo permanente con la naturaleza y el sitio adecuado para el descanso imperial.

En las faldas del cerro construyeron un palacio y en la cima un adoratorio que le otorgó al bosque un sentido de lugar sagrado. En las primeras décadas del siglo XV, Nezahualcóyotl habitó el palacio edificado en el Cerro del Chapulín y sembró con sus propias manos los ahuehuetes. Dejó así su testimonio antes de marchar a gobernar Texcoco.

Los emperadores aztecas se recrearon en el “agua más clara que el cristal” proveniente de las profundidades de Chapultepec, agua que durante siglos fue trasladada a la Ciudad de México a través de acueductos. Las albercas naturales en el interior del bosque, la paz de la naturaleza y la tranquilidad del lugar hicieron de Chapultepec uno de los lugares más frecuentados por los tlatoanis aztecas.

Su fascinación y respeto por el lugar quedó plasmado en las rocas del cerro donde fueron esculpidas las efigies de Tlacaélel, Moctezuma Ilhuicamina, Ahuízotl y Axayácatl.


Sintiendo su fin próximo, Axayácatl quiso que entallaran su retrato a semejanza del de Motecuhzoma i; fueron llamados los canteros, y así fueron a Chapultepec y habiendo visto otra buena peña la comenzaron a labrar, y en breve tiempo acabaron de labrar la figura. Terminada la obra, enfermo como estaba, se hizo llevar a verla cargando en unas andas, quedó complacido de la labor, y al tornar a la ciudad expiró en el camino.

MANUEL OROZCO Y BERRA.



imagenmapa4.png



Moctezuma II

Moctezuma Xocoyotzin, también conocido como Moctezuma ii, ocupó el trono en 1502, luego de los infaustos sucesos que llevaron a Ahuízotl a la muerte. Los primeros años de su gobierno corresponden a la época de mayor grandeza del imperio azteca, pero también al periodo cuando los pueblos sometidos tuvieron que pagar mayores tributos y ofrecer más prisioneros para los sacrificios humanos. Esta situación provocó una gran molestia y enemistad entre el resto de las naciones indígenas que veían al imperio azteca como el adversario a vencer.



De todo corazón: sacrificios humanos

“Los mexicas sacrificaban a sus enemigos con la convicción de que sus acciones los convertían en salvadores de la humanidad. Los techcatl eran las piedras sobre las cuales se realizaban los sacrificios humanos. Estaban colocadas a la entrada de los templos de Huitzilopochtli y Tláloc y la gente que se reunían al pie del Templo Mayor podía presenciar los sacrificios. El pueblo sabía que sus dioses se alimentaban y congratulaban con la sangre humana; así era educado. Los sacrificios tenían una amplia gama de víctimas. Según el tipo de ceremonia que se llevaba a cabo, la liturgia prescribía con rigor el origen, el sexo, la edad y la condición de quienes habrían de morir: mujeres, niños, albinos, enanos, sacerdotes, músicos y hasta prostitutas y esclavos. El sacrificio humano más común era extraer el corazón de la víctima, colocada boca arriba sobre la piedra sacrificial; también podía recurrirse al degüello o el ahogamiento. Los cadáveres de los sacrificados eran arrojados desde lo alto de las pirámides y eran decapitados, descuartizados o desollados; se conservaba la cabeza y el fémur como objetos sagrados y en ciertas festividades, la carne de las víctimas era ingerida, práctica de canibalismo que tenía como propósito la comunión del fiel con el cuerpo que había sido divinizado por medio del sacrificio”, según refieren Alfredo López Austin y Leonardo López Luján.



Con Moctezuma ii, la tradicional austeridad y moderación de los anteriores tlatoanis desapareció de Tenochtitlán. El emperador se hacía trasladar en hombros acompañado por un aparatoso cortejo y prohibió que su pueblo lo viera a los ojos, por lo que la gente debía bajar la mirada a su paso. Sin embargo, donde quedó reflejada su soberbia y el esplendor que vivía Tenochtitlán fue en el magno palacio que mandó construir frente al Templo Mayor.

Las casas nuevas de Moctezuma —llamadas así después de la conquista— cubrían toda el área del actual Palacio Nacional; hacia el norte ocupaban además la cuadra donde se construyó la Universidad de México y por el sur alcanzaban el predio ocupado en la actualidad por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Era de tales dimensiones que contaba con veinte puertas de acceso; la mayoría abrían hacia la plaza y otras a las calles públicas. Tenía tres patios y en uno de ellos había una fuente a donde llegaba el agua, pura y cristalina, directamente de Chapultepec. Fray Juan de Torquemada señala que también tenía “muchas salas y cien cámaras o aposentos de veinte y cinco pies de largo y cien baños en ellos”.



El edificio, aunque sin clavazón, era todo muy bueno; las paredes de canto, mármol, jaspe, pórfido, piedra negra, con unas vetas coloradas y como rubí, piedra blanca, y otra que se trasluce; los techos, de madera bien labrada y entallada de cedros, palmas, cipreses, pinos y otros árboles; las cámaras, pintadas, esteradas, y muchas con paramentos de algodón, de pelo de conejo, de pluma...



FRANCISCO LÓPEZ DE GÓMARA,

capellán y cronista.



Poca era la gente que pasaba la noche en el interior de las casas reales, pero se decía que había mil mujeres —entre señoras, esclavas y criadas— al servicio de Moctezuma. En una de las salas cabían tres mil personas con “toda comodidad” y en otro de los salones, de gran tamaño, los españoles consideraron posible que treinta hombres a caballo “pudieran correr cañas como en una plaza”. En la entrada principal el escudo de armas daba la bienvenida: un águila abatía a un tigre, las manos y uñas puestas como para hacer presa.

Cada mañana 600 señores y personas principales acudían a encontrarse con Moctezuma. Algunos permanecían sentados, otros recorrían los pasillos mientras esperaban la autorización para ver al tlatoani.



Los señores que entraban en su casa no entraban calzados, y cuando iban delante de él algunos que él enviaba a llamar, llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado, y hablando con él no le miraban a la cara.



HERNÁN CORTÉS.



La comida era un verdadero ritual. De 300 a 400 jóvenes llegaban con los más variados manjares: carne, pescado, frutas y vegetales “que en toda la tierra se podía haber”. Para evitar que se enfriaran, cada platillo era colocado sobre un brasero. Moctezuma permanecía sentado sobre una almohada de cuero acompañado por cinco o seis señores ancianos a quienes daba de comer. Antes y después de los alimentos, los ayudantes del emperador le llevaban una vasija con agua y una toalla para limpiarse, que nunca más usaba al igual que los platos donde comía.


Aunque es verdad que hubo en esta Ciudad de México muchos señores y reyes que fueron ilustrando esta ciudad, y en ella edificaron palacios y casas reales, no se hace memoria de ellas, porque no hubo quien las notase, y sólo se trata de los palacios y casas del gran emperador Moctezuma, no sólo porque las vieron los nuestros, sino por su mucha majestad y grandeza, que parece que, aunque hubo reyes y emperadores antes de él, la grandeza de todos juntos se cifró en este monarca excelentísimo y así se dice que la casa real, donde este príncipe ordinariamente vivía, era cosa admirable.



FRAY JUAN DE TORQUEMADA.



Así se las gastaba

Moctezuma ii deseaba que cada monumento y construcción evocara su memoria y ordenó buscar una roca de grandes dimensiones, acorde con su persona y con su imperio, pero sobre todo digna del templo de Huitzilopochtli. Los viejos señalaron que un monolito así solo podía encontrarse en Tenanitlán.



Le pareció [a Moctezuma] que para tanta grandiosidad era muy pequeña la piedra de los sacrificios, donde los hombres, que eran ofrecidos al demonio, eran muertos. Por lo cual hizo buscar una que fuese tal y tan grande, que mereciese nombre del rey que la había puesto. Anduvieron buscándola por toda esta comarca de México y viniéronla a hallar en un lugar, a dos leguas de esta ciudad, llamado Tenanitlan, junto al pueblo de Coyohuacan. Era la piedra como el rey deseaba y habiéndole labrado y entallado a las mil maravillas, hizo que la trajesen, a lo cual concurrió grandísimo gentío de toda la comarca y la fueron arrastrando por el camino, con grandísima solemnidad, haciéndole infinitos y muy varios y diferentes sacrificios y honras.



FRAY JUAN DE TORQUEMADA,

Monarquía indiana.



Presagios

Pero ni toda la soberbia de Moctezuma, ni el esplendor de la ciudad, ni el poderío militar de su imperio eran suficientes para mantenerlo tranquilo. El emperador tenía una debilidad: era particularmente supersticioso. Tiempo antes de que las naves de Cortés llegaran a las costas de Veracruz (1519), el miedo se apoderó de Moctezuma debido a una serie de extraños sucesos que a su juicio anunciaban un terrible futuro (los cuales fueron recuperados en la obra Visión de los vencidos de Miguel León Portilla).

Moctezuma no dejaba de pensar en un cometa que atravesó el firmamento y fue visto en toda Tenochtitlán; también le preocupaba un incendio, surgido de la nada, que causó severos daños en la llamada casa de Huitzilopochtli; no pudo olvidar el rayo que atravesó un templo pero del cual nunca se escuchó el trueno; le parecía aterrador haber observado hervir las aguas del lago a temperaturas nunca vistas, que sus hombres capturaran a una extraña ave o escuchar el escalofriante lamento de una mujer que lloraba por sus hijos y que se escuchaba por las noches en la ciudad, misma que daría origen a la versión prehispánica de la leyenda de La Llorona.

Poco tiempo después de estos sucesos, los mensajeros informaron al emperador que hombres extraños blancos y barbados— habían desembarcado en un lugar cercano al actual puerto de Veracruz y que el individuo que venía al frente de ellos, de nombre Hernán Cortés, quería conocer Tenochtitlán.

Moctezuma perdió el color; su rostro se desdibujó y envió oro y plata para convencerlos de que regresaran por donde habían llegado, pero sucedió lo contrario: interesados por las riquezas, los españoles se abrieron camino hacia la capital imperial. En el trayecto, varias naciones indígenas, sometidas por los aztecas, se aliaron con los españoles; otras, como los tlaxcaltecas, los enfrentaron, pero las armas de fuego y los caballos —que no conocían los indígenas— fueron suficientes para derrotarlos. Los tlaxcaltecas finalmente se unieron a los españoles. El principio del fin del imperio azteca había comenzado.