
La madre de las culturas
Siempre se ha definido a la civilización olmeca como la madre de las culturas mesoamericanas. Fue la primera civilización formal; es decir, de la aldea sencilla constituida por algunas cuantas familias se transformaron en una sociedad más compleja, con división y especialización del trabajo y jerarquías sociales —de pronto se dieron cuenta de que no todos eran iguales—; además, las aldeas se transformaron en centros ceremoniales urbanizados con una traza arquitectónica ya planificada.
Los olmecas —“los que habitan la tierra de hule”— tuvieron alrededor de 800 años de existencia (entre el 1200 y el 400 a.C.) y se desarrollaron principalmente en los actuales estados de Veracruz y Tabasco. Aunque construyeron templos, tronos, estelas, espacios para juego de pelota y muchas otras obras, las esculturas que los define hasta la actualidad son las famosas cabezas colosales.
Según la historiadora Beatriz de la Fuente, las cabezas representan retratos de jóvenes gobernantes a quienes se les atribuían fuerzas divinas. En la actualidad se han encontrado diecisiete. En 1862, el viajero y explorador José María Melgar se topó de manera fortuita con la primera cabeza colosal en Hueyapan, Santiago Tuxtla, Veracruz, y publicó su hallazgo en 1869. La última hasta el momento fue encontrada en 1970.
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¿Olmecas etíopes? |
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Cuando en México estaba por iniciar la intervención francesa (1862), el explorador y periodista José María Melgar descubrió la primera cabeza olmeca, sobre la cual le informó un campesino. En su informe de 1869, Melgar escribió sus impresiones: “En tanto que obra de arte es, sin exageración, una escultura magnífica. Pero lo que más me ha asombrado es el tipo etíope que representa. He pensado que sin duda ha habido negros en este país. Y ello en las primeras edades del mundo”. |
Lo que el Xitle sepultó
Si los olmecas dejaron su historia escrita en la región del Golfo de México, los cuicuilcas hicieron lo propio en el Valle de México. Aunque ciudades como Teotihuacán o Tula, en el Altiplano Central, son reconocidas como las más importantes por la mayoría de la gente, para entender su desarrollo es necesario echar un vistazo a Cuicuilco, ciudad cuyos vestigios quedaron atrapados entre dos de las avenidas más importantes y transitadas de la Ciudad de México: Periférico e Insurgentes.
Cuicuilco comenzó su historia entre el 800 y 700 a.C.; fue una gran ciudad que llegó a tener hasta cuarenta mil habitantes hacia el 300 y el 150 a.C. Con su arquitectura de piedra a gran escala y sus construcciones similares a los multifamiliares actuales, esta ciudad influyó en el desarrollo de otras urbes prehispánicas. Incluso llama la atención su pirámide con plataforma circular, que es considerada la primera gran construcción de piedra de Mesoamérica (entre el año 800 y el 150 a.C. y que fue descubierta por Manuel Gamio en 1922).
Los cuicuilcas seguramente se la pasaban bien en el Valle de México. Eran la cultura más importante hasta que les estalló el volcán Xitle —lo cual ocurrió hacia el año 50 a.C.— y tuvieron que abandonar su ciudad; sin embargo, su importancia cultural y social en toda la región, así como su influencia arquitectónica y urbanística, determinaron el desarrollo de las dos ciudades principales del Altiplano Central que cobraron importancia en los siglos venideros: Teotihuacán y Tula.

Las grandes ciudades
Mientras los olmecas ya eran casi un recuerdo y los cuicuilcas se reacomodaban en otras regiones a través de diversas migraciones —aunque algunos regresaron a su ciudad bajo el célebre refrán “de lo perdido, lo que aparezca”—, los últimos siglos antes de Cristo y los primeros de nuestra era coincidieron con el desarrollo de otras dos ciudades que se caracterizaron por la gran concentración demográfica, por ser ciudades-estado, porque lo urbano imperaba sobre lo rural y, sobre todo, por el intercambio comercial que realizaron entre sí: Monte Albán y Teotihuacán.
Monte Albán se convirtió en una ciudad legendaria, simplemente porque las razones estratégicas y religiosas llevaron a sus moradores a edificarla sobre una elevación desde donde se contempla todo el valle de Oaxaca. Hoy es una de las zonas arqueológicas más visitadas del país.
Como suele suceder en la historia prehispánica, su esplendor no se debe a una sola cultura: con los zapotecos la ciudad alcanzó un cenit que concluyó por el año 800 de nuestra era; luego la ocuparon los mixtecos, quienes añadieron a su historia la orfebrería en los ritos funerarios. Monte Albán tuvo una intensa actividad militar y sobrevivió a la decadencia de Teotihuacán, pero los investigadores señalan que la caída en desgracia de los Teotihuacános desestabilizó al México prehispánico de entonces y precipitó también el abandono de la ciudad zapoteca. Con alrededor de ocho siglos de historia, en su momento de mayor auge Monte Albán llegó a tener una población de 17 mil habitantes.
Hasta el presidente Porfirio Díaz llegó a subir a la Pirámide del Sol en Teotihuacán, y es que esta ciudad fue, por mucho, el centro político, religioso y comercial más importante del Altiplano Central cuyo desarrollo se dió entre el año 100 a.C. y el 650 d.C. Fue una ciudad que llegó a tener más de 100 mil habitantes y, para dar cabida a tanta gente, se construyeron conjuntos habitacionales multifamiliares de mampostería, donde habitaban hasta veinte familias dedicadas a un mismo oficio. Su influencia en el arte, la arquitectura y la escultura rebasó todas las fronteras y llegó a todas las poblaciones del Valle de México, a los mayas de la península de Yucatán y hasta Centroamérica. Pero quizá la aportación más célebre de Teotihuacán a la historia mesoamericana fue el culto a Quetzalcóatl, que se extendió hasta el último rincón de la región.
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La Serpiente Emplumada |
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Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, personaje mítico en varias culturas y nombrado de distintas maneras —como Gucumatz o Kukulcán—, estaba identificado con la agricultura, con el agua, con el planeta Venus, con el viento y con la lucha contra las tinieblas. Era fuente de vida, creador de los ríos, las montañas, la escritura, las artes y las medidas del tiempo. Su culto adquirió forma en Teotihuacán a través del templo que fue construido en su honor, pero se extendió principalmente entre los toltecas, mayas y aztecas. La deidad Teotihuacána cobró forma humana en Tula. En los Anales de Cuauhtitlán se narra la historia de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, personaje virtuoso que fue llevado a Tula a gobernar. Era un hombre sabio, justo, dado a las artes y al conocimiento; un sacerdote con poderes para invocar a los dioses, a quienes dedicaba sacrificios pero solo de animales. Sus virtudes eran tan grandes como las envidias que desató, por lo que un grupo de sacerdotes lo emborrachó. En plena euforia y alegría, Quetzalcóatl mandó llamar a su hermana Quetzalpétatl y pasó la noche con ella. La cruda moral fue tan terrible que decidió marcharse para siempre en dirección al oriente. En algunas versiones, como la de Cuauhtitlán, al llegar a la costa se incineró y terminó convertido en la estrella que brilla al amanecer (asociación con Venus). En el imaginario sobre Quetzalcóatl, la tradición estableció que si se había marchado, tendría que regresar en algún momento. Y es así como el mito se empata con la idea de que, al enterarse de la llegada de los españoles a las costas de Veracruz, Moctezuma asumió que se trataba de Quetzalcóatl. |
La decadencia
Es muy popular la teoría de que las principales civilizaciones prehispánicas desaparecieron de manera misteriosa, sobre todo la Teotihuacána, la tolteca y la maya. Sin embargo, no hay misterio alguno: la decadencia de las principales ciudades se debió a migraciones, a guerras, a ciclos agrícolas que provocaron hambrunas, al desabasto y a la transformación de las condiciones políticas regionales. Ninguna población desapareció de la noche a la mañana: el abandono de las ciudades fue un proceso de varios cientos de años y las migraciones dieron vida a nuevas ciudades y culturas.
La decadencia de Teotihuacán, hacia el último cuarto del primer milenio de nuestra era (aproximadamente hacia el año 750), abrió un periodo de reacomodos sociales, sobre todo en el Altiplano Central. Hubo inestabilidad política, movilizaciones hacia otros puntos de la región, migraciones procedentes de Aridoamérica y reorganización de asentamientos urbanos. Pequeñas ciudades disputaron la hegemonía, como Cacaxtla, Xochicalco, El Tajín, Zaachila, Lambityeco, Uxmal, Kabah y Sayil. Los últimos siglos del primer milenio también coincidieron con el primer auge de las ciudades mayas; por entonces florecieron Palenque, Yaxchilán, Tikal, Calakmul y la magnífica Ek-Balam, pero hacia el año 900 todas ellas fueron abandonadas debido a las guerras.
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¿Astronautas en Palenque? La tumba de Pakal |
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En 1950, el arqueólogo Alberto Ruz llegó a Palenque para hacer excavaciones en el Templo de las Inscripciones; después de dos años de trabajos, entre plataformas, escalinatas y muros, encontraron una enorme loza que resguardaba la tumba de Pakal, gobernante maya que había ordenado la construcción de su sepultura. Sus restos debían ser enterrados dentro de una pirámide de nueve niveles dentro del Templo de las Inscripciones y su sarcófago sería cubierto con una lápida esculpida con la historia de su linaje. Pakal murió en agosto del año 683 de nuestra era y la tumba fue obstruida por completo con escombros para que nadie pudiera entrar jamás. La losa funeraria tiene decenas de símbolos que rodean la imagen esculpida de Pakal. Las versiones más absurdas, sobre todo de los fanáticos del llamado fenómeno ovni (Objeto Volador No Identificado), afirman que la lápida representa una nave espacial, con sus controles y toda la cosa, y el viajero galáctico es nada más y nada menos que el rey Pakal. |
Como resultado de los reacomodos políticos y sociales después de la caída de Teotihuacán, entre los años 900 y 1200 de nuestra era los mayas regresaron por sus fueros y la península de Yucatán volvió a gozar de su esplendor, sobre todo en Chichén Itzá. Los mayas vivieron una segunda etapa de desarrollo pero con influencia tolteca.
Chichén Itzá había sido fundada hacia el año 525, pero fue a partir del año 900 que resurgió como la ciudad más poderosa de la península de Yucatán hasta el año 1300, en alianza con Uxmal y Mayapán. Muchas de las edificaciones de la antigua ciudad fueron destruidas y otras más se levantaron, como la famosa pirámide conocida como El Castillo, considerada hoy una de las Maravillas del Mundo Moderno. Además del ánimo guerrero que también provenía del Altiplano Central, en las nuevas edificaciones se recrearon imágenes y estructuras de Tula, como el pórtico con columnas con planta en L, el Templo de los Guerreros, con dos serpientes emplumadas, el chac mool y el tzompantli escultórico.
En el Altiplano Central surgió la grandiosa Tula, que con el tiempo sería fuente de inspiración para México-Tenochtitlán. Con el arribo de pueblos guerreros al Altiplano Central comenzó a configurarse el contexto donde aparecería el Pueblo del Sol o el imperio azteca. La última ciudad de gran importancia que surgió antes de la llegada de las tribus aztecas al Valle de México fue la mítica Tula, hacia el 950. Durante alrededor de 250 años, Tula fue la ciudad que impuso la moda, las condiciones comerciales, la influencia cultural y hasta los dioses de su panteón a toda la región, incluso más allá de sus fronteras.
En su composición social se fusionaron el ánimo belicoso de los chichimecas con la tradición cultural Teotihuacána. Tula fue la primera ciudad mesoamericana donde se utilizó el tzompantli, de aportación chichimeca. Allí se crearon el pórtico monumental y el altar antropomorfo conocido como chac mool.
La influencia de Tula se debió a que abrió rutas comerciales al sur y al norte; de ahí su influencia que se extendió hasta la región maya. Cuando el esplendor de Tula llegó a su fin, hacia el año 1200, los aztecas llevaban varias décadas de haber iniciado su mítica peregrinación en busca de la señal divina para edificar su ciudad.
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El muro del terror |
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El tzompantli era el muro donde se colocaban los cráneos de las víctimas de los sacrificios humanos, en filas y atravesados por varas. Cuando los españoles vieron el tzompantli del Templo Mayor se horrorizaron. Eran utilizados para causar terror a los visitantes y viajeros que llegaban a las principales ciudades aztecas, para demostrar su poder. |
¿Sacrificios humanos?
Aunque la guerra siempre estuvo presente en las distintas etapas del desarrollo histórico de Mesoamérica, a partir del año 900 adquirió una importancia mayor debido a que comenzaron a llegar migraciones chichimecas al Altiplano Central, provenientes de Aridoamérica. Estos pueblos habían evolucionado con una clara vocación por la guerra, por la sangre y por el sacrificio humano a gran escala. Eran tribus sumamente aguerridas que se adaptaron a la forma de vida establecida desde siglos atrás en la región y adquirieron sus conocimientos, su cultura y su forma de relacionarse. Al comenzar el segundo milenio de nuestra era, las relaciones entre las ciudades-estado se establecieron a partir de la guerra, el sometimiento y la tributación.
El militarismo implicó que existieran guerreros profesionales, cuya casta tuvo gran poder social y político, lo que propició que aumentaran los sacrificios humanos de forma considerable, para dar un sentido sagrado a las campañas de conquista y expansionismo.
Cuando los aztecas se establecieron por fin en el Valle de México, tomaron elementos de las civilizaciones que los habían precedido para su propia organización política y social, así como para su imaginario religioso, en particular de Teotihuacán y de Tula. Así, los aztecas se apropiaron de sus dioses, como Quetzalcóatl, además de su cultura y sus mitos.
Para entonces ya habían transcurrido casi cuatro mil años de historia desde los primeros asentamientos urbanos de importancia, que en última instancia convergieron en el surgimiento de la civilización a la que le correspondería conocer lo que vendría del otro lado del mundo.
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El juego de pelota |
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Los nahuas lo llamaron tlatchtli o ulama —de las etimologías ullamalitzli (juego) y ulli (hule); por su parte, los mayas lo llamaron hom (que significa tumba). Se trata de un juego ritual —no precisamente un deporte—, común a la mayor parte de las culturas mesoamericanas. Se cree que representaba la lucha entre las fuerzas luminosas de la vida frente a los seres antagónicos del inframundo, donde la pelota era un símbolo cósmico, probablemente solar. Se ignoran sus reglas, pero se sabe que en algunas versiones solo estaba permitido golpear la pelota con las caderas y los codos; en otras, con antebrazos, rodillas, palos o manoplas. Algunos investigadores afirman que el juego de pelota se practicaba durante la época de sequía para propiciar las lluvias. De igual manera se sabe que se jugaba individualmente o en equipos de hasta de siete jugadores. Su importancia alcanzó tal magnitud que dio lugar al profesionalismo con apuestas que incluían joyas, esclavos, mujeres, esposas, hijos o la propia libertad del apostador. Diversas estelas lo ligan a cautivos y sacrificados. Algunos arqueólogos creen que este juego fungió como sustituto político de la guerra, donde los líderes se disputaban la vida o algún territorio en una confrontación. |