La lluvia en Ngong

 

 

 

 

En 1939, cuando su fama literaria estaba ya consolidada ante gran parte del público danés, e incluso ante un público extranjero aún más numeroso, escribió Isak Dinesen (seudónimo de Karen Blixen) lo siguiente a un pariente cercano que había expresado inquietud por su situación personal al morir su madre en enero del mismo año:

 

Comenzaré diciendo que si lo que piensas es que mi situación en Rungsted, ahora, en verano, resulta difícil —y ésta es, en términos generales, la impresión que saqué de tu carta cuando me la leyó la tía Bess—, puedo asegurarte que te equivocas, y me apresuro a corregirte. A mí me parece, al contrario, que aquí estoy divinamente; es una verdadera suerte para mí poder seguir aquí, igual que siempre, y me considero mucho más afortunada que, por ejemplo, Elle, que pronto va a tener que enfrentarse con la vida en todas sus formas. La gente aquí es sumamente amable, y la vieja casa parece que se cierra en torno a mí para protegerme, y siento, día tras día, como si mi madre estuviera aquí y continuara participando en todo. El ambiente es encantador en cuanto llega la primavera; los estorninos cantan por las mañanas ante mi ventana, las flores se abren en el jardín como cada año, y todo sigue lleno de la paz y la bondad de mi madre. No sabes lo que agradezco haber podido disfrutar de este tiempo para concentrarme en mí misma, aclarar mis ideas y concretar lo que tengo que hacer con mi vida. Ya sé que mientras yo estoy aquí hay mucha inseguridad en el mundo, pero eso a mí no me inquieta en absoluto, como sin duda inquietará a tanta pobre gente con tantas cosas que defender y por las que angustiarse; sé perfectamente que disfruto de algo que pertenece al pasado y que pronto terminará. No siento necesidad, como otros, de enfrentarme con las fuerzas que agitan al mundo, y tengo la sensación de que la insólita armonía que experimenté por doquier en compañía de mi madre sigue en cierto modo aquí conmigo. En este momento recuerdo las palabras de Nietzsche: «Digo que sí a todo».

Lo que me resulta duro no es en realidad la falta de mi madre, o de los otros que han muerto, sino la relación con la vida y con los vivos, y la duda que tengo de si seré capaz, una vez más, de convivir con ellos. Cuando volví de África le dije a mi madre que no debía esperar mucho de mí, porque una mitad mía yacía en las colinas de Ngong, y tengo la sensación de que la mitad restante también yace: no en el cementerio, sino, de alguna manera, en el pasado, o en la universidad incluso, pero sin mantener ninguna relación con mi vida cotidiana y sus exigencias. Y pienso también que, vista con objetividad, es una ardua tarea para la segunda parte de una vida, sobre todo no siendo ya joven, sobreponerse a las dificultades y forjarse una existencia. Y esto no lo digo solamente en el sentido económico, ni tampoco me refiero a detalles como dónde podrá vivir una o cómo se las va a arreglar, sino a algo mucho más hondo: ¿cómo podrá una vivir? Pero también es cierto que este tiempo aquí me ha sido dado para aclararme en todas estas cosas. No tengo necesidad de apresurarme. Puedo dejar que las cosas se aclaren según van viniendo...

 

El regreso, en el sentido humano, y la insólita calma en plena tormenta, que normalmente lo arrastra todo consigo, eran experiencias que ya no podían asustar a Karen Blixen, porque, como tantas otras cosas, no pasaban de ser meras repeticiones de lo que ella misma había pasado ya en África. El que Karen Blixen, ocho años después de despedirse de su finca, quizás para el resto de sus días, pudiera sentirse como si ya no tuviera sitio legítimo entre los vivientes en el presente y en la realidad a que tenía derecho, no sorprenderá apenas a nadie que haya leído con atención Memorias de África. El tremendo reto que supuso para su existencia vivir en la finca, sueño de su primera juventud con el que más tarde pudo enfrentarse, le había sido arrebatado irremisiblemente, y ahora sólo le quedaba elegir entre convertirse en un impreso, como ella misma decía en momentos de amargura, o hundirse. Al volver a Dinamarca había dicho a una buena amiga que se daba a sí misma medio año de plazo para comprobar si iba a poder vivir la vida que ahora le esperaba, y que si le resultaba imposible prefería dejar de existir. Ya en 1931, cuando aún vivía entre las ruinas de su mundo exterior, se sintió capaz, con la extraña paz mental de que le fue siempre posible gozar en situaciones catastróficas, de enfrentarse consigo misma y de llegar a un resultado que a ella le pareció ventajoso. En una carta a su hermano Thomas Dinesen, fechada el 10 de abril, Karen Blixen escribe:

 

Para mí las cosas están de tal manera que, por ejemplo, no sería en modo alguno triste o malo el que yo, después de haber sido aquí, de muchas maneras, más feliz de lo que le es dado ser a la inmensa mayoría de la gente —y conste que no hay una sola persona por la que quisiera cambiarme—, me retirase ahora tranquila y serenamente de una existencia que tanto he amado en estas tierras... Para mí la única cosa verdaderamente natural sería desaparecer junto con mi mundo africano, que me parece parte vital de mí misma en idéntica medida que mis ojos o que cualquier talento que yo pueda tener, y no sé, la verdad, qué parte de mí sobrevivirá a su pérdida. En pocas palabras: continuar viviendo es, a mi modo de ver, un malentendido bastante evidente en términos generales, porque ¿cuánto de uno mismo sobrevive? ¿Cuánto queda, en las actuales circunstancias, de la persona que he sido yo, o tú, si te pones en mi caso, durante quince años?

 

Karen Blixen podía, a veces, desesperarse por causa de la situación del momento, y enfurecerse contra el destino, pero su carácter le inducía a decir que sí a todo, fueran cuales fuesen las circunstancias que le deparase la existencia. Contemplaba su vida con ojos de pintor y sabía muy bien que las negras sombras del escenario eran tan necesarias como las luces brillantes y los fuertes colores. Tristezas y reveses pertenecían al mismo designio que las raras, pero nunca olvidadas, horas de felicidad que le eran dadas; es posible incluso que tuviera una necesidad medio inconsciente de sufrimiento, porque sentía que el sufrimiento, más que ninguna otra cosa, contribuía a madurar a la artista que llevaba dentro. En este sentido, citando las palabras de Arndt a Malli de su cuento Tormentas, ella misma era «un enigma y un heraldo de alegrías». También gritaba a veces al dolor y a los vacíos de su vida, como Jacob en su lucha con Dios: «¡No te soltaré hasta que me bendigas!».

Estos cambios de luz y oscuridad, entre aceptación sumisa de las condiciones de la vida y completo rechazo, eran indudablemente muy básicos en el carácter de Karen Blixen. Ello se ve con gran nitidez en los muchos y muy variados recuerdos de su libro de memorias, pero quedó confirmado por primera vez de manera claramente biográfica en el libro Tanne, de Thomas Dinesen, cuyas citas de las cartas de Karen Blixen a su hermano arrojaron una luz nueva sobre su personalidad entreverada de mitos. No hay en Tanne nada que contradiga su propia descripción de sus años en la finca; pero, a través de sus cartas particulares, consigue el lector, de un solo paso, acercarse tanto a Karen Blixen que le es posible ver su rostro desnudo bajo la máscara y descubrir que detrás del estilo lleno de aplomo y de la actitud distanciada que se percibe en el libro de memorias palpita una realidad de dolorosas experiencias humanas que Karen Blixen apenas tuvo fuerzas de revivir y de plasmar en el tejido de su libro al escribir Memorias de África. Tal vez no deseara en absoluto que el lector se apercibiera de las más hondas derrotas de su existencia, pero lo cierto es que se confesó de viva voz a amigos y conocidos y les contó los golpes que el destino le había asestado, y, en sus últimos años, tuvo cuidado de informar a futuros biógrafos de importantes detalles de su vida. Sin embargo, nunca consiguió forzarse a sí misma a revelar lo que más hondamente le había dolido.

Como redactor del proyectado libro de recuerdos sobre Karen Blixen, que, en 1974, acabó dividiéndose en tres libros distintos e independientes, escritos por Thomas Dinesen, Clara Svendsen y Thorkild Bjørnvig, tuve la oportunidad de leer cuidadosamente una parte de las cartas que Karen Blixen escribió desde África a su hermano. Extractos más o menos largos de estas cartas se incluyeron, como ya hemos dicho, en Tanne. Un año después de la aparición de estos tres libros recibí permiso para leer la grande y, de cualquier otra manera, inaccesible colección de varios cientos de cartas de Karen Blixen a su madre, Ingeborg Dinesen, que, poco tiempo después de la muerte de Karen Blixen, fue depositada en la sección de manuscritos de la Biblioteca Real[1] junto con manuscritos inéditos y cierto número de documentos personales. Me di cuenta enseguida de lo importante que sería para la comprensión del carácter y la evolución de la personalidad de Karen Blixen la publicación de una amplia selección de cartas como telón de fondo de su obra literaria. Me impuse a mí mismo el objetivo —que entonces parecía lejano e inalcanzable— de preparar una compilación de todo cuanto había de esencial en las cartas que Karen Blixen escribiera a sus parientes más cercanos. La tarea era ímproba, pero, naturalmente, limitada, y la mayor parte de las cartas parecían haber sido conservadas.

Después de explicar mi idea a la albacea literaria de Karen Blixen, Clara Svendsen, hice el viaje a Leerbaek, en Jutlandia, para hablar a Thomas Dinesen sobre la proyectada compilación. Él y yo cooperábamos en buena armonía desde que, en 1968, le visité por primera vez durante mi búsqueda de fotografías para la gran biografía en imágenes de Karen Blixen que Gyldendal iba a publicar un año más tarde. Me dio gran alegría la confianza con que recibió mi nueva proposición, y pude proseguir y llevar adelante enseguida mis preparativos con su completo apoyo, aun cuando me dijo con plena claridad desde el principio que no quería permitir la publicación de muchas de las cartas de Karen Blixen dirigidas a él. Preferí dejar este problema a un lado por el momento, y también es verdad que anduve muy ocupado durante los meses siguientes leyendo atenta y concienzudamente las cartas a Ingeborg Dinesen, seleccionando de ellas lo que me parecía apropiado para el libro y preparando transcripciones cuidadosas de las muchas cartas manuscritas que había en la colección.

En el verano de 1976 volví a Leerbaek para examinar las cartas familiares que pudiera haber en el archivo particular de Thomas Dinesen. Esta exploración dio por resultado el descubrimiento de muchas cartas de Karen Blixen, tanto a su madre como a sus dos hermanas, Ea de Neergaard y Ellen Dahl; pero lo más importante fue la colección de cartas a la hermana de su madre, Mary Bess Westenholz, de Folehave. No podía caber la menor duda de que estas cartas, polémicas y semejantes a crónicas, que contenían maravillosas aportaciones al debate, permanente entre ambas mujeres, sobre cuestiones como los derechos de la mujer o el espíritu victoriano y la moral sexual, debían ser publicadas junto con las otras, tanto más cuanto que esta pequeña colección parecía ser lo único que quedaba de la correspondencia de muchos años entre Karen Blixen y su «tía Bess».

Mencioné entonces otra vez la cuestión de las cartas inéditas de Karen Blixen a su hermano, y los pasajes de las cartas citadas en Tanne que, por diversas razones, habían sido omitidos. Con ayuda de Ole Wivel, que hizo de intercesor, conseguí convencer a Thomas Dinesen de que me entregase la colección entera, primero para leerla de nuevo a fondo y luego para incluirla cronológicamente en el manuscrito, entre las cartas a los otros miembros de la familia, no in extenso, pero sí en una selección mucho más amplia que en Tanne. Teniendo en cuenta estas omisiones, relativamente pocas y, dentro del conjunto de las cartas que se incluyen en el libro, muy poco importantes, podemos expresar sincera admiración por el valor y la perspicacia que Thomas Dinesen, como pariente más cercano de Karen Blixen y último superviviente de la nidada de hermanos de Rungstedlund, ha mostrado al permitir una publicación por la que futuras generaciones le darán las gracias.

Así pues, con buena ayuda, ha sido posible presentar una compilación de cartas que abarca todo el periodo de 1914 a 1931, o sea, los diecisiete años que Karen Blixen pasó en África. Hay lagunas aisladas en la colección, que se deben achacar a que durante este tiempo Karen Blixen estuvo más de dos años y medio con su familia en Dinamarca, o de viaje yendo a Kenia o viniendo de ella. En realidad su estancia en África duró solamente catorce años, si se excluyen de la cuenta sus ausencias, pero, sin duda, son pocos los lectores de Memorias de África que han advertido esto. Karen Blixen, la escritora, ha oscurecido deliberadamente la cronología de los diversos incidentes de que habla en su libro al omitir toda mención de los años; así consigue una homogeneidad épica y progresiva que hace de Memorias de África una obra fundamentalmente distinta de la mayor parte de los libros de memorias. Pero es imposible no reconocer que el lector que vuelva una y otra vez a este libro se preguntará con frecuencia cuándo tuvieron lugar los acontecimientos que allí se narran. Y entre las preguntas a que pueden responder las cartas aquí publicadas está precisamente la de la cronología de las experiencias y los incidentes cotidianos que se leen en Memorias de África. Innumerables rasgos, observaciones y reflexiones de las cartas nos remiten al libro de memorias; no hace falta leer mucho de esta colección para constatar que Karen Blixen, cuando escribía Memorias de África, se servía de sus propias cartas a su madre para avivarse la memoria. Pero con la elaboración artística de la materia prima que es la realidad muchas de las apreciaciones contenidas en las cartas han cambiado imperceptiblemente, se ha profundizado en la corta perspectiva de experiencias entonces reciente, y, a lo largo del proceso, numerosos detalles han adquirido una iridiscencia y un lustre que responden con exactitud a la idea que tenía Karen Blixen de la importancia del instante.

El telón de fondo de realidad de su saga africana sobre Barua a Soldani —la carta, bien conservada y muy limpia, del rey Christian X, que, como ya he explicado en mi epílogo a El pacto, de Thorkild Bjørnvig, fue hallada en Rungstedlund en 1969— no es la única documentación de la libertad de acción literaria que Karen Blixen se reservaba frente a las realidades cotidianas. Abundan los casos paralelos si se leen cuidadosamente las cartas y el libro sobre la finca africana. Otro ejemplo: la modesta botella de cerveza que Karen Blixen, según carta a su madre del 12 de febrero de 1928, da al sueco Casparsson para el camino hasta Tanganika, se transforma, en la descripción que hace en su libro de memorias del fugitivo Emmanuelson, en una noble botella de Chambertin 1906. Como escribe Karen Blixen: «Pensé: es posible que sea esto lo último que beba en su vida».

En esta colección de cartas, escritas sin idea alguna de que serían publicadas, puede ocurrir también que el mismo suceso, contado a dos personas distintas en un mismo día, varíe de tono con sólo cambiar un detalle aparentemente insignificante. En un fragmento sacado de la carta a Thomas Dinesen de fecha 12 de agosto de 1918, Karen Blixen cuenta que, en su visita a Kikuyu Station algunos días antes de la triste muerte de su perro Dusk, ahuyentó a tiempo al querido animal de la vía del tren cuando una gran locomotora se le echaba encima. Y continúa: «Ciertamente que en aquel momento ni siquiera pensé que yo misma podía correr peligro, y luego dijo Berkeley Cole, que estaba en el coche: “It was the bravest thing I have seen in my life”»[2]. El incidente se narra el mismo día con más detalle en la carta a su madre que incluimos en este libro: «Pero luego dijo lord Delamere, que estaba en el coche: “It was the pluckiest thing I have seen in my life”»[3]. Karen Blixen, evidentemente, no se paró a pensar que las frases de ambas cartas, enviadas, respectivamente, al frente francés y a Rungstedlund, donde la vida era más tranquila, iban a ser comparadas un día. En cualquier caso, la transformación del granjero Berkeley Cole en lord Delamere, el gran hombre del África Oriental británica, nos dice algo muy importante sobre el instintivo sentido publicitario de Karen Blixen. La carta a su hermano nos ofrece, sin duda, la versión original de la historia, la impresión del momento, sin intento alguno de cambiar de color la escena o de dar a la situación más peso del que en realidad tuvo. Pero, con un sentido certero y seguro de la importancia del ambiente, en el relato a su madre Karen Blixen hace que sea su cordial conocido lord Delamere quien observe y comente; sabe que su carta será mostrada a otros parientes cercanos en Dinamarca, y una frase del fundador de la colonia surtirá, a pesar de todo, más efecto en ellos y en su madre que la observación de su íntimo amigo Berkeley Cole.

Éste no es más que un ejemplo de los muchos que se podrían poner. La idea de Memorias de África como poesía basada en la realidad encuentra abundante fundamento al leer estas cartas; cada cual puede hacer sus propias observaciones según el conocimiento que tenga del libro. Y la medida en que Karen Blixen quiso dar una descripción veraz, casi documental, de su vida en Kenia, se deduce de algo que me contó hace algunos años Thomas Dinesen. Había ido a visitar a su hermana a Skagen en el invierno de 1936-1937, y ella, que estaba escribiendo Memorias de África, le pidió consejo sobre muchas cosas. Cito las palabras mismas de Thomas Dinesen: «Si, por ejemplo, escribía sobre una partida de caza y me leía en voz alta lo que había escrito, yo sugería a veces: “¡Debieras dejarlo así, como lo contaba Finch Hatton!”, o cualquier otro consejo del mismo tipo. “Sí, bueno, pero esto yo no lo he experimentado personalmente”, respondía Tanne. “No puedo estar segura de ello por tanto, no es más que un relato. No, lo que yo escribo debe ser exacto. ¡Tengo que estar yo misma en cada palabra!”». Y Thomas Dinesen añadía: «Pienso que Memorias de África da en todos los aspectos una imagen correcta de la época, de los negros y de los amigos que tenía allí, pero el conjunto está visto como a través de un cristal coloreado. Tanne daba a las luces y a las sombras un tono más profundo, que arroja un insólito brillo sobre la realidad que describe. Durante mi larga estancia en Kenia saqué una impresión muy concreta de África y del mundo en que vivía Tanne, y cuando leí su libro no me fue posible, basándome sólo en lo que recordaba o sabía, localizar en él ningún detalle que no fuese exacto. No hay en él nada de lo que he visto y vivido allí que mi hermana no se esforzase en retratar exactamente, tal y como ella misma lo había presenciado».

Esta es una apreciación esencial y merece ser recordada. Pero no altera el hecho de que la artista, la narradora de sagas que había en Karen Blixen, triunfó una y otra vez sobre la narradora objetiva de recuerdos. Lo que dice la misma Karen Blixen en una tardía entrevista radiada con Niels Birger Wamberg sobre la inspiración tiene más validez que ninguna otra cosa en lo referente a su trabajo en Memorias de África: «Para mí la cosa era como si la inspiración abarcara todo el conjunto de la obra; algo que, de otra manera, es preciso deducir, se presenta de pronto con completa claridad en su conjunto, como si me hubiera sido enviado a modo de regalo...». La inevitable comparación que hará el lector entre el epistolario y el libro de memorias sobre sus recuerdos, vivencias y experiencias en Kenia, no reducirá, sin embargo, en ningún punto esencial la confianza que dicho lector tiene necesariamente que sentir por la autora de un libro como Memorias de África, siempre y cuando se haga antes una idea clara de que la obra más famosa de Isak Dinesen es un ejemplo de Dichtung und Wahrheit[4], o sea: verdad en un sentido más alto que el habitual en las memorias al uso, cuya fidelidad a la realidad en los menores detalles no basta para equilibrar la carencia de fantasía artística. La calidad del libro de memorias de Karen Blixen consiste precisamente en su tensa, rígida composición y en la selección cuidadosa del material; todo lo que Karen Blixen considera superfluo se elimina, todos los hilos se juntan en un solo tejido con una técnica refinadamente sencilla y sin paralelo en el resto de su obra. Parecería erróneo, incluso por lo que se refiere al supuesto valor de verdad documental de su epistolario, exigir absoluta coincidencia entre la interpretación de situaciones y rasgos de realidad de unas cartas que, evidentemente, no fueron escritas con vistas a su ulterior publicación y la obra de arte terminada, cuyo objeto es dar una síntesis de la impresión multiforme de la existencia y de los puntos principales de una filosofía vital.

La dotadísima y querida tía Bess, que sintió siempre por Karen Blixen un amor grande y lleno de inquietudes, aunque, bajo muchos aspectos, fue muy distinta a ella en carácter y manera de pensar, le propuso en 1928 que publicase las cartas que le había enviado desde África a Folehave, a su finca de Zelandia del Norte[5]. La respuesta de Karen Blixen, con fecha del 30 de marzo de 1920, es característica de la inseguridad en que aún se sentía ésta entonces con respecto a su talento o posibilidades de escritora:

 

Es una idea inquietante que se te haya ocurrido publicar mis cartas; si yo supiera que se iba a hacer una cosa así, pienso que me habría resultado imposible escribirlas. Te estoy, de verdad, muy agradecida por lo mucho que te gusta leer mis cartas. A mí también me gusta mucho escribírtelas, como me gustó siempre discutir contigo de viva voz problemas de la vida, pero carezco de la suficiente confianza en mí misma para imaginar que mis observaciones puedan interesar a nadie, excepto a gente como tú, que muestra benévolo interés por mí.

 

Ahora, a medio siglo de distancia, el círculo de los que se interesan por Karen Blixen ha crecido innegablemente y, sin duda, ha llegado ya el momento de publicar una amplia selección de sus cartas. Los estudios aparecidos en estos últimos diez años sobre su vida e ideas han preparado el terreno: después de muchos libros sobre Karen Blixen no puede menos que parecer natural que sea ella misma quien tome la palabra. El valor de la publicación de un epistolario como éste dependerá siempre, por supuesto, de cuánta luz nueva arroje sobre su autora y sobre su desarrollo como persona; desde este punto de vista, la presente colección puede ser incluida entre lo más importante de la nueva literatura danesa. No sería descaminado buscar un paralelo a esta situación en la que siguió a la muerte de Hans Christian Andersen, en 1875. Como escribe Paul V. Rubow en su prólogo a la nueva edición del libro de Edvard Collin sobre el famoso cuentista: «Para el estudio de H.C. Andersen como ser humano y como escritor, pero no necesariamente desde el punto de vista de su prestigio personal, ha sido una ventaja el que muriera sin descendencia». O, como ha dicho Carl Roos, en otra circunstancia: «La verdad sobre una personalidad importante tiene necesariamente que aumentar la importancia de ésta. La vida es mejor que las leyendas». Lo que han supuesto los tres volúmenes de cartas escritas y recibidas por H.C. Andersen, publicadas entre 1877 y 1878, y la selección comentada de las cartas de este escritor a la casa Collin (a partir de 1882), publicadas por Collin, para el conocimiento general del más notable unicornio de las letras danesas, es realmente inapreciable. Estos cuatro libros son la puerta que conduce a la investigación a fondo de H.C. Andersen, que no comenzó hasta el siglo actual.

El estudio de Karen Blixen lleva ya largo tiempo en marcha, pero es un trabajo distribuido en diversos campos y parece que falta en él un punto de partida común, en el que puedan participar y fundirse las investigaciones literarias, psicológicas y biográficas. En consecuencia, la publicación de las cartas de Karen Blixen a sus familiares más cercanos, tan relativamente poco tiempo después de su muerte, puede considerarse como una cabeza de puente definitiva en el trabajo emprendido para llegar a una comprensión más veraz de su natural disposición espiritual y de sus características psíquicas. El lector de estas cartas se dará cuenta enseguida de que Karen Blixen expresa en ellas lo que sentía en los momentos más altos y más bajos de su existencia con mayor fuerza y emoción que en Memorias de África. El implacable apasionamiento con que pone al descubierto los errores y negligencias de su pasado en lucha nunca interrumpida por llegar a una autoelucidación, a un autoentendimiento, no tiene parejo en la más reciente literatura danesa, por lo menos en su nivel literario. Las cartas aquí recopiladas que tocan más de cerca la vida y la problemática personal de Karen Blixen darán una visión de su lucha por la supervivencia y servirán de ejemplo a otros en toda clase de dificultades, incluso si son muy distintas de las que Karen Blixen tuvo que vencer.

Para los que aún duden del derecho moral a publicar unas confesiones tan absolutamente privadas, citaremos unas palabras de Karen Blixen a Thomas Dinesen en la larga carta del 5 de septiembre de 1926 sobre una de las crisis más serias de su vida:

 

He pensado con frecuencia que sería de desear que alguien le hablase o le escribiese a una con completa sinceridad; aun cuando esto no le interese personalmente a una, al menos le sirve de información sobre su destino. Cuando se lee un libro, con frecuencia se piensa: Sí, está muy bien que todo esto pase de esta o de esta otra manera, y que termine así, pero el caso es que no me convence. Y en la vida se piensa muy a menudo: Ojalá la gente que ha pasado por algo semejante a lo que yo estoy pasando ahora viniera a decirme con completa sinceridad cómo terminó...

 

Si después de estas palabras de la propia Karen Blixen quedasen todavía lectores que piensen que una compilación de cartas como la presente penetra en un territorio en el que nadie, aparte del remitente y el destinatario, tiene derecho a penetrar, podemos citar con bastante oportunidad lo que Karen Blixen —según El pacto— le dijo a Thorkild Bjørnvig acerca de la promesa de éste de no escribir sobre ella hasta después de su muerte:

 

No, no escribirá usted sobre mí hasta después de mi muerte. Pero entonces lo hará. De esta forma se sentirá usted completamente libre y no le inquietará lo que yo piense sobre ello. Si yo viviera no podría menos que intervenir en sus escritos, y de esto prefiero abstenerme. Es posible que soportase bien su lectura, o incluso que lo encontrara maravilloso, pero es mejor que usted escriba siguiendo los dictados de su corazón, que escriba como ha escrito ya sobre Nietzsche, esto es lo que yo deseo que haga.

 

En este libro es Karen Blixen quien escribe sobre sí misma. Es posible que no le gustase ver impresas sus propias cartas; o, quién sabe, que las encontrara maravillosas. Lo esencial reside en que no fue capaz de destruirlas, aunque esta idea le pasó por la mente; eran, a fin de cuentas, documentos sobre la vida que ella había vivido y testigos irreemplazables de lo que había pensado y sentido en los momentos decisivos de su vida africana, escritos directamente del corazón. En esto reside la gran diferencia que hay entre la presente recopilación de cartas y su libro de memorias. La primera contiene todas las cuentas de su vida y los balances provisionales hasta el resultado final, hasta la suma de todos los activos y pasivos vitales en Memorias de África.

Ante todo están las cartas de Thomas Dinesen, que dan al lector una clara idea de las fuerzas con que Karen Blixen luchaba por llegar a ser la personalidad y la mujer que ella se creía capaz de llegar a ser. A través de las crisis por las que pasó con el correr de los años, su visión de la vida fue madurando hasta convertirse en una defensa verdaderamente eficaz contra los reveses exteriores y contra los dolores íntimos que la asediaban; cuanto más se angostaban sus posibilidades de ampliar sus actividades a causa de las constantes dificultades económicas de la finca, tanto más buscaba deliberadamente ampliar los límites de su mundo interior. Gracias a su voluntad de sobrevivir a la inevitable derrota en varios frentes pudo recurrir Karen Blixen en sus últimos años africanos a ciertos recursos espirituales que sólo su desesperada situación podía, en apariencia, conminar. Y son esos recursos los que, al final, cuando la existencia que había llevado hasta entonces yacía en ruinas en torno a ella, le dieron la fuerza necesaria para realizar y rematar lo que antes no había pasado de ser fragmentos sueltos e intentos emprendidos sin demasiado ánimo. Sin su quiebra total en África sería en extremo dudoso que hubieran visto la luz pública sus Siete cuentos góticos.

Las cartas dicen muy poco de este trabajo literario con el que Karen Blixen se ocupaba en la finca, pero en cambio nos dan una visión única e inmediata del desarrollo de un ser humano hasta el momento en que el suelo es ya terreno abonado y se han cumplido todas las condiciones especiales para la eclosión de talentos creadores ingénitos. Se documenta en ellas al mismo tiempo lo que Karen Blixen destacaría constantemente más tarde: que ella, en los diecisiete años que pasó en la finca, no soñaba sobre todo en convertirse en escritora, sino que se esforzaba principalmente en consolidar su existencia en Kenia, en hacer de Kenia el centro natural del sistema solar de amigos y conocidos ingleses que había reunido en torno a sí cuando comenzó a desintegrarse su matrimonio con Bror Blixen.

Ciertas cartas aisladas destacan, sin embargo, como testimonio importante de sus cambiantes situaciones vitales y estados de ánimo. Basta con llamar la atención del lector sobre las cartas del otoño de 1921, o las dos largas cartas a Thomas Dinesen, de 1 de abril y 5 de septiembre de 1926, en las que con ardiente indignación e implacable autoacusación trata de sobreponerse a las crisis en que se ve metida, llegando a las raíces mismas de las causas de sus dificultades.

Hay tres puntos decisivos en la vida personal de Karen Blixen, hasta ahora mal conocidos o completamente oscuros, que se pueden esclarecer y documentar por medio de estas cartas o de comentarios vinculados a ellas. Se trata de la historia de su enfermedad, de su amistad con el inglés Denys Finch Hatton y de su reacción a la ruptura entre los dos, que, según informaciones completamente fidedignas, tuvo lugar varios meses antes de la muerte súbita de aquél en mayo de 1931.

Tanto Thorkild Bjørnvig en El pacto como Thomas Dinesen en Tanne nos dan versiones de la enfermedad de Karen Blixen y de su amistad con Denys Finch Hatton que —consideradas como material de primera mano— contribuyen a mantener vivo el mito de una Karen Blixen que desde su juventud se mantuvo al margen de la vida de una mujer normal, en la que, además, no estaba interesada por naturaleza. En El pacto leemos: «Recayó en la enfermedad que ya de joven la había separado, en primer lugar, de la vida, y de manera definitiva de la vida amorosa».

En el tercer anuario de la Sociedad Karen Blixen, Blixeniana 1978, el profesor Mogens Fog ha pasado revista con detalle al curso de la enfermedad de Karen Blixen sobre la base de casi cincuenta años de experiencia médica y, en particular, de su propio tratamiento neurológico a lo largo de mucho tiempo de su caso concreto, y de esta descripción se deduce sin el menor género de dudas que su enfermedad, ya para 1915-1916, estaba tan bien controlada que había dejado de ser contagiosa. La tabes dorsalis sifilítica tardía que se declaró más adelante tuvo un alcance limitado y no le impedía mantener relaciones físicas. El hecho de que ella misma, en su carta a Thomas Dinesen de fecha 5 de septiembre de 1926, mencione el nombre de la enfermedad —junto con la documentación irrebatible de Mogens Fog sobre las características y el curso de esta enfermedad— pone punto final sin duda alguna a cualquier intento descabellado de crear mitos en torno a esta parte, ciertamente más trágica que «picante», de la vida de Karen Blixen. Es típico de su idea de las condiciones que impone la vida el que ella misma, en sus cartas, hable de su enfermedad como de una desgracia menor que le había caído en suerte, en comparación con las auténticas pruebas a que se había visto expuesta: el naufragio de su matrimonio, la fallida esperanza de enderezarlo y encauzarlo, la sensación de constante falta de medios económicos en la finca como un cuerpo extraño enquistado en ella, imposible de fusionar con su naturaleza.

Muchas de las cartas confirman que su amistad con Denys Finch Hatton fue una relación amorosa consumada, plausiblemente basada en una comunidad de sentimientos. Está claro que Karen Blixen, después de su separación y en vista de que Bror Blixen ya no vivía en la finca, dejó a un lado con toda consciencia las angostas normas de la moral burguesa, que, sin duda, tenían todavía bastante más vigencia en la pequeña Dinamarca, de donde ella procedía, que en el África Oriental británica, con sus numerosos inmigrantes; esto se deduce del hecho de que, en 1922, conservó durante una temporada la intención de tener un hijo de Denys Finch Hatton y se sintió mortalmente desesperada cuando la cosa resultó ser una falsa alarma. La idea de tener un hijo con él debió parecerle muy natural durante algún tiempo, incluso careciendo de la seguridad de que él se aviniese a desposarla. Y cuando en la primavera de 1926, a los cuarenta y un años y en un momento crítico de su existencia, creyó de nuevo estar embarazada —lo cual se deduce de la mencionada carta, fechada el 5 de septiembre, y del comentario que Thomas Dinesen le ha añadido a instancias nuestras—, fue ella misma quien decidió no tener el hijo que posiblemente esperaba; pero esto se debió a causas muy distintas de las que cabe imaginar, si tenemos en cuenta su edad y el estado amenazante de su salud. La decisión en este caso puede achacarse al temor por su vida. Como ella misma dice en la carta a su hermano:

 

Siempre he pensado que agarrarse a la idea de que uno va a «vivir en sus hijos» después de haber failed in life[6] —y, en consecuencia, no teniendo fe alguna o contenido que dar a los hijos— es uno de los recursos más patéticos que hay...

 

Y la consecuencia natural de esta manera de pensar se ve en la carta sin terminar a Thomas Dinesen del 1 de abril de 1926:

 

...No, verás, tengo que ser yo misma. Ser algo en mí misma. Tener, poseer algo que realmente sea mío y que sea yo, para poder vivir, pura y simplemente vivir, y para poder vivir y pensar que sigo poseyendo la indescriptible felicidad en mi vida que es para mí el amor a Denys. Y esto yo aquí ahora no lo tengo, ni tengo ni soy nada en absoluto; he engañado a mi ángel, Lucifer, y vendido mi alma a los ángeles del paraíso, y, sin embargo, no puedo entrar en él; ni me hallo en el mundo ni pertenezco a él, pero no puedo salir del mundo; odio, siento escalofríos a cada minuto, y, a pesar de todo, los minutos siguen pasando uno a uno; es, en una palabra, la más completa infelicidad. Nunca creería, incluso si alguien me lo dijera, que fuera posible vivir así.

No creas que soy una persona tan pusilánime que no haya pensado si no sería lo mejor, al fin y al cabo, quitarme la vida, y que no esté dispuesta a hacerlo si realmente llegase a la convicción de que había llegado el momento. Porque dejar de vivir de esta manera es algo a lo que, en cualquier caso, estaría dispuesta la persona más pusilánime. Pero pienso que eso no resolvería nada. Anhelo la vida y huyo del vacío y la nada, ¿y qué otra cosa brinda la muerte? Apasionadamente deseo vivir, apasionadamente rehúyo morir...

 

Con esta decisión de no querer tener hijos dice adiós para siempre Karen Blixen a una de las posibilidades de felicidad que nunca hasta entonces había perdido de vista; renuncia, quizás forzada, pero elección personal así y todo, que libera para siempre su naturaleza de la dolorosa dependencia de circunstancias exteriores: la amenaza de quiebra de la finca, la amistad de Denys, que quería ser libre, y la encauza hacia el último y decisivo intento de realizar su realidad interior con una obra que sería ella misma, una expresión duradera de su ser.

La escritora inglesa Errol Trzebinski cuenta en su gran biografía de Denys Finch Hatton, publicada en 1977, que la relación entre éste y Karen Blixen se deshizo en el último año que pasó ella en la finca africana. Hay testigos de la ruptura por ambos lados, y no existe razón alguna para poner en duda la veracidad de las fuentes. De los sentimientos de Karen Blixen en esta situación las cartas no comunican nada. Evidentemente fue el golpe más duro que podían asestarle, una derrota irreparable de la que no se sentía con fuerza para hablar con su familia. No se conserva ninguna carta de Karen Blixen a su hermano escrita en el periodo entre noviembre de 1928 y abril de 1931; si esto significa que no le envió ninguna es cosa que ahora, cincuenta años después, ya no podemos averiguar. En 1929 Karen Blixen pasó más de medio año en casa de su madre, en Rungstedlund, y entonces tuvo la oportunidad de hablar con Thomas Dinesen de sus problemas.

Parece ser que disponemos de todas las cartas enviadas a Ingeborg Dinesen, desde los últimos años que pasó en la finca, pero en ellas no se habla en absoluto de la ruptura. Existe, sin embargo, un testimonio de primera mano de que la desesperación que invadió a Karen Blixen al verse una vez más incapaz de conservar a una persona a su lado pudo conducirla a una decisión irracional de poner fin a lo que por un instante le pareció una existencia completamente fracasada. Reducida a sus últimos recursos, trató de suicidarse, y entre sus papeles, más de treinta años después, se encontró una nota escrita a mano en la que pide perdón a la gente en cuya casa tuvo lugar el intento de suicidio. Este documento, posiblemente fechado, ha desaparecido en el intervalo, pero Thomas Dinesen, a una consulta directa del compilador de estas cartas, ha confirmado que su hermana, en una ocasión, «en plena posesión de sus facultades mentales», le habló de este acto; se había herido a sí misma, «pero antes de perder mucha sangre recapacitó», escribe Thomas Dinesen. No recuerda cuándo tuvo lugar esto, pero se puede pensar con poco margen de error que sería poco después de su ruptura con Denys Finch Hatton, cuando la pérdida de la finca pudo ser a sus ojos más bien un signo tangible y externo de que su vida había terminado que la verdadera causa de su acto de desesperación. La conmovedora carta a su hermano del 10 de abril de 1931, escrita un mes antes de la muerte de Finch Hatton, puede interpretarse como un grito de auxilio en voz baja para evitar una repetición del intento, y le dio, al parecer, resultado. Incluso en medio de las crisis humanamente más difíciles trata Karen Blixen de decir que sí, de someterse. «Apasionadamente quiero vivir, apasionadamente rehuyo morir...»

Thomas Dinesen explicó en el entierro de Karen Blixen, en 1962, que su hermana, poco antes de tener que abandonar la finca, había sufrido un accidente, resultando malherida en un brazo y perdiendo tanta sangre que a punto estuvo de morir. Más tarde le preguntó él: «¿Qué pensaste en ese momento, qué sentiste?». Ella le dijo: «¿Recuerdas el poema de Bjørnson sobre Arnljot Gelline acerca de la batalla de Stiklestad? El rey Olav ha caído y sus bardos caen en torno a él, uno tras otro. Cayó también Gissur, y el bardo dorado, Torfinn, a su lado, cantó: “Ahora te di mi mejor trova, rey; fluye roja sobre tu nombre”. Pues eso fue lo que sentí en aquel momento».

Algo indica que se trató en realidad de un intento de suicidio lo que menciona Thomas Dinesen en esa circunstancia.

Los puntos de la biografía de Karen Blixen que aquí reciben atención, con apoyo en las cartas y en los comentarios, pueden, como es natural, apuntalarse con más opiniones y observaciones del mismo peso sobre otras experiencias suyas que sirvieron para rematar su idea de la vida y de sus propias posibilidades. Solamente mencionaremos su trágica intuición de que había perdido una batalla decisiva, a pesar de haber estado al borde mismo de ganarla, cuando Bror Blixen le impuso la separación en 1921. Es de él la decisión de comenzar una nueva vida en África sin ella, y esto, junto con la decepción de no haber tenido un hijo con Denys Finch Hatton en los años siguientes, minó casi imperceptiblemente la relación de Karen Blixen con Denys, induciendo en ella una angustia traumática por —una vez más— haber construido toda su existencia sobre la base de un hombre solo, precisamente porque lo que sentía por él era mucho más profundo que cuanto la había unido a Bror Blixen. Es posible que fuese este miedo lo que finalmente la llevó a exigir de Denys Finch Hatton más de lo que la naturaleza independiente de éste podía darle. Y ella, a su vez, pudo haber pensado que, al liberarse él de su asedio, aun cuando siguiera ayudándola con consejos y favores y visitándola con frecuencia, se terminaba su existencia como mujer, ya que era incapaz de retener a otra persona a su lado, y, en este sentido, sus esfuerzos posteriores no fueron sino repeticiones más o menos extremas de sus experiencias habidas durante los años de África.

Resulta afortunado para el conocimiento de la evolución de Karen Blixen como ser humano que este libro contenga tan amplia selección de todas las cartas existentes dirigidas a sus más cercanos parientes. En el material aquí presentado hay informaciones de carácter práctico e intelectual sobre todos los planos de su existencia. Nos hablan de cooperación con negros y blancos en la finca, de sus excelentes relaciones con la colonia inglesa de Kenia, de diecisiete años de lucha económica por mantener en pie la finca, del contacto, nunca roto, con la familia en Dinamarca, de su matrimonio y de sus relaciones con los hombres que, espiritual o amorosamente, influyeron en su vida, de lo que lo estético y lo religioso llegaron a significar en sus ideas sobre la vida. Pero las cartas tienen también un interés histórico que trasciende la personalidad de Karen Blixen. Ella llegó a África con la última ola de colonizadores, casi todos ingleses, pero enseguida se creó con la población indígena una relación personal, hondamente comprometida, que era muy avanzada para su tiempo. Apenas una generación después de la publicación del libro sobre la finca africana vemos que el África que allí se describe ha pasado ya hace tiempo a la historia.

Las cartas, habitualmente cada semana, dan una imagen muy íntima de la vida de Karen Blixen en la finca, que, a partir de ahora, acompañará y dará un nuevo significado a las experiencias narradas en su libro de recuerdos africanos. Precisamente la relación entre las cartas privadas y un libro compuesto de un modo tan estricto como Memorias de África servirá de insólito incentivo para el lector interesado. Lo que no está en uno de ambos libros se encontrará en el otro. Y hay que insistir en que ni en esta selección de cartas ni en la necesaria poda de tan abundante material se ha prescindido de ninguna información esencial o de observación o testimonio alguno que pudiera cambiar la imagen general de Karen Blixen que el libro haya dejado en el lector. Lo que sí muestra en pequeña medida el material aquí seleccionado es lo increíblemente extrovertida y gregaria que fue la vida de Karen Blixen durante largos periodos del tiempo que vivió en la finca; le gustaba rodearse de gente y durante sus años en Kenia tuvo innumerables conocidos, de la mayoría de los cuales se habla brevemente en las cartas a su madre. Para poder incluir otras cosas, y en vista del ya considerable material de que disponemos, aun dentro de los límites marcados, se ha reducido de modo apreciable en esta selección la galería de personajes, la cual, además, podría inducir al lector no avisado a creer que Karen Blixen vivió la mayor parte del tiempo pasado en África completamente aislada del resto de los europeos de la colonia.

Esta poda ha afectado también a otro campo, a saber, la historia económica de la finca. Esto, en parte, se debe al deseo de evitar innecesarias repeticiones e informes demasiado largos sobre las perspectivas de la cosecha, las posibilidades de conseguir crédito, etcétera, y, en parte también, a que Karen Blixen, en sus cartas a Dinamarca, no era el juez más objetivo de los sacrificios financieros que la familia había hecho a lo largo de los años por causa de la finca. Como ella misma solía decir de viva voz: «Los otros no hicieron más que dar dinero. ¡Pero yo di mi salud y mi vida entera!». No hay razón alguna para publicar las quejas de Karen Blixen sobre la actitud de los accionistas con respecto a la muy poco rentable Karen Coffee Company, por lo menos hasta que un investigador serio pueda tener acceso a archivos privados y documentar debidamente el tiempo que la familia se esforzó por apoyar a Karen Blixen en lo que ella interpretaba como misión cultural europea en África. Escribir un libro sobre el telón de fondo económico de la finca, examinando sus complejidades, sería sin duda tarea de gran interés para la persona idónea, pero requeriría el conocimiento de todos los documentos relacionados con la cuestión. Alguien acabará, sin duda, escribiéndolo, pero no es objetivo del compilador de estas cartas aportar material a ese proyecto.

Por otra parte, tampoco faltarán temas de investigación literaria para quienes los busquen en Cartas de África. Un estudio comparativo de este libro y de Memorias de África podría documentar, por ejemplo, cuantos rasgos tienen realmente en común la memorialista Karen Blixen y la narradora Isak Dinesen. Del mismo modo, las ideas de Karen Blixen sobre la cuestión de los derechos de la mujer y de las relaciones entre ambos sexos que, en algunas de estas cartas, son objeto de profundo y sutil análisis, darían materia más que suficiente para otro libro. Estudiantes para el doctorado en Filosofía y Letras no tendrán más que leer estas cartas desde el principio hasta el fin para encontrar tema apropiado para sus tesis.

Las cartas se presentan aquí por orden cronológico, con la misma ortografía que usó Karen Blixen. El texto se reproduce tal como está; de la misma manera, desde el punto de vista del idioma, ciertas frases poco afortunadas se reproducen aquí tal como llegaron a nosotros. Es sabido que Karen Blixen se distanciaba de su lengua materna en cuanto, después de una visita a Dinamarca, volvía a la finca y se veía reducida de nuevo a hablar inglés exclusivamente hasta la visita siguiente; sus cartas desde África están llenas de palabras y de giros ingleses. No hay más remedio que considerar esto como un encanto más de la presente colección de cartas y no permitir que turbe en modo alguno la dedicación que evidencian cosas que a ella le parecían importantes. El único cambio que hemos introducido en los originales consiste en puntuar normalmente todas las cartas. El descuido de Karen Blixen en este pequeño pero no insignificante tema hace necesario facilitar la lectura de sus textos con una puntuación homogénea. Las abreviaturas y las tachaduras en las cartas se indican aquí con tres puntos suspensivos.

Referimos al lector, de una vez por todas, al extenso índice onomástico y analítico que hay al final del libro. Las notas a las cartas se encontrarán también en las últimas páginas del libro. En ambos la referencia es el número de la página, no la fecha de las cartas. Las notas abarcan una selección razonable de cuestiones que el lector normal puede desconocer, pero no tratan de ofrecer información exhaustiva. No ha sido posible buscar en los archivos información sobre la historia económica de la finca; por tanto, apenas se encontrarán en las notas detalles que iluminen esta cuestión.

El primero al que debemos agradecer la publicación de estas cartas es a Thomas Dinesen, hermano de Karen Blixen, ya fallecido, y cuya amable cooperación fue decisiva para el resultado que ahora ofrecemos. No solamente puso a nuestra disposición su gran colección particular de cartas, sino que, además, la mayor parte de las fotografías que las acompañan proceden del archivo de Leerbaek. Ésta es, con alguna excepción aislada, la primera vez que esas fotos se publican. El lector que desee completar la impresión visual de la vida en la finca puede consultar la gran biografía en imágenes publicada por Gyldendal en 1969, y allí encontrará una amplia selección de fotos de los diecisiete años que pasó Karen Blixen en África.

Estas cartas se publican por cuenta de la Fundación Rungstedlund, y tengo que dar las gracias a Ole Wivel por su guía, sus buenos consejos y su apoyo material. En los años que han pasado desde el comienzo de este trabajo me he beneficiado de su experiencia proteica como editor, miembro del comité directivo de la Fundación y amigo durante largos años de la familia Dinesen. Se debe en gran parte a los esfuerzos de Ole Wivel el que también se incluyan en este libro las cartas de Karen Blixen a su hermano.

La mayor parte de las cartas están escritas a máquina por la propia Karen Blixen (con su pequeña «Corona» que usó hasta su muerte; nunca consiguió acostumbrarse a ninguna otra), pero todas las anteriores a 1918 son manuscritas, con su letra bonita y elegante, pero no siempre fácil de leer. Su transcripción requiere mucha práctica en la interpretación de la letra de Karen Blixen, tarea en la que yo sabía que tanto Clara Svendsen como la señora Ulla Rask eran veteranas. Esta última estaba ya en Rungstedlund en 1934 para tomar taquigráficamente al dictado la traducción, realizada por la misma Karen Blixen, de su obra Siete cuentos góticos. Posteriormente también participó en la traducción de Memorias de África y La ley del talión. Asimismo he realizado algunas de las transcripciones en colaboración con la secretaria de la Sociedad Karen Blixen, señora Aase Vahl. Sin una distribución de las tareas no habría sido posible conseguir que el manuscrito estuviese terminado dentro del plazo previsto.

La colección de fotografías y estampas de la Biblioteca Real y su sección de manuscritos nos han brindado, como suelen hacer en estos casos, una ayuda que puede calificarse de única, por la cual envío desde aquí a cuantos participaron en ella mi agradecimiento más sincero. También al señor R.G. Orpondo, bibliotecario en jefe de la Biblioteca Conmemorativa Mac Millan de Nairobi, le debo agradecimiento por facilitarme numerosas informaciones que me eran esenciales. Como representante de la familia, la hija más joven de Thomas Dinesen, señora Ingeborg Michelsen, me ha ayudado con su colaboración y sus consejos. En una fase decisiva de las negociaciones sobre las cartas de Karen Blixen al padre de la señora Michelsen, fue el peso de sus argumentos causa importante del buen resultado final.

Y en último lugar, pero no por ello menos importante, doy las gracias al estudiante de bibliotecario René Herring, quien, a petición del rector, Preben Kirkegaard, de la Escuela Danesa de Bibliotecas, se ofreció como ayudante para preparar notas e índices, hacer correcciones, etcétera. Lo que ha significado para mí la ayuda de un lector infatigable y atento a mi lado en el momento en que el plazo de entrega de los manuscritos se acercaba de verdad, lo entenderán mejor los que, como yo, han tenido alguna vez pesadillas sobre el trabajo todavía pendiente.

 

Cuarenta años después de la publicación de Memorias de África se abre con estas cartas una puerta nueva al mundo de Karen Blixen. Nunca olvidó lo que había vivido en África, y procuró, con su libro sobre la finca, que no se olvidara mientras queden lectores de su libro. Pero en las cartas vemos a una persona de la que el libro de memorias no dice una sola palabra: la joven e inexperta Karen Blixen, cuya personalidad se desarrolló como una flor. Que los años que pasó en la finca supusieron un cambio en su vida lo sabíamos ya. Como ella misma escribe en carta a su madre, fechada el 26 de febrero de 1919: «Tengo la sensación de que en el futuro, me encuentre donde me encuentre, me preguntaré siempre si estará lloviendo en Ngong».

Y esta idea, desde luego, estuvo siempre presente en su mente cuando vivía en Rungstedlund, convertida ya en famosa escritora. Todas las noches, antes de subir a acostarse, abría la puerta que daba a la huerta y se quedaba allí quieta un momento. A lo lejos, al sur, a miles de kilómetros de distancia, yacía Denys Finch Hatton en su tumba a los pies del obelisco de las colinas de Ngong, y para Karen Blixen era como si la única vida que siempre se había esforzado verdaderamente por vivir estuviera enterrada en esa misma tumba. Desde su regreso a Dinamarca se había limitado al papel de espectadora de la vida, y ya antes de su partida de África se sentía como una muerta forzada a ver que el mundo sigue su carrera sin contar con ella. En marzo de 1931 escribe Karen Blixen a su madre:

 

Es una ironía del destino que tengamos lluvia tan temprana y excelente. Cuando me pongo a pensar en lo frecuentemente que he salido yo de casa en esta estación para ver si iba a llover, y no llovía, resulta extrañísimo estar ahora echada oyendo caer esta lluvia torrencial pensando que ya no me va a servir de nada.

 

En este momento en que Karen Blixen ha encontrado ya su tumba bajo la gran piedra junto al Montículo de Ewald, es necesario que la puerta que se abre al sur continúe abierta. Con este objeto publicamos las presentes cartas. En ellas fluye todavía la lluvia de Ngong y el rugido de los leones se oye por la noche muy cerca de la casa. No son los mismos leones que yacían sobre la tumba de Denys Finch Hatton, sino los leones de la vida de Karen Blixen: el reto al que ella fue fiel mientras vivió.

«Nadie ha entrado en la literatura más ensangrentada que yo», dijo una vez Karen Blixen. Las cartas de este libro confirman sus palabras.

 

FRANS LASSON