Guerra Civil y desaparición de Mercader

La noche del 18 al 19 de julio fueron pocos los que pudieron pegar ojo en Barcelona. Se esperaba que de un momento a otro las unidades emplazadas en diferentes puntos de la ciudad secundasen el golpe de Estado del ejército de África, que había triunfado ya en otras zonas del Estado. Siguiendo las órdenes de unos planes concebidos durante las últimas semanas, grupos de civiles vinculados sobre todo al carlismo y la Falange Española acudieron a las casernas como elemento de apoyo a los militares, que en cualquier momento tendrían que emprender una acción militar destinada a ocupar los puntos estratégicos de la capital catalana. Vencidas las reticencias y la oposición de algunos oficiales, las tropas saldrían a la calle ya de madrugada.

Pero aquella acción había sido prevista tanto por las fuerzas de seguridad leales al gobierno republicano y la Generalitat (la mayoría de unidades de la Guardia de Asalto y los Mossos d’Esquadra), dirigidas por Frederic Escofet y Vicenç Guarner, como por los partidos y sindicatos obreros, en especial la CNT, que habían tomado las principales confluencias de las calles, se apostaban en terrazas y plazas y vigilaban las casernas repartidas por la ciudad, sobre todo las de Drassanes, el Bruc, Girona, Sant Andreu y la avenida Icària. Voluntarios de todo tipo se unieron al tocar de las sirenas de las fábricas que anunciaban la salida de los insurgentes a la calle para combatir al ejército con todo lo que tenían a su disposición.

Tras dos días de combates, el golpe fracasó en la capital catalana. Los últimos reductos de quienes habían secundado la sublevación se rindieron y la alegría se apoderó de los vencedores en este primer asalto de una confrontación que duró casi tres años. A partir de ese momento, las circunstancias se aceleraron de tal forma que se sentaron las bases para una verdadera revolución en toda la zona republicana, especialmente en Cataluña.60

La participación popular, sobre todo de miembros de la CNT y la FAI, había sido decisiva para la derrota de los militares. La fuerza de los anarquistas resultaba indiscutible: el golpe no había triunfado gracias a su acción decidida. Además, el asalto a la caserna de Sant Andreu les proporcionó miles de armas que había allí guardadas. Si unimos a eso la derrota de la mayoría de cuerpos policiales y militares leales a la República, nos percataremos enseguida de que en aquel momento el poder quedaba en sus manos y también en la de otros grupos que habían aprovechado el momento para adueñarse de la calle: poumistas y comunistas, en gran medida, de obediencia soviética.

Todo ello configurará un nuevo y difícil escenario político y social que llevará a una situación de dualidad de poderes, con una Generalitat desbordada por los acontecimientos y unas nuevas instituciones, revolucionarias, que influían en todas las decisiones: el Consejo de Milicias Antifascistas, las patrullas de control, los consejos obreros y campesinos en fábricas y propiedades colectivizadas…61 Los grandes terratenientes, eclesiásticos, personas importantes de derechas y todo aquel que pudiera ser calificado de contrario a la nueva situación, huía, si no quería que alguno de los mal llamados «grupos de incontrolados», acabaran con sus vidas a pesar de los esfuerzos de la Generalitat. Se expropiaron bienes y propiedades, se crearon nuevos ayuntamientos, se establecieron puntos de control en las entradas y salidas de los pueblos, se redefinió la política económica del país, se organizaron columnas de voluntarios para combatir a los rebeldes en Aragón o Mallorca… Era el momento de poner en práctica todas las aspiraciones revolucionarias que hasta ese momento no habían sido más que una mera utopía. La legitimidad adquirida los primeros días de combates empujaba a todas las organizaciones y los partidos políticos, así como a los sindicatos, a buscar su lugar en esta nueva sociedad que florecía.

Parece ser que la participación de la familia Mercader fue también destacada durante los combates en Barcelona. Ramón, según Garmabella, había participado en la lucha mantenida en un convento de la calle Pau Claris, junto a su compañera, Lena Imbert, a quien también vieron disparando en las Drassanes contra los militares, en primera fila. Teresa Pàmies, como hemos leído, decía que Ramón estaba locamente enamorado de ella. Comunista de los pies a la cabeza, ferviente y fanática, Lena Imbert era delegada de las Juventudes Comunistas en la Alianza Nacional de la Mujer Joven, donde participaban miembros de todos los partidos de izquierdas. Imbert «tenía entonces unos veintitrés o veinticuatro años; era maestra y miembro de una familia de trabajadores inmigrantes […]. Lena era muy popular en su barrio, una especie de heroína. No le costó mucho que la nombraran delegada de su radio. La acompañaban otras seis o siete chicas que yo también conocía: rebeldes, sectarias, decididas y bonitas».62 Hablaba siempre en castellano y se oponía claramente a cualquier tipo de autoridad que no fuese la del partido. «Somos la joven guardia / que va forjando el porvenir, / nos templó la miseria, / sabremos vencer o morir», solía cantar. «Expresaba un instinto revolucionario muy extendido por aquel entonces, aunque ya no tanto entre el PSUC y las JSUC. Lena estaba muy preparada teóricamente y conocía los entresijos de la Revolución rusa, que no habría triunfado si la hubieran dirigido los burgueses liberales y los mencheviques», prosigue Pàmies. Y todavía añadirá:

 

Lena Imbert no era consecuente. Entraba y salía de las reuniones cuando le venía en gana; se presentaba en Barcelona cuando se cansaba del frente si allí no había tomate y volvía a irse sin avisar a nadie. Organizaba unos pitotes de escándalo en su radio o en el local que el comité de Barcelona tenía en la rambla de los Estudios o de Santa Mónica, subía a la caserna Voroshilov, en Sarrià, y con el primer camión se volvía a las trincheras a disparar unos cuantos tiros. Era de lo que no había, nuestra Lena. Le teníamos miedo, la envidiábamos, sabía muchas cosas y era instruida, hablaba como los ángeles; era una morena de ojos muy grandes y negros, como los de las imágenes del arte gótico; tenía la piel color aceituna, un pelo muy negro y abundante, unos dientes de una blancura fabulosa, aunque separados en el centro; una gran personalidad, a pesar de ser un tapón: no medía más de un metro cincuenta.63

 

Esta era la chica que le había robado el corazón a Ramón Mercader y con quien mantenía una relación amorosa: una relación que, sin embargo, estaba supeditada a los intereses superiores que marcaban el partido y la lucha contra el fascismo. Vivieron juntos hasta 1939 (primero en Barcelona y después en París), año en que se separaron sus caminos; pero no tenemos ningún tipo de detalles de su vida en pareja. Según explica Luis Mercader, Lena Imbert venía ya de una familia revolucionaria: uno de sus abuelos o bisabuelos había sido fusilado en 1870 por participar en la Comuna de París.64

 

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11 y 12 Lena Imbert, a la cabeza de unos milicianos en Barcelona, a principios de la Guerra Civil; y una fotografía en la que podemos apreciar la descripción hecha por Pàmies.

 

Caridad tuvo un papel más decisivo incluso que Ramón. Con la vitalidad que la caracterizaba, que la llevó a ganarse el respeto de muchos compañeros de partido, se reunió con unos cuantos hombres en las Ramblas y se enfrentó decididamente a los militares que disparaban desde el edificio de la Comandancia Militar. Disparaba su fusil parapetada tras una tapia con rejas que separaba el muelle del paseo de Colón, e incluso se le atribuye la dirección de un cañón que habían quitado a los rebeldes. Fue de las primeras en entrar al edificio cuando la tropa se rindió y se dice que fue ella quien detuvo al general Goded, cabecilla de los sublevados (evitando que la multitud u otros milicianos lo linchasen) y lo acompañó al coche que lo trasladaría a Montjuïc. «En esas jornadas se ganó el apodo de la Pasionaria Catalana», indica Javier Juárez.65

 

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13 En la imagen, civiles armados que van Ramblas abajo a combatir a los militares. Entre ellos destaca una mujer: Caridad Mercader, verdadera heroína de los combates en la Capitanía General.

 

La propia Pasionaria, Dolores Ibárruri, nos habla de Caridad Mercader, a quien había conocido en el Comité Nacional de Mujeres Antifascistas.66 De entre la delegación catalana recuerda sobre todo a las hermanas Imbert (Lena y Obdulia) y a Caridad. Y es que poco después del regreso de Francia se había mostrado como una de sus dirigentes, en representación de la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato socialista que adquirió, sin embargo, un tono cada vez más comunista al ingresar muchos militantes procedentes del recientemente creado PSUC. Fue entonces cuando dejó de llamarse definitivamente Caridad Mercader para pasar a ser conocida como Caridad del Río. «[…] la llamábamos la Mercader, porque era un apellido más catalán y menos rimbombante», explica Teresa Pàmies.67

Luis, entretanto, vivía todavía con su padre, que seguramente veía con espanto los hechos que se sucedían.68 Pocos días después del inicio de la guerra, Ramón fue a verlo con un Hispano-Suiza con chófer requisado del consulado belga; llevaba una pistola Winchester que le enseñó a manejar. El local de las Juventudes Comunistas estaba en la misma calle Ample, muy cerca de la casa del padre. Pero Ramón no tuvo mucho tiempo de usar la Winchester, al menos en la retaguardia. Madre e hijo no tardaron en marchar al frente para combatir a los facciosos, como se los llamaba en la época.

Pero antes de proseguir, me gustaría introducir en el relato la figura de África de las Heras, «la espía española más activa y prolífica al servicio de Moscú durante casi medio siglo»;69 y el lector entenderá enseguida por qué. África de las Heras Gavilán había nacido en Ceuta en 1909 en el seno de una familia adinerada de militares. De joven, ya de personalidad rebelde, mantuvo contactos con sindicalistas en Melilla y Madrid, y rompió definitivamente con su pasado acomodado tras la separación de su primer marido y la muerte del hijo de ambos, de corta edad. Instalada en la capital española en 1933, conoció a Amaro del Rosal, Margarita Nelken y al que sería su compañero, Luis Pérez García-Lago, que influyeron en ella decisivamente y la llevaron a ingresar en el PSOE y la UGT. Participó en los Hechos de Octubre de 1934 y llegados a 1936, mientras estaba en Barcelona con García-Lago, invitados por Antonio López Raimundo, la sorprendió la revuelta militar.70

De las Heras actuó con decisión en la represión de la revuelta y no tardó en hacerse famosa; tanto, que empezó a ocupar cargos dentro del Comité de Milicias Antifascistas. En octubre de 1936 se incorporó al Comité Central representando a la UGT y dirigiendo la Sección de Denuncias e Investigaciones. Eran vox pópuli los rumores que la acusaban de salir a matar con la patrulla y después celebrarlo con orgías sexuales, así como de ser especialmente dura en los interrogatorios que hacía a los prisioneros en la checa de San Elías.71

Pero ¿qué tiene que ver esto con Ramón Mercader? Leonardo Padura, en la novela sobre el personaje, recoge una de las numerosas historias que han hecho fortuna sobre una posible relación entre ambos: el hecho de que fueran amantes y tuvieran una hija en común, Lenina Mercader de las Heras.72 Sin embargo, todo ello es falso. Como hemos visto, África no llegó a Barcelona hasta el mismo 1936 y anteriormente habría sido imposible que se conocieran (Ramón estaba haciendo el servicio militar y había pasado por prisión; ella no se movió de Madrid aquellos años). En todos los escritos se la describe como una chica de muy buen ver, atractiva y seductora.73 Posiblemente, el hecho de que fuera la espía por excelencia, la más enigmática y atrayente, y Ramón Mercader su homólogo en masculino, ha llevado con frecuencia a querer ver una relación amorosa entre ellos que habría fructificado en la gestación de una hija en común que, según Padura, dieron a los abuelos maternos, entonces en Málaga, para que la cuidaran.

ImagenEs posible que De las Heras y los Mercader se conocieran, aunque tenían cargos y ocupaciones en ámbitos diferentes. Cuando menos, todos ellos dependían de los enviados soviéticos que rondaban entonces por Barcelona y que, si bien tenían una influencia mínima en la configuración política de la retaguardia catalana, sí que disfrutaban de cierto predicamento entre los militantes más politizados. No obstante, no existe circunstancia alguna que pueda hacernos pensar en una relación de amistad o colaboración mutua.

Ramón fue uno de los organizadores de la columna dirigida por José del Barrio, unidad formada mayoritariamente por voluntarios adscritos al recientemente fundado PSUC y a la UGT. Creada en la caserna Jaume I de Barcelona (antiguo Regimiento de Infantería de Alcántara, número 14), sería parte integrante de la división Karl Marx, posteriormente la 27.ª División del Ejército Popular. Según Miquel Ferrà, entra como teniente comisario político, asesor del capitán Enric Sacanell.74 Salió de Barcelona el 25 o 26 de julio, y estableció el cuartel general en Grañén (provincia de Huesca), desde donde controlaban el frente de Tardienta y la Sierra de Alcubierre. Según Garmabella, acentuando la imagen de miliciano, Ramón iba con una camisa abierta hasta la mitad del pecho, con un saco cruzado, pantalones de campaña con cinturón, donde llevaba la cantimplora y granadas de mano, y un pañuelo blanco que le protegía la cabeza y los hombros.75

Pero la aventura parece que no le duró mucho. Como responsable de un destacamento de milicianos veló por la vida de sus compañeros, hasta el punto de que fue herido, según las memorias de su hermano Luis, por no atreverse a enviar a nadie a una misión que le pareció peligrosa: para evitar que el enemigo tuviera corriente eléctrica, decidió subir a unos palos para cortar los cables y se expuso a ser abatido por el fuego de los fascistas. Cumplida su tarea con éxito, cuando ya entraba de nuevo en la trinchera, una bala perdida chocó contra una roca y le entró de rebote en el antebrazo derecho. La bala había quedado plana del impacto y fue como un cuchillo que, al contactar con el brazo, le cortó los tendones. Fue trasladado al Hospital Militar de Lérida.76

Allí se encontró con su madre y compartieron algunas semanas ingresados. Caridad había marchado al frente también en los primeros días del conflicto con la columna Durruti.77 Y tampoco ella tardaría en probar la dureza de los combates: mientras corría campo a través, hicieron explosión muy cerca de ella dos obuses que le provocaron once heridas de metralla, algunas muy graves: muslo abierto, intestino grueso agujereado, pecho derecho prácticamente arrancado del todo y metralla incrustada en el brazo con el que se protegía la cara. Fue evacuada, inconsciente, a Lérida, y la operaron de urgencia.78 Estuvo varias semanas entre la vida y la muerte, pero se salvó.79 No obstante, tuvo que sufrir dolores crónicos a consecuencia de las heridas durante toda la vida.

 

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Una delegación de las JSU de Lérida, capitaneada por Teresa Pàmies (nacida en Balaguer), fue a visitar a Caridad para llevarle flores. Allí conoció a Ramón («era un muchacho de veintidós años, alto, fornido, algo exaltado en sus formas de expresarse y sumamente cordial») que, sin embargo, quedaba eclipsado por su madre:

 

Caridad del Río era más impresionante, no solo por lo físico —alta, espléndida dentadura, melena corta prematuramente blanca, espesa y alborotada—, sino por su vitalidad y capacidad de entusiasmo. Cuando volví a verla, ya restablecida, vestía una chaqueta de cuero sobre falda ancha, calzaba botas de soldado y, pese a su atuendo guerrillero, se la veía distinguida.80

 

Y es que la popularidad de Caridad Mercader entre los militantes del PSUC de la Tierra Firme era muy alta, hasta el punto de que fue invitada en el marco de los actos de celebración del Día la Mujer Antifascista, celebrados en el teatro Victoria de Lérida con representantes de la CNT, el POUM y el PSUC; y era también habitual leerla en la revista Campaña, editada en Barcelona, pero distribuida ampliamente en tierras ilerdenses, donde ella colaboraba y tenían cabida escritores de renombre, como Mercè Rodoreda.81

Ramón no tardaría en recuperarse. Su carácter fuerte y decidida militancia le hicieron volver al combate enseguida. De modo que, cuando Dolores Ibárruri hizo una llamada a los comunistas de todo el país para defender Madrid, el PSUC colaboró enviando a unos cuantos batallones de hombres armados. Ramón Mercader fue nombrado comandante de la centuria Lina Ódena, de las Juventudes Socialistas Unificadas y participó en los combates en la Casa de Campo de noviembre de aquel año.82 Pero sufrieron tantas bajas que en diciembre volvieron a Barcelona para reorganizarse. Será en este momento cuando funde, junto a otros compañeros, el Batallón Jaume Graells (en honor al secretario general de las JSUC muerto en los combates del 19 de julio), encuadrado dentro de la columna de Hierro de la división Karl Marx, dirigida por el brigadista italiano Nino Nanetti. Tenían su sede en la caserna Voroshilov, en Sarrià, en un convento requisado.

 

Yo estuve en el de Sarrià [la caserna] muchas veces, viviendo con mi madre y con Ramón —cuando este estaba con nosotros— en el Estado Mayor del batallón, una torre contigua requisada personalmente por Ramón, que era su comandante.83

 

Se trataba de una villa muy grande en el paseo de la Bonanova, propiedad de un pariente suyo, el marqués de Villota, que huyó por miedo a los acontecimientos que se produjeron aquellos primeros meses de guerra.84 Después de un período de instrucción, Ramón Mercader volvió a Madrid en Navidad, al sector noroeste de la capital, en Villanueva de la Cañada; más tarde participaría incluso en los combates de Hita y Torre de Burgo, en la ofensiva de Guadalajara de marzo de 1937.

Por su parte, la dirección del partido tenía otros planes para Caridad, que acababa de recuperarse de las heridas sufridas. Con una comisión del PSUC, y acompañada por Lena Imbert, que le hacía de secretaria, marchó a México a finales de octubre de aquel año para conseguir armas y dinero para la causa republicana, así como para negociar la acogida de unos 500 niños españoles en aquel país. Entraron a México por el puerto de Veracruz el 6 de noviembre, a bordo del Durango, tras hacer escala en Cuba.85 Como iban con pasaportes mexicanos falsos fueron detenidos y, a través del cónsul español, el gobierno mexicano les concedió un visado de turistas. Los archivos del Instituto Nacional de Migración mexicano detallan que acompañaba a Mercader e Imbert un tal Juan Ruiz, y que iban documentados como mexicanos por el cónsul de este país en Barcelona. Pero el jefe de la oficina de Veracruz no se lo creyó y tuvieron que esperarse estos diez días hasta que llegara un visado temporal de la Secretaría de Gobernación por seis meses. Sin embargo, el gobierno de México no quedó satisfecho con las gestiones realizadas y prosiguieron las investigaciones. Así que consta que:

 

El 10 de noviembre de 1936, la Secretaría de Gobernación se dirigió a la de Relaciones Exteriores a fin de que llamara la atención del cónsul de México en Barcelona, por haber documentado como mexicanos a estas personas; habiendo contestado dicho funcionario que en registro de tripulantes embarcados en el vapor Durango no se encontraban los nombres de las referidas personas. En febrero 1937, la Secretaría de Gobernación giró circulares a las oficinas de Población, a los CC. Gobernadores, a las autoridades policíacas de toda la República a fin de que fueran localizados Caridad Mercader y sus acompañantes, habiendo sido inútil porque no fue posible localizarlas.

 

Resulta que por aquellas fechas ya habían regresado a casa. Caridad Mercader explica su llegada a México de la siguiente forma:

 

En la capital de Cuba, los que formamos la expedición fuimos detenidos y arrestados. El gobierno cubano nos coaccionó ahincadamente. Nos pusieron, por fin, en libertad, gracias a unas gestiones del embajador de México, y pudimos proseguir nuestro viaje hasta Veracruz, a donde nos condujo un buque de guerra ofrecido por el gobierno del país que nos había sacado de la cárcel cubana. Nuestra arribada a México fue una verdadera apoteosis, en la que participaron masas enormes. Del primer contacto con la República hermana deducimos que nuestra misión había de ser de una facilidad absoluta: teníamos todo el pueblo a nuestro lado.

 

Su periplo por el territorio mexicano se centró especialmente en hacer mítines en diferentes puntos del país para conseguir financiación y armas que permitieran afrontar la guerra contra el fascismo. México era un país especialmente sensible a la causa republicana, con unas organizaciones sindicales y obreras fuertes, que gozaban de un momento de popularidad con la presidencia de Lázaro Cárdenas. El Partido Comunista de México brindaba apoyo a la campaña, acompañando a los visitantes en sus largos viajes en tren, ofreciéndoles alojamiento y provisiones y organizando parte de los actos que se llevaban a cabo.

 

Se nos ofreció y otorgó una Casa para Niños Refugiados. El Secretariado de Educación incluyó en el presupuesto para 1937, y fue aprobada, la creación de dos escuelas en Cataluña (una en el campo y otra en la ciudad) para los huérfanos de la Guerra Civil, las cuales serán montadas de acuerdo con el nuevo tipo pedagógico mexicano, que es una verdadera maravilla social. La esposa del general Cárdenas se ofreció para subvencionar personalmente, de su peculio, la primera de dichas escuelas, o sea la rural. Los sindicatos acordaron destinar el salario íntegro de un día de trabajo de todos los afiliados para subvenir a las necesidades de sus compañeros españoles en pie de guerra. Y por si aquello no fuese ya mucho, los ferroviarios aportaron doscientos cincuenta mil pesos, y el sindicato de camareros entrega mensualmente mil dólares al Comité de Ayuda. La lista, como he dicho, se haría interminable.

 

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17 Carta del Partido Comunista Mexicano para facilitar la tarea de Caridad Mercader mientras duró su estancia en el país.

 

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18 Caridad Mercader, Lena Imbert y Juan Ruiz (el de más a la izquierda) en México, con representantes del obrerismo mexicano, mostrando ejemplares del diario Mundo Obrero.

 

Sin duda, el acto más importante que llevaron a cabo fue cuando Caridad Mercader se dirigió desde la columna de oradores, a los parlamentarios mexicanos el 17 de noviembre de 1936. Invitados por el bloque revolucionario del Congreso de Diputados, y una vez finalizada la sesión ordinaria de aquel día, la presidencia acordó permitir la entrada del grupo de milicianos, que fueron aplaudidos por los 88 parlamentarios presentes mientras se situaban en las filas delanteras del hemiciclo. El diputado Pérez H. Arnulfo les hizo de anfitrión, agradeciéndoles su presencia y ofreciéndoles la cálida acogida de las izquierdas mexicanas, que se solidarizaban con la lucha del pueblo español contra el fascismo internacional. Les dijo que, de la misma forma que había hecho antes la Revolución mexicana, la Revolución española combatía por unos ideales de libertad y de construcción social a los que había que apoyar, porque eran los mismos que sentía la sociedad mexicana. Después de un discurso bastante épico, el presidente de la cámara cedió la palabra a Caridad Mercader, que inició su intervención dando las gracias por la acogida y defensa de la figura de la mujer en México y de ella en particular como representante de las españolas. A continuación leyó un mensaje que llevaba en nombre de los comunistas españoles, en agradecimiento a México y a su presidente, Lázaro Cárdenas, que fue muy aplaudido.86

 

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19 y 20 El grupo de milicianos españoles, muchos de ellos catalanes, encabezados por Caridad Mercader, en la cámara de representantes de México, el 17 de noviembre de 1936. La acompaña, en ambas fotografías, Lena Imbert, que también dirigió unas breves palabras a los parlamentarios.

 

También fue muy destacada la participación en el acto que se organizó solo tres días más tarde, el día 20, coincidiendo con el aniversario de la Revolución mexicana y que la llevó a dirigirse a miles de personas congregadas en la plaza del Zócalo, verdadero centro de Ciudad de México. Allí les dijo que el mundo tenía que escoger entre el fascismo y el comunismo, y que eran justo estos últimos los únicos que ayudaban a la España republicana. Vestida de miliciana, encabezó la marcha posterior en el acto con Vicente Lombardo Toledano (secretario general de la Confederación de Trabajadores de México, principal sindicato mexicano, controlado por los comunistas), y conoció al célebre pintor Diego Rivera.

Según Isaac Don Levine, más tarde realizaron otros encuentros con representantes, por ejemplo, de la Unión de Maestros Mexicanos o del Socorro Rojo Internacional. Tras unas semanas de intensa actividad, el 7 de enero reembarcaron para regresar a Barcelona junto a 96 voluntarios que se dirigían a engrosar las filas de la Brigada Lincoln. Hicieron escala en Nueva York, donde los recibieron representantes del Comité de Ayuda a la España Republicana, que también les ofrecieron dinero que habían recaudado y la promesa de que unos cuantos miles de obreros de aquella ciudad trabajarían tres horas diarias para poder enviar ropa de abrigo y pagar el sueldo de los médicos y las enfermeras que atenderían a los soldados en la primera línea de frente.

No obstante, no eran el único grupo que se había desplazado desde Cataluña para pedir ayuda a los mexicanos. A principios de noviembre, algo antes tal vez que la delegación del PSUC, un total de veintiún hombres, muchos de ellos relacionados con el Partido Obrero de Unificación Marxista (el POUM, partido comunista de adscripción no estalinista), llegaron a México con las mismas intenciones a priori que sus correligionarios: conseguir armas y dinero para el bando republicano. Entraron al país como parte integrante del equipo campeón de béisbol español. Pero, en realidad, tenían una misión paralela, encargada solo a unos cuantos: conseguir asilo político para el revolucionario ruso León Trotsky.

Jean van Heijenoort, secretario de Trotsky a lo largo de sus siete años de exilio, publicó en sus memorias las intenciones del líder comunista de dirigirse a Barcelona:

 

El 19 de julio estalló la guerra civil española. Hacia fin de mes, Trotsky comunicó a Liova su intención de ir clandestinamente a Cataluña. Liova y yo hicimos algunos planes. Pensábamos en un barco pesquero que iba de Noruega a España, pero nada fuera de algunas conversaciones.87

 

La citación, no obstante, indicaría que no pasó de ser una mera posibilidad que pronto dejaría de tenerse en cuenta. Con todo, parece que hubo más gestiones que la descrita por Van Heijenoort.

George Vereeken recoge las investigaciones del historiador italiano Paolo Spriano, el cual, en su búsqueda de datos para realizar una historia del Partido Comunista Italiano, se topó en los archivos policiales de aquel país con la copia de una carta escrita por Trotsky desde Noruega a Andreu Nin, antiguo secretario suyo en el Departamento de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, jefe del POUM y entonces consejero de Justicia de la Generalitat de Cataluña. Esta carta, interceptada por agentes secretos italianos, no llegó nunca a las manos de Nin. Había sido enviada antes del 2 de septiembre de 1936 (momento en el que Trostsky, en su exilio noruego, fue trasladado y prácticamente incomunicado en Sundby) y dirigida a Jean Rous (delegado de la Cuarta Internacional en Barcelona) para que se la entregara a Nin. El documento «contenía una respuesta favorable de Trotsky a la solicitud de colaboración con el objetivo de ayudar a la Revolución española. De hecho, la prensa burguesa anunciaba por aquellas fechas que Trostsky tenía la intención de viajar a Barcelona. En esta carta, el Viejo enviaba una respuesta favorable al telegrama que había recibido, pero dudaba de que fuera capaz de obtener un visado.88

En su carta, Trotsky deja a un lado las diferencias ideológicas o programáticas con el POUM y apuesta por un entendimiento con los anarquistas para sacar adelante la revolución en España. «Natalia y yo estaríamos completamente preparados para ir a Barcelona. El asunto —para que tenga éxito— tendría que ser abordado con la máxima discreción posible».89 Una discreción necesaria para un personaje al que se le cerraban las puertas de muchos países. Además, no era la primera vez que las autoridades españolas estaban alerta ante una posible entrada de Trotsky por los Pirineos: los informes policiales de la Dirección General de Seguridad indican que los guardias de frontera de la zona de Jaca (Huesca) habrían sido prevenidos, ya en 1934, cuando el revolucionario deambulaba por Francia, para evitar que consiguiera cruzarla.90

Las negociaciones se habían iniciado aquel agosto. Reiner Tosstorff recoge dos documentos del italiano Fosco (colaborador en materia de contactos internacionales del POUM) dirigidos a Trotsky, donde escribe:

 

Los camaradas de la antigua ICE, Nin, Molins, etc., dan una importancia de primer orden a vuestra intervención directa en la Revolución española.

 

También, hablando otra vez de Nin y Molins:

 

Me han expresado su intención de quitarle importancia a sus diferencias de opinión y de establecer contactos con el Secretariado Internacional.91

 

De modo que el día 5 llegó a Barcelona una delegación del Secretariado Internacional Trotskista, dirigida por el anteriormente citado Jean Rous, que se mantenía en contacto con Trotsky a través de telegramas. Se encontraron con Fosco y, por mediación suya, se pusieron en contacto con el Comité Ejecutivo del partido, y presentaron una propuesta de colaboración del revolucionario con La Batalla (órgano periodístico del POUM) a cambio de que les consiguieran un permiso de residencia. Les ofrecieron también voluntarios para el frente y apoyo material.

Trotsky había roto con el POUM después de su participación en el Frente Popular. Con el estallido de la guerra continúa sus críticas al partido, pero las posibilidades de un acercamiento hacían que estas fueran más moderadas.

 

En la situación actual sería un crimen si ahora nosotros, en medio de esta gran lucha, nos dejáramos llevar por los recuerdos de un período precedente. Aunque haya diferencias de opinión respecto al programa y el método, estas diferencias de opinión no tendrían que excluir de ninguna manera —y más después de la experiencia vivida— un acercamiento sincero y duradero. La experiencia posterior hará el resto.92

 

Víctor Alba habla de dos intentos de llevar a Trotsky a Barcelona:93 primero este de agosto, que no llegó a buen puerto;94 el segundo en diciembre, cuando Andreu Nin lo presentó en la reunión de gobierno del día 7, y que fue rechazado, según parece, por presiones del cónsul soviético en Barcelona, Antonov-Ovseyenko.95

Las desavenencias internas y la presión de los comunistas más ortodoxos, pues, sumadas a una situación de guerra, desaconsejaron que Trotsky se decidiera a instalarse en Barcelona. Una estancia que, seguramente, habría llevado de cabeza al gobierno republicano y al de la Generalitat, y que habría supuesto una fuente de conflicto con la URSS, único país que colaboraba activamente con la República.

Volvamos, pues, a México. Bartomeu Costa-Amic era uno de los integrantes de la delegación del POUM que fue en noviembre de 1936. Junto a Daniel Rebull (David Rey) y Manuel Martínez (el Guapo), eran los encargados de pedir al gobierno mexicano el asilo de Trotsky en el país. Llevaban con ellos una carta redactada por Andreu Nin y dirigida al presidente Lázaro Cárdenas en la cual exponían por qué creían necesario que México acogiera al exiliado soviético. Pero ¿cómo llegar hasta Cárdenas?

El azar hizo que, poco después de llegar a tierras americanas, conocieran a Ramón García Urrutia, periodista español afincado en México. Desorientados, le explicaron el tema de la carta y fue este quien se puso manos a la obra: les concertó una cita con el general Francisco Múgica, amigo suyo, secretario de comunicaciones y uno de los hombres fuertes del gobierno cardenista, compañero de revolución del presidente. Expusieron de nuevo la situación y este no dudó en concertar una visita con Cárdenas, que tendría lugar cuatro días después (estamos hablando de alrededor del 10 de noviembre, según el relato de Costa-Amic).

La comisión tenía que ser clara, concisa y presentarse ante el presidente mexicano de una manera convincente. Es por ello que el día anterior a la reunión se entrevistaron con Diego Rivera, célebre pintor muralista mexicano y le explicaron que la misión no solo consistía en solicitar ayuda para la República española, sino también en entregarle la carta y conseguir asilo para León Trotsky. «Hijos de la chingada, no habíamos pensado en ello», exclamó Rivera. «Y acordamos que, de cara a la opinión pública mexicana, se declararía que la solicitud de asilo para el insigne perseguido político la había efectuado el grupo de Diego Rivera».96 De hecho, esto es lo que cree la sociedad mexicana, y así consta en la mayoría de historiografía que ha tratado la vida de Trotsky o su estancia en México. A esto contribuye, sin duda, el relato que hace Octavio Fernández Vilchis, líder del trotskismo mexicano, según el cual, él y Rivera, por acuerdo del buró político de la sección mexicana de la Liga Comunista Internacional, se entrevistaron con Cárdenas en Torreón (estado de Coahuila, México), el 23 de noviembre de 1936. La única referencia de Fernández a la delegación del POUM es cuando dice que estuvieron en México consiguiendo dinero y armas, y que «el asesoramiento que proporcionó Rebull a Fernández en las medidas de seguridad para el arribo de Trotsky, fue de extrema utilidad».97

Fuera como fuera, ambos testimonios concluyen lo mismo: que Cárdenas no duda en conceder el asilo a Trotsky, después de escuchar los argumentos de la delegación.

 

Puedo dar fe, en honor a la verdad histórica, que, a los dieciocho minutos escasos, aquel extraordinario presidente ordenaba a su secretario, Luis O. Rodríguez, girar avisos telefónicos a todos los consulados mexicanos de aquella ruta, de extender visado irrestricto para León Trotsky y su esposa, con permiso de residir en México.98

 

El objetivo, pues, se había cumplido. Es más: Cárdenas ofreció a Costa-Amic y a Rebull la posibilidad de desplazarse en el cochecama Cuba y dos camareros; solo tenían que decir dónde querían ir y se les enganchaba al tren pertinente. Y es que realizaron un buen número de mítines a lo largo de los dos meses que permanecieron en el país: más de un centenar. Paradójicamente, muchas de las primeras conferencias las había organizado Lombardo Toledano.

 

Todo marchaba sobre ruedas; se organizaron salidas a la provincia, hasta que… hasta que llegó Caridad Mercader a México y se entrevistó con Lombardo […]. Nunca más, a partir de ese momento, me recibió Lombardo, ni su mosquetero «el Ratón Velasco».99

 

Costa-Amic conocía a los Mercader. Su primera esposa había trabajado con Caridad en los talleres de los almacenes La Innovación en Barcelona después de volver de Francia, y la habían acompañado al tranvía frecuentemente, hablando de política. «Conocía también a Ramón Mercader, de antigua militancia común; con el tiempo se había convertido en “oreja” para detectar las actividades de los militantes disidentes».100 No es de extrañar, pues, que cuando Caridad Mercader participó en las manifestaciones contrarias a la llegada de Trotsky a México, marchando a la cabeza con Lombardo Toledano y Fidel Velázquez, Costa-Amic la reconociera de inmediato y le espetara: «Tú, cabrona, has venido a preparar el asesinato de Trotsky».101

No obstante, es preciso matizar estas últimas afirmaciones. Y es que, como hemos comentado, Caridad Mercader salió de México el 7 de enero de 1937: dos días antes, por lo tanto, de que Trotsky llegara al continente americano. Y no regresará, clandestinamente, hasta 1940, cuando forme parte del grupo encargado, ahora sí de manera definitiva, de matar al revolucionario. Además, en aquellos momentos no se había preparado todavía ningún atentado contra Trotsky en terreno mexicano. Apenas hacía un mes que se sabía que iría allí y se desconocían los detalles acerca de cómo lo haría y dónde se instalaría, y muchos menos que el atentado se encargaría a Caridad Mercader, que hasta entonces nunca había estado en México y desarrollaba sus actividades a miles de kilómetros del objetivo, en un país en guerra, para más inri. Es más, Costa-Amic sitúa los hechos en la manifestación del 20 de noviembre, que, como sabemos, es el día en que Mercader se dirigió a la multitud en el Zócalo, y entonces no se sabía todavía que Trotsky iría a este país.

De modo que llegados a este punto, creo que puedo afirmar que Costa-Amic hace un relato interesado de su trayectoria por tierras mexicanas, y al mismo tiempo del supuesto enfrentamiento entre el PSUC y el POUM. Al principio pensaba que su cabeza le había jugado una mala pasada, dado que escribió sus memorias siendo bastante mayor. Pero ya en el tramo final de escribir este estudio, y repasando fotografías, me percaté de la similitud entre un chico que aparecía en la fotografía del Congreso mexicano y una de las fotografías del libro de Costa-Amic. Si no me equivocaba, era precisamente él, de joven, quien indicaba que las dos delegaciones habrían trabajado juntas, al menos al principio, ya que habrían visitado conjuntamente a los parlamentarios mexicanos. Por lo tanto, eso que explica Costa-Amic de que les habrían dificultado la tarea sería falso, cuando menos parcialmente.

Así fue que, buscando el texto del diario de sesiones del Congreso mexicano, pude observar que, efectivamente, varios representantes del POUM estuvieron junto a los del PSUC aquel 17 de noviembre en el citado congreso. Es más, todos ellos firmaron la carta que había leído Caridad Mercader y, para acabar de arreglarlo, el propio Costa-Amic dirigió también unas palabras a los parlamentarios después de ella. Su alocución, mucho más larga y argumentada, recoge la misma demanda de solidaridad y reconocimiento mutuo entre ambos países y ambas luchas, pero además exige que se expropie el Casino Español de la calle Isabel la Católica de Ciudad de México, por ser un nido de fascistas que recogen y envían dinero a la España de Franco.102 A esta intervención siguieron las palabras de ánimo de otros parlamentarios mexicanos.

De modo que, Costa-Amic, aunque no podemos estar seguros del todo de que mienta en este apartado, sí podemos afirmar en todo caso que no explica la historia completa, ya que obvia deliberadamente su comparecencia en el Congreso mexicano y el mensaje que dirigió al pueblo mexicano junto a Caridad Mercader.103 Así, pudiera ser que miembros del PSUC, o la misma Caridad, les pusieran trabas y dificultaran sus gestiones, pero sería en todo caso al final de su estancia en México, ya que inicialmente está comprobado que colaboraron.

Lo que sí es cierto es que la delegación del POUM, antes de volver a Barcelona, hizo una visita a Trotsky, cuando hacía pocas semanas que este estaba en México. Acogido por la pareja de pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, en la conocida como Casa Azul, tuvieron una agradable conversación. Prueba de ello serían unas fotografías que, ahora sí, Costa-Amic publicó, y recogen también otros autores.

La repercusión de las actuaciones del POUM en México tuvo aún más resonancia unos meses más tarde. Durante el proceso al que los sometieron tras la ilegalización del partido por una supuesta concomitancia con los fascistas, Julián Gómez, Gorkín, a quien preguntaron en uno de los interrogatorios sobre las gestiones realizadas por el POUM para conseguirle hospitalidad a Trotsky, contestó:

 

Al saber que Trosky era expulsado de Noruega y que no encontraba refugio, públicamente solicitamos que se le autorizase para residir en Cataluña, aun no siendo nosotros trotskistas. Respecto a las cartas de México en las que se dice que la Comisión política deportiva mandada por el POUM a aquel país, se encuentra en relación con los trotskistas dice el que declara no saber nada de ella, pero supone que efectivamente estuvieron en relaciones con ellos, así como también con los demás partidos políticos y sindicales.104

 

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21 Fotografía en la Casa Azul a principios de enero de 1937. En primera fila Natalia Sedova, esposa de Trotsky, Frida y Cristina Kahlo y Ruth Ageloff, secretaria. Detrás Trotsky, Costa-Amic, Martínez, Daniel Rebull y un desconocido.

 

De modo que Caridad Mercader llegó a Barcelona a mediados de enero de 1937. En cuanto bajó del barco le dieron una mala noticia: su hijo Pau había muerto el 3 de enero en los combates que tuvieron lugar entre Guadalajara y Madrid (aunque en algún lugar podemos encontrar que sucedió en Brunete). Su muerte la afectó mucho, según Luis, y no son ciertos los rumores que circulaban de que se había alegrado por considerarlo un traidor. Según esta teoría, que expone muy bien Levine, se dice que Pau tenía una relación con una joven anarquista a la que no quería abandonar, a pesar de las órdenes del partido para que lo hiciera. Como castigo, le encomendaron matar a tres prisioneros políticos con una escuadrilla, pero en vez de hacerlo en un subterráneo o lugar oculto, lo hizo al aire libre, y abandonó los cuerpos en la calle; por ello lo enviaron a la primera línea del frente. «Ramón y su madre no intercedieron en favor de Pau. Y poco después, cuando murió en combate, Ramón insinuó abiertamente que su hermano había recibido lo que merecía».105 Lo cierto es que es una versión difícil de creer. Pau Mercader, soldado del batallón Jaume Graells, murió aplastado por un tanque mientras estaba en un nido de ametralladoras, dispuesto a lanzarle una granada. Amigo desde hacía tiempo de Teresa Pàmies, ella recordaba que «parecía uno de esos chicos que no deben morir nunca, nunca, nunca […] Quería ser como el antitanquista Coll, pero su muerte fue más triste, si es que no lo son todas las muertes cuando se tienen veinte años».106

 

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Entretanto, Ramón continuaba en el frente, pero debemos suponer que de vez en cuando disfrutaba de permisos y visitaba a su madre y a su hermano en la retaguardia. No hacemos demasiado caso de la descripción de Gorkín sobre la actividad que realizaba aquellos meses, ya que afirma que «el llamado Mornard [sic, Ramón Mercader] perteneció a las milicias comunistas de Cataluña […]. No se le conocía oficio ni beneficio. Habíase habituado a vivir sin trabajar, a frecuentar los prostíbulos, a satisfacer todos sus vicios. Era un aventurillero sin porvenir».107

Caridad, por su parte, participaba activamente de la vida en la retaguardia y estaba bien conectada con los principales dirigentes del PSUC en el gobierno. La Vanguardia,108 por ejemplo, da noticia de un «Mitin de Mujeres Antifascistas. Por la unidad sindical», celebrado en el teatro Olimpia de Barcelona y organizado por mujeres de la CNT y la UGT, y presidido por Caridad Mercader. Y sabemos también que se dedicaba a reorganizar secciones del partido, aunque no siempre era bien recibida.109 Pero seguramente lo más destacado es la vinculación que adquirió con los principales dirigentes de la delegación consular soviética en Barcelona, comenzando por Ernst Gerö, alias Pedro o Edgar, delegado de la Komintern (la Tercera Internacional o Internacional Comunista) en Cataluña.110 Luis contará en sus memorias que su madre hablaba mucho de él y que lo apreciaba. Y a través de él conoce también a Leonid Eitingon, alias Kotov, Alukov o camarada Pablo.

Nahum Isaakovich Eitingon nació el 1 de diciembre de 1899 en Sklov, Bielorrusia. En 1917 ingresó en el Partido Socialista Revolucionario y en 1918 entró en el Ejército Rojo, desde donde pasó a la Cheká, para dirigir la sección de Gomel (Bielorrusia).111 En 1920 se hace del partido bolchevique. De origen judío, cambia su nombre en los años veinte por Leonid Alexandrovich para evitar sospechas.112 Herido en una pierna en 1921, fue transferido a Moscú, donde fue nombrado coronel por la prestigiosa academia Frunze. Ingresó entonces en el Departamento de Asuntos Exteriores de la OGPU y fue enviado a China, donde fue el único superviviente del ataque a la embajada soviética de Shanghái en 1927. Se encargó de enviar agentes a California y de controlar la falsificación de pasaportes o documentos. Hablaba perfectamente castellano, inglés y francés. Su primera mujer murió dando a luz a su primer hijo, Vladimir; y más tarde se casa con Olga Naumova, aunque también tenía algunas amantes (en España, por ejemplo, se entendía con una oficial menor, Alexandra Kochergina). Durante la guerra civil española fue responsable de operaciones de sabotaje y espionaje en la retaguardia franquista, jefe de la NKVD en Barcelona y sucesor de Orlov cuando este desertó. Una vez finalizada operó, entre otros, en Inglaterra y Turquía, donde preparó un atentado fallido contra el entonces embajador nazi Franz von Papen. Fue encarcelado en 1951 y liberado un año y medio después. Pero cuando Jruschov y Bulganin se hicieron con el poder y Beria fue fusilado, volvieron a encerrarlo, acusado de connivencia y colaboración con el estalinismo, hasta 1964. Tras esto se casó dos veces más y vivió en Moscú hasta su muerte, en 1981. No sería rehabilitado hasta 1992.Imagen

Eitingon y Caridad Mercader iniciaron una profunda amistad, y tal vez algo más. Ya hemos visto que el soviético no era el padre de Luis y que tampoco había sido amante de Caridad en Francia; pero, ciertamente, se tenían cariño.113 Se conocieron seguramente durante este período de la guerra, cuando Eitington era máximo responsable del entrenamiento de soldados para la infiltración en territorio enemigo y acabó convirtiéndose en jefe del NKVD en Barcelona y después a escala estatal. Con los nombres en clave de Tom y Pierre, se movía por todo el territorio fiel a la República, pero tenía su sede principal en la Ciudad Condal.114 Y es que, según John Costello y Olga Tsarev, la primera escuela de espías soviéticos fuera de la Unión Soviética, controlada por el NKVD y emparentada con la escuela militar de Moscú, se concibió en esta ciudad, a espaldas de las autoridades republicanas.115 No obstante, una vez formados, los espías podían operar en territorio peninsular o bien en el extranjero.116

Así pues, la URSS, que hasta el momento había centrado sus intereses exteriores en Polonia, China, Japón, Finlandia, el Reino Unido o Alemania, de pronto, con el estallido de nuestra Guerra Civil, fijó su mirada en la península ibérica. La idea primigenia no era realmente intervenir, sino sencillamente permanecer atentos a los sucesos que se desarrollaban. De hecho, España nunca había sido un objetivo prioritario para los soviéticos: lo demuestra el hecho de que no tuvieran destinado prácticamente a ningún agente y que ni siquiera dispusieran de una embajada. Stalin estaba más bien de acuerdo con la propuesta inicial sugerida por Francia o el Reino Unido, de que era preciso no intervenir en los asuntos españoles para evitar sentar las bases de un conflicto a mayor escala; propuesta que acabó derivando en la creación de un hipócrita Comité de No Intervención, que condenaba a la República española a buscar ayuda y suministros de manera encubierta, en tanto que daba alas a la ayuda que recibían los rebeldes por parte de potencias como Alemania e Italia. Las democracias europeas, y con ellas varias empresas de ámbito internacional, le dieron la espalda y no quisieron facilitarle los medios necesarios para abordar una guerra que acababa de comenzar, por una mezcla de prejuicios ideológicos y de temor a que el enfrentamiento que se desarrollaba en España se esparciera irremediablemente por una Europa donde el ambiente estaba ya bastante caldeado. El estallido revolucionario que siguió al fracaso del golpe de Estado y al colapso del Gobierno dio la impresión a las llamadas democracias europeas de que lo que realmente se estaba gestando era una revuelta prosoviética, que imitaba a los hechos que llevaron a los bolcheviques al poder en 1917. Así que, ante la necesidad de buscar apoyos, la República se vio abocada a llamar a la puerta de la URSS, la única opción que quedaba después de la negativa de Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Sin embargo, los alemanes e italianos reaccionaron inmediatamente y tardaron muy pocos días en intervenir a favor de los sublevados, mientras que los soviéticos tuvieron que pensárselo más y no se decidieron hasta al cabo de dos meses.117 Sin esta ayuda, las fuerzas republicanas seguramente no hubieran podido aguantar la embestida de los franquistas, que para el mes de noviembre ya habían llegado a las puertas de la capital, Madrid. La única posibilidad de la República para no sucumbir era conseguir armamento en el exterior; y la URSS fue el único país dispuesto a vendérselo (exceptuando la voluntariosa pero escasa colaboración del México de Lázaro Cárdenas), para evitar así el colapso definitivo. «Fue la primera gran intervención de la URSS en la arena internacional», afirma el historiador Frank Schauff.118 Incluso ya avanzada la guerra, solo la imposibilidad de conseguir acuerdos con ingleses y franceses hizo que el gobierno, entonces encabezado por Negrín, se decantará por proseguir con la colaboración con la URSS.

A pesar de que haya cierta historiografía que defiende la idea de que la voluntad de Stalin y la Unión Soviética había sido desde un principio ejercer el control sobre todo el aparato social, político y militar de la España republicana, como primer paso para consolidar a España en una especie de república popular como las que surgieron en Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que el líder soviético se mostró más bien prudente y cauteloso (algunos dirían titubeante y lento), y no se decantó por una acción directa hasta que no le resultó totalmente comprobada la decidida participación de Alemania e Italia y la constatación de que la guerra iba para largo. Como muy bien describe Ángel Viñas en la trilogía sobre la República en guerra,119 los intereses de la política exterior soviética no contemplaban un asalto al poder, sino que se centraban en la defensa de una república democrática, fortalecida por una posición favorable al máximo ensanchamiento del Frente Popular, como medida de contención contra el fascismo y la búsqueda de aliados en Occidente.120 El búlgaro Georgi Dimitrov, líder de la Komintern, lo dejó muy claro desde el primer momento: no se aspiraba a crear ninguna dictadura del proletariado, sino que había que situarse bajo la bandera de la República y no abandonar la democracia. Derrotar al fascismo era la máxima prioridad y a este objetivo se destinaron todos los esfuerzos.121 Y aún más, Marcelino Pascua, el futuro embajador republicano en Moscú, reprodujo en una reunión de embajadores en Valencia en julio de 1937 las palabras textuales del líder soviético, según el cual «España no está propicia al comunismo, ni preparada para adoptarlo, y menos para imponérselo, ni aunque lo adoptara o se le impusiera podría durar, rodeada de países de régimen burgués, hostiles».122

Tras un mes de vacilaciones, el Politburó aprobó abrir una embajada en Madrid el 21 de agosto de aquel 1936, y designó para el cargo a Marcel Rosenberg, que llegó solo seis días más tarde y se presentó ante las autoridades el día 29.123 Los primeros agentes soviéticos, no obstante (Vladimir Gorev y Bruno Bundt, que formaban parte de la inteligencia militar),124 habían comenzado a llegar a la Península algo antes, a partir de mediados de agosto. No tardaron en comprobar que no había una planificación efectiva de las necesidades de guerra, creían que era preciso someter a una autoridad a los anarquistas de Cataluña y que, sobre todo, la producción de material de guerra tenía que empezar desde el principio. A Cataluña, enviaron como cónsul, a partir de octubre de 1936, a Vladimir Antonov-Ovseyenko, artífice del asalto al Palacio de Invierno del zar durante la revolución de 1917. Antonov-Ovseyenko buscó, en cuanto pudo, el entendimiento con los anarquistas, consciente de su fuerza, y tuvo muy buena relación con Lluís Companys y el gobierno de la Generalitat. Participó activamente de la vida política y social catalana, e incluso comenzó a aprender catalán. Se sintió muy cómodo en Barcelona, hasta el punto de que se convirtió en uno de los principales defensores de la autonomía de Cataluña en la guerra, incluso ante sus propios superiores y también ante los máximos representantes del gobierno central, incluido el propio Negrín.125 No obstante, meses más tarde fue llamado a filas por Stalin, detenido por la NKVD y ejecutado el 10 de febrero de 1938.126

Una carta de Stalin (firmada también por Viacheslav Molotov y Kliment Voroshilov) a Largo Caballero, fechada el 21 de diciembre de 1936, confirmaba la postura de la URSS en favor de la democracia y, por encima de todo, de respeto a las instituciones españolas y la voluntad de no-injerencia en la política de la República. Afirmaba que había que tomar medidas que «impidieran a los enemigos de España considerarla una república comunista», y preguntaba también por la actuación de los agentes soviéticos, especialmente del cónsul Marcel Rosenberg, ya que tenían constancia de que no había seguido al pie de la letra las instrucciones que le habían dictado.

 

Rosenberg informó a Moscú de que había intentado influir en la composición del nuevo Gobierno […]. El 4 de septiembre, Litvinov envió un telegrama rotundo en el que decía que habían provocado gran descontento en Moscú las noticias […]. El comisario aprovecha la ocasión para ordenarle en los más tajantes términos que de ninguna manera se mezclase en los asuntos internos españoles y que se abstuviese de actuar en materia de combinaciones gubernamentales.127

 

Rosenberg había sido avisado varias veces para que frenara sus impulsos, se le había advertido de que se ciñera meramente a su tarea diplomática. No obstante, en febrero de 1937 acabaron llamándolo a Moscú, donde desapareció durante la gran purga de aquel año.128 Su sucesor, Lev Gaikis, corrió idéntica suerte poco después, y desde entonces la representación oficial quedó en manos del encargado de negocios Serguei Marchenko hasta el final de la guerra.

Según la reciente obra de Boris Volodarsky,129 llegaron a operar en territorio republicano, aparte de asesores, agregados militares y la delegación soviética oficial (en Madrid, Barcelona y Bilbao), los servicios secretos (NKVD), la Komintern (con la OMS, es decir, su Departamento de Relaciones Internacionales, también con actividades de espionaje) y la inteligencia política del Ejército Rojo (GRU), que además incluía al Departamento de Inteligencia de la Marina. Al principio, los asesores asumieron papeles que no les correspondían, por las urgencias del momento (como, por ejemplo, capitanear algunas unidades militares o participar en la planificación que llevaría a la constitución del Ejército Popular), no obstante, a medida que los cuadros se iban formando y la tropa se organizaba, permanecieron en un segundo plano. A pesar de ello, algunos fueron los ideólogos o planificadores de grandes combates como los de la defensa de Madrid, el Jarama, Brunete o la presa de Teruel.130 A lo largo de todo el conflicto, 20.000 españoles, entre comandantes, artilleros y tanquistas, recibieron formación de asesores soviéticos, 3.000 de ellos, mayoritariamente aviadores, en la misma URSS. Según un documento conservado en el Archivo Estatal Militar de Rusia (RGVA), en total, la participación soviética a todos los niveles (ejército, industria, comunicaciones, Brigadas Internacionales, instrucción, espionaje, campo naval, enviados de la Komintern, intelectuales, consejeros, comisarios…) fue de 772 pilotos, 351 tanquistas, 100 artilleros, 77 marineros, 166 técnicos de comunicaciones, 141 ingenieros y 204 imprescindibles traductores, aparte de los cineastas y periodistas, que fueron los primeros en llegar. 131 Se creó para ellos la Jefatura de Asesoría Militar, adscrita al Ejército Popular.132 No obstante, nunca hubo más de seiscientos asesores al mismo tiempo, ya que muchos estaban solo unos meses en la Península antes de regresar a la URSS, y algunos se quejaron constantemente de la falta de material, de personal —insuficiente para cumplir todas las tareas asignadas— o de cierta falta de entendimiento con los españoles.

La ayuda militar, aprobada por el Politburó el 29 de septiembre —según las directrices de Stalin— adoptó el nombre de Operación X. Se trataba de una misión muy ambiciosa y arriesgada, ya que tenía como objetivo hacer llegar, por tierra y por mar, a miles de kilómetros y sin ser detectados, miles de toneladas de armamento, suministros, víveres y un considerable contingente humano. Jan Berzin, antiguo jefe de la inteligencia soviética y embajador en Helsinki, Londres y Viena, fue nombrado jefe de la misión militar soviética en España, a pesar de su poca experiencia en tácticas de guerra. Conocido por los sobrenombres de Grishin o Donizetti, se mantuvo a cargo hasta mayo de 1937, cuando lo llamaron a Moscú. En noviembre de ese mismo año fue acusado de dirigir una organización nacionalista letona (había nacido en Letonia, con el nombre de Peter Kjuzis), encarcelado y ejecutado en julio de 1938; un destino similar al que esperó a muchos de los asesores que tomaron parte en la Operación X, como su propio sucesor, Grigori Shtern.

Pero esta indispensable ayuda no era gratuita. El gobierno republicano se vio obligado a pagar con las reservas de oro del Banco de España (el archifamoso oro de Moscú) las seiscientas mil toneladas de carga que se calcula que enviaron los soviéticos, dada la imposibilidad de establecer relaciones comerciales normales con el resto de los países.133 Si bien al principio se habían enviado una serie de remesas a Francia como pago a empresas francesas por un armamento que resultó ser malo e insuficiente, o a terceros países que también les vendieron armas viejas y desgastadas que salieron por un ojo de la cara, Negrín y Largo Caballero no tardaron en percatarse de que la solución sería trasladar a Moscú los fondos del Banco de España (la reserva más importante del mundo) y depositarlos en el Comisariado del Pueblo para las Finanzas, para garantizar así la aportación y hacer frente a futuros pagos, atendiendo a la vital importancia de los suministros procedentes de la Unión Soviética. A petición propia, pues, unas 510 toneladas de oro, valoradas en 518 millones de dólares en precios de 1936 —una verdadera brutalidad— fueron embarcadas desde Cartagena en una complicada operación hasta el puerto de Odesa. Sin embargo, a partir de 1938, la garantía del oro se había extinguido y fue necesario negociar algunos créditos más con los soviéticos.134 De modo que con el envío de armas, asesores y el control de los fondos del Banco de España, la URSS se convirtió en el pilar fundamental para la resistencia republicana, algo que obviamente reforzó y aumentó el peso del PCE y el PSUC, que, sin embargo, no tenían una base organizativa fuerte, y lógicamente creó reticencias en socialistas, anarquistas y nacionalistas catalanes y vascos.

La ayuda soviética también significó la introducción de la NKVD en territorio leal a la República. Era inevitable, que junto con los asesores, las armas y el material, trajeran también su cruzada contra el trotskismo y la disidencia interna. De modo que los servicios secretos tenían topos o informadores (la mayoría miembros del PC) en diversos organismos: la Dirección General de Seguridad, el Servicio de Información Técnico (SIT), en la policía, las checas, el Departamento Especial de Información del Estado (DEDIDE), el Servicio de Investigación Militar (SIM)… «Moscú estaba bastante bien al corriente de lo que ocurría en la zona republicana. Informaban los consejeros y asesores militares, los diplomáticos, el GRU, los agentes de la NKVD y representantes de la Komintern».135

En este contexto, el POUM se convirtió en el objetivo más inmediato. España, y en buena medida Cataluña, se habían convertido para algunos en un doble campo de batalla en el que se desarrollaba una lucha contra el fascismo en el frente y una lucha contra el trotskismo en la retaguardia, donde todo valía. Y eso que el POUM no era propiamente trotskista, como hemos visto, pero sí antiestalinista, contrario a los abusos que se cometían en la Unión Soviética en nombre de la revolución, y crítico respecto a las discusiones ideológicas de los comunistas ortodoxos y su sumisión a la Komintern y a las órdenes de Moscú. Precisamente, una resolución del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista de diciembre de 1936 decía que «pase lo que pase, hay que conseguir la destrucción final de los trotskistas, mostrándolos a las masas como un servicio secreto que lleva a cabo provocaciones al servicio de Hitler y el general Franco, intentando dividir el Frente Popular, practicando una campaña difamatoria contra la Unión Soviética, un servicio secreto que ayuda activamente al fascismo en España».136 La atmósfera que habían creado las purgas en la URSS lo envenenaba todo, y se buscaba eliminar la oposición política de cualquier forma. El intelectual Franz Borkenau, excomunista, escribía después de una estancia en Madrid, Barcelona y Valencia, en abril de 1937:

 

El ambiente particular que existe en la actualidad sobre el trotskismo en España no es creado por la importancia de los trotskistas, ni siquiera por el reflejo de los acontecimientos rusos en España: deriva del hecho de que los comunistas han adquirido el hábito de denunciar por trotskista a todo el que discrepe de cualquier cosa. Para la mentalidad comunista, cualquier desacuerdo en asuntos políticos es un crimen terrible, y todo delincuente político es trotskista.137

 

A pesar de todo y de la difundida idea de que la NKVD habría extendido una verdadera red represora en la España republicana, lo cierto es que los estudios más recientes, como el de Boris Volodarsky en El caso Orlov, indican que nunca hubo más de diez agentes de este organismo en territorio republicano, y en ningún caso más de cinco de manera permanente (Alexander Orlov, alias Nikolsky; Nahum Beliaev, Belkin; Leonid Eitingon, Kotov; Grigori Siroezhkin, Grande; y Lev Vasilevsky, Grebetsky). En total, calcula que habrían perpetrado, como máximo, veinte asesinatos, una cifra nada despreciable, pero lejos de las alcanzadas después en Polonia (1939-1941), Austria (1945-1955), Hungría (1956) o Afganistán (1979).138 Así que no se trataba de proceder a una represión masiva, sino de fijarse unos objetivos concretos, aprobados por el Kremlin, contra aquellos enemigos que podían considerarse más destacados.139 Porque a pesar de los cientos de encarcelamientos que hubo en los meses posteriores, sobre todo a raíz de la persecución contra los poumistas, todos los detenidos fueron juzgados con las garantías legales del momento y, a pesar de los esfuerzos de unos y otros, quedó claro que no había suficientes pruebas para incriminarlos con firmeza en las denuncias por traición y espionaje que recaían sobre sus hombros. De hecho, si bien se privó de libertad a muchos de los incriminados, fuese en prisiones o campos de trabajo, y aunque el trato recibido no fuera adecuado en muchos casos, no acabó habiendo ningún condenado a muerte directamente por esta cuestión. Sin embargo, es incuestionable la mano de los soviéticos y la presión de los comunistas al aparato policial y judicial republicano en este asunto.140

La tarea de la NKVD, sin embargo, no fue en realidad tan simple y fácil como podría parecer a priori; hay que pensar que normalmente no podían contar con la colaboración de las fuerzas de seguridad republicanas, porque a pesar del marcado componente comunista que irían adquiriendo a lo largo del conflicto, estaban controladas por los socialistas en su mayor parte. Por ello, este reducido grupo de hombres se nutría también de agentes de otros organismos, como el GRU, o de los responsables de Operaciones Especiales, encubiertos también en la rezidentura de la NKVD. Estaríamos hablando básicamente de las figuras de dos agentes: Yosif Grigulevich, alias Juzic o Grig (del cual hablaremos en capítulos posteriores) y de Erich Tacke, alias Bom. Ambos habrían participado activamente en la represión de elementos trotskistas, y se les hace responsables de la desaparición y/o asesinato de las víctimas; en algunos casos les ayudaba también Stanislav Vaupshasov, responsable de hacer desaparecer los cuerpos.141

Pero si hay un nombre propio en la NKVD de la España republicana ese es el de Orlov. Porque buena parte de la historiografía, muchos aún a día de hoy, lo considera el verdadero cabecilla de la influencia soviética, hasta el punto de que Costello y Tsarev concluyen que «la documentación nos ofrece un saludable recordatorio de que si a Orlov le hubieran dejado hacer lo que quería España podría haberse convertido en un Estado satélite soviético como los de los países de Europa del Este».142 Hasta el momento se había dado por válido el relato que el espía hizo en sus memorias, publicadas años más tarde desde su exilio en Estados Unidos, donde se presentaba como un enviado directo de Stalin a la Península, una pieza clave tanto en la represión en la retaguardia, como en el cumplimiento de los encargos asignados desde Moscú, algo que ha resultado demostrarse como completamente exagerado.

Alexander Feldbin —nombre real de Orlov, conocido también como Leiba Lazarevich, Nikolsky o Schwed— había nacido el 21 de agosto de 1895 en Babruisk (Bielorrusia) y, como muchas de las figuras visibles del bolchevismo, era de ascendencia judía. Se enroló en el Ejército Rojo durante la guerra civil rusa y colaboró con los servicios de contraespionaje. Magistrado en el Alto Tribunal Bolchevique, en 1924 entró en la GPU y más tarde en el INO, y cumplió misiones en Georgia, Francia, Alemania, Estados Unidos e Inglaterra. Fue enviado a España, según Pavel Sudoplatov, después de que Galina Voitova, una joven del NKVD, se disparase a sí misma ante la Lubyanka (sede principal del NKVD en Moscú) porque Orlov, con quien mantenía una relación, no había querido dejar a su mujer. Se habría encargado de llevar a cabo operaciones de guerrillas y «más importante aún, era el responsable de secuestros o de operaciones de tipo terrorista contra los trotskistas y aquellos a los que el Servicio Especial de Operaciones quería neutralizar».143 Se le adjudica, por ejemplo, el mérito de que la transferencia del oro de Moscú se produjera sin incidentes, o bien la operación de descrédito contra el POUM que acabó en su ilegalización y el secuestro y asesinato de Andreu Nin.144 Por todo ello le habrían concedido la Orden de Lenin. Sin embargo, «el mero hecho de que llegara después que el resto del personal de la embajada […] y sobre todo que su nombre no apareciera en la lista de diplomáticos hasta al cabo de un año, permite afirmar con toda certeza que, contradiciendo todos los textos publicados, Orlov no era el enviado personal de Stalin con poderes especiales ni el “jefe del NKVD en España”, como aseguran algunos. Y nunca pudo ser “general del NKVD” porque dichos rangos no existieron hasta mucho después».145 Posiblemente, como indica Viñas en La soledad de la República, fuera un oficial de segunda enviado para crear unos servicios secretos de la República, pero sobre todo para encargarse de los trotskistas, la contrarrevolución y las operaciones de retaguardia. Boris Volodarsky deja claro que Orlov no fue enviado como contacto con el Ministerio del Interior, y que tampoco disponía de un pasaporte que lo identificara como agregado político de la embajada, sino que tenía la misión de coordinar el NKVD con el Ministerio de Gobernación, al tiempo que proporcionar tareas complementarias de apoyo al asunto del oro, tema del cual, no obstante, no se encargaría él directamente.146 Sin embargo, extraoficialmente, su tarea consistía en ayudar al PCE a montar su propio aparato de seguridad e inteligencia y coordinar las misiones de la delegación establecida en Madrid con la de Barcelona, dirigida por Eitingon. Así pues, la supuesta voluntad de Orlov de crear una especie de policía secreta bajo las órdenes directas de la NKVD para estalinizar el país y controlar a la clase política de una manera clara (como encontramos reseñado, por ejemplo, en la obra de John Costello y Olga Tsarev)147 debía de ser falsa.148

En lo que sí tuvo éxito Orlov fue en la lucha contra el trotskismo y, específicamente, contra el POUM. Como bien hemos dicho fue uno de los responsables directos de la muerte de su líder, Andreu Nin, pero también fue él quien facilitó documentación al gobierno republicano para desacreditar al POUM como una organización nazi-fascista que colaboraba con Franco, lo que resultó en su proceso de criminalización tras los Hechos de Mayo de Barcelona. Así, el 16 de junio, Nin y otras cuarenta personas fueron arrestadas y a partir de aquí el partido fue ilegalizado y sus sedes cerradas e incautadas.

En Cataluña, la dinámica era diferente respecto al resto del Estado, teniendo en cuenta la preponderancia anarquista, el papel de un partido como Esquerra Republicana, la existencia de un gobierno propio —la Generalitat— y, en el terreno comunista, el surgimiento de un nuevo partido al estallar la guerra, el Partido Socialista Unificado de Cataluña, auténtica aplicación de la teoría frentepopulista dictada meses antes por la Komintern, ya que suponía la unión bajo un mismo paraguas de la mayoría de partidos marxistas de la sociedad catalana en uno solo. Sin embargo, la aparición del PSUC no gustó nada a los representantes de la Komintern, ya que creían que el Partido Comunista de Cataluña (del cual formaban parte Ramón y Caridad), que era realmente ortodoxo y de lealtad soviética, quedaría diluido por el mayor peso de los socialistas (la Unión Socialista de Cataluña y en menor medida de la Federación Catalana del PSOE). De hecho, como explica Josep Puigsech en la obra Entre Franco y Stalin, hay más causas para el nacimiento del PSUC, aparte de la referida a la táctica del Frente Popular del VII Congreso de la IC, que son específicas de Cataluña y que explican que el PSUC estuviera fuera de su control desde el momento de su surgimiento; es más, su fundación se había anticipado a lo previsto y se había efectuado sin su beneplácito.149 La unificación de los diversos grupos, precipitada por el conflicto, provocó algunas críticas por la falta de unidad ideológica y por la obstaculización del proceso de ampliación de sus bases, se presentaba como un partido de clase, pero también nacional, que quería atraer a sectores afines hasta entonces a Esquerra Republicana. Según Elorza y Bizcarrondo, durante los primeros meses, este miedo por la gran presencia de socialistas y por la participación en un gobierno del que participaba el POUM generó un malestar tan grande que incluso el delegado del la Komintern en el PCE, Vittorio Codovilla, llegó a pensar que «en el joven PSUC hay elementos con una mentalidad trotskistizante, protegidos por socialistas y nacionalistas, que intentan emanciparse de la ayuda política del Partido Comunista de España».150 Los delegados propios en el PSUC fueron Ernst Gerö y José Martín, otro húngaro cuya identidad real nunca se reveló. El PSUC, de hecho, puede considerarse una excepción dentro del movimiento comunista internacional, ya que se definía como marxista, antifascista y nacionalista, pero no se declara plenamente comunista hasta 1939.151 El Secretariado de Organización, no obstante, estuvo controlado por el PCC desde un primer momento, a pesar de que en el partido se recogía un ideario variado. La posición de Ramón Mercader en este nuevo contexto podría considerarse un reflejo de las contradicciones propias del momento: él era un comunista estalinista convencido, pero su partido, en cambio, había dejado de existir para verse englobado en un PSUC cuya ideología no era exactamente la suya.

Un PSUC que no paró de crecer a lo largo del conflicto y que acogía en su seno, por lo tanto, a gente procedente de tradiciones muy diversas. La influencia comunista aumentó de forma innegable, y el partido procuró reclutar a socialistas, republicanos y antifascistas en general para su causa. Nuevos militantes que se afiliaban para defender la disciplina y el orden, fortalecer el ejército, por el prestigio y apoyo que brindaba la URSS —con quien obviamente se identificaban— y a un mismo tiempo para la defensa de los valores del estado republicano.152 A medida que la guerra avanzaba, su posición de resistir hasta el final, numantinamente, también les reportó popularidad en cierto sector de la población.153 Pero este aumento y extensión de la influencia reafirma la idea de aquellos que creían que su objetivo era provocar una revolución.

En este contexto:

 

Es obvio que las relaciones entre el POUM y el PSUC eran de competencia y de confrontación política desde un primer momento. No obstante, en los primeros meses de la Guerra Civil no hubo un antagonismo excluyente entre estos dos partidos marxistas. Una y otra formación había asistido a los solemnes entierros de sus respectivos caídos de guerra celebrados en Barcelona. Incluso el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista había acusado, con exceso, al PSUC de tolerancia respecto al POUM y de ser responsable de su inclusión en el gobierno de unidad formado en septiembre. Esta situación se torció a mediados de octubre.154

 

Coincidiendo pues con el aumento de la ayuda soviética en la República. Entonces, las críticas desde La Batalla a los Procesos de Moscú, las acusaciones de trotskismo lanzadas desde Pravda, y posteriormente los acuerdos de exclusión del POUM de las instituciones y la oposición de estos al decreto de movilización de las milicias, harán que el PSUC los acuse abiertamente de deslealtad, oposición a la URSS (único Estado que ayudaba a la Cataluña en guerra), de defender a los asesinos que intentaban desestabilizar la Unión Soviética y de querer romper los lazos entre el proletariado y el campesinado con las clases medias. «Tienen toda la razón: no deberíamos participar en este gobierno con el provocador trotskista, y mucho menos con el traidor Nin, agente de Trotsky en España, igual de criminal y asesino que él».155

Los soviéticos presionaron para expulsar a Nin del gobierno, juego al que obviamente no tardó en sumarse el PSUC, dirigido por la Komintern. Habían resuelto orientar su discurso presentando la liquidación del trotskismo como necesaria para alejar la amenaza de una contrarrevolución de carácter fascista; y por esta razón era preciso expulsarlos de todos los órganos administrativos, de prensa o de orden público. De modo que a partir de los Hechos de Mayo se abrió la veda para atacarlos ya directa y abiertamente, como si fueran la quinta columna franquista, y se asoció la lucha en su contra con la victoria militar en el frente. De hecho, la actitud hostil contra ellos había comenzado a notarse también en Madrid ya a principios de enero, cuando les requisaron la radio, los diarios que editaban e incluso un hospital militar.156

Caridad Mercader tenía, pues, contacto con toda esta elite dirigente procedente de la URSS y colaboraba con ellos. La confianza era tal que, incluso durante los ya nombrados Hechos de Mayo y temiendo por la vida de Luis, que vivía con ella de un tiempo a esa parte, lo envió al consulado soviético, donde lo creía más protegido de los acontecimientos y tenía buenos amigos. Mientras tanto, ella y las compañeras de la Agrupación de Mujeres Antifascistas llevaban munición y armas a los compañeros que luchaban contra anarquistas y poumistas. Los Hechos de Mayo que enfrentaron a los partidarios de continuar con la revolución en la retaguardia al tiempo que se luchaba en el frente contra el fascismo (principalmente la CNT-FAI y el POUM), contra los que creían que primero había que ganar la guerra y después aplicar las medidas necesarias (Esquerra Republicana de Catalunya, el PSUC, Estat Català y otros),157 se presentó, a los ojos del mundo, como una especie de insurrección de grupos anarquistas y del POUM en apoyo al fascismo, situación aprovechada por la NKVD, como veíamos antes.158 La victoria en las calles de Barcelona de las fuerzas que apoyaban al gobierno, y que costó unas 265 muertes se saldó con la llegada de guardias de asalto desde Valencia,159 sede del gobierno republicano, que supuso el fin del amplio autogobierno del que había dispuesto Cataluña hasta entonces, el fin de la preponderancia anarquista y la vuelta al orden, la condena del POUM, el traslado del gobierno de la República a Barcelona y la intromisión en Cataluña del temido Servicio de Investigación Militar (SIM), órgano creado a imagen y semejanza de la Cheká, encargado de perseguir todos aquellos delitos considerados como de «alta traición».160

Ramón Mercader, por su parte, también estaba en Barcelona durante aquella especie de guerra civil dentro de la Guerra Civil, pero no tenemos constancia de su participación en los combates. No obstante, algunos autores sitúan por estas fechas su reclutamiento por la NKVD. «Ramón estaba siendo entrenado en tácticas de guerrilla en Barcelona bajo la supervisión de Eitingon».161 En una de las escuelas que dirigía el bolchevique, habría aprendido a infiltrarse en líneas enemigas para sabotear trenes, matar oficiales, robar o inutilizar municiones.162 Kiril Jenkin, judío ruso que luchó también en la Guerra Civil, confirmaría este extremo: «Según el relato de Jenkin, Mercader tenía privilegios especiales porque estaba bien visto “por los de arriba” […]. Mercader se convirtió en miembro del círculo más íntimo de Orlov».163 Leonardo Padura, entendiendo que su obra es una novela, especula incluso un poco más: en el capítulo 11 explica cómo un hombre de Kotov, Maximus, lo reclutó para una célula de seis hombres llamados pretorianos, todos ellos con nombres latinos: Graco, César, Marius… el suyo sería Adriano. La misión consistiría en controlar los movimientos de los dirigentes del POUM, para después enviar informes a los responsables de la NKVD. Sin embargo, todas estas afirmaciones que recoge en la obra son, una vez más, fruto de la rumorología que rodea al personaje.

Según mi parecer, aunque tuviera contactos con miembros de la delegación soviética de Barcelona y trabara amistad con Eitington, Ramón Mercader continuaba estando en el frente de Guadalajara la mayor parte del tiempo. Una vez más, Teresa Pàmies nos ofrece unas líneas que lo aclaran:

 

A finales de 1937 [octubre, más o menos] un grupo de chicas catalanas visitamos el ya famoso batallón [Jaume Graells], y junto al tranquilo comisario Peñarroya vimos a un Mercader eufórico y elegantísimo con sus pantalones de montar y relucientes polainas de cuero. Recuerdo que celebrábamos una reunión de JSUC en una dependencia del Club del Soldado, instalado en un caserón de la Alcarria [comarca entre las provincias de Guadalajara y Cuenca], y Ramón Mercader se pasó la sesión paseando arriba y abajo a grandes zancadas, como solían hacerlo los comisarios de las películas soviéticas.164

 

Josep Farreras, catalán residente en México, combatiente del batallón Jaume Graells, me confirmó, en una conversación telefónica mantenida el día 25 de noviembre del 2010, que Mercader era uno de los dirigentes de aquel batallón de la Alcarria. Pàmies amplía esta información en las memorias. La reunión tuvo lugar en Torre Burgo, con la excusa de llevar una caja de cava Codorniu a los soldados en nombre de las JSUC. Y en algún lugar de aquel frente sucedió un hecho que marcó para siempre a Ramón Mercader. Dejemos que sea su hermano Luis quien lo explique:

 

En esa época [estaríamos hablando del otoño de 1937] nombraron a mi madre responsable de la Agrupación de Mujeres Antifascistas. Entonces, no sé si fue el Partido Comunista o quién, ahora ya empiezo a dudar de todo, nos dieron un coche —me acuerdo de que era un Ford de aquellos— con un chófer y, a través de Valencia, mi madre y yo nos fuimos a Madrid para ver a Ramón.

 

Hacía mucho frío y fueron a la Sierra de Guadarrama, desde un sitio donde se veía el Escorial. Llegó un punto en que no podían avanzar más. Esperaron unas horas hasta que llegara Ramón. «Caridad y Ramón charlaban entre ellos. No sé qué ocurrió, pero estoy convencido de que fue a partir de entonces cuando empezó su vinculación con el NKVD».165 Ramón acababa de ser reclutado por su madre. No tardarían en asignarle una misión importante y tenía que prepararse; pero de momento, seguiría en el frente.

Unas semanas más tarde, a finales de año, Ramón regresó a Barcelona, enfermo. «Volví a verle en Barcelona, también en un hospital, pero no herido, sino enfermo de disentería. Recuerdo que al entrar en su cuarto una joven enfermera le reprendía algo con fingida severidad y él consiguió apaciguarla con zalamerías».166 Levine sitúa por estas fechas la anterior lesión en el brazo, que recordamos que no había sido tratada en Barcelona, sino en Lérida, y contribuye a aumentar su fama de mujeriego (dice que mantuvo una relación con una comunista de la habitación de al lado, la holandesa Fanny Castedo)167 y la de personaje extravagante.

 

Lo trajeron de vuelta del frente con una herida en el codo e ingresó en el hospital improvisado del edificio de la Caixa de Pensions en Montjuïc. Mientras estaba en tratamiento de su herida, sufrió un ataque de ictericia. Su madre lo visitaba frecuentemente. Pero cuando su padre fue a verlo, el hijo en un ataque de rabia, le dijo que no quería ningún trato con elementos burgueses.168

 

Bajo la batuta de Eitingon, y seguramente imbuido de la confrontación física e ideológica que se vivía en la retaguardia republicana, desapareció del país en 1938 y no nos reencontraremos con él hasta al cabo de unos meses en París. Casualidad o no, por las mismas fechas también desapareció África de las Heras, que últimamente había trabajado para los soviéticos. La Guerra Civil dejaba de ser su principal campo de batalla y una nueva vida se abría ante él. Pero, entretanto, sus compañeros proseguían la caza de brujas contra el trotskismo, ya que la guerra, sobre todo después de la derrota del Ebro, se daba ya por perdida.169 «Cuando la guerra civil española acabó no había lugar en el mundo para Trotsky». 170

 

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25 Acreditación que permitía a Caridad Mercader moverse libremente por el territorio leal a la República.