Voltaire decía que los errores históricos seducen a naciones enteras, y seguramente no se trata de una afirmación grandilocuente dicha porque sí. Los grandes desastres y acontecimientos de consecuencias nefastas de la historia de la humanidad, desde la antigüedad hasta nuestros días, tal vez son los más conocidos y estudiados por los historiadores y el público en general. De la misma forma, todos los grandes personajes de la historia tuvieron grandes aciertos, pero también grandes errores. Y no me equivocaría mucho si dijera que quizá se conocen mejor los segundos que los primeros. Solo hace falta pensar en aquellos individuos tan distantes, pero tan atractivos, que han marcado una época, como Alejandro Magno, Carlomagno, Saladino, Moctezuma, Napoleón o Hitler, por poner solo algunos ejemplos, todos ellos muy controvertidos.
Tal vez tampoco me equivocaría si dijera que el mal atrae, que fascina. El estudio sistemático del nazismo es la prueba más evidente, por lo que supone de enigmático, por la crueldad mostrada, por la capacidad de adoctrinamiento de un pueblo, la fe ciega en un líder, y las consecuencias generalizadas en forma de una guerra mundial y un plan genocida a gran escala. Decidme si no, cuántas películas se han rodado, o cuántos libros se han escrito, sobre las grandes batallas, sobre magnicidios y asesinatos, sobre acciones heroicas y situaciones límite. La personalidad de los causantes de estos desastres nos intriga, queremos comprender por qué lo hacen, qué les empuja, quién o qué hay detrás. Poseen una morbosidad que crea cierto interés —incluso atracción— por lo que podríamos llamar sus gestas, que conllevan a la vez la edición de numerosos estudios, monografías, trabajos periodísticos y aproximaciones a su personalidad y biografía, cuando no se resuelve la cuestión, en casos más contemporáneos, con la edición de una exitosa autobiografía.
Si bien estas últimas, en muchos casos, quieren ser justificativas de unos hechos, un intento por parte del autor de explicar el porqué de unas decisiones, a menudo una voluntad clara de ser coherente con una trayectoria personal maquilla las intenciones y los resultados: se manipulan los hechos o los recuerdos para dotar de consistencia la propia vida, lo cual le puede hacer caer en la banalización o en la falta de rigor. Por contra, las biografías (escritas, por lo tanto, por alguien que no es el protagonista) no suelen centrarse únicamente en el personaje, sino que también hacen una panorámica del contexto, y analizan con mayor o menor detalle los hechos desde la perspectiva del biógrafo. Son, por lo tanto, un análisis global de la trayectoria vital del biografiado, a quien el autor puede loar o rebajar, puede admirar o denostar. Se pueden escribir desde una perspectiva totalmente subjetiva o bien buscar una objetividad que trate de acercarse al máximo a la verdad. Porque, como bien decía el grupo humorista argentino, Les Luthiers, «la verdad absoluta no existe, y esto es absolutamente cierto».
El presente estudio quiere ser una aproximación histórica, lo más objetiva posible, a la biografía de Ramón Mercader, un hombre que tal vez fuera de la opinión de Lenin, para quien «la verdad siempre es revolucionaria». El hecho es que todo lo que se ha escrito o dicho hasta ahora del personaje en cuestión parte de una acción concreta, que es la que crea el máximo interés por su figura. El asesinato de Trotsky, en agosto de 1940 en México, es el eje central y punto de partida, hacia adelante y hacia atrás, de su existencia. El crimen que cometió, la manera como lo hizo, así como la ocultación de su verdadera identidad durante muchos años, lo han convertido en una persona conocida y comentada en todos los ámbitos. Aparecen referencias a él en memorias personales, en trabajos políticos, históricos, de espionaje, médicos, novelescos, de crónica negra, de crónica rosa… siempre con contradicciones y con diversidad de opiniones. Es una historia que, además, hoy en día consideraríamos «globalizada»: ocurre entre Cataluña, España, Francia, Estados Unidos, México, la Unión Soviética y Cuba, y con ramificaciones o implicaciones que afectan a Bélgica, la antigua Checoslovaquia, China, Turquía, Noruega o Irán. Muchos de los personajes que aparecen tienen una movilidad extrema, propia de un mundo complicado y cambiante.
Nos centraremos en el asesino y analizaremos su personalidad y los hechos que le condujeron a ser quien fue: una persona fiel a una idea, que se inmoló creyendo que así contribuiría al surgimiento de un nuevo mundo. Intentaremos reconstruir su vida anterior al atentado para comprender el porqué del mismo; la vida posterior, para analizar las consecuencias y el claro componente ideológico que mantuvo hasta sus últimos días. Y nos detendremos para ver, por ejemplo, la importancia de la guerra civil española en la mayor parte de los personajes que aparecen en la investigación y, sobre todo, en su elección como agente soviético que finalmente se convirtió en ejecutor. ¿Por qué escoger a un catalán o un español, y no reclutar a alguien de China, donde había un conflicto interno entre comunistas y los nacionalistas del Kuomintang? ¿O en Francia, donde también había un conflicto latente con las fuerzas de la derecha? ¿O en Estados Unidos, por ejemplo? La fidelidad y lealtad a la URSS de la Cataluña en guerra aporta, sin duda, información para una posible respuesta.
El escritor Javier Cercas, en su libro sobre el fallido golpe de Estado del 23-F,1 comienza afirmando que se propuso escribir una novela sobre los hechos, pero que justamente la complejidad de los mismos, de los personajes implicados, de las diferentes opiniones expresadas sobre la cuestión, le obligaron a desistir: tenía que escribir lo que se aproximara más a la realidad, porque se había llegado a un punto en que no se sabía qué era real y qué no, si los protagonistas realmente habían existido o solo eran una fantasía. Los recuerdos personales de cada uno se mezclaban con la memoria colectiva del golpe, y las imágenes de televisión y los medios de comunicación, sin duda, ayudaban.
El caso de la presente monografía es, a la vez, similar y diferente al que acabamos de exponer. Similar porque llega un momento en que cuesta discernir qué es real y qué son hechos imaginarios; similar porque se ha escrito y hablado mucho, porque al asesinato de Trotsky y a la personalidad de su asaltante les envuelve todavía una sombra de duda y fascinación que quizá nunca se llegue a desvelar del todo. Pero también es diferente porque hoy en día, exceptuando a Esteban Volkov, nieto del revolucionario ruso, todos los personajes están muertos y no podemos contar con un testimonio fidedigno. Además, se trata de un asunto internacional que tiene detrás un componente ideológico muy importante. Sin embargo, la idea fundamental es la misma: este es un trabajo de historia pero, a la vez, por los hechos que narra, puede acabar adquiriendo un estilo novelístico, a pesar de que todos los datos y afirmaciones han sido debidamente contrastados por el autor. Y es que la apasionante biografía de Ramón Mercader (o Jacques Mornard, o Frank Jacson, o Ramón Ivánovich, o Carrasco), como se verá, es verdaderamente una historia compleja que muchos calificarían de cine.
Lo que no pretendo, en ningún caso, es explicar con pelos y señales la trayectoria del otro protagonista —indirecto— de la historia, Trotsky; ni siquiera exponer con detalle las diferentes corrientes del comunismo de los años veinte y treinta del siglo XX que vemos reflejadas y enfrentadas a lo largo de la investigación. A pesar de que esbozo algunas pinceladas de su vida, las divergencias internas dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética, o las tramas y los procesos ocurridos en terceros países, mi intención no es hacer un relato completo, sino tan solo aportar los datos que creo necesarios para una buena comprensión y contextualización de los hechos y las personas que aparecen en el texto. Pero, por otro lado, es cierto que existen factores que diferencian el magnicidio de Trotsky de otros casos históricos: en primer lugar, porque hay un Estado moderno detrás del asesinato de una sola persona, refugiada en otro país, a miles de kilómetros del centro donde se toman las decisiones. En segundo lugar, porque el asesino rechazó dar a conocer su nombre y el motivo real del crimen, lo cual creó un clima de misterio que acabó por envolverlo todo, y que hizo surgir muchas más dudas de las que se habían planteado inicialmente: quién lo ordenó (si fue el mismo Stalin o no), si había más personas al corriente, el silencio de la URSS antes y después de las acusaciones de Jruschov a Stalin en 1956, la no reparación moral de Trotsky, que sí se hizo a otros ejecutados por el estalinismo… Y, por último, pero como elemento fundamental, el propio carácter del asesino y cómo llegó a su objetivo.
No obstante, un estudio de estas características no es único. Por ejemplo, Albert Camus en L’Homme révolté, ya había tratado casos conocidos de magnicidio, entre ellos, el de Abraham Lincoln y su asesino, John Wilkes Booth; o el del zar Alejandro II y el hermano de Alejandro III, el gran duque Serguéi Aleksándrovich, analizando, de manera más superficial, las figuras de sus ejecutores, Sofia Perovskaya e Iván Kaliaiev, respectivamente. Pero, en el caso de Ramón Mercader, sí que creo que era determinante podernos detener y hacer una verdadera inmersión desde el punto de vista historiográfico, puesto que faltaba, desde mi perspectiva, un trabajo que abordase su itinerario vital, resaltando la gran influencia de la ideología comunista sobre su trayectoria y y las acciones que se derivan.
Si bien es cierto que en los últimos años han aparecido monografías o novelas que toman una historia de fondo sobre su figura y que quieren ser un complemento o una ampliación de los ensayos clásicos como los de Isaac Don Levine o Julián Gorkín,2 escritos mientras aún estaba vivo (El grito de Trotsky de José Ramón Garmabella; El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura; Amor y guerra de Núria Amat; El gos cosmopolita i dos espècimens més de Raül Garrigasait…), lo cierto es que faltaba adentrarse en las fuentes primarias (archivos, bibliotecas, documentos judiciales) para obtener unos datos y testimonios fehacientes, porque hasta el momento no se habían investigado, o solo de forma aislada y poco exhaustiva. En ningún caso, por parte de un historiador.
Además de trabajar con la bibliografía disponible en la red de bibliotecas catalanas, universitarias, especializadas o en la Biblioteca de Catalunya, he aprovechado las posibilidades que nos ofrece la red para obtener algunos ejemplares raros o en otros idiomas que son difíciles de encontrar, pero que han sido de gran utilidad para el presente estudio: por ejemplo, los datos sobre el KGB que aportan Christopher Andrew y Vasili Mitrokhin en The Mitrokhin Archive. The KGB in Europe and the West, la biografía de Dmitri Volkogonov, titulada Trotsky. The Eternal Revolutionary; o bien la reciente investigación de Álvaro Alba llamada En la pupila del Kremlin, que recoge el testimonio de la hispanosoviética Karmen Vega, fundamental en algunas partes del proyecto. También es necesario reseñar, en este campo, que mi estancia en México entre noviembre y diciembre del 2010 me permitió consultar, entre otros, el fondo bibliográfico de la Casa Museo de León Trotsky, así como la Biblioteca y la Hemeroteca Nacional de México, que me aportaron libros muy difíciles de encontrar en Europa.
Sin embargo, metodológicamente hablando, el grueso de la investigación me ha llevado a hurgar y consultar la documentación original que podemos encontrar, aún hoy en día, en los diferentes archivos catalanes, estatales y del extranjero. Así, si bien algunas de estas búsquedas han sido infructuosas (como las realizadas, por ejemplo, en el Archivo Militar de Ávila, en el Archivo de la Universidad de Barcelona o en el Archivo de la Audiencia Territorial de Barcelona), otras han aportado datos inéditos hasta ahora: para resaltar solo algunos, una fotografía interesantísima de Caridad Mercader en 1936 que me facilitó el Instituto de Estudios Sociales de Ámsterdam; la documentación que se conserva en el Archivo General de Instituciones Penitenciarias del Ministerio del Interior; o bien los datos obtenidos en el Registro Civil de Barcelona.
No obstante, la mayor relevancia documental surgió en las consultas del Archivo General de la Nación, del Archivo Histórico del Distrito Federal Carlos Sigüenza y Góngora, y del Archivo Histórico del Instituto Nacional de Migración, ubicados en Ciudad de México. Después de practicar las diligencias previas pertinentes, la estancia en la capital del estado norteamericano me posibilitó acceder a la documentación conservada en los citados archivos, muy ricos y, a la vez, poco estudiados. El Archivo General de la Nación, situado justamente en la antigua prisión de Lecumberri, que los mexicanos llaman la Penitenciaría, donde Ramón Mercader pasó dieciocho años de su condena, es la piedra angular de la investigación efectuada. Allí pude consultar los riquísimos fondos judiciales del Tribunal de Justicia del D. F. que, aunque no conservan el sumario relativo a Mercader, sí que conservan el de su amante, y también encausada inicialmente, Sylvia Ageloff, que contiene muchas copias de las declaraciones de su compañero. A la vez, los documentos conservados en la sección de archivos presidenciales (especialmente el fondo referente al presidente de aquel momento, Lázaro Cárdenas del Río), o en el Archivo Fotográfico, particularmente en el fondo de los fotógrafos Díaz, Delgado y García, han sido fundamentales para contrastar, confirmar e ilustrar lo que testimonios y estudios anteriores habían presupuesto. El viaje a México también me permitió conocer de primera mano los espacios por los que se movió Mercader durante su estancia allí, setenta y cinco años atrás; y también me permitió hablar, en una conversación agradable, con Esteban Volkov, nieto de Trotsky y férreo defensor de la figura de su abuelo. En este sentido, tengo que agradecer muchísimo que el personal del Instituto del Derecho de Asilo-Casa Museo de León Trotsky me abriese las puertas de par en par para contribuir a esta investigación.
Un año después, en diciembre del 2011, también pude ir a investigar a Cuba, donde murió Ramón Mercader. En este caso, sin embargo, no tuve la complicidad de las autoridades cubanas y, aunque había ultimado los detalles con mucha antelación, no pude trabajar en ninguna institución oficial (Archivo General de Cuba, Instituto de Literatura, Biblioteca Nacional José Martí) por cuestiones burocráticas. Por lo tanto, centré mi investigación en otros factores: visitar los espacios donde había vivido Ramón Mercader; intentar ponerme en contacto con el lugar en el que había trabajado; comprobar si existía documentación sobre su muerte en el Cementerio de Colón de La Habana o en la Funeraria de Calzada y K, que gestionaba los traslados internacionales; y pude conocer a personas fantásticas que me ayudaron mucho, como el personal de la Sociedad de Beneficencia de Naturales y Descendientes de Cataluña (el casal catalán situado en la calle Consulado, entre Genios y Refugios, de la capital cubana); el profesor universitario Óscar Zanetti; y, sobre todo, al escritor y novelista Leonardo Padura.
Toda esta investigación se complementa con una serie de entrevistas personales, vía Skype, o por correspondencia con correo electrónico, que enriquecieron enormemente, desde mi punto de vista, la monografía. Los datos, las opiniones y visiones que me ofrecieron Tomás Pàmies (hijo de la recientemente fallecida Teresa Pàmies), Karmen Vega o Jean Dudouyt, sobrino de Ramón Mercader, permiten entender al personaje desde otro punto de vista, comprender mejor su personalidad y hacerse una idea de su manera de hacer y de pensar.
El presente estudio no deja de ser, ligeramente ampliada, la tesis doctoral que presenté en septiembre del 2013 en la Universidad Autónoma de Barcelona. Está estructurado de manera clara y sencilla, atendiendo simplemente a criterios cronológicos: empiezo con el nacimiento de Ramón Mercader, y acabo con su muerte, después de pasar por todas las etapas de su vida. En total, catorce capítulos entre los cuales introduzco un par sobre Trotsky, y otro sobre las ramificaciones de la trama para asesinarlo en Estados Unidos, porque me parecen indispensables para entender el contexto y la decisión que tomó Mercader de convertirse, finalmente, en el ejecutor del líder revolucionario. Es cierto que, por la trascendencia que adquirió, he dedicado un capítulo a David Alfaro Siqueiros y el atentado que encabezó aquel mayo de 1940, porque fue precisamente su fracaso el que puso en el centro de todas las miradas a Mercader y lo convirtió en el candidato ideal.
Tomando todos los factores en consideración, creo que no es temerario decir que la investigación pretende profundizar en el estudio de un personaje hijo de las luchas y tensiones de su época, como hilo conductor de un mundo complejo que aún ahora los historiadores debemos analizar y comprender. Por otro lado, me parece importante destacar que es y pretender ser, a pesar de todo, un estudio hecho desde Cataluña, que tiene en cuenta nuestra idiosincrasia y que quiere ser una aportación universal desde una perspectiva nacional. Porque, nos guste o no, para bien o para mal, Ramón Mercader también se ha convertido en una figura de catalán universal, como lo pueden ser personajes históricos de su época como Pau Casals, el espía Joan Pujol Garbo o Joan Miró.
Antes de acabar, sin embargo, debo tener en cuenta a todas aquellas personas que me han ayudado a lo largo de los cuatro años y pico que duró la elaboración de la tesis y el proceso de edición en formato libro. En primer lugar, a mi director, Josep Maria Solé i Sabaté, persona brillante como pocas, que siempre que lo he necesitado me ha escuchado y ofrecido sus conocimientos para poder enmendar errores o resolver dudas. Supo presionarme en momentos necesarios y quitar importancia a mis preocupaciones para lograr el resultado que presentamos aquí, y me ha dado la máxima libertad para que llevara adelante este trabajo y me sintiera cómodo.
En un lugar tan distante como México, con una serie de particularidades culturales y organizativas, fue clave la figura de Dolors Pla (1954-2014), que supo a quién dirigirme cuando necesitaba respuestas, y que no tuvo manías para hacernos de anfitriona en ese país; supo hacernos sentir como en casa. Pero también debo agradecer la orientación que me ofreció Edgar Paul Ríos Rosas en el Archivo General de la Nación, así como las facilidades que me dio su director, Jorge Frías Villegas para que pudiese trabajar con tranquilidad. Tampoco me gustaría olvidarme del recibimiento por parte de Laura Ivette González Cortés en el archivo del Instituto Nacional de Migración, que prácticamente estrenábamos; ni la buena voluntad del personal del Archivo Histórico del D. F. que, a pesar de las limitaciones, se esforzaron en ayudarnos tanto como pudieron. Mención aparte merecen las figuras de Pedro Alberto Heredia, guía de la Casa Museo de Trotsky, que nos hizo una magnífica visita guiada y nos ofreció los recursos de que disponían, así como la delicadeza de Esteban Volkov al querer recibirme y conversar conmigo, a pesar de su edad y del cansancio de un reciente viaje a Venezuela.
En Cuba fue indispensable la acogida y calidez de Dolors Rosich e Idania Rodríguez, del Casal Catalán de la Habana, para darnos consejos y hacernos sentir como en casa. Y la complicidad de la archivera, Luisa Ribot. También la confianza mostrada por Julio Márquez en el Archivo General de Cuba, así como el tiempo de José Sorí en la Funeraria de Calzada y K, un poco desconcertado frente a la demanda de un joven que había ido a un lugar apartado como aquel para pedirle que le dejara consultar libros de traslados de cadáveres de extranjeros en 1978. Fueron interesantísimas las conversaciones con Leonardo Padura, escritor reconocido internacionalmente, a quien visitamos en su casa, en el barrio de Mantilla, y con quien intercambiamos opiniones, investigaciones y puntos de vista sobre la figura de Ramón Mercader, de quien había escrito una novela no mucho tiempo atrás. Por último, pero sin ser menos importante, la conversación con Óscar Zanetti en los balancines de su casa, en la que me asesoró en algunos aspectos de mi investigación en tierras cubanas, así como el contacto que me proporcionó con Sergia Martínez, quien pudo revisar en mi nombre los diarios y revistas a los que no pude tener acceso.
También debo agradecer a Jaume Casanova, de Nueva York, que me pusiera en contacto con Amaya Lacasa, residente en Madrid, con quien tuve una interesante conversación telefónica. Y a Javier Rioyo que me escuchó, estando en Nueva York, aunque no pudiera resolver todas mis dudas.
Skype me facilitó tener conversaciones largas y muy productivas con la pintora Karmen Vega, con quien contacté gracias a la dirección que aparece en su galería virtual. Desde Miami, me aportó una visión del personaje totalmente decisiva para comprender el final de la vida de Mercader. Gracias, Karmen.
Y de Estados Unidos paso a Francia, porque tuve la oportunidad de hacer un viaje relámpago a París para encontrarme, en un restaurante al lado de la estación de Montparnasse, con uno de los sobrinos de Ramón Mercader, Jean Dudouyt. Ambos, conscientes de la importancia de la investigación, hablamos sobre su tío y nos descubrimos detalles el uno al otro. Después de esto, hemos intercambiado algunos correos, a la espera de poder finalizar el presente trabajo. También cabe decir que traté de hablar con otra sobrina, Caridad Mercader, afincada en Barcelona, pero prefirió mantenerse al margen de este trabajo.
Desde nuestra Cataluña, tengo que agradecer la diligencia y amabilidad de las archiveras de la Audiencia Territorial de Barcelona, Fabiola Zuleta y Sílvia Cabezas, a quienes aprecio mucho. La confianza de Jordi Maluquer de Motes quien, sin conocerme, sabiendo solo que iba de parte de Solé i Sabaté, me puso en contacto con Óscar Zanetti. A Tomás Pàmies, con quien tuve una muy agradable y sorprendente conversación vía Skype, ya que me desveló una serie de condicionantes personales muy indicativos de la relación de Mercader con él mismo y su madre, y más teniendo en cuenta la proximidad en el tiempo de su fallecimiento. A Sílvia Tutusaus y a Hernando Baquero, por darme su opinión de doctores experimentados. Y también a algunos compañeros historiadores, amigos, a los que también podría llamar maestros, con quienes he intercambiado algunas impresiones y me han hecho sugerencias o me han ofrecido colaboraciones: Jordi Oliva, Josep Lluís Martín Berbois, Ramon Batalla y Jaume Roca. Sin olvidarme de las recomendaciones en las comisiones de seguimiento de la tesis de Josep Puigsech, quien también me ofreció colaboración frente a la imposibilidad de investigar en Rusia, después de que, vía correo electrónico, el Jefe Adjunto de Archivos del FSB —el Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa—, A. Shiskin, se desentendiera de mí muy amablemente. También debo a Josep la revisión de algunos aspectos sobre la presencia soviética en la España republicana, indispensables para una mayor rigurosidad del estudio en cuestión. Por último, hay que destacar también la confianza de Izaskun Arretxe, de Ara Llibres, porque desde el primer momento tenía claro que quería editar esta obra de manera íntegra.
Sin embargo, nada hubiera sido posible sin el apoyo de mi familia, como no podría ser de otra forma. A mis abuelos por ir leyendo los primeros capítulos y hacerme preguntas y sugerencias que luego me sirvieron para mejorar el texto. A mis suegros, por ser tan insistentes y presionarme para acabar de una vez. Sobre todo, a mis padres y a Joan, por escucharme, darme apoyo, ver las horas que me pasaba delante del ordenador sin, tal vez, dedicarles el tiempo que merecían, y compartir los progresos que hacía.
Por último, agradecer infinitamente a Maria su paciencia y compañía en este largo camino. Por su compañía en Cuba, en México y en casa; por sus observaciones al texto, por aguantar mis dolores de cabeza y animarme cuando parecía que me quedaba encallado. Esta tesis también es en parte suya, y de todos los que me han ayudado.
Porque todo aquello que en principio solo era material para hacer la tesis doctoral, más tarde se convirtió en vivencias e historias personales. Como bien decía el historiador recientemente fallecido, Josep Maria Ainaud de Lasarte, detrás de los documentos, los testimonios y los libros, hay un drama humano, demasiado humano, como ocurre en el caso de Ramón Mercader. Y una vez separado el grano de la paja, la realidad de la ficción, este ha sido el resultado.
Rubí, diciembre del 2013