Entre chien et loup (entre perro y lobo) es como llaman los franceses a esa luz indecisa del atardecer que se produce cuando el sol ya se ha ocultado pero la noche no se ha adueñado todavía de la tierra; esa luz difusa y gris que se parece a lo que en el cine llaman noche americana.
Pero entre perro y lobo es también una situación: la del que está a medio camino entre la domesticación y la libertad, que es en la que yo me he sentido siempre. No sólo en mi vida personal, sino también como escritor y como periodista. De aquí que haya elegido esa expresión que le escuché por primera vez a mi amigo el cineasta Felipe Vega en un tren que nos llevaba hacia Almería (anochecía y, por la ventanilla, el paisaje era irreal) para titular esta recopilación de mis artículos de prensa de los últimos veinticinco años. Que son los que, más o menos, llevo viviendo en Madrid dedicado en exclusiva a la literatura y el periodismo.
En numerosas ocasiones, me han preguntado sobre las diferencias entre ambas actividades y siempre he contestado de igual manera: que la literatura empieza donde termina el periodismo. Es más, el periodismo y la literatura se complementan en mi opinión, puesto que, mientras uno se hace desde la realidad, la otra nace de la imaginación. Pero es que para imaginar hay que partir de la realidad y, al revés, para contar la realidad hay que imaginarla a veces. Así que ambas actividades —el periodismo y la literatura— no son excluyentes, como afirmó García Márquez cuando era joven (él se refería tal vez al tiempo que el trabajo periodístico, su actividad alimenticia entonces, le restaba del literario), sino, al contrario, enriquecedoras una para la otra, como lo demuestran muchos casos de escritores.
En mi caso concreto, cualquiera que lea con atención esta antología encontrará numerosas pistas y anticipos de mis libros literarios. Como ya ha señalado algún estudioso de éstos, muchos de los argumentos de mis novelas y mis relatos estaban ya apuntados en artículos de prensa e incluso alguno de ellos surgió directamente de éstos. Tiene razón quien así lo dice. Luna de lobos, por ejemplo, mi primera novela publicada, debe mucho a un reportaje que le hice a un guerrillero al que dedicaría luego la necrológica que aquí aparece: «Adiós a Gorete» (hay otra dedicada a otro guerrillero, Casimiro Fernández Arias, que también está en la base de esa novela), de la misma manera en que La lluvia amarilla tiene su origen en un reportaje que escribí sobre el paso del fuego en Soria (el artículo que aquí transcribo sobre los pueblos abandonados surgió de ese reportaje) y El cielo de Madrid en un artículo que escribí para una revista de arte con igual título. Aunque, al revés, también me ha sucedido en ocasiones que la novela que estaba escribiendo en un momento concreto me llevara a hacer un artículo sobre el tema del que trataba aquélla.
Pero la interconexión entre mi obra literaria y periodística no es el motivo de que haya decidido reunir ésta en este libro. Mi deseo es que se lea autónomamente, puesto que así apareció en la prensa y así la escribí cuando lo hice: con pasión de periodista, que es lo que también me siento, aunque no tenga el título académico (tampoco tengo el de novelista y nadie, por ello, me niega el nombre). Un periodista privilegiado, eso sí, puesto que, salvo en momentos muy determinados, he escrito lo que he querido y sin tener que sentarme en la mesa de una redacción.
Para acabar, vuelvo al título. Después de revisar uno por uno, después de releer todos los artículos que he escrito en distintos medios a lo largo de veinticinco años (que son más, evidentemente, que los que he recogido aquí), una parte de los cuales apareció publicada ya en dos compilaciones anteriores, las tituladas En Babia y Nadie escucha, me reafirmo en mi opinión de mi condición ambigua, de persona que no es ni perro ni lobo, de escritor que escribe a caballo, tanto cuando lo hace en prensa como cuando lo hace en una novela, entre la imaginación y la realidad, de viajero, en fin, que mira la vida desde la ventanilla de un tren que cruza el paisaje envuelto en una luz que no es real ni irreal del todo. Esa luz que hace que el mundo no sea blanco ni negro, pese a que aparezca así en los periódicos.
JULIO LLAMAZARES