
Teresa ausente, 1936
Fresco, 300 × 197 cm
En la actualidad, no visitable
Teresa Brusés fue la gran obsesión y —se dice— también la gran desgracia de la vida del pintor Amadeo Lax. De los treinta y siete retratos que le hizo, sólo una tercera parte están datados durante los ocho años que duró su convivencia matrimonial. El más atípico de ellos, considerado la obra maestra de su autor, fue este fresco de grandes dimensiones ejecutado durante las obras de rehabilitación del patio de la casa familiar y datado en 1936 (probablemente a comienzos de verano). La técnica empleada fue la conocida como «fresco al seco», consistente en pintar con colores diluidos en agua sobre una capa de mortero todavía húmedo, que Lax empleó aquí por primera y —curiosamente— última vez. La obra muestra a la modelo de cintura para arriba, con el cuerpo ladeado y el rostro casi de perfil. Mira hacia algún punto que queda fuera del cuadro, con un cierto aire de desasosiego o de extravío. Todo ello viene subrayado por la gama cromática empleada —predominan los oscuros: azules, negros, ocres, añiles...— y por el trazo grueso, se diría que descuidado, con que se han resuelto algunos detalles, como el pelo o las manos. Se trata de una curiosidad en la obra de un pintor meticuloso, que siempre cuidó el contorno y el trazo y que en esta ocasión demuestra una proximidad a los expresionistas inédita en su trayectoria. Por supuesto, se ha escrito mucho acerca del estilo de esta obra, que la mayoría de los especialistas achacan al crítico momento en que fue concebida: precisamente poco después de que la modelo abandonara al pintor por otro hombre. Lamentablemente, el fresco no se expone al público, por encontrarse en el interior de la que fuera residencia del artista, cuyo proyecto museístico lleva varios años esperando el beneplácito de las instituciones, entre las que se encuentra el gobierno autonómico, a quien Lax instituyó como heredero de la casa y de su obra.
Joyas del arte catalán,
Ediciones Pampalluga. Malgrat de Mar, 1987