1

EL VALLE DE CRISTAL

 

 

En el transcurso del año 1902, con motivo de una misión que emprendí a la cabeza de un equipo de cazadores, remonté el río Tzimu-khé, que desemboca en la bahía del Ussuri, cerca del pueblo de Chkotovo. Mi convoy se componía de seis tiradores siberianos, junto con cuatro caballos cargados de equipaje. El objeto de esta misión era el estudio —para los servicios del ejército— de la región de Chkotovo y la exploración de los desfiladeros del macizo montañoso de Da-dian-chan,[2] donde nacen las fuentes de cuatro ríos: el Tzimu-khé, el Maia-khé, el Daubi-khé y el Lefu. A continuación, debía señalar todas las pistas vecinas al lago de Janka y al ferrocarril del Ussuri.

La cadena de montañas de que se trata aquí comienza cerca del Iman y desciende hacia el sur, paralelamente al río Ussuri, dirigiéndose del nor-nordeste hacia el sud-sudoeste, de tal manera que tiene al oeste el río Sungari y el lago de Janka, y al este el río Daubi-khé. Después, la cordillera se separa en dos partes: una de ellas se extiende hacia el sudoeste y forma la cadena llamada «La Rica Cabellera» (Bogataia Griva), que corre a lo largo de la península de Muraviev-Amurski, mientras que la otra se dirige hacia el sur y se confunde con la alta cadena que separa los ríos Daubi-khé y Suichang.

La parte norte de la bahía del Ussuri se llama ensenada de Mai-tung. En otro tiempo, esta ensenada entraba mucho más profundamente en el continente. Eso salta a la vista en seguida. Ahora, los acantilados han retrocedido algunos kilómetros de la costa. En otro tiempo, la desembocadura del Tanegou-ze se encontraba en el emplazamiento actual de los lagos Sane y El-Pouza, mientras que la desembocadura del Maia-khé se ubicaba un poco más arriba del lugar en que este río está cortado hoy día por la vía férrea.

Todo este espacio, en una superficie de veintidós kilómetros cuadrados, representa una llanura pantanosa rellenada por los aluviones del Maia-khé y del Tanegou-ze. Entre los pantanos, quedan todavía algunos lagos pequeños, marcando los lugares que eran antiguamente más profundos. Este lento proceso de retirada del mar y de crecimiento de la tierra firme continúa todavía. La misma suerte espera también a la ensenada de Mai-tung, que ya actualmente es muy poco profunda. Sus costas occidentales están formadas de pórfidos; sus costas orientales son terrenos terciarios. En el valle del Maiakhé abundan los granitos y las sirenitas, mientras que al este del río dominan las formaciones basálticas.

El pueblo de Chkotovo se encuentra en la orilla derecha del Tzimu-khé,[3] cerca de su desembocadura. Construido en 1864, fue quemado por los hundhuzes en 1868 y reconstruido en 1869. Prjevalski, en 1870, no encontró más que seis casas con treinta y cuatro habitantes. A mi llegada era ya un pueblo de cierta importancia.

Nosotros pasamos dos días recorriendo los alrededores y preparándonos para nuestro lejano viaje.

El río Tzimu-khé, de treinta kilómetros de largo, corre en dirección este-oeste y no tiene a su orilla derecha más que un solo afluente, el Beitza, cuyo valle es llamado por los habitantes del país el Valle de Cristal. Este nombre le viene de una fanza[4] china de cazadores en medio de cuya ventana había un pequeño trozo de vidrio. En esa época, la región del Ussuri no poseía ninguna fábrica de vidrio y éste tenía un gran valor entre sus atrasados pobladores. En el fondo de las montañas y de los bosques el vidrio servía como moneda de cambio, y se podía trocar una botella vacía por harina o sal.

Los ancianos cuentan que, en caso de disputa, los adversarios trataban de penetrar unos en casa de otros para romper la cristalería. En estas condiciones, no hay que asombrarse de que un pedazo de vidrio en la ventana de una fanza china se considerase como un gran lujo. Los primeros colonos quedaron tan sorprendidos que, más allá de la fanza china y del río, llamaron a toda la región Valle de Cristal.

De Chkotovo, remontando el valle del Tzimu-khé, se sigue primero una pequeña ruta que, después del pueblo de Novorossisk, se transforma en sendero. Éste conduce al Sutchan y al río Kangouzon,[5] en la dirección del pueblo de Novonéjine. La ruta atraviesa el río varias veces, lo que hace que en los momentos de crecida las comunicaciones se encuentren interrumpidas.

Partiendo temprano de Chkotovo, alcanzamos el mismo día el Valle de Cristal y nos adentramos en él. El Beitza corre hacia el oeste sudoeste, casi en línea recta; después, dobla hacia el oeste, pero ya en las proximidades de su desembocadura. La anchura del Valle de Cristal varía según los lugares. Tan pronto disminuye hasta reducirse a cien metros como, por el contrario, excede de un kilómetro. Como la mayor parte de los valles de la región del Ussuri, éste es uniformemente llano. Las montañas que lo encuadran, recubiertas de escasos encinares, tienen pendientes muy abruptas. El paso de la llanura a la montaña es extremadamente brusco, lo que señala importantes fenómenos de erosión. En tiempos antiguos, este valle era mucho más profundo; no se rellenó hasta más tarde, con los aluviones del río.

A medida que avanzábamos en la montaña, la vegetación se hacía más rica. Los escasos entinares dieron lugar a bosques espesos de esencias variadas, en los que destacaban numerosos cedros. Un pequeño sendero, trazado por cazadores chinos y buscadores de gin-seng, nos servía de hilo conductor. Dos días después llegamos al lugar donde se encontrara, en otro tiempo, la célebre Panza de vidrio, pero de ella no quedaban sino ruinas. Cada día el sendero se hacía más y más difícil. Parecía evidente que ningún pie humano lo había hollado desde hacía tiempo. Estaba invadido por la maleza y obstruido por maderas secas. Poco después, lo perdimos de vista completamente. Volvimos a encontrar huellas de animales y decidimos seguirlas, siempre que nos llevaran en nuestra dirección.

La noche del tercer día nos aproximábamos a la cresta del Da-dian-chan, que aquí está orientado en el sentido del meridiano y tiene una altura media de setecientos metros. Dejando a mis compañeros al pie de la montaña, trepé a una de las cimas más próximas para observar si el desfiladero por donde debíamos pasar estaba aún alejado. Desde la cima se distinguían claramente todas las montañas y comprobé que el desfiladero se encontraba a dos o tres kilómetros de nosotros. No podíamos pues alcanzarlo antes de la noche, e incluso si lo alcanzábamos correríamos el riesgo de pasar la noche desprovistos de agua, ya que las fuentes de las montañas estaban agotadas en esta época del año. En consecuencia, decidí acampar allí donde había dejado los caballos y retomar al día siguiente la marcha hacia el desfiladero.

No prolongué nunca nuestra marcha hasta la caída de la noche. Acampaba cuando aún estaba claro, para poder levantar las tiendas y aprovisionarnos de madera.

Mientras que los tiradores trabajaban para instalar el campamento, yo aproveché el tiempo libre para inspeccionar los alrededores. Mi compañero en estos paseos era siempre un tal Policarpo Olenetiev, hombre excelente y hábil cazador. Tenía entonces veintiséis años; de peso medio y de buena estatura, con cabellos de un rubio tirando a rojizo, los rasgos acentuados y pequeños bigotes. Olenetiev era un optimista; no perdía su buen humor ni en las situaciones más dificultosas, y se esforzaba por convencerme de que todo estaba de lo más bien y en el mejor de los mundos. Después de dar las instrucciones necesarias, tomamos los fusiles y partimos para hacer una batida.

El sol declinaba en el horizonte, y mientras sus últimos rayos iluminaban aún las cimas de las montañas, espesas sombras recubrían los valles. Las copas de los árboles de hojas amarillas se perfilaban fuertemente sobre el cielo azul pálido. La proximidad del otoño se percibía en todos los detalles: en el comportamiento de los pájaros y de los insectos, en la hierba desecada y en el aire.

Después de franquear una cresta poco elevada, penetramos en el valle vecino, cubierto por un frondoso bosque. El lecho ancho y desecado de un antiguo torrente de montaña, lo partía en dos. Allí nos separamos; yo tomé a la izquierda, caminando por la parte de los guijarros, y Olenetiev a la derecha. Habían pasado apenas dos minutos cuando sonó un disparo, que venía del lado de Olenetiev. Me volví y entreví un instante algo ligero y coloreado que apareció a una cierta altura. Me precipité hacia Olenetiev. Él trataba a toda prisa de recargar su fusil pero, por una desgraciada coincidencia, un cartucho se había atascado en la recámara y la culata no cerraba.

—¿Contra qué has disparado? —le pregunté.

—Creo que era un tigre —respondió—. Estaba sobre un árbol. Le he apuntado bien y debo haberle tocado.

Finalmente, pudo quitar el cartucho atascado.

Olenetiev recargó su arma y nos dirigimos prudentemente hacia el lugar donde el animal había desaparecido. La sangre derramada sobre la hierba seca demostraba que el tigre había sido realmente herido. De pronto, Olenetiev se detuvo y se puso a escuchar. Frente a nosotros, un poco a la derecha, se oía como un estertor. Pero el follaje de los helechos nos impedía ver nada. Un gran árbol caído por tierra nos obstruía el camino. Olenetiev se aprestaba ya a franquearlo, pero el animal herido lo adelantó y saltó hacia delante. Olenetiev disparó a bocajarro, sin haber tenido ni siquiera tiempo de apoyar el fusil sobre el hombro, y el resultado fue maravilloso. La bala alcanzó a la fiera directamente en la cabeza: cayó sobre una rama, quedando desplomada de tal manera que la cabeza le colgaba de un lado y el resto del cuerpo del otro.

Tras algunos movimientos convulsivos, se puso a morder la rama, después perdió el equilibrio y se derrumbó pesadamente a los pies del cazador.

Reconocí en seguida que era una pantera de Manchuria (Felis Orientalis). Este magnífico espécimen de la raza de los felinos figuraba entre los más grandes. La longitud de su cuerpo, desde el extremo del hocico hasta la raíz de la cola, alcanzaba un metro cuarenta. Su piel —de un amarillo ocre por los lados y por el lomo, y blanca sobre el vientre— estaba salpicada de manchas negras dispuestas en rayas como las de un tigre. Sobre los lados, las patas y la cabeza, las manchas eran pequeñas y de un solo color; sobre el lomo y la cola, grandes y oceladas.

En la región del Ussuri, apenas si se encuentran panteras más que en el sur, y más precisamente en los distritos de Suifum, Possiet y Barabachev. Su principal alimento son los ciervos moteados, los corzos y los faisanes. La pantera es un animal extremadamente astuto y prudente. Perseguida por los cazadores, se refugia sobre los árboles y se agarra con fuerza a la rama que se encuentra justo encima del lugar que acaba de dejar, en la parte opuesta al radio visual del cazador. Extendida sobre esta rama, pone la cabeza sobre sus patas delanteras y se fija en esta posición, dándose perfecta cuenta de que su cuerpo es menos visible de frente que de costado.

El desollamiento del animal que acabábamos de matar nos llevó una hora entera. Cuando tomamos el camino de vuelta, la noche era ya bastante cerrada.

Avanzábamos lentamente. Por fin, aparecieron los fuegos del campamento y bien pronto se pudo distinguir las siluetas de los hombres entre los árboles; se removían formando sombras delante del fuego. Los perros nos acogieron con un concierto de ladridos. Los tiradores rodearon a la pantera, dando cada uno su opinión sobre ella. Se discutió hasta la noche.

Al día siguiente, volvimos a ponernos en marcha.

El valle se hacía más estrecho y el avance era más difícil.

El ciervo que habita la región del Amur se llama maral (Cervus canadensis). Este animal es esbelto y muy gracioso. Mide alrededor de dos metros de largo y un metro cincuenta de alto. Su peso puede llegar a los doscientos kilos. Su pelo es castaño claro en verano y gris leonado, con un disco amarillento detrás, en invierno. El cuello es largo y vigoroso, con una guedeja en los machos. La cabeza es bella, con grandes orejas móviles en forma de cornete. Los cuernos son bifurcados, y poseen también mogotes basilares. El número de ramas permite establecer la edad del maral, añadiendo el año en que ha perdido sus cuernos. No obstante, su número es limitado. En general, un macho adulto no tiene más de siete. Los cuernos jóvenes que aparecen por la primavera —recubiertos de una piel sobre la cual circulan los vasos sanguíneos, y que todavía no son duros— se llaman panty.

En la región del Ussuri, el maral habita al sur de la comarca, en todo el valle de este río y de sus afluentes, sin rebasar la zona de coníferas de Sijote-Alin. Sobre el litoral marino, se lo vuelve a encontrar hasta la bahía de la Olimpíada.

En verano, el maral permanece en los lugares sombreados de las montañas boscosas; en invierno, en los lugares soleados, en los valles, en las partes llanas de la taiga, en los claros del bosque y en sus confines.

A mediodía, hicimos una gran parada. Debíamos encontrarnos, según mis suposiciones, no lejos de la montaña en forma de cúpula.

En una expedición hay que contar no sólo con la capacidad de resistencia del hombre sino, sobre todo, con la resistencia de las bestias de tiro, que llevan cargas pesadas: en cada alto más o menos prolongado, se las debe descargar.

Cuando los caballos fueron desembarazados de sus arneses, se los liberó. Como la hierba estaba aún verde bajo los follajes, nos proporcionó una buena pastura.