La escena en la habitación, todo pobreza y abandono, en que vivía Whitman, el poeta anarquista. Aquí y allá, periódicos; muchos periódicos; periódicos por todas partes. Polvo en casi todos los periódicos.
Personajes:
WALT WHITMAN, basto, desaliñado y no muy limpio.
OSCAR WILDE.
UN CONSERVADOR INGLÉS, amigo de Wilde y mío.
YO.
El primero, segundo y cuarto, gastan melena, pero cada uno la lleva de «distinto modo» que el otro. El tercero va todo a la moda del momento, incluyendo el pelo. Yo, «a lo artista», con mi corbata Leighton y todo, pero elegante. Oscar, un término medio entre nuestro amigo inglés y yo. Whitman, casi salvaje, hirsuto, abandonado...
OSCAR WILDE. A Whitman. Pues, sí: mis amigos me excitan con frecuencia a que me presente candidato a diputado.
WALT WHITMAN. Creo que ésa sería la mejor carrera para usted, ya que, por lo visto, tiene que haber Parlamento, queramos o no. Estoy seguro de que sus discursos harán las delicias de la Cámara, y, lo que es mejor, las delicias de usted mismo.
EL AMIGO CONSERVADOR. Sobre que ello podría suponerle muy bien un porvenir en la diplomacia. Con su dominio del francés, hasta es posible que le destinasen a París en seguida. Más tarde, desde allí podría pasar a un puesto de verdadera importancia en el Ministerio de Estado. Tal vez hasta le ofrecerían la cartera de Estado algún día.
WALT WHITMAN. ¿Y por qué no la del Interior?
YO. ¡Imposible!...
WALT WHITMAN. ¿Razones?...
YO. Porque se distinguiría tanto al frente de Asuntos Exteriores...
WALT WHITMAN. ¿Y por qué no habría de distinguirse tanto en un ministerio como en el otro?...
YO. Porque no se llama Pitt,2 y no siendo así no ha existido estadista alguno que se haya distinguido jamás lo mismo como ministro de Estado que como ministro del Interior... Cuando menos no ha habido ningún estadista inglés que se haya lucido en ambos puestos, y de haberse dado casos en el extranjero serán contadísimos. El duque de Wellington logró que el nombre de Inglaterra fuese respetado en el extranjero y vilipendiado en casa. Melbourne, Peel, lord John y el conde de Derby, dieron resultado como ministros del Interior, pero fracasaron en asuntos exteriores. Palmerston y Disraeli fueron dos tipos maravillosos lidiando con gobiernos extranjeros, pero en el interior fueron pésimos. Nuestro actual jefe del Gobierno, Gladstone, admirable en la Cámara, fue un desastre como ministro de Estado.
WALT WHITMAN. Después de todo, querido Wilde, sería mejor dejar la política a un lado. Es un campo demasiado sucio para trillarlo, y bien distinto de esos prados elíseos donde se encuentran la Libertad..., las Bellas Artes y las «Bellas Letras», como dicen los pedantes. ¿Y qué?... El Gobierno, a lo sumo, no es más que una necesidad inmoral, fundada sobre el principio —si se le puede llamar «principio»— de la absoluta bajeza de la humanidad, tal como lo entienden los que creen que debe existir el Gobierno, que, como institución es la menos escrupulosa de la tierra, exceptuando un país gobernado por la Religión. Siempre que la humanidad ha instaurado un Gobierno ha fracasado desastrosamente. Al correr de los siglos, «Gobierno» y «caos» han sido sinónimos. Si el hombre hubiera evitado siempre que pudiera existir un Gobierno, no tendría que arrepentirse de esta táctica feliz.
OSCAR WILDE. Pues por esa misma razón...
WALT WHITMAN. ¿Razón?... ¡Mi querido Wilde!... ¿Qué tiene que ver la palabra «razón» cuando se habla del Gobierno, que es lo más irrazonable que se ha creado jamás?... La política no es más que un venero de sentimientos superficiales, destinados a encubrir un verdadero egoísmo, colectivo o individual. En este aspecto se asemeja mucho a la Religión. La única definición, verdaderamente real, de la política, es que se trata de un arma con que conseguir, a costa del país, algo para nosotros mismos o para nuestro partido. Señor mío: el Gobierno es la prueba más notable que pudiera concebirse del triunfo de la fuerza sobre el derecho, pues un Gobierno comete impunemente toda clase de deshonestidades. La política no es más que un nombre muy bonito con que encubrir un grado bastante ínfimo de la moral humana. ¿Cambiaría usted, pues, las Buenas Letras por una carrera de esa índole; la honestidad por la deshonestidad, la inteligencia por la estupidez absoluta?... Algunos políticos, es cierto, tienen algunas ideas —aunque por lo general no tienen más que una—, pero los hombres de letras las tienen a millares, por no decir a billones. Además, hay demasiadas leyes en la actualidad.
OSCAR WILDE. Y, sin embargo, nunca hay bastantes...
WALT WHITMAN. Me atrevería a decir que no las hay para cierta clase de gentes.
OSCAR WILDE. ¿Y no resulta paradójico?
WALT WHITMAN. Es que cada político es una paradoja, pues cuando no está en el poder, sostiene que él es el futuro bienhechor del país —por no decir de la humanidad entera— y que cuando obtenga el poder llevará al Gobierno reformas drásticas. Pero apenas pone el pie en el estribo, y mucho más si ya se ve a caballo, se transforma inmediatamente en otro nombre. Por obra de magia, aquel hombre se convierte, de repente, no ya en un hombre «como otro cualquiera», sino en un político «como cualquier político». Créame, Wilde: la política es la «causa de todos los males», y sin ella el mundo andaría muchísimo mejor.
EL CONSERVADOR. Pero la tradición demuestra que siempre han existido Gobiernos, hayan sido de un matiz o de otro. Y la tradición es la más primitiva de las instituciones: hasta los animales la siguen. Además, nunca ha habido un Gobierno que haya sido absolutamente malo.
WALT WHITMAN. Ni lo ha habido jamás que haya sido absolutamente bueno. La verdad de todo está en que los Gobiernos, como la mayoría de las religiones, se sostienen a base de fanfarronadas y desplantes. Jamás Gobierno alguno ha dejado de recurrir a cualquier medio, por vil y ruin que fuese, con tal de lograr el poder o de mantenerse en él. Aunque exista un Gobierno que sea, en cierto modo, honesto —quiere decirse, desde luego, políticamente— en punto a honestidad total dista mucho de serlo.
EL CONSERVADOR. Pero sin Gobierno no tendríamos leyes.
WALT WHITMAN. ¡Leyes!... ¿Pero quién quiere leyes?... Ya las tenemos de sobra. Además, las leyes se hacen para los que no saben romperlas.
EL CONSERVADOR. ¡Vamos, Mr. Whitman!... Un Gobierno y unas leyes son cosas excelentes.
WALT WHITMAN. Tal vez lo sean... para otra gente. He ahí el punto vital. Las leyes no sirven más que para que las corporaciones legislativas pasen el rato redactándolas, pues de otro modo no tendrían la menor idea de cómo se puede matar el tiempo. Es más: cuando se pone uno a pensar seriamente en ello, se encuentra con que una ley puede servir para justificar casi todos los actos de un Gobierno inmoral. Y a todo esto, ¿desde cuándo se han vuelto honrados los Gobiernos?... Quisiera saberlo. A mí no me extrañaría, por increíble que ahora lo parezca, que algún día el Congreso de Estados Unidos prohibiese beber whisky a los habitantes de este llamado «país libre», y que en la industriosa Inglaterra el Parlamento votase leyes para recaudar fondos, a costa de la gente trabajadora y ahorrativa, con que sostener a tanto contumaz holgazán en sus grandes ciudades, como se hacía en la antigua Roma...3
EL CONSERVADOR. ¡No se le puede tomar a usted en serio, Mr. Whitman! Lo que usted dice significaría el principio del fin del Imperio Británico.
WALT WHITMAN. Desde luego que lo sería; o, mejor dicho: lo será. Y es doblemente de lamentar, pues, por lo que se ve, Inglaterra es casi el único país donde eso que se llama «libertad individual» ha sido siempre respetada en su más amplio sentido. Aquí, en América, no tenemos la menor cantidad de libertad individual, y, a lo que parece, todavía tendremos menos en lo futuro. Cuando se tiene demasiada libertad alrededor, resulta que con frecuencia no se dispone de bastante libertad personal. Y es que cuando un Gobierno se hace demasiado poderoso, casi todo lo que es tiránico y absurdo puede suceder, pues el poder embrutece.
YO. Sí, pero poder abusado, poder que se destruye a sí mismo.
WALT WHITMAN. Pero tarda tanto la mayoría de las veces en destruirse a sí mismo que cuando lo hace ya ha devorado toda la vida del país.
OSCAR WILDE. Desde luego, no hay forma de Gobierno que puede hacerse imperecedera si no va enraizada a lo más profundo de la primitiva constitución del país. Y éste es el peor aspecto de la dominación británica en Irlanda.
WALT WHITMAN. A mi juicio el mejor Gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz. Por eso es por lo que admiro al actual Gobierno británico —¡y que siempre sea así!—, pues el único derecho moral inherente al Gobierno es el de mantener el orden en el país y el respeto en el extranjero, cosa que vuestro Gobierno de hoy lleva a cabo eficazmente. De ahí que, aunque yo prefiero que no exista Gobierno alguno en ninguna parte, mientras nuestra civilización esté tan atrasada que haga necesaria alguna forma de Gobierno, yo tengo todos los respetos para la Constitución británica en su estado actual, por considerar que encierra la mayor cantidad de libertades individuales dentro del mantenimiento del orden.
EL CONSERVADOR. Sintiéndose atraído, por primera vez, hacia el poeta anarquista. Va usted camino de tener razón; no le falta más que reconocer que un Gobierno puede hacer mucho por la prosperidad material de un país.
WALT WHITMAN. En ese punto nuestras opiniones se divorcian una vez más, pues entiendo que lo peor que le puede suceder a un país es gozar de excesiva prosperidad material. Es decir: prosperidad material que exceda de ciertos límites, desde luego. ¡Fíjese usted en Estados Unidos!...
YO. Pero, desde luego, también es malo para un país no disponer de la suficiente prosperidad material.
WALT WHITMAN. Volvamos a otra cosa. Si analizamos las funciones de un Gobierno, resulta que éste no tiene más derecho a castigar a un individuo...
YO. ... que un individuo a cometer un crimen...
WALT WHITMAN. ¡Ejem!... Desde luego, el arte de administrar es saber cuándo hay que insistir en una cosa y cuándo hay que pasarla por alto...
OSCAR WILDE. Bueno, a mi juicio, sea cual fuere el Gobierno, toda persona que sufra de un catarro pertinaz debiera ser declarada peligro público y tratada como tal...
EL CONSERVADOR. Mr. Whitman, reconocerá usted que debe existir la Policía.
WALT WHITMAN. Pero, ¿qué es un policía sino un criminal vuelto del revés, así como la mayoría de las veces un criminal no es más que un policía vuelto del revés?...
YO. Pensativo. ¿No será lo contrario?...
WALT WHITMAN. En el momento en que se le reconoce al Gobierno el derecho a castigar, se le abre una puerta a la tiranía.
EL CONSERVADOR. Pero se puede apreciar la necesidad de tener un Gobierno sin que por eso se propugne la tiranía.
WALT WHITMAN. No hay Gobierno que se sostenga mucho tiempo sin recurrir a una forma u otra de tiranía. Es cuestión de grados, pues todo Gobierno, como toda aristocracia, es un elemento parásito, mientras que el público en general es el oprimido...
YO. ... que espera la ocasión de ser el opresor...
WALT WHITMAN. El deber de todo Gobierno, si es que hay que reconocer la necesidad de que lo haya, es el darle todo a la gente, que es a quien todo pertenece. Y el Gobierno que no lo haga así, será sencillamente un Gobierno inmoral...
YO. Pero, Mr. Whitman, usted mismo acaba de decir que admira, o, cuando menos, respeta nuestra administración británica. Y ahora dice usted «que no puede sostenerse un Gobierno sin tiranía»...
WALT WHITMAN. Dije que no puede sostenerse «por mucho tiempo»... Y de ahí mis temores de que vuestra legislación pueda degenerar en un sentido u otro.
OSCAR WILDE. Ya que se muestra usted tan duro con toda clase de gobiernos, ¿qué tendrá usted que decir entonces de los reyes y de las reinas?...
WALT WHITMAN. En lo que se refiere a las reinas, cuento muy pocas entre mis íntimas amistades para poder expresar una opinión general. En cuanto a los reyes, la mayoría de la gente les tiene por individuos singularmente dotados de las ideas más liberales, y a quienes su propia importancia les abruma hasta entristecerles. Pero cuando en realidad se llega a tratarles de cerca se descubre que, por el contrario, son seres de una estrechez de criterio casi increíble y de una vanidad feroz, y que tiemblan ante la posibilidad de que se omita u olvide algún detalle en cualquier ceremonial que les interese.
EL CONSERVADOR. Bien: pero estoy seguro de que no puede usted decir lo mismo de nuestra reina.4
WALT WHITMAN. Ya les dije que mi amistad con reinas era algo limitada. En cuanto a vuestra reina, a mi juicio, ella, como Carlomagno, es maestra consumada en el arte de ocupar el trono, que es mucho más difícil que la mera gobernación de un Estado.
EL CONSERVADOR. A pesar de la cordialidad con que ha hablado usted de nuestra forma de Gobierno, supongo, Mr. Whitman, que usted, como americano, apenas estará de acuerdo con nuestra táctica para engrandecer el Imperio.
WALT WHITMAN. Indudablemente, señor, la codicia imperialista es algo humano, pero, ahora sí, la hipocresía con que Inglaterra trata de encubrir frecuentemente su rapacidad terrestre es insufrible.
EL CONSERVADOR. Empero, la Naturaleza ha dispuesto que algunos países, como algunos individuos, sirvan para gobernar y otros para ser gobernados. Y, de todos modos, nosotros permitimos la libre expresión de ideas en todos los pueblos que dominamos, y hasta les animamos a tener un criterio propio...
WALT WHITMAN. ¡Un criterio propio!... Tal vez. Pero siempre que esté de acuerdo con el vuestro...
EL CONSERVADOR. Aunque ha tenido usted la bondad de decir que hay más libertad individual en nuestro sistema político que en ningún otro, usted, Mr. Whitman, prefiere indudablemente el ideal que entraña vuestro propio sistema americano de unión federal.
WALT WHITMAN. Pero es que no hay unión cuando todos están unidos. Precisamente porque no hay regla sin excepción, unirse es dividirse. Desgraciadamente, la unión es un sistema de dos filos, y de ahí que nada mejor para conseguir que triunfe una causa verdaderamente mala, así como una tolerablemente buena, como la unión y la mutua fidelidad.
EL CONSERVADOR. Eso sucede con las facciones políticas.
WALT WHITMAN. Pero para pertenecer a una facción política hay que ser un tipo de mentalidad inferior. Desgraciadamente, en la práctica así es casi toda la política de este país.
OSCAR WILDE. Bien: aparte la cuestión de cuál es la mejor forma de Gobierno, todo inglés bien educado estará dispuesto a reconocer inmediatamente que el que tenemos ahora es de lo peor. Claro es que ése es el motivo por que nos aferramos tan obstinadamente a él.
EL CONSERVADOR. De todos modos, no pasará mucho tiempo sin que los liberales sean arrojados del Poder, y entonces tendremos un cambio completo de Gobierno.
WALT WHITMAN. El cambio de un Gobierno de cualquier clase y en cualquier parte significa sencillamente cambiar una partida de imbéciles por otra. En lo que afecta al país en general, poco puede importarle el que sea un partido u otro el que implante los impuestos, ya que al país se le trata siempre como el arriero a la bestia de carga, pues parece existir un pugilato entre los partidos políticos para ver cuál amontona más cargas sobre el ancho lomo de la nación con objeto de sufragar los caprichos que se les ocurra para amenizar el tedio de su etapa en el Poder. Vuestro país resistirá, casi en mayor grado que el nuestro, toda esta forma de esclavitud.
EL CONSERVADOR. En ese aspecto, los liberales gozan en nuestro país de gran fama como dilapidadores de fondos públicos. En realidad por eso se les llama «liberales»: por serlo tanto con el dinero ajeno.
WALT WHITMAN. Sin embargo, consuélense ustedes con lo que hacen los liberales, porque si algún día este socialismo del que tanto se oye hablar ahora asume el Poder, dilapidará los fondos públicos con tan temeraria generosidad que, a su lado, los liberales de hoy resultarán sumamente tacaños... En política, así como en todo orden de cosas y en todos los pueblos y en todas las épocas, el único sistema en que se puede confiar sin temor a equivocarse es el de mantener el interés propio sobre todo lo demás.
OSCAR WILDE. Pero hasta ese puente se derrumba cuando las pasiones humanas entran en juego. Después de todo, la civilización no es más que una cuestión de acción y de reacción. Ahora que, tal vez, Mr. Whitman, admirará usted más a los Gobiernos del continente europeo —el francés, por ejemplo— que a los nuestros, los anglosajones.
WALT WHITMAN. No puede estar llamado a grandes destinos políticos un país cuya hacienda pública se nutre, de modo muy considerable, en parte del juego y en parte de la autorizada prostitución de la mujer. Pero, en fin de cuentas, lo cierto es que toda forma de gobierno, en todas partes y en todo tiempo, ha significado siempre una repajolera impertinencia e imposición de la mitad de una comunidad sobre la otra mitad, pues, pensándolo bien, ¿no es un gran error sostener que un grupo de hombres en el Poder, por mucho que cuente con la mayoría, se debe comprometer a dictar leyes para otros hombres que no les han dado su consentimiento personal e individual para ello?... En fin: la anarquía es la única forma de gobierno que no humilla al hombre ni hiere el respeto individual que merece. Y lo es porque, en realidad, la anarquía, no es forma de gobierno. Un hombre que no puede gobernarse a sí mismo no está capacitado para que le gobierne otra gente. Y, si no puede gobernarse a sí mismo, ¿para qué necesita otra forma de gobierno?...
OSCAR WILDE. Levantándose. Me parece que le sobra a usted la razón, Mr. Whitman, cuando menos en teoría. Pero antes de que podamos llevar sus ideas a la práctica será necesario exterminar, a excepción de un pequeño número, a todas las especies humanas. Y mientras se resuelve eso, podemos suspender la cuestión para nuevo estudio.
WALT WHITMAN. Al punto que todos nos levantamos. Pero no olvidemos nunca, amigos míos, que para el perfecto pesimista toda forma de gobierno es una atrocidad...
YO. ¿Hasta, la anarquía?...