Image

 

 

Todo comenzó cuando estaba en mi habitación de los jueves entrenándome para hacer de fantasma. Practico con regularidad, porque estoy segura de que me resultará mucho más fácil encontrar un fantasma si él cree que también yo lo soy. Siempre he querido encontrar un fantasma, pero, ¿sabéis?, aunque nuestra casa está supuestamente encantada, yo no he visto nunca ni un solo fantasma, ni siquiera uno pequeñito. Supongo que tía Tabby los ha espantado a todos: si yo fuera un fantasma, a mí me espantaría.

Como decía, estaba haciendo de fantasma y tenía mi sábana especial puesta en la cabeza, lo cual fue la razón de que tropezara con el pie izquierdo de sir Horace. Una tontería. Y entonces el pie izquierdo se le cayó y él se desmontó en centenares de piezas. Maldito sir Horace. Y luego todas las malditas piezas de sir Horace rodaron por el suelo, y le pisé la cabeza y el pie se me quedó trabado dentro. No os preocupéis, no era una cabeza de verdad. Sir Horace no es más que una vieja armadura de pacotilla que ronda por la casa, escondiéndose en los rincones oscuros.

Image

Yo le grité que se soltara y me puse a saltar y a dar patadas como una loca, pero la maldita cabeza de sir Horace estaba atascadísima. Entonces, con un sentido de la oportunidad increíble, tía Tabby gritó: «¡A desayunar!», con esa voz que, en realidad, está diciendo: «Como no bajes ahora mismo a tomarte el desayuno voy a dárselo al gato»; no es que tuviéramos gato, pero ella lo haría si lo tuviéramos, sé que lo haría.

Así que di la patada más fuerte de mi vida —de hecho, estoy sorprendida de que la pierna no me saliera disparada—, y el yelmo de sir Horace voló por los aires, cruzó la habitación y rodó escaleras abajo desde el último piso. Hizo un ruido increíble. Lo oí hasta que llegó al sótano. En esta casa, el sonido se propaga magníficamente bien, por lo que también oí a tía Tabby chillando.

Pensé que lo mejor sería bajar, por lo que me deslicé por el pasamano y me apeé en el siguiente rellano. Quería ver si tío Drac se había ido ya a dormir (trabaja de noche), porque, en ese caso, iba a despertarlo para que bajara conmigo por si a tía Tabby le daba un ataque. La puerta de su habitación es la puertezuela roja que hay al final del pasillo del penúltimo piso, el que conduce a la torre.

Fui con mucho cuidado al abrir la puerta, porque hay una caída vertical de varios kilómetros hasta el suelo. Tío Drac quitó todas las plantas de la torre para que sus murciélagos pudieran volar por donde quisieran. Mi tío adora a sus murciélagos; haría cualquier cosa por ellos. Yo también adoro a los murciélagos. Son una monada.

Di un empujón a Grandote para poder pasar y el murciélago cayó hasta el fondo de la torre. No pasó nada, porque el suelo está cubierto de unos tres metros de caca de murciélago y es muy blando.

Como Grandote ya no ocupaba toda la puerta, no me costó ver el saco de dormir de tío Drac. Colgaba de una de las vigas como un gran murciélago floreado y estaba vacío. «Genial —pensé—, sigue abajo con tía Tabby.» Así que, para ganar tiempo, me deslicé por el pasamano que lleva a la planta baja y luego por el que conduce al sótano —algo que no debo hacer, porque siempre se está rompiendo— y estuve en la segunda-cocina-a-la-izquierda-justo-después-de-la-despensa en un periquete. Allí reinaba un silencio sospechoso. «¡Ay! —pensé—. Problemas.»

Abrí la puerta con muchísima delicadeza y me alegré de haberlo hecho así, porque tía Tabby estaba sentada al final de la larga mesa, untando mantequilla de un modo que te hacía pensar que la tostada había dicho algo realmente malintencionado y grosero. No parecía que el desayuno fuera a ser divertido. Las señales no eran buenas.

Primera mala señal: en medio de la mesa estaba el yelmo de sir Horace. Tenía muchas más abolladuras que la última vez que yo lo había visto, pero, obviamente, eso no era culpa mía, puesto que estaba bien cuando dejó mi pie.

Segunda, tercera, cuarta y quinta malas señales: tía Tabby estaba cubierta de hollín —aparte de las dos ventanitas de sus gafas, que se había limpiado para poder atacar la tostada—. Que tía Tabby esté cubierta de hollín es una de las peores señales. Significa que se ha peleado con la caldera y que la caldera ha ganado.

Me senté en mi silla con mucha deferencia. Tío Drac pareció aliviadísimo de verme. ¿Sabéis?, vivo con mis tíos porque mis padres se fueron a cazar vampiros a Transilvania cuando yo era pequeña y no regresaron jamás.

Tío Drac estaba acabando de quitar la cáscara a su huevo duro y tenía la boca negra por la tostada impregnada de hollín que tía Tabby le había preparado.

—Hola, Minty —me saludó.

—Hola, tío Drac —respondí yo.

Intenté pensar en algo agradable que decir a tía Tabby, pero era difícil pensar en nada con el yelmo de sir Horace mirándome con sus ojos pequeños y brillantes. Naturalmente, sir Horace no tiene ojos de verdad, pero a mí a menudo me parecía que me estaba mirando, pese a estar segura de que no era más que una lata vacía.

Tía Tabby dejó bruscamente mi tazón de avena delante de mí, por lo que yo dije:

—Gracias, tía Tabby. —Y luego, como a tía Tabby le gusta que le den conversación durante el desayuno, añadí—: ¿Has vuelto a tener problemas con la caldera, tía Tabby?

—Sí, cielo, pero esto se va a acabar —respondió ella, sin apenas mover los labios.

Antes, yo creía que cuando tía Tabby hablaba así estaba practicando para ser ventrílocua, pero ahora sé que significa que ha tomado una decisión y que le da lo mismo que a ti te parezca bien o mal.

—Oh, ¿por qué, tía Tabby? —le pregunté en un tono especialmente educado, mientras cubría mi avena de azúcar moreno y lo removía todo muy deprisa para que la avena adquiriera un bonito color marrón.

Tía Tabby hizo rechinar los dientes y dijo:

—No hagas eso con el azúcar, cielo. Porque nos mudamos, por eso.

Hay pocas cosas que me disuadan de cavar acequias en mi avena —ya sabéis, las que se hacen abriendo un canal que se llena de azúcar moreno líquido, lo cual a mí me recuerda mucho al barro—, pero aquello lo hizo.

¡¿«Mudarnos»?! ¿De qué estaba hablando? No podíamos mudarnos, no antes de que yo hubiera encontrado al menos un fantasma. Y también quería encontrar un vampiro y un hombre lobo. Estaba segura de que debía de haber alguno en la bodega.

Image

—No te quedes con la boca abierta cuando la tengas llena, cielo —dijo tía Tabby, lo cual no me pareció justo, porque tío Drac también tenía abierta la suya, que además estaba llena de tostada impregnada de hollín, lo que era repugnante.

Entonces, tía Tabby fulminó a tío Drac con su mirada diabólica (que es casi tan buena como la mía) y añadió:

—Drac, esta casa es demasiado grande para nosotros. Está llena de polvo y suciedad, y plagada de arañas, y hace un frío tremendo. La caldera es una amenaza. Nos mudamos a un apartamento moderno, bonito, pequeño y limpio.

—Pero… —intenté interrumpirla, aunque fue inútil.

Tía Tabby siguió hablando sin hacerme ningún caso.

— Y, cuando nos hayamos mudado a un apartamento, ya no habrá ningún yelmo de ninguna vieja armadura oxidada que caiga rodando hasta mis pies porque no tendremos ninguna vieja armadura oxidada. Sir Horace puede ir al contenedor de reciclaje. Puedes llevarlo tú al punto verde, Drac.

—¿Qué? —dijo tío Drac, con una cara un poco parecida a la que ponía uno de mis antiguos peces de colores cuando la pecera se quedaba casi sin agua.

Por fin pude hablar, aunque seguía teniendo la boca llena de avena, pues había sido incapaz de trágarmela por el pasmo.

—Pero no podemos irnos de esta casa —dije a tía Tabby—. ¡En ninguna parte va a ser nunca igual que aquí!

—Exactamente —contestó ella, como si yo le hubiera dado la razón o algo parecido—. En ninguna parte podría ser nunca igual que aquí.

Miré a tío Drac: necesitaba un poco de ayuda. Tío Drac captó la indirecta.

—Vamos, vamos, Tabby, querida —susurró con el tono de voz que emplea para calmar a tía Tabby—. Sabes muy bien que no lo estás diciendo en serio.

—Lo digo en serio, Drac —respondió ella. Y luego intentó ponerme de su parte—. Y Araminta, cielo, tú a menudo dices que aquí te sientes sola. Piénsalo, viviendo en un bonito apartamento tendrías un montón de amigos.

No lo consiguió.

—Me da lo mismo —repliqué—. En cualquier caso, preferiría quedarme aquí a tener un montón de amigos tontos.

—Bueno, eso ya lo veremos —dijo tía Tabby, con su cara de ventrílocua enfadada.