9.   Azul de ultramar: el color más caro de todos los tiempos

El color más caro de todos los tiempos ha sido el azul de ultramar o azul ultramarino. Aún se produce auténtico azul ultramarino para los amantes de los colores históricos, y el de máxima calidad cuesta 15.200 euros el kilo (fuente → nota 10).

El ultramarino, el azul luminoso de los pintores, se conocía desde la antigüedad. Para producir este color se empleaba como pigmento una piedra semipreciosa: el lapislázuli. Se trata de una piedra de color azul profundo, sin transparencias, con vetas blancas y motas doradas. Antiguamente se creía que estas motas doradas eran de oro, pues el lapislázuli se encontraba en yacimientos de oro y plata, pero lo que brilla como el oro no es sino pirita, un mineral sulfuroso.

“Ultramarino” significa “del otro lado del mar”, y justamente del otro lado del mar venía el laspislázuli: de más allá del océano Índico, del mar Caspio y del mar Negro.

El lapislázuli es una piedra semejante al mármol, que se tritura y se reduce pacientemente a polvo en el almirez, para luego añadirle el aglutinante. El polvo se llama “ultramarino”, y con él se pueden hacer pinturas a la acuarela, al temple y al óleo.

El más noble de los azules de ultramar que encontramos en el arte europeo es el de las miniaturas pintadas para el duque de Berry, Les très riches heures du Duc de Berry: una serie de pinturas al temple sobre pergamino, pintadas en 1410 por los hermanos de Limburg, que se encuadernaron como libros. Aunque los hermanos Paul, Hermann y Johan eran pintores cortesanos muy estimados, no se conoce su apellido, porque en aquella época era impensable que los artistas firmaran con sus nombres, y en los libros de cuentas del duque sólo figuran como los “hermanos de Limburg”. Pintaron escenas bíblicas, pero sobre todo escenas de la vida cortesana y hojas de calendario con motivos astrológicos —y lo que pintaban, lo pintaban en azul ultramarino. Este color es dominante porque estas pinturas fueron concebidas como objetos de lujo. El duque había encargado pinturas “très riches”, esto es, suntuosas y caras. Hasta hoy, este azul no ha perdido nada de su luminosidad, y estas pinturas se consideran obras sobresalientes de la pintura.

En 1508, Alberto Durero escribió al comerciante de Francfort Jacob Heller, que le había encargado un altar, contándole cómo había pagado a un tratante por el azul ultramarino que necesitaba para esa obra: “Le he dado doce ducados de arte por una onza de buen ultramarino”. Durero cambió obras de arte valoradas en doce ducados —equivalente a 41 gramos de oro— por 30 gramos de azul ultramarino. Hoy el oro hace tiempo que no es tan caro como en la época de Durero; si se piensa en la gran necesidad de oro que había entonces para acuñar monedas y en la escasa producción de este metal, el precio equivaldría, lo menos, a diez veces el precio actual del oro. Pero, en aquella época, nadie habría podido comprar un cuadro de Durero por 41 gramos de oro (equivalente a unos miles de euros). Durero era un pintor muy bien pagado, y lo que cambió fueron reproducciones de sus grabados hechos por otros grabadores. Sus grabados originales, que se vendían en los mercados, eran muy caros pero Durero habría dado tres o cuatro por una onza de azul ultramarino.

Durero escribió que aquel ultramarino era “bueno” porque lo había de distintas calidades: cuanto más luminoso, más caro. En los pedidos del pintor se especifica la cantidad exacta de ultramarino y la calidad del mismo según las partes de su obra en que iba a emplearlo. Los costes de este color quedaron consignados detalladamente en las cuentas. En los cuadros de Durero apenas se ve un luminoso azul ultramarino, pero ello no se debe a la calidad del color. En la pintura antigua, los colores se aplicaban en múltiples capas, y cada tono era el resultado de la mezcla óptica de los colores uno sobre otro. Los antiguos maestros comenzaban siempre con un fondo oscuro, con lo que la luminosidad del ultramarino se desvanecía, pero este efecto era buscado debido a que el ultramarino puro es tan intenso que prevalece sobre los demás colores.

Otra razón de la escasez de obras con azul luminoso es que en el siglo XIX nació la moda de barnizar los cuadros con un barniz marrón. Los colores brillantes se consideraban banales y kitsch. Los cuadros de Durero, considerado el gran pintor alemán, fueron cubiertos con una espesa “sopa marrón” —como dicen hoy los restauradores—. Actualmente se retira este barniz si es posible, con lo que en la obra de los antiguos maestros vuelven a brillar colores que nunca creímos que utilizaran → Marrón 14, → fig. 97. El azul puro de los hermanos de Limburg se ha conservado porque éstos pintaron sobre pergamino, y el pergamino no admite ningún barniz.

El azul de ultramar puede producirse artificialmente desde 1834. Este azul sintético cuesta hoy de 10 a 30 euros, según su calidad. Hoy se puede producir sintéticamente incluso el propio lapislázuli, por eso hay grandes diferencias de precio en las joyas hechas con esta piedra semipreciosa.

Otro pigmento azul, antes muy utilizado, es la azurita, también obtenido de una piedra azul. Pero la azurita no era ni de lejos tan luminosa ni tan cara como el azul ultramarino, y hoy su interés es sólo histórico.

En 1775 se consiguió producir un nuevo azul: el azul cobalto. La palabra cobalto viene del alemán Kobold, que significa “gnomo”, pues en algunas minas hay cristales de mineral de cobalto que brillan como si fueran los ojos azules de los gnomos, y este azul se obtiene de este mineral de cobalto. El azul cobalto es un tono muy intenso, ligeramente rojizo, que no se puede obtener con ningún otro pigmento. El azul cobalto era para Van Gogh el azul divino.

El azul cobalto fue la perdición de Van Meegeren, el genial falsificador. Van Meegeren falsificó en 1935 a Vermeer (1632-1675), que había pintado con auténtico azul ultramarino. Pero cuando Van Meegeren hizo su falsificación, hacía tiempo que el auténtico azul ultramarino había desaparecido del mercado. Van Meegeren logró con gran esfuerzo hacerse con el antiguo color, pero el azul ultramarino que le vendieron no era del todo auténtico, pues contenía algo de azul cobalto, que en tiempos de Vermeer no se usaba. El cobalto encontrado en un análisis químico delató al falsificador.

Aunque en la pintura el azul era el color más noble, y en la simbología un color divino, su uso también era corriente para la vestimenta. Cuando, en 1570, el papa Pío V estableció los colores litúrgicos para las vestiduras sacerdotales durante la misa, en los manteles del altar y en la ornamentación del púlpito, prohibió el uso del azul. La razón era que las vestimentas azules eran demasiado corrientes. El responsable era el índigo, el tinte más famoso de todos los tiempos → Azul 16.

El índigo fue siempre un color barato. Con él se podían hacer también pinturas al óleo, al temple y a la acuarela, pero puesto que era algo apagado y no muy estable a la luz, no era un color noble. Para los amantes de los colores históricos se fabrican aún hoy acuarelas de auténtico índigo. Sin embargo, los expertos desaconsejan su uso porque palidece. Lo que hoy se vende como azul índigo es un color puramente sintético.

El azul de los pintores era caro y noble, y el de los tintoreros barato y ordinario. El azul es un color cuya importancia ha estado siempre ligada a su precio.